Los Originarios Argentinos
Zona actual Provincia de Tierra del Fuego
- Los yamana o yaghanes
Los SELK’NAM (llamados ONA por los Yámana) llegaron a la Isla Grande de Tierra del Fuego (KARUKINKA: “la última tierra de la gente”) desde el Norte, no se sabe exactamente cuando, aunque en el Norte de la isla hay restos culturales de hasta 10.400 años de antigüedad.
La organización social comprendía grupos de familias emparentadas que habitaban territorios propios (HARUWEN), a través de los cuales se desplazaban en busca de alimento. Los grupos solían reunirse cuando la caza abundaba en los meses cálidos y dispersarse en el invierno. Eran motivo de reunión también la presencia de alguna ballena varada o la realización de ceremonias, que los congregaba en gran número. No reconocían un jefe permanente, pero mantenían jerarquías bien establecidas: LOS CHAMANES (XO’ON) médicos-hechizeros; LOS SABIOS (LAILUKA) depositarios de la tradición mitológica; LOS GUERREROS (K’MAL) a quienes se respetaba por su edad madura y sus consejos respaldados por la experiencia.
Cuando a partir del siglo dieciocho comenzaron a naufragar barcos europeos en las islas fueguinas, los selk’nam rápidamente aprovecharon sus restos; en particular el vidrio de las botellas, que reemplazó al pedernal con que hacían sus flechas. Incluso no tardaron en descubrir que si lo calentaban con su aliento disminuía su fragilidad y podían recuperarlo intacto después de cazar alguna pieza (lo que era sumamente práctico pues no podían darse el lujo de desperdiciar las flechas).
Pero ese regalo del mar estaba envenenado: tras aquellos barcos comenzaron a llegar otros. Primero los de los loberos, que acabaron pronto con el principal alimento de yamanas y alakalufes (además de “dejarles” varicela, tuberculosis, alcoholismo y otros males que los llevaron a una rápida extinción). Después -a partir de mediados del siglo pasado- los de los buscadores de oro y criadores de ovejas, quienes exterminaron a los selk’nam. (“Se les ha quitado la tierra de sus padres -escribió en 1898 Roberto Payró-, y lo que es peor… los nuevos pobladores les han ahuyentado las focas y diezmado los guanacos, dejándolos en la indigencia, y luego los matan si se atreven a robar una oveja para comer.”).
La infamia no tuvo límites: algunos hombres organizaban redadas y llevaban a Europa a sus prisioneros como espectáculos de circo. Entre ellos, un tal Maurice Matre se llenó los bolsillos con un grupo de niños y adolescentes selk’nam presentados como “caníbales”, enjaulados y alimentados con carne cruda que les arrojaban para diversión y espanto de quienes visitaban la Exposición de París de 1889.
Por esos años también comenzaron a llegar a Tierra del Fuego misioneros católicos y protestantes. Algunos salesianos supieron acercarse a ellos con respeto; el pastor Lucas Bridges les dio trabajo y protección en sus estancias. Pero la actitud de otros fue más intransigente y varios terminaron muertos por los selk’nam.
El padre Martín Gusinde (1886-1969) hizo varias expediciones: entre 1918 y 1919 convivió con los selk’nam, entre 1919 y 1922 con los yamanas y entre 1923 y 1924 con los alakalufes. Gusinde era sacerdote, pero además etnólogo y -sabedor de que en poco tiempo no quedaría ninguno vivo- se preocupó por documentar la vida cotidiana de esos pueblos: su trabajo como fotógrafo le valió el apodo selk’nam de Mankancen, “cazador de sombras”.
“En la soledad del confín de la tierra -escribió después-, han vivido felices y contentos por siglos hombres con la forma de vida más simple; las generaciones se iban sucediendo en su modo de vida inalterable, vital y potente. Muchos eslabones podían haber prolongado esta cadena. Hasta hace poco el indio nunca había servido de estorbo para nadie en el mundo. Un puñado de ávidos europeos quiso acumular riquezas temporales. Apenas les alcanzaron cinco décadas para borrar, sin dejar rastros, al milenario pueblo indígena. ¡Ése es el destino del mal comprendido pueblo selk’nam!”.
Los textos de Gusinde fueron editados en alemán y sólo hace unos pocos años en español. Pero sus fotos están ahí, algunas expuestas durante este mes en la galería de la empresa Agfa Argentina, como último registro poco antes de la masacre definitiva.
Eran los fueguinos lo más bajos de estatura, de 1,44 a 1,64m, de tronco, hombros y brazos muy desarrollados frente a sus enclenques piernas. Tampoco estaban acostumbrados a caminar que en la tierra se tenían siempre sobre una pierna, luego cambiando por la otra, torpes, sin poder mantenerse quietos, caminando inclinados hacia delante, incómodos, inquietos.
Usaban arpón, lanza y honda, esa con una destreza tremenda. No usaban el arco. Dice Lucas E.Briges: “Para cazar pájaros y pescar, los yaganes usaban arpones de punta de hueso, a veces de mas de treinta centímetros de largo, con muchas barbas. Para despegar mariscos, lapas y a veces para buscar cangrejos, usaban arpones de madera de cuatro puntas firmemente unidas a la vara. Pero para cazar mayor utilizaban un gran arpón de hueso de cuarenta centímetros de longitud, provisto de una enorme púa y fijado en una ranura, medio suelta, en el extremo de una sólida caña de unos cinco metros de largo, bien pulido y terminado en punta.
Al arpón estaba atada una correa firmemente sujeta a la caña a la altura del tercio de su largo, del lado de la púa, de manera que cuando el arma entraba en el cuerpo de la foca, de la marsopa y alguna vez en el de una ballena diminuta, y el animal se lancía mas adelante, la caña se soltaba y, arrastrada por la correa, giraba formando ángulo casi recto con la dirección en que nadaba la víctima, cuya velocidad, por consiguiente, se reducía mucho y permitía al perseguidor alcanzar en su canoa al exhausto animal y atravesarlo con otros lanzazos que ponían fin a la lucha.”
“Las mujeres tenian métodos propios para pescar. Usaban sedales hechos con sus propios cabellos trenzados; cerca de la carnada ataban a la caña una piedra perfectamente redondeada con una pequeña ranura hecha ex profeso para sujetar la línea. La canoa, sólidamente amarrada a una mata de algas, tenía una borda al nivel del agua, sobre cual las mujeres tendían sus cañas. Usaban como carnada colas de pececillos, y una vez engullida por la infortunada víctima, la caña era recogida sin sacudidas. Inconsciente del peligro y sin querer abandonar su alimento, el pez se prendía en el, y en cuanto estaba a algunos centímetros de la superficie la diestra mano de la pescadora lo agarraba y lo depositaba en la cesta destinada a ese objeto. […] Para pescar peces como el pejerrey y el róbalo tenían otro sistema.”
Las conchas mas que comida también les servían para hacer herramienta.
A pesar de que ninguno de los pueblos fueguinos ha practicado alfarería, ni tejidos, los yamanas eran los mejores cesteros.
Los yamanas, como los alakalufs, mantenían permanentemente un fuego en su canoa (sobre un poco de arena). Si se apagaba el fuego, el riesgo era de una muerte por el frío. Hacer el fuego era una de las primeras tareas que hacían cuando en tierra.Cuenta Lucas Bridges: “Los fueguinos cumplían muy estrictamente ciertas practicas sociales y, aunque el robo y la mentira eran moneda corriente, se consideraba como una ofensa mortal culpar a alguien de mentiroso, ladrón o asesino.”
Economía, Los Yámanas eran excelentes artesanos que supieron adaptarse al suelo y al clima que habitaron. Pese a los escasos recursos materiales desarrollaron notable variedad de utensilios y herramientas. Toda persona confeccionaba con sus propias manos y por sí solo, lo que necesitaba en cuanto a bien material. Apreciaban la habilidad y destreza en el trabajo; difícilmente fabricaban objetos para el trueque, pues todos los esfuerzos se dirigían a cubrir las propias necesidades.
Los objetos se construían principalmente de madera, hueso y valvas, sin hacer uso destacado de la piedra ni el mineral de cobre que abundaba en la región. También realizaban cestería con juncos. Si bien eran objetos pocos vistosos estaban dotados de elevada precisión para el uso.
La cestería era la actividad dedicada a la mujer, que en sus ratos libres realizaba con gran destreza. Utilizaba tallos verdes de juncos que luego de un tratamiento de calor y ablandado adquirían la flexibilidad necesaria para el trenzado. Existían tres tipos de trenzado. Los cestos se utilizaban para la recolección de mejillones, caracoles bayas y frutas y siempre disponían de gran cantidad para su uso.
La preocupación vital del indio giraba en torno al alimento necesario, esto constituía el único y efectivo trabajo. Los lobos marinos significaban en toda época y región un suplemento de gran importancia para los Yámanas. Cuando la caza se realizaba en la playa, atacaban al animal provisto de un garrote o roca mediana. En el agua se los atacaba desde el bote con un arpón de punta desmontable.
La ballena: atacaban a este poderoso animal cuando enferma o cansada se acercaba a la costa empujada por las olas. La enfrentaban desde las canoas, arrojándole todas las armas de que disponían causándole muchas heridas hasta desangrarla.
Las aves: de entre la abundancia de aves de la región los Yámanas prefirieron los Pingüinos y Cormoranes, Ocas silvestres y Gansos marinos. Los mataban a veces con hondas, con arcos y flecha, dardos, lanzas y trampas.
La canoa Para los desplazamientos en busca de alimentos no emprendía marchas por tierra firme, prefiriendo el uso de la canoa para viajar a lo largo de la orilla o de una isla a otra. Los viajes continuos eran imprescindibles y por eso pasaban la mitad del año navegando.
La canoa estaba compuesta de tres trozos de corteza de árbol cosidas entre sí que le daban la forma y reforzada por una estructura liviana de varillas de madera. La canoa la construía el hombre, y pertenecía a la mujer, quien la tenía bajo su cuidado. Durante el viaje el hombre iba acurrucado en la parte delantera junto a sus armas, aparejos de pesca y arpones. En la parte central, más honda, se encontraban los niños quienes cuidaban del fuego que llevaban encendido sobre una base de tierra y conchillas. La mujer ocupaba la popa, impulsaba y timoneaba la embarcación sosteniendo con ambas manos el único remo.
Arpón Para alimentarse dependían en gran parte de las focas y lobos marinos, que se encontraban en manadas numerosas en las rocas e islas y canales del lugar. Para cazarlos usaban arpones, armas arrojadizas de asta pesada y recta de unos 3 metros de largo. El Pequeño Arpón: La punta del arpón es de hueso de costilla de ballena. Para el armado se introduce por presión en la muesca del asta de madera de manera que luego pueda soltarse, quedando sujeta al asta por una correa de cuero de unos 70 cm.
Al penetrar la punta en el cuerpo, esta se separa y el asta queda libre entorpeciendo y frenando la huida del animal. El Arpón Grande: el principio de acción es el mismo que para el pequeño arpón. El mayor tamaño de la punta se debe a que se utiliza para la captura de animales grandes (Ballenas, Lobos marinos) que poseen una gruesa capa de grasa que es necesario atravesar para que el arpón se afirme. El Venablo: arma arrojadiza, similar al arpón, para la caza de aves y peces. De punta fija dentada y asta de unos 3 metros. Es un arma liviana de punta doble para cazar peces y simple para aves.
La vivienda dado que la economía se basaba en la caza y la recolección, la familia estaba en constante desplazamiento, no asentándose más de algunos días en cada lugar. Sus viviendas correspondían a estos hábitos, brindando una protección pasajera y el mantenimiento del preciado fuego. Según la zona construían dos tipos de vivienda:
- Choza conoidal: Uso en zonas secas y abiertas. La estructura constaba de 10 a 12 troncos finos de unos 2 mts. de altura clavados en tierra e inclinados hacia el centro, esto permitía una rápida expulsión del humo por la abertura superior. Los huecos se cubrían con tierra, raíces y manojos de algas secas y corteza.
- Choza abovedada: uso en zonas boscosas y húmedas. De pareja distribución del calor y rápido secado interior. La estructura constaba de un trenzado de tronquitos delgados clavados en tierra, cubiertos con pieles en invierno y tierra y hojas en verano.
Vestimenta pese al rigor del clima de la zona que habitaban, los aborígenes usaban escasa vestimenta. La prenda esencial constaba de una capa corta que les cubría la espalda (Tuweaki) sujeta por una correa alrededor del cuello, generalmente confeccionada con un trozo de cuero de León marino o Guanaco, con el pelo hacia afuera, lo que la hacía impermeable. Tanto hombres como mujeres usaban un taparrabo (Masakana) de forma triangular o rectangular que sujetaban a la cintura por una correa. Se untaban permanentemente el cuerpo con aceite de pescado y grasa de animales marinos para protegerse la piel de la acción del clima. Al contrario de la escasa vestimenta abundaban los adornos y ornamentos con los que ambos sexos se ataviaban sin distinción.
Sociedad en la sociedad Yámana encontramos una extrema dispersión social ya que el grupo se constituía por unas pocas familias aisladas. No tenían jefes aunque los ancianos y hechiceros ejercían una gran influencia. Creían en un ser supremo, WATAUINEWA, el Anciano, creador de lo conocido y en numerosos dioses y espíritus. Los ritos de iniciación de la pubertad de varones y mujeres, eran de importancia fundamental, y constituían algo sagrado y obligatorio, accesible sólo a los miembros de la tribu. Además de significar un adiestramiento y una severa educación para los jóvenes, era una celebración que los adultos disfrutaban especialmente. Tenía un enorme significado para la supervivencia del orden social, ya que en esta ceremonia los jóvenes adquirían todos los derechos del adulto, entre ellos el de casarse y formar una nueva familia. Más adelante, los varones recibían una formación especial que abarcaba la totalidad del patrimonio espiritual e imaginativo de la tribu.
Ello se lograba a través del KINA, ceremonia secreta mediante la cual los hombres aspiraban a recordar a las mujeres su superioridad sobre ellas. El KINA, basado en la utilización de disfraces y la dramatización de las creencias y mitos de la tribu, era similar a la ceremonia del HAIN que celebraban los ONAS o SELK’NAM de Tierra del Fuego.