19 años comprometidos con la educación

Mujeres Argentinas
1852 - 1880

Argentina - Mujeres Argentinas - 1852 - 1880 - Buenos Aires

Zona actual Provincia de Buenos Aires

Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto, conocida por todos como Felicitas, fue llamada por el poeta Guido y Spano “la mujer más hermosa de la República”. Había nacido en 1846, hija de un inmigrante vasco, Carlos José Guerrero y de Felicitas Cueto y Montes de Oca, dama de la sociedad porteña.
En 1862, cuando tenía sólo 15 años y empezaba a brillar en lo salones de la sociedad de su tiempo, fue obligada por su padre, que quería asegurarle el futuro, a casarse con un amigo de él, Martín Gregorio de Álzaga, quien tenía entonces 60 años y era inmensamente rico. A su casamiento, que fue un acontecimiento social importante en su época, asistió lo mejor de Buenos Aires, entre ellos alguien que estaba enamorado de ella en secreto, Enrique Ocampo, hijo de una tradicional familia porteña.
La pareja, que no era muy feliz, tuvo un hijo al que llamó Félix Francisco Solano quién murió en 1869, cuando tenía sólo 6 años. Felicitas estaba por entonces nuevamente embarazada pero su segundo hijo murió a los pocos días de nacer. Martín, que ya tenía problemas de salud, quedó muy afectado por la muerte de sus hijos, y falleció unos meses después, en 1870.
Felicitas, que tenía en ese momento 24 años, heredera de 71.000 hectáreas, con una fortuna de más de setenta millones de pesos, inmensa en aquella época, se convirtió así en la mujer más rica de la República. Y también, joven, rica y hermosa, en la mujer más requerida de Buenos Aires. Entre sus numerosos pretendientes se encontraba Enrique Ocampo, que encontraba ahora una nueva oportunidad para unirse a su amada. Ella, amable y gentil, con la excusa de guardar luto, trataba bien a todos, sin dar esperanzas a ninguno.
Felicitas no era, a pesar de lo que pueda parecer, sólo una joven consentida. A los 24 años había pasado por momentos amargos. Un matrimonio a disgusto, la pérdida de dos hijos y enterarse de que su marido había tenido una pareja en Brasil que le había dado cuatro hijos. Pero era una mujer de gran carácter y a la muerte de su esposo tomó parte activa en la administración de sus propiedades, recorriendo las diferentes estancias, haciendo mejoras e introduciendo innovaciones.
En uno de sus viajes a su estancia “La postrera”, en una tormenta, perdieron el rumbo. Felicitas lo advirtió e hizo detener el carruaje cerca de unos árboles. Entonces se acercó un jinete, quien, cuando ella le preguntó donde estaban, contestó “en mi estancia, que es la suya”. Los viajeros se refugiaron en la estancia de Samuel Sáenz Valiente, vecina de las de ella en lo que ahora es General Madariaga. Así conoció al hombre del que se enamoró, un hombre de campo, si bien educado y refinado, muy distinto a sus pretendientes porteños. Poco tiempo después, Felicitas aceptó la propuesta de casamiento de Samuel.
El 29 de Enero de 1872 Felicitas fue de compras al centro de Buenos Aires para conseguir algunas cosas que usaría para el festejo de la inauguración del primer puente sobre el río Salado, ceremonia a la que concurriría el que en ese momento, durante la presidencia de Sarmiento, era el gobernador de la provincia, Emilio Castro. En su ausencia llegó a su palacio en la actual calle Montes de Oca, en Barracas, Enrique Ocampo, preguntando por ella. Mientras le explicaban que no estaba y que podía volver más tarde, llegaron dos carruajes. En uno iba Samuel Saénz Valiente, y en el otro, Felicitas. Ocampo pidió verla a solas. Felicitas, sospechando que venía a quejarse por su compromiso con Samuel, no hubiera aceptado, pero tenía temor de la escena que se podía producir si Ocampo se encontraba con Sáenz Valiente y consintió. Efectivamente, Ocampo le reprochó su futuro casamiento con Samuel y ella lo rechazó fríamente. La gente reunida en la casa escuchó una fuerte discusión, seguida de balazos.
De lo que sucedió a continuación, hay dos versiones. La oficial, la que consta en los expedientes, dice que el primero que llegó a la habitación, Cristián Demaría, primo y también pretendiente de ella, encontró los dos cuerpos en el suelo. Ocampo había disparado contra la mujer y luego contra sí mismo. Al abrazar a Felicitas, Cristián se dio cuenta de que aún vivía.
La otra versión dice que Cristián y su padre Bernabé Demaría encontraron a Felicitas tratando de huir tambaleándose y a Ocampo con el revólver y un estoque en la mano. Ocampo apuntó su arma a Bernabé y disparó, errándole, y su hijo se abalanzó sobre él. En el forcejeo, Ocampo perdió el arma y Cristián le disparó a quemarropa en el pecho, y luego le metió el revólver en la boca y le disparó en el paladar, rematándolo. (Aparentemente habría habido un primer informe médico, que mencionaba que el cadáver de Ocampo tenía esas dos heridas que, en forma conveniente para ambas familias, se extravió).
Felicitas, malherida, estaba aún viva. Los médicos fueron llamados inmediatamente, pero nada pudieron hacer. La bala había entrado por el omóplato derecho y había interesado un pulmón y la columna vertebral. Falleció al día siguiente, entre grandes dolores.
Sus padres, en su memoria, hicieron construir la Iglesia de Santa Felicitas que aún se puede visitar en Barracas.
Aquí termina la historia y comienza la leyenda. Se dice que si Ud. deja un pañuelo en la reja de Santa Felicitas al atardecer, a la mañana aparecerá húmedo de lágrimas y que los días 30 de Enero se puede entrever una llorosa figura de mujer vestida de blanco vagando por la iglesia.
Felicitas Guerrero, la mujer de los superlativos, se ha convertido finalmente, si no en el fantasma más famoso de la República, seguramente en uno de los más famosos de Buenos Aires.

El 2 de julio de 1889 una joven de ojos claros y cabellos castaños recibía de manos de la máxima autoridad de la Escuela de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, el título de médica cirujana. Esta joven se llamaba Cecilia Grierson y fue la primera mujer argentina en ejercer la medicina ginecológica.
Nacida en Buenos Aires, el 22 de noviembre de 1859, de un matrimonio compuesto por una irlandesa y un escocés, a los 13 años, Cecilia se convirtió en maestra rural en Entre Ríos, lugar donde su familia tenía una pequeña estancia. Como era menor de edad, el gobierno le entregaba el sueldo a su madre. En 1878, a los 19 años, egresa de la Escuela Normal de Maestras de Buenos Aires, y de inmediato, Sarmiento, figura clave de la política y la educación en esos momentos, le ofrece un puesto en una escuela de varones donde trabaja por un tiempo. Para entonces, ya sabía que su camino era la medicina.
Fue la primera mujer que se graduó como médica en Sudamérica. Además de su trabajo, Cecilia se dedicó a elevar el nivel social de las mujeres. fue la primera médica argentina, graduándose el 2 de julio de 1889 en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires, a los 30 años.
Completó su carrera en el plazo normal de seis años. Durante su transcurso fue Ayudante del Laboratorio de Histología, al tiempo que realizaba la práctica hospitalaria en la Asistencia Pública. Incluso antes de recibirse en 1886, fundó la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino. Apenas recibida se incorporó al Hospital San Roque (luego Ramos Mejia) dedicándose a la ginecología y obstetricia. En 1891 fue uno de los miembros fundadores de la Asociación Médica Argentina.
En 1892 colaboró con la realización de la primera cesárea que tuvo lugar en la Argentina y dos años depues, en 1894, se presentó en el concurso para cubrir el cargo de profesor sustituto de la Cátedra de Obstetricia para Parteras. El concurso fue declarado desierto, porque en aquellos tiempos las mujeres todavía no podían aspirar a la docencia universitaria.
La actividad de la doctora Cecilia Grierson fue intensa e ininterrumpida hasta su fallecimiento, el 10 de abril de 1934. En 1892 fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios. En 1897 publicó ‘Masaje Práctico’, un libro precursor de la técnica kinesiologica y pese a la inhibición que recaía sobre las profesionales médicas de su sexo, de alguna manera ejerció la docencia universitaria, dictando cursos sobre ‘Gimnasia Medica y Kinesioterapia’ en la Facultad de Medicina (entre 1904 y 1905) y desempeñándose como adscripta a la Cátedra de Física Médica y Obstetricia.
En 1899 viajó a Europa para desempeñar en Londres la vicepresidencia del Congreso Internacional de Mujeres y luego realizar, durane cinco meses en Paris, cursos de perfeccionamiento en Ginecología y Obstetricia . Antes de regresar a la Argentina visito clínicas y establecimientos hospitalarios de renombre en Viena, Berlin y Leipzig.
En 1900 fundó el Consejo Nacional de Mujeres y la Asociación Obstétrica Nacional. Diez años después, presidió el Congreso Argentino de Mujeres Universitarias y se destacó en la Comision de Sordomudos del Patronato de la Infancia y en numerosos cargos y misiones que le encargaran las autoridades. En 1914, al cumplirse las bodas de plata de su graduación, se le rindió un gran homenaje, lo mismo que en 1916, cuando se despidió de sus actividades docentes. Se retiró a vivir en Los Cocos, Córdoba, localidad a la que donó una escuela, así como una casa de descanso para maestros y artistas. Falleció en Buenos Aires el 10 de abril de 1934. Al año siguiente se puso su nombre a la escuela de enfermería por ella fundada y en 1967 se emitió

Nació en Junín, provincia de Buenos Aires el 19 de abril de 1867 en el seno de una familia tradicional: su madre Elizarda Guiñazú Funes, era familiar del deán Gregorio Funes que integró la Primera Junta, y su padre, el Coronel Juan de Dios Rawson, fue combatiente en las batallas de Cepeda y Pavón.
Al cumplir los 6 años se trasladó junto a su familia a la provincia argentina de Mendoza. Allí, finalizó sus estudios primarios e ingresó a la Escuela Normal donde se recibió de maestra en 1884.
Madre, esposa, médica, política, vanguardista, luchadora por los derechos de la mujer, Elvira Rawson fue una de las primeras mujeres en obtener un título universitario y la segunda en graduarse de médica en la Argentina.
Pionera en la defensa de los derechos de las mujeres y los niños,
creó centros dedicados a la atención de madres solteras y chicos discapacitados.
Innovadora y vanguardista en el campo de la salud, las cuestiones legales, cívicas y sociales, así como en el modo de enfocar el rol de la mujer tanto en el hogar como en la sociedad; también fue madre de siete hijos y participó en política.
Nunca se dejó limitar por los prejuicios de la época sino que siguió su corazón y, al hacerlo, sentó las bases para muchos de los logros femeninos del siglo XX.
Vivió 87 años; antes de morir pudo ver la concreción de una de sus grandes luchas: el voto femenino.
Se dice que tenía una inclinación natural por curar y que desde muy joven le había interesado la medicina. Sin embargo, en aquella época tan sólo tres mujeres habían podido inscribirse en la carrera de Medicina, y era por lo menos insólito que una “jovencita de bien” se dedicara a esas cosas, el lugar de la mujer era otro. Por eso, cuando en 1885, decidió ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, su familia se opuso y le quitó su apoyo económico.
Las dificultades no la amedrentaron: consiguió empleo como maestra en la escuela de las cinco esquinas de Barrio Norte y rindió 9 materias de equivalencia para ingresar en la Universidad. Fue la única mujer en un curso de 84 hombres, fue también una de las primeras mujeres en conseguir un título universitario y la segunda médica recibida en la Argentina, luego de Cecilia Grierson.
Elvira realizó sus primeras experiencias en la profesión en el Hospital Rivadavia. Allí se encontraba cuando se desencadenó la Revolución del Parque de 1890; solicitó autorización para atender a los heridos que se desangraban en las calles, pero se la denegaron recordándole que sólo podría atender a las víctimas del gobierno. Rawson sostuvo que “los hospitales son del pueblo y no del gobierno”, desobedeció las directivas, y salió a curar a los heridos de ambos bandos, arriesgando su vida. Esta labor fue reconocida públicamente por Guillermo Udaondo, Manuel Campos y, sobretodo, por Leandro N. Alem, quien le entregó un pergamino y un reloj de oro.
Se graduó el 29 de septiembre de 1892 y poco después obtuvo su doctorado al presentar su tesis “Apuntes sobre la higiene en la mujer”, tratado que consiguió gran reconocimiento y fue elogiado por el prestigioso médico Gregorio Aráoz Alfaro.
Con estos Apuntes, Elvira Rawson marcó el comienzo de su larga carrera dedicada a la salud de la mujer, su tesis se convirtió también en la primera iniciativa en enseñar la sexualidad femenina: estudió el ciclo vital de la mujer, sus necesidades físicas, educativas y morales. Como consideraba que era indispensable conocer las funciones del cuerpo para aprender a cuidarlo, en su tesis, se ocupó de los problemas de la pubertad, el matrimonio, el embarazo, el alumbramiento y la lactancia. Sin realizar una descripción explícita de las funciones corporales, dio a entender la necesidad de comprender los cambios físicos y mentales de cada ciclo, hecho muy importante por ejemplo para muchas niñas que veían la pubertad como un cambio inquietante, debido a la ignorancia de su propio cuerpo.
Como relata Asunción Lavin en su libro Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay (1890-1940): “Rawson de Dellepiane trató los problemas fisiológicos de la mujer en el matrimonio: se oponía al casamiento precoz por los daños fisiológicos que causaba en las jóvenes inmaduras y condenaba la estrecha consanguinidad que primaba en los matrimonios de provincia. También se ocupó de la incidencia creciente de enfermedades venéreas en Buenos Aires. Reconoció la sexualidad femenina al decir que el matrimonio “trayendo la satisfacción de los deseos venéreos ejerce una acción favorable sobre la salud de la mujer y contribuye a prolongar su vida”.
Destacó los aspectos positivos de la higiene marital y de la maternidad, y aconsejó a las mujeres casadas cómo cuidar sus órganos sexuales y cómo llevar a término un embarazo sano, con ejercicio. Además sostuvo que la mujer debía amamantar a sus hijos y que el embarazo es un estado natural y no una enfermedad. Elvira Rawson abrió el paso al estudio más amplio de asuntos que hasta entonces se consideraban “delicados”, por medio de una mezcla hábil de temas fisiológicos, educativos y morales.

Nació en Lisboa, el 6 de enero de 1871, allí en esa casa poblada de memorias argentinas, un hogar, donde son familiares las voces de mando, victoriosas de Ituzaingó, donde la sensación de una Buenos Aires que crece, puede verse en la mirada de un retrato y en el cual, la certeza de la República y las luchas de la democracia, se identifican para la dueña, con el nombre querido de un varón; allí, en medio de un pasado de arte, de gracia, el ser que emprendió temprano un vuelo de esplendor.
La Casa del Teatro, es una creación de su espíritu. Ella, la fundó, ella la alentó, ella ha vivía preocupada de su destino.
Practicó la caridad sin ostentación y construyó en la localidad de “Don Torcuato”, el Templo de San Marcelo y el Colegio anexo, en memoria de su esposo. Ella había sido llamada Regina por haber nacido el Día de Reyes de 1871. Era hija de una andaluza, Felicia Quintero, y de un italiano, Pietro Pacini, director escénico del Real de San Carlos y autor de noventa óperas.
A los dieciséis años tenía una voz de cristal. Su carrera fue imparable y conquistó todos los baluartes de la lírica: se rindieron al hechizo de su voz el Liceo de Barcelona, la Scala de Milán, la Opera de París. En el Covent Garden de Londres cantó Lucía de Lammermoor con Enrico Caruso. Aunque no fuera muy agraciada, quisieron casarse con ella millonarios y militares rusos, polacos, suecos. A todos les dijo que no, porque quería dedicarse a su carrera, y lo hizo.

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