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Sucesos Argentinos
1971 - 2000

Argentina - Sucesos Argentinos - 1971 - 2000 - Chubut

Provincia de Chubut

El 15 de agosto de 1972 miembros de las organizaciones guerrilleras Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros intentaron concretar una fuga masiva de la cárcel de Rawson, donde se encontraban recluidos. Durante la huida murió un guardiacárcel. Seis jefes guerrilleros –Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna , del PRT-ERP, Marcos Osatinsky y Roberto Quieto, de las FAR, y Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros- lograron subirse a un avión secuestrado y refugiarse en Chile, desde donde partirían más tarde hacia Cuba. Sin embargo, el objetivo perseguido -la fuga masiva de más de un centenar de personas- no logró alcanzarse. “Se formaron distintos grupos: un primer grupo de seis, que se fuga, un segundo grupo de 19, que es el que queda en el aeropuerto, y un tercer grupo de 110, que no alcanza a fugarse”, señala el ex jefe montonero Fernando Vaca Narvaja, uno de los protagonistas de la fuga del penal de Rawson. Las 19 personas a las que alude el líder montonero no llegaron al aeropuerto a tiempo para subir al avión y se rindieron el 16 de agosto ante los efectivos militares, solicitando garantías públicas por sus vidas en presencia de periodistas y autoridades judiciales. El capitán de corbeta Luis Emilio Sosa los condujo a hacia la Base Aeronaval Almirante Zar de Trelew.

“Lanusse sacó de jurisdicción al penal de Rawson y al Aeropuerto de Trelew y decretó el estado de sitio en el momento en que se estaba negociando. De esta forma, la máxima autoridad ya no era el juez civil sino el jefe militar de la base. Entonces, en vez de reintegrarlos al penal, se los trasladó a la base militar Almirante Zar y en la madrugada del 22 se da esta salvajada del fusilamiento. Los responsables directos fueron los capitanes Sosa y Bravo y parte del cuerpo de suboficiales de la Marina”, sostiene Fernando Vaca Narvaja.En la madrugada del 22 de agosto los detenidos fueron instados a salir de sus celdas formando dos hileras. En ese momento, los militares dispararon sus ametralladoras y mataron a dieciséis de los diecinueve detenidos. De acuerdo con la versión oficial, uno de ellos, Mariano Pujadas, había intentado arrebatarle la pistola a Sosa en un nuevo intento de levantamiento. Sin embargo, los tres sobrevivientes de la masacre, María Berger, Carlos Alberto Camps y Ricardo René Haidar, gravemente heridos, aportaron sus denuncias y testimonios sobre el fusilamiento.

La versión de la Marina

“Los hechos ocurridos (en Trelew) han despertado dos actitudes en la gente que nos rodea. Unos pretenden acusar a la Armada de haber provocado una masacre intencional. Los otros, ante el hecho consumado, lo justifican y hasta lo aplauden, dada la peligrosidad de los presos. Ni unos ni otros tienen razón. La Armada no asesina. No lo hizo, no lo hará nunca. Se hizo lo que se tenía que hacer. No hay que disculparse porque no hay culpa. No caben los complejos que otros tratan de crear. La muerte de seres humanos es siempre una desgracia. Estos muertos (alude a los sediciosos) valen menos, en el orden humano, que el guardia cárcel Valenzuela (muerto el 15 de agosto en el operativo de fuga de la conducción guerrillera), que los humildes argentinos del orden público muertos en servicio.” (Declaraciones de Horacio Mayorga, jefe de la Aviación Naval –uno de los responsables de la represión en el campo de concentración que funcionó en la ESMA-, en La Prensa, 6 de septiembre de 1972.

Autor: Testimonios extraídos del libro Lo pasado pensado, de Felipe Pigna, editorial Planeta, 2005.

La fuga

El ERP había estado discutiendo varios planes de fuga. Uno, que Santucho consideró como alocado, incluía un rescate en un avión alquilado que aterrizara en el campo de la cárcel. Había sido diseñado por el comité militar de Buenos Aires. El otro, que finalmente se llevó a cabo, fue diseñado por Santucho, Gorriarán Merlo y Osatinsky, pero había sido resistido por el comité militar bonaerense del ERP, lo que Santucho considerará como una de las causas de las dificultades posteriores a la fuga. La evasión debía comenzar con una señal enviada por los contingentes guerrilleros desde afuera del penal. Recibida la señal, Santucho –que ya era sin duda el jefe indiscutido de todos los grupos armados dijo: “Ahora—, y se quitó su pullover, como contraseña. Mientras, Marcos Osatinsky se dirigía hacia la puerta enfundado en un gabán de bolsillos anchos y grandes, cargado con una pistola con silenciador entrada pacientemente por las visitas en latas de dulce de batata. La sospecha de que el abogado radical Mario Amaya había colaborado en ello le costará la vida en 1976. Los guerrilleros tenían pocas armas, algunas púas, cuchillos y palos. A su vez, Roberto Quieto marchaba hacia una cita con el director del penal.

Eran, exactamente, las 18 del martes 15 de agosto de 1972.

Cuando comenzó la fuga, Osatinsky disparó sobre el guardiacárcel Juan Gregorio Valenzuela, que intentó impedir el escape, matándolo. Los guerrilleros lograron copar el penal. Los sindicalistas presos habían decidido no participar en la fuga. Los primeros en alcanzar la puerta fueron Santucho, Menna, Osatinsky, Vaca Narvaja, Gorriarán Merlo y Quieto. Los guerrilleros estaban numerados para el orden de fuga del 1 al 110. Cuando ya estaban afuera de la cárcel, Santucho y los demás no encontraron los camiones que debían estar esperándolos para llevarlos al aeropuerto de Trelew; los tiros adentro de la cárcel los habían dispersado. El primer contingente de los seis máximos jefes guerrilleros tomó el único coche que había permanecido, con el estudiante de Agronomía y Veterinaria Carlos Goldenberg (FAR) al volante. Los 19 guerrilleros restantes, que habían logrado salir, llamaron desde la guardia del penal a taxis y remises. Llegarían al aeropuerto de Trelew con un retardo fatal.

Santucho y el primer grupo entraron al aeropuerto cuando el avión de Austral -un BAC 111 con 96 personas a bordo- estaba carreteando. Santucho cruzó la pista corriendo junto a Vaca Narvaja que, disfrazado de mayor del Ejército, hizo señas al avión para que parara. De la torre de control no entendían lo que estaba sucediendo. El avión se detuvo en ese momento porque los guerrilleros que habían subido antes en Trelew -el estudiante de Medicina Alejandro Ferreyra Beltrán (ERP); la maestra Ana Wiesen (FAR) y Víctor José Fernández Palmeiro (ERP)– ocuparon la cabina y amenazaron al comandante de a bordo. Los primeros seis guerrilleros subieron, y ordenaron esperar unos minutos. Desde la torre de control del aeropuerto ya se había avisado a un avión de Aerolíneas Argentinas próximo a llegar, que no aterrizara. El piloto del BAC 111 intentó resistirse. Dijo: “No hay combustiblepara llegar a Puerto Montt”. Encañonándolo, Santucho respondió: “Pues habrá que llegar igual”.

A las once y cuarto de la noche, el 15 de agosto de 1972, los diecinueve combatientes que no habían podido evadirse de Trelew entregaron las armas en la rotonda del aeropuerto y fueron llevados en ómnibus a la base Almirante Zar. El capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, jefe de las tropas de represión, les explicó que la medida era provisional y se tomaba porque la zona había sido declarada en estado de emergencia.

Una hora antes había aterrizado en el aeropuerto de Pudahuel, Santiago, el avión de Austral capturado en Trelew. Las carreteras de acceso a la capital chilena estaban cerradas por los carabineros y los periodistas eran mantenidos a distancia, para evitar todo contacto con los guerrilleros fugitivos. Caía una lluvia intensa. A las once y media (hora de Buenos Aires), Santucho, Osatinsky y dos jefes policiales comenzaron a parlamentar en un salón central del aeropuerto de Santiago. La conversación duró seis horas y cinco minutos. * En Trelew, el ómnibus militar llegó a la base poco antes de medianoche. El juez Alejandro Godoy, el director del diario Jornada, el subdirector del diario El Chubut y el abogado Mario Abel Amaya no pudieron franquear el portón de entrada y fueron invitados a marcharse.

A las dos de la madrugada, el 16 de agosto, el comandante de la brigada de infantería, general Eduardo Ignacio Betti, llegó a Rawson desde Comodoro Rivadavia y tomó el mando de la zona de emergencia. A las cinco se reunió con el comandante del V cuerpo de ejército, general Manuel Angel Ceretti, quien acababa de viajar desde Bahía Blanca. Se movilizaron dos millares de efectivos para rastrillar el área. Se reforzó la vigilancia en la frontera entre las provincias de Chubut y Río Negro. Fueron alertados todos los puestos policiales para evitar que los guerrilleros -en cuyo poder estaba el penal todavía- y sus eventuales auxiliares externos ensayaran otra fuga. Ambos generales decidieron la suspensión de todas las ceremonias de homenaje a José de San Martín que se preparaban para el día siguiente en la zona de emergencia, por falta de garantías”. Al amanecer, el alerta militar se extendió desde la cordillera a la costa en las provincias de Chubut, Neuquén y Río Negro, norte de Santa Cruz y sur de Buenos Aires.

A las 5.20, hora de Buenos Aires, Santucho y Osatinsky informaron a sus compañeros -aún refugiados en el avión de Austral- sobre las negociaciones en el aeropuerto, parlamentaron otra vez con los jefes policiales y regresaron al BAC III. A las 5.45, los seis fugitivos del penal y sus cuatro ayudantes -Wiessen, Goldenberg, Ferreyra, Fernández Palmeiro- bajaron a tierra. Siete minutos más tarde, los pasajeros varones retenidos a bordo se reunieron en el vestíbulo con sus esposas e hijos, liberados cinco horas antes. El avión emprendió el regreso y llegó al aeroparque de Buenos Aires a las 7.32 de la mañana, bajo una lluvia implacable.

  • Las autoridades militares detuvieron a siete de los pasajeros, acusándolos de conversar con los combatientes sin ocultar su simpatía.
  • A las 8.08, los detenidos que mantenían bajo control el penal de Rawson se rindieron incondicionalmente a las tropas del general Betti. La prohibición de acercarse al penal era absoluta. A las 11, el periodista Horacio Augusto Finoli, de la agencia Associated Press, fue herido por un soldado cuando intentaba tomar fotografías.
  • Hacia el mediodía, los abogados González Garland, Matarollo, Ortega Peña, Duhalde y Galín, defensores de algunos de los guerrilleros, trataron de llegar a Trelew en automóviles de remise. Tropezaron con un cerco militar que les impidió acercarse a la ciudad. A la misma hora, los abogados Amaya e Hipólito Solari Yrigoyen, quienes no se habían movido de Rawson, trataron de visitar a los presos. Las autoridades militares les informaron que “ese día no era posible, y que ya no lo sería nunca”.

    A las 18, el grupo completo de abogados entrevistó a Jorge V Quiroga, juez de la cámara federal especial, quien estaba a cargo del sumario que se inició después de la fuga.’ Quiroga declaró que él no había decidido incomunicar a los reclusos del penal, “de modo que los abogados pueden visitar a sus defendidos normalmente.
  • Esa cámara, conocida como “carnarón” en la jerga de la época, fue uno de los tribunales especiales creados por el gobierno militar violando la Constitución.

    ” Pero la prohibición siguió en pie sin que nadie diera explicaciones. A las 20, Amaya fue detenido y puesto a disposición del Poder Ejecutivo. No saldría de la cárcel sino después de cien días.
    A las 22, el mismo 16 de agosto, los abogados Ortega Peña, Duhalde y González Garland procuraron arrancar al juez Quiroga una orden que permitiera la asistencia de médicos y defensores cuando los diecinueve detenidos en la base aeronaval fueran interrogados. Quiroga desestimó la petición.

En la mañana del 17 de agosto, el partido Justicialista envió un telegrama al ministro del interior, Arturo Mor Roig: “Reclamamos respeto derechos humanos presos políticos unidad carcelaria Rawson responsabilizándolo por su integridad física amenazada por medidas de represión”.

El ministro, que siempre había negado la existencia de presos políticos en la Argentina y que descreía de las torturas a pesar de las evidencias, envió esta respuesta: “Requiero se sirvan precisar a qué medidas concretas de represión se hace referencia y cuáles son las amenazas a la integridad física y derechos humanos con relación a los responsables de los sucesos de la víspera en Rawson y Trelew. El poder ejecutivo nacional no acepta que mediante acción psicológica se pretenda presentar a los protagonistas del luctuoso suceso como víctimas. Firmado: Arturo Mor Roig, ministro del Interior”.
El gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse reclamó en Chile la detención preventiva de los diez combatientes que habían pedido asilo, antes de que se iniciara el proceso de extradición. El canciller chileno Clodomiro Almeyda manifestó que su país consideraría el caso de acuerdo con sus leyes nacionales y con los tratados en común con la Argentina. Las agrupaciones chilenas de izquierda se movilizaron en Santiago para que Salvador Allende concediera un salvoconducto -a falta de asilo político- para que los fugitivos salieran rumbo a Cuba. * El lunes 21, ciento cuarenta soldados de gendarmería llegaron a Rawson para reforzar la vigilancia del penal. La mitad de ellos tomó posición en los extremos de los pabellones, con armas largas; la otra mitad patrullaba el patio exterior y las salidas. Según un oficial del Ejército, “hay versiones de que se trama un nuevo intento de evasión”. Uno de los guardiacárceles explicó que los refuerzos llegaron para “prevenir posibles alteraciones del orden en el penal”.
A las seis de la tarde de ese lunes, el comandante de la zona de emergencia, general Eduardo Ignacio Betti, difundió el bando militar N’ 1. Su texto: “El que incurra en actitudes que perturben la normal convivencia, el orden y la tranquilidad públicos, será reprimido con la sanción de arresto, salvo que el hecho constituya una infracción más grave, en cuyo caso será juzgado según corresponda. La sanción de arresto será aplicada por orden irrecurrible, y se cumplirá en el lugar que se determine, conforme con las disposiciones del caso para esta zona de emergencia. El presente bando regirá desde las 14 del día de la fecha, 21 de agosto”.
En la edición N° 499 del semanario Primera Plana que comenzó a distribuirse la noche de ese lunes, se publicó una declaración del teniente coronel Muñoz, jefe de operaciones de las tropas regulares que actuaban en Chubut: “Estoy desilusionado -dijo en el aeropuerto de Trelew, luego de la rendición de los fugitivos-. Veníamos a liquidarlos a todos y están vivos. Si se hubieran animado a disparar un tiro, no dejábamos ni a uno. Pero se rindieron, los muy cobardes”. Otro oficial, que comandaba a un grupo de quinientos efectivos entrenados para la lucha antiguerrilla, dijo (según la versión de Primera Plana): “Esperábamos una resistencia feroz, pero son unos patoteros. No pelean, son cagones”.
* El mismo lunes 2 1, desde las 11. 10 de la mañana, la junta de comandantes que gobernaba la Argentina se reunió en la Casa Rosada. Asistieron Alejandro Agustín_Lanusse, presidente de la nación y jefe del ejército; Carlos Alberto Rey, comandante en jefe de la fuerza aérea; Guído Natal Coda, comandante en jefe de la armada; Ezequiel Martínez, secretario de la junta; Rafael Panullo, secretario general de la presidencia, y -Arturo Mor Roig, ministro de Interior, poco después del mediodía, el lenguaje de la reunión asumió una rigidez militar. Se incorporaron entonces José Rafael Herrera, jefe del estado mayor general del ejército,y Hermes Quijada, jefe del estado mayor conjunto. Antes de la una de la tarde, el canciller Eduardo McLoughlin -un brigadier- conferenció en otro salón con el general chileno Sepúlveda y con el embajador Ramón Huidobro sobre los diez fugitivos que habían pedido asilo en Santiago; allí se enteró de que el gobierno socialista, cediendo a las movilizaciones internas, les entregaría salvoconductos para viajar a La Habana o a Argel.
El domingo 27 de agosto, el diario La Nación contaría que, durante el diálogo, “McLoughlin rechazó, en nombre de Lanuse, el pedido del el presidente chileno Salvador Allende de que se lo dejara actuar en función de la situación interna de su país. McLough1in adelantó al embajador Huidobro que causaría un profundo desagrado al gobierno argentino cualquier decisión chilena que se apartara de las normas jurídicas en vigor, advirtiéndole que también el gobierno argentino tenía razones de política interna para insistir en la posición en la cual se había situado”.
Los informes periodísticos sobre la reunión militar del mediodía y el parte oficial coinciden en los nombres, en los objetivos de la conversación, en los horarios: Quijada llegó a las 13.40 para “dar cuenta de los recientes sucesos en Rawson y Trelew”; McLoughlin entró una hora más tarde y refirió los pormenores de su entrevista con Huidobro.
Según conjeturó el matutino Crónica en su edición de agosto 22, la primera parte de la asamblea fue destinada a analizar la ley de enmiendas a la Constitución, que unificaría los mandatos e impondría la elección directa de presidente y vice. El resto del tiempo se habló de la represión.
Poco antes de la medianoche, en la sala de periodistas de la casa de gobierno, los corresponsales analizaron las decisiones que quizás había tomado la junta de comandantes en jefe. Enumeraron las confidencias que habían recogido después de las reuniones militares de la última semana (el 16 en el despacho de Lanusse, el jueves en Olivos y el 18 en la llamada Sala de Situación), evaluaron el escarmiento que jefes de las tres armas querían imponer a los guerrilleros y los diversos castigos de los que se habría hablado. Al terminar la ronda de especulaciones, un corresponsal inglés dijo en voz alta: “Esta noche los matan a todos”.
Como contarían más tarde los sobrevivientes de la matanza, el trato que recibieron en la base fue “en parte razonable y en parte irrazonable”. Los despertaban a gritos, varias veces durante la noche, y les ordenaban quedarse cuerpo a tierra, desnudos o vestidos, en un patiecito que daba a las oficinas. Dos grados tres décimas fue la mínima del 16 de agosto; uno bajo cero hubo el 22, a las tres de la madrugada.

Comían de a uno por turno, o de a dos, apuntados por una doble hilera de soldados que tenían orden de disparar al menor movimiento inusual. “¡Si seremos boludos! -admitió durante uno de los almuerzos el teniente de corbeta Roberto Guillermo Bravo-. En lugar de matarlos estamos engordándolos.”
Iban al baño de a uno, con las manos en la nuca, atravesando también la doble hilera y con un centinela detrás que les apuntaba a la cabeza. ‘la próxima vez no va a haber negociación -los desafiaba el capitán Sosa-. Los vamos a cagar a tiros, sin tantos miramientos”.
Pero esas humillaciones -dirá después Gustavo Peralta- eran poca cosa para un grupo de guerrilleros que no había flaqueado ante la picana eléctrica, los cadenazos, los simulacros de fusilamiento, la sed y las asfixias en agua del inodoro.
Forzados al silencio, oirían al viento ir y venir por la meseta yerma, reptando entre los molles y los calafates espinosos, o el chillido de algún ratón de campo aplastado por las camionetas que pasaban. Sabían que toda fuga era imposible, que no podrían siquiera pensar en ella hasta que no los sacaran de esa guarnición con novecientos hombres en estado de alerta y dos kilómetros de campo por cubrir hasta la carretera Madryn-Trelew. Ni soñar, compañero.
Toda la historia de la semana final cabe en unos pocos planos: el de las comidas, el de los interrogatorios, el de la matanza. Se supone que los mudaron algunas veces de calabozo, que Pujadas estuvo junto a Ulla una tarde y la mitad de una noche, en la primera celda de la derecha; que María Angélica Sabelli y Susana la Gorda Lesgart compartieron durante un par de días la última celda de la izquierda. Pero esos detalles ya no importan. Sólo sirven para reconstruir la parte más opaca de la historia, los movimientos sin sentido que tan a menudo son en la vida de los seres humanos el preludio de la muerte.
El 22 de agosto a las 3.30 de la madrugada los 19 prisioneros de la base Almirante Zar fueron acribillados, por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, y del teniente Roberto Bravo Entre los muertos estaban la mujer de Santucho y Clarisa Lea Place. El gobierno explicó que se había tratado de un intento de fuga. Los tres sobrevivientes de la masacre lo desmintieron. El presidente Lanusse asumió, como comandante en jefe, la responsabilidad de lo actuado por la Marina. La versión oficial la difundió el jefe del Estado Mayor Conjunto, contralmirante Hermes.
La noche del 22, el gobierno sancionó la ley 19797 que prohibía la difusión de informaciones sobre o de organizaciones guerrilleras. En los días sucesivos, hubo manifestaciones en las principales ciudades de la Argentina. Y más de 60 bombas fueron colocadas en protesta por la matanza.
Peronistas, radicales, intransigentes, socialistas, comunistas, trotskistas y democristianos, condenaron al gobierno. Perón calificó a las muertes de “asesinatos”. La opinión pública descreyó de la versión oficial. El 25 de agosto la CGT declaró un paro activo de 14 horas. Se prohibieron los velatorios públicos de los guerrilleros ejecutados. El comisario de la Policía Federal Alberto Villar desocupó con tanquetas la sede del Partido Justicialista en la Capital Federal, donde se velaba a algunos de los “combatientes”, como los llamaban sus compañeros de lucha, que fueron enterrados luego clandestinamente. Ana Villareal fue sepultada en el cementerio de Boulogne.
Lanusse envió emisarios a Chile para solicitar la extradición de los guerrilleros prófugos. Intentaba juzgarlos como delincuentes comunes. Allende tenía dos opciones:poner a los evadidos a disposición de lajusticia chilena por el delito de piratería aérea, en cuyo caso la Corte Suprema debía ocuparse del pedido de extradición del gobierno argentino, o concederles el asilo y un salvoconducto para viajar a Cuba como solicitaban los guerrilleros. Allende, en principio, no descartaba la primera alternativa porque estaba convencido de que la Corte de ninguna manera podía considerarlos delincuentes comunes. De todos modos, encomendó al asesor jurídico de la presidencia, Juan Bustos, que les comunicara que él nunca los devolvería a las autoridades argentinas. En las principales ciudades de Chile se realizaron manifestaciones populares convocadas por el Partido Socialista y el MIR para exigir al gobierno de Allende que se les otorgara a los prisioneros el salvoconducto a Cuba.04) El abogado Duhalde y su colega Gustavo Roca fueron testigos privilegiados de lo sucedido en Chile y de la decisión final de Allende de permitir la salida de los guerrilleros hacia Cuba. En l990, Duhalde revelará detalles inéditos del episodio:
“El mismo día 15 de agosto, al enterarnos de la fuga, dieciséis abogados viajamos a Rawson. Fuimos, entre otros, Raúl Radizani Goñi, Rodolfo Mattarollo, Carlos González Garland, Rodolfo Ortega Peña y Pedro Galín. No pudimos tomar el avión porque los pasajes estaban reservados para el gobierno. Alquilamos dos remises para que nos llevaran. Nos pararon en todos los puestos policiales desde Bahía Blanca. Cuando llegamos la muerte se respiraba en el ambiente, estaba muy pesado. En seguida nos hospedamos en el mismo hotel que el juez Jorge Quiroga, quien intervenía en los hechos e integraba la Cámara Federal conocida como el Camarón, algunos de cuyos jueces tenían denuncias entre otros, de presenciar las torturas a los detenidos y tomarles declaración en esas condiciones. Pero él se negó a vernos. Esa misma madrugada presentamos un habeas corpus tirándoselo por debajo de la puerta de su habitación. El 16 de agosto Rawson era como un territorio ocupado. Tampoco pudimos entrar a la base naval Almirante Zar. Se nos unieron Mario Amaya e Hipólito Solar¡ Yrigoyen, radicales y abogados del lugar. No pudimos trabajar. Tuve el presentimiento de que la muerte rondaba sobre los prisioneros. Mario Amaya es detenido; intentamos realizar u na conferencia de prensa en su estudio de Trelew pero media hora antes de la hora convenida lo volaron de un bombazo.
“Regresamos a Buenos Aires Con la certeza de que debíamos denunciar lo que después, trágicamente, sucedería. La situación de los presos en Chile, además, era muy difícil, así que nos dividimos las tareas. Ortega Peña permaneció en Buenos Aires para ocuparse de las defensas; Jorge Yampar, que años después será asesor del ministro del Interior Julio Mera Figueroa durante la presidencia de Carlos Menem, le envía un telegrama al ministro del Interior de Lanusse, Arturo Mor Roig, diciéndole que ante el peligro que corrían las vidas de los prisioneros en la base de la Marina, lo responsabilizaba de lo que pudiera pasarles. Un telegrama histórico, porque no es que la muerte fue casual sino que se advirtió que se mataría a los prisioneros. Vuela de otro bombazo, en Buenos Aires, la gremial de abogados donde Ortega Peña debía dar una conferencia de prensa.
“En la mañana del 22 de agosto partimos hacia Chile Mario Amaya, Gustavo Roca y yo. El que nunca supo por qué venía y después se arrepintió toda su vidafue Andrés López Acoto, del Partido Socialista. Los abogados del Partido Comunista argentino se negaron a ir. En Ezeiza nos enteramos, pero muy confusamente, de lo que estaba pasando en Trelew. Recién en Chile, mientras íbamos en un taxi al Palacio de La Moneda, supimos de la masacre de los prisioneros, y los nombres de los muertos. Nosotros llegábamos para ir a ver a unos prisioneros y, en cambio, más que en defensores nos convertimos en portadores de la noticia del asesinato de la mujer de Santucho y de la compañera de Vaca Narvaja. Al resto de losfugados debíamos comunicarles el asesinato de sus mejores amigos.
“Antes de verlos, marchamos a dejar nuestros equipajes en un hotel, hondamente preocupados por la situación y por tener que darles noticias tan tremendas. Cuando bajamos al hall del hotel nos estaba esperando un personaje singular, que en esos años estaba por la Argentina:
Raymond Molinier, conocido en la IV Internacional como ‘Marcos’, hijo de un banquero francés que un buen día se había llevado los dineros de su padre y se había incorporado al trotskismo. Molinier llegó a ser secretario de Trotsky y estaba casado con la alemana Elizabeth Kesselman, con quien vivía en Monte Grande. Ella fue asesinada por las FFAA en 1976. El viejo, que toda su vida fue un gran conspirador, acercándose con disimulo nos dice: ‘ustedes están sentados sobre un polvorín, es algo muy peligroso lo que hacen. Por eso me alojé en una habitación al lado de la de ustedes.
Cualquier cosa me llaman. Pero necesito urgentemente una entrevista con Robi. Partimos para la cárcel, Gustavo Roca y yo. Encontramos a los Presos hechos casi una jauría. Aparte de que les resultaba difícil entender que los tuvieran presos dado el régimen socialista, estaban exasperados porque les habían sacado la radio y porque alguien les había dicho algo de lo que había sucedido.
“Estaban en un gran salón del primer piso, con rejas en las ventanas y una larga mesa. Algunos estaban parados. Me acuerdo de que Robi estaba sentado a la cabecera de esa mesa. Yo les digo que había habido una masacre de presos y termino diciendo los nombres de los muertos. Ahí cada uno reaccionó de manera diferente. Los más impulsivos, como Fernández Palmeiro o Gorriarán, gritaban, maldecían. Robi puso sus brazos cruzados sobre la mesa, apoyó la cara y quedó así por más de dos horas. No pronunció una sola palabra. Quedó como petrificado mientras a su alrededor los gritos llenaban el cuarto. Fue una escena desgarradora y aún hoy no sé qué fue más conmovedor: si el llanto y los gritos, o el silencio petrificado de Santucho.
“A partir de ese momento iniciamos una delicada gestión en dos direcciones: por un lado los cubanos, y por otro el gobierno de Allende. Luego de dos días, en la mañana del 25 de agosto, la secretaria de Allende nos llamó a Roca y a mí para invitarnos a almorzar. Cuando llegamos a La Moneda nos sorprendimos porque el almuerzo era con todo el gabinete. Era una mesa larga y solemne, como todas en esas ocasiones. Allende presidía la reunión. Nos dice que quiere que asistamos porque cada uno de sus ministros expondrá sobre la tesis de extradición o de encarcelamiento en Chile. La ronda la comenzó Clodomiro Almeyda explicando las dificultades serias que planteaba la situación para las relaciones bilaterales con Argentina, y aun con el resto de los gobiernos vecinos como Bolivia y Brasil. A suposición se sumaron todos los ministros, unos veinte, con una tibia diferenciación de Tomic y una decidida defensa en favor de la libertad de los guerrilleros, la única, del secretario del Tesoro, Antonio Novoa Montreal.
“La comida ya había terminado y pensamos que las cartas estaban echadas. Tomó ¡apalabra Allende, y dijo: ‘Chile no es un portaviones para que se lo use como base de operaciones. Chile es un país capitalista con un gobierno socialista y nuestra situación es realmente dificil Repitió, haciéndolos propios, todos los argumentos de sus ministros. Nosotros nos hundíamos cada vez más en las sillas. De pronto, Allende dijo: ‘La disyuntiva es entre devolverlos o dejarlos presos…’. Hubo un segundo de silencio que Allende rompió con un puñetazo sobre la mesa: ‘Pero éste es un gobierno socialista, mierda, así que esta noche se van para La Habana’. No podíamos creer lo que escuchábamos; corrimos a realizar las gestiones con Cuba para que volaran esa misma noche. Una vez tomada la decisión, Allende nos solicitó tres cosas: que consiguiéramos una declaración de Perón condenando la masacre de Trelew y a favor de la liberación; también una declaración de condena a la masacre de los partidos políticos argentinos y de la CGT. La tercera, que nos costó bastante conseguir, era que Vaca Narvaja se quitara el uniforme del Ejército argentino que aún tenía puesto. Cumplimos con todo.
Ellos viajaron esa noche a Cuba, dejaron las armas y el uniforme que llevaba Vaca Narvaja para que fueran devueltos al gobierno argentino. Lo único que se llevaron fue una enorme llave, del penal de Rawson, que luego le regalaron a Fidel Castro. Esa fue la historia íntima de Trelew. Santucho nunca creyó que el gobierno peronista podía liberar a los presos. Decía: Nosotros somos enemigos estratégicos, nosotros cuestionamos el sistema, el poder. No nos van a largar’. Era como una obstinada cuestión de principios que no le dejaba ver los matices. Sentía que si los dejaban en libertad les rebajaban la categoría de enemigos fatales.”
Antes de partir para La Habana, Santucho recibió la visita de Beatriz Allende, hija mayor del presidente chileno, quien se había iniciado en las lides políticas en la Juventud Socialista y se sentía orgullosa de haber sido una de las primeras integrantes de las redes de apoyo al Che en Chile, entre 1966 y 1967. -Mi padre te envía su pistola, pa’ que te defendai. Lamenta mucho lo de tu compañera. Dice que no comparte el camino que elegiste para Chile, pero que jamás te olvides de ser fiel a tus ideas. Y que te abraza. Beatriz.
-Gracias. Dile a tu padre que lo respeto por su honestidad, su valentía. Y que deseo que el pueblo chileno pueda derrotar a los momios y al imperialismo. Defenderemos a Chile donde quiera que estemos -contestó Santucho.
La misma noche del 25, dos horas antes de embarcarse en el avión de línea de Cubana que lo llevaría en vuelo directo a La Habana, Santucho habló con sus tres hijas, sus padres y su hermano Julio, que esperaban la llamada en un departamento de la calle Cangallo al 4000 en Buenos Aires. Quería explicarles personalmente a cada una de sus hijas la muerte de su madre. Estaba desesperado por la pérdida, pero con la tozudez del dolor volcada sobre la obsesión de continuar la lucha. La matanza, interpretaba, era la mayor muestra de agonía de la dictadura. Había que apretar el acelerador para terminar de voltearla.
Los diez guerrilleros aterrizaron en el aeropuerto José Martí en la madrugada del 26 de agosto. Los esperaban honores protocolares del Partido Comunista de Cuba y manifestaciones populares en su homenaje.
En una improvisada conferencia de prensa, Santucho, Osatinsky y Vaca Narvaja dieron, por primera vez desde la fuga, su opinión sobre la masacre de Trelew. La consideraban una “salvaje y desesperada respuesta de la dictadura” a los reclamos populares. Reafirmaban, con la consigna “la sangre derramada no será negociada” que seguirían en la lucha “hasta la victoria final” y que “la unidad de los revolucionarios, sellada con sangre en Trelew” sería el legado a conservar por las organizaciones armadas. Santucho agregó: “El ERP, las FAR y Montoneros han demostrado que los muros de ninguna prisión, ni ningún asesinato salvaje del régimen,pueden detener el deseo de los revolucionarios de reunirse nuevamente con su pueblo, de volver a la lucha contra la dictadura y el imperialismo por una patria libre y socialista-.
El grupo permaneció en Cuba hasta la primera semana de noviembre de 1972, partió de allí escalonadamente hacia distintos destinos en Europa y retornó después a la Argentina. En el curso de los dos meses, según las crónicas públicas de la prensa cubana, los guerrilleros visitaron la isla y participaron en las brigadas de trabajos voluntarios habituales en la Cuba revolucionaria. Durante el verano de 1991 en La Habana, el periodista de Radio Reloj, Amable Amador, SO, barbero antes de la revolución socialista, periodista de la revista Juventud Rebelde y dirigente sindical, recordaría así al contingente guerrillero: “Yo estaba al firente de la microbrigada de trabajo voluntario de la revista Juventud Rebelde, en Alamar, un barrio de La Habana donde estábamos construyendo un edificio para los trabajadores de la revista. De repente llegó una guagüita con un contingente de argentinos. Me habían avisado de que era un grupo muy especial. Si mal no recuerdo, se habían fugado recientemente de una cárcel y no podíamos hacerles preguntas impertinentes ni permitir a los periodistas que les tomaran fotos, porque ellos pensaban continuar la lucha en su país. Esos días, principios de setiembre de 1972, había estado Silvio Rodríguez trabajando con nosotros y cantándonos, y recuerdo que Santucho y Osatinsky se habían aprendido de memoria esa canción de Silvio que se llama ‘Si tengo un hermano’.
” Santucho tenía un humor estupendo, y no me equivoco cuando digo que se distinguía de los otros argentinos. A pesar de que yo quería darle trabajos suaves, él insistía en cargar bloques de cemento, o ser el primero en descargar camiones con materiales de construcción. Ibamos al comedor y no quería ser el primero: le cedía el puesto a otro. En el grupo era como un imán. La atracción se centraba en él, era sin duda el principal dirigente, aunque también Marcos Osatinsky se le parecía. Trabajábamos de siete de la mañana a siete de la tarde. En las siestas, que desde que ellos estaban no dormíamos, Santucho parloteaba con nosotros. Era un devoto del Che, y sentía cierto orgullo infantil de que hubiera sido argentino. Era un americanista convencido, y soñaba mucho con una latinoamérica como Cuba, y nos ilustraba mucho sobre la situación de la Argentina, que nosotros conocíamos poco entonces. Tenía, también, una curiosidad desmesurada por todo. Quería aprovechar su estadía con nosotros, que no duró más de veinte días, para aprender lo que pudiera del oficio de albañil y de electricista. Su complexión era robusta y estaba sano, a diferencia de Fernando Vaca Narvaja que tenía una pierna fracturada – si mal no recuerdo- y lo teníamos enderezando clavos. Han pasado dieciocho años y se han borrado muchos detalles, pero sí recuerdo que era tan discreto que se hablaba de su mujer, asesinada en Trelew, y se sumía en un silencio doloroso. Su muerte nos conmovió.
Era el hombre noble del grupo. Y aunque en su vida de revolucionario haya hecho cosas dolorosas – cuántos de nosotros hemos tenido que tomar el fusil en nuestra vida nos parecía injusto que un ser tan generoso tuviera que morir.” Por el secreto que rodeó la permanencia del grupo en la isla –quedan apenas algunas fotos y reportajes que fueron reproducidos por la revista Bohemia- sólo se sabe que Santucho se entrevistó esa vez -la única con Fidel Castro. Que escuchó una vastísima exposición sobre la historia de la revolución cubana, y que habló en escasas oportunidades, como era su costumbre, para explicar su estrategia y tácticas políticas. Ya entonces Castro no simpatizaba con el cerrado antiperonismo del PRT, aunque respetaba las convicciones de Santucho y, sobre todo, su indomable visión guevarista. Esta tesitura de Fidel—que signará la historia de las relaciones con Santucho- pudo tener varias explicaciones: una, que los cubanos imaginaban semejanzas entre el Movimiento 26 de Julio y el movimiento peronista; otra, que Cuba y Argentina no mantenían relaciones diplomáticas desde el derrocamiento de Frondizi, cuando el gobierno argentino se había sumado al bloqueo dispuesto por la OEA a petición de EEUU, y Castro tenía la promesa de Perón de que, en caso de volver al poder, se normalizarían las relaciones bilaterales. Para la elaboración de este resumen se utilizó material de los libros ” Todo o Nada” de la periodista María Seone y de la recopilación hecha por el Cro. Daniel De Santis “A vencer o morir” Tomo 1 y 2.
El 22 de agosto de 1972 en la base naval Almirante Zar fueron asesinados 16 presos políticos que habían sido trasladados allí, seis días antes, luego de que se efectivizara una acción conjunta de las organizaciones Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros, que permitió la evasión de seis Jefes guerrilleros recluídos en Ia cárcel de Trelew quienes, tras abordar un avión civil previamente secuestrado por un grupo comando, lograron refugiarse en Chile, gobernado por el socialista Salvador Allende.

La Situación Hoy día en la Justicia

La Cámara Federal de Apelaciones de Comodoro Rivadavia ratificó el criterio del juez federal de Rawson, Hugo Sastre, al considerar que la Masacre de Trelew, como se conoce al fusilamiento de 16 presos políticos en la Base Almirante Zar en 1972, es un delito de lesa humanidad y por lo tanto es imprescriptible. En la causa hay seis marinos retirados procesados y un prófugo con pedido de captura desde principios de febrero: el teniente de navío Roberto Guillermo Bravo, sindicado como autor material de la masacre y dueño en Miami de la firma RGB Group, contratista del Pentágono y de distintas fuerzas de seguridad de los Estados Unidos. En el juzgado de Rawson calcularon que la traducción de todos los documentos probatorios en su contra solicitada por Interpol como requisito previo a la detención demorará no menos de dos meses. El 22 de febrero pasado (2010), tras las detenciones de los capitanes de navío Rubén Paccagnini y de fragata Emilio del Real, sus abogados Fabián Gabalachis y Gustavo Latorre plantearon que la causa por la masacre de 1972 había prescripto por “falta de acción” a los quince años de los hechos. Un incidente similar presentó la defensora oficial Mirta Seniow de Gando, que asiste al capitán de fragata Luis Emilio Sosa. El juez Sastre rechazó los planteos por considerar que se trataba de delitos imprescriptibles y el 10 de marzo procesó a cinco marinos. Ayer la Cámara Federal, que aún no se pronunció sobre las apelaciones a los procesamientos, confirmó ese criterio. Además de Paccagnini, Del Real y Sosa, los procesados son el contraalmirante Horacio Mayorga (los cuatro en el penal de Marcos Paz), el cabo Carlos Amadeo Marandino (en una comisaría de Rawson) y el capitán de navío Jorge Enrique Bautista (en el Hospital Naval).
El brigadier general Carlos Alberto Rey y el general Eduardo Ignacio Betti gozan de prisión domiciliaria. El juzgado espera una serie de informes forenses que determinarán si están o no en condiciones de ser indagados.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-103921-2008-05-10.html

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