Los Caudillos Argentinos
Zona actuales Provincias de La Rioja y San Juan
- Juan Facundo Quiroga
- Vicente Ángel Peñaloza
Militar y político argentino. Revelo desde niño una audacia y temeridad notables. En 1806 sus padres lo enviaron a Chile con un cargamento de granos y el joven Facundo se jugo el producto de la venta y lo perdió.
Durante la campaña de 1831 gana tres batallas seguidas contra ejércitos bien armados y superiores en número. El prestigio astuto de Quiroga alcanza niveles míticos. Es por esa época cuando recibe el apodo de El Tigre de los Llanos. Pero para la gente de las pampas ese nombre no es una figura retórica. Tiene connotaciones mágicas. El hombre-tigre, o runa uturuncu en la mitología indígena, tiene la capacidad de transformarse realmente en la fiera. Es la fiera bajo apariencia humana.
Trabajo como peón en una estancia en Plumerillo y los acontecimientos de Mayo de 1810 lo sorprendieron en Buenos Aires. Allí fue enrolado en el regimiento de Arribeños. Tenia condiciones para el mando pero no para someterse a la rígida disciplina militar, por lo que deserto.
Hacia 1816-1818 se desempeño como capitán de milicias adiestrando reclutas, capturando desertores, organizando milicianos para los ejércitos de la patria y participando en algunas acciones contra los españoles. Juan Facundo Quiroga, que se gano el apodo de Tigre de los Llanos, volvió a mostrar su audacia deponiendo al gobernador Francisco Ortiz de Ocampo, a quien reemplazo por Nicolás Dávila; pero cuando, en 1823, este se negó a renunciar según lo dispuesto por la Sala de Representantes, Quiroga se adueño del mando. Aun cuando permaneció en el cargo solo dos meses, a partir de entonces domino la escena política de su provincia e incluso de las aledañas. Ordeno no enviar tropas a la guerra con Brasil y desconoció leyes dictadas por el gobierno de Buenos Aires.
Fue enemigo de Rivadavia, designado por la Ley de Presidencia, del 6 de febrero de 1826, en el cargo del Presidente Permanente, y apoyado por la legislatura de su provincia, se pronunció en su contra. La oposición se basaba en que durante su gestión, se produjo la designación de Buenos Aires como capital de la República, suprimiéndose la provincia de Buenos Aires, el establecimiento de un Banco Nacional, el dominio de la aduana externa y de las internas, se tomó posesión de las tierras públicas e inmuebles provinciales, etcétera, lo que marcaba un fuerte centralismo, aún antes de dictarse la Constitución, que había sido el objetivo del Congreso de 1824. Además, Rivadavia, gestionó la introducción de capitales ingleses, a través de la constitución de una Sociedad, “La Asociación Minera del Río de la Plata”, siendo Rivadavia el Presidente del Directorio.
Sin embargo, los yacimientos ya tenían dueño, que eran sociedades reconocidas legalmente, integradas por personalidades locales. Facundo Quiroga, era accionista de una de las compañías mineras de La Rioja.
El 24 de diciembre de 1826, se sancionó una constitución unitaria, desconociendo la opinión de las provincias, que cuando fueron consultadas, en su mayoría, se expresaron por el federalismo. Facundo Quiroga la rechazó sin siquiera leerla.
El 27 de junio de 1827, Rivadavia renunció, y el 5 de julio de 1827, el Congreso designó como Presidente Interino al Dr. Vicente López y Planes. El 12 de agosto asumió como gobernador, Manuel Dorrego, enemigo de Rivadavia. Vicente López renunció cinco días más tarde y el Congreso General Constituyente se disolvió.
Durante el gobierno de Dorrego se continuó con la guerra con Brasil, contando con la aprobación de la mayoría de las provincias, entre las cuales se contó La Rioja. Sin embargo el Tratado de Paz firmado el 27 de agosto de 1828, causó disgusto en el interior, porque implicaba la pérdida de la Banda Oriental. Tras el asesinato de Dorrego, el unitario Lavalle asumió el gobierno de Buenos Aires, realizando una lucha encarnizada contra los federales.
En 1834, a pedido de Maza, gobernador de Buenos Aires, y del propio Rosas, medió en un conflicto entre Salta y Tucumán. En Santiago del Estero se enteró del asesinato de De La Torre, gobernador salteño.
Cumplida su misión con éxito y regresando a Buenos Aires, desdeñó obstinadamente las advertencias sobre conspiración en Córdoba, y rechazando el ofrecimiento de protección que le hizo Ibarra, el gobernador santiagueño, fue sorprendido y asesinado por efectivos al mando de Santos Pérez en Barranca Yaco, el 16 de febrero de 1835.
La azorada opinión pública dividió las inculpaciones del crimen entre Rosas, López y los hermanos Reinafé, pero José Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba, su hermano, Santos Pérez y otros fueron convictos de la conspiración y ejecutados (1836). La muerte de Quiroga dejó a Rosas como única autoridad subsistente.
Antes de llegar a Barranca Yaco, la comitiva pasa por Macha y se incorpora a la galera el correo José María Luejes. Pasan luego por la posta de Sinsacate (todavía existe junto a la iglesia donde velaron los restos de Quiroga) y enderezan hacia Barranca Yaco. El monte en ese lugar es mas espeso, y en un claro del camino es detenida la galera. Una voz recia ha gritado por dos veces consecutivas ¡alto! (es el 16 de febrero de 1835). Quiroga asoma la cabeza gritando quien manda esta partida!, pero recibe un balazo en un ojo de Santos Pérez. Santos Pérez sube enseguida a la galera y atraviesa con su espada al Doctor Santos Ortiz. El cadáver de Quiroga recibe un golpe en la cabeza y un puntazo en la garganta. Luego todos los acompañantes de Facundo son llevados al monte y degollados. Un postillón de 12 años que se había incorporado a la comitiva voluntariamente por su admiración a Don Juan Facundo es degollado también. La galera es también internada en el monte; se borran con tierra las huellas de sangre y se saquea a los muertos. Allí mismo se reparten la ropa y el dinero. Cuando ya la tarde declina, los asesinos abandonan el lugar del crimen. Durante la noche se desencadena una terrible tormenta que borra todas las huellas. En los Timones, Santos Pérez disuelve la partida.
Al día siguiente, los soldados que montan caballos del fisco se presentan en Portezuelo, en la casa de Santos Pérez y devuelven las cabalgaduras. El teniente Figueroa lleva al comandante Reinafé, en Tulumba la noticia del crimen. Todos creen que han sido muertos la totalidad de la comitiva de Quiroga, pero el correo extraordinario Agustín Martín se quedó rezagado con el asistente del Doctor Ortiz al llegar a Barranca Yaco, y lo han visto todo. Marín hace la denuncia ante el juez de Sinsacate, Don Pedro Luis Figueroa.
El juez recoge el cadáver de Quiroga, de Ortiz y del correo Luejes, y los lleva a la pequeña capillita de la posta donde son velados.(esta posta y la capillita en la actualidad existen). Una vez velado los restos, son inhumados en el cementerio al costado de la capilla. Un año mas tarde Don Juan Manuel hace trasladar los restos a Buenos Aires, puntualmente los restos de Quiroga llegaron el 7 de febrero de 1836, y fueron recibidos con todas las banderas a media asta y enorme muchedumbre en silencio. En una carroza punzó, entre doble hilera de tropas regulares y seguido por el gobernador
Don Juan Manuel de Rosas, los hijos de Quiroga y su mujer; generales, sacerdotes, jueces, funcionarios y pueblo, el cuerpo del caudillo riojano entró por la calle del Oeste y fue depositado en la Iglesia de San José de Flores. uego fue enterrado en el actual cementerio de la Recoleta, lugar donde actualmente se halla a unos metros a la izquierda de la entrada principal enterrado como se lo merece un hombre de su coraje, de pié.
La posteridad aún no ha hecho justicia al General Don Juan Facundo Quiroga. En libros de textos, de historia, de literatura, como en artículos periodísticos, sigue siendo el Tigre de los Llanos, el saqueador, el criminal, el bárbaro. En las aulas escolares y en las universidades, su memoria es condenada. Priva el libro de Sarmiento y a la verdad le cuesta abrirse paso. Cátedra, libro, prensa, cine, todo sigue pregonando la impostura de Sarmiento.
El General Don Juan Facundo Quiroga, patriota, honrado, buen padre de familia, hijo ejemplar y ciudadano ilustre, es ocultado por unos e ignorados por otros. Los afanes del General Quiroga, sus sacrificios por el bien de la patria son letra muerta en libros y hombres. Su tumba, pese a la hermosa imagen de la piedad que la culmina, está cubierta por una lápida: la de la impostura. Priva ante todo esto,el de un héroe nacional, el libro de Sarmiento “Facundo: civilización o barbarie”, que su primer ejemplar fue obsequiado por Sarmiento al General Paz y ¡con dedicatoria! En la cual dice: “…lo he escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, para ayudar a destruir un gobierno y preparar el camino a otro nuevo”. A la muerte del General Rosas en Inglaterra, familiares y amigos prepararon un funeral en su honor en la Iglesa de San Ignacio. Enterada las autoridades la prohibieron por decreto y en cambio realizó otra en la Catedral porteña en honra a las victimas de la Tiranía. Conocida que fue el intento de la misma por el restaurador, el pueblo imbuido por la propaganda de los medios, corrió enardecida a la tumba de su amigo el General Quiroga a arrancarle las placas recordatorias. Enterado unos momentos antes sus familiares, procedieron a sacarle las mismas y ponerlas a buen resguardo.
Pensamiento Constitucional de Facundo Quiroga
En el XXVI seminario de los caudillos organizado por el Instituto Facundo Quiroga el jueves 12 de abril de 2007 a las 19,30 hs. en la sede del Instituto Nacional De Investigaciones Históricas Juan Manuel De Rosas. El disertante afirmó que, pese a que en el libro “Facundo” Domingo F. Sarmiento presentó al caudillo riojano como arquetipo de la “barbarie”, se trata de un prócer con sólida formación cultural, pues fue ahijado y discípulo del canónigo Pedro Castro Barros, quien representó a La Rioja en la Asamblea del Año XIII, el Congreso de Tucumán (1816) y el que en 1821 convocó el caudillo cordobés Jan Bautista Bustos. Se refirió González Arzac al importante rol desempeñado por Facundo Quiroga para producir el fracaso de la Constitución unitaria de 1826 (auspiciada por Bernardino Rivadavia) al negarse a recibir en su campamento militar de Pocito al enviado del Congreso Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, advirtiéndole que “se halla distante de rendirse a las cadenas con que se pretende ligarlo al pomposo carro del despotismo”. También aludió a la trascendente influencia ejercida por Facundo Quiroga para la adhesión de La Rioja y otras provincias norteñas al Pacto Federal de 1831, primera Constitución argentina que auspiciaron los caudillos de Buenos Aires y Santa Fe, Juan Manuel de Rosas y Estanislao López. De allí en más Quiroga colaboró con Rosas en dar solidez institucional y política a la Confederación Argentina, como está probado en la “Correspondencia entre el Brig. Quiroga y el Gdor. Rosas” que acaba de editar el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas juntamente con el Archivo General de la Nación y la Corporación del Sur. Destacó en ese sentido la importancia de la carta escrita por Rosas a Quiroga desde la Hacienda de Figueroa (San Antonio de Areco) el 20 de diciembre de 1834, antes de que Facundo iniciara su misión al Norte y que estaba entre las ropas del caudillo riojano al ser asesinado en Barranca Yaco. Puso de relieve González Arzac las ideas fundamentales que Quiroga quería que quedasen sancionadas en la letra del “cuadernito” (como gauchescamente llamaba a la Constitución) y pueden sintetizarse así: – Régimen republicano: rechazo a las monarquías. – Sistema federal: rechazo al unitarismo. – Regionalismo: rechazo a la desintegración reconociendo las realidades culturales del Noroeste y el Litoral. – Sufragio universal: rechazo al voto calificado o discriminatorio, implantando lo que llamó “voto libre de la República”. Para ello coincidió con Rosas en que inicialmente debían constituirse las provincias dentro del Pacto Federal de 1831 para cohesionar luego la Nación a través de una Constitución Nacional. Texto extraído de conferencia del Doctor González Arzac
Nació en Guaja, un rancherío de los Llanos Riojanos, próximo a la aldea de Quiroga. Era diez años menor que Facundo y procedía de una familia afincada a en la región. Uno de sus tíos era cura y parece haber pasado con él los años de su infancia. En su juventud recibió la influencia de otro tío, que era militar (quien tenía a Facundo Quiroga por subalterno). Y el joven Peñaloza se decidió por la milicia. Era un mozo de mediana estatura, de ojos muy azules y pelo muy rubio; y tenía cierta intimidad con el tigre.
En la batalla del Tala recibió el grado de capitán, tenía 28 años. Desde entonces peleó al lado de Facundo, repitiendo la hazaña de enlazar los cañones enemigos para arrastrarlos fuera de las líneas. Después de la batalla de Oncativo, Peñaloza no siguió a su general, que iba a Buenos Aires; retornó a La Rioja, llevando una vida semi clandestina ante la ocupación de la provincia por Lamadrid. Pero cuando Quiroga llega a Mendoza, el capitán Peñaloza derroca al gobernador puesto por los unitarios en La Rioja y se incorpora a la División Auxiliares de los Andes en camino hacia Tucumán y participa de la batalla de Ciudadela. Su prestigio era tan grande como para comandar la escolta de Quiroga.
Es lindo imaginar al Tigre de los Llanos y el jefe de su escolta fatigando los caminos de la república… La mayoría de las veces se habla del Chacho sin el menor conocimiento histórico de su trayectoria; basta su leyenda y el recuerdo de su tremenda muerta para otorgarle una vigencia póstuma que no siempre es bien utilizada. Es cierto que algunas de sus características personales hacía bastante previsible este entusiasmo final por su figura: su bondad, su valentía, el empecinamiento de su lucha, la astucia criolla de sus recursos estratégicos, el invariable signo popular de sus empresas, el trágico desenlace de Olta. Sin embargo esta vigencia suele tener el riesgo de algunas distracciones graves: el olvido, por ejemplo de la línea política que siguió el caudillo, definida por una probada fidelidad a su tierra y a su gente, y comprometido hasta sus últimas consecuencias incluso en los umbrales de su ancianidad
Nació en Guaja, un rancherío de los Llanos Riojanos, próximo a la aldea de Quiroga. Era diez años menor que Facundo y procedía de una familia afincada a en la región. Uno de sus tíos era cura y parece haber pasado con él los años de su infancia. En su juventud recibió la influencia de otro tío, que era militar (quien tenía a Facundo Quiroga por subalterno). Y el joven Peñaloza se decidió por la milicia. Era un mozo de mediana estatura, de ojos muy azules y pelo muy rubio; y tenía cierta intimidad con el tigre.
En la batalla del Tala recibió el grado de capitán, tenía 28 años. Desde entonces peleó al lado de Facundo, repitiendo la hazaña de enlazar los cañones enemigos para arrastrarlos fuera de las líneas. Después de la batalla de Oncativo, Peñaloza no siguió a su general, que iba a Buenos Aires; retornó a La Rioja, llevando una vida semi clandestina ante la ocupación de la provincia por Lamadrid. Pero cuando Quiroga llega a Mendoza, el capitán Peñaloza derroca al gobernador puesto por los unitarios en La Rioja y se incorpora a la División Auxiliares de los Andes en camino hacia Tucumán y participa de la batalla de Ciudadela. Su prestigio era tan grande como para comandar la escolta de Quiroga. Es lindo imaginar al Tigre de los Llanos y el jefe de su escolta fatigando los caminos de la república.
Pero el Chacho era muy diferente a su jefe. Facundo era una expresión insólita de su medio, por su nervio, su agresividad, su imaginación y hasta por los altibajos tormentosos de su espíritu era un producto típico de las convulsiones de la época. El Chacho era una expresión mucho más auténtica de la idiosincrasia paisana en su sencillez , su bonhomía, su ingenuidad. Era un gaucho servicial y casi iletrado, firme en sus lealtades, apegado a los regocijos menores de la vida campesina. A Facundo lo amaban, pero también le temían. En cambio, nadie temblaba ante el Chacho. El asesinato de Quiroga, en 1835, dejó vacante el liderazgo político–militar de La Rioja: fue Tomás Brizuela quien heredó en parte la jefatura popular. Al lado suyo quedó el Chacho. Ambos se designaban como federales, pero mordían sordos resentimientos contra Rosas: creían que él había sido actor oculto del desastre de Barranca–Yaco. Pero en 1840 estos remordimientos tenían una causa más profunda. La porteña ley de aduanas no alcanzó a evitar la creciente miseria de las provincias del interior, desguarnecidas de toda protección. El régimen autoritario impuesto por Rosas había decepcionado a los dirigentes del interior.
Fueron causas banales y motivos de fondo los que llevaron al Chacho a colocarse la divisa unitaria. No estaba seguro de que la empresa tuviera posibilidades de éxito y quería evitar los horrores de la guerra a su provincia. Finalmente se sumó al pronunciamiento unitario y desde entonces, hasta 1845, libró una desigual y heroica lucha contra Rosas. Peñaloza puso su persona y su prestigio al servicio de su nueva causa. En 1840 se había casado con Victoria Romero, una niña de acomodada familia que le dio una sola hija. Ese mismo año empezó una lucha contra el poder de Buenos Aires.
La Coalición del Norte, dirigida por Lamadrid y Lavalle, no podía terminar sino en un desastre. Mientras Peñaloza se sostenía precariamente en Los Llanos cortando las comunicaciones de sus invasores, Brizuela y Lavalle se desentendían y se separaban: el primero para morir asesinado por sus propios oficiales, y el segundo para caer oscuramente en Jujuy. El Chacho consigue unirse a Lamadrid y lo sigue en sus marchas por La Rioja y San Juan. Poco más de un año duró esa desgraciada campaña signada por derrotas. Seis meses después de llegar a Chile, regresa a la patria con un puñado de hombres. En abril de 1842 pasa por los Llanos, sigue a La Rioja y sube a Catamarca. A su paso engrosaba su magra hueste y afrontaba a las partidas enemigas. Tenía sus propios motivos para continuar la guerra contra Rosas. A su lado iba Doña Victoria Romero.
El Chacho derrota al gobernador de Catamarca y atrae a su lado a la mayor parte de los soldados enemigos. Sigue a Tucumán; se han reunido las fuerzas de cuatro provincias para enfrentarlo, y en el Manantial, en Julio de 1842, termina su aventura. Pero no por haber sido derrotado se siente el Chacho vencido. Siete meses después de la derrota del Manantial baja a la frontera de Córdoba, esperando la defección del Comandante Militar de los Llanos. En Febrero de 1843, después de librar dos combates formales con Nazario Benavídez, gobernador de San Juan, el caudillo repasa la cordillera. El Chacho pasa un año en Copiapó, pobre, entristecido, y añorando volver a la lucha. En febrero de 1844 intenta cruzar de nuevo los Andes: las autoridades chilenas lo detienen en Guasco y el intento se frustra. Un año después, otra vez en su guerra contra Rosas, en febrero de 1845 el gobernador de La Rioja cae sobre el Chacho, y el caudillo debe regresar al destierro, vencido una vez más.
El sistema de Rosas se había afirmado, e incluso institucionalizado. Los mismos unitarios habían abandonando toda esperanza de triunfo, el Chacho decide volver a su tierra. En Julio de 1845 está en San Juan, muy pobre. Se encuentra con Benavidez, ya lo había cruzado en varias oportunidades, ambos eran criollos enteros y tenían que entenderse. Empezó entonces un período de años felices para el Chacho. En 1848 andaba en San Juan y La Rioja, donde ayudó a Bustos a ganar la gobernación; su situación se afirmó al tener un buen amigo en el poder provincial. Vivía de nuevo en Guaja con su mujer y su hija, quienes conformaban el hogar que nunca antes había conocido. Gozaba de un prestigio hondamente arraigado en las provincias del noroeste.
A partir de Caseros (1852) afirmó más aún su situación. Era un jefe cuyos antecedentes le otorgaban una indiscutible personería. Comienza a cartearse con Urquiza en comunicaciones que van adquiriendo cierta intimidad. En 1855, el Presidente de la Confederación lo asciende a coronel mayor y luego, por ley del Congreso, a general. Pero esto no altera su modo de vida, simple y popular. Hasta 1860 interviene en muchos episodios políticos y militares de la vida riojana, actuando siempre sin ambición personal y con su proverbial humanidad. Lo respetaban los antiguos federales, ahora urquicistas, por sus antecedentes quiroguistas; y los ex unitarios, ahora liberales, por sus luchas al lado de Lavalle y Lamadrid.
Andaba el Chacho sobre los 65 años. Hacia esa época parecía destinado a vivir sus últimos años en idénticos días de baraja y vino, en jornadas fiesteras y carreras de caballos, en periódicas intervenciones desde los Llanos a la ciudad cuando la política se complicaba. Pero en Septiembre de 1861 sobreviene lo de Pavón. El gobierno de la Confederación es derrocado y las orgullosas tropas porteñas avanzan sobre el interior para apuntalar el “nuevo orden de las cosas”. Urquiza, el brazo armado de la Confederación, se encierra en Entre Ríos y adopta una neutralidad de hecho. La expedición pacificadora porteña ocupa Córdoba y envía columnas armadas a liquidar las situaciones provinciales dudosas. El viejo partido que afirmó la unidad nacional, institucionalizó el sistema federal y organizó constitucionalmente al país, cede en todos lados ante el avance de los nuevos vencedores.
En los Llanos está Peñaloza, quién no está dispuesto a someterse por las fuerzas que representan el aborrecido poder de Buenos Aires. No necesitaba ordenes de su admirado Urquiza para oponerse a la invasión, creía que él se estaba haciendo fuerte en Entre Ríos para avanzar por cuarta vez sobre Buenos Aires. Ignoraba que Urquiza ya no lucharía mas, estaba decidido a quedarse en su feudo, dejando que su partido fuera prolijamente masacrado en el interior, su destino sería el de la pacífica ancianidad. El Chacho vería de nuevo la gloria de la lucha, el fervor de la cabalgata guerrillera, y su muerte sería bárbara.