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Sucesos Argentinos
1536 - 1851

Argentina - Sucesos Argentinos - 1536 - 1851 - Buenos Aires

Zona actual Provincia de Buenos Aires

Pedro de Mendoza fue el primer adelantado del Río de la Plata, 1536-1537; primer fundador de la ciudad de Buenos Aires. Nació en Guadix, España, de noble y acaudalada familia, poco se conoce acerca de la primera parte de su vida, educación o carrera; según rumores habría amasado su fortuna en el saqueo de Roma, pero aparentemente nunca tuvo mando militar.
Era una conocida figura en la corte de Carlos V; cuando el emperador decidió ocupar las tierras exploradas por Sebastián Gaboto y Diego García, y abrir una ruta terrestre a través de la región del Río de la Plata, desde el Atlántico hasta el imperio incaico, que estaba siendo conquistado por Francisco Pizarro, Mendoza solicitó y obtuvo el codiciado contrato para la expedición; firmado el 21 de mayo de 1534; pocas horas después del otorgado a Diego de Almagro para la conquista de Chile, el contrato concedió a Mendoza el título y privilegios de adelantado, incluyendo la designación de gobernador y capitán general vitalicio, de la región del Río de la Plata extensivo a través del continente hasta incluir alrededor de 200 leguas a lo largo de la costa del Pacifico, comenzando donde terminaba la jurisdicción otorgada a Almagro (geográficamente confusa).
Debía colonizar las tierras fundando ciudades, especialmente a lo largo de la costa del Pacífico, una vez abiertas las rutas terrestres, y convertir a los indios al cristianismo; se le prometió un condado y un estipendio anual de dos mil ducados y dos mil adicionales, ambos sufragados por las utilidades devengadas por la empresa; el proyecto obtuvo de inmediato apoyo general y voluntarios, de entre quienes, uno de los primeros en solicitar su participación fue el veterano navegante del Río de la Plata, Diego García, que capitaneaba su propia carabela
La partida se demoró alrededor de un año debido a la enfermedad de Mendoza, pero salió de Sanlúcar el 24 de agosto de 1535 con once navíos, aproximadamente mil doscientos hombres (las cifras difieren según los informes) incluyendo alrededor de cien alemanes -Carlos V había especificado que debían incluirse extranjeros-; Diego de Mendoza, hermano del adelantado, navegó como almirante y los cargos más prominentes fueron desempeñados por notables: Juan de Ayolas, Domingo Martínez de Irala, Juan de Salazar, Gonzalo de Mendoza, Francisco Ruiz Galán-; destinados a ser llamados conquistadores, o padres fundadores en los albores de la historia del Plata; fueron también transportados cien caballos, cerdos, aves de corral y herramientas, implementos, provisiones y equipos para facilitar un asentamiento permanente; la escuadra se detuvo en las islas Canarias y de Cabo Verde para reabastecerse de provisiones y refuerzos.
Llegó a Río de Janeiro a fines de noviembre de 1535; otra vez enfermo, Mendoza delegó la responsabilidad en Juan de Osorio, su segundo comandante; inculpaciones llegadas a Mendoza contra acciones de Osorio tuvieron como resultado la inmediata ejecución de éste, actitud considerada generalmente como precipitada, mal aconsejada e ilegal, con efecto desmoralizador sobre toda la expedición; luego de dos semanas en Río de Janeiro las embarcaciones prosiguieron viaje rumbo al Río de la Plata.
A principios de 1536 Mendoza iniciaba su expedición río arriba y el 2 de febrero, sobre la margen meridional fundó el primer asentamiento en el Río de la Plata-; Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Aire (Buenos Aires); se construyó una iglesia, la residencia del adelantado y viviendas hechas con una mezcla de barro y paja (no se disponía fácilmente de madera y piedra); los indios querandíes, (alrededor de dos mil en las cercanías) se mostraron amistosos durante cierto tiempo, intercambiando productos de la caza y de la pesca por mercancías comerciables españolas, pero desaparecieron luego; hambrientos españoles enviados para encontrarlos retornaron maltrechos y sin alimentos; con la supervivencia en peligro, Mendoza destacó una expedición punitiva contra los aborígenes, conducida por Diego de Mendoza, y constituida por trescientos lanceros y veinte jinetes; éstos sufrieron una desastrosa derrota a manos de los indios el 15 de junio de 1536 en las márgenes del río Luján (así llamado por Pedro Luján, uno de los españoles muerto en el lugar.
Los caballos se atascaban en las zonas pantanosas, mancados por las boleadoras; alrededor de treinta españoles murieron, incluso Diego de Mendoza; a partir de entonces los españoles se defendieron a duras penas en Buenos Aires, viviendo en constante temor de los ataques indios, con antorchas y flechas encendidas para destruir sus viviendas; se estaba a la espera de noticias de las exploraciones de Ayolas que había ido en busca de una ruta hacia el Perú, así como de un lugar mejor para acampar y proveerse de alimentos y se aguardaban asimismo víveres del Brasil.
Mendoza, moribundo, delegó el mando del poblado al capitán Francisco Ruiz Galán hasta que Ayolas regresara para reasumir el mando y partió para España; murió en el mar el 23 de junio de 1537; dejó tras él a conquistadores que finalmente llevarían a cabo los términos del contrato; explorar y colonizar el país -desde la base en Asunción (Paraguay), capital del Río de la Plata durante los primeros ochenta años-, hallar las ansiadas rutas que habrían de conectar las colonias españolas del Pacifico y del Atlántico en América del Sur; los caballos (sobrevivieron setenta y dos en el viaje de un total de cien), dejados atrás cuando el remanente de los pobladores del asentamiento de Mendoza en Buenos Aires se trasladó a Asunción (1541), se multiplicaron rápidamente en las pampas y jugarían un papel trascendental en la sociedad y economía criollas, al igual que en la transformación de dispersos indios nómades de las pampas en bandas bien montadas de jinetes que vivían del saqueo a los asentamientos españoles

Ya en 1516, Juan Díaz de Solís fue el primer europeo que avistó el río de la Plata, al que bautizó Mar Dulce. Además de un paso al Mar del Sur (océano Pacífico), creyó ver en sus fangosas aguas una vía de acceso a las fabulosas riquezas de los reinos de Tarsis, Ofir y Cipango, que, según las leyendas desbordantes de oro y plata, se levantaban hacia el Noroeste. Su intento de desembarcar en la margen oriental del río le costó la vida a manos de los indios charrúas.
Cuatro años más tarde, los expedicionarios al mando de Hernando de Magallanes incursionaron por el entonces rebautizado Mar de Solís y comprobaron que el río de la Plata no conducía al pacífico ni a ningún futuro áureo. No obstante, en 1526, con renovado optimismo, Sebastián Gaboto volvió a estas márgenes y estableció el que sería nombre definitivo de las aguas: río de la Plata. Retornó a España convencido de que este río era la vía segura hacia la mítica Ciudad de los césares. Unas pocas muestras de oro y plata que obtuvo de los indígenas y que llevó consigo bastaron para convencer a la Corona española de que el río de la Plata no llevaría este nombre en vano
La ciudad de Buenos Aires recibió este nombre en homenaje a Nuestra Señora de los Buenos Aires, advocación de la Virgen María originaria de Cagliari, Cerdeña, posesión en esa época de la corona de España, y cuyo culto como protectora de los navegantes era muy difundido entre los marinos del Mediterráneo.
Si bien en sus comienzos se la nombró como Ciudad de la Trinidad, Puerto de Santa María del Buenos Aires, poco a poco fue imponiéndose este último nombre, hasta hacer omitir el de la Trinidad que le otorgara Garay. Su primera fundación fue efectuada por Pedro de Mendoza el 2 de febrero de 1536, pero este primer intento de establecer un fuerte en Buenos Aires fue abandonado cinco años más tarde, fundamentalmente por los conflictos con los nativos.
En enero de 1536 llega al Río de la Plata una fuerte expedición de 1500 hombres y unas pocas mujeres. Esta expedición española venia a fundar una población y a conquistar la zona del plata, tenían la intención de encontrar las tierras del mítico Rey Blanco y la legendaria Sierra de la Plata, que tanto había comentado Caboto a la vuelta de su viaje por estos pagos. Otro fin que no les interesaba tanto era el de obstaculizar la expansión portuguesa
La expedición estaba al mando de don Pedro de Mendoza, el pobre tenía una sífilis bastante avanzada. Desde la Banda Oriental envía cinco pilotos para reconocer y estudiar la otra orilla, la nuestra, el mejor lugar para fundar una población en caso de ataque portugués, ya que tendrían que cruzar el río. En el lugar elegido fundaron un fuerte, con un cerco de barro que según Ulrico Schmidl (soldado de la expedición) había que reconstruirlo cada mañana.
Trabaron relación con los indígenas. Los principios buenos, pero más tarde los querandíes se cansaron de las exigencias de los españoles, los cuales pretendían que les llevasen comida todos los días. Luego de una emboscada de los querandíes, los españoles devolvieron la matanza en la batalla de San Juan, donde murieron muchos y a la cual siguió el sitio de Buenos Aires por los querandíes. Esto creo dificultad en conseguir alimentos, de los cuales estaban escasos. Los conquistadores pasaron mucho hambre, hasta el punto de comerse los zapatos y llegando a comerse los cuerpos de los muertos.
Unos soldados fueron ahorcados por matar y comer un caballo, a la mañana siguiente les faltaban las piernas, que muchos habitantes de la ilustre población se llevaron a sus chocitas con techo de paja y paredes de barro. El asedio concluyo, pero no por que los españoles vencieran, el único vencedor fue el hambre, que ataco también a los querandíes los cuales abandonaron la presa. Esto le dio un respiro a Buenos Aires, pudieron comenzar conseguir alimentos. Don Pedro sintiéndose morir, según cuentan en las noches se quejaba sin parar, se embarca hacia España, pero no llegara ya que muere en el camino. El 23 de junio de 1537 es arrojado al mar.
Mientras pasaba todo esto se había fundado una ciudad al norte en la cual había abundancia de alimentos proporcionados por los guaraníes. La ciudad era la actual Asunción. Buenos Aires no tenía mucho porvenir.
El veedor Alonso Cabrera, que según algunos estaba loco, ordenó despoblar Buenos Aires y mudar a sus habitantes a Asunción. Esto ocurría en 1541. Los habitantes de Buenos Aires se resistieron a hacerlo, ya que habían podido sembrar y no les iba mal. Domingo Martínez de Irala, el ejecutor de la orden, fue implacable. Quemó la fortaleza (un barco encallado que hacía de tal), la iglesia y las pocas casas que había. Para que los navegantes supiesen adonde se habían mudado los pobladores, Irala hizo levantar unos mástiles con cartas dentro de calabazas. En estas cartas indicaba lo que había sucedido, donde estaban y como llegar.

La Sífilis en la Primera Buenos Aires
La sífilis o lúes tomó gran protagonismo a partir del descubrimiento de América y por algún motivo se relacionó con la primera fundación de la Ciudad de Buenos Aires. Eran los albores del siglo XVI y la Corona de España, que pugnaba con su vecina Portugal por los dominios del nuevo mundo recientemente descubierto por Colón, decide el envío de una flota a los fines de consolidar sus posiciones en estas latitudes, siendo designado al mando de esta expedición el Adelantado Don Pedro de Mendoza. Qué llevó a Pedro de Mendoza, gentil hombre de corte, a embarcarse en tamaña aventura?
Tomando como referencia una reconocida e importante corriente historiadora argentina, no fueron la fama o la riqueza (de las que disfrutaba sobradamente) las que movieron al Adelantado a realizar el viaje al Río de la Plata, sino la cura de la mortal enfermedad (para la época) que padecía. Don Pedro de Mendoza estaba enfermo de lo que por entonces se conocía como “bubas morbos fallicus”, “enfermedad de las Indias”, “malatia”, “mal de Nápoles”, “paturra”, “mal serpentino”, etc.
Aún teniendo en cuenta los cambios que pudieran darse, en las características clínicas y evolutivas de una enfermedad hace casi cinco siglos, no resultaría descabellado pensar que Mendoza cursaba lo que hoy se conoce como período terciario de su afección, padeciendo ya un avanzado estado de parálisis general progresiva, pues de acuerdo a crónicas de esa época, fue llevado en camillas hasta el alcázar de Toledo a firmar las capitulaciones, documento que entonces le confería poder sobre la empresa. Durante la travesía marítima hacia América fueron muy pocas las veces en que abandonó su camarote, haciéndolo casi siempre en compañía de su médico personal, Hernando de Zamora.
Aunque Mendoza hubiese ansiado más riquezas u honores de los que ya poseía, no era éste el momento, con su precaria salud a cuestas, para intentarlo. Lo lógico era pensar que un hombre profundamente cristiano como él, se encerrara en su propiedad cerca de Guadix (donde había nacido), a esperar la muerte entre novenas y limosnas o emprender en litera, una peregrinación a la tumba del apóstol Santiago de Compostela en busca de un milagro. Cuál pudo ser entonces, el motivo del viaje?
Alguien en la actualidad, podría pensar que el treponema había comenzado a causar estragos en el cerebro de Mendoza, llevándolo a emprender tamaña empresa en tan deplorable estado de salud; pero también se sabe que, por entonces, existía la creencia que uno de los remedios de la sífilis (aparte del mercurio) era el guayaco, guayacán o palo santo, árbol que crecía en ciertas regiones de Centroamérica. Actualmente, quienes hayan tenido la suerte de visitar las paradisíacas playas de República Dominicana (primer lugar de América al que arribó Colón) probablemente hayan sido convidados con una bebida típica hecha a base de ron y que lleva, entre otros componentes, maderas de guayaco.
Los dominicanos denominan a esta bebida “mamajuana” y le atribuyen múltiples propiedades terapéuticas y estimulantes; no sería de extrañar que los aborígenes centroamericanos que recibieron a Colón, utilizaran la madera de ese árbol (guayaco) como paliativo de diversas enfermedades, entre ellas la sífilis. En el norte de nuestro país existe una variedad de palo santo o guayacán, cuya madera es conocida por sus características aromáticas, por lo que algunos la queman para repeler insectos y otros, la utilizan para hacer artesanías aunque se le desconocen propiedades medicinales.
Debemos tener en cuenta que, los conocimientos de la geografía y botánica del nuevo mundo hace cinco siglos eran muy rudimentarios, cuando no inexistentes, por lo queno debiera extrañar que se pensara encontrar similares plantas, tanto en Centro como en Sudamérica.
Es así, que la expedición comandada por el nieto del Marqués de Santillana (Pedro de Mendoza) partió de San Lúcar de Barrameda en Agosto de 1535 en once navíos, con 1200 expedicionarios a bordo y luego de casi cinco meses de accidentada navegación, arribaron a estas costas fundando en Febrero de 1536, a orillas del “riachuelo de los navíos”, el “real de Santa María del Buen Aire” cuya ubicación exacta sigue siendo motivo de discusión.
Es importante destacar que no se trataba de una ciudad, ya que para el derecho español de la época un Adelantado carecía de atribuciones para ello, aunque bien se podría interpretar a los reales como embriones de futuras urbes. Una vez levantado el real (especie de fortificación rudimentaria), los expedicionarios se organizaron para consolidar su posición, explorar el entorno y proveerse de alimentos. Según Ulrico Schmidel, en su “Viaje al Río de la Plata”, el Adelantado no había perdido el apetito ni su delicadeza de paladar a pesar de su enfermedad, ya que “consumía docena y media de perdices y codornices de la tierra”. Al cabo de un año, luego de sufrir el incesante ataque de los aborígenes y no habiendo encontrado la planta de guayaco, la salud de Don Pedro de Mendoza se deterioró de tal manera que, ante el pedido de su médico (el Dr. Zamora), resolvió retornar a España.
Antes de hacerlo, nombró como sucesor a Juan de Ayolas a quien en una sentida carta de despedida, le dice: “os dejo por hijo…, me voy con seis o siete llagas en el cuerpo, cuatro en la cabeza y otra en la mano que no me deja escribir ni aún firmar” (gomas ulcerados, úlceras tróficas?). Como última esperanza, encarga a Ruiz Galán que si regresaba Ayolas y trajese algo para él (las maderas de guayaco?) despachase tras su estela una rápida nave.
No llegaría Mendoza a España, moriría en el mar, a la vista de las Islas Terceras en Junio de 1537. Pasarían casi 44 años hasta que Juan de Garay, fundara por segunda y definitiva vez la actual capital de nuestra República Argentina.

El hambre en la Buenos Aires de Pedro de Mendoza
La gente no tenía qué comer y se moría de hambre y padecía gran escasez, al extremo que los caballos no podían utilizarse. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; hasta los zapatos y cueros, todo hubo de ser comido. También ocurrió entonces que un español se comió a su propio hermano que había muerto.”(Ulrico Schmidl, Viaje al Río de la Plata, 1567)

Juan de Garay partió de Asunción el 9 de marzo de 1580 para fundar una nueva ciudad ubicada en un punto estratégico del mapa sudamericano: la confluencia de los grandes ríos mesopotámicos y la salida al Atlántico, desde donde se podría tener una mayor comunicación con la metrópolis.
De origen español (se supone que nació en Burgos o Vizcaya en 1527), Garay había llegado a los 15 años a suelo americano para acompañar a su familia en Perú (su tío Ortiz de Zárate era oidor en Lima).
La primera fundación de Buenos Aires había fracasado. Realizada por el adelantado Pedro de Mendoza (1487- 1537) en los primeros días de febrero de 1536, el asedio de los querandíes hizo estragos entre los primeros colonizadores y la corona decidió su despoblación en 1541. No se han encontrado vestigios de este primer asentamiento y los intentos por situar precisamente el lugar donde se realizó, resultaron infructuosos dada la precariedad edilicia de aquella primera avanzada española y la acción beligerante de las tribus locales que no han dejado evidencia. Las hipótesis acerca del lugar de emplazamiento fueron varias, desde aquellos que sostenían que se habría producido la en las inmediaciones del Parque Lezama, hasta otros que la sitúan en la Vuelta de Rocha en el actual barrio de La Boca, otros que la sitúan en el “Alto de San Pedro” (San Telmo), en la actual Plaza San Martín o en un sector elevado del Parque de los Patricios.
Hacia 1580 el panorama era diferente. Los españoles habían abierto asentamientos al sur de Lima (Asunción, Santiago, Tucumán, Santiago del Estero, Mendoza, Córdoba) y el descubrimiento de las minas de plata en Potosí hacía necesario un camino seguro del metal precioso hasta la península. En 1561, Garay había participado de la fundación de Santa Cruz de la Sierra (actual Bolivia) y hacia el final de esa década se trasladó a Asunción, donde fue nombrado Alguacil Mayor de las Provincias del Plata. Desde esta ciudad partió en 1573 para crear un asentamiento a orillas del río Paraná: Santa Fe de la Veracruz. Para entonces, una ordenanza real de Felipe II establecía con precisión las características de las ciudades fundadas en las colonias españolas. Fue con esta normativa que, nuevamente desde Asunción, partió la expedición de Garay hacia el Río de la Plata.
Las embarcaciones del adelantado zarparon de Asunción con 64 colonos, 53 de ellos, según los registros, nacidos en América. El nuevo intento tenía la ventaja de que sus colonos americanos conocían mejor la tierra, el clima y las condiciones de los territorios. El 29 de mayo los colonos llegaron a las aguas del Riachuelo y se instalaron en un primer campamento.
El asentamiento de Garay se dispuso en un área que no coincidía con la de su antecesor, ya que Garay eligió la actual Plaza de Mayo como lugar para fundar la ciudad de la Trinidad y el puerto de Santa María de los Buenos Ayres. En el terreno elegido, que resultaba amplio y elevado junto al río, se instaló el fuerte -donde hoy se erige la Casa de Gobierno-, la plaza principal y a su alrededor entregó terrenos para los colonos y los religiosos. Según la normativa española, el explorador dividió el terreno en 250 manzanas. Desde la línea del fuerte, las cuatro primeras filas de manzanas estaban divididas en cuartos, excepto por las entregadas a las congregaciones.
El resto de la ciudad fue loteada y entregada a quienes habían acompañado su fundación, que contemplaba la construcción de un hospital que se llamaría “San Martín”, en honor el patrono elegido para la ciudad (no existen mayores noticias sobre esa edificación). Los límites del loteo estaban circunscriptos en lo que hoy son las avenidas Independencia y Córdoba y las calles Libertad y Salta; mientras que el tejido urbano llegaba a las actuales Arenales, San Juan y avenida Rivadavia aproximadamente al 4000.
El 11 de junio Garay fundó la ciudad con el nombre de Trinidad, en referencia al día en que fondearon en el Riachuelo, domingo de la Santísima Trinidad en el calendario católico, dejando la denominación de Santa María de los Buenos Ayres para el puerto.

El 1º de agosto de 1776 Carlos III, rey de España, creó el Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires en el marco de una serie de medidas destinadas a reorganizar el poder imperial. El antiguo gobernador de Buenos Aires, Pedro de Cevallos, fue nombrado virrey del Río de la Plata. El virreinato comprendía los territorios que hoy ocupan la República Oriental del Uruguay, la República del Paraguay, la República de Bolivia, la República Argentina y el Estado de Río Grande, que pertenece actualmente a la República de Brasil. La creación de este virreinato implicó un aumento de la población de Buenos Aires, la consolidación de la estructura urbana y una transformación de esta ciudad en un importante centro comercial entre las colonias y la metrópolis. A continuación, reproducimos un fragmento del libro Páginas argentinas ilustradas sobre una de las “reformas borbónicas”, que resultó clave para el desarrollo de esta región.
Durante largos años, los productos venidos de España llegaban al nuevo mundo por el Atlántico, se concentraban en Panamá, y tras cruzar el istmo, iban por el Pacífico hasta Perú. De Lima partían después las lentas caravanas de mulas que transportaban las mercaderías hasta las restantes ciudades del virreinato, a lo largo de un viaje de millares de kilómetros, cuya meta final era la ciudad de Buenos Aires.
Estas circunstancias explican la modestia de las ciudades cercanas al Plata, que debían esperar durante largos meses la llegada de las mercaderías esenciales para su actividad comercial.
La situación de Lima, en cambio, era mucho más favorable, no sólo por su proximidad al Pacífico, sino por su condición de ciudad capital del virreinato.
Avanzado ya el siglo XVIII, se hizo evidente la necesidad instalar un nuevo virreinato que atrajese la actividad mercantil hacia las poblaciones más cercanas al Atlántico y que, además, afianzara la autoridad española en la zona del Plata, constantemente amenazada por las incursiones de los portugueses.
Largos años habían pasado desde la llegada del primer adelantado, don Pedro de Mendoza. Para ocupar el cargo fue designado, al correr del tiempo, segundo adelantado del Río de la Plata, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien llegó a Brasil en 1540 y se trasladó por tierra con sus hombres hasta la Asunción del Paraguay.
Alvar Núñez descubrió las cataratas del Iguazú, y admiró esa caída del río, que forma uno de los saltos de agua más portentosos del mundo. En marzo de 1542 Alvar Núñez llegó a Asunción del Paraguay y se hizo cargo del territorio. No fue feliz su tarea de gobernante. Dos años después de su llegada fue destituido, encarcelado por los vecinos de Asunción, y desterrado a España.
Nacido en Mérida, Nueva España. Su padre, Juan José de Vértiz y Hontañón, fue gobernador y capitán general de Yucatán. En 1778, tomó el mando del virreinato del Río de la Plata. El virrey Vértiz creó un cuerpo de funcionarios de Aduanas. Fundó el primer grupo de población en la Patagonia, en el intento de desviar la corriente de emigrantes que llegaban de España a Buenos Aires. Creó un orfanato y un hospital para infecciosos; fundó el Real Colegio de San Carlos; creó el Tribunal del Consulado. El territorio estaba dividido en ocho intendencias, de las que se desmembraron después cuatro gobiernos militares: Montevideo, Misiones, Moxos y Chiquitos. Vértiz fue un incasable inspector de todos los órganos de la Administración virreinal. En 1784 entregó el mando. En un principio, el inmenso territorio americano controlado por los españoles se dividió en dos jurisdicciones llamadas virreinatos: el de Nueva España, creado en 1534, y el del Perú, fundado en 1544; y dos Capitanías Generales, la de Yucatán (creada en 1542) y la de Nueva Granada (1564).
Pero los territorios a administrar seguían siendo muy extensos y difíciles de controlar y la corona española decidió subdividirlos y crear nuevos virreinatos y capitanías. Así, la Capitanía de Nueva Granada se transformó en Virreinato; se creó el Virreinato del Río de la Plata (1776) y las Capitanías de Chile, Cuba, Venezuela y Guatemala. Hijo de un importante político hispánico, estudió en España y se formó como militar, interviniendo en varias campañas españolas, como las de Italia y Francia. Antes de ser virrey desempeñó el cargo de gobernador de Buenos Aires, tanto bajo la administración del Virreinato del Perú como del Virreinato del Río de la Plata, teniendo como prioridad el echar a los portugueses de la Banda Oriental, con éxitos nulos.
La primera orden del nuevo Virrey fue tomada en la otra orilla del Río de la Plata cuando, enterado de los gastos en que había incurrido el Cabildo de Buenos Aires para darle la bienvenida, prohibió de manera tajante tales honores y convites lo que provocó que se retiraran todos los adornos del palacio del Virrey y se los pusiera a la venta a fin de recuperar el monto.
En materia económica, Vértiz puso en vigencia el “Reglamento de Aranceles para el Comercio Libre de España e Indias”, el cual había sido promulgado el 12 de octubre de 1778 por Carlos III. Con esta medida, quedó autorizado el comercio directo entre trece puertos españoles y veinticuatro americanos (incluido Bs. As.), eliminando por diez años los impuestos a ciertas materias primas que ingresaban a España y, por el mismo lapso, a productos manufacturados de lana, lino y algodón que desde la metrópoli llegaban a la Colonia.
Además de fortalecer la economía liberando los mercados y regulando las condiciones laborales, Vértiz estimuló la tradicionalmente importante industria minera, en especial en el Alto Perú; fomentó nuevas industrias del salado de carnes; procuró el desarrollo de la agricultura y agrupó a los artesanos especializados en gremios.
La actividad de cada uno de estos gremios estaba regulada por una legislación especial que promulgaban los Cabildos, no sólo para velar por los intereses de los consumidores, sino para velar por la consideración social de un oficio y por las condiciones de admisión mediante un examen de maestría.
Los principales gremios fueron el de “Platería”, que era el más rico y distinguido, admitiendo en sus filas sólo a españoles, cerrándoles el camino a los negros y a los indígenas; el de “Herrería”, que gozaba de prestigio al ser una actividad necesaria; y el de “Curtidores”, que constituyeron uno de los gremios más numerosos, en especial en las regiones donde abunda el ganado.
Al ser ésta última una actividad ligada estrechamente con los trabajos del campo, no gozaba con la simpatía de los españoles pudiendo los negros y los indígenas participar sin dificultad. Otros gremios fueron el de “Escultores”, el de “Pintores” y el de “Tallistas”, entre otros.
Asimismo, Vértiz fue el encargado de implementar la Real Ordenanza que dotaba al Virreinato de una nueva estructura, que lo dividía en intendencias, y de fundar la Aduana en 1779 y por segunda vez, en 1783, la “Real Audiencia de Buenos Aires”.
Esta “refundación” respondió a motivos distintos que la llevaron a su primera creación en 1661. En aquella oportunidad, la Audiencia se fundó para evitar el contrabando y el fraude a la hacienda del Rey, mientras que la segunda vez de debió a un proceso de decantación, evidenciado por la creación primero del Virreinato, de la Aduana después, y por último de las Intendencias. Este proceso evolutivo a nivel institucional, llevó años más tarde a la formación del Consulado.

La Casa de los Niños Expósitos.
La apertura del puerto de Buenos Aires y el inicio de una etapa más favorable en cuanto el comercio exterior no solo trajo aparejado el cambio en las condiciones económicas de la ciudad capital del Virreinato, sino que también significó un particular aumento demográfico.
Más allá del aporte lógico que los matrimonios, el crecimiento demográfico también tiene su explicación en el incremento de la sexualidad gracias a las visitas ocasionales que marineros, comerciantes y soldados hacían a estas tierras.
Lejos de ser un dato pintoresco o meramente estadístico, estos nacimientos extramatrimoniales, que para la época tenía un duro castigo social, provocó que se hagan frecuentes el abandono de niños y el infanticidio.
Ya en su época como gobernador de Buenos Aires, en 1771, Juan José de Vértiz y Salcedo había iniciado las gestiones para la apertura de una casa para niños abandonados, cosa que logró concretar recién ocho años más tarde, cuando cumplía funciones para la corona como Virrey.
La “Casa para Niños Expósitos” fue fundada el 14 de julio de 1779 e inaugurada el 7 de agosto del mismo año en una finca donde los regulares expulsos daban ejercicios a las mujeres. Esta Casa de Ejercicios Espirituales había sido en un terreno donado por don Melchor García de Tagle a la Compañía de Jesús por el año 1760, en un terreno contiguo a la Residencia la cual se encontraba al costado de la Iglesia de San Telmo, en lo que hoy sería Humberto I y Balcarce.
La Casa de Niños Expósitos debe su nombre a que estaba destinada a la atención de los niños que dejaban “expuestos” o indefensos, tanto en establecimientos religiosos como en lugares públicos.
Esta nueva institución se financiaba con los ingresos que le daba la imprenta que Vértiz hizo traer de la Universidad de Córdoba en 1780, la cual había sido instalada por los jesuitas y abandonada por los franciscanos que se hicieron cargo del establecimiento educativo tras la expulsión del Río de la Plata de la “Compañía”.
A este ingreso, se le sumaba el importe de las bulas para poder comer carne en cuaresma, la renta anual producida por nueve casas viejas, que ascendía a 1.056 pesos, y los mil pesos que aportaban los empresarios de la Casa de las Comedias.
Por otra parte, durante el verano de 1782-83 se organizaron diversos espectáculos al aire libre en el Patio de la Ranchería (hoy Perú y Alsina) a beneficio de la Casa de Niños Expósitos. Si bien la entrada era gratuita, los vecinos de mayores recursos económicos hicieron los aportes necesarios para solventar los gastos.
Años más tarde, el 22 de enero de 1784, la Hermandad de la Santa Caridad se hizo cargo de la institución y, el 21 de febrero, Vértiz reglamentó su administración y ordenó vender el primitivo local de la Casa de Ejercicios para adquirir la casa contigua a un Hospital que existía en aquella época sobre la barranca del río, detrás de la calle San Francisco, en lo que hoy sería la intersección de las calles Moreno y Balcarce.
Esta mudanza también fue decidida para alejar un poco más del paso de los vecinos, a fin de poder conservar mejor el anonimato de las madres abandónicas. Hasta 1781, un armazón giratorio de madera funciona en el acceso a fin de que las madres pudieran dejar las criaturas sin exponer su identidad.
La importancia que tuvo esta institución en Buenos Aires es claramente palpable a través de sus números: entre los años 1779 y 1788, albergó y dio asistencia a 2.017 chicos.

El Teatro de la Comedia
Fue otro de los importantes logros de lo que podemos definir como “Administración Vértiz”. Luego del cierre del Teatro de Óperas y Comedias en 1759, Buenos Aires no contaba con ninguna sala.
En esos tiempos, las representaciones se hacían en un tablado montado en el patio de la Ranchería de los Jesuitas, conocido así porque en dicho lugar funcionada como depósito y lugar de encierro de los esclavos. Allí, en ese mismo espacio, el Virrey Vértiz erigió el Teatro de la Comedia, conocido también como Teatro de la Ranchería.
Éste estaba ubicado en la intersección de las calles San José y San Juan, hoy renombradas como Perú y Alsina, respectivamente, y atravesadas por la Diagonal Julio Argentino Roca.
De acuerdo a las diversas publicaciones, biografías y documentos, la fecha de creación exacta se hace difusa. Mientras algunos de los autores expresan que el Teatro había sido levantado fue creado por Vértiz en su etapa de gobernador, otros sostienen que data de los primeros años de su virreinato y otros de los últimos.
Como dato más concreto, cabe puntualizar que el 17 de setiembre de 1783, un mes después del pedido de Vértiz de ser transferido nuevamente a España, el Cabildo le otorgó a Francisco de Velarde la concesión para construir el nuevo teatro.
Los planos de la obra estuvieron a cargo del arquitecto José Custodio de Saa y Faría, de origen portugués, el cual residía en Bueno Aires tras haber sido capturado por Cevallos en Santa Catalina.
Uno de los objetivos por el cual Vértiz le dio un fuerte impulso al teatro era el deseo de inculcar a la juventud el gusto literario y la afición a los espectáculos teatrales donde, según el propio Virrey, los más jóvenes debían tomar conocimiento de los grandes hechos de la historia antigua. “El teatro es la mejor escuela para las costumbres, para el idioma y para la urbanidad general”, sostenía.
La Casa de Comedias era una construcción de madera, espaciosa, con techo de paja e iluminación con velas de cebo. Sobre el palco escénico, Vértiz había mandado a inscribir el lema “Ridendo corrigo mores”, que significaba: “Con la risa corrijo las costumbres”. Para completar su obra, Vértiz se las ingenió para formar compañías de actores con buenos sueldos y privilegios personales.
Durante su existencia, la Casa de la Comedia albergó a obras de origen español y a algunas escritas por autores americanos. En 1789, se puso en escena “Siripo” de Manuel de Lavardén, considerada la primera obra de un autor local basado en la tragedia de Lucía Miranda.
Más allá de la importancia que significó para el progreso de la ciudad, no todos los sectores estaban de acuerdo con la apertura del teatro. Al progresismo puesto de manifiesto por el gobierno de Vértiz, se le opuso la siempre conservadora e influyente Iglesia Católica. El Obispo se oponía al establecimiento de la sala teatral por calificarlo de “escuela inmoral” y se mostraba contrario a la idea de que las familias y los jóvenes dejaran sus casas en horario nocturno, aunque sea por unas pocas horas.
En ese sentido, cabe aclarar que tampoco había funciones entrada la madrugada como hoy en día, sino que la obras se ponían en escena entre las 4 y 7.30 de la tarde, y sólo los domingos y días festivos.
En el marco de la resistencia clerical al arte, el sacerdote franciscano José Acosta, nacido en la ciudad española de Logroño, predicó desde su púlpito que aquellas personas que asistieran a las diversiones públicas fomentadas por el Virrey recibirían la condenación eterna.
Este hecho no pasó inadvertido para Vértiz. Sin vacilar, ordenó el traslado del religioso a un destino más alejado (La Rioja) por cuestionarlo en aspectos que nada tenía que ver con la Iglesia, y además encomendó a otro sacerdote la tarea de desdecir al anterior desde el mismo púlpito.
Al referirse a estos constantes embates de la Iglesia contra las inquietudes intelectuales del Virrey, el historiador Vicente Fidel López expresó que “él debió dejar a los frailes que dijeran lo que se les antojase en el púlpito y fuera de él, sin cortarles la libertad que tenían para ser estúpidos o atrasados”2.
“Debió contentarse con ponerles reglamentos severos, grandes pruebas de admisión en el sacerdocio, estrechez de rentas para que cumpliesen, al filo, su voto de castidad y de pobreza, y dejarlos que fuesen muriendo de la muerte natural con que terminan todos los ascetismos bajo la presión atmosférica de los progresos económicos y morales” 3, opinó Vicente López.
Paradójicamente, la Casa de Comedia se incendió en 1792 como consecuencia de un cohete arrojado desde la Iglesia San Juan Bautista, ubicada a solo dos cuadras, en el marco de los festejos por la inauguración del atrio de San José.
Hubo que esperar cuatro años para que Buenos Aires tenga nuevamente una sala teatral, cuando abrió sus puertas el Coliseo Provisional.

La Línea de Fortines
Durante su administración, Vértiz estableció una línea de fortines en la parte sur de Buenos Aires para contener el avance de los indígenas y comenzar con la colonización efectiva del suelo; envió a Tomás de Rocamora en 1783 a los territorios ubicados entre los ríos Paraná y Uruguay (hoy Entre Ríos) para fundar ciudades; e inició, a pedido de la Corona, una serie de expediciones a la Patagonia para establecer fuertes y poblaciones que eviten un posible avance británico o lusitano.
En ese marco, Vértiz logró adelantar la frontera con los indígenas en Buenos Aires, formando nuevos poblados que dieron origen más tarde a las ciudades de Chascomús, Monte, Rojas, Ranchos y Navarro; mientras que Rocamora fundó Gualeguay, Gualeguaychú, y Concepción del Uruguay, en el territorio de la actual Entre Ríos, nombre impuesto por el propio Rocamora el 11 de agosto de 1782.
Desde el año 1770 Vértiz ya le dada importancia a la zona sur entrerriana, al ser un zona estratégica para obstaculizar cualquier avance portugués. Para ello, había creado comisiones policiales y jueces comisionados para controlar la zona sur que va desde el río Paraná al río Uruguay.
La mayoría de los inmigrantes que formaban el primer agrupamiento social, el cual podría decirse que fue el antecedente de Gualeguay, quería trasladarse a un sitio más alto debido a las frecuentes inundaciones. En 1780, el Virrey Vértiz accedió a las peticiones y fue Don Tomás de Rocamora el encargado de fundar cinco villas.
El 19 de marzo de 1783 fundó San Antonio del Gualeguay Grande, comprendiendo un total de 56 manzanas donde se albergaban 150 vecinos; el 25 de junio de 1783 fundó la ciudad de Concepción del Uruguay y el 18 de octubre del mismo año se formó el Primer Cabildo en Gualeguaychú, con lo que el pueblo quedó oficialmente fundado.
Cabe destacar que cuando Rocamora llegó al lugar, el poblado original también estaba ubicado en un lugar bajo y anegadizo, por lo que decidió mudar ese primer asentamiento al norte de la isla, hoy llamada Libertad.
En cuanto a la Patagonia, las primeras exploraciones estuvieron a cargo de Juan de la Piedra, Francisco Viedma y Andrés Viedma antes de que Vértiz asumiera como titular del virreinato. Posteriormente, en febrero de 1779, el propio Juan José de Vértiz le solicitó al piloto naval Basilio Villarino que explorase el río Negro, a fin de poder llevar las fronteras hasta dicha zona.
El 22 de abril de 1779, Francisco de Viedma y Narváez fundó el fuerte y población “Nuestra Señora del Carmen”, y recorrió el río Negro aguas arriba en busca del terreno más adecuado para el asiento del fuerte, encontrándolo a casi siete leguas de la desembocadura, a cien metros del río en dirección al sur.
Acompañado por el cacique Chulilaquini, en 1782 remontó el río Negro con cuatro chalupas llamadas “San José”, San Juan”, “San Francisco de Asís” y “Champán”, oportunidad en que descubrió la isla hoy conocida como Choele Choel. Allí, levantó un fuerte con foso, puente levadizo y corral.
Ya en 1783, Villarino llegó a la confluencia de los ríos Chimehuin y Collón Cura donde los indios tenían el dominio del lugar, conocido como “El País de las Manzanas”. El piloto anotó en su diario haberse llevado miles de manzanas de allí, como así también haber enviado a Patagones alrededor de 120 plantitas con raíces incluidas.
El 4 de mayo de ese año emprendió la vuelta a favor de la corriente, convencido de haber divisado la ciudad de Valdivia y el mar, confundido al haber visto en realidad al Lanín.
En 1783 Vértiz recomendó el levantamiento de los asentamientos patagónicos por considerarlos onerosos para la Corona, el Fuerte fue reducido a la categoría de puesto militar y el apoyo fue prácticamente suspendido.

Real Convictorio Carolingio
La educación en Buenos Aires fue uno de los temas que más preocupaba Juan José de Vértiz y Salcedo desde su etapa como gobernador, proponiendo establecer un Colegio de Humanidades para que los jóvenes reciban la instrucción necesaria en las letras clásicas para pasar a la Universidad, la cual se proponía instalar más adelante.
En 16 de noviembre de 1771, siendo gobernador, Vértiz le solicitó al Cabildo Eclesiástico y al Cabildo Secular que emitieran sendas opiniones en materia pedagógica, ya que contaba con las rentas y los bienes necesarios para poner en marcha un establecimiento educativo.
Entre esos bienes se encontraban el edificio para el colegio, una estancia y una chacra que habían sido confiscados a los jesuitas tras su expulsión y que estaban administrados por la Junta de Temporalidades que el mismo Vértiz integraba.
Ambos Cabildos coincidieron en la creación de un convictorio y una universidad, tomando como modelo el Colegio Monserrat que funcionaba en Córdoba desde 1687. Poco después, la Junta de Temporalidades o Junta de Aplicaciones determinó la creación de los cursos del Colegio de San Carlos, llamado así en homenaje al Rey Carlos III, que Vértiz inauguró el 10 de febrero de 1772.
En sus comienzos, las condiciones de estudio eran un tanto precarias debido a que no estaban cubiertas todas las cátedras. El 28 de febrero de ese mismo año comenzaron las de “Latín” y “Primeras Letras” y un año más tarde el presbítero Juan Montero comenzó a dictar “Filosofía”.
En 1773, la Junta designó carcelario y regente de los reales estudios a Juan Baltazar Maziel, quien fue el encargado de redactar el reglamento de estudios y de dirigir los destinos del Colegio durante catorce años.
Durante su función como gobernador, Vértiz tuvo que relegar un poco este proyecto, ya que Cevallos le solicitó que se pusiera al frente de la campaña contra los portugueses.
Ya como Virrey, Vértiz volvió a volcar todo su empeño en esta empresa y, el 3 de noviembre 1783, estableció el Real Colegio Convictorio Carolino (o de San Carlos); designado a Vicente de Jaunzaras como primer rector de dicho convictorio, coexistiendo con la autoridad de Maziel, quien atendía los reales estudios.
Luego Montero reemplazó a Maziel, quien en 1797 fue desterrado por el Virrey Loreto, y Luis José Chorroarín, ahijado de Vértiz y egresado del Colegio, suplantó a Jaunzaras, tras el interinato de José Antonio Acosta. En 1804, y con motivo de la renuncia de Montero, Choarrarín unificó ambos cargos.
El Convictorio sobrevivió hasta 1806, cuando como consecuencia de la invasión inglesa las aulas del internado fueron transformadas en cuartel, subsistiendo ya si tanta fuerza los reales estudios. En ambas invasiones, los alumnos defendieron la ciudad y prefirieron, en varios casos, continuar con la carrera militar.
En sus instalaciones, se asentó el Regimiento de Patricios al mando de Cornelio Saavedra, egresado de la primera promoción. Años más tarde, en La Gazeta del 13 de setiembre de 1810, Mariano Moreno lamentaría esta situación expresando que “Los jóvenes quisieron ser militares antes de ser hombres”.
En 1783, el Virrey Vértiz dictó las “Constituciones”, las cuales regían no solo el funcionamiento de la institución como tal, sino que marcaba claramente las funciones de las autoridades, las obligaciones de los estudiantes y el modo de vida para el internado.
Los requisitos para ingresar como pensionado eran tener la autorización del Virrey, tener diez años de edad o más, ser hijo legitimo, y “cristiano viejo y limpio de toda mácula y raza de moros y judíos”. Además, existía un cupo de becas para los hijos de los militares y de los denominados “pobres honrados”.
Según lo que expresaban las ya citadas Constituciones, estaba prohibido fumar, jugar a los naipes, dardos, ni de pies o manos, andarse tirando de la ropa, comer en los cuartos y leer libros contrarios a la religión, el estado y las buenas costumbres, entre otras cosas. El reglamento preveía severos castigos, que incluían el cepo, grillos y azotes.
La reglamentación también dejaba claro que las salidas y las visitas eran escasas y que se oiría misa antes de entrar a clase, que los jóvenes debían confesarse y comulgar una vez por mes, y que los domingos eran destinados a ejercicios espirituales.
Con respecto a este régimen, cabe señalar que el alumnado resistía a las medidas compulsivas, escapando con frecuencia tanto de la clase como de las ceremonias religiosas. Famoso fue el caso del alumno Pedro José de Agrelo, quien años después sería congresista, ministro y juez, que llegó a fugar del Colegio cinco veces consecutivas.
Estos actos de indisciplina fueron reprimidos en reiteradas oportunidades con “auxilio de la tropa”, llegando el caso de querer conducir a un alumno maniatado “a la casa de sus padres, donde fuese más bien educado”. Esta rigidez en la disciplina tuvo vigor desde un comienzo, teniendo en cuenta que en 1773 se les prohibió a los conventos que impartían enseñanza particular admitir estudiantes pasados del Colegio, a fin de evitar un éxodo masivo.
La rigidez disciplinaria fue criticada duramente por el Dr. Manuel Moreno, hermano de Mariano, quien sostenía en sus escritos que los alumnos llevaban una vida “monástica, según el gusto del que la preside: son educados para frailes y clérigos y no para ciudadanos”. Esta posición también era compartida por otros estudiosos, entre ellos Korn, Salvadores y Ravignani, quienes sostenían que, más allá del liberalismo de sus integrantes (en alusión a Maziel, Paso, Moreno y Chorroarín) no lo existía en lo académico.
Sin embargo, no recargan las responsabilidades sobre estas personas porque vinculan los “males” del Colegio con los “males” de la época y la condición histórica en que se desarrolló la institución. El absolutismo monárquico no toleraría una libertad mayor.
Más allá de ello, en sus aulas se educó la “Generación de Mayo” y las protagonistas de la Historia Argentina en los años posteriores. Entre sus alumnos, estaban los miembros de la Primera Junta Belgrano, Castelli, Alberti, Moreno, Paso y Saavedra; los escritores José Antonio Miralla, Juan Cruz Varela y Esteban de Luca; Feliciano Chiclana, Domingo French, Manuel García, Manuel Moreno, Nicolás Rodríguez Peña, Manuel Dorrego, Antonio Balcarce, Agüero, Saturnino Somellera, Hipólito Vieytes, Diego Zavaleta, Mariano Necochea, Tomás Guido; Francisco Laprida; Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia y Vicente López y Planes, entre otros.

La Chacarita y Colegiales dos nuevos barrios
Así como el reglamento marcaba muchas prohibiciones y restricciones, también fijaba vacaciones generales, que podían llegar a ser dos períodos. Durante esas vacaciones, los alumnos eran trasladados en compañía del rector o vicerrector a la casa de campo que tenía el Colegio y que, junto a la estancia de las Conchas, contribuía con sus productos al mantenimiento de la institución.
La casa de campo era una chacra o “chacrita”, que en una pronunciación rápida y con el tiempo se fue transformando en una “Chacarita”. Durante años, el lugar sirvió de lugar de descanso y fuente de renta, gracias a una quinta que trabajaban un capellán, un capataz y varios esclavos. En su libro “Juvenilia”, el escritor Miguel Cané, que llegó a veranear en el lugar, relata sus expediciones a la frontera con la quinta de los vascos.
Con el correr de los años, el Colegio tuvo pleitos con vecinos de la “chacarita”, y en especial con la Municipalidad de Belgrano. Debido a las necesidades públicas, se presentaron muchos proyectos para expropiarle al Colegio esta propiedad, aunque el rector Agüero pudo defenderla por su condición de Senador.
Sin embargo, la epidemia de fiebre amarilla, que tiempo después diezmara a gran parte de la población de Buenos Aires, provocó que el 11 de marzo de 1871 el gobernador Emilio Castro dispusiera por decreto que parte de esas tierras sean destinadas para la instalación del Cementerio Municipal.
En la casa de campo se levantó la primitiva capilla de la necrópolis y, a su alrededor, algunos ranchos; surgiendo dos importantes zona pobladas que con el correr de los años fueron denominadas como “Chacarita” y “Colegiales”.

Tratado de Paz con los Indios suscripto en julio de 1782 entre el Virrey Veríz y el Cacique Lorenzo Calpisqui. Texto original.
“En la ciudad de la Santissima Trinidad, Puerto de S. María de los Buenos Ayres a veinte y siete días del mes de Julio demil setezientos ochta. y dos. En consequencia de lo dispuesto por el Exmo. S.or Virrey con fh. de 15 del corriente sobre los puntos que propone el Cazique Pascual Cayupulqui en nombre de su hermano Lorenzo Calpisquis para que se le cenceda como preliminares de la paz que está Tratando. Hizo comparecer en mi presencia al Comandante de las Guardias de Fronteras, D.n Juan José de Sarden, alos Sargentos Mayores De Milicias, D.n Mathias Corro, D.n José Miguel de Salazar y D.nFrancisco Leandro De Sosa, que lo son respectivamente de los partidos de Luján, Cañada de Morón y Magdalena, y al Cazique Pascual Cayupulqui, para que en presencia de Todos propusiese nuevamente los partidos que por ahora solicitaba, para establecer la paz, y haviendolo executado por medio Del Lenguaraz Almirón y reduciendose a que se le permitiera a los Indios de su nación Aucar el potrear enlas campañas inmediatas sin que seles incomode ni haga perjuicios por las partidas exploradoras, y guardias de la frontera, se acordo de común Acuerdo en señalarle al dho Cazique ylos suyos los Parajes y límites hasta donde deven llegar con tal que no puedan excederse de ellos, que con otras condiciones que se le propusieron y aceptó dho Cazique sonlos sig.tes.
Respecto aque la extensión De estas Campañas es dilatada y que franquea su utilidad, a todas las naziones de Indios que las publan sin perjuicio de nuestros usuales Territorios, siempre que se contengan en los que le son a ellos proporcionados, se les concede al referido Cazique, y a su hermano Lorenzo, el que puedan potrear en las Campañas incultas que están a los frente de los Fuertes de Chascomúz, hasta el rincón del Tuyo y Corral del Vezino; Desde el frente de los Ranchos h.ta las Lagunas de los Camarones; de el frente de la Laguna del Monte, hasta la Laguna Blanca; y desde el frente de la Guardia de Luján, hasta el paraje llamado Palantelén, sin que puedan ocupar otra extensión fuera de los límites referidos por motivo alguno y si lo hicieren principalmente si pasaren de Palantelén que es el camino de Salinas, deverán tenerse y tratarse como Enemigos y como que faltasen alo estipulado.
Para conocer que los referidos Caziques y los suyos proceden De buena fe en el uso de los territorios que se le franquean por este tratado, tendrán obligación de encargar a los indios que siempre que vengan a potrear a los parajes señalados, den aviso de su destino a la guardia más inmediata nuestra que esté a su frente, para q.e De esta forma sean conocidos siempre que se encuentren por las Partidas que salen al Campo y q.e recíprocamente se den auxilios unos a otros en caso De necesitarlo, evitando p.r este medio los daños que pueden originarse por la falta De noticia.
Será del cargo del referido Cazique, y su hermano, y desde luego se obligan a darnos avisos anticipados siempre que los Indios Rancacheles (enemigos suyos) con quienes estamos en Guerra, intenten atacar nuestras fronteras y se comprometerán desde ahora a auxiliarnos recíprocamente p.a hazerles la guerra a esta nación, atento a que siendo contrarios de ambos partidos, sean castigados con más facilidad por n.ras superiores fuerzas o reducidos a una Paz general.
Se le darán al expresado Cazique 2 indios en cange de las dos cautivas Christianas que ha traído, y para que conozca que por nuestra parte guardamos buena armonía, se le concede la India infiel que solicita, con calidad que ahora ni en ningún Tiempo han de tener acción a pedir ni por cange ni sin el, India Christiana que se halle entre nosotros, y solamente podrán cangear aquellos Indios o Indias que no hubieren recivido el agua Del Baptismo.
Se le conceden los 10 Cavallos que pide para conducirse a sus Toldos y para transportar el regalo De Aguardiente, Tabaco, Yerba y Ropa de uso que en nombre Del Exmo. S.or Virrey, se le entrega para el su Hermano el Cazique Lorenzo, por un efecto De venignidad y amor que le tiene.
Instruido por el Lenguaraz palabra por palabra de Todo lo relacionado, ofrece el referido Cazique en prueva de su agradecimiento y satisfecho del buen trato hacer venir a su hermano Lor.o o concluir enteramente las paces trayendo en su compañía todos los Cautivos y Cautivas que estan entre ellos y cangearlos por Indios y Indias que hay en esta Capital, aptos para entregarselos y que no se comprehendan en la clase de Christianos, que por este tratado queda negada su extracción. Y así mismo ofrece auxiliar por sí, y por los suyos hasta el paraje de su destino al Chasque que con Pliego del Exmo. S.or Virrey y se dirige a los Establecimientos del a Costa de Patagones, asegurando que no deve quedar recelo en su conducción.
De todo lo que aquí va expresado ha dado muestras dho. Cazique de estar entendido, haverlo aceptado y ofrecido su cumplimiento, sintiendo y manifestando con vivas demostraciones, no poder el mismo venir con su hermano Lorenzo y demás amigos a formalizar la Paz por ser preciso quedarse en los Toldos, para que sus indios se mantengan pacíficos; Y no teniendo que agregar firmamos este Tratado en Dcho día mes y año”. Diego de Salas – Jph. Miguel Salasar – Matías Corro – Juan José Sardén -Franci Leandro Sosa. (Archivo General de la Nación – División Colonia – Sección Gobierno)

Antecedentes
Desde el siglo XVI los europeos, amparados por su técnica superior, e impulsados por sus necesidades comerciales y territoriales, se lanzaron a la conquista de mares y continentes. En las centurias siguientes, las rivalidades entre las potencias del Viejo Mundo en el terreno colonial fueron uno de los factores fundamentales de la política exterior europea.
Así, los conflictos anglo-franceses en América del Norte y la India, y las luchas de los españoles y lusitanos en torno al Río de la Plata tuvieron influencia primordial en las guerras europeas de 1701-1714, 1740-1748, 1756-1763. Tras el último de los choques citados, la llamada Guerra de los Siete Años, Inglaterra logró arrebatar a Francia el Canadá y la mayor parte de los territorios de la India.
En 1776 la revolución que daría origen a los Estados Unidos de América asestó, con el apoyo y complacencia de Francia y España un fuerte golpe al imperio colonial inglés.
Las colonias proporcionaban materias primas y constituían importantes mercados para las producciones de sus respectivas metrópolis. Éstas se cuidaban muy bien de conservar la exclusividad de tales beneficios aun en perjuicio de ¡os pobladores de dichas colonias (tal el caso de la política económica española).
Al promediar la primera década del siglo XIX los conflictos europeos tuvieron un episodio militar en tierras sudamericanas. Fruto de la lucha sostenida desde años atrás por Francia e Inglaterra a la que se vio arrastrada España fueron los ataques británicos contra la capital del virreinato rioplatense, en 1806 y 1807. Pero para los pobladores de este sector de América estos sucesos tuvieron una importancia mayor: constituyeron uno de los factores desencadenantes de los trascendentales acontecimientos del año 1810En el año 1805 Inglaterra se encontraba enfrascada en un conflicto bélico contra Francia, donde Napoleón gobernaba. Los españoles en ese momento estaban aliados con los franceses.
La mayor parte de Europa se encontraba en poder o bajo la influencia francesa, por lo tanto los ingleses se veían impedidos de comerciar con estos territorios, lo que afectaba su economía en plena Revolución Industrial. Con objetivo de obtener nuevas plazas comerciales y debilitar a sus enemigos, los ingleses comenzaron una serie de ataques a las posesiones europeas de ultramar. Como parte de ese esfuerzo una fuerza inglesa ocupo en enero de 1806 la colonia Holandesa de Ciudad del Cabo. Allí sus comandantes se informaron de la debilidad de la guarnición española de Buenos Aires además del cuantioso tesoro que la ciudad tenia y decidieron que ese sería su próximo objetivo.
En abril de 1806, la flota del Comodoro Home Popham aprovechó la circunstancia de que España había sido derrotada en el mar por Inglaterra y se encontraba aliada a Napoleón para aventurarse sobre el Río de la Plata.
Queda así resuelto el ataque a Buenos Aires. Zarpan de Ciudad del Cabo los barcos llevando más de 1.000 soldados entre los que se encuentran los efectivos del aguerrido regimiento escocés 71. El comandante de estas fuerzas es el general Guillermo Carr Beresford, veterano de muchas campañas y por ello el hombre indicado para intentar el plan.
La fragata “Leda” se adelanta al grueso de la flota y navegando hacia las costas americanas con la misión de reconocer el terreno. Esa nave es la que delata, en la Banda Oriental, la presencia inglesa a las autoridades del Virreinato.
Popham y Beresford reúnen a los jefes a bordo de la fragata “Narcissus”, para tomar la resolución definitiva acerca de cuál será el objetivo de ataque: Montevideo, por las poderosas fortificaciones que serán de gran utilidad para la reducida fuerza invasora, si se produce una violenta reacción de la población del Virreinato o Buenos Aires donde se encuentran depositados los caudales reales destinados a ser enviados a España. La perspectiva de echar mano al tesoro disipa, finalmente, todas las dudas.
Los barcos ingleses se dirigen hacia Ensenada. Sobre Monte, al recibir el informe, ordena inmediatamente el envío de refuerzos a la batería de ocho cañones emplazada en la Ensenada y designa al oficial de marina Santiago de Liniers para que se haga cargo de la defensa de la posición. Liniers parte sin tardanza para asumir el nuevo comando.
Pese a la gravedad de la situación, esa noche el Virrey asiste, junto con su familia, a una función que se realiza en el teatro de Comedias para festejar el cumpleaños de su hijo político Juan Manuel Marín. Su aparente serenidad, sin embargo, pronto habrá de desvanecerse por completo. En medio de la representación irrumpe en el palco del Virrey un oficial que trae urgentes pliegos enviados por Liniers desde la Ensenada. Los ingleses, esa mañana, acaban de realizar un amago de desembarco, aproximando a tierra ocho lanchas cargadas de soldados. Abandona inmediatamente el teatro, sin aguardar a que concluya la función, y se dirige rápidamente a su despacho en el Fuerte. Allí redacta y firma una orden disponiendo la concentración y el alistamiento de todas las fuerzas de defensa. Para no provocar la alarma en la ciudad, que duerme ajena al inminente peligro, dispone que no sean disparados los cañonazos reglamentarios
En la mañana del 25 de Junio, frente a Buenos Aires aparecen los barcos ingleses. En el Fuerte truenan los cañones, dando la alarma, y una extrema confusión se extiende por toda la ciudad. Centenares de hombres acuden desde todos los barrios hacia los cuarteles, donde se ha comenzado ya a repartir, en medio de un terrible desorden, las armas y equipos.
Poco después de las 11, y ante la sorpresa de Sobre Monte, las naves enemigas se hacen nuevamente a la vela y ponen rumbo hacia el sudeste. El Virrey cree que los ingleses han renunciado al ataque.
Pronto, sin embargo, sale de su engaño. Desde Quilmes resuena el cañón de alarma, anunciando que allí se ha iniciado el desembarco. Al mediodía del 25 de Junio, ponen pie en tierra, en la playa de Quilmes, los primeros soldados británicos. Desde la azotea de sus habitaciones, en el Fuerte, seguía con un telescopio lo que ocurría. Sobre Monte cobró ánimo y arengó a los allí reunidos: “No hay que tener cuidado, los ingleses saldrán bien escarmentados”. Por última vez en su vida, las palabras del Virrey fueron rubricadas por una aclamación.
La operación de desembarco continúa sin oposición alguna durante el resto de la jornada. Al llegar la noche, Beresford pasa revista a sus hombres bajo una fría llovizna que no tarda en convertirse en fuerte aguacero. Son sólo 1.600 soldados y oficiales, y cuentan, como único armamento pesado, con ocho piezas de artillería. Sin embargo, esa reducida fuerza está integrada por combatientes profesionales, para los cuales la guerra no es más que un oficio.
Al amanecer, Beresford ordena a sus tropas aprestarse para el ataque. Los tambores inician su redoble, y las banderas son desplegadas al viento. Desde la barranca que enfrenta la playa el Coronel Pedro de Arce, enviada por Sobremonte a contener a los ingleses, observa el desplazamiento de las fuerzas enemigas. Con paso acompasado, y acompañados por los aires marciales de los gaiteros, los británicos avanzan hacia el bañado que los separa de Arce y sus 600 milicianos. Estos últimos, armados con unas pocas carabinas, espadas y chuzas, se agrupan detrás de los tres cañones con los cuales se proponen rechazar el asalto británico.
El choque, en esas condiciones, no puede tener más que un resultado. Marchando a través de los pajonales, las compañías del regimiento 71 escalan resueltamente la barranca y, a pesar de las descargas de los defensores, ganan la cresta y los arrollan, poniéndolos en fuga.
A partir de ese momento el caos se desencadena en las fuerzas de la defensa de Buenos Aires, Integradas en su casi totalidad por unidades de milicianos carentes de toda instrucción militar. Falla la conducción, en la persona de Sobre Monte, quien, abrumado por la derrota de sus vanguardias, sólo atina a amagar un débil intento de resistencia en las márgenes del Riachuelo. Concentra allí tropas y hace quemar el Puente de Gálvez (actual puente Pueyrredón) que, por el sur, da acceso directo a la ciudad. Esa posición, sin embargo, no será sostenida. Ya en la tarde del mismo día 26 de Junio, Sobre Monte se entrevista con el Coronel Arce, y le manifiesta claramente que ha resuelto emprender la retirada hacia el interior.
Beresford no logra llegar a tiempo para impedir la destrucción del Puente de Gálvez, pero, el 27 de Junio, somete la posición de los defensores en la otra orilla a un violento cañoneo, y los obliga a retirarse. Se arrojan entonces al agua varios marineros y traen de la margen opuesta botes y balsas, en los cuales cruza la corriente una primera fuerza de asalto.
Sobre Monte ha presenciado, desde la retaguardia, las acciones que culminan con el abandono de la posición del Puente de Gálvez. En ese momento se encuentra al frente de las fuerzas de caballería que, con la llegada de refuerzos provenientes de Olivos, San Isidro y Las Conchas, suman cerca de 2.000 hombres. Rehuye, sin embargo, el combate, y emprende la retirada hacia la ciudad por la “calle larga de Barracas” (actual avenida Montes de Oca).
Los que no están al tanto de los planes del Virrey suponen que ese movimiento tiene por fin organizar una última resistencia en el centro de Buenos Aires. No obstante, al llegar a la “calle de las Torres” (actual Rivadavia), en vez de dirigirse hacia el Fuerte, Sobre Monte dobla en sentido contrario y abandona la capital. Su apresurada marcha, a la que no tarda en incorporarse su familia y los tesoros reales, continuará en sucesivas etapas. El cacique Carripilún reconocido como líder principal en las naciones de las pampas, puso a disposición del Virrey Sobre Monte 3000 lanceros para la defensa de la Ciudad de Buenos Aires frente a los ingleses, aunque el Virrey prefirió seguir a Córdoba.
Mientras tanto, en Buenos Aires reina una espantosa confusión. Desde el Riachuelo afluyen, en grupos desordenados, las unidades de milicianos que, sin disparar prácticamente un solo tiro, han sido obligadas a replegarse, después de la retirada del Virrey.
El Fuerte se convierte entonces en centro de los acontecimientos que culminarán con la capitulación. Allí se encuentran reunidos los jefes militares, los funcionarios de la Audiencia, los miembros del Cabildo y el Obispo Lué. Totalmente abatidos, después de recibir la noticia de la retirada de Sobre Monte, los funcionarios españoles aguardan la llegada de Beresford para rendir la plaza. Tienen la impresión de que, en la hora más difícil, el jefe del Virreinato y representante del monarca los ha abandonado.
Poco después de mediodía arriba al Fuerte, con bandera de parlamento, un oficial británico enviado por Beresford, éste expresa que su jefe exige la entrega inmediata de la ciudad y que cese la resistencia, comprometiéndose a respetar la religión y las propiedades de los habitantes.
Los españoles no vacilan en aceptar la intimación, limitándose a exponer una serie de condiciones mínimas en un documento de capitulación que envían a Beresford sin tardanza. Así, Buenos Aires y sus 40.000 habitantes son entregados a 1.600 Ingleses que sólo han disparado unos pocos tiros.
A las 4 de la tarde desembocan en la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) las tropas británicas, mientras cae sobre la ciudad una fuerte lluvia. Los soldados ingleses, a pesar de su agotamiento, desfilan marcialmente, acompañados por la música de su banda y sus gaiteros. El general Beresford trata de dar la máxima impresión de fuerza y ha dispuesto que sus hombres marchen en columnas espaciadas. La improvisada artimaña, empero, no puede ocultar a la vista de la población el reducido número de las tropas invasoras que se presentan ante el Fuerte.
El General británico, acompañado por sus ofíciales, hace entonces entrada en la fortaleza, y recibe la rendición formal de la capital del Virreinato. Al día siguiente, flamea ya sobre el edificio la bandera inglesa. Durante cuarenta y seis jornadas, la enseña permanecerá allí como símbolo de un intento de dominación que, sin embargo, no llegará a concretarse.

Segunda Invasión
Los ingleses desembarcaron en la costa oriental para tomar Maldonado, esperar refuerzos y luego conquistar Montevideo. Sobremonte envió algunos milicianos y huyó al interior de la banda oriental (luego fue detenido para ser juzgado por haber huído dos veces). Desde Buenos Aires salió el primer auxilio de 500 hombres a cargo de Pedro Arce y a los pocos días otro de 1500 hombres a cargo Liniers. Para ese entonces los invasores ya habían tomado Montevideo por lo que Liniers dispuso el regreso para organizar la defensa de Buenos Aires. Los ingleses ya dominaban Maldonado, Montevideo y Colonia.
El 30 de junio de 1807 la escuadra inglesa bajo el mando del General John Whitelocke desembarcó en Ensenada y se dirigió hacia Buenos Aires, llegando a los Corrales de Miserere. Liniers llegó y fue derrotado el 2 de julio de 1807. Se refugió en una casa en la que pasó, según él, “la noche más triste de su vida” considerando todo perdido. Whitelocke permaneció en Miserere.
Al día siguiente se preparó la defensa. Liniers desde Chacarita formó una columna de hombres con los dispersos de Miserere y se puso otra vez al frente. Se establecieron dos líneas de defensa más otro núcleo. Para la defensa participaron también todos los integrantes de las familias residentes en Buenos Aires arrojando proyectiles desde las casas e incluso agua caliente. Las fuerzas recuperaron la ciudad venciendo a Whitelocke, quien fue enjuiciado militarmente y considerado inepto. El 18 de mayo de 1808 Liniers a quien se le atribuyeron los triunfos, fue nombrado virrey por la corte de España.

ACTA CONSAGRANDO A LA VIRGEN DEL ROSARIO LOS TROFEOS DE LA RECONQUISTA.
“Con motivo de haber sido rendida esta plaza, el día veinte y siete de Junio de mil ochocientos seis, a las Armas de Su Majestad Británica del mando del General Mr. William Carr Beresford, se experimentó decadencia y cierta frialdad en el Culto por la prohibición de que se expusiese el Santísimo Sacramento en las funciones de la Cofradía que tuvo a bien mandar el Ilustrísimo Sr. Obispo de esta Diócesis.
El Domingo primero de Julio, no hubo más que una Misa cantada sin manifiesto, y habiendo concurrido a ella el Capitán de la Real Armada y Caballero del Hábito de San Juan Sr. D. Santiago de Liniers y Bremont, que ha manifestado siempre su devoción al Santísimo Rosario, se acongojó al ver que la función de aquel día no se hiciera con la solemnidad que se acostumbraba. Entonces, conmovido de su celo, pasó de la Iglesia a la Celda Prioral y encontrándose en ella con el Reverendo Padre Maestro y Prior Fray Gregorio Torres y el Mayordomo Primero, les aseguró que había hecho voto solemne a Nuestra Señora del Rosario (ofreciéndole las banderas que tomase a los enemigos) de ir a Montevideo a tratar con aquel Sr. Gobernador sobre reconquistar esta Ciudad firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección.
Después de muchos trabajos llegó a Montevideo y allanando las dificultades con que se encontró, vino a la Colina del Sacramento, y de allí bajo un temporal a la punta de San Fernando de Buena Vista donde hizo desembarco el día cuatro de Agosto; el doce del mismo rindió a discreción a los enemigos, después de resistir el más furioso ataque; y reconocido a los favores que le dispensó María Santísima del Rosario en todas las acciones y en cumplimiento de su promesa, el día veinte y cuatro de dicho mes de Agosto, obló con una solemnísima función -salva triple de artillería- concurso de la Real Audiencia, Cabildo secular e Ilustrísimo Obispo, las cuatro banderas, dos del regimiento número setenta y uno y dos de Marina que tomó a los Ingleses, confesando deberse toda la felicidad de las armas de nuestro amado soberano, al singular y visible patrocinio de Nuestra Señora del Rosario o de las Victorias.
El Reverendo Padre Maestro y Prior pasó al Sr. Liniers, recibo de cuatro banderas, y al momento nos las entregó para que como Mayordomos las colocásemos: lo que se ha ejecutado en las cuatro ochavas de la media naranja sobre la cornisa de la Iglesia. Cuya noticia ponemos aquí para que conste. Buenos Aires, 25 de agosto de 1806 (firmados los Mayordomos) Francisco Antonio de Letamendi y Miguel de Escuti.”
Curso de Historia Nacional por Alfredo B. Grosso Edición 1934Curso de Historia Argentina por José Carlos Astolfi Edición 1949

Consecuencias mediatas e inmediatas de las Invasiones Inglesas 1806-1807 Por Alberto Allende Iriarte
De todas las colonias americanas que tuvo España no hay duda de que fue nuestro territorio el que sufrió una agresión sostenida y continuada del imperio británico. En el Río de la Plata, la corona británica brindó apoyo a los portugueses desde la fundación de la Colonia del Sacramento en 1680 por don Manuel Lobo.
Este apoyo se manifestó en la política de penetración económica a través del contrabando, realizado con el ingreso de manufacturas británicas a Buenos Aires para ser distribuidas en las principales ciudades del Virreinato.
Con el advenimiento de las máquinas a vapor se produjo en el siglo XVIII la Revolución Industrial, liderada por Inglaterra, quien al aumentar la capacidad productiva de sus factorías precisaba nuevos mercados económicos que recibieran el incremento de sus manufacturas. La pérdida de las colonias del norte de América y su lucha con Francia, que ejercía un férreo bloqueo, hacían necesaria la obtención de materias primas para su industria, por lo que se lanzó a la búsqueda de nuevos territorios.
La decisión de España de alinearse con Napoleón produjo su enfrentamiento con Inglaterra y, por ende, los territorios coloniales de ésta pasaron a ser una presa cotizada por el imperio británico. En 1804, Lord Melville, el primer ministro Pitt y el comodoro Popham proyectaron un ambicioso plan, en el que Francisco Miranda tendría una activa participación, ya que desde hacía tiempo trataba de interesar a las cortes europeas para lograr la independencia de las colonias españolas de América.
Sir David Bair, en su expedición y con una escuadra de seis unidades al mando del comodoro Sir Home Popham, se apoderó de la colonia holandesa del Cabo de Buena Esperanza.
Luego de esta incruenta conquista, poco le costó al comodoro Popham con vencer a Sir David Bair de la conveniencia de implementar su suspendido proyecto de expedición al Río de la Plata. En consecuencia, éste le entregó cinco transportes escoltados por cinco buques de guerra, con parte de las tropas acantonadas en el Cabo, conformadas en especial por el legendario Regimiento Nº 71 de Infantería a cargo del teniente coronel Dionisio Pack, las que fueron puestas a las órdenes del brigadier general William Carr Beresford. Dado que nuestro objeto son las consecuencias mediatas e inmediatas de Las consecuencias que tuvieron las Invasiones Inglesas fueron de tipo comercial, social, político y militar; también alcanzaron a los principales personajes que en ellas participaron, tanto a los invasores británicos como a los defensores de estos territorios coloniales.
En primer término, cabe destacar que el pueblo adquirió conciencia de su propio valer, no sólo eliminó prácticamente la discriminación que existía entre españoles y criollos, sino que le dio a los habitantes de estas tierras ideas de libertad, de practicar un comercio libre y el deseo de ejercer la voluntad popular, siempre sofrenada por la rigidez del concepto autoritario de la monarquía.
La convivencia con los oficiales británicos prisioneros en Buenos Aires trasmitió a los principales vecinos nuevas ideas políticas y, en especial, les hizo entender los beneficios que representaba para la comunidad un intercambio comercial libre y exento de los perjuicios que causaba a la economía el régimen del monopolio impuesto por España.La proclama de Beresford durante su gobernación, en el sentido de permitirá los ciudadanos de estas colonias ejercer libremente el comercio y apartar su ejercicio del rígido sistema del monopolio implantado por España, junto a la información recibida a lo largo de su convivencia con los soldados ingleses, hizo sentir a los habitantes del Río de la Plata que, a partir de entonces, se podría ejercer el comercio de una manera libre y llena de beneficios, lo que redundaría en una mayor prosperidad para estas colonias.
La seguridad de los ingleses de recuperar Buenos Aires se manifestó en la enorme expectativa de los comerciantes británicos, que hicieron llegar naves.
Repletas de mercaderías inglesas, ingresadas a Montevideo durante los meses de la ocupación británica. Al no poder realizar los negocios programados, la mayor parte de estas mercaderías fue mal vendida por los comerciantes que las trajeron.
Ese impulso explosivo de una práctica comercial hasta entonces desconocida motivó a los pobladores de estas colonias a iniciar una nueva modalidad en la actividad comercial, que nació como una consecuencia de la incursión británica.
La rígida administración colonial española había establecido como una norma casi monolítica que los funcionarios del virreinato –no sólo el área ejecutiva del gobierno, sino también los integrantes del Cabildo así como los jefes militares– fueran designados en vecinos que revistieran su calidad de españoles. Por esta razón los criollos sólo podían ocupar, en algunos casos, cargos subalternos y sin relevancia, lo que implicaba una verdadera discriminación hacia los nativos.
Es indudable que la participación de muchos criollos, que actuaron de manera preponderante en las acciones contra los británicos y, en muchos casos, con mayor idoneidad que los españoles, produjo un cambio rotundo en este sentido ya que, a partir de esos acontecimientos, los nacidos en estas colonias tuvieron un trato igualitario al de los hijos de España y demás ciudadanos europeos.
El triunfo sobre las armas británicas, aparte de su importancia militar, dio origen a un cambio radical en el orden político de la colonia. La fuga del virrey Sobremonte exaltó el espíritu público y el vacío producido por la ausencia de una cabeza visible del gobierno determinó que el poder se encontraba en otras manos. Es así como se convocó a un Cabildo abierto, constituido por cien vecinos notables, para deliberar sobre su propia suerte. Reunido este congreso
y presionado por una multitud agolpada a sus puertas, aclamó a don Santiago de Liniers, invistiéndolo del mando militar.
Mitre señala que “fue ésta una verdadera revolución, y la primera en que ensayó su fuerza el pueblo de Buenos Aires”.
Como una consecuencia fundamental de la invasión británica, se logró ponerfin a la discriminación política existente entre españoles y criollos, y de ahíen más, los Cabildos permitieron la incorporación de nativos, quienes también fueron designados para ejercer importantes funciones de gobierno y como jefes de diversos regimientos.
Todo este movimiento culminó en la Revolución de Mayo, durante la cual la participación de los criollos fue decisiva en la conformación de la Primera Junta y, como muestra de esta transformación, su presidente fue el coronel don Cornelio Saavedra, nativo del bajo Perú, mientras que sus principales y más activos miembros también fueron criollos.
A partir de esta modificación en los altos mandos de las fuerzas armadas coloniales, en virtud de la cual los criollos tomaron de manera relevante los puestos de conducción, se inició en las colonias rioplatenses y luego en nuestra patria una preponderante influencia de los cuadros militares en la vida política del país.
Las fuerzas armadas, que nacen con anterioridad a la nación misma, so nuna consecuencia militar de las Invasiones Inglesas y serán, a partir de su nacimiento, un pilar fundamental en la vida institucional de la república.
Seis de los protagonistas principales que como héroes actuaron en la reconquista y defensa de Buenos Aires terminaron trágicamente su vida. Liniers, Gutiérrez de la Concha y el coronel Santiago Allende fueron fusilados por orden de la Primera Junta. El alcalde Martín de Álzaga y Felipe Sentenach fueron ajusticiados por orden del Triunvirato, y el virrey Francisco de Elío, por defender el régimen absolutista de Fernando VII, murió en España bajo el garrotevil, por orden de los liberales. El virrey Sobremonte, si bien en su juicio fue sobreseído de sus cargos, murió oscuramente en España. Rodríguez Peña y Padilla, que ayudaron a escapar a Beresford de su prisión en Luján, terminaron sus días repudiados por su traición.
Por su parte, los invasores ingleses tuvieron distintas consecuencias: el mayor general Beresford y el almirante Popham continuaron sus importantes carreras militares y fueron reconocidos como héroes del reino. El teniente general Whitelocke, responsable principal del fracaso británico, al ser juzgado fue encontrado culpable de todos los cargos, dado de baja y declarado inepto e indigno para servir a SM en cualquier clase militar.
El diario The Times de Londres, en su edición del 14 de septiembre de 1807, calificó el fracaso militar británico en el Río de la Plata como “un desastre, acasoel más grande que haya experimentado este país desde el comienzo de la guerra revolucionaria (de Norteamérica)”. También un artículo aparecido en The London Gazette, al referirse a la invasión expresaba: “Este ha sido un asunto desgraciado desde el principio al fin. Los intereses de la Nación, así como su prestigio militar, han sido seriamente afectados. El plan original era malo y mala fue su ejecución. No hubo nada de honorable o digno en él: nada a la altura de los recursos o el prestigio de la Nación. Fue una empresa sucia y sórdida”.
Pero si para Inglaterra sus fracasos en las expediciones al Río de la Plata significaron un enorme agravio en su prestigio militar y en su honor como potencia imperial, para los habitantes de estas colonias españolas, en cambio, el hecho marcó el despertar de su vida política y, sobre todo, el nacimiento de una práctica económica desconocida, que hacía tomar conciencia del retrógrado sistema hasta entonces imperante, representado por el monopolio impuesto por España a sus colonias.
No puede desconocerse la influencia recibida por Inglaterra a partir de susinvasiones, no sólo en los aspectos políticos, económicos, en lo cultural y en lodeportivo, sino también en otras ramas, como la explotación agropecuaria, tanimportante para nuestro país en su faz económica.
La penetración de Inglaterra en nuestra economía aparece con una fuerzaarrolladora en los proyectos de la generación del ’80 y podemos decir que suinfluencia es notoria hasta la finalización de la primera mitad del siglo XX.
Mucho se ha escrito opinando si la presencia de Inglaterra fue negativa pospositivo para nuestra Nación. Nosotros consideramos que en el balance de lo recibido, si bien nuestro país pagó un precio alto, también fue beneficiado.
Gran Bretaña obtuvo ingentes réditos con esta relación y nuestro país, por su influencia, despertó de su letargo colonial y recibió, entre otras cosas, el aporte de los caminos de hierro que, surcando todo nuestro territorio, hasta entonces un desierto, producían el nacimiento de pueblos y ciudades desde los cuales, por medio del ferrocarril, se transportaban los productos y las riquezas que hicieron que fuéramos llamados el granero del mundo.
La ganadería se vio enriquecida con la introducción de las razas más selectas de animales, que nos darían fama mundial por la calidad de las carnes y la excelencia de los ejemplares.
Sin querer ser frívolo, también recibimos como un aporte la enseñanza de los más diversos deportes creados por ellos, en los cuales fuimos excelentes alumnos. Solamente a título de ejemplo podemos señalar que somos los mejores del mundo en polo y estamos también entre los mejores del mundo en fútbol, rugby, tenis y hockey.
La aplastante derrota sufrida por los británicos en su incursión al Río de la Plata en 1806 y 1807 significó que desistieran definitivamente en su pretensión del dominio pleno sobre estos territorios. Pero, sin lugar a dudas, lograron implementar su plan alternativo de dominar económicamente nuestro país mediante una penetración comercial, en la que ellos ejercían un manejo casi exclusivo. Inglaterra recibía nuestros óptimos productos primarios sin valor agregado alguno y colocaba, casi sin competencia, sus diversos bienes manufacturados producidos por su gran desarrollo industrial.
El ferrocarril, que significó un gran progreso para el país, los frigoríficos ylos puertos que se prepararon al efecto, fueron los pilares de esa Argentina que por entonces, con la intervención de Inglaterra, cumplía la función de abastecerla mundo con sus productos agrícola-ganaderos.
Muchos de los soldados británicos que se quedaron en nuestra tierra reconstituyeron en los primeros miembros de una colonia que tuvo una gran participación en el desarrollo del país. El pequeño grupo inicial se incrementó con las primeras inmigraciones que llegaron en las postrimerías del siglo
XIX. Los galeses poblaron con sus ovejas los campos del sur y crearon prósperas estancias en esos desérticos parajes. Muchos ingleses y gran número de irlandeses trabajaron también en el campo con ganado ovino, equino y vacuno, en especial en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y San Luis. A ellos se debe la introducción de los animales finos, que dieron por resultado la excelencia de las razas que hoy pueblan nuestros campos.
Con el telégrafo, el ferrocarril y los teléfonos llegó un gran número de técnicos y funcionarios de esas empresas, que realizaron excelentes trabajos reingeniería vial, topográfica y, sobre todo, de hidráulica; en este sentido, construyeron canales aliviadores y puentes, que hoy sorprenden por su perfección técnica.
Estos integrantes de la colonia británica se acriollaron y formaron sus familias con hijos de nuestra tierra. Fueron profesionales, fundadores de colegios, de empresas comerciales y se dedicaron a la actividad agropecuaria.
En definitiva, se puede sostener que fue una colonia laboriosa que contribuyó al desarrollo de nuestra Nación.
Si bien aceptamos que en ese dar y recibir, los británicos, como maestros del comercio que son, pueden haberse beneficiado en grado sumo en su relación bilateral con nuestro país, como argentinos no podemos disimular el profundo dolor que nos produce el agravio recibido por la usurpación británica de nuestras islas Malvinas a partir de su ocupación en 1833.

Viernes 18 de mayo
El virrey Cisneros intentó ocultar las noticias llegadas desde España. Sin embargo el rumor había corrido por toda la ciudad. Decidió entonces dar a conocer su versión de los hechos mediante una proclama, intentando calmar a los criollos. Pidió lealtad al rey español Fernando VII, pero ya era tarde: la agitación popular se hacía cada vez más intensa. Algunos criollos no se dejaron engañar y se reunieron en las casas de Nicolás Rodríguez Peña y de Hipólito Vieytes. El grupo revolucionario formado por estos dos últimos y por Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Antonio L. Beruti y otros sostuvo reuniones con Cornelio Saavedra, en las que decidieron nombrar una comisión representativa para que pidiera al virrey un Cabildo Abierto, es decir, una reunión extraordinaria. Allí se discutiría si Cisneros debía seguir gobernando.

Sábado 19 de mayo
Cisneros recibió a Juan José Castelli y a Martín Rodríguez, quienes le formularon la petición. Lo urgieron para que la convocatoria fuera realizada al día siguiente. El virrey no se decidía ya que pensaba que un Cabildo Abierto podría resultar en su contra. Decidió que ganar tiempo era imprescindible, y citó a los jefes militares para el dia siguiente, en su residencia de gobierno, el Fuerte, para saber si lo apoyarían.

Domingo 20 de mayo
Los jefes militares se presentaron en el Fuerte a últimas horas de la tarde. El criollo Cornelio Saavedra, jefe del Regimiento de Patricios e integrante de la Sociedad de los Siete, concurrió a la reunión. Cuando Cisneros reclamó una respuesta a su petición de apoyo, Saavedra respondió que debía renunciar, ya que la Junta que le nombró no existía. Solamente defendió la posición de Cisneros el síndico procurador del Cabildo, Julián de Leiva. Sin poder militar para oponerse, el virrey autorizó la reunión.

Lunes 21 de mayo
A las 9, el Cabildo inició sus trabajos de rutina, pero se vieron interrumpidos por hombres y mujeres armados que ocuparon la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo, y exigieron a gritos que se convocase a un Cabildo Abierto y se destituyese al virrey Cisneros. Entre los agitadores se destacaron Domingo French y Antonio Beruti. Cisneros, finalmente, firmó la autorización para la anhelada asamblea del día siguiente. El 21 de mayo se repartieron 450 invitaciones entre los principales vecinos y autoridades de la capital. La lista de invitados fue elaborada por el Cabildo teniendo en cuenta a los vecinos más prominentes de la ciudad.

Martes 22 de mayo
En este Cabildo abierto se reunían los vecinos, éstos debían cumplir una serie de requisitos para poder acceder a la reunión; entre ellos, debían tener armas, caballos, residencias, casas pobladas durante muchos años, etc. A la sesión de ese día concurrieron 56 militares, 18 alcaldes de barrio, 4 marinos, 24 clérigos, 4 escribanos, 20 abogados, 2 miembros de la audiencia, 4 médicos, 2 miembros del consulado, 13 funcionarios, 18 vecinos, 43 comerciantes y 15 personas más de las cuales no se tiene calificación. En total, el cabildo albergó a 251 individuos, a pesar de que se repartieron no menos de 600 invitaciones; tras la apertura del debate, el obispo Lué manifestó su deseo de que el virreinato continuara bajo la dominación española. Por otra parte, el abogado Juan José Castelli apoyó la soberanía del pueblo de Buenos Aires, posición que fue atacada por el fiscal Villota quien dijo que la región no podía atribuirse la representación por sí sola.
Las opiniones se encontraron hasta que la votación se hizo pública; 162 personas votaron por la destitución del Virrey Baltasar Cisneros, la decisión con más votos fue la de entregar el mando al Cabildo de la Capital, el cual establecería una Junta de Gobierno.
Además de los invitados especiales, concurre una barra entusiasta. French, por su parte, lleva a sus hombres para dar calor popular a las opiniones de los revolucionarios. En medio de la expectativa general, abre la sesión el escribano del Cabildo, Justo José Núñez: lee la proclama especialmente preparada, en la que se aconseja mesura, prudencia y serenidad en las discusiones, sin perjuicio de que todos puedan expresar su opinión en libertad; se destaca, asimismo, la necesidad de consultar a las provincias interiores del Virreinato y la conveniencia de no llevar a cabo mudanzas catastróficas.
Enseguida Núñez pronuncia la fórmula de rigor: “Ya estáis congregados; hablad con toda libertad”. Entonces comienza un debate que durará cuatro horas. Por momentos, la sesión se torna desordenada y tumultuosa. Uno de los asistentes, partidario del Virrey, el coronel Francisco Orduña, contará más tarde que había sido “tratado públicamente de loco” por no participar de las ideas revolucionarias, y que igual trato se había dado a “otros jefes militares veteranos y algunos prelados” que acompañaron su voto. Un testigo anónimo, también partidario del Virrey, será más explícito: “Se les obliga a votar en público y al que votaba a favor del jefe, se le escupía, se le mofaba, hasta el extremo de haber insultado al Obispo”. En este clima, los oradores proliferan, los términos empleados son muchas veces duros y no faltan los insultos. Sin embargo, los discursos principales se reducen a cinco: son los que pronuncian el obispo Benito de Lué y Riega, el doctor Juan José Castelli, el General Pascual Ruiz Huidobro, el Fiscal de la Real Audiencia, Doctor Manuel Genaro Villota, y el Doctor Juan José Paso.
Según contará luego Saavedra, el obispo – oriundo de Asturias – habla “largo como suele”. Lué es “singularísimo en su voto”. Dice que “no solamente no hay por qué hacer novedad con el Virrey, sino que aun cuando no quedase parte alguna de la España que no estuviese subyugada, los españoles que se encuentran en las Américas deberían tomar y asumir el mando de ellas; éste sólo podrá venir a manos de los hijos del país, cuando ya no quede un solo español en él”.
En la versión de un cronista anónimo, el obispo resulta más concreto: “Aunque haya quedado un solo vocal y arribase a nuestras playas, lo deberíamos recibir como a la Soberanía”’. El argumento irrita a los revolucionarios y a la barra. Tanto, que más tarde el obispo corta el discurso de un opositor, que le replica, diciéndole:

– A mí no se me ha llamado a este lugar para sostener disputas sino para que caiga y manifieste libremente mi opinión y lo he hecho en los términos que se han oído.
Tan desconcertante resulta la posición del obispo, que nadie, ni siquiera los más acérrimos partidarios del Virrey, lo va a acompañar con su voto.
 
De los invitados al cabildo abierto, muchos no concurrieron por temor,siendo 251 los que se presentaron. El cabildo abierto se prolongó desde la mañana hasta la medianoche, contando con diversos momentos:
La lectura de la proclama del Cabildo. El debate, “que hacía de suma duración el acto”, como se escribió en el documento o acta, y la votación, individual y pública, escrita por cada asistente y pasada al acta de la sesión. El cabildo tuvo como tema fundamental la ilegitimidad del gobierno y de la autoridad del virrey. La teoría de la retroversión de la soberanía, reconocía que, desaparecido el legítimo monarca, el poder volvía al pueblo; y que éste tenía derecho a formar un nuevo gobierno. Hubo dos posiciones enfrentadas: la del obispo de Buenos Aires, Benito Lué, que marcaba la necesidad de no hacer cambios, y la de Juan José Castelli, que sostenía que los pueblos americanos debían asumir la dirección de sus destinos hasta que cesara el impedimento de Fernando VII de regresar al trono.

 

Discurso de Castelli:
“Desde que el señor Infante Don Antonio salió de Madrid, ha caducado el gobierno soberano de España. Ahora con mayor razón debe considerarse que ha expirado, con la disolución de la Junta Central, porque además de haber sido acusada de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para establecer el Supremo Gobierno de Regencia, ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el gobierno y no podían delegarse, y ya por la falta de concurrencia de los diputados de América en la elección y establecimiento de aquel gobierno, que es por lo tanto ilegítimo. Los derechos de la soberanía han revertido al pueblo de Buenos Aires, que puede ejercerlos libremente en la instalación de un nuevo gobierno, principalmente no existiendo ya, como se supone no existir, la España en la denominación del señor don Fernando VII”.
Luego de los discursos, se procedió a votar por la continuidad del virrey, solo o asociado, o por su destitución. La votación duró hasta la medianoche. El resultado de la votación —69 a favor y 155 en contra— resolvió que Cisneros debía cesar en el mando. Se advertían también diferencias en cuanto a las propuestas de formación del nuevo gobierno. Los moderados aceptaban que el mando recayese en el Cabildo, el que debía formar un gobierno “del modo y forma que estime conveniente”. Los revolucionarios del pueblo, encabezados por Saavedra, manifestaron “que no quede duda de que el Pueblo es el que confiere la autoridad o mando”. Ante la duda planteada por algunos, de si podía removerse el gobierno sin consultar a las otras ciudades, Paso adujo la llamada teoría de la hermana mayor, por la cual era responsabilidad de la capital iniciar el cambio, bajo la expresa condición de que las demás ciudades serían invitadas a pronunciarse a la mayor brevedad posible.

Perfil de los principales representantes en la Revolución de Mayo de 1810.

Presidente
Cornelio Saavedra (1759 – 1829)
Militar. Nació en Potosí el 15 de septiembre de 1759. De pequeño se radicó con su familia en Buenos Aires. Estudió en el Colegio de San Carlos, dedicándose luego a tareas agropecuarias. En 1797 fue designado miembro del Cabildo de Buenos Aires y desempeñó diversos cargos. En 1806, tras combatir en la primera invasión inglesa, organizó el Regimiento de Patricios, el cual lideró durante la segunda invasión británica, ocurrida en 1807. En 1809 defendió exitosamente al Virrey Santiago de Liniers de la revuelta liderada por Martín de Alzaga. Tuvo activa participación en las reuniones previas a la Revolución, así como también en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, siendo designado presidente de la Primera Junta. Durante su mandato mantuvo disidencias con Mariano Moreno, secretario de dicho cuerpo. En 1811, mientras se encontraba de misión en Salta, fue destituido de su cargo y confinado a San Juan – y más tarde a Chile -. En 1818, el Congreso lo rehabilitó y fue ascendido a Brigadier General. En 1822 se retiró del ejército. Ya mayor, ofreció su participación en la guerra contra Brasil, petición que fue rechazada por su avanzada edad. Falleció el 29 de marzo de 1829.

Secretarios
Juan José Paso (1758 – 1833)
Jurisconsulto argentino. Nació en Buenos Aires el 2 de enero de 1758. Estudió en el Colegio Monserrat de Córdoba y, posteriormente, en la Universidad de Chuquisaca, graduándose de doctor en 1791, luego de lo cual ejerció su profesión en Lima durante varios años. En 1802 regresó a Buenos Aires y fue nombrado fiscal de la Audiencia en 1803 y diputado del Consulado en 1806. Tuvo activa participación en el Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, siendo elegido, una vez constituida la Primera Junta, secretario de dicho cuerpo junto a Mariano Moreno. En 1811 fue integrante del Primer Triunvirato y, más adelante, del Segundo. En 1814 fue enviado en representación de las Provincias Unidas a Chile. Como diputado por Buenos Aires participó del Congreso de Tucumán – que declaró la independencia el 9 de julio de 1816 -, del cual fue secretario. Fue el encargado de dar lectura al acta de la independencia nacional y, en 1819, participó de la redacción de la Constitución. Luego de pasar un tiempo en prisión, acusado de tomar parte en planes monárquicos, fue designado miembro de la Legislatura y reelegido en 1824. Ya retirado de la actividad política, falleció en Buenos Aires el 10 de septiembre de 1833.

Mariano Moreno (1778 – 1811)
Jurisconsulto y político argentino. Nació en Buenos Aires el 23 de septiembre de 1778. Estudió en el Colegio de San Carlos y, más tarde, en la Universidad de Chuquisaca, en donde se recibió de abogado en 1804. De regreso a Buenos Aires comenzó a desarrollar su carrera profesional. En 1809 tomó parte de la revolución que intentó derrocar al Virrey Santiago de Liniers. Ese mismo año elaboró, por encargo de un grupo de comerciantes, la Representación de los Hacendados, manifiesto en donde proponía la liberalización del comercio en el Río de la Plata. Participó en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, siendo designado posteriormente secretario de la Primera Junta. Fundador y primer editor de La Gazeta de Buenos Aires, también propició la creación de una biblioteca pública de índole nacional. En 1811 trató de oponerse, aunque sin éxito, a la incorporación de diputados del interior a la Primera Junta. Al no lograr su objetivo renunció, asumiendo la tarea de encabezar una misión diplomática en Londres. Durante el viaje a la capital británica enfermó gravemente y falleció el 4 de marzo de 1811.

Vocales
Manuel Belgrano (1770 – 1820)
Abogado, político y militar argentino. Nació en la Ciudad de Buenos Aires y allí comenzó a cursar sus estudios para luego continuarlos en España, lugar en donde se graduó en derecho. Fue, desde 1794, secretario perpetuo del Consulado de Buenos Aires, creó la Academia de Náutica en 1799 y, como capitán de las milicias urbanas, participó en las Invasiones Inglesas. Durante la Revolución de Mayo de 1810, en cuya preparación participó activamente, fue elegido vocal de la Primera Junta. Comandó la Campaña al Paraguay y la Segunda Expedición al Alto Perú. Allí combatió en varias batallas con suerte diversa y se destacó especialmente en las victorias de Salta y Tucumán. Creó la bandera nacional, que fue adoptada como distintivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En 1814 fue enviado en misión diplomática a Europa, junto a Bernardino Rivadavia, y, cuando regresó – al tiempo de celebrarse el Congreso de Tucumán, en 1816 – expuso en sus sesiones el propósito de organizar el gobierno como una monarquía moderada en favor de un inca. Murió un 20 de junio de hidropesía en Buenos Aires, sumido en la pobreza. Para honrar su memoria, se instituyó esa fecha como el Día de la Bandera.

Juan José Castelli (1764 – 1812)
Político y abogado argentino. Era primo de Manuel Belgrano y nació un 19 de julio en la Ciudad de Buenos Aires. Fue secretario interino del Consulado de Comercio y Regidor del Cabildo. En la historia argentina se lo conoce como “el orador de la revolución de mayo” porque fue uno de los que sostuvo la posición más extrema: estaba a favor de la caducidad del gobierno de España y de la necesidad de que el poder volviera al pueblo. Como vocal de la Primera Junta apoyó las ideas políticas de Mariano Moreno. Firme y enérgico, creía en medidas fuertes para aplastar a toda la oposición, por eso, mandó ejecutar sin miramientos a Santiago de Liniers y a otros líderes que habían intervenido en una conspiración contra la Junta. En Córdoba se unió en el Alto Perú al ejército de Antonio González Balcarce como promotor de la revolución. Pero la victoria del general Goyeneche sobre las fuerzas patriotas en Huaqui en junio de 1811 tuvo como consecuencia un largo proceso conocido como “Desaguadero” y Castelli fue separado de su cargo y desterrado. En diciembre se le inició un sumario pero la justicia no alcanzó a pronunciarse: el 12 de octubre de 1812, Castelli moría en Buenos Aires, pobre y calumniado, de un devastador cáncer en la lengua.

Manuel Alberti (1763 – 1811)
Este sacerdote y patriota vinculado al movimiento revolucionario nació en la Ciudad de Buenos Aires un 28 de mayo de 1763. Se recibió de Doctor en Teología en la Universidad de Córdoba. Participó activamente de las jornadas de mayo de 1810: junto a 400 vecinos, firmó el pedido de sustitución del Virrey Cisneros durante el Cabildo Abierto del día 22, documento fundamental que antecede a los sucesos del viernes 25. Dueño de un discurso moderado pero sustancioso fue uno de los elegidos para integrar la Primera Junta de Gobierno y, se afirma, era uno de sus miembros más ilustrados. Fue uno de los redactores de “La Gazeta de Buenos Aires”, según consta en el decreto de su fundación. A pesar de su condición de clérigo, aceptó el Plan Revolucionario de Operaciones ideado por Mariano Moreno que exigía la pena de muerte para todo aquel que se manifestara en contra de las acciones revolucionarias – aunque no estuvo de acuerdo con la ejecución de Santiago de Liniers -. Murió de manera repentina en Buenos Aires un 2 de febrero de 1811. En 1822 una calle de esa ciudad fue bautizada con su nombre y el 19 de junio de 1910 se inauguró en el barrio de Belgrano una estatua en su honor.

Miguel de Azcuénaga (1754 – 1833)
Político y militar argentino. Cursó sus estudios en Sevilla, España, y regresó a Buenos Aires en 1773 para ingresar en el Cuerpo de Artillería del Ejército. Combatió en territorio uruguayo contra los indios y portugueses y participó en la defensa de Buenos Aires durante los ataques ingleses de 1806 y 1807. Durante la Revolución de Mayo de 1810 fue designado vocal de la Primera Junta, cargo del que fue separado en la revolución del 5 y 6 de abril de 1811 y por el que tuvo que exiliarse en San Juan. Al año siguiente regresó y ocupó varias funciones públicas: fue Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y uno de los constituyentes de 1819. Su último cargo político fue el de diputado del Congreso de Tucumán. En el ámbito militar, representó a las Provincias Unidas del Río de la Plata en las negociaciones posteriores al final de la Guerra Argentino-Brasileña en 1828. Falleció en Buenos Aires en 1833.

Juan Larrea (1782 – 1847)
De nacionalidad española, llegó a Buenos Aires desde Cataluña a principios del 1800 para establecerse como comerciante. Durante las invasiones inglesas de 1806 fue designado capitán de un cuerpo de voluntarios catalanes y luego se unió al Partido Republicano – dirigido por Martín de Alzaga – para derrocar al Virrey Sobremonte en 1807. Sin descuidar su trabajo mercantil.
Larrea siguió participando en actividades políticas y fue elegido vocal de la Primera Junta del Gobierno Patrio de 1810. Durante la sublevación del 5 y 6 de abril de 1811 fue separado de su cargo y se exilió en San Juan. Regresó a Buenos Aires dos años después, cuando se instituyó el Segundo Triunvirato, para convertirse en uno de los miembros más participativos de la Asamblea Constituyente de 1813. Fue el responsable de la creación de la Escuadra Naval en 1814, que bajo el mando de Guillermo Brown obligó a los realistas a salir de las aguas del Río de la Plata. Su último cargo público fue el de Cónsul Argentino en Francia. De vuelta en Buenos Aires, y abocado al comercio, se suicidó en 1847 por no haber podido levantar un pagaré.

Domingo Matheu (1765 – 1831)
Piloto de barcos, militar y comerciante catalán que se radicó en Buenos Aires en 1791 para dedicarse a las actividades mercantiles junto a su hermano. Participó de las Invasiones Inglesas en 1806 y 1807 como Oficial en el Cuerpo de Miñones, jugó un papel decisivo en la Revolución de Mayo de 1810 (llegó a ser el sostén financiero del movimiento argentino de independencia) e ingresó como vocal de la Primera Junta del Gobierno Patrio a los 44 años. Al año siguiente, en ausencia de Cornelio Saavedra, fue nombrado Presidente. Matheu siguió colaborando con los objetivos militares de la Argentina y les ofreció apoyo monetario a las primeras expediciones libertadoras enviadas a Bolivia, Paraguay y Uruguay. Su apoyo no fue sólo patriótico ya que perseguía fines comerciales: buscaba establecer contratos con el interior y los países limítrofes. Disuelta la Primera Junta, se desempeñó como director de una fábrica de fusiles y tuvo a su cargo la confección de informes militares. Se retiró de la vida política y militar en 1817 y falleció en Buenos Aires en 1831.


Esta Asamblea despertó muchas expectativas, tranquilizó el panorama político, y aunque algunos dudaban de sus alcances y representatividad, las provincias del interior enviaron sus diputados a la misma. José Gervasio de Artigas, aunque se manifestaba descontento con la política localista de Buenos Aires vio en la Asamblea la posibilidad de darle una nueva estructura políitica al país.
A diferencia de lo que sucedido con los órganos de gobierno anteriormente, los miembros de la Asamblea no juraron fidelidad al rey Fernando VII de España y ésta declaró soberana, es decir superior a cualquier otra autoridad, inclusive al Triunvirato que la había convocado. Pero, lamentablemente, no pudo concluir con ninguno de los objetivos que se había propuesto.
El 24 de octubre de 1812, bajo la vigencia del segundo Triunvirato, se dictó el decreto de convocatoria a la asamblea, que tenía como objetivo declarar la independencia y dictar una constitución. En dicha convocatoria, se establecía que los diputados serían elegidos de forma indirecta, teniendo protagonismo los alcaldes de barrio, que deberían citar a todos los vecinos para designar en cada cuartel, un elector a pluralidad de votos. Esos cuarteles en que se dividían las ciudades, son los que actualmente se denominan distritos.
Una vez que cada cuartel designara su elector, todos se reunirían en el Ayuntamiento, con su presidente, para designar el o los diputados, a pluralidad de sufragios, a viva voz, de forma pública, designación que debía recaer en una persona libre, comprometida con la causa revolucionaria, sin condicionarse la elección a que se tratara de un natural o residente del pueblo al que representara.
Si bien el proceso eleccionario tendía a lograr transparencia, no fue así en todos los casos. La Asamblea era el fruto de graves conflictos internos y de la oposición del disuelto Primer Triunvirato.
Juan José Paso, opositor ferviente a la Asamblea y miembro de ese cuerpo político, debió suscribir obligado la convocatoria, y luego fue coaccionado a dejar su cargo de Triunviro.
Las ideas predominantes eran las sanmartinianas para lograr una constitución y declarar la independencia, pero las ambiciones personales de Alvear entorpecieron la consecución de esos propósitos. Los partidarios de Alvear se constituyeron en mayoría, al rechazarse a los diputados de la Banda Oriental, que concurrían con precisas instrucciones de Artigas, para lograr un gobierno federal. Recién en 1815, fueron incorporados dos diputados por Montevideo.
Las provincias representadas eran: Buenos Aires, Córdoba, Catamarca, Jujuy, Entre Ríos, Corrientes, La Rioja, Salta, Mendoza, San Luis, San Juan, Santiago del Estero, Santa Fe y Tucumán.
Se designaron cuatro diputados por la capital, dos por cada provincia y uno por cada ciudad bajo dependencia provincial. Tucumán concurrió con dos diputados. Todos ellos revestían inviolabilidad, y la Asamblea se reservó la representación y ejercicio de la soberanía de las Provincias Unidas del río de la Plata.
Las derrotas sufridas por el Ejército del Norte, en Vilcapugio y Ayohuma, empeñado en la lucha contra las fuerzas realistas enviadas desde el Virreinato del Perú complicaron la situación interna. El avance realista sobre territorio argentino era una posibilidad cercana, que ponía en peligro la causa de la revolución.
En el ámbito internacional, el fracaso de la campaña de Napoleón Bonaparte en territorio ruso significaba la desintegración de su imperio, y consecuencia, los monarcas europeos retornaban a sus tronos usurpados. En estas circunstancias, el rey Fernando VII de regreso a España, se proponía recuperar sus posesiones, disponiendo pera ello el envío de refuerzos para luchar contra los revolucionarios americanos.
Estos acontecimientos sumieron en la indecisión a la Asamblea, temerosa de adoptar medidas de fondo que luego no pudiera sostener.
A pesar de no realizar los principales fines propuestos, la Asamblea se abocó al dictado de numerosas disposiciones fundamentales.
Promulgó leyes sobre la organización de la administración pública como un Reglamento de Justicia, creando las Cámaras de Apelaciones. Prohibió la aplicación de tormentos para investigación de la verdad.
Dispuso la creación de un órgano ejecutivo que concentraba todo el poder en una sola persona, con el nombre de Director, y un Consejo de Estado, con fines de asesoramiento al nuevo ejecutivo.
Mandó a abolir el escudo de Armas de España, y la efigie de los antiguos monarcas fue sustituida en las monedas por el escudo nacional. En los documentos públicos se suprimió toda invocación al rey de España, reemplazándola por “la soberanía de los pueblos, cuya voluntad representan los diputados”.
Estableció la libertad de vientres, que garantizaba la libertad e igualdad a todos los hijos de esclavas que nacieran en adelante en el territorio de las Provincias Unidas. Suprimió los títulos de nobleza y eliminó el mayorazgo, por el cual desde antiguo, heredaba toda la fortuna del padre el hijo mayor. Suprimió también las encomiendas y las mitas.
Por último declaró fiesta cívica al 25 de Mayo y encargó la composición de una canción patria, que sería nuestro himno nacional.
Si bien esta Asamblea no hizo la explícita declaración de la Independencia, su fecunda labor legislativa ratificó, indirectamente, la vocación independentista de los patriotas.

Convención hecha y concluida entre los Gobernadores D. Manuel Sarratea, de la Provincia de Buenos Aires, D. Francisco Ramírez de la de Entre Ríos, D. Estanislao López de la de Santa Fe el día veinte y tres de Febrero del año del Señor mil ochocientos veinte, con el fin de terminar la guerra suscitada entre dichas Provincias, de proveer a la seguridad ulterior de ellas, y de concentrar sus fuerzas y recursos en un gobierno federal, a cuyo objeto han convenido en los artículos siguientes:
Artículo 1° – Protestan las partes contratantes que el voto de la Nación, y muy particularmente el de las Provincias de su mando, respecto al sistema de gobierno que debe regirlas se ha pronunciado a favor de la confederación que de hecho admiten. Pero que debiendo declararse por Diputados nombrados por la libre elección de los Pueblos, se someten a sus deliberaciones. A este fin elegido que sea por cada Provincia popularmente su respectivo representante, deberán los tres reunirse en el Convento de San Lorenzo de la Provincia de Santa Fe a los sesenta días contados desde la ratificación de esta convención. Y como están persuadidos que todas las Provincias de la Nación aspiran a la organización de un gobierno central, se comprometen cada uno de por sí de dichas partes contratantes, a invitarlas y suplicarles concurran con sus respectivos Diputados para que acuerden quanto pudiere convenirles y convenga al bien general.
Artículo 2° – Allanados como han sido todos los obstáculos que entorpecían la amistad y buena armonía entre las Provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe en una guerra cruel y sangrienta por la ambición y la criminalidad de los muchos hombres que habían usurpado el mando de la Nación, o burlado las instrucciones de los Pueblos que representaban en Congreso, cesaran las divisiones beligerantes de Santa fe y Entre Ríos a sus respectivas Provincias.
Artículo 3° – Los Gobernadores de Santa fe y Entre Ríos por sí y a nombre de sus provincias, recuerdan a la heroica Provincia de Buenos Aires cuna de la libertad de la Nación, el estado difícil y peligroso a que se ven reducidos aquellos Pueblos hermanos por la invasión con que lo amenaza una Potencia extranjera que con respetables fuerzas oprime la Provincia aliada de la Banda Oriental. Dejan a la reflexión de unos ciudadanos tan interesados en la independencia y felicidad nacional el calcular los sacrificios que costará a los de aquellas provincias atacadas el resistir un Ejército imponente, careciendo de recursos, y aguardan de su generosidad y patriotismo auxilios proporcionados a lo arduo de la empresa, ciertos de alcanzar cuanto quepa en la esfera de lo posible.
Artículo 4° – En los Ríos de Uruguay y Paraná navegarán únicamente los Buques de las Provincias amigas, cuyas costas sean bañadas por dichos Ríos. El Comercio continuará en los términos que hasta aquí, reservándose a la decisión de los Diputados en congreso cualesquiera reforma que sobre el particular solicitaren las partes contratantes.
Artículo 5° – Podrán volver a sus respectivas Provincias aquellos individuos que por diferencia de opiniones políticas hayan pasado a la de Buenos Aires, o de esta a aquellas, aun cuando hubieren tomado armas y peleado en contra de sus compatriotas: serán repuestos al goce de sus propiedades en el estado en que se encontraren y se echará un velo a todo lo pasado.
Artículo 6° – El deslinde de territorio entre las Provincias se remitirá, en caso de dudas a la resolución del Congreso general de Diputados.
Artículo 7° – La deposición de la antecedente administración ha sido la obra de la voluntad general por la repetición de desmanes con que comprometía la libertad de la Nación con otros excesos de una magnitud enorme. Ella debe responder en juicio público ante el Tribunal que al efecto se nombre; esta medida es muy particularmente del interés de los Jefes del Ejército Federal que quieren justificarse de los motivos poderosos que les impelieron a declarar la guerra contra Buenos Aires en Noviembre del año próximo pasado y conseguir en la libertad de esta Provincia a la de las demás unidas.
Artículo 8° – Será libre el comercio de Armas y municiones de guerra de todas clases en las Provincias federadas.
Artículo 9° – Los prisioneros de guerra de una y otra parte serán puestos en libertad después de ratificada esta convención para que se restituyan a sus respectivos Ejércitos o Provincias.
Artículo 10° – Aunque las Partes contratantes están convencidas de que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos del Exmo. Sr. Capitán General de la Banda Oriental Don José Artigas según lo ha expresado el Sr. Gobernador de Entre Ríos que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Sr. Excmo. para este caso no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta nota, para que siendo de su agrado, entable desde luego las relaciones que puedan convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federadas, se miraría como un dichoso acontecimiento.
Artículo 11° – A las cuarenta y ocho horas de ratificados estos tratados por la Junta de Electores dará principio a su retirada el Ejército federal hasta pasar el Arroyo del Medio. Pero atendiendo al estado de devastación a que ha quedado reducida la Provincia de Buenos Aires por el continuo paso de diferentes Tropas, verificará dicha retirada por divisiones de doscientos hombres para que así sean mejores atendidas de víveres y cabalgaduras, y para que los vecinos experimenten menos gravamen. Queriendo que los Sres. Generales no encuentren inconvenientes ni escasez en su transito para si o sus tropas, el Señor Gobernador de Buenos Aires nombrará un Individuo que con este objeto les acompañe hasta la línea divisoria.Artículo 12° – En el término de dos días o antes si fuese posible será ratificada esta prevención por la muy Honorable Junta de Representantes.
Hecho en la capilla del Pilar a 23 de febrero de 1820.-(Fdo.) MANUEL DE SARRATEA – ESTANISLAO LOPEZ – FRANCISCO RAMIREZ.La Junta de Representantes Electores aprueba y ratifica el precedente tratado. Buenos Aires, a las dos de la tarde del día veinte y cuatro de febrero de mil ochocientos veinte años.(Fdo.) Thomas Manuel de Anchorena; Juan J. C. de Anchorena; Vicente López; Antonio José de Escalada; Manuel Luis de Oliden; Victorio García de Zuñiga; Sebastián Lezica; Manuel Obligado.(En la edición del Registro Oficial de Santa Fe, se publica el siguiente agregado:)Por tanto, y en conformidad de lo acordado por la misma Junta, se publicará por bando con la solemnidad conveniente, iluminándose generalmente con tal plausible motivo las calles de esta Ciudad por tres sucesivas noches, que principiaran por la del presente día, y cantándose en acción de gracias al Todo Poderoso en solemne Te Deum el Domingo 27 del corriente, en la Santa Iglesia Catedral, con asistencia de las Corporaciones de la Provincia. Buenos Aires, Febrero 24 de 1820.(Fdo.) Hilario de la Quintana – Por mandato de S. S. José R. Basavilbaso.(DOCUMENTOS RELATIVOS A LOS COMPROMISOS SECRETOS DEL TRATADO DEL PILAR: Orden del Gobernador Sarratea para que el Comandante de la Sala de Armas entregue ochocientos fusiles y ochocientos sables, sin especificar destino.)Buenos Ayres, Marzo 4 de 1820

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