19 años comprometidos con la educación

Roma - Leyendas

Roma - Leyendas
De época histórica se conservan nombres de amazonas, esculturas y monedas que las reflejan armadas. Las mujeres Vénetas domaban potros y participaban en combates. Otras mujeres iban al frente de sus ejércitos. En la nación volsca, pueblo al sur de Roma sobresale la reina amazona Camila / Camilla que heredó el trono en el siglo VII adne.
  Había aprendido desde la infancia a cazar y a practicar deportes y se dedicó a participar en carreras de velocidad en las que era invencible y en juegos de habilidad con armas y de destreza con el arco. Aliada del príncipe Turno, prometido de Lavinia, hija de los reyes Amata y latino y heredera del reino romano, acudió en su ayuda y combatió la invasión de Eneas capitaneando a los volscos y tuvo un comportamiento muy valeroso en combate. Leemos de ella en Virgilio (1989, 262 a 266): “Sale a su encuentro, seguida de su escuadra de Volscos, la reina Camila…” … “Embravécese en lo más recio del combate la amazona Camila, ceñida de aljaba, descubierto un pecho para la lidia, y ora dispara con su mano multitud de flexibles dardos, ora ase con infatigable diestra una poderosa hacha. pendientes de su hombro resuenan el arco de oro y las armas de Diana…”
  Junto a ellas combatieron sus compañeras: Acca (su hermana), Lavinia, Tulla / Tula, Opis, Tarpeya… Después de matar a muchos guerreros entre ellos al capitán Liris, a Butes, a Euneo, Pegaso, Demofobo, Amastro… fue muerta en un combate a traición por el etrusco Arruno / Arrunte. su compañera Opis la vengó matando a su asesino. La reina Amata, madre de la princesa Lavinia mató a sus otros hijos porque prometieron a su hermana con Eneas, de la que manifiesta Virgilio en (1989, 199): “En medio de la lid, la reina concita a sus huestes con los sonidos del sistro patrio y no ve a su espalda las dos serpientes que le amenazan.”
  Clelia fue una heroína amazona de Roma entregada como rehén al rey etrusco Porsenna en el año 508 adne. Ella engañó a los centinelas, se escapó y se puso a la cabeza de sus compañeras, atravesó el río Tíber y ninguna fue herida con las flechas de sus enemigos y las condujo de nuevo a Roma. En diferentes versiones se cuenta que fue devuelta, aunque tuvo buen trato por parte de Porsenna.
  Los romanos le erigieron una estatua ecuestre que fue situada en la Vía Sacra. Detrás de Mucio Porsenna envió embajadores a Roma. El rey estaba muy preocupado, ya que sólo había escapado en la primera ocasión de peligro por un error del agresor, pero temía por su vida siempre que hubiera conjurados vivos. Por tanto decidió que sus embajadores llevaran a los romanos condiciones para hacer la paz. Una de las condiciones era que se restableciera en el trono a los Tarquinios. Efectivamente, él no había podido negárselo, pero no sabía que los Romanos de ninguna manera lo aceptarían. Consiguió, sin embargo que los Romanos devolvieran el campo a los Veyentes, y tendrían que dar rehenes si querían que Porsenna se retirara del Janículo.
  La paz se firmó con estas condiciones y Porsenna retiró su ejército del Janículo y salió del territorio romano.
  Los senadores dieron a Mucio, ya que se había significado por su valentía, un trozo de terreno al otro lado del río Tíber, que después todos conocieron como los Prados Mucios.
  Estos honores que se habían concedido a un joven excitaron también la valentía de las mujeres. También ellas quisieron conseguirlos. Este fue el caso de la joven Clelia, una de las personas que habían sido entregadas como rehenes a Porsenna y que estaba en el campamento de los Etruscos.
  El campamento donde estaban los rehenes estaba muy cerca de la orilla del Tíber. Clelia se hizo la jefa de todas las mujeres prisioneras, y una vez eludidos los guardianes, se lanzaron al agua para llegar hasta la ciudad, a pesar de las flechas que lanzaban los enemigos.
  El rey se enteró y montó en cólera. Envió a personas preparadas para que pidieran a los romanos que devolvieran a Clelia, la cabecilla. Las demás mujeres no tenían importancia. Admiró a la joven y dijo que su hazaña estaba por encima de la que habían realizados los jóvenes Horacio Cocles y Cayo Mucio. Pero que si no se la devolvían podían dar por roto el tratado que habían sellado. Una vez que se la entregaran, él la devolvería intacta a los suyos.
  Cada una de las partes cumplió con su palabra. Los romanos la entregaron como prenda de la paz por el pacto que habían hecho con los etruscos. Por su parte el rey no sólo la mantuvo segura, sino que honró su valor, de manera que le dijo que eligiera los rehenes que quisiera para devolverlos a su patria. Todos le fueron presentados para que eligiera, y se dice que ella eligió a los más jóvenes, con el agrado de todos, ya que lo que más importaba era no dejar en manos de los enemigos a quienes, por su edad, podrían recibir más ultrajes.
  Vuelta la paz, los Romanos levantaron en honor de Clelia, la mujer que había llevado a cabo tal hecho, una estatua ecuestre en la que se representaba un caballo con una amazona. La estatua se levantó en lo alto de la vía Sacra, la que atravesaba el foro y llevaba hacia el Capitolio, un lugar bien visible y frecuentado, para que todos honraran la hazaña de esta joven.
 

Es la gran epopeya del mundo romano, compuesta por encargo del emperador ya que cumple la función de crear un pasado mítico equiparable al de la cultura griega, con un líder fundador, Eneas, cuya línea dinástica entronca directamente con el padre Júpiter (la madre de Eneas es la diosa Venus), que a su vez dará lugar mediante su hijo Ascanio o Iulo, a la gens iulia, a la que pertenece Augusto como sobrino de César.
Pero la Eneidaes mucho más que una justificación genealógica, los seis primeros cantos que la componen están hechos a imagen de la Odisea, son un relato de aventuras y viajes, mientras que los seis últimos participan del espíritu bélico y heroico de la Ilíada. Aparece un nuevo tipo de héroe que encarna las virtudes romanas, piedad, seriedad, deber, constancia, magnanimidad, frente a la arrogancia, astucia y osadía propias del héroe griego. Muchas veces, sin embargo, puede percibirse claramente la identificación entre los personajes virgilianos y homéricos en paralelismos que no escapan a ningún lector atento: Turno es Héctor y Eneas Aquiles, pero también Augusto, así como la reina Dido tiene mucho de Cleopatra, mujer poderosa a la vez que enamorada con un amor que será su perdición. Esto nos lleva a hablar de otro influjo notable de la Eneida, el de la tragedia griega, ya que el libro es una reflexión sobre la predestinación y la simpatía del autor recae a menudo en aquellos que deben ser sacrificados porque se oponen a los designios divinos. Eneas. Aún así, la Eneida no es una obra de encargo, en la que la libertad del poeta quedara coartada; pero, los planes de Virgilio encajaban perfectamente con la filosofía augústea y el proyecto encantó al emperador.
Roma todavía no había asimilado todavía su reciente papel de dueña del mundo. Los romanos necesitaban encontrar antepasado ilustres que justificaran su poder actual. Las tradiciones griegas se remontaban a épocas muy remotas mientras la leyenda de la fundación de Roma la situaba sólo siete siglos antes. Era, pues, preciso encontrar raíces antiguas para el pueblo romano, un antepasado ilustre, descendiente de los dioses, que personificara los ideales del hombre romano. La leyenda de Eneas como fundador de Roma servía a la perfección para este propósito. Con ella, Virgilio relacionaba definitivamente los orígenes de Roma con la cultura griega. Además, “la gens Iulia”, a la que Augusto pertenecía, aparece como descendiente de Iulo, el hijo de Eneas.
La conquista de Grecia por los romanos encontraba justificación como revancha a la destrucción de Troya por los griegos. Las más ilustres familias romanas se jactaban de contar entre sus antepasados a alguno de los troyanos compañeros de Eneas. Roma contaba ya con un gran poema épico nacional.
El comienzo se sitúa justo en la toma de Troya. Entre aquel barullo, un hombre trata de huir llevando a su hijo, Ascanio, de la mano, y a su padre, Anquises, sobre sus hombros. Hacía rato que había perdido a su esposa entre la multitud. Pero no pensemos mal de Eneas, es que para los planes de los dioses, era conveniente que fuese un hombre libre. Eneas había nacido de los amores de su padre Anquises, con la diosa Afrodita y los dioses tenían planes para Eneas: debía fundar Roma. Eneas, acompañado del ejército superviviente de Troya, emprende un penoso viaje vapuleado por Juno, la celosa esposa de Júpiter, y el favor de Afrodita, su madre, ambas “enemigísimas” como ya es sabido. Pero a mi, lo que más me atrae, es la historia de amor que tuvo lugar entre Eneas y Dido, reina de Cartago.
Dido era hija del rey de la ciudad de Tiro, y estaba casada con un hombre muy rico. Su hermano, Pigmalión, envidioso de las riquezas de su cuñado, le asesina y esconde el cadáver, para no alarmar a la hermana. Una noche, en sueños, el espíritu de su esposo le contó lo ocurrido. Le dijo también el lugar en que estaba escondido su cuerpo, la situación de la entrada a la cueva donde guardaba sus riquezas. Pero sobre todo, le ordenó que con su fortuna, formara una flota, contratara una tripulación y, rápidamente marchase a otra tierra, pues su hermano pretendía matarla también a ella. Dido así lo hizo. Tras larga navegación, agotados, recalan en una costa de África. Dido negocia con los naturales para que le otorguen un terreno en que asentarse con su gente. Estos aceptan cuando Dido les promete que sólo ocuparán la tierra que pudiera ser cubierta con la piel de un buey. De esa manera, con tan poco “territorio”, es fundada la ciudad de Cartago. Tras una terrible tempestad, Eneas y sus compañeros han de refugiarse en las costas de un lugar desconocido. Puesta en conocimiento de este hecho la reina del lugar, a la sazón Dido, ordena llevar a su presencia al almirante de aquella flota, junto con su tripulación. Estos son recibidos con grandes agasajos y valiosos presentes. Un vez descansados y repuestas sus fuerzas, sentado en un confortable sofá, Eneas hace un relato ante la reina de Cartago y su corte, del terrible viaje realizado. Las muchas veces que habían visto en gave riesgo sus vidas, por causa de los grandes peligros sufridos.
Eneas pertenecía al linaje de los troyanos, pero a una rama diferente de la que gobernaba la ciudad. Su padre, Anquises, era rey de Dardania, la primera ciudad levantada por el fundador Dárdano, en el monte Ida. Este alto dominaba majestuosamente toda la región, por un lado, la isla de Lesbos, por otro la llanura que se extendía hasta Troya, capital de la Tróade, siendo gobernada esta última ciudad por Príamo, otro descendiente de Dárdano, casado con la reina Hécuba. Las dos ramas de la familia habían reforzado su relación de parentesco mediante el matrimonio de Eneas con una de las hijas de Príamo, de nombre Creusa.
Pero Eneas no era solamente un príncipe destacado de la familia: era lo que los griegos entendían por “héroe” en sentido estricto, es decir, uno de aquellos seres excepcionales nacidos del abrazo amoroso entre los dioses y los simples mortales. En su caso, la divinidad era nada menos que Afrodita, la Venus romana. Ella, que se jactaba de haber provocado con sus maniobras esos “abrazos amorosos” a los dioses, fue castigada por Zeus a probar su propia medicina. El afortunado mortal elegido para ello fue el joven rey Anquises. Afrodita, movida por un deseo irresistible, le sedujo cuando se encontraba vigilando sus rebaños en las altas praderas del monte Ida. Era Anquises bello como un dios, algo frecuente entre los de su linaje, de creer a los mitógrafos griegos. Eneas no podía desmerecer a tal padre y, sobre todo, a tal madre. “Mortal igual a un dios”, como lo describía Homero.
El desembarco de los aqueos con sus “mil naves” en las playas de Troya y el comienzo del asedio de diez años a la ciudad pusieron a Eneas en la cabeza del bando de los asediados. Homero le dedica varios episodios de protagonismo, al mismo nivel que el propio Héctor, líder indiscutible de los troyanos. La intervención de su madre, Afrodita, será decisiva para sacar a Eneas incólume de la masacre que acaba con la ilustre ciudad. Colaboran con ella Apolo y Poseidón, quien escamotea Eneas a Aquiles invocando el destino que los hados tienen reservado para aquél: ser el soberano de la nueva Troya, que sucederá a la destruida por los aqueos.
Así, cuando los hombres de la casa de Príamo van cayendo uno tras otro, empezando por Héctor, a manos de Aquiles, y los demás perecen tras el episodio del famoso caballo, sólo queda Eneas para encabezar la última y desesperada resistencia de los troyanos. Este hubiera podido ser, sin duda, el fin de nuestro héroe si su madre no le hubiera guiado a través de las llamas, incitándolo a ponerse a salvo con su familia y los supervivientes de la matanza. Al frente de este pequeño grupo, el hijo de Anquises se dirige al monte Ida, cargando con su anciano padre, portador de los viejos Penates, los dioses más sagrados de Troya, y llevando de la mano al pequeño Ascanio, o Julo, el hijo que le había dado Creusa. Así comienza un largo y costoso exilio en busca de esa nueva Troya.
De las playas al pie del Ida se embarca con su pequeño grupo y se encamina hacia el oeste, bordeando la costa griega primero, la del sur de Italia y Sicilia después. En esta isla morirá el viejo Anquises. Al partir de Sicilia camino de Italia, destino final de su periplo, una tempestad los arroja a las costas de África, cerca de donde se está levantando la nueva ciudad de Cartago.
Allí son recibidos por la reina Dido, quien, gracias a los buenos oficios de Afrodita, se enamora perdidamente de Eneas. Los dos viven un intenso idilio mientras los hombres y las naves se reponen. Pero Eneas no puede escapar a su destino y decide reemprender la marcha sin ceder a los ruegos de Dido, quien le maldice por su traición. Al ver partir las naves, la reina decide poner fin a su vida: hace levantar una pira funeraria, se sube a ella y se atraviesa con una espada que había pertenecido a su amante.
Éste, mientras, ha puesto rumbo al norte y, tras desembarcar en Sicilia, para celebrar los funerales por su padre, llega a la península italiana. El primer lugar que visita es la cueva de la Sibila de Cumas, donde se le aparecen sus muertos, antiguos y recientes, como Dido o Anquises, quien le descubrirá su futuro y el de sus descendientes. De allí se dirige al Lacio, donde se encuentra con el rey Evandro, un exiliado griego que antaño fue huésped de Anquises. Eneas se casa. con su hija, Lavinia. El héroe ha llegado al final de su camino.
Pero asentarse en la nueva Troya no le resultará fácil. Debe enfrentarse en una guerra larga y cruenta con un príncipe local, de nombre Turno, antiguo aspirante a la mano de la princesa Lavinia, conflicto que se resuelve con la victoria del troyano. A partir de este momento culminante el mito de Eneas se desdibuja. Eneas funda una ciudad a la que, por su esposa, llama Lavinio. Este será el primer asentamiento troyano en el Lacio. Después de su muerte en extrañas circunstancias -desaparece en medio de una tormenta-, su hijo trasladará la capital a Alba Longa, donde nacerá Rómulo, el fundador de la futura Roma.

En tiempos del rey Tulo Hostilio se enfrentaron en guerra Roma y Alba Longa. Para evitar que hubiera un gran derramamiento de sangre entre dos pueblos hermanos, se acudió a una solución especial: había unos trillizos, los Curiacios, en el ejército albano y otros trillizos, los Horacios, en el ejército romano; lucharían ellos solos y los que resulten vencedores darán la victoria a su pueblo.
El combate se va a desarrollar a la vista de ambos ejércitos, que animarían cada uno a sus campeones. Al primer choque de los seis combatientes, mueren dos de los Horacios y quedan heridos los tres Curiacios, que rodean al Horacio ileso. Ante la desesperación de los romanos, éste escapa corriendo. Los albanos animan a los Curiacios para que acaben con él. Al perseguirle, los Curiacios, que están heridos de diversa consideración, se van separando entre sí: el menos herido es el que le sigue más de cerca. Cuando ha logrado separarlos lo suficiente, Horacio se vuelve, lucha con el más próximo y lo vence. Para cuando llega el segundo le resulta más fácil aún. La muerte del tercero no le presentó ninguna dificultad. Así Roma quedó vencedora de Alba.
Cuando Horacio con los despojos de los tres Curiacios vuelve triunfante a Roma, su hermana, que estaba prometida con uno de los Curiacios, reconoce los despojos de su prometido y prorrumpe en lamentaciones. Horacio, irritado, mata a su hermana: “Muera así cualquier romana que llore a un enemigo”. Lo horrible del hecho lleva a Horacio ante el tribunal. Va a ser condenado a muerte, cuando se presenta Publio Horacio, su padre, ante el pueblo: “Cuatro hijos tenía – dijo -. Dos murieron por Roma, otra a manos de su hermano. Si al hijo que me queda lo matáis vosotros, ¿qué será de mí? ¿Qué delito he cometido?” Horacio fue absuelto más por las lágrimas de su padre y por la admiración de su valentía que por la justicia de su causa.

En una célebre obra del gran fabulista clásico Apuleyo se narra la atractiva historia de un rey que tenía tres hijas.
Las dos mayores estaban casadas y gozaban de la estima y el respeto de sus maridos respectivos pero, la menor -de nombre Psique-, permanecía aún bajo el mismo techo que sus progenitores. La hermosura de la joven benjamina era superior a la de sus hermanas y al resto de las muchachas del reino. Tenía muchos pretendientes que la admiraban y la miraban con vehemencia mas, pasaba el tiempo, y nadie se atreva a solicitarle relaciones formales.
El exceso de hermosura -si es que tal expresión se me permite-, que detentaba la figura de la joven Psique, lejos de decidir a sus solícitos enamorados, los espantaba; y ninguno se atrevía a pedirla en matrimonio, pues todos temían el rechazo de la bellísima muchacha.
La preocupación de los padres de Psique iba en aumento, y el anhelo por casar a su hija menor crecía de día en día. Por fin, decidieron acudir al oráculo en busca de consejo y ayuda.
La respuesta que recibieron de la sibila encargada de transmitir el mensaje del oráculo los dejó, al mismo tiempo, perplejos y asustados. Y es que Psique, vestida con sus mejores galas, tenía que ser conducida hasta la cumbre casi inaccesible de un lejano monte, y abandonada a su suerte. Con harto dolor de su corazón, los padres de la hermosa muchacha cumplimentaron, hasta en los más mínimos detalles, la orden del oráculo. Bañaron el esbelto cuerpo de la joven, lo ungieron con humectantes aceites y olorosos perfumes, la vistieron como a una novia y, una vez conducida hasta el lugar indicado por el oráculo, la abandonaron

En la realidad lo que se conoce del origen de Roma es que la ciudad originalmente fue surgiendo en el Lacio en un lugar que poseía muchas ventajas para que la misma prosperara.
Estaba cerca de un lugar donde se podía vadear el Tiber, y esto se aprovechaba para ganar dinero gracias a las rutas comerciales que por allí pasaban, la ciudad además estaba en una zona fértil, lo cual le daba provisiones de alimentos y además las famosas colinas de la ciudad servían como zonas fácilmente fortificables y defendibles si eran atacados militarmente.
Los llamados pueblos latinos fueron asentándose en la zona, y se cree según hallazgos arqueológicos que el poblamiento se remonta a mucho antes de la fecha mítica de fundación de la ciudad de 753 AC, aproximadamente hacia el año 1000 AC.
En cierto momento las diferentes aldeas de las 7 colinas se unificaron, entre ellos estaban los sabinos y se creo un centro político en el Palatino, naciendo así concretamente la ciudad de Roma, y también se cree que esta organización estaba fomentada por los etruscos. La ciudad de Roma según la leyenda tuvo sus primeros 7 reyes etruscos, aunque se cree que en realidad fueron solamente 3.
Los etruscos eran una cultura que se había instalado en el Norte y centro de Italia, especialmente en la zona de la Toscana.
Según la leyenda, Rómulo llamó Roma a su ciudad, en su honor. Otra leyenda cuenta que Roma era el nombre de la hija o nieta de Eneas, el héroe troyano. También es posible que Roma fuera una variación de Rumon, vocablo etrusco que significaba “el pueblo del río” o algo así. Y que el nombre Rómulo, que significa “pequeña Roma”, fue adicionado después a la leyenda para darle visos de credibilidad.
Fuera de una forma o de otra, Roma fue fundada y su primer rey (de los, ¿adivinen cuántos?, que tuvo, ¡en efecto!, fue, claro está, el propio Rómulo.
Cuentan que el rey, a fin de atraer población a su ciudad, la declaró centro de asilo de criminales huídos de sus ciudades, con lo que el pueblo creció rápidamente (Imagínense si pasara en una ciudad en nuestros días). Producto también de esta costumbre, pronto fue mucho mayor el porcentaje de hombres que de mujeres, lo cual dio lugar a un legendario episodio que se conoce como el rapto de las sabinas, inmortalizado por Jacques-Louis David(1748-1825) en uno de sus cuadros.
Los sabinos eran un pueblo que habitaban entre el Tíber y los Apeninos, al este de Roma. Por aquel entonces, Roma ya se había expandido del Monte Palatino al Capitolino y al Quirinal.
Nos dice la leyenda que habiendo enviado Roma embajadas a los diferentes pueblos de la región, ninguno de ellos quiso emparentar con los romanos y estaba claro que de continuar las cosas así el pueblo desaparecería, pues no podían asegurar su descendencia.
Así las cosas, se decidió efectuar unos juegos en honor de algún dios y se invitó a los pueblos de la región. En algún momento, los romanos se apoderaron de las mujeres sabinas por la fuerza y los sabinos se marcharon, indignados por lo que consideraron una falta total de hospitalidad y vergüenza.
Como estas cosas normalmente provocan una guerra, pues eso fue lo que hicieron los sabinos, marchar a la guerra contra Roma, la primera para la ciudad, entonces aún un pueblito, de la lista interminable de las guerras que sostendría contra el mundo.
El rey de los sabinos, Tito Tacio, ya fuera por apuesto o por rey, contaba entre sus admiradoras a Tarpeya, hija del comandante militar del monte capitolino, a lo que parece. Esta señorita, concertó con los sabinos, según cuenta nuestra historia, la entrega de la ciudad a cambio de lo que los soldados llevaban en su mano izquierda.
Pero la traidora no reparó en que, además de los brazaletes de oro que ellos usaban, llevaban sus escudos a la izquierda. Pienso yo que esto fuera porque al acordar con ellos la entrega de la ciudad, estos no andaban con los escudos, harto pesados seguramente. El caso es que al entrar los primeros soldados a la ciudad, por la puerta abierta que Tarpeya les facilitó, arrojaron sus escudos sobre ella, pagando de esta forma su alevosa traición con la muerte.
Otra versión de esta leyenda dice que los mismos romanos la despeñaron por una roca que se encuentra en un extremo del monte Capitolino. Hasta hoy, esta roca es llamada Roca Tarpeya, y es famosa por haber sido en tiempos posteriores el lugar desde donde se despeñaba a los criminales condenados a muerte.
Tras perder el monte Capitolino por la traición de Tarpeya, romanos y sabinos siguieron luchando, sin definir un ganador indiscutible, hasta que las mujeres sabinas, que habían aprendido a amar a sus maridos romanos y estaban ya cansadas de perder a sus padres y hermanos de un lado y a sus esposos de otro, se impusieron entre los dos bandos y les obligaron a firmar la paz.
Puestos de acuerdo Rómulo y Tito Tacio, en lo adelante se fundieron sabinos y romanos y Roma tuvo dos reyes, hasta que a la muerte del rey sabino, Rómulo quedó gobernando sobre romanos y sabinos. La sede del gobierno, claro está, se mantuvo en Roma. En homenaje a estas 30 mujeres que lograron la unidad de estos pueblos, según se dice, el pueblo romano fue organizado en 30 curias, cada una llevando el nombre de una de estas sabinas.

 Los Romanos se presentaron en Galicia en el 137 a.C. con Décimo Xunio Bruto y en el 60 a.C.,con Julio César.
En el Siglo I, mandaba en el mundo occidental el romano Cayo Octavio Coepio (63 a.C. al 14 d.C.), tomó como nombre de Emperador el de Cayo Julio César Octaviano Augusto, más conocido por Emperador César Augusto. El Senado Romano le exigió doblegar a los Indígenas de Gallaecia.
En el año 26 (a.C.) se presenta con sus Legiones I Augusta, II Augusta, IV Macedónica, IX Hispaniensis y XX Valeria Vixtrix, V Alandae, VI Victrix, X Gémina, Cohors IV Equitata Thracum, Ala Augusta, Ala Parthorum, Cohors IV Gallorum. A pesar de su potencial el propio Emperador corrió peligro de muerte, no solo por los ataques indígenas, un rayo mató a uno de los siervos que lo portaba a hombros. Los romanos ponían precio a la cabeza de los Caudillos Indígenas y éstos dejaban el poder a sus hijos y se presentaban ante el Emperador a cobrar la recompensa. No podía creerselo. Contrajo unas fiebres y se retiró dejando en el Mando a Antistio y sus hijos adoptivos Tiberio y Marcelo.
Después de la victoria sobre los Indígenas a los que rodearon en las montañas con un gran foso circular de unos 30 kilómetros, en el Monte Medulio (se cree que está en el Caurel). Llegan los momentos de la Esclavitud en que son llevados fuera de su Tierra a otros lugares de Hispania y del Imperio sometidos a un trato despiadado. Los que se quedan son esclavizados en las explotaciones de Oro de la zona: “A TOCA”, “TURUBIO” entre otras.
En el año 19 (a.C.), aquellos esclavos llevados lejos de su Tierra, se sublevan contra los amos matándolos y regresan con los suyos, Fortifican algunos Castros y se sublevan contra los Romanos, consiguen inesperados éxitos, entre otros vencen a la Legión I Augusta a la que arrebatan varios Estandartes, como el Águila que representa al Senado y Pueblo de Roma (SPQR); (se encontró una en el Monte Cido). Entre los Romanos cunde el desánimo, la desmoralización, no obedecen a sus jefes.
Llega Marco Vipsanio Agrippa, yerno de Augusto un gran estratega. Agrippa y el Legado Silio Nerva impone duros castigos a los legionarios para recuperar la disciplina, inmediatamente ataca a los indígenas que se atrincheran en el Monte Cido (OCCIDO = exterminio), los que van siendo hechos prisioneros son Crucificados en el Monte Vitoreira (enfrente del Cido), para desanimar a los sublevados. Los indígenas crucificados animan con Cantos de Victoria a los que aún resisten, como último desafío a los Romanos, aquellos responden imitándolos, las montañas repiten el eco de sus cantos como si fuera un temible ejército que se aproxíma, aumentan los recelos de los legionarios. Agrippa toma y arrasa varios Castros próximos. Pronto los Indígenas se dan cuenta que su resistencia es desesperada pero tienen claro sus ideales “Morir Como Hombres Libres, Antes Que Volver a la Esclavitud Romana”A pesar de los éxitos la Resistencia llega a su fin, los Indígenas preparan Banquetes de Despedida en los que no falta la pócima de veneno del Tejo. Estrabón nos cuenta algunas de las atrocidades de aquella Campaña: Los romanos les cortaban las manos a los indígenas al tomar los Castros; Madres que asesinan a sus hijos y se suicidan para evitar el cautiverio; Prisioneros que asesinan a sus compañeros antes de suicidarse ellos; un joven prisionero que aprovecha la embriaguez de los guardianes para tirarse a la hoguera, abrasándose sin queja alguna; padres que piden a los hijos que están libres, que los maten a ellos a sus madres y hermanos prisioneros y luego se mate él también.

Cuenta la leyenda que la causa del destronamiento del último rey de Roma de origen etrusco, Tarquinio el Soberbio, fue la violación de Lucrecia.
El hijo del rey, Sexto, forzó a Lucrecia, que ultrajada y avergonzada contó lo sucedido a su esposo Junio Bruto, sobrino de Tarquinio y a continuación se suicidó. El esposo juró venganza y levantó al pueblo contra el rey que abandonó la ciudad. Esta leyenda pretende reflejar el carácter indomable del pueblo romano ante cualquier tipo de Los últimos monarcas de Roma pertenecieron a la dinastía de los Tarquinios, de origen etrusco, lo que indicaría el dominio de esta civilización sobre Roma.
El último rey, Tarquinio el Soberbio, gobernó de forma autoritaria marginando al Senado controlado por los patricios romanos. Descontentos con Tarquinio y aprovechando la crisis por la que atravesaba la civilización etrusca la aristocracia expulso al rey, según la tradición, el año 509 a.C e impuso un nuevo sistema político de tipo oligárquico más beneficioso para los intereses de los patricios, la República.
Hijo de Tarquinio Prisco, conquistó el trono por la fuerza tras matar a Servio Tulio. El sobrenombre de “el Soberbio” procede de su carácter despótico y las contundentes represiones que se produjeron durante el reinado. Las propuestas del Senado nunca fueron atendidas por lo que se produjo una revuelta que acabó con la monarquía.
Tradicionalmente se alude a la leyenda de Lucrecia para referirse a la caída de la monarquía. La joven y virtuosa Lucrecia fue violada por el hijo del rey, Sexto Tarquinio, por lo que los miembros de su familia decidieron vengar la afrenta derribando la represiva monarquía e instaurando la República.
Es cierto que Tarquinio huyó a Etruria tras la revuelta encabezada por los patricios. Desde allí dirigió una serie de campañas contra la ciudad que fueron infructuosas por lo que solicitó ayuda al rey de Clusio, Larte Porsenna, quien impuso un contundente tratado a Roma pero Tarquinio no pudo recuperar el poder. La República estaba sólidamente consolidada.

Scroll al inicio