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Sucesos Argentinos
1536 - 1851

Argentina - Sucesos Argentinos - 1536 - 1851 - Salta

Zona actual Provincia de Salta

Luego de la victoria de Tucumán, Belgrano se abocó a la reorganización, instrucción y reclutamiento de nuevos efectivos, para mejorar la situación de su ejército, durante cuatro meses en Tucumán. El Primer Triunvirato cayó el 8 de octubre de 1812, siendo sucedido por el Segundo, integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Alvarez Jonte. Este gobierno decretó honores, el 20 de octubre de 1812, a los vencedores de Tucumán, confiriéndole a Belgrano el título de capitán general, que declinó, aunque aceptó ejercer las facultades que de él emanaban. Luego la Asamblea otorgó a Belgrano la suma de 40.000 pesos como premio, que él destinó a la dotación y sostenimiento de cuatro escuelas.
Belgrano se debió ocupar de poner orden en la oficialidad, dado que había enfrentamientos internos, acerca del desenvolvimiento de algunos oficiales en la batalla.
Por un lado, Dorrego y otros oficiales de infantería y artillería formulaban cargos contra el barón de Holmberg, muy cercano a Belgrano, a quien acusaban de cobardía y de haberse inferido una herida en la espalda para retirarse del campo de batalla. Paz, que era ayudante del barón, y permaneció junto a él en la acción, desmiente en sus Memorias los cargos que le habían realizado. No obstante, el barón, debido a las presiones, fue separado del ejército y enviado a Buenos Aires.
Otro motivo de disputas fue la distinción que le hizo Belgrano al coronel José Moldes, al que había designado inspector general de Infantería y Caballería y a quien algunos jefes acusaban de arbitrariedad y despotismo. Dentro de estos jefes se encontraban: Juan Ramón Balcarce, caballería, capitán Francisco Villanueva, de artillería, comandante Carlos Forest, del 6 de Infantería y el capitán Pesón, del Batallón de Pardos. Moldes presentó su renuncia y Belgrano se vio obligado a aceptarla.
También tuvo problemas Balcarce, a quien se acusaba de no haberse comportado con valor en la batalla de Tucumán y de haber saqueado los equipajes del enemigo, siendo este último cargo infundado. La situación se resolvió, dado que Balcarce fue nombrado representante de la provincia de Tucumán al Congreso Constituyente, y marchó a Buenos Aires.
Belgrano, amante de la paz, se dirigió al liberal general realista Goyeneche, invitándolo a encontrar una solución pacífica entre americanos. El Triunvirato no aprobó la actitud de tratar con el enemigo, pero Goyeneche le contestó el 29 de octubre, expresando sus deseos de paz y enviándole un ejemplar de la nueva Constitución liberal española. Nuevamente, el Triunvirato se opuso a un arreglo pacífico. 1
Tristán, se había acantonado en Salta con 2500 hombres, a los que se podían agregar 500 que ocupaban Jujuy y efectivos menores en Suipacha, Oruro, Cochabamba, Charcas y La Paz.
El 12 de enero se inició la marcha del ejército patriota hacia Salta, por escalones. El 1 de febrero, Belgrano, escoltado por el Regimiento de Dragones de Milicias de Tucumán, partió de la ciudad. La marcha se hizo por divisiones, con grandes intervalos de tiempo. Los días 9, 10 y 11 de febrero se emplearon en vadear el río Pasaje. Se celebró a continuación una ceremonia castrense, en la que se prestó juramento de obediencia a la Asamblea General Constituyente, que acababa de establecerse. Los oficiales y soldados hicieron el juramento ante una cruz formada por la espada de Belgrano y la bandera creada por él. A partir de ese momento el río pasó a llamarse Juramento.
El 16 de febrero la vanguardia patriota bajo el mando de Díaz Vélez, chocó con las avanzadas de Tristán, que ocupaban las alturas detrás de un riachuelo llamado Zanjón de Sosa.
Belgrano, estaba con el grueso del ejército en Punta del Agua, y buscó emplear el factor sorpresa. Según refiere en su parte de batalla había tenido la intención de “sorprenderlo al enemigo totalmente hasta entrar por las calles de esta capital, las aguas me lo impidieron, y ya fueron indispensables otros movimientos; pues que habíamos sido descubiertos, respecto a que fue preciso dar algún descanso a la tropa y proporcionarle que secase su ropa, limpiar las armas, recorrer sus municiones y demás”.
Detrás de la vanguardia, efectuó un envolvimiento con el grueso del ejército por caminos de montaña, marchando 17 km en una jornada, guiado por el capitán salteño Apolinario Saravia. Tras efectuar un rodeo a través de la quebrada de Chachapoyas, acamparon a 5 km de la ciudad, el día 18, bajo una copiosa lluvia.
La vanguardia, que atacaba frontalmente, se replegó para accionar juntamente con el grueso, que el día 19, a las 11 de la mañana, avanzó por la pampa de Castañares, y atacó la posición realista por la retaguardia, bajando de los cerros.
Belgrano se encontraba seriamente enfermo, por lo cual había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento se repuso y pudo montar a caballo.
Al mediodía, el ataque se generalizó desde distintas direcciones, sirviéndoles de guía el emblema celeste y blanco. Desplazó Tristán su dispositivo, improvisando una posición defensiva hacia el norte. Primero las alas realistas y luego el centro comenzaron a ceder ante el ataque arrollador de los patriotas. En el cerro de San Bernardo, un destacamento realista resistía el ataque patriota, obligando a Belgrano a emplear sus reservas, para lograr la rendición de éstos.
Continuó el ataque a través del Tagareté, en momentos en que los realistas se replegaban al recinto fortificado de la Plaza Mayor. El general realista se vio obligado a ofrecer la capitulación, que concedió Belgrano, magnánimo. Les permitió retirarse desarmados, prestando previamente juramento de no tomar las armas contra las Provincias Unidas del Plata hasta el límite del Desaguadero, que era el objetivo a alcanzar que le hubiera fijado el gobierno a Belgrano. Este gesto sólo puede comprenderse dado que Belgrano consideraba “que sólo la armonía entre los pueblos podría permitirles alcanzar su grandeza”. Sobre la fosa común en que fueron sepultados, en el campo de La Tablada, los muertos de ambos ejércitos, fue colocada una gran cruz de madera con la siguiente inscripción: ‘’Aquí yacen los vencedores y vencidos el 20 de febrero de 1813’’.5

Anecdotario de la batalla de Salta
El 20 de febrero de 1813 se enfrentaron las tropas patriotas al mando del Gral. Belgrano y las realistas comandadas por el Gral. Tristán. En ambos bandos habían españoles y americanos, el mismísimo Tristán era peruano e inicialmente había estado del lado de la revolución pero, según Bernardo Frías, la dureza de Castelli lo volcó al campo realista participando en Desaguadero, desastre patriota.
Del lado de la revolución combatió Arenales, que era español. También en la población salteña había una profunda división entre patriotas y realistas, independientemente del lugar de nacimiento.
En la batalla de Salta se desplegó por primera vez en combate la bandera celeste y blanca creada por Belgrano, “la cual según su profético deseo de hacía un año, estaba reservada para aparecer cubriendo las tropas de la independencia el día de la gran victoria “.
La participación de las mujeres, como siempre en Salta, fue fundamental para obtener la victoria de las armas patriotas. Esta consistió en:
a) la participación directa en el combate, como Martina Silva de Gurruchaga, “que aquella mañana montaron a caballo, y que apoyándose en la pequeña fuerza que había preparado, recorrieron la tierra que quedaba a espaldas de aquellas lomas, que eran muy pobladas de campesinos agricultores, los recogieron a todos y los arriaron a la batalla”, esta acción fue decisiva para forzar la retirada del Marqués de Yavi (comandaba el ala izquierda del ejército realista), quien ya había rechazado la primer carga de Dorrego.
b) la conquista de la voluntad del enemigo, particularmente del Marqués de Yavi. Este personaje (nacido en el Alto Perú) era lo que hoy definimos como un panqueque, se había dado vuelta varias veces, en 1810 adhirió a la revolución y a partir de entonces dio varias volteretas. Por su rango de Marqués tenía que mantener tropa propia para cuando el Rey requiriera sus servicios, así que quien conquistara al Marqués tenía como yapa las tropas.
“Esta era por excelencia, entre todos los oficiales peruanos que las mujeres de Salta se propusieron seducir, la conquista codiciada, que la valerosa doña Juana Moro tomó por obra suya el conseguirla.
Era ésta una señora de alta posición, de mucha audacia, y cuyos servicios por estas y otras notables cualidades suyas, iban a ser grandes durante el transcurso de la guerra”. No le quitamos mérito a Dorrego, pero el Marquéz ya estaba “pasado”, al respecto cuenta el general Camba, que actuó en la guerra : “Muy general fue la creencia de que había habido seducción en Salta, particularmente de algún jefe y de varios oficiales, cuya posibilidad debió haber previsto Tristán para procurar disminuir la perniciosa influencia de una población abundante en mujeres de conocido mérito y en extremo insinuantes”, ¿qué tal las salteñas?.
Otra anécdota que refleja lo fraternal de la lucha está referida a la amistad de Belgrano con Tristán, cuenta Frías que: “ Al fin, tocóle el turno de rendirse al general del rey. Tristán apeóse del caballo y avanzó hacia Belgrano para entregar la espada, cuando éste, conmovido con el inmenso infortunio en que padecía el que en España había sido su condiscípulo y más íntimo amigo – como que eran dos que habían vivido en Madrid bajo un mismo techo y alimentado común amor por la misma odalisca – no le sufrió más el corazón tratarlo con tanta dureza: tendió los brazos a Tristán y lo estrechó contra su corazón……”. ¿Qué me cuentan lo de la odalisca?. Frías destaca que lo más duro de la batalla se libró en el ala derecha realista ocupada por el Real de Lima, formado exclusivamente por españoles al cual Belgrano enfrentó con el Regiminto Número Uno, “su preferido, cuyos oficiales y tropas, todos porteños, se hicieron notables aquel día portándose con una bravura y una bizarría no menor que la del enemigo y pereciendo gran parte de ellos.”
Para terminar, “…la asamblea decretó se le entregara a Belgrano cuarenta mil pesos del tesoro público, en premio a sus servicios, los que el noble y desinteresado campeón de la revolución, en su grande pureza, aceptó, mas no para sí, sino para establecer con ellos escuelas públicas de primeras letras en las ciudades de Tarija, de Jujuy, de Tucumán y de Santiago del Estero…”

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