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Los Originarios Argentinos

Argentina - Los Originarios Argentinos - Chaco

Zona actual Provincia de Chaco

Ocupaban la región del Chaco Oriental, integrando la familia lingüística guaycurú. Eran nómades, cazadores de venados, avestruces, pecaríes, tapires, tatúes e iguanas; también fueron recolectores. Pescaban con arco y flecha, arpones y lanzas. Eran altos y esbeltos. Vestían telas realizadas en telares con fibras de algodón y usaban tatuajes. Lucharon duramente junto a los abipones y fueron derrotados por el ejército ya bien avanzado el pasado siglo.

Se distinguen en este sector cuatro familias lingüísticas:

    • a) Familia Arahuak (o Arawak) Integrada por los chané.

 

    • b) Familia Tupi – Guaraní (o Chiriguano – Chané) Integrada por la fusión entre los chané y las corrientes migratorias de guaraníes producidas en el siglo XVI a nuestro territorio y tapietes

 

    • c) Familia Mataco Mataguayo: (o Mataco – Maccá) Compuesta por matacos (wichi), chorotes (mataguayos o yojwahas), chulupí (nivacklé o niwaklé), entre otros

 

    • d) Familia Guaycurú: (eyiguayegui; también mbayá o guaycurú en guaranítico) (gentilicio: Ococolot u Ococolovit) Integrada por tobas, pilagáes, abipones, mocovíes, mbayáes y payaguáes.

 

Chané Pueblo originario de la actual Paramaribo, Guyana holandesa que, hace 2.500 años y por razones desconocidas, abandonó su hábitat y migró hacia el sur, afincándose en el norte de Argentina (y Bolivia). Posteriormente (siglo XVI), fueron sometidos por los guaraníes (en lengua quechua: chiriguanos), estableciéndose una particular interacción. Localización en Argentina: Salta, Jujuy (Sus actuales descendientes viven en la comunidad de Tuyunti en la provincia de Salta)
El primer reconocimiento oficial de las comunidades indígenas de la región data de 1774, cuando el Coronel Matorras, Capitán General de la Provincia de Tucumán firma un acuerdo de paz con el Cacique Paikin en el cual se reconoce la soberanía de los pueblos indígenas sobre las tierras del Chaco. En los años 1825 y 1864, estos derechos fueron ratificados por tratados concluidos con el General Ferré, Gobernador de Corrientes. A pesar de estos Tratados, el Ejército Argentino invadió los territorios indígenas en el año 1885, durante la llamada “Campaña del Desierto El 19 de febrero de 1924, Marcelo T. de Alvear, Presidente de la República firma un decreto en el cual “se reserva para ser ocupada exclusivamente por los Indios Tobas del Norte la superficie de 150.000 has.
Ubicadas dentro de la Colonia Pastoril Teuco en el Territorio del Chaco”. En 1953 la ley de provincialización del Chaco indica que toda legislación vigente hasta ese momento en el territorio quedaría en vigor, sin embargo, la entrega no se efectiviza hasta casi 50 años después. Cabe aclarar, que 10.000 hectáreas de esa superficie ya habían sido entregadas en forma individual a familias indígenas del Espinillo, en 1979. En la década del 80, se intensifica la venta de tierras a terratenientes así como las autorizaciones de corte de los montes en el Interfluvio del Teuco – Bermejito.
En agosto de 1989, las 15 Comunidades Indígenas del Interfluvio del Teuco – Bermejito, autoconvocadas, se reúnen en una Asamblea en Lapelolé y se organizan para el reconocimiento de los derechos adquiridos, la defensa y recuperación efectiva de esas tierras, creando la Asociación Comunitaria Meguesoxochi del Teuco Bermejito. Fueron numerosas las solicitudes presentadas ante el Gobierno de la Provincia, el Gobierno de la Nación y las Naciones Unidas, con el apoyo de organizaciones de Derechos Humanos, indígenas, ecologistas y otras ONGs. En enero de 1991 el Gobierno de la Provincia del Chaco, reconoce mediante Decreto 116/91 del Gobernador Danilo Baroni, la vigencia del decreto del Presidente Alvear.
Desde entonces las presentaciones de la asociación indígena estuvieron centradas en conseguir la mensura de las 140.000 has y la reubicación equitativa de los criollos que viven en la zona. Organizaciones no gubernamentales, como interactions, indes, jum (Junta Unida de Misiones), han brindado apoyo y asesoramiento a las comunidades indígenas, durante 30 años. En la actualidad, alumnos de la Maestría de Desarrollo Social de la UNNE, brindan apoyo técnico a la Asociación Meguesoxochi; en particular interactions coopera en el fortalecimiento de la asociación indígena, la formulación de proyectos productivos y participativos y en la presentación de solicitudes de financiamiento ante organismos internacionales

Se ubicaban el centro del Chaco. Eran básicamente pescadores y recolectores, pero también practicaban la caza y la agricultura pero como actividades secundarias. Habitaban las regiones aledañas a los ríos Pilcomayo, Bermejo y Teuco.
La pesca se realizaba con arpónes de unos cuatro metros de largo Así como los representantes de la nación toba formaban parte del grupo guaycurú, los matacos (o wichí) (junto a la nación chorotí-tonocoté) integran el grupo que Serrano denomina mataco-mataguayo; sólo trataremos con intensidad en los párrafos siguientes la nación mataca, pues ella está integrada por tribus que poblaron el territorio de la actual provincia chaqueña. Con estas consideraciones, completamos la descripción de aquellas tribus de destacada importancia cuyos individuos vieron por vez primera la presencia del hombre blanco.
El área de dispersión del grupo matacomataguayo comprendía, según Serrano, el actual territorio de Formosa menos su región este gran parte del Chaco (especialmente a lo largo del Bermejo medio y superior), noroeste de Santiago del Estero y este de Salta y Tucumán; también abarcaba, en la República del Paraguay, los territorios cercanos al Pilcomayo. A veces, algunas tribus aborígenes o grupos de naturales que poblaron el Chaco antiguo como abuchetas, agoyas, ojotas, palomos, tentes, tenoas, etc., son incluidos en este grupo indígena .En realidad -señala Serrano- estas tribus o han desaparecido por completo o han cambiado su denominación. Centraremos ahora nuestro interés en las parcialidades que poblaron la llanura chaqueña.
De acuerdo a escritos de P. Osorio de 1628, los Matacos se dividían en cuatro grandes grupos, a saber: los Agoyaes, los Teutas, los Taynoaes y los Mataguayos. Esta subdivisión se mantiene en tiempos posteriores, sólo los nombres cambian con el correr de los tiempos: Noctenes para los antiguos “Taynoaes” que moran al pie de los Andes, entre la Cordillera de Pirapó y los ríos Pilcomayo, Piquirenda e Itiyuro; Vejoces para los antiguos “Mataguayos” de la zona de Embarcación y Orán; Guisnay o “Hoklay” para los antes llamados “Agoyaes” que tienen sus aldeas a lo largo de la ribera derecha del Pilcomayo, desde el paralelo 23º de latitud sur, hasta Puerto Irigoyen; y Montaraces para el grupo que vive en el interior de las tierras, y que posiblemente esté constituidos por los descendientes de los “Teutas”. Cada uno de estos grupos se subdivide a su vez en parcialidades, las que llevan el nombre de un animal, una planta o algún otro objeto
La Creación según los Matacos Cuentan los antiguos que en el principio del Tiempo las cosas eran tan distintas que en aquella época era la tierra la que se encontraba sobre el cielo. El problema fue que todos los desechos de la tierra comenzaron a caer sobre el cielo azul, dañando su inmaculada inmensidad, y sus habitantes se quejaron, pidiendo que las posiciones se invirtieran. El nuevo ordenamiento implicó reacomodar los vientos, las nubes y las aguas, y los seres que habitaban la tierra en el tiempo anterior se convirtieron en la humanidad-estrella. Tiempo después comenzó a crecer un gigantesco árbol de la vida que unió todos los niveles del mundo. Los hombres vivían en la tierra, pero les era permitido subir a la copa del árbol para obtener comida con la única condición de que la compartieran con aquellos que por su edad ya no podían trepar. Todo funcionó bien hasta que un día los jóvenes se volvieron avaros y no quisieron compartir su alimento con los abuelos, por lo que estos elevaron sus quejas a los dioses. El castigo no se hizo esperar, el jaguar celeste atacó al joven Luna y partes de su cuerpo cayeron sobre la tierra, desencadenando un gran incendio.
El gran árbol fue destruido, y los hombres que se encontraban en su copa se vieron obligados a permanecer en el cielo, donde aún recorren la Vía Láctea tras las huellas dejadas por los ñandúes cósmicos. Algunos hombres pudieron salvarse escondiéndose bajo la tierra, y cuando todo el caso terminó, un piadoso escarabajo abrió un agujero por el que pudieron volver a la superficie.
Pronto se dieron cuenta que muy pocos hombres habían quedado con vida, por lo que recurrieron al sabio Tokjuaj para qué les indicara cómo debían multiplicarse. Tokjuaj tomó una larga espina, con la punta sacó el semen que los dioses habían escondido en las verrugas del lomo del sapo, y lo puso en los hombres para que pudieran procrear. Luego les explicó que debían reunir su simiente en un gran cántaro de calabaza, y de allí nacerían los nuevos hombres.
Una noche los hombres comenzaron a notar que parte de lo que cazaban o pescaban les era robado. Esto se repitió durante varios días, por lo que decidieron dejar algunos animales como vigías, y así fue que el carancho les contó que unos extraños seres bajaban del cielo para robar la comida y luego escapaban trepando por las lianas, como si de arañas se tratase. El carancho dijo a los hombres que volaría y les mostraría el lugar donde había visto esconderse a los ladrones, así podrían disparara sus flechas hacia ellos. Así se hizo, pero algunos de esos seres celestes cayeron y se incrustaron en la tierra. Los hombres recurrieron al tatú y este, utilizando sus grandes uñas, cavó hasta poder sacarlos.
Todos se sorprendieron al ver a estos individuos que se llamaban a sí mismas “mujeres”. Sus rostros eran bellos, pero a diferencia de los hombres tenían dos bocas, una de las cuales se encontraba ubicada entre sus muslos. Uno de los hombres trató de acercarse, pero las mujeres huyeron a ocultarse en la selva, aunque el frío de la noche hizo que se aproximaran al fuego encendido en el poblado. Cuando abrieron las piernas para sentarse, Tokjuaj les arrojó una piedra mágica que hizo que se cayeran los dientes vulvares, y desde entonces los hombres y las mujeres pudieron unirse, dando nacimiento a niños y niñas.

La región del Chaco Salteño, conocida históricamente como Gran Chaco, comprende una extensa zona de América del Sur, integrada por las provincias de Formosa, Chaco, noroeste de Salta y Jujuy, noroeste de Tucumán y Santiago del Estero y norte de Santa Fé, desde el Pilcomayo hasta el Salado limitando con la cordillera oriental Boliviana y por el este con la línea de los ríos Paraguay y Paraná. Abarca el sureste de Bolivia, parte del Paraguay y noreste
El origen del término Chaco presenta polémica entre los investigadores, no obstante se acepta hoy generalmente la etimología del Padre Lozano quien encuentra raíces quechuas a la expresión. Así “Chacu” vendría a ser la multitud de naciones que pueblan esta región. Cuando salen a cazar los indios y juntan de varias partes las vicuñas y guanacos, aquellas muchedumbres juntas se llaman Chacu, que los españoles han corrompido en Chaco Hace algunos miles de años, los mataco-mataguayo deben haber ingresado al Gran Chaco desde las selvas cercanas al Amazonas, desarrollando su identidad cultural como parte de los ‘chaquenses típicos'” Magrassi.
La llegada del español, quebró la continuidad histórica de esa cultura. El foco realista más sólido se estableció en el Alto Perú, pero siempre hubo, en el ánimo de los conquistadores, el interés por llegar al litoral atlántico y lograr una más segura comunicación con el viejo mundo.
Ya a comienzos del 1500, Diego de Almagro había llegado hasta el sur del Chaco. La fundación de la ciudad de Salta por Diego de Lerma, fue un hito importante para consolidar el dominio de esas sabanas. Pero las que recorrieron por primera vez el entonces territorio wichí fueron dos expediciones bolivianas, la del Mayor Gabino Acha en 1844 y la del Dr. Daniel Campos.
Según datos aportados por los mismos, se calculó una población indígena, integrada por distintos pueblos, de alrededor de 40000 personas. Fueron simples expediciones de exploración. A esta política de expansión colonialista se sumó la presión ejercida por la consolidación del Estado Nacional (1853), que tuvo su punto culminante en 1880. La violencia conquistadora iba dando paso a la violencia económica. Se necesitaba extender la frontera agropecuaria y utilizar mano de obra barata.
El aluvión inmigratorio iba poblando el país. En 1884, la expedición del General Benjamín Victorica logra ese objetivo. Los aborígenes pierden su territorio, que pasa a quedar bajo la jurisdicción del estado, y se ven obligados a transformarse en ‘trabajadores en relación de dependencia’. Para consolidar el dominio se establecieron ‘fuertes militares’ que controlaron las más de 6000 leguas de territorio chaqueño desde 1870 a 1917. Una nueva expansión, en este caso más específicamente ganadera, se da en 1902 con la expedición de Domingo Astrada.
Comienza más la explotación intensiva de los bosques que proveyeron de durmientes la construcción de la red ferroviaria, sumando al despojo territorial la destrucción y depredación de los recursos naturales.
La Cultura aborígen Wichi está considerada corno una Nueva Cultura, formada por la fusión de los aborígenes Matacos, que actualmente habitan Chaco, Chaco salteño y Formosa.
Aculturizados de sus orígenes, toman elementos de aquellas comunidades con las que interactúan, y las incorporan a su propio Folklore de fusión. Sus primeros contactos los realizan con la llegada de la Iglesia Evangélica Asamblea de Dios Noruega, de ahí que parte de su idioma también posea vocablos de esta lengua. A partir de la adopción del Cristianismo Evangélico como su religión, comienzan a llamarse Wichis.
Los wichí son un grupo étnico que aún hoy persiste en el Chaco Salteño con algunas formas de vida que se remontan a las de los siglos XVI – XVII. Entre los pueblos que participan dentro de ésta clasificación, se encuentran los matacos, chorotes y chulupí, con características culturales semejantes, y a la vez con rasgos diferenciales que la antropología ha señalado científicamente. Los cronistas hispanos llegaron a considerarlos como pueblos “decidiosos y floxos…”(Filiberto de Mena), por su falta de aptitud para la tarea agrícola a la que los españoles estaban acostumbrados.
La organización social de la comunidad gira alrededor de la familia integrada por el padre, los hijos y los yernos, que viven en una misma vivienda (le hup). Y el conjunto de toda estas familias constituyen la aldea (le huet), de características precarias por su nomadismo o seminomadismo. Son fuertes los lazos comunitarios; a nivel individual existe una relativa desvalorización de su condición actual, conciencia de la superioridad del criollo y del blanco hacia quienes demuestra sumisión y desconfianza.
El aborigen al sentirse marginado reacciona con resignación ante su situación, aceptado la vida sacrificada que le ha tocado vivir; el contacto con la cultura criolla a producido una pérdida creciente de identidad cultural, moral, religiosa y comunitaria. El hombre actúa hacia afuera, la mujer hacia adentro, en ella se da un mayor mantenimiento de la identidad. Muchos de estos mitos son similares a los de sus vecinos, los tobas y los mocovíes, con quienes se relacionaban mediante luchas y alianzas temporarias. Esta obra incluye, entre otros relatos: El mundo subterráneo, Sipilah y los peces y Las hazañas de Tokjuaj.

Los Mocovíes habitaban originalmente al Oeste de las regiones ocupadas por los Abipones, entre éstos y los Lules. Cuando adoptaron el caballo lo utilizaron en el ataque de algunas poblaciones españolas generalmente uniéndose con otros pueblos aborígenes. En el Siglo XVIII, al ser rechazados por los españoles se desplazaron hacia el Sur, llegando en sus ataques a la ciudad de Santa Fe, en cuyas cercanías, se fundó una reducción de los mismos.
En la actualidad sus asentamientos se encuentran al Norte de Santa Fe y en el centro y Sur del Chaco.
Esta parcialidad de la familia de los guaycurúes, muy numerosa por cierto, en el siglo XVIII. Su hábitat estaba ubicado al oeste del sitio ocupado por los abipones, o sea entre estos y los Lules sobre los márgenes del Río Bermejo, extendiéndose luego desde el norte hacia el sur, hasta la zona norte de la provincia de Santa Fe, donde se fundó la misión de San Francisco Javier. Los mocovíes muestran desde el siglo XVII hasta mediados del siglo siguiente una tendencia constante a la migración del norte hacia el sur que debemos relacionar con la introducción del caballo.
Físicamente los mocovíes eran y son muy parecidos a los tobas; musculosos y de estatura promedio 1,64 m. Acostumbraban a horadarse los lóbulos de las orejas. Allí ostentaban adornos diversos, gustando también de adornos labiales o “tambetà”. Algunas costumbres de los antiguos mocovíes eran por ejemplo la cacería de los pecaríes, los cuales eran acorralados con la ayuda de los perros y luego ultimados a golpes de macana. Las armas utilizadas para la caza eran por lo general el arco, y la flecha, además la lanza y la macana (maza de madera). La caza se efectuaba en forma individual o colectiva y no tenía una época determinada. En toda familia había un individuo dedicado a esta actividad.
También recogían grandes cantidades de langostas que les servía de alimento, ya sea tostadas al fuego o cocinadas en una olla con un poco de agua.
La pesca ocupaba un lugar importante en la economía de aquellos pueblos que habitaban a orillas del río Bermejo.
Los mocovíes eran pueblos que vivían también, de la recolección de frutos como la del algarrobo y que disputaban entre sí la zona de caza y pesca. La alfarería estaba difundida entre los mocovíes. Las mujeres, generalmente, eran las encargadas de esta tarea. Empleaban el procedimiento del rodete en espiral, fabricaban piezas de forma subglobular de amplio cuerpo y cuello estrecho, con dos asas pequeñas por donde pasaba el hilo que servía de sostén.
En cuanto al armazón de las viviendas de los mocovíes consistían tradicionalmente en ramas enconadas que se cubrían con paja dejando un espacio abierto para la entrada. Posteriormente se adopta, tal vez por vía de préstamo, el caballete como elemento principal sobre el cual se asentaban el ramaje o la paja. La altura máxima de estas viviendas no alcanza 1.80 metros. La cama era un cuero tendido en el suelo.
Los mocovíes admitían la existencia de un ser supremo a esta divinidad no se le rendía ningún culto. La religión estaba dominada por las ideas del animismo y la magia. Todos los seres o cosas de la naturaleza poseen alma o están animadas por un espíritu que es concebido con capacidad de acción y con móviles humanos.
No le rendían culto a los fenómenos naturales ni a los astros. Solo llegaron a personificarlos y atribuirles poderes benéficos o maléficos para el hombre. Por ejemplo, celebraban con fiestas la aparición de la constelación de las Pléyades en el horizonte, y la aparición de la luna nueva, hechicero o shamán era un personaje importante dentro de la tribu y el intercesor ante los espíritus que gobernaban las fuerzas naturales. A estas les dedicaban ceremonias para implorar buen tiempo, lluvias, buena fructificación, etc.
Los mocovíes, Como los tobas y los pilagás, pertenecen al grupo guaycurú y son unos 7.500 en todo el país, con principales comunidades en Santa Fe y sur del Chaco. No poseen tierras en su mayoría y sus principales asentamientos en la provincia están en Colonia Pastoril (Villa Angela), Las Tolderías (Charata), San Bernardo y La Tigra. Muchos viven dispersos en la periferia de las ciudades o zonas rurales, aunque tienen organizaciones junto con las otras etnias para hacer sentir sus reclamos. Tienen una economía de subsistencia, trabajan como peones rurales, hacheros, cosecheros y empleados en aserraderos y municipalidades. Los que disponen de un pedazo de tierra realizan minicultivos de algodón, hortalizas, maíz. Algunos hacen artesanías que malvenden o cambian por ropa usada o comida. A pesar de la aculturación, se identifican como mocovíes con sus formas de ser, pensar y hacer. Muchos hablan su idioma y actualmente hay un fuerte movimiento de recuperación cultural.
Hace unos años atrás se cumplieron cien años del último malón (un malón, es la irrupción inesperada y violenta de indígenas).Hace muy poco leí un libro que lo relata, y quede impresionado con la fecha en que este ocurrió, el 21 de abril de 1904 y si bien este fue el último, posteriormente se siguieron registrando escaramuzas.
Lo interesante de esto es que siempre que se habla de la “guerra” contra el indio en Argentina se menciona solamente la relacionada con la conquista del desierto. Sin embargo la frontera norte con el indio fue avanzando muy lentamente y no terminó sino hasta entrado el siglo XX.
Los responsables del malón fueron los indios mocovíes, quienes incitados por los “tatadios” (que son los chamanes de la tribu) y por supuesto por le excesiva explotación del hombre blanco, se lanzaron sobre el pueblo de San Javier (provincia de Santa Fe).Fue una carga de caballería sobre el pueblo de un centenar de indios armados con lanzas, cuchillos y algunos que otro rifle. Por su parte la defensa del pueblo (que estaba prevenido) contaba con unos siete grupos de hombres armados sobre las terrazas de lagunas casas (el puesto mas importante fue el campanario de la iglesia y la comisaría).Demás esta decir que el resultado fue una carnicería, con varios indios muertos y heridos (no hubo bajas por parte de los defensores). Si bien mucho de los heridos fueron recuperados por los mocovíes algunos otros fueron capturados y posteriormente llevados a la capital para ser atenidos y por supuesto exhibidos como trofeo-rareza.
La carga de caballería terminó cuando cayó el último tatadios, recién ahí los indios se retiraron. Y al día siguiente se inicio la persecución, de la que no tengo datos, pero seguramente se tuvieron que haber cobrado numerosas vidas.
Actualmente en San Javier viven escasos aborígenes mocovíes de aquella tribu de 1904, muchos de ellos, emigraron a Colonia Dolores, San Martín Norte y Recreo donde, tratan de salvar sus raíces organizados en comunidades.”San Javier acababa de fusilar en sus calles todo ese poético pasado que lo llenara de un romántico prestigio.” información sacada de: “El último malón de los indios Mocovíes”, Mario Daniel Andino

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