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Los Originarios Argentinos

Argentina - Los Originarios Argentinos - Buenos Aires

Zona actual Provincia de Buenos Aires

Querandí (hombres con grasa) fue la denominación que los guaraníes le dieron a los indígenas conocidos como pampas, debido a que en su dieta cotidiana, consumían carne y despedían olor a grasa animal porque también utilizaban sus cueros para abrigarse. Los araucanos les dieron el nombre de los puelches. Ulrico Schmidl, quien participó de la expedición de Magallanes y actuó como cronista y dibujante, se refiere en sus escritos a estos grupos como carendies.
Según narran los cronistas, en especial Schmidl, esta parcialidad ocupaba una amplia zona, comprendida por los actuales territorios de la provincia de La Pampa, el centro-sur de Córdoba y Santa Fe (margen derecha del río Paraná) y el sur de Buenos Aires.
Las descripciones realizadas por Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdéz, en su Historia General y Natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano y los dibujos legados por Ulrico Schimidl, dan cuenta que los querandíes eran gentes robustas, de piel morena, muy fuertes. Los hombres iban desnudos o usaban un delantal de fibra vegetal o cuero. Las mujeres se cubrían con un delantal de paño que le llegaba hasta las rodillas. Se abrigaban con mantos confeccionados con cueros de nutrias.
Altos, de teces moreno y bien fornidos. Vestían un abrigo de cuero, similar al quillango; las mujeres también usaban una falda que cubría su cuerpo hasta las rodillas. Era un pueblo nómade, por lo tanto practicaban la recolección de raíces y frutos. Tenían una extraña costumbre: cuando las langostas arreciaban los campos pampeanos, los aborígenes prendían fuego a los pastizales, de esta manera el voraz insecto era cocinado por el fuego, entonces, los recolectaban, luego los molían y finalmente realizaban una pasta que comían gustosos. Eran buenos corredores – cazadores, con arco, flecha y baleadora cazaban perdices, venados, codornices y ñandúes. Sus viviendas eran sólo unos paravientos de cuero, muy sencillo, ya que su condición de nómade los llevaba a deambular con su hogar a cuestas.

La nación mamülche habita el Mamüll Mapu o “país de los montes” desde tiempos inmemoriales. Antes de ser expulsados por el estado argentino ocupaba todo el centro de lo que hoy es la Argentina, desde el sur de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, oeste de Buenos Aires, y alrededores de los ríos Negro, Agrio y Neuquén. Lindaba al oeste con la nación Pehuenche, y al sur con la Tehuelche.
Esta nación estuvo conformada a lo largo del tiempo por diferentes pueblos, llamados “salineros”, “jarilleros”, “medaneros”, “los de los montes”, y “los del rankül” o “rankülche” hoy ranqueles, que poblaban el norte de este inmenso territorio. Este ambiente, ecológicamente inmejorable, ofreció refugio a los indígenas provenientes de otras naciones que huyendo de la expansión argentina y chilena se adentraban en él, así como a numerosos individuos provenientes de sectores perseguidos dentro de la misma sociedad nacional.
La historia de la Nación Mamülche, (Gente del Monte) habitante desde tiempos inmemoriales del Mamüll Mapü, (País del Monte) en el Centro de la actual Argentina, comienza en 1806, cuando don Luis de La Cruz, nacido en Concepción, Chile, encomendado por ambos gobiernos, Buenos Aires y Chile, decide cruzar nuestro hábitat para llegar a un acuerdo con nuestra Nación, a fin de conseguir permiso para transitar entre ambos puntos en forma directa, dejándonos un Diario de Viaje que es un testimonio invalorable de lo que vio y vivió. Antes que él, Don Justo Molina había cruzado nuestro territorio hacia Chile, volviendo con de La Cruz, dejando también algunos escritos de singular valor, dado de que se trata de documentos de primera mano.
Los que escribieron antes se refieren a supuestos, comentarios, anécdotas, ninguno ingresó a nuestro territorio, ni siquiera los que buscaban la Ciudad de los Césares, que pasaron por la periferia. Tampoco los que saliendo de la Punta del Sauce (La Carlota), llegaron hasta Trenel, y según ellos mismos lo expresan, guiándose por referencias de baqueanos nos dejaron un panorama de asentamientos y aguadas (pozos). Nuestra historia escrita comienza en 1805 / 6 con De La Cruz y Molina, más los testimonios de Tele Meneses, Amingorena, Chiclana, (1819) Baigorria, Mansilla, Zevallos, Donatti, Rosas, Burela, Barbará, De Angelis , y otros de aquella época, que en más o en menos, coinciden con De La Cruz. Estos documentos, mas la nutrida correspondencia de aquella época, no difieren de la historia oral que ha llegado hasta nosotros.
Los escritos contemporáneos, influidos por la prédica Roquista y de sus seguidores de que conquistaron un desierto, para minimizar el Genocidio perpetrado contra los habitantes de el Mamüll Mapü, ignoran la presencia de habitantes originarios en el Centro de Argentina, adjudicándonos diversos orígenes menos el único y verdadero: “Siempre estuvimos aquí.” Vinieron de otros Pueblos. Algunos sumaron. Otros restaron. Se produjo así una gran experiencia Multicultural y Multilingüística entre nosotros, los hermanos del Norte que escapaban del invasor español, y los del Sur y del Oeste, por vecindad, comercio, parentesco, y por la abundancia de alimentos, agua y pasturas, y por ser nuestra selva, casi 9.000.000 de has. de Caldén, Algarrobo, Chañar, Piquillín, Molle y otras especies, una fortaleza inexpugnable para cualquier extraño, única que brindaba protección y abrigo.
De La Cruz describe la situación política que encontró, en 1806. Al Oeste, los Pehuenche, (Gente de los Pinares) cuyo Jefe, Puelman, lo acompañó en su viaje. Al sur del Río Negro, los Thue Huili Che del Norte, cuyo jefe era Guerahueque. Al sur, lindando con los Magallánicos, los Thue Huili Che del Sur, cuyo Jefe era Cagnicolo. En el Centro, los Mamülche, (Mamül Mapü, País del Monte) con Carripilún. El dominio de la Nación Mamülche es: del Río Salado (Bragado) y Río Cuarto, (Córdoba) hasta el Río Negro, Sur de Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza hasta Neuquén. Al Sur Este, el Atlántico.
Describió con gran precisión la vida y costumbres de las tres Naciones con las cuales en cierta forma convivió, nos dice de un mismo idioma, una misma espiritualidad, las mismas costumbres, parentesco entre ellas, cada una con sus regionalismos. Nada dice del dominio de una sobre otra, por el contrario deja bien especificado el concepto de territoriedad, en algunos casos con profundas diferencias. Corrobora esto el diario de Molina, que cruzó de ida y vuelta el Mamül Mapü. Le llamó la atención ver sólo dos indios de origen chileno, (Nguluche) y en comercio.
Sumado a la historia oral que heredamos, los testimonios dejado por los misioneros en ambos lados de la cordillera, la nutrida correspondencia enviada y recibida en esos tiempos entre nuestros representantes y diferentes gobiernos, jefes de frontera, sacerdotes, los textos del primer Tratado de Paz de 1819 firmado con el flamante “Estados Unidos de Sudamérica”, cuyo director Supremo era Rondeau, y el último del 24 de Julio de 1878 firmado con el Estado Argentino, en ambos nuestra Nación firma como “persona jurídica”, estos testimonios dan por tierra con la teoría de la dominación o transculturación de los habitantes originarios del Centro de la actual Argentina por pueblo alguno.
La confusión, que no es casual, se debe a que la consigna dada a Roca y sus secuaces por sus mandaderos fue que el Centro de Argentina debía quedar vacío hasta del olor de los indios que por 350 años supieron mantener libre nuestro territorio de todo dominio extranjero. Debía desaparecer nuestro pensamiento, nuestra filosofía de vida, nuestra cosmovisión, nuestra organización social, contraria a los intereses de occidente. Los Mamülches que no fueron enviados al norte se los empujó al sur del Río Negro, a fundar pueblos. Allí, a partir de 1890, atraídos por los supuestos beneficios que recibirían de Buenos Aires, vinieron verdaderos contingentes de hermanos Nguluche, de la cordillera, según informe de los salesianos, que se lanzaron sobre ellos a catequizarlos. Allí predominaron sobre los desterrados Pampas, Mamülche o Rankülche y los nativos Tehuelche . (The huel che =Tue huilli CheHabitante del Sur Milanesio, 1918)
En 1795, el cacique Carripilún junto a Llanguelen y otros veinte jefes firmó importantes tratados de paz con Simón de Gorordo, en la frontera de Córdoba. Años después, el mismo cacique, reconocido como líder principal en las naciones de las pampas, puso a disposición del Virrey Sobremonte 3000 lanceros para la defensa de la Ciudad de Buenos Aires frente a los ingleses, aunque el virrey prefirió la huida. La hegemonía de Carripilún dio por resultado que para la fecha de su muerte en 1820, el término rankülche ya era sinónimo de mamülche.
Una muestra de la importancia que tuvo la nación ranquel en el conjunto de la Argentina es la visita que Feliciano Chiclana, en nombre del Supremo Gobierno de las Provincias Unidas, efectuó a Carripilún en 1819 para solicitarle que no dejara pasar a los contrarrevolucionarios españoles por su territorio.
Más adelante, los ranqueles resistieron con éxito la expedición planeada por Juan Manuel de Rosas, pudiendo detener a la vez a Ruiz Huidobro en San Luis, a Aldao en el Paso de la Balsa, y a Rosas en el Río Negro. El poder bélico y económico ranquelino alcanzó suspicos más altos durante los liderazgos de Yanquetruz, Painé, Paguithruz Güor, Ramón y Baigorrita.
Numerosos jefes entre quienes lideraron la alianza indígena pan-patagónica pertenecían a la nación ranquel. Tan grande fue su influencia que inclusive en Chile existe hoy una parcialidad rankül, y entre las expresiones religiosas mapuche que hoy se practican en la región cordillerana tienen gran importancia algunas de origen rankül, como el choique purrún o baile del ñandú, y la creencia en Soychü como Dios creador.
Lamentablemente, las guerras internas del estado argentino terminaron involucrando a los ranqueles y provocaron su derrota. Las tolderías que habían dado asilo a los vencidos en diferentes momentos históricos (llegando a alojar, por ejemplo, a más de 300 familias unitarias antes de la batalla de Caseros) ya eran demasiado conocidas, y fueron invadidas por los mismos que habían sido protegidos en sus años de desgracia.
La Campaña al Desierto conducida sucesivamente por Mitre, Alsina, Avellaneda y Roca es una historia de pactos y traiciones consecutivas, que empezaron a perpetrarse contra los hombres de Cabral, Nahuel, Epumer y Baigorrita. De esta manera, los ranqueles fueron los primeros en sufrir el destierro y las “reparticiones” entre las familias pudientes y las haciendas de Buenos Aires y el Norte del país. Los descendientes exiliados y esclavizados de aquellos ranqueles forman parte hoy del pueblo de Tucumán, Mendoza, La Rioja, San Juan, Salta, Jujuy, Córdoba, Buenos Aires y Santiago del Estero.
En este contexto de ausencia de respeto por la dignidad humana, el teniente Racedo mandó desenterrar de Leuvucó los restos de Mariano Rosas, y se los regaló a Estanislao Zeballos, quien coleccionaba esta clase de reliquias, una práctica que condenamos con el término de “huaqueo”. Actualmente se encuentran en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, y ante el reclamo del pueblo indígena de La Pampa el Estado argentino se ha comprometido a devolverlos.
La disgregación que siguió al fin de la guerra y la comunidad de objetivos con los indígenas del sur llevó a que los rankülche compartan hoy una misma bandera de lucha con los mapuches. Al mismo tiempo, luchan por ser reconocidos en su propia identidad, siendo la recuperación de la lengua uno de los objetivos que concurren a este fin.
En las primeras décadas de este siglo, la Colonia Indígena Emilio Mitre, de 80.000 hectáreas en La Pampa, floreció económicamente, gracias al trabajo duro y la solidaridad de sus integrantes, y lideró la permanencia de las costumbres, la lengua y la cosmovisión ranquel. Entre 1930 y 1970, la crisis económica y el reemplazo del trabajo rural humano por maquinarias provocaron altísimos niveles de emigración. Las trampas de la ley redujeron la superficie actual de la Colonia a 40.000 hectáreas que sus ocupantes se empeñan en defender. Mientras tanto, Baigorrita, en Loventué, así como Auka Ché y Epumer en Emilio Mitre, constituyen otras tantas esperanzas. Fuera de estas comunidades, la memoria rankül vive y permanece en aquellos peñi que hoy residen en ciudades y en establecimientos rurales a lo largo de toda la provincia, desde Arbol Solo, Telén, Santa Isabel, hasta Toay, General Pico, Santa Rosa y Victorica.

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