19 años comprometidos con la educación

Mujeres Argentinas
1536 - 1851

Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos Aires

Zona actual Provincia de Buenos Aires

Fue la primera mujer propietaria de un solar en la ciudad de Buenos Aires. Llego junto con la expedición que refundo la ciudad de Buenos Aires en 1580, formando parte de los 232 beneficiarios del reparto de terrenos efectuado por Juan de Garay.
Tenía el solar numero 87 y media 300 varas (252 m). En su terreno instaló una pulpería. Hoy seria la esquina sudoeste de Florida y Corrientes. Solo sabemos que era nacida en Paraguay, viuda, y que salió de Asunción para acompañar a su hija y a su yerno. Se caso en Buenos Aires con el mestizo Juan Martín. Garay llamó Valle de Santa Ana al partido de las Conchas, hoy Tigre, en honor a Ana Díaz.

Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos AiresProtagonista de un famoso drama durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Hija de Adolfo O’Gorman y Périchon de Vandeuil, y su madre fue Juaquina Ximénez y Pinto. Era nieta de Ana Perichon, la célebre “amiga” de Santiago de Liniers, reconquistador de Buenos Aires. Camila nació en Buenos Aires en 1828. Tenía diecinueve años cuando conoció al párroco del Socorro, Uladislao Gutiérrez, llegado de Tucumán Camila O ‘Gorman (Ciudad de Buenos Aires, 1828 San Andrés, Partido de General San Martín, Provincia de Buenos Aires, 18 de agosto de 1848) fue una joven irlando-argentina, de una familia patricia (por la línea paterna era nieta de la también célebre “Perichona” -Madame Perichon). La actual iglesia del Socorro, en Suipacha y Juncal, fue escenario del despertar de este amor desgraciado. Por los años 1847/48, plena época rosista, el lugar era un tranquilo barrio de quintas arboladas entre cuyo verdor se destacaban las elegantes torres del templo. En las cercanías vivía la familia O ‘Gorman, compuesta por el padre, de origen franco irlandés; la madre, porteña de antigua estirpe, y seis hijos, entre los que se distinguía Camila. Esta joven, de unos veinte años, era, al decir de Berutti, “muy hermosa de cara y de cuerpo, muy blanca, graciosa y hábil pues tocaba el piano y cantaba embelesando a los que la oían”. Camila, además, tenía una gran personalidad, quizás heredada de su célebre y bella abuela Anita Perichon, amante del virrey Liniers. El otro protagonista de esta historia había llegado unos años antes desde Tucumán. Era, según recordaba Antonino Reyes, “un joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y un conjunto simpático”. Decían que era “juicioso y lleno de aptitudes” y venía a Buenos Aires para seguir la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote a los veinticuatro años, Ladislao Gutiérrez fue designado párroco en la iglesia del Socorro. Pronto reparó en la joven alta, de pelo castaño y expresivos ojos oscuros, de andar elegante y gracioso. No tuvo que esperar mucho para que se la presentaran: era hermana de Eduardo O’Gorman, compañero en la carrera sacerdotal. Como casi todas las mujeres de esa época, Camila era bastante devota. Iba a misa con frecuencia y le gustaban mucho los sermones del nuevo párroco. A veces él iba de visita a su casa. Poco a poco se hicieron amigos y empezaron a encontrarse en sus paseos por Palermo. La pasión Camila comenzó a sentir algo nuevo, completamente nuevo y desconocido. Cuando escuchaba sus sermones en la iglesia, su voz decía más que las palabras que pronunciaba, y mientras se dirigía a toda la concurrencia era ella la que recibía la mirada de sus pupilas ardientes y sentía que un licor la incendiaba por dentro. Una vez más se imponía el misterio del amor entre dos seres. Tampoco él podía acallarlo. ¡Camila! Su presencia transformaba el oscuro recinto del templo en un lugar paradisíaco. Desde que hacía su aparición, sentándose con gracia en la alfombra extendida por su sirviente, sólo podía dirigirse a ella. Nunca había sentido algo así por nadie. Aumentaron sus conversaciones y paseos. Ella tenía muchas dudas respecto de la religión y él trataba de aclarárselas, aunque las suyas iban creciendo a medida que pasaban los días. ¿En qué se basaba su vocación? ¿A quién debía fidelidad? ¿Era Dios como se lo habían enseñado? ¿Quién podía arrogarse el derecho de conocer sus deseos? ¿No era El responsable de esa atracción irresistible entre ellos? Cuando les resultó imposible ignorar ante sí mismos que se querían, él la tranquilizó convenciéndola de que aquello no era un crimen. Reconocía haberse equivocado al seguir la carrera sacerdotal, pero consideraba que, por las circunstancias, sus votos eran nulos. Y si la sociedad no permitía que la hiciera su esposa ante el mundo, en la haría suya ante Dios. Querían cumplir su voluntad, vivir juntos y multiplicarse como la pareja primigenia. El había cometido un error, pero ante todo era un hombre creado a imagen y semejanza de Dios, con inteligencia y libertad para arrepentirse de su decisión equivocada y empezar una nueva vida junto al ser querido que Dios había puesto en su camino. Todo desaparecía ante la imperiosa necesidad de vivir juntos. Dejarlo todo para tenerlo todo. Nada podía existir superior a esto. La fuga Camila se dejó convencer. No podía imaginarse la vida sin él, pero tampoco estaba dispuesta a ser “la barragana del cura”. Empezaron a concebir la idea de huir de Buenos Aires y cambiar de identidad para poder vivir casados ante Dios y ante los hombres. Pero, ¿adónde irían para que no los pudieran alcanzar las autoridades civiles y eclesiásticas? ¿Y cuánto aguantaría una delicada niña, acostumbrada a la vida muelle y entretenida de las porteñas amigas de Manuelita Rosas, las estrecheces por las que deberían pasar hasta llegar a instalarse en un lugar seguro? Poco a poco fueron forjando el plan: llevarían algo de ropa, lo que pudieran juntar de plata y dos caballos. Irían hacia Luján, de allí pasarían a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. El destino final, si todo andaba bien, sería Río de Janeiro. Al pasar a Santa Fe fingirían haber perdido los pasaportes y pedirían otros con nombres falsos. El 12 de diciembre de 1847 fue el día elegido para la fuga. Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesero y bajo la noche refulgente de estrellas, los amantes tuvieron su momento de felicidad. Mientras tanto, en Buenos Aires, a la consternación había seguido el pánico: ¿cómo tomaría el Restaurador de las Leyes y del Orden este desacato a todas las normas morales, civiles y sociales? Pasados diez días, Adolfo O ‘Gorman denunció el hecho al gobernador como “el acto más atroz y nunca oído en el país”, mientras el obispo Medrano pedía al gobernador que “en cualquier punto que los encuentren a estos miserables, desgraciados infelices, sean aprehendidos y traídos, para que, procediendo en justicia, sean reprendidos por tan enorme y escandaloso procedimiento”. A Rosas lo tenían sin cuidado los amancebamientos de algunos curas. Lo que no podía tolerar era una falta de obediencia hacia su persona. Rosas podría haber usado su poder en forma magnánima para perdonar. Si los jóvenes hubieran acudido a pedirle ayuda, seguramente lo habría hecho. Pero al escándalo de la fuga se sumaba el ser partícipe de ella una niña tan relacionada en sociedad. Y aquí las opiniones se dividían: para la mayoría, era un víctima; para los demás, una perdida. Por el momento, la suerte parecía sonreír a los enamorados. Ya en Paraná, en febrero de 1848, consiguieron un pasaporte a nombre de Máximo Brandier, comerciante, natural de Jujuy, y su esposa, Valentina Desan. Al llegar a Goya con su nueva identidad pudieron tomarse un respiro y prepararse para la última etapa: Brasil. Mientras tanto, para ganarse la vida abrieron una escuela para niños, la primera que existió en esa pequeña ciudad. Pudieron vivir cuatro meses en una relativa felicidad, olvidando la persecución de que eran objeto. El 16 de junio ocurrió el desastre cuando encontraron en una casa de familia a un sacerdote irlandés que conocía a Gutiérrez. Tomados por sorpresa, sólo atinaron a negar su verdadera identidad. La noticia voló y al día siguiente, por orden del gobernador Virasoro, los dos maestros fueron encarcelados e incomunicados. La maquinaria del poder empezaba su obra despiadada. En cuanto Rosas conoció la noticia dio orden de que condujeran a los reos en dos carros separados a Santos Lugares, donde estaba la más temida prisión del régimen. Con creciente angustia, los amantes vieron cómo se cerraban las puertas de sus respectivas prisiones. Estaban incomunicados entre ellos y con el resto del mundo. Camila, sin embargo, pudo hacer llegar una carta a su amiga Manuela Rosas. Esta le contestó el 9 de agosto alentándola a que no se dejara quebrar, que ella la ayudaría. El mismo día empezó a preparar, en la Casa de Ejercicios, un lugar para su amiga. También hizo llevar libros de historia y de literatura para Gutiérrez a la cárcel del Cabildo. Pero en el plan de Rosas no entraba la llegada de los reos a Buenos Aires, donde podrían haberse defendido. Para no tener que enfrentarse con los pedidos de clemencia de su hija, era necesario actuar rápida y drásticamente. Las declaraciones que Camila hiciera en San Nicolás no hacían sino corroborar su posición subversiva: no estaban arrepentidos, sino “satisfechos a los ojos de la Providencia” y no consideraban criminal su conducta “por estar su conciencia tranquila”. ¿Adónde se iba a llegar si hasta las simples mujeres se creían con derecho a entenderse directamente con Dios? Todo eso olía a luteranismo y libre interpretación de la Verdad. Era muy peligroso. Según Marcelino Reyes, la joven preguntó si el señor gobernador estaba muy enojado y quiso saber lo que decían de ella. Después de dejarla comer y descansar, Reyes retomó su conversación con Camila para aconsejarla sobre lo que debía declarar. Camila hizo entonces con franqueza la historia de sus amores con Gutiérrez. Databan de fecha muy anterior a su fuga. Explicó que él no tenía vocación y su matrimonio había sido ante Dios. Que él no había hecho sus votos de corazón y que, por consiguiente, eran falsos y no era sacerdote. Que la intención de los dos era irse a Río de Janeiro, pero que no lo habían podido efectuar por falta de recursos. Se cree que Camila escribió a Manuelita Rosas, pues existe una carta de la segunda, fechada en Palermo el 9 de agosto, en la que le dice haber intercedido ante su padre y le recomienda fortaleza. Los prisioneros fueron encarcelados en Santos Lugares. Manuelita había comprado muebles para la celda de Camila, pero su intervención ante Rosas no tuvo efecto, pues este ordenó que los reos fuesen fusilados al día siguiente de su llegada. La sentencia se cumplió el 18 de agosto de 1848, ante el horror de la familia de Camila, que no esperaba este desenlace. La condenada recibió el “bautismo por boca”, “por las dudas si había preñez”, según rezan los documentos de la época, y la ejecución revistió perfiles dramáticos por ser la primera vez que una mujer sufría la pena de muerte.
Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos AiresEsposa de Juan Manuel de Rosas. Nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795 y era hija de Teodora de Arguibel y Juan Ignacio de Ezcurra. Se casó con Rosas el 16 de marzo de 1813. Fue fervorosa colaboradora de su marido, por quien sentía devoción. Actuó en circunstancias difíciles, haciéndose imprescindible para manejar asuntos de gobierno y también comerciales. Su intervención fue decisiva en la llamada Revolución de los restauradores, en 1833, que dio por tierra con el gobierno de Balcarce y preparo el ascenso de Rosas al poder. Gozaba de enorme popularidad entre el pueblo, al que protegía y halagaba, recibiéndolo en su casa, asistida por su hermana María Josefa. Esposa de Juan Manuel de Rosas. Nació en Buenos Aires el 25 de marzo de 1795 y era hija de Teodora de Arguibel y Juan Ignacio de Ezcurra. Se casó con Rosas el 16 de marzo de 1813. Fue fervorosa colaboradora de su marido, por quien sentía devoción. Actuó en circunstancias difíciles, haciéndose imprescindible para manejar asuntos de gobierno y también comerciales. Su intervención fue decisiva en la llamada Revolución de los restauradores, en 1833, que dio por tierra con el gobierno de Balcarce y preparo el ascenso de Rosas al poder. Gozaba de enorme popularidad entre el pueblo, al que protegía y halagaba, recibiéndolo en su casa, asistida por su hermana María Josefa. De cuando en cuando hacia sus viajes a la capital, y éstos los frecuentó cuando se apasionó de la señorita Encarnación Ezcurra, hermana de don Felipe Ezcurra, que se había desposado con doña Gregoria Rosas. La poca edad de don Juan Manuel era un obstáculo para que sus padres consintiesen en el enlace que proyectaba con doña Encarnación. Para vencerlo, se pusieron de acuerdo los amantes y recurrieron a una engañifa singular. Doña Encarnación escribió una carta a su presunto novio, en que le exigía se apresurase a pedirla, dando a entender que esa exigencia nacía de las relaciones privadas a que los había llevado el amor. La carta la dejó don Juan Manuel encima de la cama en que dormía, con el objeto de que fuese leída por doña Agustina. Así sucedió. Doña Agustina tomó la carta y salió en busca de la madre de doña Encarnación a descubrirle el secreto sorprendido. El efecto fué asombroso y las madres acordaron el casar a los amantes para evitar el escándalo. Por este medio el matrimonio tuvo lugar en 1815. Los frutos de este matrimonio fueron tres hijos, Juan Manuel, una chica que murió, y Manuela, que es la que ha figurado y que nació el 24 de mayo de 1817. Este matrimonio avivó las desconfianzas que doña Agustina tenía ya de su hijo don Juan Manuel, respecto a mala administración de las estancias. La señora creía que el hijo defraudaba los intereses que le habían confiado sus padres, sea poniéndoles las marcas de su propiedad a las pariciones de las haciendas, sea mandando animales a los saladeros, sea de otros modos. De aquí provenían cuestiones odiosas en las que don León defendía al hijo y en las que el hijo amenazaba con la ruina a la familia al día en que él se separase de la administración.

En tiempos en que la mujer se veía sometida a la esclavitud espiritual que representa la ignorancia, Isabel logró ser la excepción. En carta dirigida al Rey en 1556, narra los horrores vividos. 300 sobrevivientes famélicos, cercados por montes de vegetación achaparrada, con el acoso constante de los pumas a quienes llaman tigres, y de los indios, fueron rescatados y llevados a Asunción, cuando el hambre les roía las vísceras, haciéndolos retroceder a los hábitos de la antropofagia.

María Dávila Acompañó a Pedro de Mendoza desde su delirio por encontrar “La Sierra de la Plata” hasta el trance final de su existencia, compartiendo la vida y la enfermedad del “morbus gallicus”. Mendoza alcanzó a dejar escrito en su testamento, lo que a su juicio, bastaba para quedar cumplido con Dios y su conciencia, ¡Vaya delicadeza! …”a María, que va doliente en esta nao, que le den llegando a Sevilla, lo que les pareciese para que se pueda curar” derivándola a la caridad sucesoria. Su amada Sevilla, que él ya no habría de ver, por cuyos jardines se habían paseado los príncipes moros y hacia donde ella iba a morir…

Elvira Pineda. Con 24 años era la compañera de Juan de Osorio, maestre de infantería de Mendoza a quien éste en una reacción impulsiva, mandó matar, tragedia que ejecutó Ayolas, por orden del Adelantado. Su cuerpo fue arrojado al monte, insepulto, para alimento de las alimañas. Ella, “que por ser mujer no sabía leer” preguntaba llorando, qué decía el letrero de amotinador y traidor que le habían colocado. Por la noche, aunque Mendoza había prohibido darle sepultura, ella lo sepultó bajo una palmera con ayuda de algunos indios. Dicen que el fantasma de Osorio, persiguió a Mendoza, avanzada su enfermedad, en todas sus noches de desesperación.

Catalina Pérez: Fue la mujer de Hernando de Mérida y sirvienta del Adelantado. A la sazón tenía 26 años y le tocó presenciar la ejecución de Osorio y acompañar a Elvira en su duelo. Compartieron, además de la amistad, astucia y bravura necesarias para eludir los rigores de códigos tan crueles, que nunca hubieran podido ser burlados, sino con el concurso de una gran habilidad e inteligencia.

La Maldonada: Francisco Ruiz Galán, capitán general de Buenos Aires, parece que solía ejercer con las mujeres, algún exceso de autoridad. Se consideraba tan cristiano y piadoso, que se lo pasó levantando iglesias de paja, para diversión del fuego. La Maldonada, convivía con él, por esa suerte de ayuntamientos que abundaban, a veces en secreto o cuando menos, recatados, pero en los que siempre se obligaba a la mujer, al culto de la subordinación sin atenuantes. Cuenta la historia, que habiendo criado a una cachorra de puma, la auxilió más tarde en el trance de parir; de ahí en más, la “tigresa” se habría convertido en su protectora y que escapando de los malos tratos del capitán, huía al monte a refugiarse junto al animal. El historiador Enrique de Gandía exhibió un documento curioso; la protesta de un conquistador llamado Antonio de la Trinidad, en que acusa a Ruiz Galán, de haberla echado al monte, atada con una cadena a un árbol.

Ana: Alrededor de este nombre, danzan las especulaciones. Podría tratarse de la hija de Diego de Arrieta. Ya estamos enterados de lo espantosa que fue aquella hambruna y la reiteramos por si pudiera servir de atenuante a su proceder “¡el pecado de la carne!”Vituperable y paradójico, en un ambiente donde los hombres, con sus decisiones razonadas, no excluían las súbitas y fogosas persecuciones de la mujer. Dicen que al tiempo de parir, vagaba loca, por el monte.

Isabel de Guevara: fue una de las once mujeres que viajó con Pedro de Mendoza cuando la primera fundación de Buenos Aires. Esta expedición fracasó, y no pudo sostenerse en el tiempo, razón por la cual, años después se trasladaron al fuerte de Asunción, abandonando Buenos Aires. Isabel de Guevara, probablemente fuera hija o al menos pariente, de Carlos de Guevara, uno de los principales de la expedición, encargado de “administrar la real hacienda” y capitán de la nave Santa Catalina.
Aquella blasonada expedición se convirtió en tragedia. Para comenzar, durante el viaje, Mendoza mandó asesinar malamente al Capitán Juan de Osorio, su segundo comandante. Los males siguieron al llegar al Plata: la instalación de un rancherío y fuerte que luego sería Buenos Aires, devino en hambruna y guerra con los indígenas.
El 2 de julio de 1556 Isabel de Guevara envió una carta desde la ciudad de Asunción del Paraguay. Estaba dirigida a la “muy alta y muy poderosa Señora” Doña Juana de Austria, Princesa Gobernadora de los Reinos de España.
Su objeto era pedir justicia, que le fuera dado un “repartimiento perpetuo” en gratificación de sus servicios. También pedía para su marido “algún cargo conforme a la calidad de su persona pues él, por sus servicios, lo merece.”
“Muy alta y muy poderosa Señora: A esta Provincia del Rio de la Plata, con el primer gobernador de ella Don Pedro de Mendoza, habemos venido ciertas mujeres entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una. Y como la armada llegase al Puerto de Buenos Aires con mil e quinientos hombres y les faltase el bastimento, fué tamaña la hambre, que a cabo de tres meses murieron los mil. Esta hambre fué tamaña, que ni la de Jerusalén se le puede igualar ni con otra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban de las pobres mujeres, ansí en lavarles las ropas como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, a limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas y cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra –hasta acometer a poner fuego en los versos y a levantar los soldados, los que estaban para ello, dar alarma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados.
Porque en este tiempo –como las mujeres nos sustentamos con poca comida–, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres. Bien creerá Vuestra Alteza que fué tanta la solicitud que tuvieron que, si no fuera por ellas todos fueran acabados; y si no fuera por la honra de los hombres, muchas más cosas escribiera con verdad y los diera a ellos por testigos. Esta relación bien creo que la escribirán a Vuestra Alteza más largamente y por eso cesaré.
Pasada ésta tan peligrosa turbonada, determinaron subir el río arriba, así flacos como estaban y en entrada de invierno, en dos bergantines, los pocos que quedaron vivos. Y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida trayendo la leña a cuestas, de fuera del navío, y animándolos con palabras varoniles: que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines con tanto amor como si fueran sus propios hijos. Y, como llegamos a una generación de indios que se llaman timbúes señores de mucho pescado, de nuevo los servíamos en buscarles diversos modos de guisados porque no les diese en rostro el pescado, a causa que los comían sin pan y estaban muy flacos.
Después determinaron subir el Paraná en demanda de bastimentos, en el cual viaje, pasaron tanto trabajo las desdichadas mujeres, que milagrosamente quiso Dios que viviesen por ver que en ellas estaba la vida de ellos; porque todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por afrentada la que menos hacía que otra, sirviendo de marear la vela y gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía bogar y esgotar el navío…
Verdad es que a estas cosas ellas no eran apremiadas ni las hacían de obligación ni las obligaban, sí solamente la caridad. Ansí llegaron a esta ciudad de la Asunción que, aunque ágora está muy fértil de bastimentos, entonces estaba de ellos muy necesitada, que fué necesario que las mujeres volviesen de nuevo a sus trabajos, haciendo rozas con sus propias manos, rozando y carpiendo y sembrando y recogiendo el bastimento, sin ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados guarecieron de sus flaquezas comenzaron a señalar la tierra y adquirir indios e indias de su servicio hasta ponerse en el estado en que agora está la tierra. He querido escribir esto y traer a la memoria de V. A. para hacerle saber la ingratitud que conmigo se ..ha usado en esta tierra, porque al presente se repartió por la mayor parte, de lo que hay en ella, ansí de los antiguos como de los modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria, y me dejaron de fuera sin me dar indios ni ningún género de servicios, Mucho me quisiera hallar libre para me ir a presentar delante de Vuestra Alteza con los servicios que a S. M. he hecho y los agravios que agora se me hacen, mas no está en mi mano, porque estoy casada con un caballero de Sevilla que se llama Pedro de Esquivel … …Suplico me sea dado mi repartimiento perpetuo y en gra? tificación de mis servicios mande que sea proveído mi marido de algún cargo conforme a la calidad de su persona pues él… por sus servicios lo merece.
Nuestro Señor acreciente su Real vida y estado por muy largos años. De esta ciudad de la Asunción y de julio 2, 1556 años.
Servidora de Vuestra Alteza, que sus Reales manos besa.

Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos AiresDatos Biográficos El 26 de junio de 1819 nació Juana Paula Manso. Según la escritora María Gabriela Mizraje, Juana es considerada la primera militante (feminista) del país, incansable fue su lucha por crear conciencia y ensanchar el espacio de participación de los sectores, para ella, más postergados: los niños y la mujer. Fue la primera autora de novela histórica, y la primera en escribir historia pedagógica. Educacionista, autora del primer compendio de Historia Argentina para escuelas, poetisa y propagandista en periódicos de educación, meeting públicos. Decididamente anticlerical, en 1865 se convirtió al protestantismo. Colaboradora y seguidora de Sarmiento, peleó por el cambio en la educación tomando como modelo el norteamericano. Es considerada una de las personalidades femeninas decisivas del siglo XIX en Latinoamérica. Su padre José María Manso se sumó a las actividades revolucionarias de mayo 1810; amigo de Bernardino Rivadavia, impulsó la creación de la Sociedad de Beneficencia, con el fin de fundar las escuelas como las Catalinas, y la de Montserrat. Juana estudió en esta escuela y completó sus estudios con clases particulares de música. A los 20 años bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas, su familia se exilió en Montevideo en 1840. Será el auge del ideario romántico que se identificó con la figura de Esteban Echeverría. En 1841 creó en su casa en Montevideo el Ateneo para Señoritas, en ella se educó a las jóvenes en aritmética, lectura, labores, el cuidado de los modales de las damas, lecciones de moral, gramática, francés, piano, canto y dibujo. A los 22 años empezó a publicar, con seudónimo, sus poesías en los diarios El Nacional y El Constitucional. José Mármol fue su amigo personal y crítico. En 1842 bajo el sitio de Montevideo de Manuel Oribe, toda la familia Manso tuvo que exiliarse nuevamente, esta vez en Brasil. Allí publicó un conjunto de coplas y análisis filosóficos que tituló: “Fragmento sobre una momia egipcia que se halla en Río de Janeiro”. Debió regresar a Montevideo por la difícil situación económica. Allí Juana fue nombrada directora de una escuela de niñas. En 1843 publicó las poesías “Una Tumba” y “Una lágrima para ella”, y un manual para la educación inicial de niñas. En 1844 contrajo matrimonio con el violinista Francisco de Saá Noronha. Viajaron a Filadelfia, Estados Unidos, donde tuvo la primera hija. La gira de su marido fracasó y sufrió por parte de él malos tratos cotidianos. Mientras su marido agotaba el dinero, Juana volvió a la escritura. Vivieron en Cuba durante un período, pero hacia 1848 regresó a Brasil, en el trayecto tuvieron la segunda hija. Juana escribió junto a su esposo obras teatrales como La Familia Morel, A Saloia, A Esmeralda, Rosas, obteniendo gran éxito en Brasil. En 1851 lanzó su primer semanario, el Jornal das Senhoras, con poemas, crónicas sociales, partituras, que se complementaron con artículos dedicados a la educación de la mujer y su emancipación. Convocó a la mujer a luchar por sus derechos, por una vida digna y por la instrucción, sin dejar de generar polémica. Juana publicó: “Vosotros, ricos, ¿por qué no las educáis ilustradas, en vez de criarla para el goce brutal? Y vosotros, pobres ¿por qué le cerráis torpemente la vereda de la industria y el trabajo, y la colocáis entre la alternativa de la prostitución y la miseria?”. En 1852 publicó la novela Los misterios del Plata, donde denunciaba las persecuciones de Rosas. Mientras empezó a disfrutar del éxito de su novela, falleció su padre y su esposo la abandonó, por este motivo decidió regresar a Buenos Aires. Ya de regreso, publicó el Álbum de Señoritas hacia 1854 con el mismo estilo del Jornal, junto con un folletín de su novela histórica La Familia del Comendador. Por su prédica antiesclavista y en defensa de la libertad de culto, fracasó la venta y ante la terrible situación económica que sufrió, debió regresar a Brasil. En 1859 regresó su amigo José Mármol, él le presentó a Domingo Faustino Sarmiento. Como ambos coincidían en promover las escuelas públicas y mixtas, cuando Sarmiento fundó la Escuela de Ambos Sexos Nº 1, Juana fue nombrada directora de ésta. También participó de los Anales de la Educación, publicación creada por Sarmiento para difundir nuevos planes de enseñanza. En ellos Juana postuló el aprendizaje basado en la observación y la reflexión, el respeto a las necesidades y grados de maduración del niño. En 1862, escribió el Compendio de la Historia de las Provincias Unidas del Río de La Plata, manual de historia con lenguaje sencillo para los primeros años de enseñanza. Durante 1864 escribió en la sección a su cargo titulada “Mujeres Ilustres de la América del Sud” en La Flor del Aire. En él rescató la vida de mujeres de la política. En esos años escribió el drama teatral La Revolución de Mayo de 1810, y el relato Margarita, en donde refleja la hipocresía de las relaciones de pareja en el siglo XIX. En 1865 escribió el artículo “La escuela de Flores”, en el que criticó duramente a los gobiernos de América Latina por no destinar los suficientes fondos a la educación. Mantuvo asidua comunicación con Sarmiento que se había instalado en Lima, quien la impulsó a que funde bibliotecas populares. Con la partida de Sarmiento, Juana estuvo muy sola en la pelea por mantener la escuela mixta, ya que no recibía muchos recursos y la superaba el número de niños. Hacia 1865 se le prohibió tener niños varones de 8 años, lo que la llevó a renunciar. Comenzó su lucha por fundar bibliotecas populares con la ayuda de vecinos prestigiados. En 1866 fundó la primera biblioteca en la ciudad de Chivilcoy. Juana a los 47 años organizó conferencias y lecturas públicas, que en varias oportunidades culminaron en actos de violencia, ya que en ellos denunció la desigualdad, la hipocresía de dogmas que condenan a la mujer. Inició juicios a quienes la calumniaban, defendió la secularización del matrimonio, la educación, etc. En 1867 colaboró en la campaña por la presidencia de Sarmiento, mientras él permanecía en Estados Unidos, ella lo mantuvo al tanto de todo. En 1868 triunfó y Juana promovió la fundación de bibliotecas, distribuyó Los Anales, fue la primera mujer vocal del Departamento de Escuelas en 1869, impulsó en 34 establecimientos su método de enseñanza. Desterró el castigo físico, introdujo el inglés, las planillas por asistencia, la realización de concursos para los puestos directivos, promovió un proyecto de profesionalización docente en la legislatura de Buenos Aires. En 1871, fue incorporada por Nicolás Avellaneda en la Comisión Nacional de Escuelas, siendo la primera mujer que ocupó ese cargo. La atacaron brutalmente para que renuncie. Cayó enferma en 1874. En 1875 a los 55 años falleció, Juana Manuela Gorriti acompañó sus restos. Recién en 1915 fueron traslados al Panteón del Magisterio en Chacarita.

No figuran en los libros de Historia. No se recuerdan sus nombres, salvo el de un par, aunque por sus méritos muchas llegaron a cobrar sueldo del Ejército y a tener grado militar.
“Se las llamó despectivamente chinas, milicas, cuarteleras, fortineras o chusma, en la parte más benévola del vocabulario -escribió Vera Pichel en Las cuarteleras (Planeta, 1994), referencia obligada sobre el tema-. En más de una ocasión fueron agredidas con epítetos francamente degradantes.”
Eran esposas, novias, madres o prostitutas, mujeres de un solo hombre o de un regimiento. No fueron pocas: si en la Conquista del Desierto hubo seis mil soldados, las fortineras llegaron a cuatro mil. No se entiende por qué las condenaron al olvido, pues sin ellas la campaña del Sur -para bien o para mal- no habría sido posible. No sólo cuidaron de los hombres, los vistieron, alimentaron, curaron y -llegado el caso combatieron a la par de ellos, sino que con su presencia les dieron motivo para quedarse en un ejército al que la mayoría fue enganchada de prepo, como cuenta el Martín Fierro.
“Las mujeres -dijo Domingo Faustino Sarmiento de ellas-, lejos de ser un em barazo en las campañas, eran, por el contrarío, el auxilio más poderoso para el mantenimiento, la disciplina y el servicio (…) Su inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirvieron para mantener fiel al soldado que, pudiendo desertar, no lo hacía porque tenía en el campo todo lo que ama
En la Revista Crónica Histórica Argentina Nº 18 del año 1968, bajo el título “Anciana y Mendiga” se lee el siguiente artículo:
Deambulando por la Plaza de la Victoria, o en los atrios de San Francisco, San Ignacio o Santo Domingo, podía verse en 1827 a una anciana mendiga, de tez morena; al pasar a su lado, se la oía pedir limosna con voz cascada y débil. Se alimentaba con los restos de comida y el pan que le daban en los conventos.
Llamábase esta mendiga María Remedios del Valle.
Cierto día acertó a pasar a su lado el general Juan José Viamonte. Este, después de mirarla detenidamente, le preguntó su nombre. Al oírlo se volvió a sus acompañantes: “Esta es ‘La Capitana’, dijo, ‘La Madre de la Patria’, la misma que nos acompañó al Alto Perú. Se trata de una verdadera heroína”. Y cuántas veces la anciana había golpeado a la puerta de la casa del general pidiendo verlo, para ser sistemáticamente despedida por los criados!
Viamonte no la olvidó. Cuando fue elegido diputado a la Sala de Representantes presentó ante ésta, el 25 de setiembre de 1827, una solicitud de pensión por los servicios prestados en la guerra de la Independencia”.
La Comisión de Peticiones recomendó a la Sala se aprobara el siguiente proyecto de decreto: “Por ahora y desde esta fecha la suplicante gozará del sueldo de Capitán de Infantería, y devuélvase el expediente para que ocurriendo al P. E. tenga esta resolución su debido cumplimiento”. Pero la presidencia de la sala pospuso la consideración del proyecto a la de otros asuntos que parecían más urgentes.
El 18 de febrero de 1828, Viamonte consiguió que se llevara el proyecto a la consideración de la Legislatura. Leída que fue la solicitud, algunos diputados pidieron mayores informes y, además, alegaron que la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires no tenía facultad para otorgar recompensas por servicios prestados a la Nación.
Entonces se levantó el general Viamonte y expresó: “Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna… Esta mujer es realmente una benemérita. Ha seguido al ejército de la Patria desde el año 1810, y no hay acción en el Perú en la que no se haya encontrado. Es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, y lleno también de las cicatrices por los azotes recibidos de los enemigos, y no se debe permitir que deba mendigar como lo hace”.
La Sala se conmovió ante la declaración de Viamonte, y otro diputado se alzó exclamando: “¡Esa infeliz mujer es una heroína! Y si no fuera por su condición de humilde se habría hecho célebre en todo el mundo”. Por su parte, el representante García Valdéz refutó la objeción sobre las atribuciones afirmando que la Provincia pasaría por cruel e insensible si esperaba a que la Nación se organizase para premiar esos servicios.
Entonces tomó la palabra el doctor Tomás de Anchorena, quien había sido secretario del general Belgrano en la campaña del Alto Perú. “Esta mujer –expresó- participaba en todas las acciones con tal valentía que era la admiración del general, de los oficiales y de toda la tropa. Era la única persona de su sexo a quien el riguroso Belgrano permitía seguir la campaña del ejército, cuando eran tantas las que lo intentaban. Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés, de jefes y oficiales. Todos la elogiaban por su caridad, por los cuidados que prodigaba a los heridos y mutilados, y por su voluntad esforzada de atender a todos los que sufrían. Su misma humildad es lo que más la recomienda”.
La Sala resolvió reconocerle el sueldo correspondiente al grado de Capitán de Infantería, a abonársele desde la fecha en que inició su solicitud ante el Gobierno. Asimismo, dispuso nombrar una comisión que redactase y publicase una biografía de “La Capitana” y diseñase los planos y estableciese el presupuesto de un monumento que habría de erigírsele.
Pero María nunca cobró un centavo, ni tuvo biografía ni monumento. El expediente que contiene el decreto aprobado por unanimidad quedó sepultado en alguna pila de papeles y nunca fue despachado. La heroína siguió mendigando y murió en la miseria.
Al menos una Niña de Ayohúma tiene nombre: María Remedios del Valle y un rango figurativo: La Capitana. Pero, cruel destino, fue una mendiga más en el Buenos Aires que ajeno a su entrega, le dio la espalda. Sea este recuerdo una flor para su memoria

Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos AiresNació en Buenos Aires el 24 de mayo de 1817 hija de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra y fue bautizada con los nombres de Manuela Robustiana, ese mismo día, por el doctor José María Terrero. Se educó en la ciudad, en la calle de la Biblioteca (hoy Moreno y Bolívar) pero iba con frecuencia a las estancias de su padre del Pino (o San Martín) y Los Cerrillos. Manuela jugaba con sus primas, vigilada por negras fieles e indias mansas, que era el personal domestico de las familias porteñas. Además se rodeo de amigas que le fueron fieles toda su vida. La «princesa de las pampas» Manuela tenía apenas 18 años, cuando su padre subió al poder por segunda vez. Y desde entonces vivió en compañía suya, hora por hora; cosa que jamás le había acontecido antes de esa época, en que la vida de Rosas cambia completamente en su modo de ser doméstico. Al fallecer Encarnación, la madre, Manuelita pasó a desempeñar funciones de anfitriona y colaboradora del padre, aunque su papel político fue diferente al cumplido por su madre. “Tampoco es cierto que yo tomase parte alguna oficialmente de asuntos públicos o políticos durante la Administración de mi querido padre, cuando creo, que hice cuanto me fue dado para desempeñarme en los actos privados y sociales con la dignidad que correspondía a nuestra posición” Por su simpatía y bondad conquistó la adhesión de cuantos la trataban y conoció la adulación y el halago interesado. El escenario natural de la vida pública de Manuelita fue Palermo. En esa mansión levantada por el Restaurador sobre terrenos pantanosos y que el convirtió en jardines tuvo Manuelita el marco para sus deberes social. Un enemigo político de su padre el escritor José Mármol la describe así: “el nombre de Manuela Rosas es ya una propiedad de la historia. Manuela oye a todos; recibe a todos con afabilidad y dulzura. El plebeyo encuentra en ella bondad en las palabras y en el rostro. El hombre de clase halla cortesía, educación y talento. Manuela no es una mujer bella, propiamente hablando; pero su fisonomía es agradable y simpática, con ese sello indefinible, pero elocuente, que estampa sobre el rostro la inteligencia, cuando sus facultades están en acción continua. Su frente no tiene nada de notable, pero la raíz de su cabello castaño oscuro, borda perfectamente en ella, esa curva fina, constante, y bien marcada, que comúnmente distingue a las personas de buena raza y de espíritu. Sus ojos, algo más oscuros que su cabello, son pequeños, límpidos, y constantemente inquietos. Se fija apenas en los objetos, pero se fija con fuerza. Y sus ojos, como su cabeza, parece que estuvieran siempre movidos por el movimiento de sus ideas. El color de su tez es pálido, y muy a menudo con ese tinte enfermizo de los temperamentos nerviosos. Agregad a esto un figura esbelta; una cintura leve, flexible, y con todos esos movimientos llenos de gracia y voluptuosidad que son peculiares a las hijas del Plata, y tendréis una idea aproximada de Manuela Rosas, hoy a los 33 años de su vida; edad en que una mujer es dos veces mujer”. José Maria Roxas y Patrón consideraba la idea de consolidar el régimen federal convirtiéndolo en monarquía hereditaria y nombrándola a Manuelita como “Princesa Federal” y legítima heredera. Este proyecto votado unánimemente en la legislatura fue rechazado por el Restaurador. El óleo de Prilidiano Pueyrredón (y que se conserva en el museo de Bellas Artes) que la retrata de cuerpo entero fue pintado en la segunda mitad de 1851, y le fue obsequiado por un grupo de ciudadanos federales que la agasajaron con un baile. Ese mismo año fue el de la gloria de Manuelita; gracias a los extranjeros y a la política internacional de Don Juan Manuel los periódicos europeos hablaban de la joven porteña. Luego de Caseros, Manuelita acompañó a su padre en el destierro y a pocos meses de su llegada a Inglaterra, el 23 de octubre de 1852, contrajo matrimonio con su novio Máximo Terrero, hijo de Juan Nepomuceno Terrero, amigo de Juan Manuel de Rosas. Del matrimonio nacieron dos hijos varones: Manuel Máximo Nepomuceno, nacido el 20 de mayo de 1856, y Rodrigo Tomás, que vino al mundo el 22 de setiembre de 1858. Vivieron en Hampstead, Londres. Ya Señora de Terrero y alejada de la escena pública ocupaba su atención, la contabilidad familiar, el pago de las cuentas, los trámites bancarios y los reclamos por la confiscación totalmente ilegal y arbitraria de su herencia, fueron algunos asuntos claves para ella. Manuela sentía la responsabilidad de reivindicar la figura paterna, de combatir la historia falaz y arbitraria de los profetas del odio y de que las nuevas generaciones conozcan la verdadera Historia del Restaurador y de la “Confederación Argentina”. Comienza así una nutrida correspondencia con Don Antonino Reyes el leal ex edecán de su padre. Mejor respuesta – elegida por los votantes Los hijos de Manuela Rosas y Máximo Terrero fueron dos: Manuel Máximo nacido en 1856, y Rodrigo Tomás en 1858. Vivieron en Londres, hasta que su primer hijo, Manuel Máximo, abandonó la casa paterna, aproximadamente antes de noviembre de 1890, según se desprende de la carta que envió a su amigo Reyes, diciéndole “sin él, me quedo como un pájaro sin alas”. “Manuelita” Rosas de Terrero, nunca volvió a Buenos Aires, y se supone que habra tenido varios nietos de acuerdo a otra epístola dirigida al mismo corresponsal, en la que le dice: “con su fiel hijo Máximo y sus nietos iremos según nos toque el turno, a reunirnos a él. La bóveda está construida para todos” (cementerio de Southampton). Allí se opone firmemente a la repatriación de los restos de su padre, pero retonan a nuestro país con el primer gobierno del presidente Menem. (“Manuelita Rosas y los restos de su padre”, en Investigaciones y Ensayos, núm. 17, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1974, págs. 311-312). Manuelita murió en Londres el 17 de septiembre de 1898. Luego no se han podido encontrar rastros de sus descendientes. Buscando por todas partes, tras el deceso de Belgrano en 1820, dos pistolas que le había regalado el Congreso de 1816, pasaron a manos de su albacea, Juan Nepomuceno Terrero, quien en 1834 se las regaló a su consuegro y ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Años más tarde, el ex gobernador se las legó a su hija Manuelita Rosas y Terrero, quien las pasó a sus descendientes. Dichas reliquias fueron rematadas por la casa de subastas Christie’ s por 374.400 dólares. Tras un viaje que duró más de un siglo, las pistolas reaparecieron en manos de William Simón, secretario del Tesoro de Estados Unidos durante la presidencia de Gerald Ford (1974-1977). A Simón se las compró la persona que las llevó a la sala de subasta para su venta, y su identidad tampoco ha sido revelada. Se trataría de un empresario estadounidense, con viñedos en California, conocedor de la historia latinoamericana y que ha visitado varias veces la Argentina. Con esto solo quiero significar que los nietos de Manuelita y Terrero y sus biznietos, o tataranietos pueden habitar actualmente cualquier lugar del mundo.
Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos AiresAunque su nombre se ha hecho un ícono, por haber interpretado por primera vez el Himno Nacional argentino, en el célebre “salón” de su casa, donde se reunía la flor y nata de la intelectualidad porteña, y los líderes de la independencia, su protagonismo en la escena nacional excede por mucho a ese momento que la fijó en el imaginario popular. María de Todos los Santos Sánchez de Thompson y de Mendeville. Es una de las mujeres más famosas de la Argentina, quien no se acuerda de ella. Su origen y sus dos matrimonios le aseguraban una posición social de primera línea, pero demostró que su personalidad bastaba para colocarla en el nivel que ocupó. Llenó muchas paginas de la pequeña historia y se convirtió en símbolo de la mujer argentina del pasado por la brillantez de su desempeño y la franqueza de sus actitudes. Nacida en Buenos Aires el 1º de noviembre de 1786, fueron sus padres el español de Granada Cecilio Sánchez de Velazco y la porteña Magdalena Trillo . Antes de cumplir quince años se enamoro de su primo Martín Thompson y se comprometió contra la opinión de sus padres. Empecinada, se presentó al virrey Sobremonte para que dejase sin efecto los arreglos que había hecho la madre -el padre ya había muerto- para casarla con Diego del Arco. Cerca de un año después de iniciado el juicio, los enamorados obtuvieron la autorización y la boda se realizó el 29 de julio de 1805. La boda de Martín y Mariquita, bendecida por Fray Cayetano Rodríguez tuvo lugar el 26 de junio de 1805. A diferencia de su madre, ella tuvo cinco buenos partos: cuatro mujeres (Florencia, Clementina, Albina y Magdalena) y un varón (Juan). Thompson fue designado en 1816 a embarcarse en función diplomática a Estados Unidos, a la edad de 39 años. Murió tres años después regresando a su patria, con problemas mentales. Pasado un año Mariquita contrajo matrimonio con un joven francés, Washington de Mendeville, cuya conducta le deparó muchos sinsabores que terminaron en separación, disimulada por las funciones diplomáticas del marido fuera del país. De este matrimonio tuvo tres hijos: Julio, Carlos y Enrique. Durante el rosismo residió temporariamente en la Banda Oriental y en Río de Janeiro. Escribió innumerables cartas, recuerdos y un diario del exilio en Montevideo, en los que sobresale como una intelectual de su tiempo. Fue la anfitriona lúcida y generosa de las tertulias que renovaron la sociedad de su época. Por ello, la tradición dice que en las reuniones que organizaba en su casa se estrenó el Himno Nacional Argentino y la memoria histórica le confiere el título de Madre de la Patria.
Argentina - Mujeres Argentinas - 1536 - 1851 - Buenos AiresNació en Buenos Aires el 20 de noviembre de 1787. Hija del matrimonio compuesto por Antonio José Escalada Sarría y Tomasa Francisca de la Quintana Aoiz Riglos y Larrazábal. Los otros hijos de la pareja fueron: Manuel José, Mariano y María Nieves. Por línea materna, Remedios desciende de Tomasa de la Quintana y Aoiz, quien también nació en la mencionada ciudad el 1º de octubre de 1768 y falleció en 1841. Su padre fue José Ignacio de la Quintana y Riglos (Buenos Aires, 1736-1820), hijo de Nicolás Ventura de la Quintana Echeverría, nacido en Bilbao, Vizcaya, en 1693. José Ignacio de la Quintana y Riglos, abuelo de Remedios, se casó con Petronila de Aoiz Larrazábal, quien fue hija de Pablo de Aoiz de la Torre nacido en Tafalla, Navarra, en 1709; y Tomasa de Larrazábal Avellaneda. Pablo de Aoiz es hijo de Miguel de Aoiz Garayo y Casilda de la Torre Aburrea. Por línea paterna es hija de Antonio José Escalada Sarriá (1754-1821), quien desciende del castellano Manuel de Escalada Bustillo de Ceballos y la chilena María Luisa Sarria Lea, que es hija de Francisca Lea Plaza y Sebastián Antonio Sarria, quien fue hijo de Antonio de Sarria, natural de Vera de Bidasoa, Gipuzkoa Tras un corto noviazgo, contrajo matrimonio el 12 de noviembre de 1812, permaneciendo en casa de su familia debido a los deberes militares del marido. A fines de 1814 se trasladó a Mendoza para reunirse con San Martín, que era entonces gobernador de Cuyo. Allí se incorporó a la sociedad local y colaboró en las tareas de organización del ejército de los Andes. Fue ella quien promovió la entrega de las joyas personales, gesto en el que la acompañaron las damas mendocinas el 10 de octubre de 1815, para contribuir al equipamiento de las fuerzas. Durante esta época, la más feliz de su vida, nació Mercedes Tomasa, su única hija y futura compañera del padre expatriado, acontecimiento que tuvo lugar el 16 de agosto de 1816. En la Navidad del mismo año, celebrada en el hogar de los Ferrari, San Martín sugirió la idea de dotar al ejército de una bandera y Remedios, con sus amigas, la confeccionó en pocos días. La partida de San martín hacia Chile obligó a regresar a su esposa, quien partió el 24 de marzo de 1819, instalándose nuevamente en casa de sus padres en Buenos Aires. Enferma de gravedad, fue llevada a una quinta de la calle Caseros y Monasterio, donde falleció el 3 de agosto de 1823.

En 1852, después de Caseros, la docente y periodista lanzará el periódico La Camelia, realizado por mujeres. Desde sus páginas reclamarán “Libertad y no licencia; igualdad entre ambos sexos”. El periodismo y la literatura serán en este período, una fuente de realización -en medio de las dificultades de la cultura instituida- para las mujeres.

De esta forma se denomina a la anterior calle 17 metros. Trinidad Guevara fue una actriz uruguaya renovadora del estilo dramático del viejo teatro español. Nació en 1798, en el departamento de Soriano, y unos años después se radicó junto a su familia en Montevideo. Su vida estuvo consagrada a su auténtica vocación por la carrera artística. En 1816 ya era primera dama de la compañía de la Casa de Comedias Montevideana, en tiempos en que el poeta Bartolomé Hidalgo era director del coliseo. Posteriormente se mudó a Buenos Aires, donde en 1821 se convirtió en la figura “más descollante” del teatro rioplatense
En 1817 entra al elenco del Teatro Coliseo de Buenos Aires y a los 19 años es la favorita del público porteño. Interpreta los primeros personajes femeninos de las obras de la independencia, y su actuación inspira a Juan Cruz Varela en 1821 estos versos: “Miel, ardor y muerte / tu labio derrama, / quien te oye y no te ama / corazón no ha…”. Sin embargo, en junio de ese año, el padre Castañeda publica un artículo apocalíptico contra Trinidad, donde la califica de “mujer prostituida” y de “cloaca de vicios e inmundicias”. La principal acusación es haberse presentado en escena con el retrato al cuello de “uno de sus amantes”, un hombre casado, seguramente el padre de sus hijos. Trinidad responde en un volante impreso, expresando que el “pueblo ilustrado”, “por su penetración, reputará como una mujer no criminal, sino infeliz a Trinidad L. Guevara”.
Cuando reaparece en escena, después de varias noches, es recibida por el público con grandes aplausos. Por su parte, Mariano G. Bosch opina en 1910: “¡Trinidad era irremplazable! Fue una reformadora y en su escuela aprendieron a ser grandes Cáceres y Casacuberta”. Juan José Casacuberta, el gran intérprete argentino, tiene su nombre impuesto en una de las salas del Teatro Municipal General San Martín. Es la primera y única vez que se atribuye a una actriz la capacidad de innovar las técnicas de escena y tener influencia sobre otros actores, aunque las protagonistas femeninas sean minoría en las obras de la época.
En ese mismo año de 1821, el general San Martín, como Protector del Perú, firma la histórica declaración donde decreta que “el arte escénico no irroga infamia al que lo profesa”. Levanta así la “nota de infamia” contra los cómicos, aunque las actrices, al decir del peruano Ricardo Palma, eran “plato de ricos, como el pavo trufado y las costillas de conejo”.
Trinidad Guevara continúa su carrera y también interpreta roles masculinos como otras actrices de la época; en 1826 actúa como el joven Pablo en la tragedia Virginia de Alfieri, donde según Capdevila (1951; 39), hacía un Pablo “que era para comérselo”. Trinidad Guevara habría tenido siete hijos, algunos de los cuales trabajan con ella, y sus actuaciones se extienden a Montevideo, Córdoba, Mendoza, Chile. Vuelve a Buenos Aires en 1856, actúa en funciones a beneficio, y al año siguiente se registran sus últimas presentaciones; ha trabajado 46 años en las tablas. Muere el 24 de julio de 1873, a los 75 años, olvidada, sin ningún comentario en los diarios porteños por su deceso.
Arturo Capdevila comenta: “Así cayó el telón sobre la vida de una insigne artista que cautivó a sus contemporáneos”. El reconocimiento oficial es relativamente reciente: el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires dispone el 28 de septiembre de 1995 que se denomine Trinidad Guevara a una calle interna de la zona remodelada de Puerto Madero, por su actuación en la primera mitad del siglo pasado, y denomina Premios Trinidad Guevara a los galardones que otorga el gobierno municipal por la labor teatral de cada año. Éstos incluyen subsidios vitalicios y la primera entrega en 1996 corresponde al año 1995. Cabe aclarar que anteriormente los Premios se denominaban Gregorio de Laferrère y se producen algunas protestas de sus descendientes por el cambio.
En 1848 actuó nuevamente en Montevideo. Luego de diversos viajes, en 1856 se radicó definitivamente en Buenos Aires, ciudad donde falleció en 1873.

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