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Sucesos Argentinos
1852 - 1880

Argentina - Sucesos Argentinos - 1852 - 1880 - Chaco

Provincia de Chaco

Desde el tiempo de la conquista española las tribus indígenas de La Pampa y del Chaco habían resistido el avance de los blancos. Estos trataban no solamente de conservar sus tierras sino su forma de vida: atacaban los asentamientos de blancos, los hostilizaban, robaban ganado y caballos.
Los blancos veían esto como un obstáculo para la civilización y el progreso y sostenían sus derechos sobre el territorio.
Llamaban desierto a la zona dominado por el indio, no porque fuera desierta sino porque no había población blanca. Algunos planes para mejorar la situación de los indios elaborados durante la época de la revolución fueron dejados de lado. Se impuso la idea de sustituir al indio por inmigrantes europeos.

El papel de los fortines en el proyecto de expansión estatal

Dentro de este complejo escenario donde confluyen intereses económicos, factores geopolíticos y reivindicaciones nacionales, la actividad militar adquirió capital importancia como manifestación efectiva de la autoridad estatal. Como vimos previamente, luego de la finalización de la guerra con el Paraguay, la atención de la novel República Argentina pudo volcarse sobre la región del Chaco. Hasta ese momento, las acciones militares contra los aborígenes carecieron de una coordinación centralizada. Con anterioridad a la formación del gobierno central, el manejo de las relaciones político-militares se circunscribía al ámbito provincial.
Esta situación cristalizó en el establecimiento de políticas inconexas respecto del manejo de los espacios fronterizos. Al respecto, cada provincia se manejaba “de manera unilateral y en la forma que lo creía mejor a sus intereses o según sus recursos, sin sentido de la organización general ni estrategia alguna” (Auza 1971: 165). Para finales de la década de 1850 un mensaje del gobierno santafecino elevado a la respectiva Honorable Asamblea Legislativa describe el estado atomizado que poseía la línea de fortines chaqueña evidenciando la vigencia de los conceptos instrumentales axiales en este trabajo:
El Gobierno (de la provincia de Santa fe) debió, con preferencia a todo otro gasto, destinar los fondos del Erario provincial, al importante objeto de comprar el armamento, artículos bélicos, caballos y reses, para equipar y movilizar los Guardias Nacionales, que debían marchar a reforzar los Cantones y establecer otros nuevos [.] Los esfuerzos casi sobre humanos que este Gobierno ha hecho auxiliado eficazmente por la decisión y noble patriotismo del vecindario todo de la Capital y Campaña hacen que la frontera se encuentre hoy guarnecida por más de trescientos tiradores, montados a un caballo por hombre, sin indicar en este número los lanceros de los Cantones Sauce y San Pedro, que quedan como auxiliares, y de otro Cantón defendido como por cuarenta y tantos guardias nacionales, colocado en Calcines hace seis meses y sostenido por solo el Gobierno de la Provincia (Rosendo Fraga a la Honorable Asamblea Legislativa 1859-1860, el destacado es nuestro).
La unificación de los mandos dentro del brazo armado del estado en 1862 estableció los lineamientos generales del avance de la frontera chaqueña.
Esto se tradujo en la ejecución de sucesivas campañas militares destinadas a mermar la resistencia aborigen en el área. En el año 1872 comienzan propiamente las operaciones militares sistemáticas con el objeto de expandir el control del estado hasta la frontera fluvial del río Bermejo.
La tarea de trasladar la frontera hasta el límite sur de la actual provincia de Formosa empleó 13 años, y a su cierre, la autoridad gubernamental continuaba siendo resistida por numerosas parcialidades aborígenes. La incapacidad estatal de ejercer su autoridad se explica al observar la forma en la cual la dirección militar buscaba implementar los designios políticos. El carácter formal de la decisión política se observa en algunas de las leyes promulgadas en la década de 1870. En ellas, la autoridad política chaqueña reclama como una necesidad que:
El poder Ejecutivo [establezca] cantones militares sobre la margen derecha del río Paraná [.] eligiendo sobre dicha margen las localidades más adecuadas para las trazas del pueblo que mandará delinear, dividiendo sus terrenos en solares y lotes de quintas y chacras, bajo las bases que el Poder ejecutivo fijará, oyendo al Departamento de Ingenieros (Seelstrang [1878] 1977: 12).

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Tomado de Punzi 1997

Podemos apreciar claramente que en la frontera chaqueña la actividad militar se vinculaba indisolublemente con la vida civil desde un nivel programático. La base de la actividad castrense en los espacios de frontera se encontraba arraigada en los asentamientos militares de frontera o “fortines” (Gómez Romero 2006, 2007; Gómez Romero y Spota 2007). La descripción de un observador directo nos provee una imagen acabada de un fortín típico del Chaco5:
Una fuerte empalizada y delante de ella un foso ancho y profundo: con eso basta. Un cuadrado perfecto, de una cuadra de lado; está cerrado con sólidos troncos de quebracho, puestos unos junto a otros y profundamente hincados en la tierra, previa una ligera carbonización para evitar que se pudran. E
sta especie de patio fortificado se abre por el costado norte, y en el ángulo adyacente, hacia el oeste, hay dos compartimientos, con empalizada, para encerrar el ganado en caso de sitio. Más adelante, un observatorio elevado, edificado por encima de la tronera de este cañón, ensanchará a lo lejos, por todos lados, el espacio que abarque la vigilancia de los centinelas. Tal como está hoy, [el fortín], defendido por diez hombres armados con fusiles, puede amparar a doscientas familias contra un ejército de muchos miles de salvajes. (Jacques [1857] 1945: 152).
Estas rudimentarias estructuras tenían como objetivo controlar el espacio circundante -superficie jamás especificada- protegiendo a las poblaciones de los ataques indígenas. Su función era defensiva, ofensiva y disuasiva, o por lo menos ello es lo que se buscaba. Los fortines pretendían instituir la noción y la práctica del orden en el “desierto verde”, un ámbito peligroso “poblado de bosques impenetrables, que guardan fieras y diversas tribus salvajes” (Fontana [1880] 1977: 65). Dentro del andamiaje discursivo vinculado al avance estatal sobre el territorio indígena, la noción de “desierto” operó como pilar fundamental. La conformación de un ideario particular asociado a la voz “desierto” -un espacio feral, ajeno a la civilización y regido por los designios de la naturaleza-, “el último refugio de las tribus indias refractarias a la civilización” (Huret [1911] 1987: 15); implícitamente contemplaba la suposición de una geografía eminentemente despoblada (una idea solidaria con el proyecto de nación que se buscaba instaurar). El uso político del término “desierto”6 implicaba la diagramación de un ideario político destinado a superponerse sobre una realidad socio-cultural anterior.
El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión: el desierto la rodea por todas partes, y se le insinúa en las entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias [.] Al sur y al norte, acéchenla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones (Sarmiento [1845] 2001: 18).
Esto significaba una negación taxativa de cualquier tipo de derecho de propiedad de las tierras por parte de las parcialidades indígenas que ocupaban previamente la región. La conformación de la noción de “desierto” partía de un planteo solidario con el proyecto político aunque ambiguo y contradictorio en sus cimientos argumentales. Por un lado, se lo definía como un espacio deshabitado cuya ocupación urgía ante los posibles avances de potencias vecinas.
Ello de la mano del deber moral de propagar las virtudes de la civilización sobre los ámbitos ajenos a la modernidad, imperativo derivado de la fascinación decimonónica ante la idea de progreso. El reverso de esta imagen de vacío denunciaba la existencia de poblaciones refractarias a los beneficios del impulso civilizatorio. El “desierto” se hallaba despoblado pero, paradójicamente, ocupado por grupos que obstaculizaban el avance del progreso.
Esta evidente contradicción entre un ámbito despoblado/ocupado se resolvía en la categorización diferencial que establecía la pertenencia o exclusión a la categoría de “ciudadanos”. Entre los lineamientos ideológicos generales que sostenían esta proposición, resulta ilustrativa “la conocida propuesta de Alberdi de que el habitante aborigen del territorio nacional ‘no figura ni compone mundo en nuestra sociedad política y civil'” (Quijada 2002: 10).
La materialización del proyecto político civilizatorio se estructuró tomando a los fortines como epicentro de las actividades militares. En teoría, “[l]as unidades acantonadas en todas las localidades ubicadas en la región seguían constituyendo la mejor garantía de la vida y haciendas de los pobladores del lugar” (Scunio 1972: 181). El inconveniente radicaba en la notable incapacidad que mostraban las líneas de fortines a la hora de defender la frontera.
El gobierno central pretendía controlar el amplio espacio que constituía la frontera Noreste del país mediante la erección de líneas de fortines consecutivas que amortiguaran progresivamente los malones indígenas. Estos ataques asolaban las poblaciones de frontera para luego retirarse “habiendo asaltado obrajes, asesinado a los hombres y llevando a las mujeres y criaturas consigo” (Seelstrang [1878] 1977: 23). La organización de las líneas se establecía vinculando entre sí a los pequeños asentamientos militares con las comandancias como centros neurálgicos. Las crónicas de la época rebosan de entusiasmo por los frutos venideros de la inversión de tiempo, esfuerzo y recursos en la construcción de las líneas de fortines. El corresponsal científico que acompañó a Victorica en su campaña de 1884 expone uno de los resultados promisorios que acarreó su expedición (Mapa Nº2):
Establecimiento de una línea militar por medio del encadenamiento de fuertes que defienden un rico territorio de más de seis mil leguas, y que obligará a 15 o 20.000 brazos viriles que estaban inútiles, abandonados a la barbarie y el robo, a entregarse a los beneficios de la civilización (Carranza [1884] 1972: 436).
La prosperidad futura nacía de la contundencia de los triunfos logrados. Las más altas autoridades del ejército compartían la algarabía reinante en los cuadros militares, en la comunidad científica y en la dirigencia política:
Difícil será ahora que las tribus se reorganicen bajo la impresión del escarmiento sufrido y cuando la presencia de los acantonamientos sobre el Bermejo y el mismo Salado los desmoraliza y amedrenta. Privados del recurso de la pesca por la ocupación de los ríos, dificultada la caza de la forma en que la hacen que denuncia a la fuerza su presencia, sus miembros dispersos se apresuraron a acogerse a la benevolencia de las autoridades, acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen muchos de ellos disfrutando de los beneficios de la civilización (Victorica 1885: 15).
El distanciamiento de los grupos aborígenes de sus fuentes de recursos acudía a ultimar la obstinación de los indígenas. La pertinaz resistencia aparecía como inútil ante el avasallamiento militar en la región. Siguiendo por esta línea de razonamiento, el proyecto estatal de dominación territorial se encontraba íntimamente ligado a la multiplicación de los fortines en el espacio en disputa.
La actividad militar posibilitaría la expansión del poder central. En consecuencia, no parecería artificioso asociar directamente la búsqueda de la gobernabilidad estatal en las regiones bajo el control aborigen con el aumento cuantitativo de asentamientos militares de frontera. A continuación veremos que la evidencia cuestiona esta afirmación.

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Tomado de Punzi 1997

La línea de fortines como organización
Consideramos que las razones que explican la ineficiencia de las líneas de fortines se descubren mediante un acercamiento crítico enmarcado en la teoría administrativa y la organización administrativa. En la actualidad, la Antropología social considera a las organizaciones como horizontes epistémicos de la sociabilidad contemporánea. Barnard proveyó una definición del concepto “organización”:
Un sistema de actividades o fuerzas conscientemente coordinadas de dos o más personas. El sistema pues, al que damos el nombre de organización está compuesto de las actividades de los seres humanos, lo que convierte esas actividades en un sistema es que aquí se coordinan los esfuerzos de diferentes personas. Por esta razón sus aspectos significativos no son personales.
Están determinados por el sistema, ya sea en cuanto a la manera, en cuanto al grado, en cuanto al tiempo (Barnard [1938] 1959: 15).
Los elementos básicos para que una organización tenga existencia se resumen en la presencia de un propósito común, voluntad y relación entre las partes. Las organizaciones son, por su propia naturaleza, sistemas cooperativos, y por lo tanto, sistemas sociales con una finalidad moral que los legitima.
La racionalidad de las organizaciones superaría a la de los sujetos particulares por su carácter supraindividual y sus líderes inculcarían en los subordinados valores cuya lógica apuntará a cimentar la creencia en una meta común. Como contraprestación, los integrantes de las organizaciones reciben contribuciones o incentivos que refuerzan su voluntad de colaboración; asumiéndose que las organizaciones proveen beneficios a todos los miembros en forma proporcional a la contribución que ellos brindan para la consecución de la meta prepautada.
Las condiciones suficientes y necesarias que Barnard requiere que se encuentren presentes en un grupo humano para que pueda ser definido como una organización dan lugar a proponer a las líneas de fortines como entidades organizacionales. Sin embargo, las circunstancias específicas que caracterizaron las relaciones sociales y las dinámicas interétnicas fortineras exponen severas discontinuidades con respecto al modelo ideal de una organización. Consideramos que estas mismas incompatibilidades explican la ineficiencia inherente a las líneas de fortines (desde ahora “organización fortinera”).
Simon ([1947] 1962) expone tres rasgos que deben ser estimulados para el buen funcionamiento de las organizaciones: cooperación, pericia y responsabilidad. Paradójicamente, dadas las características particulares de la organización fortinera, la práctica cotidiana de los asentamientos militares de frontera imposibilitaba el desarrollo de los factores en cuestión.
En principio, la idea de cooperación entre las partes en la organización fortinera resulta quimérica por la ausencia absoluta de consenso entre los individuos acantonados. La composición de la tropa en una organización fortinera consistía en dos conjuntos claramente separados, según lo que Habermas definió como “marcadores no discursivos” (1984); es decir, el dinero y el poder. Por un lado, se hallaban los oficiales quienes comúnmente provenían de familias de rancio abolengo y/o se encontraban amparados por grupos influyentes. Estos arribaban a la frontera como un escalón más en su cursus honorum socio-económico. Las carreras de la oficialidad consistían en recorridos prefijados en sentido ascendente donde el impasse fortinero se insertaba como una experiencia edificante.
Para ellos la frontera consistía en una instancia discreta a transitar en la senda de un horizonte promisorio. En cambio, para la soldadesca, la frontera con el indio suponía una condena. Las aspiraciones estatales de conformar un proletariado incipiente y diagramar un ejército disciplinado que respondiera al poder central encontraban una solución común en la conscripción forzada de los “vagos y malentretenidos”; gauchos itinerantes con trabajos circunstanciales que carecían de papeleta de conchabo (Gómez Romero 2007).
Los debates parlamentarios de 1870 sobre la conscripción forzosa ofrecen una clara perspectiva de las pretensiones políticas en torno a este particular:
Sr. Mármol- Supongo que los vagos a destinarse deben ser los sin ocupación útil, por ser los vagos que hemos conocido siempre. -Sr. Ministro de Gobierno.- Los vagos y mal entretenidos. Hay que remontar el ejército por todos los medios posibles [.] Necesitamos hombres, más hombres y muchos hombres” (citado en Ramayón [1921] 1980: 79, 82).
Para 1875, las condiciones de enganche y las implicaciones que esta situación traía aparejada se especificaban mediante decretos nacionales:
Art. 6º El enganche se abrirá en todas las capitales de Provincia [.] Art.7º Solo podrán recibirse como enganchados: -1º Los ciudadanos argentinos, mayores de 18 años y menores de 50.-2º Aquellos que, previo reconocimiento médico, resulten completamente aptos para el servicio. Art. 8º Llenadas las dos condiciones contenidas en el artículo anterior, el jefe nacional ó las autoridades locales en su caso, harán conocer al presentado, de una manera clara y terminante, los deberes que contrae y los beneficios que se le ofrecen.-Art. 9º Si después de esto, persistiese en engancharse, se extenderá el contrato con arreglo al formulario establecido, y le será leído dos veces para que se ratifique en él, firmándolo en señal de conformidad, y sino supiese hacerlo, firmará á ruego un vecino del distrito (Registro Nacional 1875: 188).
La concreción material de los compromisos entablados por el estado con los particulares distaba de efectivizarse. El poder central asumía la responsabilidad de entregar “al alistado una copia textual de aquel [el contrato de enganche], y al mismo tiempo la cuota de 75 pesos fuertes” y ordenaba que “[l]os gobiernos de Provincia proporcionarán los elementos necesarios, por cuenta de la Nación [.] y que los alistados reciban la instrucción que á los reclutas corresponde” (Registro Nacional 1875: 188-189).
Empero la perspectiva del ingreso en la organización fortinera se mostraba desalentadora para los soldados rasos. Las condiciones de desabastecimiento material y desorden -o ausencia- remunerativa sufridas por la tropa invertían diametralmente las promesas oficiales. “El soldado argentino, mal pagado y peor vestido, confinado siempre, puede decirse está condenado a pasar la vida en las fronteras del desierto” (Auza 1971: 163).
La escasez de recursos asolaba indiscriminadamente a todas las armas en operaciones en el Chaco. Asistimos a una muestra de esta situación crónica al observar el agotamiento irregular de la partida presupuestaria asignada a la marina para el abastecimiento regular de insumos primarios:
Mientras se pide un crédito suplementario al Honorable Congreso Nacional, para atender al rancho y provisiones de marina [.] los gastos de rancho y provisión de marina se imputarán provisoriamente al crédito abierto a la expresada Ley de 27 de Mayo de 1872 (Registro Nacional 1875: 205).
Tales medidas se repiten en el tiempo en la forma de créditos suplementarios legalmente sancionados, concurrentes a salvar las siempre deficitarias cuentas del ejército. La incapacidad de liquidar los sueldos de los cuadros militares precipitó la necesidad de destinar “142.000 pesos” para atender este inconveniente (Registro Nacional 1882: 139). En 1883 se repite el escenario al sancionarse una “Ley abriendo un crédito suplementario al Presupuesto del Departamento de Guerra y Marina por 149.101 ps. m/n 11 centavos para el pago de deudas atrasadas” (Registro Nacional 1883: 419) y un “crédito especial al Departamento de Guerra, por 125.000 pesos nacionales, para enganche y reenganche de soldados para el Ejército (Registro Nacional 1883: 484).
Durante el período estudiado el ejército se veía pecuniariamente imposibilitado de afrontar sus tareas a pesar de contar con un porcentaje importante -cuando no mayoritario- dentro del gasto nacional (Tabla 1). En aras de solucionar su propia insolvencia, el estado constantemente recurría a manejos presupuestarios de emergencia. Sin embargo, la cronicidad de los desarreglos en las arcas gubernamentales señalaría esta conducta como recurrente.
1870: Campaña del Teniente Coronel Napoleón Uriburu a través del Chaco. 16 de abril: Salió de Jujuy con 250 hombres montados en mula, para someter a los indios del Chaco que incursionaban sobre las poblaciones, y al mismo tiempo, reconocer un camino a Corrientes. Cumplió satisfactoriamente su misión, sometiendo transitoriamente a miles de indios hostiles. 1879: Campaña del Coronel Manuel Obligado en el Chaco santafecino. 29 de agosto: Partió de Reconquista con 150 hombres para reconocer un camino, y realizar posteriores campañas contra los indios. 12 de octubre: Llegó de regreso, luego de recorrer 750 km, con su objetivo cumplido. No se produjeron encuentros con los indios.
1884: Campaña del General Benjamín Victorica en el Chaco austral.
Tenía como objetivos adelantar la frontera interior hasta el río Bermejo, y establecer una línea de fortines hasta Salta. Fue ejecutada por varias columnas, entre el 29 de septiembre y el 21 de diciembre, y los objetivos se cumplieron. Además, se fundaron varios pueblos, y el río Bermejo pudo ser utilizado para la navegación. 1899: Campaña del General Vintter en el Chaco austral.
La realizó al mando de la División de Operaciones del Chaco, constituida por un batallón de infantería, cinco regimientos de caballería y un regimiento de artillería, con un efectivo total de 1.700 hombres. Se inició en agosto de 1899, con la misión de realizar una ocupación pacífica del territorio, tratando de persuadir a los indígenas para su sometimiento.
Debía, además, establecer una línea de puestos militares avanzados, unidos por telégrafo y un camino. Como resultado de esta campaña, los indios fueron desplazados hacia el Bermejo. No pudieron evitarse algunos encuentros sangrientos. Sin embargo, no se adelantó nada respecto de lo ejecutado en 1884. Se inició el 1º de septiembre, con la misión de suprimir la frontera interior entre el Chaco y Formosa, y llevarla hasta el río Pilcomayo, límite internacional con Bolivia y Paraguay.
La campaña se cumplió con éxito, casi sin resistencia, y se ocupó efectivamente el territorio, por primera vez. En 1914 se disolvió la División de Caballería del Chaco. En la zona, quedó solamente el Regimiento 9 de Caballería. El 31 de diciembre de 1917 finalizó oficialmente la conquista del desierto del Norte.
Sin embargo, se produjeron, posteriormente, algunas incursiones sangrientas de los salvajes, tales como el asalto en marzo de 1919 al fortín Yunká, en el que fueron muertos los integrantes de su pequeña guarnición y los pobladores establecidos en sus vecindades.

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