19 años comprometidos con la educación

Resto de Europa - Personajes Famosos

Resto de Europa - Personajes Famosos

Rey de Castilla y de León (Toledo, 1221 – Sevilla, 1284). Era hijo primogénito de Fernando III, a quien sucedió en 1252. Ya como infante realizó importantes labores, como la conquista del Reino de Murcia (1241) o la paz con Jaime I de Aragón, que conllevó el matrimonio de Alfonso con su hija Violante. Contemporáneos suyos son: en la corona de Aragón, Jaime I y Pedro III el Grande; en el reino de Portugal, Alfonso III y D. Dionís; en el reino de Navarra, Teobaldo I y II, Enrique I y Juana I; en el reino moro de Granada, Muhammad ben al-Ahmar y Muhammad II; en el reino de Francia, Luis IX el Santo y Felipe III el Atrevido; y en el Pontificado, 10 papas desde Inocencio IV a Martín IV.
Rey de Castilla y de León (1252-1284), una de las figuras políticas y culturales más significativas de la edad media en la península Ibérica y en el resto del continente europeo. Hijo del monarca Fernando III -en el cual confluyeron definitivamente los dos tronos que habrían de constituir la Corona de Castilla- y de la primera esposa de éste, Beatriz de Suabia -hija del emperador Felipe de Suabia-; nació el 23 de noviembre de 1221, en Toledo. Contrajo matrimonio, en 1249, con Violante de Aragón, hija del rey aragonés Jaime I el Conquistador. A la muerte de su padre, reanudó la ofensiva contra los musulmanes (dentro del proceso general de la Reconquista), ocupando las fortalezas de Jerez (1253) y Cádiz (c. 1262).
En 1264, tuvo que hacer frente a una importante revuelta de los mudéjares asentados en el valle del Guadalquivir. La tarea más ambiciosa del Rey fue su aspiración al Sacro Imperio Romano Germánico, proyecto al que dedicó más de la mitad de su reinado.
La última familia que había ostentado la titularidad del Imperio eran los Hohenstaufen, de la que descendía por línea materna Alfonso X. Junto al Rey Sabio apareció otro candidato al Sacro Imperio, el inglés Ricardo de Cornualles. En 1257, los siete grandes electores imperiales no unificaron su decisión y durante varios años el Imperio estuvo vacante, ya que ninguno de los dos candidatos consiguió imponerse. Finalmente, en septiembre de 1273, Rodolfo I de Habsburgo fue elegido emperador y, en mayo de 1275, Alfonso X renunció definitivamente al Imperio ante el papa Gregorio X.
Los últimos años de su reinado fueron especialmente sombríos. Desde 1272, un sector de la alta nobleza se enfrentó al monarca. Además, la muerte en 1275 del infante Fernando, primogénito de Alfonso X, abrió un disputado pleito de sucesión. Los hijos de aquél, los llamados infantes de la Cerda, Alfonso y Fernando, pugnaron por la sucesión regia con el infante Sancho, segundo de los hijos de Alfonso X. Finalmente, fue este último infante el que consiguió imponerse en el trono, al que accedió en 1284 -tras el fallecimiento de su padre-como Sancho IV. aje a las Molucas, Elcano murió el 4 de agosto de 1526 durante la travesía del Pacífico.
Era un apasionado del estudio y puso gran énfasis en la difusión de la cultura. Reorganizó la escuela de traductores de Toledo, traduciendo las obras al castellano en lugar del latín como se usaba hasta entonces. Su padre, permitió el uso de la prosa castellana y Alfonso X, lo impuso como lengua oficial.
El tema del pasado del hombre fue objeto de su indagación, que expuso en dos obras: “La General e grand Estoria” que comienza con el relato bíblico de la creación y debía llegar a los propios tiempos del autor, pero quedó inconclusa en los datos referentes a los padres de la Santísima Virgen. “La Crónica general de España”, tuvo como fuentes los bosquejos parciales que le precedieron en la literatura de su país, las crónicas locales y aún los cantares de gesta simplemente prosificados. No es una obra original sino compilatoria.
Sus obras históricas se caracterizan por su providencialismo, ya que el hombre es parte de un plan divino. Dios guía sus pasos y sus acciones. El fin de su obra es didáctico, no se limita a exponer los hechos sino que brinda una enseñanza moral. Su amor a España está también presente en sus escritos, redactados con monótona sintaxis, como consecuencia de la coordinación de las oraciones, paralelamente enlazadas todas por la conjunción “el”, luego “e”. También se repite frecuentemente como nexo el adverbio “otrosí”.
Entre sus obras jurídicas concluyó el “Setenario”, iniciado por su padre. Luego escribió el “Espéculo” o “Espejo de todos los derechos”, en cinco libros y el “fuero real”, en cuatro. Su intento legislativo culminó en las “Siete Partidas”. Con ellas se propuso lograr la unificación de la legislación española, auxiliar a los gobernantes en sus funciones y ofrecer a los súbditos un medio de instruirse en el derecho. Cada Partida se divide en títulos, y éstos, a su vez, en leyes. El valor jurídico de las mismas reside en la codificación legislativa que forma el eje y el sostén de la obra. En las Partidas subsisten los mismos giros, nexos y construcción de las crónicas, pero un interés latente vivifica la monotonía expresiva. Predomina el tono exhortativo sobre el imperativo, ya que el rey se propone enseñar antes que legislar.

Las obras que legó a la humanidad han llegado a nuestros días:

    • 1- Obras Jurídicas: Las Siete Partidas, precedidas por el Fuero Real fundamentadas en el derecho romano de Justiniano.
    • 2-. Dos obras históricas Crónica General de España y la Grande e General Estoria, un intento de historia universal iniciado en 1272.
    • 3-. Obras Científicas: Tratados de Astronomía, Las Tablas Alfonsíes, basadas en la tradición tolemaica a través de estudios árabes y el Lapidario, tratado de mineralogía, derivado de los conocimientos aristotélicos.
    4-. Obras Poéticas; autor de unas treinta poesías, 420 composiciones en lengua gallega; traductor de Calila e Dimna así como del Septenario, recopilación del saber medieval. Murió de pena, en Sevilla, lejos de la corte.

La obra precursora de derecho en España y América Latina aquí se las dejo es el Código de las Siete Partidas. Con la redacción del código de las Siete Partidas, Alfonso X el Sabio instauró en Castilla una ley común que, uniendo las tradiciones jurídicas del reino con los derechos canónico y romano, intentó imponerse sobre los fueros y derechos locales.
A principios del siglo XIII, las ciudades y tierras de Castilla se regían por distintos tipos de fueros, leyes consuetudinarias (derivadas de la costumbre) y derechos señoriales. Los cambios económicos, especialmente el auge de la artesanía urbana y el desarrollo del comercio, animaron al rey Alfonso X (1221-1284) a impulsar el proceso de integración jurídica del reino, en contra de los privilegios tradicionales de la nobleza rural y los patriciados urbanos.

Primera Partida: En la que el autor demuestra que todas las cosas pertenecen a la iglesia católica, y que enseñan al hombre conocer a Dios por las creencias.

Segunda Partida: Lo que conviene hacer a los reyes, emperadores, tanto por sí mismos como por los demás, lo que deben hacer para que valgan más, así como sus reinos, sus honras y sus tierras se acrecienten y guarden, y sus voluntades según derecho se junten con aquellos que fueren de su señorío.

Tercera Partida: La Justicia que hace que los hombres vivan unos con otros en paz, y de las personas que son menester para ella.

Cuarta Partida: Los desposorios, los casamientos que juntan amor de hombre y de mujer naturalmente y de las cosas que les pertenecen, y de los hijos derechureros que nacen de ellos, y de los otros de cualquier manera que sean hechos y recibidos, del poder que tienen los padres sobre sus hijos y de la obediencia que ellos deben a sus padres, pues esto, según naturaleza junta amor por razón de linaje, y del deudo que hay entre los criados y los que crían, y entre los siervos y sus dueños, los vasallos y sus señores, las razones del señorío y de lo bien hecho que los menores reciben de los mayores y otrosí por lo que reciben los mayorales de los otros.

Quinta Partida: Trata de los empréstitos y de los cambios y de las miercas, y de todos los otros pleitos y conveniencias que los hombres hacen entre ellos, placiendo a ambas partes, como se deben hacer y cuáles son valederas o no, y cómo se deben partir las contiendas que entre las partes nacieren.

Sexta Partida: Los testamentos, quién los debe hacer, y cómo deben ser hechos y en qué manera pueden heredar los padres a los hijos y a los otros parientes suyos y aun a los extraños, y otrosí de los huérfanos y de las cosas que les pertenecen.

Séptima Partida: Y en la setena partida de todas las acusaciones y los males y las enemigas que los hombres hacen de muchas maneras y de las penas y de los escarmientos que merecen por razón de ellos.

Algunas leyes:

Ley 4: Ley quiero decir leyenda, enseñanza y aviso que apremia la vida del hombre a no hacer el mal y que muestra lo que el hombre debe hacer y usar, y otrosí es dicha ley porque los mandamientos deben ser leales legales y derechos y cumplidos según Dios y justicia.

Ley 5: Las virtudes son de siete maneras; 1) creer, 2) ordenar las cosas. 3) mandar; 4) juntar; 5) premiar; 6) prohibir; 7) castigar. El que quiera seguir estas leyes debe considerarlas hasta entenderlas, para que halle lo que dijimos y recibirá por ellos beneficios, será más entendido, las aprovechará más y mejor; quien lea y no las entienda es como si las menospreciara, y otrosí, tal como si soñara y cuando despierta no la haya de verdad.

Ley 6: Estas leyes se tomaron de las palabras de los santos que dijeron lo que le conviene a bondad del cuerpo y a salvación del alma, la otra de los dichos de sabios que dicen sobre las cosas naturales, como se ordenan los hechos del mundo, de cómo se hagan de bien y con razón.

Ley 7: A Nuestro Señor Jesucristo pertenecen las leyes que hablan de la fe y unen al hombre a Dios con amor, por derecho conviene amarlo honrarlo y temerlo, por su bondad y por el bien que nos hace. Al gobierno de los hombres pertenecen las leyes que los unen por amor, y esto es derecho y razón, de estas dos cosas sale la justicia que hace a los hombres vivir como les conviene y sin motivo para desamarse, sino para quererse bien, estas leyes juntan las voluntades de los hombres por amistad.

TÍTULO 3 De la Santa Trinidad

Ley 1: Artículos son las razones ciertas y verdaderas que los Apóstoles ordenaron y pusieron en la fe por la gracia del Espíritu Santo, que Jesucristo envió a ellos. Y estos artículos todo cristiano los debe saber y creer y guardar verdaderamente para la tener la creencia de Jesucristo verdadera y cumplida, y salvarse por ella. Y de estas palabras fue hecho el Credo in Deum, que llaman símbolo, que quiere tanto decir como bocados. Y esto es porque cada uno de los apóstoles dijo por sí su palabra cierta en como creían, y juntadas todas en uno está allí la creencia de Dios cumplida, y por eso le llaman Credo in Deum. Y lo que cada uno dijo es esto: San Pedro dijo; creo en Dios Padre, poderoso, criador del cielo y de la tierra. San Juan dijo: Y en Jesucristo, su hijo uno, que es nuestro señor. Santiago, hijo del Zebedeo, dijo: que es concebido de Espíritu Santo y nació de María Virgen.
San Andrés dijo: que recibió pasión en poder de Poncio Pilatos y fue crucificado y muerto y soterrado. San Felipe dijo: que descendió a los infierno. Santo Tomas dijo: y al tercer día resucitó de entre los muertos. Y San Bartolomé dijo: Y subió a los cielos y está sentado a la diestra de su Padre verdadero sobre todas cosas. San Mateo dijo: Y vendrá de allí a juzgar a los vivos y los muertos. Santiago Alfeo dijo: Creo en el Espíritu Santo. Y San Simón dijo: Y en la santa iglesia católica, ayuntamiento de los santos. Y Judas Jacobo dijo: Y redención de los pecadores. San Matías dijo: Y resurrección de la carne y vida perdurable para siempre. Y son llamados artículos, que quiere tanto decir como artejos, que así como en las coyunturas de las manos y de los pies hay artejos que hacen dedos, y los dedos hacen manos, así estas palabras del Credo in Deum, que son cada uno de por sí como artejo, juntándolas todas en uno hacen una razón, que es así como mano, en que se comprehende la creencia toda.

TÍTULO 4: Que habla de los sacramentos de la Iglesia.

Todo cristiano para conocer a Dios y ganar su amor debe tener en sí dos cosas: la una, la fe católica, que debe creer según en estas leyes antes fue dicho, la otra, los sacramentos de la santa Iglesia, que debe recibir según en estas leyes demostramos, pues bien así como alma y cuerpo es hombre cumplido, y Jesucristo es hombre y Dios, así el que cree en la fe católica y recibe los sacramentos tiene el nombre de cristus, y es cristiano acabado. De estos debe recibir todo cristiano los cinco por fuerza de ley pudiéndolos haber, y los dos por voluntad. El 1º es bautismo, el 2º, confirmación, 3º penitencia, 4º, comunión, 5º, unción que hacen a los enfermos cuando entienden que está cerca el fin. Y los otros dos son de voluntad: casamiento y orden, y ninguno debe ser apremiado a recibirlos, si no quiere.

Ley 14: Las palabras que más fuerza hicieren en el bautismo son estas que dijimos en la ley antes de esta, cuando bautizan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pues por estas santas palabras se acaba todo el hecho de Dios en todas las maneras que hombre no podría pensar ni decir, y toda la fuerza del bautismo: las unas antes que lo hagan, y las otras, después.
Las de primero son cuando llevan al que ha de ser bautizado a la iglesia, y en la puerta, antes que entre, se para el sacerdote con el preguntándole qué quiere ser; y los padrinos han de responder que cristiano. Y luego el clérigo debe preguntar que cómo quieres hacer nombre, y los padrinos deben decir aquel nombre que quieren que tenga. Y entonces ha de preguntar el clérigo qué es lo que pide a la Iglesia, y él los que han de responder: “vida perdurable” y esta es la vida perdurable “que conozcas que es un solo Dios vivo y verdadero que envió al mundo a Jesucristo su hijo, que con aquel su Padre y el Espíritu Santo vive y reina por siempre jamás” entonces el sacerdote débele soplar tres veces en la cara diciéndole así contra el diablo: “Sal espíritu sucio, de él y da lugar a Dios que viene a este con Espíritu Santo, enviado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” Y esa hora hágale el sacerdote una cruz con el pulgar diestro en la frente diciéndolo: “Esta señal de la cruz de Jesucristo pongo en tu frente” Y débele luego hacer otra cruz en las espaldas diciéndole lo mismo. Y debe allí decir esta oración en que ruega a Dios que se digne mirar a aquel siervo suyo, el cual está dispuesto a recibir las enseñanzas de la fe, quitándole las durezas del corazón y las vejeces de no creer, rompiéndole los lazos del diablo Satanás con que estaba atado. Y esto dicho, debe el sacerdote tomar la mano del que ha de ser bautizado, y meterlo en la Iglesia diciéndole esta oración, que ruega a Dios que le abra la puerta de su piedad…
Y cuando esta dijere esta plegaria débele hacer una cruz con el pulgar en la frente y decir esta otra oración, rogándole a Dios que Él, que fue y es hacedor del humanal linaje, que sea otra vez reformador de él y que tenga en su voluntad a los pueblos deseados que escogió porque sean escritos en el linaje del Nuevo Testamento; así que lo que no pudieron recibir por naturaleza, que lo reciban por gracia. Y entonces el clérigo ha de meter sal en la boca del que bautizan.

TITULO 7: De los religiosos

Ley 1: Reglares son llamados todos aquellos que dejan las cosas del siglo y toman alguna regla de religión para servir a Dios, prometiendo guardarla. Y estos tales son llamados religiosos, que quiere tanto decir como hombre ligados que se meten debajo de la obediencia de su superior, así como monjes o calonges de claustro, a los que llaman seglares, o de otra orden cualquiera que sea. Pero otros hay que son como religiosos y no viven debajo de regla, así como aquellos que toman señal de orden, y moran en sus casas y viven de lo suyo, y estos, aunque guardan regla en algunas cosas, no tienen tan gran franqueza como los otros que viven en sus monasterios.

Ley 2: Profesión llaman a la promesa que hace el que entra en orden de religión, bien sea varón o mujer, y el que esto hiciere ha de prometer tres cosas: la una, no haber propio, la otra, guardar castidad; y la tercera, ser obediente al que fuere el superior en aquel monasterio en donde viviere. Y así son allegadas estas cosas al que toma la orden, que el papa no puede dispensar con él que no las guarde

Ley 3: Estar debe un año de prueba el que quiere tomar hábito de religión; y esto por dos cosas; la una, por ver si podrá sufrir las asperezas y los rigores de aquella regla, y la otra, porque sepan los que están en el monasterio las costumbres de aquel que quiere entrar, si se contentará él o no, y si antes del año quisiere salir de allí, puédelo hacer Y esto es porque algunos, cuando entran en orden, hácenlo con movimiento de saña de algunas cosas que les acaecen y por antojo, cuidando que la podrán sufrir, y después, cuando van allí estando, cámbienseles las voluntades, y arrepiéntanse, de manera que los unos la han de dejar y los otros que queden contra su voluntad hacen en ella mala vida y por ello no les deben tomar la promesa antes del tiempo sobredicho.

Ley 14: Vida santa y buena deben hacer los monjes y los otros religiosos, pues por esto dejan este mundo y los placeres de él. Y por esto tuvo por bien la santa iglesia mostrar algunas cosas de las que han de guardar los monjes señaladamente para hacer áspera vida, y son estas: que no deben vestir camisa de lino, ni deben tener cosa propia, y si alguno lo tuviere, débelo luego dejar y si no la dejare desde que fuere amonestado según su regla, si se lo hallaren después, débenselo quitar y meterlo en pro del monasterio, y echar a él fuera, y no lo deben recibir más, a no ser que hiciese penitencia según manda su regla. Mas si en su vida lo tuviese encubierto y se lo hallasen a su muerte, deben aquello que le hallaren enterrar con él fuera del monasterio en algún muladar, en señal que es perdido. Otrosí deben guardar que no hablen en la iglesia, ni en el refectorio, ni en el dormitorio, ni en el claustro, fuera de los lugares acotados y a ciertas horas según la costumbre de aquel monasterio en que vivieren.

TÍTULO 9: De las excomuniones

Ley 2: Diez y seis cosas puso el derecho de la santa iglesia por las que caen los hombres en la mayor excomunión luego que hacen algunas de ellas: la primera es si alguno cae en alguna herejía de aquellas que se dice en el título de los herejes, o si levantase otra de nuevo, o si le diese la Iglesia de Roma por hereje o su obispo o el cabildo, si vacase la iglesia, haciéndolo con consejo de algún prelado vecino suyo, cuando acaeciese que fuese menester.
La segunda, si alguno recibiese a los herejes en sus tierras o en sus casas a sabienda, o los defiende; la tercera, si alguno dice que la Iglesia de Roma no es cabeza de nuestra fe, y no la quiere obedecer; la cuarta, si alguno hiere o mete manos airadas como no debe en clérigo o en monje o en monja o en otro hombre o mujer de religión; la quinta, si alguno que es poderoso en algún lugar ve que quieren herir a algún clérigo o religioso y no lo defiende pudiendo, o habiéndolo de hacer por su oficio; la sexta, cuando algunos queman iglesias o las quebrantan o las roban.
La setena, si alguno se llama papa no siendo elegido a lo menos de las dos partes de los cardenales y esto se entiende si no quiere dejar de ello; la octava es si alguno falsea carta del apostólico o si usa de ella a sabiendas habiéndola otro falseada; la novena es si alguno da armas a los moros, o navíos, o los ayuda de otra manera cualquier contra los cristianos; la decena es si alguno que es maestro o escolar mora en casas alquiladas, y viene otro alguno y habla con el señor de las casas y prométele de darle más por ellas por hacerle estorbo o mal a aquel que las tiene; pero esta es una excomunión apartada que mandó el apostólico guardar señaladamente en el estudio de Bolonia, la oncena es si algún monje o canónigo regular o clérigo que sea misacantano u otro que tenga dignidad o personaje fuere a escuelas para estudiar física o leyes sin otorgamiento del papa; la duodécima es cuando las potestades o los cónsules o los regidores de algunas villas o de otros lugares toman pechos a los clérigos contra el derecho, o les mandan hacer cosas que no les conviene, o quitan a los prelados la jurisdicción o los derechos que tienen en sus iglesias, pues sin estas cosas no enderezaren
Un mes después que fueren amonestados, caen en esta excomunión, tanto ellos como los que los aconsejan o los ayudan en ello; la decimotercia es cuando algunos hacen guardar posturas o establecimientos o costumbres que son contrarias a las franquicias de las iglesias, la decimocuarta es que los poderosos y los principales de las ciudades y de las villas que hicieren tales establecimientos, o los que los aconsejaren o los escribieren, que son otrosí excomulgados; la decimoquinta es que los que juzgaren por aquellas disposiciones caen en excomunión; la decimosexta cosa es que los que escribieren concejeramente el juicio que fuese juzgado por tales establecimientos, que son otrosí excomulgados.

Ley 13: Extremada manera hay para excomulgar con solemnidad, que pertenece a los obispos tan solamente y no a los prelados menores que ellos. Y esta se hace de esta manera: el obispo que hubiere de dar la sentencia debe haber consigo doce clérigos misacantes, que tenga cada uno de ellos en mano sendas candelas encendidas, y deben tocar las campanas; y entonces debe decir el obispo como excomulga a algún hombre o mujer, nombrando a cualquiera de ellos por su nombre, haciendo saber a todos los que allí estuvieren por qué razón lo hace diciendo así, que le echa fuera del reino de la iglesia, y lo aparta de todos los bienes que se hacen en ella. Y cuando esto hubiere dicho, debe tomar una candela y echarla a tierra, y matarla con los pies o en agua según que es costumbre en algunas iglesias; y eso mismo debe hacer todos los otros clérigos que las candelas tuvieren encendidas en las manos. Y entonces debe decir el obispo que así sea muerta el alma de aquel que excomulgan como mueren aquellas candelas, si no hiciere enmienda a la santa iglesia de aquello por lo que le echan de ella.

TÍTULO 23: De la guarda las fiestas y de los ayunos y de cómo se deben hacer las limosnas

Ley 1: Fiesta tanto quiero decir como día honrado en que los cristianos deben oír y decir y hacer cosas que sean alabanza y en servicio de Dios, y a honra del santo en cuyo nombre la hacen; y tal fiesta como esta es aquella que manda el apostólico hacer a cada obispo en su obispado con reunión del pueblo a honra de algún santo que sea otorgado por la Iglesia de Roma. Y hay tres maneras de fiestas: la primera es de aquellas que manda la santa iglesia guardar a honra de Dios y de los santos, así como los domingos y las fiestas de nuestro señor Jesucristo, y de santa María y de los apóstoles y de los otros santos y santas, la segunda manera es la que mandan guardar los emperadores y los reyes por honra de sí mismos; la tercera manera es aquella que es llamada ferias, que son por provecho comunal de todos los hombres, así como aquellos días en que cogen sus frutos.

Ley 2: Guardadas deben ser todas las fiestas de que se habla en la ley antes de esta y mayormente las de Dios y de los santos, porque son espirituales, pues débenlas todos los cristianos guardar según manda la santa iglesia, y además de eso, no debe ningún juez emplazar ni juzgar en ellas, ni otrosí los otros hombres no deben labrar en aquellas labores que suelen hacer en los otros días, más débense esforzar por ir muy apuestamente y con gran humildad a la iglesia cuya fiesta guardan si allí la hubiere, y si no, a las otras, y oír las horas con gran devoción, y desde que salieren de las iglesias deben hacer y decir cosas que sean a servicio de Dios y pro de sus almas. Y la segunda manera de fiestas, que deben guardar por honra de los emperadores y de los reyes, y la tercera manera de fiestas, que se llaman ferias, se deben guardar por pro comunal de los hombres, muéstranse en el título de los emplazamientos cómo deben ser guardadas.

TÍTULO 1: Emperadores, reyes y grandes señores

Ley 1: Imperio es gran dignidad, y noble y honrada sobre todas las otras que los hombres pueden tener en este mundo temporalmente, pues el señor a quien Dios tal honra da es rey y emperador y a él pertenece, según derecho y el otorgamiento que le hicieron las gentes antiguamente, gobernar y mantener el imperio en justicia, y por eso es llamado emperador, que quiere tanto decir como mandador, porque a su mandato deben obedecer todos los del imperio y él no es obligado a obedecer a ninguno, fuera del papa en las cosas espirituales; y convino que un hombre fuese emperador y hubiese este poder en la tierra por muchas razones, la una por quitar el desacuerdo de entre las gentes y juntarlas en uno, lo que no podrían hacer si fuesen muchos los emperadores, porque según naturaleza el señorío no quiere compañero ni lo necesita, aunque de todas maneras conviene que haya hombres buenos y sabios que le aconsejen y le ayuden, la segunda para hacer fueros y leyes por las que se juzguen derechamente las gentes de sus señorío, la tercera para quebrantar a los soberbios y a los injustos y a los malhechores que por su maldad o por su poder se atreven a hacer mal o injusticia a los menores, la cuarta, para que amparar la fe de nuestro señor Jesucristo y quebrantar los enemigos de ella. y otrosí dijeron los sabios que el emperador es vicario de Dios en el imperio para hacer justicia en lo temporal, bien así, como lo es el papa en lo espiritual.

Ley 2: El poder que el emperador tiene es de dos manera: la una, de derecho, y la otra, de hecho, y aquel que tiene según derecho es este: que puede hacer ley y fuero nuevo, y mudar el antiguo, si entendiere que es a procomunal de su gente, y otrosí cuanto fuese oscuro, tiene poder de esclarecerlo, y puedo, otrosí quitar la costumbre usada cuando entendiere que era dañosa y hacer otra nueva que fuese buena. Y aun tiene poder de hacer justicia y escarmiento en todas las tierras del imperio. y otrosí, él tiene poder de poner portazgos, y otorgar ferias nuevamente en los lugares que entendiere que lo debe hacer, y no otro hombre ninguno, y por su mandato y por su otorgamiento se debe batir moneda en el imperio, y aunque muchos grandes señores lo obedecen, no la puede ninguno hacer en su tierra, sino aquellos a quien él otorgare que la hiciesen; y el solo en otrosí poderoso de partir los términos de las provincias y de las villas, y por su mandato deben hacer guerra y tregua y paz. Y cuando acaece contienda sobre los privilegios que él dio o los otros emperadores que fueron antes que él, tal pleito como este él lo debe librar y otro no; y tiene también poder de poner adelantados y jueces en las tierras que juzguen en su lugar según fuero y derecho, y puede tomar de ellos yantares y tributo y censo en aquella manera que los acostumbraron antiguamente los otros emperadores. Antes este poder tiene el señor luego que es escogido de todos aquellos que han poder de escogerlo o de la mayor parte, siendo hecho rey en Alemania en aquel lugar donde se acostumbraron a hacer antiguamente los que fueron escogidos para emperadores.

TÍTULO 6 Cuál debe ser el rey con su mujer y ella con él

Ley 1: Casamiento es cosa que, según nuestra ley, una vez que es hecho, no se puede partir sino por razones señaladas. Y por ello el rey debe cuidar que aquella con quien casare haya en sí cuatro cosas: la primera, que venga de buen linaje; la segunda, que sea hermosa, la tercer, que sea bien acostumbrada; la cuarta, que sea rica, pues cuanto ella de mejor linaje fuere, tanto será él más honrado por ello, y los hijos que de ella hubiera serán más nobles y mejor considerados. Otrosí cuanto más hermosa fuere, tanto más la amará, y los hijos que de ella hubiera serán más hermosos y más apuestos, lo que conviene mucho a los hijos de los reyes, que sean tales que parezcan bien entre los otros hombres; y cuánto de mejores costumbres fuere, tanto mayores placeres recibirá de ella y sabrá mejor guardar la honra de su marido y la suya; otrosí cuanto más rica fuere, tanto mayor provecho vendría de ello al rey y al linaje que de ella hubiere, y aun a la tierra donde fuere.

Ley 2: Amar debe el rey a la reina su mujer por tres razones: la primera, porque él y ella por casamiento, según nuestra ley son una cosa, de manera que no se pueden separar, sino por muerte o por otras cosas ciertas, según manda la santa iglesia, la segunda, porque ella solamente debe ser, según derecho, su compañía en los sabores y en los placeres; y otrosí ella ha de ser su aparcera en los pesares y en los cuidados, la tercera, porque el linaje que de ella tiene o espera tener quede en su lugar después de su muerte.

TÍTULO 7 Cuál debe ser el rey con sus hijos y ellos con él.

Ley 1: Infantes llaman en España a los hijos de los reyes, y ellos deben en sí ser nobles y de buenas mañas y sin ninguna maldad, por razón de la nobleza que les viene de parte del padre y de la madre; y tomaron este nombre de infantes, que es palabra del latín que quiere tanto decir como mozo, menor de siete años, que es sin pecado y sin mancilla. Y por eso deben los reyes hacer por que sean sus hijos tales y amarlos mucho.

Ley 2: Vehemencia debe tener el rey en hacer criar bien a sus hijos, con gran bondad y muy limpiamente. Y esto por dos razones; la una de ellas es según naturaleza; la otra, según entendimiento, pues naturalmente todas las cosas que tienen hijos se desviven por criarlos y darles abundancia de lo que les es menester cuanto más pueden, cada una según su naturaleza, y si esto hacen los animales, que no tienen entendimiento cumplido, mucho más lo deben hacer los hombres en quienes hay saber y conocimiento, y mayormente los reyes, porque todos sus hechos han de ser cumplidos y abundados más que los de los otros hombres, y cuando sus hijos fueren así criados con gran abundancia, crecerán por ello más pronto y serán más sanos y más recios y tendrán más nobles corazones. La otra razón que es según entendimiento, que sean criados muy limpiamente y con gran apostura, y muy conveniente cosa es que los hijos de los reyes sean limpios y apuestos en todos sus hechos: lo uno por hacerlos más nobles en sí mismos, y lo otro por dar con ello buen ejemplo a los otros.
Ley 3: Hacer debe el rey guardar a sus hijos en dos maneras: la primera que no hagan contra ellos ni les digan cosa que sin razón sea, por la que ellos menguasen en su bondad ni en su honra; la segunda, que no consientan a ellos que hagan ni digan cosa que les esté mal, ni de la que les venga daño, pues todo el amor ni la crianza que dijimos en estas otras leyes no les valdría nada, si la de esta manera no fuese. Y los que primeramente deben hacer esta guarda han de ser el rey y la reina, y esto es en darles amas sanas y bien acostumbradas y de buen linaje, en manera que por su crianza de ellas no reciban muerte o enfermedad o malas costumbres, pues bien así como el niño se gobierna y se cría del ama desde que le da la teta hasta que se la quita, y porque el tiempo de esta crianza es más largo que el de la madre, por ello no puede ser que no reciba el niño mucho del continente y de las costumbres del ama. Por eso los sabios antiguos que hablaron de estas cosas naturalmente dijeron que los hijos de los reyes deben tener tales amas que tenga leche bastante, y sean bien cumplidas y sanas y hermosas y de buen linaje y de buenas costumbres, y señaladamente que no sean muy sañudas, pues si tuvieran abundancia de leche y fueren bien cumplidas y sanas, criarán los niños sanos y recios; y si fueren hermosas y apuestas, las amarán más los hijos que críen y habrá mayor placer cuando las vieren y se dejarán mejor criar.

Ley 4: Niños siendo los hijos de los reyes, es menester que los hagan guardar el padre y la madre en la manera que dijimos en la ley antes de esta, y más, después que fueren mozos, conviene que les den ayos que los guarden y los agracien en su comer y en su beber y en su hablar y en su continente, y de manera que lo hagan bien y apuestamente según que les conviene. Y ayo tanto quiere decir en el lenguaje de España como hombre que es dado para nutrir al mozo, y ha de tener todo su entendimiento para mostrarle como haga bien, y dijeron los sabios que tales son los mozos para aprender las cosas mientras son pequeños, como la cera blanda cuando la ponen en el sello, que cuando más tierna, más pronto aprehende en ella lo que está en el sello figurado. Mas si se las quisiesen mostrar cuando fuesen mayores, y comenzasen ya a entrar en mancebía, no lo podrían hacer tan ligero, a menos de que antes no los ablandaran con grandes apremios, y aunque las aprendiesen entonces, las olvidarán más pronto por las otras cosas a las que ya estaban acostumbrados.

TÍTULO 22 De los adalides y de los almocadenes y de los peones

Ley 1: Cuatro cosas dijeron los antiguos que deben tener en sí los adalides; la primera, sabiduría; la segunda, esfuerzo; la tercer, buen seno natural; la cuarta, lealtad. Y sabios deben ser para guiar las huestes y saberlas guardar de los malos pasos y peligros; y otrosí deben saber por dónde han de pasar las huestes y las cabalgadas, tanto las paladinas como las que hacen escondidamente, guiándolas a tales lugares donde hallen agua y leña y hierba, y donde puedan todos posar juntos. Otrosí deben saber los lugares que son buenos para echar celadas tanto de peones como de caballeros y cómo deben estar callando en ellas, o salir de allí cuando lo hubiesen menester, y otrosí les conviene que sepan muy bien la tierra que han de correr, y dónde han de enviar las algaras.

Ley 5: Almocadenes llaman ahora a los que antiguamente solían llamar caudillos de las peonadas y estos son muy provechosos en las guerras; y en lugar pueden entrar los peones y cosas acometer, que no lo podrían hacer los de a caballo. Y por ello cuando hubiere allí algún peón que quiera ser almocadén, ha de hacer de esta manera: venir primeramente a los adalides y mostrarles por cuáles razones tiene que merecerse de serlo; entonces ellos deben llamar doce almocadenes y hacerles jurar que digan la verdad si aquel que quiere ser almocadén es hombre que tiene en sí estas cuatro cosas: la primera que sea sabedor de guerra y de guiar los que con él fueren; la segunda, que sea esforzado para acometer los hechos y esforzar a los suyos; la tercera que sea ligero, pues esta es cosa que conviene mucho al peón para poder pronto alcanzar lo que hubiese de tomar, y otrosí para saberse guarecer cuando le fuese gran menester; la cuarta es que debe ser leal para ser amigo de su señor y de las compañías que acaudillarse. Y esto conviene que tenga en todas maneras el que fuere caudillo de peones.

Ley 7: La frontera de España es de naturaleza caliente, y las cosas que nacen en ella son más gruesas y de más fuerte complexión que las de la tierra vieja, y por ella los peones que andan con los adalides y con los almocadenes en hecho de guerra, es menester que sean dispuestos y acostumbrados y criados al aire y a los trabajos de la tierra; y si tales no fuesen no podrían allí mucho tiempo vivir sanos, aunque fuesen ardides y valientes; y por eso los adalides y los amocadenes deben mucho mirar que lleven consigo peones en las cabalgadas y en los otros hechos de guerra, es menester que sean dispuestos y acostumbrados y criados al aire y a los trabajos de la tierra; y si tales no fueran no podrían allí mucho tiempo vivir sanos, aunque fuesen ardides y valientes; y por eso los adalides y los almocadenes deben mucho mirar que lleven consigo peones en las cabalgaduras y en los otros hechos de guerra que estén acostumbrados a hacer estas cosas que antes dijimos, y además que sean ligeros y ardides y bien conformados en sus miembros para poder sufrir el afán de la guerra, y que anden siempre provistos de buenas lanzas y dardos, cuchillos y puñales; y otrosí deben traer consigo peones que sepan tirar bien de ballesta, y que traigan los equipos que pertenecen a hecho de ballestería, y estos hombres cumplen mucho a hecho de guerra. Y cuando tales fueren, deben los adalides y los almocadenes amarlos mucho y honrarlos de dicho y de hecho, partiendo bien con ellos las ganancias que hicieren, de común acuerdo.

TÍTULO 23 De la guerra y de las cosas necesarias que pertenecen a ella.

Guerra es cosa que tiene en sí dos naturalezas: la una, de mal; la otra de bien; y aunque cada una de estas sean repartidas en sí según sus hechos, sin embargo en cuanto al nombre y a la manera como se hacen, todo es como una cosa, pues el guerrear aunque tiene en sí manera de destruir y meter separación y enemistad entre los hombres, con todo eso, cuando es hecho como debe, trae después paz, de la que viene sosiego y holgura y amistad.

Ley 1: Los sabios antiguos que hablaron de hecho de guerra dijeron que guerra es extrañamiento de paz, y movimiento de las cosas quietas y destrucción de las compuestas; y aun dijeron que guerra es cosa de la que se levanta muerte y cautiverio a los hombres y daño y pérdida, y destrucción de las cosas. Y hay cuatro maneras de guerra: la primera llaman en latín iusta, que quiere tanto decir en romance como derechurera; y esta es cuando hombre la hace por cobrar cosas de ellos, la segunda manera llaman iniusta; que quiere tanto decir cómo guerra que se mueve con soberbia y sin derecho; la tercera la llaman civilis, que quiere tanto decir cómo guerra en que combaten no tan solamente los ciudadanos de algún lugar, mas aun los parientes unos con otros, por razón de bando, así como fue entre César y Pompeyo, que eran suegro y yerno, en la cual guerra los romanos guerreaban los padres contra los hijos, y los hermanos contra los hermanos, teniéndose los unos con César y los otros con Pompeyo.

Ley 2 Mover guerra es cosa en que deben mucho considerar los que la quieren hacer antes que la comiencen por que la hagan con razón y con derecho. Y esta guerra se debe hacer de dos maneras: la una, de los enemigos que están dentro del reino, que hacen mal en la tierra robando y forzando a los hombres lo suyo sin derecho, pues contra estos deben ser los reyes y aquellos que han de juzgar y cumplir la justicia por ellos comunalmente todo el pueblo, para desarraigarlos y alejarlos de sí, porque, según dijeron los sabios, tales como los malhechores en el reino, como la ponzoña en el cuerpo del hombre, que mientras allí está, no puede ser sano; y por ello conviene que guerreen como tales hombres estos, corriéndolos y haciéndoles cuanto mal pudieren, hasta que los echen del reino o los maten, y así los hombres que morasen en la tierra puedan vivir en paz. Mas la segunda manera de guerra de la que ahora queremos hablar, es de aquella que deben hacer contra los enemigos que están fuera del reino, que les quieren tomar por fuerza su tierra o apoderarse de la que con derecho debe tener.

TÍTULO 31 De los estudios en que se aprenden los saberes y de los maestros y de los escolares

Estudio es ayuntamiento de maestros y escolares, que es hecho en algún lugar con voluntad y con entendimiento de aprender los saberes, y hay dos maneras de él: la una es la que dicen estudio general, en que hay maestros de las artes, así como de gramática y de lógica y de retórica y de aritmética y de geometría y de música y de astronomía, y otrosí en que hay maestros de decretos y señores de leyes; y este estudio debe ser establecido por mandato del papa o del emperador o del rey. La segunda manera es la que dicen estudio particular, que quiere tanto decir como cuando algún maestro amuestra en alguna villa apartadamente a pocos escolares; y tal como este puede mandar hacer prelado o concejo de algún lugar.

Ley 2: De buen aire y de salidas debe ser la villa donde quieran establecer el estudio, porque los maestros que muestran los saberes y los escolares que los aprenden vivan sanos, y en él puedan holgar y recibir placer a la tarde cuando se levantaren cansados del estudio; y otrosí debe ser abundada de pan y de vino, y de buenas posadas en que puedan morar y pasar su tiempo sin gran costa. Y otrosí decimos que los ciudadanos de aquel lugar donde fuere hecho el estudio deben mucho honrar y guardar a los maestros y a los escolares, y todas sus cosas; y los mensajeros que vinieren a ellos de sus lugares no les debe ninguno peindrar ni embargar por deudas que sus padres debiesen ni los otros de las tierras de donde fuere hecho el estudio deben mucho honrar y guardar a los maestros y a los escolares, y todas sus cosas, y los mensajeros que vinieren a ellos de sus lugares no les debe ninguno peindrar ni embargar por deudas que sus padres debiesen ni los otros de las tierras de donde ellos fuesen naturales, y aun si decimos que por enemistad ni por malquerencia que algún hombre tuviese contra los escolares o a sus padres, no les deben hacer deshonra, ni tuerto, ni fuerza.
Y por eso mandamos que los maestros y escolares y sus mensajeros y todas sus cosas sean seguros y atreguados, viniendo a los estudios o estando en ellos o yéndose para sus tierras; y esta seguridad les otorgamos por todos los lugares de nuestro señorío; y cualquiera que contra esto hiciese, tomándoles por fuerza o robándoles lo suyo, débeselo pechar cuatro doblado, y si lo hiriere, o lo deshonrase o lo matare, debe ser escarmentado crudamente como hombre que quebranta nuestra tregua y nuestra seguridad. Y si por ventura los jueces ante quienes fuese hecha esta querella fuesen negligentes en hacerles derecho así como sobredicho es, débenlo pechar de lo suyo y ser echados de los oficios por infamados; y si maliciosamente se movieren contra los escolares, no queriendo hacer justicia de los que los deshonrasen o hiriesen o matasen, entonces los oficiales que esto hiciesen deben ser escarmentados por albedrío del rey.

Ley 3: Para ser el estudio general cumplido, cuantas son las ciencias, tantos deben ser los maestros que las muestren, así que cada una de ellas tenga allí un maestro, a lo menos; pero si de todas las ciencias no pudiesen tener maestros, abunda que los haya de gramática y de lógica y de retórica y de leyes y de decretos. Y los salarios de los maestros deben ser establecidos por el rey, señalando ciertamente a cada uno cuánto haya según la ciencia que mostrare y según que fuere sabedor de ella; y aquel salario que hubiere de haber cada uno de ellos, débenselo pagar en tres veces: la primera parte le deben dar luego que comenzare el estudio; y la segunda, por la Pascua de Resurrección; y la tercera, por la fiesta de san Juan Bautista.

Ley 4: Bien y lealmente deben los maestros mostrar sus saberes a los escolares leyéndoles los libros y haciéndoselos entender lo mejor que ellos pudieren; y desde que comenzaren a leer, deben continuar el estudio siempre hasta que hayan acabado los libros que comenzaron; y en cuanto fueren sanos, no deben mandar a otros que lean en su lugar de ellos, fuera de si alguno de ellos mandare a otro leer alguna vez por hacerle honra y no por razón de excusarse él del trabajo de leer. Y si por ventura alguno de los maestros enfermase después que hubiese comenzado el estudio, de manera que la enfermedad fuese tan grande o tan larga que no pudiese leer en ninguna manera, mandamos que le den el salario también como si leyese todo el año; y si acaeciese que muriese de la enfermedad, sus herederos deben percibir el salario tanto como sí hubiese leído todo el año.

Ley 6: Ayuntamientos y cofradías de muchos hombres defendieron los antiguos que no se hiciesen las villas ni en los reinos, porque de ellas se levanta siempre más mal que bien, pero tenemos por derecho que los maestros y los escolares puedan hacer esto en el estudio general, porque ellos se ayuntan con intención de hacer bien, y son extraños y de lugares repartidos, por lo que conviene que se ayuden todos en derecho cuando les fuere menester en las cosas que fueren en provecho de sus estudios o amparo de sí mismos y de lo suyo. Otrosí pueden establecer por sí mismos un principal sobre todos, al que llaman en latín rector, que quiere tanto decir como regidor del estudio, al que obedezcan en las cosas que fueren convenibles y adecuadas y a derechas. Y el rector debe aconsejar y apremiar a los escolares que no levanten bandos ni peleas con los hombres de los lugares donde hicieren los estudios, ni entre sí mismos. Y que se guarden en todas maneras que no hagan deshonra ni tuerto a ninguno y prohibirles que anden de noche, mas que queden sosegados en sus posadas y se esfuercen en estudiar y en aprender y en hacer vida honesta y buena, pues los estudios para eso fueron establecidos, y no para andar de noche ni de día armados, esforzándose en pelear o en hacer otras locuras o maldades en daño de sí y en estorbo de los lugares donde viven; y sin contra esto viniesen, entonces nuestro juez los debe castigar y enderezar de manera que se aparten del mal y hagan bien.

Ley 8: La ciencia de las leyes es como fuente de justicia, y aprovéchase de ella el mundo más que las otras ciencias; y por ello los emperadores que hicieron las leyes otorgaron privilegio a los maestros de ellos de cuatro maneras: la primera es que luego que son maestros tienen honra de maestros y de caballeros, y llámanlos señores de leyes, la segunda es que cada vez que el maestro de derecho venga ante algún juez que esté juzgando, débese levantar a él, y saludarle y recibirle que se siente con él, y si el juez contra esto hiciese, pónele la ley por pena que le peche tres libras de oro; la tercera es que los potreros de los emperadores y de los reyes y de los príncipes no les deben tener puerta cerrada ni impedirles que entren ante ellos cuando menester les fuere, fuera de las sazones que estuviesen en grandes secretos, y aun entonces débenselo decir cómo están tales maestros a la puerta, y preguntarles si los manda acoger o no; la cuarta es que los que son sutiles y entendidos, y que saben bien mostrar este saber, y son bien razonados y de buenas maneras, y que han estado veinte años en escuelas de las leyes, deben recibir honra de condes. Y pues que las leyes y los emperadores los quisieron tanto honrar, conveniente es que los reyes los deban mantener en aquella misma honra; y por ello tenemos por bien que los maestros sobredichos tengan en todo nuestro señorío las honras que antes dijimos, así como la ley antigua lo mandó. Otrosí decimos que los maestros sobredichos y los otros que muestran sus saberes en los estudios o en la tierra donde moran de nuestro señorío, que deben ser exentos de tributo, y no son obligados a ir en hueste ni en cabalgada, ni a tomar otro oficio sin su placer.

Ley 9: Discípulo debe antes ser el escolar que quisiere tener honra de maestro; y cuando hubiere bien aprendido el saber, debe venir ante los principales de los estudios que tienen poder de otorgarle licencia para esto; y deben considerar en secreto antes que se la otorguen si aquel que se la demanda es hombre de buena fama y de buenas maneras. Otrosí le deben dar algunas lecciones de los libros de aquella ciencia, y buena manera y tiene suelta la lengua para mostrarla, y responde bien a las cuestiones y a las preguntas que le hicieren, débenle después otorgar públicamente honra para ser maestro, tomando la jura de él que muestre bien y lealmente su ciencia, y que no dio ni prometió dar ninguna cosa a aquellos que le otorgan la licencia, ni a otros por ellos para que le otorgasen poder ser maestros.

Ley 10: La universidad de los escolares debe tener un mensajero que llaman en latín bidellus, y su oficio de este tal es andar por las escuelas pregonando las fiestas por mandato del principal del estudio; y si acaeciese que algunos quisieren vender libros o comprarlos, débenselo decir, y entonces debe él andar pregonando y diciendo que quién quiere tales libros, que vaya a tal estación en que son puestos; y después que supiere cuáles quieren vender y cuáles comprar, debe traer la trujamanía entre ellos bien y lealmente. Otrosí pregone este bedel cómo los escolares se junten en un lugar para ver y ordenar algunas cosas de su provecho comunalmente, o para hacer examinar a los escolares que quieren ser maestros.

Ley 11. Estacionarios es menester que haya en cada estudio general para ser cumplido, y que tenga en sus estaciones libros buenos y legibles y verdaderos, de texto y de glosa, que los alquilen los escolares para ejemplarios, para hacer por ellos libros de nuevo o para enmendar los que tuvieren escritos; y tal tienda o estación como esta no la debe ninguno tener sin otorgamiento del rector del estudio; y el rector, antes que le dé licencia para esto, debe hacer examinar primeramente los libros de aquel que quiere tener la estación para saber si son buenos y legibles y verdaderos; y al que hallase que no tenía tales libros, no le debe consentir que sea estacionario, ni los alquile a los escolares, a menos de no ser bien enmendados primeramente. Otrosí debe apreciar el rector, con consejo de los del estudio, cuánto debe recibir el estacionario por cada cuaderno que prestare a los escolares para escribir o para enmendar sus libros; y debe otrosí recibir buenos fiadores de él, que guardará bien y lealmente todos los libros que a él fueren dados para vender, y que no hará engaño.
Bibliografía: Abruma la historiografía y bibliografía alfonsinas, que reducimos a lo más fundamental. ALFONSO X EL SABIO, Crónica General de España, ed. C. ROSELL, Madrid 1875; Indices de la crónica general de España, ed. M. DEL RIVERO, «Hispania», 1942; Los documentos de su reinado figuran en los vol. 1 y 2 del Memorial Histórico Español, a los que hay que agregar los publicados por J. Torres FONTES, Murcia 1963, autor que ha editado también el Repartimiento de Murcia, Madrid 1960.

General y estratega cartaginés nacido en Cartago, hijo del fundador del Imperio Púnico en España, Amilcar Barca, fundador del imperio cartaginés en España y comandante de la primera guerra púnica contra los romanos. Famoso por su genialidad, a los nueve años fue llevado por el padre para España y, según la leyenda, aprendió y juró odio eterno a los romanos.
Asumió el comando del ejército (221 a. C.) y se hizo jefe supremo de las tropas de Cartago, después del asesinato del padre y del cuñado Asdrúbal. Se dedicó inicialmente a la consolidación del dominio cartaginés en la península ibérica y para ese fin hizo varios viajes por el imperio, en el transcurrir de las cuáles incorporó tribus celtas y iberas que vendrían a constituir la base de su ejército. Después de conquistar la ciudad de Sagunto (219 a. C.), aliada a los romanos y dando inicio a la segunda guerra púnica, en España, organizó un gran ejército (cerca de cuarenta mil hombres) con infantería, caballeros y 37 elefantes y cruzó Alpes en dirección Roma.
Durante sus campañas en Italia, el cónsul Públio Cornélio Cipriano, el africano, conquistó todos los territorios españoles que estaban bajo control cartaginés. Atravesó el océano para defender Cartago (203 a. C.), sin embargo fue definitivamente vencido por los ejércitos de Roma comandados por Cipriano, en la batalla de Zama.
Roma exigió su rendición (195 a. C.), y él buscó refugio en la corte de Antíoco, en la Siria. Tres años más tarde su protector fue derrotado por los romanos y se refugió en la Bítinia, en Asia Menor. Roma pidió su extradición (183 a. C.) y, para no ser prendido por los romanos, prefirió suicidarse tomando veneno. Las técnicas de combate inventadas por el general cartaginés en las batallas que trabó contra los ejércitos romanos, fueron consagradas por la historia de los conflictos bélicos. El empleo de armamento pesado móvil y de movimientos envolventes en el escenario de operaciones forma parte del legado transmitido por aquel que fue tal vez el mayor genio militar de la antigüedad.
Cuando el general cartaginés Aníbal atravesó los Alpes al mando de un ejército de 50.00
Durante catorce años Aníbal realizó varios movimientos para fortalecer su posición en el sur de Italia sin atacar nunca Roma, pues esperaba refuerzos de su hermano en Hispania y de Cartago. Sin embargo Asdrúbal fue derrotado y muerto en el año 207 a. de C. cuando se dirigía en su ayuda, y Aníbal no consiguió el apoyo de los pueblos itálicos que estaban sometidos a Roma. Tampoco recibió ayuda desde África. Este estado de cosas fue aprovechado por los romanos para contraatacar.
El general romano Publio Cornelio Escipión, llamado el Africano, expulsó a los cartaginenses de la península ibérica, y en el año 203 antes de Cristo desembarcó en África, cerca de Cartago. Aníbal regresó apresuradamente a su país, pero fue vencido en la batalla de Zama en el 202. Cartago se vio obligada a firmar la paz y a darle muchas concesiones a Roma, y su poder en el norte de África y en el Mediterráneo occidental fue estrictamente controlado.
Empezó para Aníbal un periodo de actividades políticas. Fue elegido sufeta o jefe del consejo cartaginés en el año 197 a. de C. y realizó un gran esfuerzo para organizar las finanzas, de forma que pudieran pagar el tributo impuesto por los romano sin dañar mucho la economía del país. Intentó también buscar aliados en Oriente contra el poder de Roma, pero no tuvo éxito. Los romanos exigieron entonces la entrega de Aníbal, quien se refugió en la corte de rey Antíoco III de Siria.
Antíoco III fue inducido por Aníbal a enfrentarse a Roma, mientras buscaba una alianza con Filipo V de Macedonia. Sin embargo, los sirios fueron vencidos por los romanos en las Termópilas en el año 191 a. de C. y en Magnesia en el 189 a. de C.
Aníbal huyó entonces a Bitinia, donde ayudó al rey Prusia a conservar su trono, que estaba siendo amenazado por una guerra civil. Sin embargo, la influencia de Roma en las regiones del Mediterráneo oriental crecía aceleradamente, y pronto se le exigió a Prusias la entrega del fugitivo. Al serle imposible encontrar refugios seguros, Aníbal Barca se suicidó en el año 183 antes de Cristo.

Batalla de Canas
Después de las largas y enconadas guerras que condujeron a la creación de la confederación itálica, Roma se convirtió en una de las potencias más fuertes del mundo civilizado. Su fuerza militar era más considerable que la de cualquier otro de los imperios de Oriente, más considerable no tanto en cuanto al número sino por la solidaridad, organización y sagacidad de sus soldados. Frente a las tropas de los otros imperios, que servían por una soldada y se reclutaban a la fuerza entre las poblaciones nativas, Roma podía presentar un ejército tan adiestrado como numeroso, constituido por ciudadanos y aliados que luchaban no por dinero u obligación, sino por la decisión voluntaria del conjunto de los ciudadanos romanos.
Cuando Roma derrotó a Pirro, uno de los reyes helenísticos mejor dotados y, al hacerlo, reclamó su puesto en la familia de los imperios en el siglo III a. C, su aparición fue notada y meditada por los políticos helenísticos de aquel tiempo.
El vecino más cercano de Italia, Macedonia, comenzó a seguir de cerca los acontecimientos de Italia; Egipto fue el primer Estado que entró en relaciones diplomáticas con Roma el año 273 a. C. y, en Grecia, las ligas y las comunidades libres empezaron a tener en cuenta esta nueva potencia como un posible aliado tanto para sus disputas internas como para reforzar a los griegos occidentales en su lucha contra la creciente insolencia de los piratas ilíricos. Pero fue Cartago, con sus intereses políticos y comerciales en el Mediterráneo occidental, el Estado que más se interesó en la política extranjera de Roma. Para Cartago, Roma y sus éxitos no constituían una novedad. Al principio, aquella potencia vio en Roma al sucesor de Etruria en Italia y confiaba en que su propio comercio no sufriría menoscabo, porque Roma no era un gran imperio marítimo en los siglos V y IV a. C. y no poseía flota alguna, ni bélica ni comercial.
El comercio de los puertos etruscos y latinos que aún quedaban conservaba su carácter semipirático y no podía competir con el comercio de Cartago. Por esa razón, en el año 348 Cartago renovó el tratado comercial concluido con Roma a fines del siglo VI y, también por la misma causa, ese tratado comercial se transformó, en el año 279, durante la guerra con Pirro, en una alianza militar contra el enemigo común. Es, pues, claro que Cartago todavía consideraba a Roma como un contrapeso a las ciudades griegas, del mismo modo que había considerado a Etruria en una época anterior.
Pero cuando Roma tomó todos los puertos del sur de Italia y los intereses de Nápoles y Tarento, antiguas rivales de Cartago, pasaron también a ser intereses de Roma, la situación cambió por completo. Cartago comprendió claramente que Roma, como cabeza de los griegos occidentales, se vería obligada en un futuro próximo a tomar en sus manos los asuntos sicilianos y a apoyar a los griegos de Sicilia en su lucha secular contra los cartagineses.
Ya era significativo el hecho de que Roma hubiera sido desde larga fecha la aliada de Massilia, la otra rival que tenía Cartago. Es preciso observar que las relaciones entre los griegos sicilianos y las tribus nativas del país, que siempre habían sido frecuentes e ininterrumpidas, eran especialmente activas en el siglo IV a. C. A menudo se contrataban destacamentos de samnitas para cumplir funciones militares en Sicilia y a muchos de ellos, después de cumplir el período de servicio, se les recompensaba con lotes de tierras. Un ejemplo palmario de que los samnitas deseaban establecerse en Sicilia lo tenemos en la historia de la ciudad griega de Mesana. Los mercenarios samnitas entraron en posesión de ella como pago de Agátocles y la transformaron en una ciudad samnita, cosa que ya le había ocurrido mucho antes a Regio, una ciudad griega situada en la parte oriental del Estrecho.
Por todo esto, resultaba inevitable la colisión entre Roma y Cartago y cuanto antes estallara el conflicto, mejor sería para Cartago. La fuerza de ambas rivales era aproximadamente la misma.
Las dos potencias se basaban en una comunidad de ciudadanos con un ejército numeroso y bien adiestrado. Ambos estados tenían aliados que estaban obligados a contribuir con sus fuerzas en el caso de que su principal se viera envuelto en una guerra, cualquiera fuere el enemigo. De un lado se hallaban etruscos, samnitas, umbríos y griegos itálicos, mientras que el imperio africano de Cartago podía contar con los bereberes o libios, que vivían en su territorio, y también con los númidas, que eran vecinos y tributarios. Ambos grupos de naciones eran guerreros, pero en manera alguna salvajes. En ningún caso existía un profundo sentimiento de apego por parte de los aliados hacia el principal, pero tanto Roma como Cartago podían contar, en circunstancias normales, con su ayuda. Cartago tenía más y mejor caballería que Roma y su infantería estaba bien armada.
También poseía un fuerte contingente de mercenarios, muy bien adiestrados, que habían pasado por la severa escuela bélica helenística, y un considerable número de elefantes armados, una reciente adición al poder combativo de los ejércitos helenísticos. Es indiscutible que los cartagineses eran superiores a los romanos en todas las ramas de las tácticas estudiadas por los generales helenísticos y, en especial, en ingeniería.
Finalmente, poseían una poderosa flota y una gran riqueza. Sin embargo, en los combates en tierra, los romanos tenían ventajas considerables, porque en aquel tiempo los ciudadanos de Cartago raramente servían en el ejército y eran sustituidos por mercenarios y aliados que podían fallar en el momento crítico. El ejército romano, por el contrario, no tenía mercenarios y estaba formado únicamente de ciudadanos y aliados; algunos de estos últimos, los latinos, por ejemplo, merecían tanta confianza como los propios ciudadanos romanos.

Desarrollo de la batalla de Canas

Preámbulo: Los ejércitos estaban desplegados en una llanura, en líneas perpendiculares al río Ofante. Los romanos con su estilo clásico: dos bloques en líneas cerradas, el de la infantería ligera delante y el de la pesada detrás. A su derecha, junto al río, la caballería romana y en el flanco izquierdo la caballería compuesta por aliados de Roma. Aníbal formó su tropa también en dos líneas pero no compactas, con su centro apuntando ligeramente el centro romano.
El centro de Aníbal lo componían sus tropas menos aguerridas, galos e íberos. Los dos flancos lo cubrían sus infantes libios. A su derecha colocó la caballería ligera númida al mando de Maharbal y a la izquierda, frente a la caballería romana, la caballería pesada formada por jinetes galos e íberos dirigida por Asdrubal.
Fase 1: Los cartagineses dispusieron una línea con unos 800 honderos baleares para intentar frenar el avance de las tropas romanas, pero no tuvo éxito. Cuando ambos ejércitos estaban uno en frente de otro se inició una auténtica lluvia de lanzas. Los cartagineses vencieron en este inicio de batalla, al igual que vencerían al final.
Fase 2: Los romanos iniciaron el ataque y el centro de Aníbal cedió terreno, curvándose hacia atrás, ocupando el centro romano el espacio desalojado por el centro cartaginés. Las alas cartaginesas se mantuvieron firmes, con lo que los ejércitos formaban ahora dos líneas paralelas curvas.
Fase 3: Mientras el ataque romano consiguió que la línea central cartaginesa siguiese cediendo, las caballerías cartaginesas iniciaron el ataque. La caballería númida en el ala derecha encontró fuerte resistencia en la caballería de los aliados romanos mientras que la caballería situada en el ala izquierda, junto al río, debilitó la caballería romana. Viendo que le sobraba caballería en esta ala, Aníbal ordenó que parte de ella se trasladase a reforzar a la númida, realizando el movimiento por detrás de la línea de la infantería cartaginesa, para que no fuera vista por los romanos.
Fase 4: Las dos alas de la infantería cartaginesa ofrecían mucha resistencia a las alas romanas, consiguiendo rechazarlas, obligándolas a replegarse hacia su centro. Pero como el centro romano había avanzado mucho al profundizar en el centro cartaginés que seguía ofreciendo nula resistencia y seguía replegándose. Las líneas de ambos ejércitos acabaron por formar cada una “U”, quedando la “U” romana dentro de la “U” cartaginesa.
Los romanos creyeron vencer hasta que se dieron cuenta de que no podían moverse. Estaban atrapados en la genial táctica de Aníbal, que una vez más demostraba su ingenio militar. Los legionarios estaban aterrorizados. No podían ni siquiera alzar los escudos para defenderse, ni podían desenvainar sus espadas. En ese momento la falange íbera avanzó hacia el cerco para atacar por los flancos a los romanos.
Los íberos que habían retrocedido, gracias a sus cortas pero mortales espadas (falcatas) hicieron una masacre entre las filas enemigas. Más tarde la caballería cartaginesa reforzada en el ala derecha, obligó a retirarse a la caballería de los aliados de Roma, comenzando ahora su movimiento sobre la espalda de la infantería romana. Fase 5: La caballería romana que se encontraba luchando junto al río, cedió el campo, retirándose. Las dos alas de caballería cartaginesa tenían ahora el campo libre para situarse en la espalda de la infantería romana y cerraron el cerco.
Los historiadores Tito Livio y Plutarco mencionan alrededor de 50.000 y 70.000 el número de romanos que quedaron atrapados en el cerco de Cannas. Muchos romanos habían recurrido a esconder sus cabezas bajo tierra, semejándose a avestruces. La caballería númida les cortaba el cuello con sus espadas. Sólo sobrevivieron unos 3.500 legionarios. Los cartagineses perdieron entre 5.000 y 8.000 hombres, sobre todo de los celtas que se encontraban en la primera línea de combate. Fue la mayor batalla de toda la Segunda Guerra Púnica.

Político conservador británico que nació Birmingham, 1869 y murió en Heckfield, 1940. Era hijo de Joseph Chamberlain (1836-1914), líder de los liberales «unionistas» que se unieron al Partido Conservador y uno de los políticos más influyentes del país a finales del siglo XIX; su hermanastro Joseph Austen Chamberlain (1863-1937) también se dedicó a la política, llegando a ser presidente de la Cámara de los Comunes, ministro en múltiples ocasiones y fugaz jefe del Partido Conservador.
Sin embargo, Arthur pasó tardíamente a la política, tras haberse dedicado a los negocios. Fue elegido alcalde de Birmingham en 1915 (su padre ya había destacado en ese cargo, en 1873-76). Su prestigio político se lo labró al frente del Ministerio de la Salud (1924-29); la reforma social que introdujo en la sanidad británica consolidó la nueva imagen populista del Partido Conservador, que había empezado a construirse con el ingreso en el mismo de su padre. Luego fue ministro de Hacienda en plena depresión económica mundial (1931-37), a la que respondió adoptando medidas proteccionistas
Aunque su principal legado recae en la política exterior, es menos conocida su política social, y las importantes reformas que emprendió en este ámbito siendo Ministro de Sanidad -en 1923 y entre 1924 y 1929-, cuando introdujo una serie de programas de protección a gran escala, nuevas industrias e ingenierías para mejorar las condiciones de vida de la población, y una ambiciosa legislación sobre seguros para los sectores más desmercantilizados, así como pensiones.
Tras la invasión alemana de Polonia, Chamberlain declaró un ultimátum a Hitlet, que resultó en la declaración de guerra a Alemania del 3 de Septiembre de 1939. Sin embargo, los fracasos aliados en Noruega, en los comienzos de la guerra, revelaron que la preparación de las fuerzas británicas dejaba demasiado que desear. Todos cargaron sus miras hacia el Primer Ministro, al que se achacó su cobardía frente a Hitler, y su abandono del ejército.
Las críticas, cada vez más fuertes, provocaron la dimisión de Chamberlain en 1940, y la subida al poder de su opuesto político dentro del Partido Conservador, alguien que había advertido durante años del peligro fascista y de la necesidad de hacerle frente militarmete Wiston Churchill.

Política de Apaciguamiento
Política basada en solucionar los conflictos por medios pacíficos y de compromiso en lugar de recurrir a la guerra. Este concepto de apaciguamiento (appeasement) está normalmente asociado a la figura de Neville Chamberlain y tiene un claro matiz peyorativo.
Sin embargo, para comprender plenamente la postura del líder conservador británico es necesario remontarse al Tratado de Versalles (1919). Muchos, especialmente entre la opinión pública británica, consideraban que Alemania había sido maltratada en la Conferencia de París.
Las exorbitantes reparaciones de guerra o la injusta aplicación del principio de las nacionalidades en Austria, Danzig o los Sudetes, hacían que muchos fueran proclives a una revisión del Tratado. A todo ello se le unía el vivo deseo de evitar de nuevo los horrores de la Gran Guerra y la conciencia del relativo declive de un poder británico que debía hacer frente a múltiples desafíos en todo el planeta.
La falta de reacción ante la invasión japonesa de Manchuria en 1931, el acuerdo naval anglo-alemán de 1935, en el que Londres se avenía a ignorar las cláusulas de Versalles, la nula respuesta a la ocupación de Renania en 1936. Son claras muestras de la actitud británica.
Cuando Neville Chamberlain accede al cargo de primer ministro lo único que hace es continuar una política bien asentada. Chamberlain, por un lado, pensaba, equivocadamente, que Hitler era un hombre con el que se podía llegar a acuerdos, por otro lado, desconfiaba profundamente de la URSS.
Esto explica su tácita aprobación del Anschluss en 1938 y su convicción, cuando estalló la crisis de los Sudetes en 1938, de que el pueblo británico no iría a la guerra “por una disputa en un lejano país entre gente de la que no conocemos nada”. La firma del Pacto de Munich era la consecuencia evidente de este planteamiento. Lo cierto es que la mayor parte de la opinión pública británica vitoreó a Chamberlain a su regreso de Munich. Era el hombre que había conseguido “la paz para su tiempo”.
La realidad estalló ante los ojos británicos en marzo de 1939 con la ocupación nazi de Checoslovaquia.

Hijo de lord Randolph Churchill y de la norteamericana Jennie Jerome, nació en el Palacio de Blenheim en 1874, propiedad de su abuelo, séptimo duque de Marlborough. En su autobiografía describe su infancia como una época de bienestar y felicidad, cuidado con mimo por su madre, sólo turbada por su ingreso en un internado en Ascot. Posiblemente el alejamiento de su hogar influyera en sus malas calificaciones y en su conducta rebelde, pues el joven Churchill era objeto de frecuentes castigos y despreciaba el estudio.
La familia Churchill pertenecía a la era victoriana, aristócratas unidos a la nobleza inglesa por lazos sanguíneos. Lord Randolph fue jugador y bebedor, con un carácter voluble e incontrolable y apasionado por la política. Contrajo sífilis a los 46 años y murió luego de sufrir una parálisis corporal. Unos expertos atribuyen su muerte a condiciones neurológicas como epilepsia, esclerosis múltiple, la enfermedad de Lou Gehrig, alcoholismo crónico o un tumor cerebral. Sus hijos Jennie, Jack y Winston, debieron padecer las consecuencias de la enfermedad de su padre. Su madre, era muy atractiva y dedicada a una intensa y libertina vida social, alejada de sus hijos.
Su escaso interés por los estudios continuó posteriormente, pues al ingresar en la escuela de Harrow fue incluido en el grupo de alumnos con menor nivel académico. En el mismo sentido, suspendió dos veces su examen de ingreso en la Academia Militar de Sandhurst, si bien en la tercera ocasión en que lo intentó sí logro aprobarlo. En esta institución, Churchill experimentó una profunda transformación en su conducta, pues comenzó a manifestarse como un joven disciplinado y trabajador, que pronto comenzó a descollar entre sus compañeros.
En 1900 ingresó en el Parlamento como diputado del Partido Conservador por la ciudad de Oldham. Cuatro años después dio un giro político y se afilió al Partido Liberal, que en 1906 accedió al poder. El joven y brillante Churchill logró una rápida ascensión: subsecretario de Estado para las Colonias, presidente del ministerio de Comercio, secretario del Interior y, finalmente, primer lord del Almirantazgo.
En el ministerio de Comercio y en la secretaría del Interior programó, en estrecha colaboración con David Lloyd George, una serie de reformas que significaron el sólido establecimiento de la moderna sociedad del bienestar. Entre estas reformas se contaban los proyectos del seguro de enfermedad y seguro de desempleo que, por primera vez en la historia de Inglaterra, prestaban asistencia a los obreros que caían enfermos o se hallaban sin trabajo. No obstante, no gozó de popularidad como miembro de la administración liberal.
El estallido de la I Guerra Mundial en 1914 le encontró ocupando el puesto de primer lord del Almirantazgo, donde pronto chocó con el brillante, pero temperamental, jefe de Estado Mayor de la Flota, almirante Fisher. En 1915 defendió tenazmente la campaña de Gallípoli, con la que se pretendía apartar a Turquía de la guerra y establecer relaciones entre los aliados occidentales y Rusia. La campaña encontró en Inglaterra una fuerte oposición por parte de militares y políticos y a principios de 1915 tuvo que ser abandonada.
Churchill hubo de dimitir ante este fracaso y en 1916 sirvió en el frente occidental como teniente coronel antes de volver a la política como secretario de Estado para la Guerra, cargo que desempeñaba al firmarse el armisticio en noviembre de 1918. En 1918-19 apoyó los inútiles intentos bélicos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos para impedir la consolidación del comunismo en Rusia
Churchill fue también un notable historiador. Entre sus obras más famosas se encuentran La II Guerra Mundial (6 volúmenes, 1948-1953), Historia de los pueblos de habla inglesa (4 volúmenes, 1956-1958) y, sobre todo, sus Memorias Churchill (6 volúmenes, 1948-1954). En 1953 recibió el Premio Nobel de Literatura y se le concedió el título de sir.

De Gaulle nació el 22 de noviembre de 1890 en Lille, y se educó en la Academia Militar de Saint-Cyr. Durante la I Guerra Mundial sirvió en Verdún, fue herido tres veces y, en 1916, hecho prisionero por los alemanes. Teniente al principio de la Primera Guerra Mundial, es después promocionado capitán. Herido desde su primer combate en Dinant el 15 de agosto de 1914, se une al 33er Regimiento de Infantería en el frente de Champagne para dirigir la 7ª compañía. Le hieren de nuevo el 10 de marzo de 1915, en la Somme.
Decidido a luchar, desobedece a sus superiores atacando las trincheras enemigas. Este acto le costó un relevo de ocho días de sus funciones. Oficial minucioso y voluntario testarudo, su inteligencia y su valor le distinguen hasta el punto en que e comandante del 33er Regimiento de Infantería le ofrece ser su adjunto. Después de la guerra fue ayudante de campo del mariscal Henri Pétain. De Gaulle comenzó a destacar por su defensa de un Ejército francés muy mecanizado, como se describe en sus libros sobre táctica militar. Entre 1932 y 1937, durante el período de entreguerras
De Gaulle fue destinado a la Secretaría General de la Defensa Nacional donde le tocó conocer la política francesa de preparación para la defensa nacional, con la cual estuvo permanentemente en fricción pues consideraba que los ejércitos modernos, y Francia debía tener uno, avanzaban hacia los grandes cuerpos motorizados y hacia la aviación, cosa que Francia no apreciaba creyendo que el modelo de la guerra futura sería similar a la Primera Guerra Mundial por ello la defensa se fundaba en la Línea Maginot, para exponer sus ideas escribió el libro “L’armée de metier” en el cual expuso su teoría, por ello adquirió gran notoriedad pero formidables enemigos y detractores. Durante la invasión nazi trató de convencer al Gobierno que abandonara Francia y se estableciera en el Imperio, es decir en la Francia colonial, concretamente en Argel, desde donde se recuperaría a Francia y se mantendría libre del desohonor de un armisticio con los nazis. Ante la entrega de Francia a Hitler abandonó el país y asumió el mando de la Francia Libre o Francia Combatiente hasta el triunfo de los aliados.
Escribió el libro “L’Appel” 1940,1941 y 1942, donde el general De Gaulle relata la enorme tragedia de la ocupación, el espíritu derrotista, la entrega al enemigo, el llamamiento a no claudicar desde Londres, la organización de la Francia Libre, la lucha por la dignidad de esta en defensa de toda Francia y los enormes aportes a los aliados que estos franceses terminaron otorgando, para ocupar con dignidad un lugar entre las potencias victoriosas. A principios de la II Guerra Mundial obtuvo el rango de general de brigada.
Tras la caída de Francia en manos de Adolf Hitler, escapó a Londres, en junio de 1940, donde anunció la formación de un comité nacional francés en el exilio.
En 1942 este comité fue oficialmente reconocido por los gobiernos aliados y por líderes de la resistencia en Francia. Como su presidente, De Gaulle mandó las tropas francesas que luchaban con los ejércitos aliados así como las que participaban en la resistencia en la Francia ocupada por los alemanes. La política expansiva del gobierno, haciendo vivir a los franceses por encima de sus posibilidades, producía inflacción, déficit en la balanza comercial y escasez de divisas. Todo ello apenas se intentó enderezar con una devaluación del franco en 1957.
Por otro lado, el Estado se desintegraba por las continuas escaramuzas en una Asamblea que contaba con casi todos los poderes, pero que no podía ejercerlos dado el equilibrio de fuerzas entre partidos opuestos. En esta situación, De Gaulle fue presentado como el hombre capaz de imponer su autoridad, y de evitar una guerra civil o un golpe de estado fascista que parecía gestarse entre los militares destinados en Argelia. En junio de 1958 la Asamblea Nacional invistió a De Gaulle presidente de la República. En el mismo momento, el político diagnosticó tres problemas: Argelia, el desequilibrio financiero, y la reforma de las instituciones.
La solución del último era necesaria para abordar los otros dos, por lo que los gaullistas prepararon una nueva Constitución, vigente (con reformas) durante toda la V República y en la actualidad. Aprobada en septiembre de 1958, la nueva carta instauró un mandato de siete años para el presidente, a quien se le confieren amplios poderes: nombrar al primer ministro, disolver la Asamblea, convocar referéndums, etc.
Era una Constitución en que las ambigüedades calculadas ofrecían una posibilidad de que el partido de la república ejerciese casi un poder ilimitado. Un mes después se convocaron elecciones legislativas, que ganó la Union pour la Nouvelle République (UNR) de De Gaulle. Así pues, el primer ministro (Antoine Pinay) y el presidente de la Asamblea (Jacques Chaban-Delmas) también eran gaullistas, con lo cual el nuevo régimen tuvo las manos libres en materia de política económica. Quedaba el problema de Argelia. En abril de 1961 hubo una tentativa golpista de varios generales en Argelia; no tuvo éxito, pero permitió a De Gaulle asumir los plenos poderes de emergencia, amparándose en ellos al convocar un referéndum en la metrópoli para conceder la independencia. Obtuvo una amplia victoria y convocó a su vez a los argelinos a pronunciarse sobre su futuro; casi unánimemente se pronunciaron por su independencia, iniciando así su existencia la República Argelina.
Los militares y pieds noirs, intransigentes, crearon una organización terrorista que acosó durante años al régimen gaullista: la OAS (Organisation Armée Sécrete). Solucionados los tres problemas que hundieron a la IV República, los partidos políticos de la Asamblea rompieron su discreto silencio sobre los excesivos poderes presidenciales y se aplicaron en recortarlos. Sin embargo, De Gaulle supo ganarles la partida: aprovechando la conmoción que creó un intento por parte de miembros de la OAS de asesinarlo, convocó un referéndum para reformar la Constitución. El resultado fue claro: en el futuro el presidente de la República sería elegido por sufragio universal (escapando al control de las instituciones). Ante la oposición de la Asamblea, la disolvió y convocó elecciones legislativas. Ambas consultas se celebraron en octubre y noviembre de 1965, respect., y en las dos se impusieron las tesis gaullistas. En adelante, De Gaulle y su primer ministro, Georges Pompidou, no tuvieron dificultades para seguir con la política de grandeur: salida de la OTAN (para tener una política exterior independiente de E.U.A.) y creación de una fuerza nacional propia, subvenciones y ventajas a las grandes empresas para conseguir la supremacía económica de Francia en el mundo.
La revolución de Argelia desborda ampliamente unos parámetros geográficos concretos para convertirse en acontecimiento internacional de primera magnitud, con decisivos efectos sobre la propia metrópoli. Por su duración y dramatismo excepcionales, difícilmente admite parangón con cualquier otro evento contemporáneo dentro del marco africano, dado que el movimiento nacionalista argelino precede a los demás en su punto de partida y concluirá después de haber alcanzado la independencia los restantes territorios coloniales anglo franceses.
En sus planteamientos y objetivos también sobrepasa ampliamente a las otras revoluciones africanas. Se señala como meta la transformación profunda de la realidad nacional, no sólo en una dimensión política, sino también por cuanto conlleva una drástica revisión del modelo socioeconómico existente.
Los argelinos luchaban, en primer lugar, por la independencia nacional. Pero también lo hacían por la supresión del orden establecido, el orden de los colonos, el orden de la subyugación del campesinado, el orden de la sociedad bipolar, en suma, el orden de la metrópoli colonialista. La historiografía francesa, partiendo de la tesis de que Argelia tal como ha llegado hasta nosotros es una creación de la época colonial, presenta el nacionalismo argelino como fenómeno coyuntural y, desde luego, tardío.
Es cierto que Francia convirtió en circunscripción administrativa viable un cúmulo de dispersos territorios en otro tiempo sometidos más o menos nominalmente al deyato turco de Argel y que redondeó luego su flamante posesión norteafricana mediante rectificaciones fronterizas lesivas para Marruecos y Túnez, e incorporándole a su vez los dilatados territorios saharianos situados más allá de Gardaia. Pero también lo es que la resistencia de Argelia, o de las Argelias si se prefiere -el Argerois, el Aurés, Constantina y la Kabylia, la Oranie, las estepas de Saida y Tiaret-, distaron de ser en el siglo XIX simples levantamientos de campesinos despojados o caóticas revueltas de jefes tribales desprovistas de todo plan y objetivo.
Hubo también en esos movimientos mucho de concienciación colectiva en pro de una personalidad política propia y a favor de unos valores culturales amenazados desde el exterior.
El fracaso de la rebelión sur oranesa de 1881-1882 marca el final de la resistencia armada a la ocupación extranjera y cierra el ciclo de las guerras de conquista. En adelante, la relativa calma que reina en el país será interpretada por la Administración como aceptación de la situación colonial por los argelinos.
Ciertamente, se advierte en los años que siguieron una mayor integración de la población musulmana en el sistema establecido, sin precedentes antes de la fecha apuntada. A su vez, la lengua y la civilización francesas, impuestas desde la escuela, experimentarán progresos notables

La independencia de Argelia

Entre las masas arabófonas y, en particular, en ambientes berberófonos.
En este contexto, el Islam, a través de sus instituciones religiosas, culturales, benéficas y recreativas, asumió una destacada función en la preservación de la personalidad autóctona argelina, en la resistencia a la aculturación y en la gestación y formulación inicial de un moderno nacionalismo.
Tales esfuerzos se polarizarán a partir de 1924 en torno a L´Etoile Nord Africaine, asociación establecida en París por los trabajadores argelinos emigrados en Francia.
Autonomistas en un principio, reivindicarán formalmente la independencia desde 1933.Los nacionalistas pusieron sus esperanzas en el Frente Popular, a cuyo triunfo contribuyeron, pero les abandonó una vez alcanzado el poder. Resultado de esta política fue la disolución de la expresada asociación, hecho que marcó la ruptura entre los argelinos y la izquierda francesa.
L´Etoile Nord Africaine dio paso a otra formación, el Partí du Peuple Algerien, con un programa más preciso, que, desechando alianzas coyunturales, no confió sino en sus propias fuerzas. Por su parte, la también flamante Association des Oulemas contribuyó de forma destacada a la movilización del pueblo de Argelia sobre la base de un Islam depurado de supersticiones y de las prácticas morbíficas en uso. Estas y otras propuestas pro nacionalistas salieron a la superficie en la gigantesca manifestación de 8 de mayo de 1945, con movilizaciones en toda Argelia.
Los indígenas que habían contribuido a la liberación de Francia, que habían combatido al fascismo dentro y fuera del territorio francés y que, sobre todo, habían creído en un hombre, Charles de Gaulle, al que hicieron posible su triunfal regreso a París, se manifestaron en ese día reclamando un poco de la libertad que ellos habían contribuido a obtener para los otros.
La respuesta fue fulminante. Las pacíficas concentraciones fueron reprimidas con el cruento balance de 45.000 muertos. Aquel día el pueblo argelino sufrió una tremenda decepción, resultado de la cual fue el abandono de la lucha política y la determinación de alcanzar la independencia nacional mediante la insurrección armada.

El FLN y el levantamiento de 1954

A los trágicos sucesos de 1945 siguieron nueve años de tensa espera, pródigos en febriles preparativos, presididos por la firme resolución de no escatimar sacrificio alguno para la consecución de la independencia. Coordinó estos esfuerzos el FLN – Front de Liberation National, aglutinador de las asociaciones argelinas antifrancesas, a las que Ferhat Abbás había proporcionado un programa común en su célebre manifiesto de 1943, si bien el FLN no iniciaría su andadura hasta un año más tarde.
Con las reivindicaciones independentistas del FLN hubo de enfrentarse la IV República desde el momento mismo de su nacimiento, en 1945. La política francesa de reconstrucción económica aplicada en la posguerra tuvo para Argelia unos resultados más bien negativos: desindustrialización, desempleo y déficit de la balanza comercial fueron aquí sus rasgos más visibles. Concluido así el primer plan cuatrienal (1949-1952), el siguiente se señaló como objetivo el reequipamiento agrícola -que fue capitalizado por una minoría de terratenientes-, la modernización de la red viaria y la potenciación de las fuentes energéticas. Esos tres capítulos capturaron por sí solos el 91 por 100 de la inversión.
Los sacrificios de la penosa reconversión hacia una agricultura moderna incidieron delleno sobre un campesinado abandonado a su suerte, con el consiguiente incremento del paro y la disminución de los salarios agrícolas a remolque de la mecanización. Se acentuaron más los desequilibrios económicos entre europeos y musulmanes dentro de Argelia y de los habitantes de

La independencia de Argelia

Ésta en su conjunto respecto de la metrópoli, donde la renta media por habitante resultaba ser cinco veces superior a la argelina. Ciertos expertos anglosajones no dudaban en conceptuar tan arbitraria planificación -pensada exclusivamente en función de la metrópoli- como «marasmo económico», tanto por sus resultados globales como por sus elevados costes sociales.
Si a esto sumamos los lógicos efectos que entre la población musulmana suscitó la perpetuación de un sistema de discriminación política, se comprende que fuera éste el momento elegido por el FLN para iniciar un levantamiento nacional. El 1 de noviembre de 1954 se dio de forma simultánea en todo el territorio una insurrección llamada a concluir sólo con la independencia.
Contienda dura y cruel como ha habido pocas. Una guerra de exterminio y tierra calcinada, prolongada por espacio de ocho años, que dejó sumido al país en la desolación y el caos, y que se saldaría con un aterrador balance. Entre los 300.000 muertos -según los cálculos franceses más optimistas- y el millón y medio de mártires aireados por la propaganda oficial argelina. La insurrección musulmana precipitó a la población europea hacia un movimiento designo opuesto, dándose la paradoja de que aquellos grupos tradicionalmente autonomistas fueron os que ahora defendieron con mayor empeño la fórmula de integración a ultranza en la metrópoli, conscientes de que sólo así podría conjurarse el espectro de la descolonización.
En adelante el doble conflicto argelino, el musulmán y el europeo, opuestos y conexos aun tiempo, determinarán la política francesa hasta sumergirla en una situación de crisis permanente, en una pesadilla más aguda y prolongada que la de Indochina, llamada a devorar gobiernos, drenar las energías humanas y financieras del país y, finalmente, transformar drásticamente las instituciones.

La guerra de Argelia. Revolución nacional

Entre 1954 y 1962, el FLN se señalaba como meta prioritaria la independencia política sobre la base de la integridad territorial de Argelia. A tal fin se encaminó la lucha armada, pero también una intensa acción diplomática que logró captar para su causa a gran parte de las potencias mundiales encuadradas en los dos grandes bloques, incluidas la Unión Soviética y, con algunas reservas, Estados Unidos.
En mayor medida, los argelinos lograron movilizar en su favor a los países no alineados, como se puso de manifiesto en las declaraciones finales de los congresos celebrados en ese período entre Bandung y Belgrado.
Se comprende el fracaso de las tentativas de París para resolver el problema argelino, cercenando su independencia política mediante una asociación bilateral o en el marco de una comunidad más amplia. También, al intentar extraer de la soberanía de Argelia los territorios del sur, el Sahara argelino, cuyo petróleo y gas natural interesaba controlar. Esta táctica fue rechazada con firmeza por los nacionalistas en los tanteos, contactos y negociaciones abordados por ambas partes entre Melun y Evian. De acuerdo con esta filosofaba entenderse el tratamiento que, después de la independencia, han merecido de Argel las cuestiones pendientes: anticipada evacuación francesa, liquidación de la presencia gala en la base de Mers el Kebir, clausura de las pruebas nucleares de Reggan- en el Sahara- y terminante rechazo de las rectificaciones fronterizas planteadas por Marruecos con sus reivindicaciones sobre Figuig y Tinduf. Esto último a costa de una cruenta guerra, de la ruptura de la armonía conel Magreb, de la indirecta beligerancia argelina en la guerra del sahara occidental y del gigantesco esfuerzo armamentístico de la paz armada, prolongado ya durante dos décadas.
El Estado argelino surgido de la insurrección basó su legitimidad en la soberanía
Conquistada por el pueblo en armas, pero sin desechar los fundamentos históricos. No cabe duda de que Argelia, tal y como hoy la entendemos, de igual forma que en el caso de otros países decreciente descolonización, es resultado de la gestión colonialista.
Pretender que la Argelia actual entronca directamente con la regencia de Argel destruida por los franceses en 1830 y que la legitimidad de ésta fue recogida por los sucesivos reductos de resistencia anticolonial aglutinados, entre otros, por Ahmed de Constantina o el emir Abd elKader, es una tesis difícilmente sostenible, por más que durante la guerra de la Independencia fuese muy aireada por la propaganda nacionalista dentro y fuera del país, y aun en la actualidad sea sostenida por respetables ideólogos argelinos. Es como pretender que la dominación francesa de Argelia entre 1830 y 1962 es una derivación final de seis siglos de presencia romana, teoría ala que, por cierto, en su momento tampoco faltaron partidarios, empeñados en ignorar, y aun borrar, todo vestigio de civilización árabo-musulmana.En plena lucha independentista, la Argelia insurrecta pasó de la legitimidad revolucionaria a la legitimidad constituyente, al adoptar una Carta constitucional provisional que más tarde daría paso a una Constitución propiamente dicha.
A la sombra de la Carta surgiría todo un entramado institucional en el que serían piezas clave la Asamblea Nacional Popular, un ejecutivo encomendado a un Consejo de la Revolución (al que fueron atribuidas las competencias que luego pasarían al presidente de la República y al Gobierno), las wilayas odistritos regionales con sus respectivas asambleas y el FLN como partido único aglutinador del esfuerzo revolucionario.
En lo fundamental, este edificio ha sobrevivido a la guerra. La originalidad de ese Estado surgido de la contienda reside en las atribuciones y el funcionamiento de las asambleas regionales, con vastas competencias en materia política, social y económica (en orden a la multiplicación del esfuerzo bélico y a una eficaz autonomía decisoria) y que imponen sus directrices a la Asamblea nacional y no al revés. De tal forma que puede afirmarse que Argelia se configuró como el Estado de las asambleas sin detrimento de su carácter unitario. Porque lo determinante es el partido (entendido globalmente en sus vastas ramificaciones) y no las circunscripciones territoriales. Esto es lo que imprimió carácter al modelo estatal argelino, de firme base popular y a un tiempo socialista y respetuoso con las tradiciones islámicas. Para la metrópoli, la cuestión argelina se manifestará por largo tiempo como problema insoluble.
De un lado por los importantes intereses económicos y estratégicos en juego (los propiamente argelinos, más el control de las fuentes energéticas saharianas). Pero, sobre todo, por la existencia de casi un millón de colonos de origen europeo (de ascendencia francesa, española e italiana principalmente), enraizados en el país desde varias generaciones. A esto vino a sumarse una dificultad adicional. Argelia, a diferencia de Marruecos y Túnez, carecía de un poder legítimo incuestionable con el que negociar.
Para Francia no existía en Argelia otra legitimidad que la suya propia, ya que se trataba de un territorio de plena soberanía. En el momento en que el régimen de Méndes-France era excluido de Indochina, reafirmaba su voluntad de permanencia en Argelia y de mantener el imperio mediterráneo y africano. De otro modo no se entenderían sus reservas hacia una Europa supranacional. En tantoe! Parlamento de París rechazaba e! proyecto de la CED de integrar las Fuerzas Armadas en un ejército europeo, se enviaba a Argel como gobernador general a Jacques Soustelle, ferviente partidario de la Argelia francesa. Soustelle preconizó una política de integración en la metrópoli, acogida glacialmente porlos musulmanes, y a la que no faltaron detractores entre los mismos franceses, motejándola de«asimilación rebautizada». Aun en el caso de que circunstancias más propicias hubieran permitido la viabilidad del proyecto, la integración de Argelia en la metrópoli hubiera planteado ésta otro tipo de problemas, intuidos ya años atrás por Herriot, al estimar que una política así estaba llamada a convertir a Francia en colonia de sus colonias. Algunos signos positivos observados en la marcha general de los acontecimientos
bélicos, efecto momentáneo del reconocimiento de la independencia de Túnez y Marruecos(marzo de 1956), no tardaron en verse contrarrestados por el recrudecimiento de la resistencia, que ahora pudo contar con seguras bases en los países inmediatos.
El gobierno de Félix Gaillard (septiembre de 1957-abril de 1958) creyó haber aislado alos nacionalistas y, dando por sentada la pacificación del territorio, procedió a su división en 15departamentos e introdujo un parlamento autonomista, cuyos escaños se repartían por igual entre europeos y musulmanes. El reavivamiento de la guerra dio al traste con el ensayo y con el propio gabinete Gaillard.
Cuando su sucesor, Pfimlin, manifestó su intención de negociar con los argelinos, la población europea de Argelia se levantó en armas -en mayo de 1958-, constituyó comités de salvación pública, confió el control de la situación a militares de confianza y reapareció Soustelleen Argelia en olor de multitud. Impresionantes manifestaciones de confraternización de ambas comunidades hicieron reiterados llamamientos al general De Gaulle, considerándolo el único capaz de tomar en suman el destino de Francia y resolver el problema argelino. La movilización de una parte de las Fuerzas Armadas metropolitanas, la amenaza de éstas de marchar sobre París y el anuncio de la izquierda de resistir a los golpistas hicieron comprender al presidente Coty que la nación estaba al borde de la guerra civil. E1 27 de mayo encargó a De Gaulle la formación de gobierno, en tanto la Asamblea Nacional le concedía plenos poderes por un año.

De la revuelta civil a la insurrección militar

La repentina aproximación de musulmanes y europeos, hastiados de la guerra y esperanzados en obtener de De Gaulle una salida satisfactoria para ambas comunidades enfrentadas, desconcertó al FLN, hasta el punto de que por un momento cesaron casi por enterosus actividades. Pero cuando al mes siguiente el general visitó Argelia e hizo un llamamiento a la reconciliación sobre la base de una significativa «paz de los valientes», los nacionalistas respondieron con el recrudecimiento de la lucha y la formación en Túnez del GPRA, Gouvernement Provisoire de la Republique AI gerienne, reconocido de forma inmediata por varios Estados comprometidos con la causa argelina.
De Gaulle promulgó una nueva Constitución que, una vez sancionada por referéndum, sirvió de marco legal a la recién establecida V República, de la que él mismo fue elegido presidente en el mes de enero de 1959. En tanto el problema colonial se canalizaba a través de la formación de una Comunidad Francesa de Naciones -similar a la británica-, De Gaulle asumía una política de reforzamiento de sus poderes en Francia y de hegemonía francesa en Europa frente a Estados Unidos. Entretanto, subsistía la resistencia nacional y se vislumbraba un creciente malestar entre los colonos ante la evidente resolución del presidente de librar el país de la pesada hipoteca argelina.
Las promesas formuladas en Argelia al comienzo de su mandato de crear en los cincoaños siguientes 400.000 puestos de trabajo, de construir 200.000 viviendas, distribuir 250.000hectáreas entre el campesinado desposeído y posibilitar una escolarización masiva no tardaron en desvanecerse. Muy por detrás quedaron los logros parciales alcanzados con el plan Delouvrier sobre la base de una inversión extraordinaria de 2.000 millones de francos. El esfuerzo de guerra capturaba buena parte de los recursos disponibles, en tanto la inseguridad sembrada por las continuas acciones nacionalistas provocaba un calculado efecto psicológico sobre la población civil.
Esta hubo de ser concentrada en determinados puntos, fueron ensayados sistemas de autodefensa, de contraguerrilla, etcétera, sin que por ello las operaciones de limpieza abordadas dieran los resultados apetecidos. La instrumentalización del Ejército por la clase gobernante francesa en los últimos 15 años -Indochina, crisis de Suez, Argelia y el desairado papel que aquél hubo de asumir, abandonado a su suerte y obligado a claudicar sin ser vencido en aras de soluciones políticas, generó un malestar profundo en sus filas y deterioró la moral de combate y aun la disciplina. Tácticamente, la guerra de Argelia fue, en general, muy mal conducida: 40.000 combatientes, cifra máxima movilizada por el FLN de forma simultánea en sus seis Wilayas) mantenían en jaque a 500.000 hombres, de los que 150.000 eran harkis o musulmanes auxiliares.
Es cierto que sólo un 20 por 100 del total de los efectivos franceses combatían realmente, ocupándose el resto en servicios de retaguardia. El aprovisionamiento de esa descomunal fuerza dejaba bastante que desear, hasta el punto de que con frecuencia escaseaban las municiones. Las frustraciones e insuficiencias apuntadas, sumadas al arraigo en ambientes castrenses de convicciones no siempre democráticas y a su identificación con los colonos, determinó que no pocos militares basculasen finalmente hacia posiciones golpistas.
El cansancio de la opinión pública metropolitana no pudo contrarrestarse con la firme resolución de sus compatriotas de Argelia en oponerse a lo que estimaban un despojo e incluso una injusticia histórica. Sus líderes (Arrighi, Lagaillarde, Ortiz, Susini, Pérez) presentaban los antecedentes políticos más variados, pero con pocas excepciones terminaron por confluir hacia posiciones de derecha, atraídos por las promesas más o menos oportunistas de políticos como Bidault, Soustelle o Maurice, y convirtiéndose en clientela de los diputados pujaditas. De ahí que la prensa francesa de izquierdas presentase a los europeos de Argelia como el único obstáculo para alcanzar la paz, lo cual, hasta cierto punto, era cierto, pero menos objetivamente es motejaba de «ultras», tachándoles de colonialistas retrógrados, explotadores y «fascistasobsesionados por el sueño de una aventura a lo Franco».
Las activas gestiones realizadas por De Gaulle para llegar a una paz negociada no hicieron sino afianzar a los pieds noirs, a los colonos de Argelia, en sus tesis de siempre. Pero el FLN también desechaba todo arreglo transaccional. En unas declaraciones hechas públicas en Trípoli en enero de 1960, los nacionalistas argelinos dejaron claro que el objetivo de la lucha contra Francia no era otro que «la liquidación del régimen colonial, la restauración del estado argelino soberano y la edificación de una república democrática y social». A finales de año, el propio De Gaulle aludió públicamente a «una República argelina, la cual existirá algún día». La idea de la autodeterminación se abría camino y por vez primera comenzó a enarbolarse en las concentraciones musulmanas y, a la vista de los gendarmes, la enseña blanca y verde de la nueva Argelia. El referéndum de enero de 1961, aprobado por el 75 por 100 de los sufragios emitidos en Francia y el 69 por 100 de los de Argelia (aquí con el 40 por 100 de abstenciones) dio luz verde a una administración autónoma argelina. Los resultados electorales fueron seguidos de veladas promesas de independencia por parte del presidente de la República en uno de sus discursos, para terminar afirmando semanas más tarde que «descolonizar es nuestro interés y, en consecuencia, nuestra política».
La respuesta no se dejó esperar. Los generales Challe, Salan, Jouhaux y Zeller dieron un golpe de Estado en Argel -21 de abril-, apoyado principalmente en los paracaidistas y en la población civil no musulmana. Pero la marina y la mayor parte de la fuerza aérea no los fecundaron, en tanto algunos sectores del Ejército dieron pruebas de retraimiento en la propia Argelia. No habiendo podido extenderse a la metrópoli, fracasó el movimiento insurreccional. El 26 de abril todo había concluido. Un consejo de guerra condenó a muerte a los principales implicados, si bien la sentencia nunca se cumplió. La oposición antigaullista entró en la clandestinidad, aglutinada por la OAS, Organisation de I’Armée Secréte, con ramificaciones en la metrópoli, y también en países como España, inmediatos a los principales escenarios del conflicto.

Ocaso de la Argelia francesa

El fracaso del levantamiento y los resultados de un referéndum (celebrado en abril del año 1961) dejaron expedito el camino a la retirada francesa de Argelia. Entre el 20 de mayo de1961 y el 18 de marzo del siguiente año se discutieron en Evian las condiciones del reconocimiento por Francia, en el curso de unas difíciles negociaciones interrumpidas por tres veces y salpicadas por las acciones militares del FLN y de la OAS, tanto en Argelia como en Europa.
De Gaulle cortó drásticamente todo amago de guerra civil, sustituyó en la jefatura del Gobierno a Debré -antiguo partidario de la Argelia francesa- por Pompidou, y desencadenó una dura represión contra los militares golpistas, contra sus aliados civiles y contra la OAS, que le hizo objeto de varios atentados.
Esas medidas fueron acompañadas de acuerdos tan trascendentales como la puesta en libertad de Ben Bella, la repatriación unilateral de importantes fuerzas (dejando vastas regiones a merced de las tropas de Boumedienne) y la renuncia a cualquier reivindicación sobre del Sahara.
En Argelia, la situación se hizo insostenible para los franceses, tanto por las acciones del FLN y de la OAS como por las del Ejército y de los grupos paramilitares contrarios a uno y ao tra. Solamente entre el l de enero y 15 de febrero se contabilizaron 1.308 atentados y, en las ciudades, 5.000 muertos entre enero y junio. Incluso la delegación general del Gobierno de Argel hubo de refugiarse en un bunker expresamente construido por Rocher Noir, a 20 kilómetros de la capital.
Por fin se llegó a un acuerdo de alto el fuego en Evian, el 12 de marzo del año 1962, sobre la base del reconocimiento de la República de Argelia, la garantía de los intereses básicos de Francia en el seno del nuevo Estado y la adopción de convenios de cooperación futura. La respuesta de la OAS consistió en intensificar su acción devastadora, en tanto que la población europea huía en masa (750.000 personas en pocas semanas), temerosa de las iras de los musulmanes, duramente castigados por las indiscriminadas acciones del terrorismo europeo. Sancionados los acuerdos de Evian por ambos países mediante sendas consultas populares, el día 3 de julio París reconocía formalmente la independencia de Argelia, siendo seguido su ejemplo por los países aliados de Francia que todavía no habían efectuado este reconocimiento, incluidos los Estados Unidos y Gran Bretaña. El día 20 de septiembre, la Asamblea Nacional Constituyente designaba presidente de la República a Ahmed Ben Bella, una ntiguo brigada francés y ex combatiente de Montecassino. Se cerraba así uno de los capítulos más relevantes del proceso descolonizador africano. Texto extraído de La guerra de Argelia, VILAR, J.B.P. En Historia Universal del siglo XX. Tomo 28.Editorial Historia 16. Madrid 1998.
De Gaulle En 1969 abandonó el poder luego de perder un referéndum sobre el proyecto de regionalización y modificaciones al senado. Se retiró a la vida privada y murió en 1970.

Mayo francés del ´68

«No conozco otro episodio de la historia de Francia que me haya dejado el mismo sentimiento de irracionalidad», escribió Raymond Aron. «Lo importante es que se haya producido cuando todo el mundo lo creía impensable y, si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir», dijo Jean-Paul Sartre. Como la revolución francesa y las conquistas napoleónicas dos siglos antes, las revueltas estudiantiles y las huelgas masivas que sacudieron Francia en mayo del 68, a las que se refieren desde atalayas tan alejadas los dos pensadores, fracasaron finalmente en los campos de batalla, pero sus efectos cambiaron la vida de generaciones. En la crisis, huelga, protesta, contestación, efervescencia, revuelta o revolución conocida vulgarmente como el ‘Mayo francés’ coincidieron actores tan dispares como los universitarios desencantados por un horizonte sin futuro laboral, los trabajadores descontentos por su marginación del boom económico de los sesenta, millones de jóvenes movilizados contra la guerra de Vietnam y pueblos de los cinco continentes deseosos de libertad. El polvorín social y económico en el que prende la chispa es la sociedad opulenta denunciada por Kenneth Galbraith en 1958 y su hija pródiga, la cultura hippy.
La juventud universitaria decidió manifestar su descontento con el modelo cultural de Paris. Obreros se sumaron a la protesta generada en el Barrio Latino. De Gaulle, presionado, disuelve la asamblea y llama a elecciones. Se gestó una revolución social Mayo francés o Mayo del 68, nombre con que se conocen los acontecimientos sucedidos en Francia en la primavera de 1968. Todo se inició cuando se produjo una serie de huelgas estudiantiles en numerosas universidades e institutos de París, seguidas de confrontaciones con la universidad y la policía. El intento de la administración de De Gaulle de ahogar las huelgas mediante una mayor carga policial sólo contribuyó a encender los ánimos de los estudiantes, que protagonizaron batallas campales contra la policía en el Barrio Latino y, posteriormente, una huelga general de estudiantes y huelgas diversas secundadas por diez millones de trabajadores en todo el territorio francés (dos tercios de los trabajadores franceses). Las protestas llegaron a un punto tal que De Gaulle disolvió la Asamblea Nacional y se celebraron elecciones parlamentarias anticipadas el 23 de junio de 1968

Manifiesto del Mayo Francés del 1968 Universitarios franceses

Las A.G. de los diversos establecimientos públicos de enseñanza superior (según la lista adjunta), proclaman solemnemente que una reforma de la Universidad debe seguir la línea directora de los siguientes principios fundamentales:
I. Independencia y contestación.

    • a. La Universidad debe ser absolutamente independiente de cualquier poder político.
    • b. La Universidad debe ser el centro de contestación permanente de la sociedad. La información y los debates libremente organizados entre estudiantes, personal docente y personal no docente de la Universidad constituyen el medio fundamental de esta contestación.
    c. Estos principios deberán ser garantizados, así como la presencia y libre expresión de las minorías, por un conjunto de reglas internas de cada establecimiento de enseñanza superior.

II. Autogestión.

    • a. La enseñanza gratuita en todos los niveles es un deber para con la sociedad presente y futura.
    • b. Debe estar abierta a todos, efectiva e igualmente, sin imponer ninguna selección.
    • c. Los establecimientos de enseñanza superior deben ser regidos paritariamente por estudiantes y enseñantes sin ninguna injerencia externa.
    • d. Los fondos públicos aportados por el Estado se fijarán en función de las exigencias de la colectividad nacional, expresados en los planes económicos a medio y largo plazo, que la Universidad debe fijarse democráticamente, y cuya aplicación es obligatoria para los establecimientos públicos. La organizaciones del personal docente y de estudiantes estarán representadas en las comisiones de elaboración de los planes. Las cantidades que se dedicarán a la enseñanza por los planes, una vez ratificados éstos, se impondrán como una obligación del poder político ejecutivo y deliberante al votar el presupuesto anual. Estas cantidades, por lo que se refiere a la enseñanza superior, se repartirán entre las universidades a través de un organismo paritario de ejecución, nacido de las organizaciones paritarias de personal docente y estudiantes que hayan participado en la elaboración de los planes.
    e. Toda real autonomía exige la institución de organismos capaces de neutralizar las fuerzas exteriores, que podrían desposeer de hecho a los estudiantes y al personal docente del poder decisorio en todo lo que se refiere al funcionamiento de la Universidad. Únicamente los comités nacionales de vigilancia, nacidos de los comités paritarios, pueden definir los medios acordados para contestar a los intentos de recuperación, especialmente los que se aprovecharían inmediatamente de las utilizaciones anárquicas de la autonomía.

III. Autodefinición.

    • a. Los estudiantes y el personal docente deben poder someter a examen, regularmente y con toda libertad, el contenido y la forma de la enseñanza.
    • b. La Universidad deberá ser un centro de cultura social. Por consiguiente, deberá determinar ella misma los marcos en los cuales los trabajadores participarán en sus actividades.
    c. Los exámenes y concursos en su forma actual deberán desaparecer y ser sustituidos por una evaluación continua basada en la calidad del trabajo realizado durante todo un período. El suspenso en una asignatura, en la forma actual, no sanciona siempre la pereza o falta de aptitud del alumno sino, con frecuencia, la falta de enseñanzas.

IV. Autoperpetuación.
La Universidad es la voluntad de una perpetua superación por:

    • a. Una estrecha conjunción de la investigación y la enseñanza;
    • b. la educación permanente;
    c. el reciclaje regular de los trabajadores y del personal docente; para éste deben procurarse años de total disponibilidad para el estudio.

Este texto elaborado por los representantes de los establecimientos de enseñanza superior siguientes: I-E.P. París, Derecho y Ciencias Económicas de París; Medicina, París; Filosofía, Sociología y Letras, París; Lenguas Orientales; ex Escuela de Arte; Ciencias de la Halle aux Vins; Ciencias de Orsay; Ciencias Económicas, Poitiers; Ciencias Económicas, Clermont-Ferrand; se propondrá a las A.G. y será adoptado o rechazado en su totalidad.
Las paredes hablan los grafitis del Mayo del ´68

“¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!” Odeón
“Dios: sospecho que eres un intelectual de izquierda” Liceo Condorcet
“Las paredes tienen orejas. Vuestras orejas tienen paredes” Ciencias Políticas
“La barricada cierra la calle pero abre el camino” Censier
“¡¡¡ Te amo !!! ¡Oh, díganlo con adoquines” Nanterre
“Es necesario explorar sistemáticamente el azar” Censier
“La acción no debe ser una reacción sino una creación” Censier
“Somos todos judíos alemanes” Sorbona
“Camaradas: proscribamos los aplausos, el espectáculo está en todas partes” Nanterre
“El que habla del amor destruye el amor” Nanterre
“Es necesario llevar en sí mismo un caos para poner en el mundo una estrella danzante (Nietzche)” Odeón
“Tomemos en serio la revolución, pero no nos tomemos en serio a nosotros mismos” Odeón
“Viole su alma mater” Nanterre
“Cuando la asamblea nacional se convierte en un teatro burgués, todos los teatros burgueses deben convertirse en asambleas nacionales” Odeón
“No es el hombre, es el mundo el que se ha vuelto anormal (Artaud)” Nanterre
“Todo el poder a los consejos obreros (un rabioso) Todo el poder a los consejos rabiosos (un obrero)” Censier
“No es una revolución, majestad, es una mutación” Nanterre
“El patriotismo es un egoísmo en masa” Sorbona
“El acto instituye la conciencia” Nanterre
“La burguesía no tiene más placer que el de degradarlos todos”
Fac. de Derecho – Assas
“La imaginación no es un don, sino el objeto de conquista por excelencia (Breton)”
Condorcet
“Pensar juntos, no. Empujar juntos, sí.” Fac. de Derecho – Assas
“Nuestra esperanza sólo puede venir de los sin esperanza.” Ciencias Políticas
“Los que tienen miedo estarán con nosotros si nos mantenemos firmes.” Fac. de Medicina
“Gracias a los exámenes y a los profesores el arribismo comienza a los seis años.”
Sorbona
“Decreto el estado de felicidad permanente.” Ciencias Políticas
“Graciosos señores de la política: ocultáis detrás de vuestras miradas vidriosas un mundo en vías de destrucción. Gritad, gritad; nunca se sabrá lo suficiente que habéis sido castrados.” Sorbona
“Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición.” Sorbona
“Un solo week-end no revolucionario es infinitamente más sangriento que un mes de revolución permanente.” Fac. de Lenguas Orientales
“Cambiar la vida. Transformar la sociedad.” Ciudad Universitaria
“Heráclito retorna. Abajo Parménides. Socialismo y libertad.” Sorbona
“Contempla tu trabajo: la nada y la tortura forman parte de él.” Sorbona
“¡Franceses, un esfuerzo más! (Marqués de Sade)” Sorbona
“¡¡Roben!!” Paredes de los Bancos
“La emancipación del hombre será total o no será.” Censier
“La novedad es revolucionaria, la verdad también.” Censier
“Queremos las estructuras al servicio del hombre y no al hombre al servicio de las estructuras. Queremos tener el placer de vivir y nunca más el mal de vivir.” Odeón
“El arte ha muerto. Liberemos nuestra vida cotidiana.” Sorbona
“¡La pasión de la destrucción! Es una alegría creadora. (Bakunin)” Sorbona
“La libertad es la conciencia de la necesidad” [No lo atribuyen, pero que yo recuerde eso es de Hegel] Plaza de la Sorbona
“¡Abajo el orientalismo neo-exótico!” Fac. de Lenguas Orientales
“No me liberen, yo basto para eso.” Nanterre
“Escuela de la calle.” Calle de las Escuelas
“Un policía duerme en cada uno de nosotros, es necesario matarlo.” Censier
“La vida está más allá.” Sorbona
“Mis deseos son la realidad.” Nanterre
“Todo es dadá.” Odeón
“Abraza a tu amor sin dejar tu fusil.” Odeón
“Las jóvenes rojas cada vez más hermosas.” Medicina
“Y sin embargo todo el mundo quiere respirar y nadie puede respirar; y muchos dicen ‘respiraremos más tarde’. Y la mayor parte no mueren porque ya están muertos”.
Nanterre
“La revuelta y solamente la revuelta es creadora de la luz, y esta luz no puede tomar sino tres caminos: la poesía, la libertad y el amor. (Breton)”
Fac. de Derecho – Assas
“La imaginación toma el poder.” Sorbona
“En los exámenes, responda con preguntas.” Sorbona
“Aprende a cantar la internacional.”Barrio Latino
“No puede volver a dormir tranquilo aquel que una vez abrió los ojos.” Nanterre
“La acción permite superar las divisiones y encontrar soluciones. La acción está en la calle.” Ciencias Políticas
“Para poder discutir la sociedad en que se æviveÆ, es necesario antes ser capaz de discutirse a sí mismo.” Odeón
“¡Viva la comuna!” Barrio Latino
“El levantamiento de los adoquines de las calles constituye la aurora de la destrucción del urbanismo.” Sorbona
“Acumulen rabia.” Nanterre
“No hay pensamiento revolucionario. Hay actos revolucionarios.” Nanterre
“Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar.” Sorbona
“Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta.” Odeón
“Hay método en su locura. (Hamlet)” Nanterre
“Lo sagrado: ahí está el enemigo.” Nanterre
“Yo jodo a la sociedad, pero ella me lo devuelve bien.” Ciencias Políticas
“Digo no a la revolución con corbata.” Bellas Artes
“Yo me propongo agitar e inquietar a las gentes. No vendo el pan, sino la levadura. (Unamuno)”. Odeón
“Abajo el realismo socialista. Viva el surrealismo.” Condorcet
“La voluntad general contra la voluntad del general.” Censier “Exagerar, esa es el arma.” Censier
“Mutación lava más blanco que Revolución o Reformas.” Censier
“Cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución.
Cuanto más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor.” Sorbona
“La poesía está en la calle.” Calle Rotrou
“No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre se compensa por la garantía de morir de aburrimiento.” Odeón
“No se encarnicen tanto con los edificios, nuestro objetivo son las instituciones.”Sorbona
“Si lo que ven no es extraño, la visión es falsa.” Sorbona
“La belleza será convulsiva o no será. (Breton)” Sorbona
“La sociedad es una flor carnívora.” Sorbona
“Empleó tres semanas para anunciar en cinco minutos que iba a emprender en un mes lo que no pudo hacer en diez años.” Grand-Palais
“Dejemos el miedo al rojo para los animales con cuernos.” Sorbona
“Proletario es aquel que no tiene ningún poder sobre el empleo de su vida y que lo sabe.” Censier
“Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre.” Sorbona
“Sean realistas: pidan lo imposible” Censier

Francisco Franco Bahamonde nació en el Ferrol, la madrugada del 4 de diciembre de 1892. Inicia su carrera militar en Infantería en la Academia de Toledo, a los treinta años toma el mando de la Legión y continúa su ascensión profesional logrando ser el general de Brigada más joven de toda Europa. Director de la Academia Militar de Zaragoza, general de División y jefe del Estado Mayor Central.
Tras el triunfo electoral del Frente Popular (1936), el nuevo gobierno lo nombró gobernador militar de Canarias, ante los rumores de un posible levantamiento militar. En Canarias se hallaba el 18 de julio, cuando se produjo finalmente el alzamiento militar contra la República que desencadenaría la guerra civil española. Muerto el general Sanjurjo, la junta militar rebelde instalada en Burgos lo nombró generalísimo de los ejércitos y jefe de Estado español.
Alemania e Italia prestaron ayuda militar y logística a Franco, cuyo gobierno reconocieron pronto, mientras que Francia, el Reino Unido y Estados Unidos no lo hicieron hasta el fin de la contienda civil. Franco condujo a la victoria al ejército sublevado, mejor estructurado y más profesional que el de la República, y concluido el enfrentamiento el 1 de abril de 1939, desencadenó una dura represión contra los «rojos», adoptó disposiciones para recuperar la castigada economía del país y comenzó el proceso de institucionalización de un régimen corporativo y dictatorial dirigido por él y que perduraría casi cuarenta años, basado en el modelo de la Italia fascista.
Iniciada la Segunda Guerra Mundial, tras entrevistarse en octubre de 1940 con Hitler en Hendaya, Francisco Franco logró mantener la neutralidad de España a pesar de las presiones de ambos bandos, aunque el envío de un contingente, la llamada División Azul, para combatir en el frente ruso al lado de la Werhmacht, provocó la posterior hostilidad de las potencias occidentales, que marginaron a España de la ONU y de los beneficios económicos del Plan Marshall.
El aislamiento del régimen comenzó a romperse en los años cincuenta, cuando el gobierno franquista negoció con Estados Unidos el establecimiento de bases militares en territorio español y la ONU admitió el ingreso del país como Estado miembro. En 1966 las Cortes aprobaron una ley orgánica que establecía la separación de los cargos de jefe de Estado y de gobierno, aunque Franco retuvo ambos en su persona; tres años más tarde designó al príncipe Juan Carlos de Borbón como su sucesor, sentando las bases para la transición a la monarquía.

Guerra civil y dictadura

La Guerra Civil Española ha sido considerada en muchas ocasiones como el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial, puesto que sirvió de campo de pruebas para las potencias del Eje y la Unión Soviética, además de que supuso un desenlace, principalmente a raíz de la llamada Revolución social española de 1936, entre las principales ideologías políticas de carácter revolucionario y reaccionario (ó contrarrevolucionario) que entonces se disputaban en Europa y que entrarían en conflicto poco después: el fascismo, el constitucionalismo de tradición liberal burguesa y el Socialismo de Estado del PCE y la Komintern (liderada por el régimen de Stalin en la URSS), y los diversos movimientos revolucionarios: socialistas, comunistas, comunistas libertarios, anarcosindicalistas ó anarquistas, y poumistas.
Los partidos republicanos defendieron el funcionamiento democrático parlamentario del Estado por medio de la Constitución vigente, la Constitución de la República Española de 1931. Los anarquistas de la CNT (y muchos comunistas del POUM) defendían la implantación de un modelo libertario, aunque tuvieron que renunciar a todo su esquema teórico al aceptar la participación en el gobierno a finales de 1936. Los nacionalistas defendieron su autonomía.
La mayoría de revolucionarios buscaban bien implantar la dictadura del proletariado, o bien eliminar la coerción de cualquier estructura jerárquica, fundamentalmente a través de una economía de carácter comunista y autónomo, y una organización política basada en órganos de base y comités, sintetizado todo ello en la consigna del comunismo libertario.
Muchos militares sublevados y los falangistas defendieron, en palabras del propio Franco, la implantación de un Estado totalitario. Los monárquicos pretendían la vuelta de Alfonso XIII. Los carlistas la implantación de la dinastía carlista, etc. En ambos bandos hubo intereses encontrados. De hecho, estas divisiones ideológicas quedaron claramente marcadas al estallar la Guerra Civil: los regímenes fascistas europeos (Alemania e Italia), Portugal e Irlanda apoyaron desde el principio a los militares sublevados. El Gobierno republicano recibió el apoyo de la URSS, único país comunista de Europa, quien en un primer momento movilizó las Brigadas Internacionales y posteriormente suministró equipo bélico a la República. También recibió ayuda de México, donde hacía poco había triunfado la revolución.
Las democracias occidentales, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos, decidieron mantenerse al margen, según unos en línea con su política de no-confrontación con Alemania, según otros porque parecían preferir la victoria de los sublevados. No obstante, el caso de Francia fue especial, ya que estaba gobernada, al igual que España, por un Frente Popular. Al principio intentó tímidamente ayudar a la República, a la que cobró unos 150 millones de dólares en ayuda militar (aviones, pilotos, etc.), pero tuvo que someterse a las directrices del Reino Unido y suspender esta ayuda.
El 1 de octubre de 1936, a los 43 años de edad, Franco tomaba posesión en Burgos, del mando supremo de la nación. La Junta de Defensa Nacional le nombró Jefe del Estado y generalísimo de los Ejércitos. Su posición quedó consolidada con la jefatura de Falange Española Tradicionalista y de las JONS, tras la unificación de falangistas y tradicionalistas, y fue definitivamente precisada por el decreto del 30 de enero de 1938, que le proclamó Jefe del Ejército, del Gobierno y del Estado.
Desde este puesto que tenía en Marruecos intervino en el levantamiento militar contra el gobierno republicano, iniciado el 17 de julio en Marruecos, que dio origen a la tan tristemente famosa Guerra Civil española. Llegó a Tetuán el 19 de julio para tomar el mando del Ejército de áfrica. El 29 de septiembre de 1936 fue nombrado por la Junta de Defensa Nacional generalísimo de las fuerzas militares sublevadas y jefe del gobierno. El 1 de octubre asumió esos cargos, a los que él mismo añadió el de jefe del Estado. Con esta medida, Franco dispuso en adelante de plenos poderes, que ejerció hasta su muerte.
El 22 de julio, el Marqués de Luca de Tena y el propio Bolín, partidarios de la sublevación militar, se entrevistaron con Benito Mussolini en Roma para pedirle ayuda. Pocos días después, el 27 de julio de 1936, llegó a España el primer escuadrón de aviones italianos.
El 3 de octubre de ese mismo año se constituyó en Burgos la denominada Junta Técnica del Estado Español, gobierno de la zona nacional presidido por el general Dávila, bajo la Jefatura de Franco. Su gobierno se orientó inicialmente al triunfo militar sobre la España republicana, y contó con el apoyo de Hitler y Mussolini. A semejanza de éstos, que se hacían llamar respectivamente Führer y Duce, Franco adoptó durante la contienda el nombre de Caudillo, que junto con el de Generalísimo fueron los apodos con los que se lo denominó de modo oficial.
El 19 de abril de 1937 promulgó el Decreto de Unificación que unía a Falange con los tradicionalistas (carlistas) y ponía bajo la jefatura directa del caudillo a Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), único partido autorizado por el régimen, y pronto diluido bajo la expresión “Movimiento Nacional”. Sin haber finalizado la contienda, Franco presidió el 30 de enero de 1938 el primer gobierno de su larga dictadura, quedando como Jefe de Estado y de Gobierno.
Cuando terminó la Guerra Civil, el 1 de abril de 1939, muchos españoles se exiliaron al extranjero, desarrollándose así una amplia política de represión sobre los que quedaban, con fusilamientos, encarcelamientos y condenas a trabajos forzados en obras hidráulicas como pantanos y canales de riego, ferrocarriles, construcción del monumento del Valle de los Caídos y otros.
El 4 de septiembre de 1939, España se declaró neutral en la II Guerra Mundial que recién comenzaba. Más tarde, el 12 de junio de 1940, cambió esa postura en favor del Eje, para volver a ser neutral el 3 de octubre de 1943.
En los años 60, España asistió a un fuerte desarrollo económico, en el que tuvo mucho que ver el auge del turismo, creándose una nueva clase media, bastante reducida hasta ese entonces. Es también en estos años cuando se produjo la emigración de cientos de miles de españoles de las zonas más deprimidas de España hacia diferentes países de Europa, principalmente Alemania, Holanda, Suiza y Francia.
En 1966 fue aprobada por referéndum su propuesta de Ley Orgánica del Estado, en la cual se preveía la separación de los cargos de Jefe del Estado y Jefe de gobierno. Entre 1962 y 1963 se cometieron dos intentos frustrados de atentados contra la vida del generalísimo, promovidos ambos por la DI (Defensa Interior), pero no lograron acabar con la vida de éste debido a la rápida acción de su escolta personal. Y en 1965 y 1968 se produjeron varios casos de agitación universitaria contra el régimen.
La muerte Franco muere a las 4.20 de la madrugada del 20 de noviembre de 1975 y es enterrado en el Valle de los Caídos. Juan Carlos Iº es su sucesor como el mismo Franco había decidido el 22 de julio de 1969, con base en la ley de sucesión de 1947, en la que se decía que “la jefatura del Estado corresponde al Caudillo de España y de la Cruzada, Generalísimo de los Ejércitos, don Francisco Franco Bahamonde” (art. 2) y que a él le estaba reservado el derecho de designar al sucesor.

Una de las legendarias figuras que han impactado a la humanidad es sin duda. Sus horribles actos genocidas y el desastre que trajo a casi todo el mundo durante la segunda guerra mundial, siempre serán recordados. Sin embargo, el tomar el máximo poder del gobierno alemán en tan sólo unos pocos años no parece una tarea fácil. Adolfo Hitler, sin lugar a dudas, fue un genio en el arte de la manipulación y el control. Con su estilo de golpear rápida, sorpresiva e irreversiblemente fue viendo caer a sus enemigos uno por uno, ya fueran de personas de su mismo partido o de otras facciones políticas opositoras.
Hijo de un aduanero austriaco de nombre Alois Schickgruber-Hitler (antes se apellidaba Schickgruber, pero se cambió el apellido a Hitler puesto que era más prestigioso) y Klara Pölzl (una joven que era 23 años menor que Alois) Adolfo Hitler nació en Braunau, Austria, el 20 de Abril de 1889. Vaya sorpresa que el máximo líder de la Alemania Nazi fuera en realidad austriaco, naturalizado alemán.
La infancia de Adolfo Hitler no fue fácil, transcurrió en medio del autoritarismo y dureza de su padre Alois, personaje que, pese a únicamente tener la educación primaria era un agente de aduanas exitoso y que había ascendido muy rápidamente. Hay que comentar más ampliamente el origen de Alois para poder entender (al menos en parte) el comportamiento futuro de Adolfo Hitler. Alois fue el hijo ilegítimo de Anna Schickgruber, debido a eso fue que el apellido se consideraba deshonroso. Esto posiblemente influyó a Hitler al pensar que talvez su misma persona tuviera un origen remotamente Judío.
Adolfo Hitler no era un alumno exitoso, al contrario era más bien holgazán y sin muchos amigos, posiblemente debido a que su infancia transcurrió en medio de mudanzas debido al trabajo de su padre; no terminó la secundaria. En contraparte a la cruel y violenta figura paterna, Adolfo Hitler encontraba refugio en el gran cariño materno. Vivió casi toda su infancia en Linz y su juventud en Viena.
En 1921 eliminó a Drexler convirtiéndose en presidente y cambiándole el nombre al partido por el de “Partido nacionaloscialista alemán del trabajo”. Comenzó unas buenas relaciones con los sindicatos. También en ese año creó las milicias del partido, las SA, dirigidas por Rohm, y apoyado en su fuerza en 1923 se convirtió en líder de las formaciones de extrema derecha.
Hitler intentó imitar el golpe de estado de Mussolini el 8 de noviembre de 1923, pero no le salió bien, y al día siguiente el gobierno bávaro mandó disparar sobre él, Ludendorff y sus hombres. Hitler fue herido y también condenado a pasar cinco años en prisión en 1924, aunque no pasó más de cinco meses. Allí escribió un libro en el que plasmó todas sus ideas: “Mein Kampf” (Mi lucha).
“Sé que los hombres son mas virtuosos por su palabra oral que por la escrita, y que cada gran movimiento de estas tierras debe su grandeza a los grandes oradores y no a los grandes escritores”. Con este principio en mente, Hitler procedió a desglosar en su libro, en este torrente entusiasta, todas sus creencias políticas, sus prejuicios irracionales y su odio, y su teoría trastornada de la superioridad aria. “Mi lucha” fue la sentencia final de Hitler sobre su visión de la vida y el mundo del que no quiso perder oportunidad Luego de 3 meses de labor en su prisión política, el finalmente entregó el manuscrito al editor nazi Max Amann. Lo que recibió fue una filosofía personal y política mal escrita y separatista, falta de estructura o estilo. Por insistencia de Amann, una selección de figuras Nazi comenzó a revisar el texto. Luego de haber corregidos los errores gramaticales de Hitler, reorganizar sus súbitos temas, y bajar el tono de algunos pasajes objetables.
En la versión final de Mi Lucha que leemos hoy, el punto de vista de Hitler era el de la supremacía aria, lograda mediante la limpieza de la raza Alemana de toda influencia de una raza inferior ( judíos, entre otros.) Uno de los más desacertados y falsos puntos de vista es en el que los judíos causaron la caída de Alemania en la Primera Guerra Mundial, la cual fue una humillante derrota para los alemanes. Hitler utilizó un arma para su propósito.
El dinero. La industria banquera alemana fue luego controlada por judíos. Hitler declaró que los judíos perpetraron una conspiración de la banca internacional. En la guerra, los banqueros judíos en Alemania y otros lugares entregaron grandes sumas de dinero a naciones de ambos bandos en la guerra, y por ende, ningún lado pudo hacerse lo suficientemente poderoso para triunfar. A lo largo de la guerra, los conspiradores judíos comienzan a acortar el crédito alemán así que lentamente Alemania se fue quedando sin dinero. Sin la financiación adecuada para la maquina de guerra, Alemania tenía poca esperanza en ganar la guerra. En este extracto de “Mi Lucha” se revela el odio extremo e incondicional por los judíos.
“Si al inicio de la guerra, y durante la misma, doce o trece mil de estos Hebreos corruptores de la gente habrían sido puestos en la cámara de gas, como sucede con cientos de miles de nuestros mejores trabajadores Alemanes en el campo, el sacrifico de millones en el frente un hubiese sido en vano”
En tiempos más ordinarios, estas salvajes acusaciones puede que tuvieran poco efecto en los alemanes, pero debemos considerar que Alemania, en los 20`s y 30`fue una orgullosa y nacionalista sociedad que había sido reducida, por la Primera Guerra, a curar sus heridas y buscar excusas. Por sus diferencias, su prosperidad financiera, y su éxito profesional, los judíos eran un fácil objeto de sospechas, celos y culpas. El objetivo fue que los alemanes, buscando alguien a quien culpar por su pérdida debilitante, estaban esperanzados creyendo la visión trastornada de Hitler. Por lo tanto los judíos se convirtieron en la válvula de escape de la pérdida Alemana en la guerra y todo lo que estaba mal en Alemania.
En 1933, Hindenburg nombró a Hitler canciller de Alemania. De inmediato, este se erigió en dictador tras una serie de maniobras políticas, e instituyó el llamado III Reich. Destruyó el régimen constitucional y lo sustituyó por un régimen totalitario. Así, estableció el nacional-socialismo como único partido y realizó una sangrienta represión contra los disidentes, que culminó en una purga contra las filas nazis durante la noche de los cuchillos largos (1934).
En la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1934 se produjo el episodio conocido como la “Noche de los Cuchillos Largos”, en que Hitler, secundado por Goering y Himmler, eliminó a todos los miembros del partido que se le oponían de algún modo. El propio jefe de las SA, Ernst Rohm, fue eliminado esa noche, ya que Hitler sentía la independencia de la SA como una amenaza para el partido y tenía permanentes presiones del ejército, la industria y el propio partido para poner límites al movimiento. El número total de víctimas de esa noche estuvo entre 85 y 200 personas. La purga fue tan grande que aunque se intentó mantenerla en secreto, pronto trascendió. Muchos estuvieron de acuerdo con la medida; los que no, prefirieron mantenerse en silencio. Esta matanza estableció el modus operandi que mantendría la SS hasta el final de la 2ª guerra.
A la muerte de Hindenburg, el 2 de agosto de 1934, Hitler se nombró a sí mismo Reichsführer. Los principales jerarcas del partido pronto estaban ocupando todos los cargos públicos. La reorganización del partido comprendió varios movimientos simultáneos. Los miembros del partido de más de 18 años juraban lealtad al Führer y sólo podían ser juzgados por el propio partido. Con el tiempo los miembros del partido llegaron a 7 millones, muchos en forma voluntaria, pero otros obligados, ya que sólo se podían ocupar cargos públicos si se pertenecía al NSDAP.
Las SA se ocupaban de recaudar dinero para el gobierno. También fueron las responsables del primer pogrom contra los judíos en 1938 y de adoctrinar a los miembros jóvenes del partido. Las SS junto con el Sicherheitsdienst (Servicio de Seguridad o SD) controlaban el partido. Las Juventudes Hitlerianas eran los grupos de jóvenes de 14 a 17 años, que eran adoctrinados para formar parte del partido a partir de los 18 años.
Hasta 1935 Alemania fue un estado centralizado, donde los gobiernos provinciales eran controlados por el gobierno central: todas las actividades quedaron supeditadas al control del gobierno. Y se promulgó una ley especial por la cual los judíos quedaban fuera de la protección de la ley.
En 1934, y en abierto desafío al Tratado de Versalles, Hitler declaró que llevaría el número de hombres del ejército alemán a 600.000, además de anunciar la creación de la Fuerza Aérea (Luftwaffe) y la ampliación de la Marina (Kriegsmarine).
La Sociedad de las Naciones, creada después de la Primera Guerra, condenó estas declaraciones, pero Hitler insistió en que quería la paz y que sus acciones eran para levantar la alicaída industria alemana. Gran Bretaña firmó entonces con Hitler un acuerdo de cooperación naval, sin consultar a Francia y al resto de los países aliados. Ante la inacción generalizada, Hitler comenzó su plan expansionista.
Este plan se basaba en un principio llamado Lebensraum, que significa “espacio vital”. Era un concepto que había acuñado el geógrafo alemán Friedrich Ratzel, que determinaba la relación entre espacio y población. Posteriormente, fue Karl Haushofer, militar, geógrafo e historiador, quién dio al término su matiz político, relacionándolo con la situación de Alemania después de la guerra. Ya en su libro Mein Kampf, Hitler declaró: «los alemanes tienen el derecho moral de adquirir territorios ajenos gracias a los cuales se espera atender al crecimiento de la población». La excusa era que la pérdida de territorios a raíz del Tratado de Versalles, había limitado el “espacio vital” que los alemanes necesitaban para su pleno desarrollo. Pero en realidad el plan no se limitaba a la recuperación de esos territorios, sino que pretendía la conquista de nuevas tierras que anexar al territorio alemán.
En julio de 1936 Hitler respondió a un llamado de ayuda al golpe militar de Franco, en España, enviando tropas y bombardeando algunas ciudades españolas, entre ellas Guernica. En octubre de ese mismo año el gobierno de Mussolini en Italia, a través de su Ministro de Asuntos Exteriores, Galeazzo Ciano, propuso la firma de una alianza entra ambos países, unión que sería conocida como “el Eje”. Y en noviembre Hitler firmó con Japón el Pacto Anti-Comintern (Anti-Comunismo). El grupo formado por Alemania, Italia y Japón se conoció como Potencias del Eje.

La Noche de los Cristales Rotos.
El 9 de noviembre de1938 hubo una agresión promovida por los nacionalsocialistas contra los miembros de la comunidad judía alemana. La consecuencia del ataque fue la destrucción, en muchas ocasiones por medio de incendios, de miles de tiendas, negocios y sinagogas.
La noche de los cristales rotos (en alemán, Kristallnacht; ‘Noche de cristal’), nombre por el que se conoce un violento pogromo que tuvo lugar en Alemania, durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, cuando se llevó a cabo una agresión organizada contra los miembros de la comunidad judía y se destruyeron sus propiedades. Ese apelativo hace referencia a los cristales destrozados como consecuencia de una noche de violencia salvaje promovida por los nacionalsocialistas. El pretexto de esta primera explosión masiva de histeria antisemítica en Alemania fue el asesinato del diplomático alemán Ernst Euard vom Rath en París, cometido por un joven alemán de origen judío, Herschel Grynszpan, encolerizado porque sus padres habían sido expulsados por las SS a Polonia.
El atentado tuvo lugar el 7 de noviembre, y tan pronto como el dictador Adolf Hitler, que se encontraba en Munich, tuvo noticias de la muerte de Rath, incitó a las Juventudes Hitlerianas (sección juvenil del Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo), a las SA y a las SS a tomar represalias contra los judíos que aún quedaban en Alemania.
Las veinticuatro horas siguientes fueron de un salvajismo sin precedentes: fallecieron 91 judíos, hubo centenares de heridos y más de 30.000 resultaron arrestados y enviados a campos de concentración. Se les liberó tres meses después, pero más de mil ya habían sido asesinados.
La noche del 9 al 10 de noviembre es recordada no sólo por las muertes o arrestos sino también por la destrucción, en muchas ocasiones por medio de incendios, de miles de tiendas, negocios y sinagogas. Después de este cruel acto, se obligó a los judíos de Alemania (a los que la ley prohibía reclamar indemnizaciones de sus seguros) a pagar una multa de mil millones de marcos por los daños producidos. Esta medida fue promulgada por medio de un decreto el 12 de noviembre, y el 15 de ese mes se prohibió oficialmente a quince niños judíos la asistencia a las escuelas alemanas. Inmediatamente se produjo la huida de una gran parte de la comunidad judía que todavía habitaba los territorios gobernados por Hitler. Si se analizan estos hechos desde la perspectiva actual, resulta evidente que la Noche de los cristales rotos marcó el comienzo del Holocausto, es decir, de la política de exterminio de la raza judía en Europa emprendida por el III Reich. Nota extraída del excelente blog ANOTAS
Derrotada Alemania en la primera guerra mundial, se convierte en una república bajo la llamada Constitución de Weimar (1919), con características democráticas. Sin embargo, Alemania sufría las consecuencias de la guerra, cuantiosas pérdidas materiales y humanas, sumidas en la miseria total y en la vergüenza humillante de la derrota, origina sangrientas revueltas, alzamientos militares y las huelgas. En Alemania se recurrió al temor para imponerse el partido NACIONAL –SOCIALISTA, los llamados nacionalistas o nazi se reúnen en el año de 1923 con algunos miembros del ejército republicano, con el objetivo de derrocar la república, pero el intento fracasa, uno de estos dirigentes y movilizadores del intento de derrocamiento fue Adolfo Hitler.
La mala situación económica del país permitió que el partido nazi con sus promesas de alimento y trabajo para toda la población, tuviera gran acogida. En el año de 1932, Paul Von Hindenburg fue elegido presidente Paul Von Hindenburg y a su lado Hitler quedó como canciller, cargo que le otorgaba todos los poderes. Su oratorio y talento discursivo lo envió rápidamente a la victoria y a ganarse muchos adeptos y aliados, desde entonces llamado el “Führer “de esta forma los alemanes quedaron convencidos que este hombre sería su salvación. Como dictador Hitler abolió la constitución, anula el Parlamento e implante el nazismo, estos actos acabaron de empeorar la situación ya que los principios de esta corriente afirmaban la superioridad de la raza aria, la oposición al cristianismo y por ende a los judíos; imponía el gobierno de un dictador, la economía bajo el control del Estado, el apoyo nacionalista exagerado, la aprobación al imperialismo y al totalitarismo. El nazismo es la variante alemana del

Fascismo La ideología
Nace en el período de entreguerras (1919-1939) en un contexto sociopolítico marcado por la crisis del sistema liberal y la consolidación del socialismo como alternativa al sistema que la burguesía había implantado durante el siglo XIX.
Es en Italia, de la mano de Mussolini, donde esta ideología se va a concretar por primera vez en 1922. Grupos con ideas similares a los seguidores deMussolini aparecen por toda Europa. Uno de éstos va a ser el NSDAP de AdolfHitler.
En 1923 Hitler es encarcelado por su participación en un golpe de estadodirigido contra el sistema democrático alemán. Durante su estancia en lacárcel, Hitler redactará un libro en donde condensará y dará forma a sus ideas:“Mein Kampf” (Mi lucha). Este libro será la biblia del nazismo que nace ahora como una propuesta para explicar el mundo y dirigirlo. En él se encuentran las principales ideas nazis:

La idea del pueblo como unidad de destino

    • 1.

La idea del pueblo como unidad de destino

    • : Todos los pueblos tienen que cumplir con un destino. Para alcanzar éste, el líder dirigirá al pueblo hasta la consecución del fin.
    • 2.

Omnipotencia del estado

    • . Los individuos están totalmente subordinados al estado.
    • 3.

Sistema jerárquico

    • : Al pueblo lo dirigen las élites, las cuales a su vez están dirigidas por el líder (el Führer), un “superhombre” que está al frente de la nación.
    • 4.

Nacionalismo radical y militarismo imperialista

    • : El pueblo para alcanzar su
    • destino necesita nuevos recursos. Así nace la doctrina del “Espacio vital” nazi:un pueblo superior tiene derecho a disponer de un espacio para realizarse ypara eso debe conquistárselo a los pueblos inferiores por la fuerza.
    • 5.

Régimen de Partido único

    • : Negación de la democracia y del sistema de
    • libertades.

Exaltación de la violencia y la fuerza

    • : El tipo humano ideal es el soldado.,
    • Militarismo.

Racismo

    • : Defensa de la pureza étnica frente a razas inferiores. Las minorías
    • Raciales extrañas al pueblo son la fuente de todos los males de la nación
    • (judíos, gitanos, extranjeros…) y deben ser apartados y hasta eliminados.
    • 6.

Defensa de la propiedad privada y demonización del movimiento obrero

    .

Hitler y el nazismo
En 1933, Adolf Hitler, al frente de su partido, alcanza el poder en Alemania implanta un estado totalitario en donde pondrá en práctica sus doctrinas. Aniquila cualquier intento de oposición y comienza a construir su estado racista. En 1939, después de varias agresiones a países vecinos, Alemania invade Polonia siguiendo su doctrina del “Espacio Vital”. Es el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, que acabará en 1945 con 60 millones de muertos.

La ideología expansionista de Hitler: la teoría del espacio vital.
El pensamiento de Hitler es ultranacionalista, para él la nación alemana está llamada a grandes designios, con esta idea enlaza con muchos de los pensadores que desde el XVIII y el en el XIX habían luchado por la unidad alemana.
Para él el territorio de Alemania es insuficiente para mantener a una población en continuo crecimiento, es la teoría del espacio vital (lebensraum) y en ella reclamará el expansionismo territorial y la incorporación a Alemania de todos los territorios de lengua alemana y aquellos en los que los alemanes sean demográficamente mayoría:
Austria, los Sudeste en Checoslovaquia. El territorio de Alemania es insuficiente para mantener a una población en continuo crecimiento, es la teoría del espacio vital (lebensraum), y basándose en ella reclamará el expansionismo territorial y la incorporación a Alemania de todos los territorios de lengua alemana, y aquellos en los que los alemanes sean demográficamente mayoría: Austria, los Sudetes en Checoslovaquia… pero no se quedará sólo en eso y aspirará a controlar todo el continente. Recordemos que las ideas expansionistas son también propias de Mussolini (invasión de Etiopía en 1936, Albania…) y de Japón que lo practica desde antes (Manchuria, 1931).
Haushofer fue el padre fundador de la “geopolítica” que popularizó la teoría de Mackinder que Eurasia era el epicentro para la dominación del mundo. Fue también geógrafo que justificaba la idea de que Alemania necesitaba expandir sus fronteras para albergar a su población en expansión. Esas ideas fueron tomadas por Hitler para a su vez justificar la necesidad de adquirir el “espacio vital” para el Tercer Reich. Haushofer se convirtió en el principal asesor político de Hitler y sus teorías conocidas como “Weltpolitik” fueron la piedra angular de las aspiraciones nacionalsocialistas.
El 24 de julio de 1921, conoce a Hitler, quien es atraído por la “Teoría del Hábitat” de Haushofer, una idea totalmente agresiva e imperialista, de la cual nutrió su filosofía el Partido nacionalsocialista. Ese mismo año en nombrado Profesor Honorario de la Universidad de Munich.
El espacio vital (Lebensraum) es una construcción teórico-política, una derivación hitleriana y una estrategia imperialista. Como construcción teórico-política, la idea del espacio vital estuvo firmemente anclada en ciertos autores, alemanes y no alemanes, y en la praxis de los movimientos pangermanistas.
Hitler combinó, explosivamente, parte de tales nociones con sus peculiares concepciones racistas, que contaban a su vez con un trasfondo social y cultural propio. Por último, desde el ejercicio del poder la conquista del espacio vital orientó los esfuerzos del Führer y terminó dando un sentido particular a la guerra que desató en septiembre de 1939.
Naturalmente, la nítida distinción entre tales acepciones no siempre es posible. Las interrelaciones entre las mismas plantean uno de los problemas más fascinantes en el análisis de la cultura política e ideológica de que surgió el nacionalsocialismo. Si en este ensayo mantenemos una diferenciación será, esencialmente, por motivos didácticos.
El creador de la teoría del Lebensraum fue el gran geógrafo alemán Friedrich Ratzel (1844-1904), profundamente influido por el biologismo y el naturalismo del siglo XIX. Ratzel pretendió trasladar a la historia universal las leyes de la zoología y de la botánica, lo que le condujo a sobrevalorar en aquélla el papel de los factores naturales, en detrimento de los económicos, sociales y culturales.
Ratzel postuló una relación básica entre espacio y población e indicó que la existencia de un Estado quedaba garantizada cuando dispusiera del suficiente espacio para atender a las necesidades de la misma. Elevó la conquista del espacio a la categoría de principio informador de la evolución histórica, y en ello Ratzel no desdeñó el papel de la guerra como medio de favorecer el crecimiento de los Estados.
Estas ideas eran bastante generales, pero empezaron a adquirir coloración política concreta gracias a los trabajos del politólogo sueco Rudolf Kjellen (1864-1922), quien acuñó el término de geopolítica para caracterizar el análisis de la influencia de los factores geográficos sobre las relaciones de poder en la política internacional. Kjellen defendió al tiempo una visión organicista del Estado y desarrolló algunas de las concepciones del geógrafo británico Sir Halford John Mackinder (1861-1947). Este, en una notable conferencia de 1904 (El pivote geográfico de la historia), expuso la tesis de que el Asia central y la Europa del Este se habían convertido en el centro estratégico del planeta (la isla mundial o corazón del mundo), como consecuencia del decaimiento relativo del poder marítimo radicado en los otros continentes y en los países situados en torno a aquélla. Quien dominara dicho corazón (heartland), dominaría el mundo.
Tal conceptualización se había extraído de la rivalidad anglo-germana, pero podía ser reconducida a la pugna entre el Imperio alemán y la Rusia zarista. En parte, esta fue una de las tareas abordadas por el Movimiento Pangermánico (Alldeutscher Verband) antes de la Primera Guerra Mundial y después, y recibió visos de respetabilidad científica de la mano del geopolítico alemán Karl Haushofer (1869-1946).
Haushofer, ex general, nacionalista ardiente, conservador enraizado en las tradiciones de la Alemania guillermina, aplicó las nociones generalizadoras de Ratzel a la situación concreta en que se encontraba su país tras la derrota y los recortes territoriales sufridos en el Tratado de Versalles. Haushofer adujo que la base de toda política exterior era el espacio vital de que dispusiese el cuerpo nacional. La acción del Estado consistía en defender tal espacio y en ampliarlo cuando resultara demasiado angosto.
Posiblemente, en ello le guiaba la idea de hacer coincidir las fronteras estatales con las del pueblo (Volk), asegurando así la preeminencia alemana en la Europa continental, que la Primera Guerra Mundial parecía haber barrido.
En la lucha por el espacio coincidían, para Haushofer, la búsqueda de la mayor seguridad militar posible, la aspiración de los pueblos más fuertes e idóneos al mejor aprovechamiento económico del territorio y, en el caso concreto de Alemania, el reenganche con la añeja tradición histórica de la toma de tierras a los pueblos eslavos del Este.

El Final de Hitler
En la mañana del 30 abril de 1945, cuando los rusos ya estaban a metros del bunker en la cancillería, Hitler llamó a Bormann y después a Otto Gunsche, su ayudante personal. Les dijo que su esposa y él se suicidarían aquella tarde y les ordenó la ingrata tarea de rematarlos en caso de que aún estuvieran con vida. Pidió expresamente que los cuerpos fueran quemados para evitar que su cadáver fuera sometido al escarnio público en Londres o New York.”No quiero terminar en un museo de cera”, repetía en sus últimos días acaso afectado por el triste final de Mussolini.
Poco después del mediodía Hitler y Eva Braun se suicidaron con una cápsula de cianuro. Al parecer Hitler tuvo el tiempo suficiente para pegarse un tiro en la sien con su pesada Walther de 7.65 milímetros. Luego su ayudante llevó los cuerpos hasta el jardín de la cancillería, los rocíos con gasolina y les prendió fuego. Hasta aquí la versión más aceptada de la muerte de Hitler y de Eva Braun.
No fueron pocos, sin embargo, quienes manejaron la hipótesis de una supuesta fuga de Hitler hacia Sudamérica y, entre ellos, estaba la autorizada voz de Josif Stalin. El dictador soviético murió convencido de que Hitler se había escapado a Sudamérica de la misma forma en que lo habían hecho muchos otros jerarcas nazis.
El cadáver que encontraron los rusos al llegar a la cancillería y que en muchos libros aparece como el cadáver de Hitler, era en realidad el cuerpo de un doble que distaba mucho de parecerse a Hitler. Entre otras cosas, se comprobó que medía 10 centímetros menos que Hitler, sus orejas no guardaban relación e incluso los detalles de su vestimenta habían sido tras curados. El cadáver tenía medias rotas y gastadas, unos pantalones anchos y viejos que nada tenían que ver con la pulcra vestimenta de Hitler. Lo más curioso es que distaba mucho de ser un cadáver incinerado pues su cara era fácilmente reconocible y resulta impensable que el eficiente ayudante de Hitler pudiera descuidar semejante detalle. Los rusos, por supuesto, no se tragaron el señuelo pero le dijeron al mundo que ese era el cadáver de Hitler.
En base a esta evidencia irrefutable, Stalin alimentó sus serias dudas acerca de la muerte de Hitler y murió convencido de la fuga de su colega alemán. Lo que no tuvieron en cuenta Stalin ni los partidarios de una supuesta fuga, es la mentalidad de un hombre como Hitler. Era tal el grado de identificación que Hitler tenía con su patria que difícilmente hubiese podido sobrevivir un día a la catástrofe de su amada Alemania. Hitler había sido un hombre de acción toda su vida y no hubiera soportado una vida plácida en el exilio. A esto hay que sumarle su pésimo estado de salud.
A sus 56 años Hitler aparentaba ser un hombre de más de setenta, arrastraba los pies al caminar y por el Parkinson sufría temblores en ambas manos. Sus últimas fotografías lo muestran con el rostro sumido, los párpados hinchados y un pelo encanecido y ralo.
En 1944 su médico personal envió unas radiografías de Hitler a un centro cardiológico de Berlín bajo un falso nombre para no influenciar el dictamen de los médicos. El resultado no podía ser más desalentador; los facultativos le otorgaban al paciente una sobrevida de dos años. El cóctel de medicamentos al que era sometido junto a la tensión propia que le generaba la guerra fue minando su físico con una rapidez devastadora. Hitler en sus últimas fotografías, viejo y encorvado parece otra persona en relación a lo que era apenas cinco años antes. Su capacidad mental, en cambio, parece haberse mantenido intacta a juzgar por el testimonio de sus más íntimos colaboradores y secretarias.
De todas maneras, queda claro que si Hitler hubiese querido escapar podía haberlo hecho sin mayores dificultades. Cientos de oficiales y jerarcas alemanes lograron escapar a distintos puntos del planeta, incluso después de la rendición alemana. De hecho, esta alternativa le fue propuesta a Hitler con insistencia por parte de sus más íntimos colaboradores. Pero Hitler hasta el último día creyó que la guerra podía ganarla con sus misteriosas armas secretas (acaso la bomba atómica) y apostó quedarse en Berlín hasta el final. Las pruebas que confirman que Hitler cumplió su promesa son abrumadoras.
De todas formas, Hitler quería morir de otra manera, combatiendo en el frente de batalla, como en sus viejas épocas de soldado. Su pésimo estado de salud con un Parkinson que le impedía portar armas (ni siquiera podía escribir) y la acertada observación de Goebbels, en el sentido de que podía caer vivo en manos de los aliados, lo hicieron cambiar de idea. El suicidio y luego la incineración de su cadáver alimentaría el mito de su condición extraterrena.

A Iván IV (1530-1584), zar de Moscovia, se le considera uno de los fundadores de la patria rusa y también ha pasado a la posteridad por ser paradigma de la crueldad. Casado siete veces, su esposa más influyente fue Anastasia Romanova, cuya muerte empeoró su desequilibrada personalidad. Su convulsa vida favoreció la tendencia a ser un psicópata autoritario y fanático religioso.
Conquistó Siberia y los kanatos tártaros además de declarar la guerra a Estonia y Letonia. Centralizó el poder del zar, promulgó un nuevo Código legal, introdujo la imprenta en Rusia y reformó el ejército.
Para conseguir imponer su política creó la Oprichnina, un combinado de guardia personal y policía estatal, que atemorizó a los nobles terratenientes o boyardos y a la masa popular de los campesinos mediante numerosas matanzas.
Hijo de Basilio III y de Elena Glinski y nieto de Iván III Vasilevich el Grande, al casarse con Sofía Paleólogo, sobrina del último emperador de Bizancio, asumió la tradición imperial y transmitió a su hijo el título de zar. Sin embargo, Iván IV fue el primero de los grandes príncipes rusos en hacerse llamar oficialmente «zar de todas las Rusias».
Fue coronado a los 3 años, al morir su padre en 1533. Su madre ejerció la regencia durante cinco años, hasta que fue asesinada por las familias boyardas (nobles) que se disputaban el poder. Ya al quedarse huérfano de padre, Iván empezó a sufrir toda clase de violencias y humillaciones por parte de una nobleza que lo utilizaba en sus intrigas y ambiciones. Pero la existencia del pequeño Iván empeoró cuando a los 8 años asistió al envenenamiento de su madre. Esta terrible infancia marcaría su futuro y el de toda Rusia, ya que lo haría vengarse de esa clase social que tanto daño le había hecho.
De pequeño Iván disfrutaba reventando los ojos de los pájaros, abriéndoles las entrañas, y lanzando perros desde lo alto de las murallas del Kremlin, para deleitarse con sus gritos de agonía. Pero fue al cumplir los 13 años cuando empezó a hacer efectivo todo el odio acumulado durante su niñez. Su primer crimen lo cometió contra el príncipe Andrei Chuisky, haciendo que fuese despedazado por una jauría de perros hambrientos.
Implantó un régimen de terror contra las clases altas de Rusia, y fue probablemente a partir de ese momento cuando se originó la terrorífica leyenda de Iván IV.
En cuanto al gobierno de su imperio, apoyó a la civilización autóctona evitando en lo posible toda influencia extranjera. Alentó la creación de la Rada o Consejo Privado, aunque poco trabajo les dio a sus miembros, ya que las decisiones acostumbraba a tomarlas él unilateralmente. Hizo la guerra a tártaros, polacos y suecos. Su primera esposa se llamaba Anastasia Romanova, con quien se casó en 1547 y de la que tuvo seis hijos.
La forma utilizada para elegir compañera ya da una pista sobre su carácter: obligó a que los nobles se presentaran en Moscú con todas sus hijas casaderas, que en total sumaban más de 700.

Alexander Fiódorovich Kerensky nació un 22 de abril de 1881 en Simbirsk (hoy Ulyanovsk), Rusia, hijo de Fiódor un director de escuela, estudio derecho en la universidad de San Petersburgo, de donde se graduó el año 1904.
Durante su juventud, se unió en secreto al Partido Socialista Revolucionario, que en aquella época estaba prohibido por ser considerado como un grupo subversivo. Fue elegido para la cuarta Duma en 1912 como miembro de los Trudoviks (un partido laborista moderado). Brillante orador y experimentado líder parlamentario, llegaría a ser miembro del comité provisional de la Duma como social-revolucionario y líder de la oposición socialista al régimen de Nicolás II.
Cuando la Revolución de Febrero se desencadenó en 1917, Kerensky fue uno de sus líderes más destacados, siendo elegido vicedirector del Soviet de Petrogrado (un consejo de trabajadores). Cuando se formó el Gobierno Provisional, fue al comienzo ministro de Justicia, más tarde, ministro de la Guerra en mayo, en este cargo intento rehacer su ejército para llevar a cabo una ofensiva contra los alemanes, pero un gran número de soldados se negaron a obedecer a sus oficiales, abandonaron sus puestos y regresaron a sus hogares, luego de esto en 1917 es nombrado primer ministro.
Una de las primeras medidas que adoptó tras aceptar su nuevo cargo fue la supresión del Partido Bolchevique presidido por Lenin.
Éste se ocultó en Finlandia; otros dirigentes bolcheviques, entre los que se encontraba Liev Trotski, fueron arrestados. Sin embargo, Kerensky no consiguió neutralizar el deterioro constante de la situación económica y militar del país, lo que permitió a los bolcheviques minar el prestigio de su gobierno y hacerse con el control de los soviets de trabajadores, soldados y campesinos. No tomó medidas efectivas cuando el general Lavr Kornílov intentó marchar sobre la capital en el mes de septiembre y proclamar una dictadura militar dirigida por él. Tras este golpe Kerensky se proclamaría a sí mismo como comandante en jefe supremo.
El problema central de Kérenski en su cargo fue que Rusia estaba agotada tras tres años de guerra, con el pueblo deseando sólo la paz a cualquier precio. Lenin y su Partido Bolchevique prometían «paz, tierra y pan» bajo un sistema comunista; asimismo, el ejército se descomponía con las deserciones de soldados de origen obrero y campesino. Pero Kérenski y otros líderes políticos se sintieron obligados a cumplir los compromisos establecidos con sus aliados para continuar la guerra contra Alemania, temiendo acertadamente, además, que ésta demandaría enormes concesiones territoriales como precio para la paz. La negativa de Kérenski a retirar a Rusia, significaría su perdición.
Durante el golpe de Kornílov, Kérenski había repartido armas entre los trabajadores de Petrogrado. Más adelante, en octubre, la mayoría de estos obreros se pasarían al bando bolchevique. Lenin tenía la determinación de derribar el gobierno Kérenski antes de que tuviese la oportunidad de legitimarse tras las elecciones previstas para la Asamblea Constituyente, y el 25 de octubre los bolcheviques tomaron el poder en lo que sería conocido como la Segunda Revolución o Revolución de Octubre.
Kérenski escapó de los bolcheviques y fue a Pskov, donde reunió tropas leales en un intento de tomar la capital. Capturaron Tsárkoye Seló pero fueron derrotados sin derramamiento de sangre, al día siguiente en Pulkovo. Kérenski escapó por poco, y durante las siguientes semanas viviría oculto hasta huir del país, alcanzando finalmente Francia. Durante la Guerra Civil Rusa no apoyó a ninguno de los bandos: se oponía tanto al régimen bolchevique como a los generales reaccionarios del Movimiento Blanco que pretendían restaurar la monarquía.
Kérenski vivió en París hasta 1940, enzarzado en las eternas disputas y escisiones de los líderes democráticos rusos del exilio. Cuando los alemanes derrotaron a Francia, escapó a los Estados Unidos en 1940 donde viviría hasta su muerte. Cuando Hitler invadió la Unión Soviética en 1941, Kérenski ofreció su ayuda a Stalin, más sin recibir respuesta alguna. En su lugar, efectuó transmisiones radiofónicas en ruso apoyando el esfuerzo bélico. Tras la guerra organizó un grupo llamado la Unión para la Liberación de Rusia, sin obtener mucha repercusión.
Kérenski se instalaría finalmente en Nueva York, aunque dedicaría mucho tiempo en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford, California, donde consultó y amplió su vasto archivo de historia rusa, y donde impartió clases. Escribió y emitió por radio en abundancia sobre política e historia rusa. Sus principales obras incluyen El preludio al bolchevismo (1919), La Catástrofe (1927), La crucifixión de la libertad (1934) y Rusia y el punto de inflexión de la historia (1966). Murió en Nueva York en 1970, siendo uno de los últimos protagonistas supervivientes de los sucesos de 1917.

Economista inglés que ha ejercido gran influencia sobre la ciencia económica burguesa actual; fue profesor en la Universidad de Cambridge, presidente de una gran compañía de seguros inglesa, autor de varios trabajos sobre problemas generales de la teoría económica, de la teoría del dinero y de la circulación monetaria.
El libro más difundido de Keynes es el titulado “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” (1936), en el que se expone la teoría del capitalismo regulado”. La esencia de la teoría keynesiana estriba en que el Estado burgués, con el fin de conservar y consolidar el régimen capitalista, debe intervenir activamente en la vida económica y asegurar elevadas ganancias a los monopolios capitalistas más importantes. Para ello, a juicio de Keynes, hay que fundar y ampliar empresas capitalistas a cuenta del presupuesto estatal, hay que prestar ayuda financiera a los monopolios. No es pequeño el papel que confiere Keynes al desarrollo de las industrias de guerra con el fin de aumentar el empleo de la población y disminuir el crecimiento del paro forzoso. Para llevar a cabo estas medidas, Keynes y sus partidarios proponen elevar los impuestos que pagan los trabajadores, intensificar más aun el trabajo de los obreros. Desde el punto de vista de Keynes, las crisis económicas pueden superarse regulando la circulación monetaria.
Para que se eleve la ocupación y se amplíe la producción, propugnaba Keynes que el Estado asegurara el incremento de la rentabilidad del capital disminuyendo el salario real de los trabajadores, redujera el tipo de interés, recurriera a la inflación, mantuviera una política de militarización de la economía a costa de los recursos estatales, aumentara los gastos con otros fines no productivos.
Entendía Keynes que el Estado burgués puede reducir el paro forzoso si se regula el consumo, la inversión de capital en la producción y el nivel del tipo de interés. Keynes y sus partidarios (el inglés Beveridge, los norteamericanos Hansen, Chase y otros) se han manifestado como apologistas del capitalismo monopolista de Estado. Los keynesianos creen que para aumentar la producción y el empleo de los obreros hay que asegurar altas ganancias y elevar el consumo no productivo de los capitalistas.
Al mismo tiempo, propugnan que el Estado burgués utilice a los desocupados en obras publicas, que han de contribuir a que se incorpore fuerza de trabajo adicional y a que aumente la demanda de artículos de consumo. La idea de Keynes sobre la organización de trabajos públicos obligatorios encontró su aplicación práctica más completa en la Alemania hitleriana.
Ahora bien, el que los capitalistas, según recomiendan los keynesianos, aumenten el consumo personal de artículos de lujo no puede provocar ningún aumento significativo de la demanda ni, por tanto, puede influir seriamente en el volumen de la producción. Bajo el capitalismo, los consumidores fundamentales son las masas trabajadoras, y sólo es posible aumentar en gran escala la demanda de bienes de consumo elevando el bienestar de las amplias masas populares, cosa que el keynesianismo no prevé. Carecen de base científica las tentativas de los keynesianos en el sentido de explicar por motivos psicológicos las crisis de superproducción, las fluctuaciones de los precios en el mercado, etc., así como el asignar al tipo de interés un papel extraordinario en la economía del mundo capitalista.
Las concepciones económicas de Keynes figuran en la base de la teoría de la “economía dirigida”, teoría difundida en el mundo capitalista y que han incorporado también a su arsenal, los socialistas de derecha y los revisionistas.

Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero
En medio de la gran depresión de los años 30 del pasado siglo, John Maynard Keynes sorprendió a la comunidad de economistas académicos desafiando los principios de la economía clásica y dando comienzo a lo que se denominó la revolución Keynesiana.
Mientras que el saber convencional analizaba la economía desde el lado de la oferta -a través de la Ley de Say, que indica que cada oferta genera su demanda-, Keynes argumenta que es la demanda agregada -el consumo y la inversión- la que determina el nivel de empleo de los recursos y, consecuentemente, la producción y la renta. En contra de la opinión de los economistas clásicos que confiaban en la tendencia del mercado a alcanzar, por sí mismo, el equilibrio con pleno empleo, Keynes descubre que dicho equilibrio puede darse con desempleo y aboga por políticas fiscales y monetarias activas que estimulen el consumo y la inversión, incurriendo incluso en déficit público, con el objetivo de incrementar la demanda y, con ello, aumentar el empleo y la renta.
Inicialmente rechazadas por los economistas académicos, las controvertidas ideas de Keynes se convirtieron en una de las bases de la macroeconomía moderna y dominaron toda una era de la política económica, promoviendo la intervención activa del sector público en la economía, desde el final de la segunda guerra mundial hasta el final de los años 70, cuando sus propuestas fueron insuficientes para gestionar la nueva crisis económica de 1973. La Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, escrita en 1936, expone sistemáticamente los elementos de su propuesta teórica, siendo así la obra más importante de uno de los economistas más influyentes del siglo XX.
Es, sobre todo, un estudio de las fuerzas que determinan los cambios en la escala de producción y de ocupación como un todo; y aunque el autor opina que el dinero entra en el sistema económico de una manera esencial y especial, deja en segundo término los detalles monetarios técnicos.
El autor dice que “una economía monetaria es, ante todo, aquella en que los cambios de opinión respecto al futuro son capaces de influir en el volumen de ocupación y no sólo en su dirección; pero nuestro método de analizar la conducta económica presente, bajo la influencia de los cambios respecto al futuro, depende de la acción recíproca de la oferta y la demanda, quedando de este modo ligada con nuestra teoría fundamental del valor. Así nos acercamos a una teoría más general, que incluye como caso particular la teoría clásica que conocemos bien”.
En el mundo de Keynes el Estado carecía de funciones económicas: su misión era defender al país de una agresión externa o asegurar el cumplimiento de contratos y derechos adquiridos. Por su parte, los mercados en las sociedades modernas eran incapaces de generar por sí mismos el pleno empleo de la fuerza laboral. El libremercado operaba en la práctica como un mecanismo de exclusión social. De ahí la necesidad de una actividad pública supletoria, “”finanzas funcionales”” y “”estado benefactor””.”

I. De la desocupación y la desigual distribución de la riqueza y los ingresos
Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos. Es evidente el nexo de la teoría anteriormente expuesta con lo primero; pero también es importante para lo segundo en dos aspectos.
Desde fines del siglo XIX se ha logrado considerable progreso en la eliminación de las grandes diferencias de riqueza y de ingresos por medio de la imposición directa – impuesto sobre los ingresos e impuestos sobre herencias -, especialmente en la Gran Bretaña. Muchos desearían llevar este proceso mucho más lejos, pero se lo impiden dos reflexiones: el temor de hacer de la evasión hábil un negocio demasiado atractivo y también de disminuir indebidamente el incentivo de correr riesgos; pero, principalmente, en mi opinión, por la creencia de que el crecimiento del capital depende del vigor de las razones que impulsan ahorro individual y que una gran producción de ese crecimiento depende de los ahorros que hagan los ricos de lo que les sobra.
Nuestro razonamiento no afecta la primera de estas reflexiones; pero puede modificar considerablemente la actitud que asumamos hacia la segunda, pues ya hemos visto que, mientras se mantenga la ocupación plena, el crecimiento del capital no depende en absoluto la escasa propensión a consumir, sino que, por el contrario, ésta lo estorba, y sólo en condiciones de ocupación plena, una pequeña propensión a consumir puede llevar al aumento del capital. Además, la experiencia sugiere que, en las condiciones existentes, el ahorro por medio de instituciones y de fondos de reserva es más que adecuado, y que las medidas tendientes a redistribuir los ingresos de una forma que tenga probabilidades de elevar la propensión a consumir pueden ser positivamente favorable al crecimiento del capital.
La confusión que priva en la mente del público sobre este asunto se pone de relieve por la creencia generalizada de que los impuestos sobre herencias son los responsables de la reducción de la riqueza de capital de un país.
Suponiendo que el Estado aplique los productos de estos impuestos a sus gastos ordinarios, de manera que los impuestos sobre ingreso y el consumo se reduzcan o eviten proporcionalmente, es claro que una política fiscal de altos impuestos sobre herencias tiene el efecto de aumentar la propensión a consumir de la comunidad. Pero como un crecimiento de la propensión habitual a consumir servirá en términos generales (es decir, excepto en condiciones de ocupación plena) para aumentar al mismo tiempo el aliciente para invertir, la inferencia que comúnmente se hace es precisamente la opuesta a la verdad.
De este modo nuestro razonamiento lleva a la conclusión de que, en las condiciones contemporáneas, el crecimiento de la riqueza, lejos de depender de la abstinencia de los ricos, como generalmente se supone, tiene más probabilidades de encontrar en ella un impedimento. Queda, pues eliminada una de las principales justificaciones sociales de la gran desigualdad de la riqueza. No digo que no haya otras razones, infectadas por nuestra teoría, que sean capaces de justificar cierta desigualdad en determinadas circunstancias. Pero elimina la razón más importante que hasta ahora nos ha hecho pensar en la prudencia de avanzar con cautela. Esto afecta particularmente nuestra actitud hacia los impuestos sobre herencias; porque existen ciertas justificaciones de la desigualdad de ingresos que no pueden aplicarse a la de herencias.
Por mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes desigualdades en los ingresos y en la riqueza, pero no para tan grandes disparidades como existen en la actualidad. Hay valiosas actividades humanas cuyo desarrollo exige la existencia del estímulo de hacer dinero y la atmósfera de la propiedad privada de riqueza. Además, ciertas inclinaciones humanas peligrosas pueden orientarse por cauces comparativamente inofensivos con la existencia de oportunidades para hacer dinero y tener riqueza privada, que, de no ser posible satisfacerse de este modo, pueden encontrar un desahogo en la crueldad, en temeraria ambición de poder y autoridad y otras formas de engrandecimiento personal.
Es preferible que un hombre tiranice su saldo en banco que a sus conciudadanos; y aunque se dice algunas veces que lo primero conduce a lo segundo, en ocasiones, por lo menos es una alternativa. Pero para estimular estas actividades y la satisfacción de estas inclinaciones no es necesario que se practique el juego con apuestas y riesgos tan grandes como ahora. Apuestas y riesgos mucho menores pueden servir para el caso, con el mismo resultado, tan pronto como los jugadores se acostumbre a ellos.
La tarea de transmutar la naturaleza humana no debe confundirse con la de manejarla; aunque en el estado ideal los hombres pueden haber sido enseñados, inspirados o educados de manera que no se interesen en tales apuestas, aún puede ser sensato y prudente para un estadista permitir que se practique el juego, bien que sujeto a reglas y limitaciones en tanto que el común de los hombres, o por lo menos una parte importante de la comunidad, se adhiera de hecho y fuertemente a la pasión de hacer dinero.

II. De la tasa de interés
Sin embargo, del argumento se puede sacar otra conclusión más fundamental, relacionada con las futuras desigualdades de riqueza; a saber, nuestra teoría del interés. Hasta aquí hemos encontrado la justificación de una tasa de interés moderadamente alta en la necesidad de dar suficiente estímulo al ahorro; pero hemos demostrado que la extensión del ahorro efectivo está determinada necesariamente por el volumen de inversión y que éste se fomenta por medio de una tasa de interés baja, a condición de que no intentemos alentarla de este modo más allá del nivel que corresponde a la ocupación plena. Así, lo que más nos conviene es reducir la tasa de interés hasta aquel nivel en que haya, proporcionalmente a la curva de la eficiencia marginal del capital, ocupación plena.
No puede haber duda de que este criterio servirá para hacer bajar la tasa de interés mucho más allá del nivel que hasta ahora ha privado; y, en la medida en que pueden adivinarse las diversas curvas de eficiencia marginal del capital que corresponden a cantidades crecientes de éste, es probable que la tasa de interés se reduzca en forma sostenida, si fuera posible mantener condiciones de ocupación plena con mayor o menor fijeza –desde luego, a menos que haya una modificación excesiva en la propensión global a consumir (incluyendo al Estado).
Estoy seguro de que la demanda de capital está limitada estrictamente en el sentido de que no sería difícil aumentar la existencia del mismo hasta que su eficiencia marginal descendiera a una cifra muy baja. Esto no querría decir que el uso de instrumentos de capital no costase casi nada, sino sólo que su rendimiento habría de cubrir poco más que su agotamiento por desgaste y obsolescencia, más cierto margen para cubrir el riesgo y el ejercicio de la habilidad y el juicio. En resumen, el rendimiento global de los bienes durables durante toda su vida cubriría justamente, como en el caso de los de corta duración, los costos de trabajo de la producción más un margen para el riesgo y el costo de la habilidad y la supervisión.
Ahora bien, aunque este estado de cosas sería perfectamente compatible con cierto grado de individualismo, significaría, sin embargo, la eutanasia del rentista y, en consecuencia, la del poder de opresión acumulativo del capitalista para explotar el valor de la escasez del capital. Hoy el interés no recompensa de ningún sacrificio genuino como tampoco lo hace la renta de la tierra. El propietario de capital puede obtener interés porque aquél escasea, lo mismo que el dueño de la tierra puede percibir renta debido a que su provisión es limitada; pero mientras posiblemente haya razones intrínsecas para la escasez de tierra, no las hay para la de capital. Una razón intrínseca para semejante limitación, en el sentido de un sacrificio genuino que sólo pudiera originarse por la oferta de una recompensa en forma de interés, no existiría, a la larga, excepto en el caso de que la propensión individual a consumir demostrara ser de tal carácter que el ahorro neto, en condiciones de ocupación plena, terminara antes de que el capital hubiera llegado a ser lo bastante abundante. Pero aún así, todavía sería posible que el ahorro colectivo pudiera mantenerse, por medio de la intervención del Estado, a un nivel que permitiera el crecimiento del capital hasta que dejara de ser escaso.
Veo, por tanto, el aspecto rentista del capitalismo como una fase transitoria que desaparecerá tan pronto como hay cumplido su destino y con la desaparición del aspecto rentista sufrirán un cambio radical otras muchas cosas que hay en él. Además, será una gran ventaja en el orden de los acontecimientos que defiendo, que la eutanasia del rentista, del inversionista que no tienen ninguna misión, no será algo repentino, sino una continuación gradual aunque prolongada de lo que hemos visto recientemente en Gran Bretaña, y no necesitará de un movimiento revolucionario. Por tanto, en la práctica podríamos proponernos (y esto no tiene nada imposible) lograr un aumento en el volumen de capital hasta que deje de ser escaso, de manera que el inversionista sin funciones no reciba ya bonificación alguna; y elaborar un plan de imposición directa que deje a la inteligencia, a la determinación a la habilidad ejecutiva del financiero, al empresario et hoc genus omne (que seguramente están tan orgullosos de su función que su trabajo podría obtenerse mucho más barato que ahora) servir activamente a la comunidad en condiciones razonables de remuneración.
Al mismo tiempo debemos reconocer que sólo la experiencia puede mostrar hasta qué punto la voluntad popular, incorporada al a política del Estado, debiera dirigirse al aumento y refuerzo del aliciente para invertir; y hasta qué punto es prudente estimular la propensión media a consumir, sin abandonar nuestro objetivo de privar al capital de su valor de escasez en una o dos generaciones. Puede resultar que la propensión a consumir se fortalezca con tanta facilidad por los efectos de una tasa de interés descendente, que pueda alcanzarse la ocupación plena con una tasa de acumulación poco mayor que la presente. En este caso, un plan para recargar más con impuesto a los grandes ingresos y herencias podrías estar expuesta a la objeción de que llevaría a la ocupación plena con una tasa de acumulación considerablemente inferior al nivel corriente.
No debe suponerse que yo niegue la posibilidad, o aun la probabilidad, de este resultado; porque en semejantes asuntos resulta temerario predecir cómo reaccionará la generalidad de los hombres ante un cambio en el medio ambiente. Sin embargo, si fuera fácil alcanzar una aproximación a la ocupación plena con una tasa de acumulación no mucho mayor que la presente, por lo menos se habría resuelto un problema de relieve, quedando pendiente para decidir por separado la proporción y los medios según los cuales es debido y razonable hacer un llamamiento a la generación actual para que restrinja su consumo, de manera que pueda lograrse, a través del tiempo, el estado de inversión completa para sus descendientes.

III. Del Estado
Las consecuencias de la teoría expuesta son moderadamente conservadoras en otros aspectos, pues si bien indica la importancia vital de establecer ciertos controles centrales en asuntos que actualmente se dejan casi por completo en manos de la iniciativa privada, hay muchos campos de actividad a los que no afecta. El Estado tendrá que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a consumir, a través de su sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y, quizás, por otros medios. Por otra parte, parece improbable que la influencia de la política bancaria sobre la tasa de interés sea suficiente por sí misma para determinar otra de inversión óptima. Creo, por lo tanto, que una socialización completa de las inversiones será el único medio de aproximarse a la ocupación plena; aunque esto no necesita excluir de cualquier forma, transacción o medio por los cuales la autoridad pública coopere con la iniciativa privada. Pero fuera de esto, no se aboga francamente por un sistema de socialismo de Estado que abarque la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es la propiedad de los medios de producción la que conviene al Estado asumir. Si éste es capaz de determinar el monto global de los recursos destinados a aumentar esos medios y la tasa básica de remuneración de quienes los poseen, habrá realizado todo lo que le corresponde. Además las medidas indispensables de socialización pueden introducirse gradualmente sin necesidad de romper con las tradiciones generales de la sociedad.
Nuestra crítica de la teoría económica clásica aceptada no ha consistido tanto en buscar los defectos lógicos de su análisis, como en señalar que los supuestos tácticos en que se basa se satisfacen rara vez o nunca, con la consecuencia de que no puede resolver los problemas económicos del mundo real. Pero si nuestros controles centrales logran establecer un volumen global de producción correspondiente a la ocupación plena tan aproximadamente como sea posible, la teoría clásica vuelve a cobrar fuerza de aquí en adelante. Si damos por sentado el volumen de la producción, es decir, que está determinado por fuerzas exteriores al esquema clásico de pensamiento, no hay objeción que oponer contra su análisis de la manera en que el interés personal determinará lo que se produce, en qué proporciones se combinarán los factores de la producción con tal fin y cómo se distribuirá entre ellos el valor del producto final. Des este modo, fuera de la necesidad de controles centrales para lograr el ajuste entre la propensión a consumir y el aliciente para invertir no hay más razón para socializar la vida económica que la que existía antes.
[De este modo]… no veo razón para suponer que el sistema existente emplee mal los factores de producción que se utilizan. Por supuesto que hay errores de previsión; pero éstos no podrían evitarse centralizando las decisiones. Cuando de 10 millones hombres deseosos de trabajar y hábiles para el caso están empleados 9 millones, no existe nada que permita afirmar que el trabajo de esos 9 millones esté mal empleado. La queja en contra del sistema presente no consisten en que estos 9 millones deberían estar empleados en tareas diversas, sino en que las plazas debieran ser suficientes para el millón restante de hombres. En lo que ha fallado el sistema actual ha sido en determinar el volumen del empleo efectivo y no su dirección.
[De todos modos] … seguirán siendo válidas aún las ventajas tradicionales del individualismo.
Detengámonos por un momento a recordar cuáles son estas ventajas. En parte lo son de eficacia – las de la descentralización y del juego del interés personal – . desde el punto de vista de la eficacia, las ventajas de la descentralización de las decisiones y de la responsabilidad individual son mayores aún, quizás, de lo que el siglo XIX supuso; y la reacción contra el llamado al interés personal puede haber ido demasiado lejos.
Pero, por encima de todo, el individualismo es la mejor salvaguarda de la libertad personal si puede ser purgado de sus defectos y abusos, en el sentido de que comparado con cualquier otro sistema, amplía considerablemente el campo en que puede manifestarse la facultad de elección personal también es la mejor protección de la vida variada, que brota precisamente de este extendido campo de la facultad de elección cuya pérdida es la mayor de las desgracias del estado de elección, cuya pérdida es la mayor de las desgracias del Estado homogéneo o totalitario; porque esta variedad preserva las tradiciones que encierran lo que de más seguro y venturoso escogieron las generaciones pasadas, colorea el presente con las diversificaciones de su fantasía y, siendo subordinada inseparable de la experiencia, así como de la tradición y la imaginación, es el instrumento más poderoso para mejorar el futuro.
Por consiguiente, mientras el ensanchamiento de las funciones de gobierno, que supone la tarea de ajustar la propensión al consumo a consumir con el aliciente para invertir, parecería a un publicista del siglo XIX o a un financiero estadounidense contemporáneo una limitación espantosa al individualismo, yo las defiendo, por el contrario, tanto porque son el único medio practicable de evitar la destrucción total de las formas económicas existentes, como por ser condición del funcionamiento afortunado de la iniciativa individual.
Porque si la demanda efectiva es deficiente, no sólo resulta intolerable el escándalo público de los recursos desperdiciados, sino que el empresario individual que procura ponerlos en acción opera en lucha desigual contra todas las fuerzas contrarias. El juego de azar que practica está plagado de ceros, de tal manera que los jugadores, en conjunto, perderán si tienen la energía y la fe suficientes para jugar todas las cartas. Hasta ahora el crecimiento de la riqueza mundial ha sido menor que el conjunto de ahorros positivos de los individuos, y la diferencia se ha compuesto de las pérdidas de aquellos cuyo valor e iniciativa no se han completado con habilidad excepcional o desusada buena fortuna. Pero si la demanda efectiva es adecuada, bastará con la habilidad y la buena suerte ordinarias.
Los sistemas de los Estados totalitarios de la actualidad parecen resolver el problema de la desocupación a expensas de la eficacia y la libertad. En verdad el mundo no tolerará por mucho tiempo más la desocupación que aparte de breves intervalos de excitación, va unida –y en mi opinión inevitablemente – al capitalismo individualista de estos tiempos; pero puede ser posible que la enfermedad se cure por medio de un análisis adecuado del problema, conservando al mismo tiempo la eficiencia y la libertad.

IV Del comercio internacional
De paso he dicho que el nuevo sistema podría ser más favorable a la paz de lo que ha sido el antiguo. Vale la pena repetir y subrayar ese aspecto.
La guerra tiene varias causas. los dictadores y personas semejantes, a quienes la guerra ofrece, por lo menos en calidad de esperanza, una excitación placentera, no encuentran dificultad en fomentar la belicosidad natural de sus pueblos; pero, por encima de esto, facilitando su tarea de evitar la llama popular, están las causas económicas de la guerra, es decir, el empuje de la población y la competencia por los mercados. El que interesa aquí es el segundo factor, que representó un papel predominante el siglo XIX y podría volver a representarlo.
En el capítulo anterior hice ver que, bajo el sistema de laissez-faire nacional y el patrón oro internacional, que era el ortodoxo en la segunda mitad del siglo XIX, no había medio disponible de que pudiera echar mano el gobierno para mitigar la miseria económica en el interior, excepto el de la competencia por los mercados; porque se desechaban todas las medidas que pudieran ayudar a un estado de desocupación crónica o subocupación intermitente, excepto las que servían para mejorar la balanza comercial en las partidas relativas a mercancías y servicios.
De este modo, mientras los economistas estaban acostumbrados a aplaudir el sistema internacional que prevalecía, como el que proporcionaba los frutos de la división del trabajo y armonizaba al mismo tiempo los intereses de las diversas naciones, ocultamente existía un influjo menos benigno; los estadistas que creían que si un país viejo y rico descuidaba la lucha por los mercados, su prosperidad decaería y se malograría, se encontraban bajo la influencia del sentido común y de la percepción correcta del verdadero curso de los acontecimientos. Pero si bien las naciones pueden aprender a procurarse la ocupación plena con su política interna (y, debemos añadir, si pueden lograr también el equilibrio de la tendencia de su población), no se necesita que haya fuerzas económicas importantes destinadas a enfrentar el interés de un país con el de sus vecinos, no porque esto fuese necesario para capacitarlo con el fin de pagar por lo que deseara comprar, sino con el objeto expreso de modificar el equilibrio de la balanza de pagos de manera que la balanza de comercio en su favor. El comercio internacional dejaría de ser lo que es, a saber, un expediente desesperado para mantener la ocupación en el interior, forzando las ventas en los mercados extranjeros y restringiendo las compras, lo que de tener éxito, simplemente desplazaría el problema de la desocupación hacia el vecino que estuviera peor dotado para la lucha, y vendría convertirse un libre intercambio de bienes y servicios mutuamente ventajoso.
¿Será una esperanza visionaria la realización de estas ideas? ¿Tienen raíces insuficientes en las razones que gobiernan la evolución de la sociedad política? ¿Son más fuertes y obvios los intereses que contrarían que aquellos a los que favorecen?
No intento dar respuesta en este lugar […] Pero, […] las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree.
En realidad el mundo está gobernado por poco más que eso. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto. Los maniáticos de la autoridad, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí inspirados en algún mal escritor académico de algunos años atrás.
No por cierto, en forma inmediata, sino después de un intervalo; porque en el campo de la filosofía económica y política no hay muchos que estén influidos por las nuevas teorías cuando pasan de los veinticinco o treinta años de edad, de manera que las ideas que los funcionarios públicos y políticos, y aun los agitadores, aplica a los acontecimientos actuales, no serán probablemente las más novedosas. Pero, tarde o temprano, son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros, tanto para mal como para bien.

Nació en Simbirsk (ciudad que, desde 1924 hasta 1991, se denominó Uliánovsk en su honor) el 22 de abril de 1870, hijo de un funcionario. En 1887, la policía arrestó y ejecutó a su hermano mayor Alexander por haber participado en una conspiración para asesinar al zar Alejandro III.
Cursó estudios en la Universidad de Kazán ese mismo año, pero fue expulsado al poco tiempo por participar en actividades revolucionarias radicales. Estudió las obras clásicas del pensamiento revolucionario europeo, especialmente El capital de Karl Marx. Admitido en la Universidad de San Petersburgo terminó derecho en 1891. Ejerció en la ciudad de Samara, a orillas del Volga, defendiendo a personas sin recursos, hasta que regresó a San Petersburgo en 1893.
En 1895 fue cofundador de la Unión para la Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera de San Petersburgo. Tras pasar quince meses en la cárcel, junto a una de sus compañeras, Nadiezhda Konstantinovna Krúpskaia -que se convertiría en su esposa- fue deportado a Siberia hasta 1900. Tras el destierro, escapa a Suiza y funda el periódico Iskra (La chispa) junto a Gueorgui Valentínovich Plejánov, L. Mártov y otros marxistas.
La publicación se convirtió en un instrumento de cohesión entre los socialdemócratas. Escribió su obra de teoría política, ¿Qué hacer? (1902). Su proyecto para la revolución se basaba en la existencia de un partido sometido a una férrea disciplina, compuesto por revolucionarios preparados para actuar como “vanguardia del proletariado” y conducir a las masas trabajadoras a una victoria frente al absolutismo.
Su insistencia en la importancia de la profesionalidad de los dirigentes revolucionarios dividió a los miembros del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), y en su II Congreso (1903) las diferencias se hicieron más profundas.
El grupo liderado por Lenin fue el que obtuvo la mayoría, de ahí el nombre de bolchevique (‘mayoría’ en ruso), mientras que la oposición era conocida como sector menchevique (‘minoría’ en ruso). Regresó a Rusia tras la Revolución de 1905, pero se vio obligado a abandonar nuevamente el país en 1907 ante la misma falta de apoyo que acabó con la insurrección. Lenin y los mencheviques se acusaban mutuamente de ser responsables del fracaso de la revuelta. Fue en esta época cuando escribió su principal tratado filosófico titulado Materialismo y empirocriticismo (1909).
Cuando estalló la I Guerra Mundial en 1914, Lenin se opuso a la intervención de Rusia en el conflicto alegando que supondría una lucha fratricida entre los obreros de toda Europa en beneficio de la burguesía y alentó a los socialistas a “transformar la guerra imperialista en una guerra civil”. Expuso y sistematizó la concepción marxista de la guerra en El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916), en donde defendía que únicamente una revolución que destruyera al capitalismo podría proporcionar una paz duradera.
La Revolución Rusa de marzo de 1917 (febrero según el calendario juliano) que derrocó al régimen zarista fue un acontecimiento que no había previsto, pero consiguió introducirse en el país en un tren procedente de Alemania. Después de un fallido levantamiento de los trabajadores en julio de 1917, Lenin pasó en Finlandia los meses de agosto y septiembre ocultándose del Gobierno Provisional.
Durante ese tiempo plasmó su concepción del auténtico gobierno socialista en el ensayo El Estado y la revolución, su aportación más importante a la teoría marxista, en el que abogaba por la necesidad de la “dictadura del proletariado” como elemento de superación del Estado basado en la dominación de unas clases por otras. Asimismo, solicitó en repetidas ocasiones al Comité Central del partido que promoviera una rebelión armada en la capital. Finalmente su plan fue aprobado y puesto en práctica el 7 de noviembre (el 25 de octubre según el calendario juliano).
La primera de las tres apoplejías que sufrió Lenin en mayo de 1922 le dejó incapacitado para cumplir con las obligaciones de su cargo. Nunca volvió a desempeñar un papel activo en el gobierno o en el partido. Se había recuperado parcialmente a finales de 1922, pero sufrió un segundo ataque en marzo de 1923 en el que perdió el habla. Murió el 21 de enero de 1924 en la localidad de Gorki.

Su actividad política antes de la Revolución Rusa
La muerte de Aleksandre radicalizó las posturas de Vladímir (sus biógrafos oficiales consideran este evento como el principal motivo de la acción revolucionaria de Lenin).
El mismo año de la ejecución de su hermano Aleksandre, Lenin termina sus estudios en el liceo de Simbirsk (con medalla de oro). En junio, ingresa en la Facultad de Derecho de la Universidad de Kazán, adonde se traslada con toda su familia.
En Kazán, Lenin entra en contacto con círculos revolucionarios y es detenido en diciembre del mismo año. Al día siguiente, dirige la siguiente carta al rector de la Universidad:
Considerando que no es posible continuar mis estudios en la Universidad en las actuales condiciones de la vida universitaria, tengo el honor de suplicar humildemente a Su Excelencia que disponga mi exclusión como estudiante de la Universidad Imperial de Kazán.
El 7 de diciembre de 1887, Lenin es deportado a Kokúshkino, una aldea en la provincia de Kazán, y puesto bajo vigilancia policial.
Rechazadas por las autoridades sus peticiones de readmisión en la Universidad de Kazán, así como de cursar estudios en el extranjero, al final obtiene el permiso para regresar a Kazán en octubre. De nuevo en Kazán, Lenin se ocupa en el estudio de El Capital de Karl Mark, e ingresa en un círculo marxista organizado por N. E. Fedoseyec. El año siguiente, instalado en Samara, es detenido en relación con su pertenencia a este círculo.
En junio de 1890, y tras varias solicitudes rechazadas, se le autoriza a examinarse como externo en las asignaturas de Derecho por la Universidad de San Petersburgo. En enero de 1892 consigue su diploma universitario, y ejerce como pasante de abogado en Samara. Durante este tiempo actuará como defensor en diversas causas. En julio de este año, y tras repetidas solicitudes al Tribunal Comarcal de Samara y al Departamento de Policía obtiene la certificación que le da derecho a ejercer la abogacía lo que resta del año, siéndole renovada el año siguiente. Durante este tiempo escribirá algunos textos contra los populistas (naródniki), que leerá en círculos marxistas.
En 1893 se traslada a San Petersburgo, deteniéndose en el camino en Nizhny Nóvgorod y en Moscú, donde se pone en contacto con diversos grupos marxistas. En San Petersburgo ejerce como pasante. Ese año escribe Acerca de la llamada cuestión de los mercados, que lee en los círculos marxistas.
En 1894 se traslada a Moscú, donde continuará su relación con los círculos marxistas y obreros, y seguirá trabajando en el plano teórico en contra de las ideas de los populistas. Contra ellos escribe sus obras Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas (1894) y El contenido económico del populismo y su crítica en el libro del señor Struve (1894-1895).
Por esta época comienzan sus primeros viajes por Europa, analizando los procesos revolucionarios del Viejo Continente. En 1896, sus actividades revolucionarias le ocasionarán el encarcelamiento y su destierro aa Siberia (en 1897) donde pasará tres años de su vida. En Siberia, en 1898, contraerá matrimonio con Krúpskaya. También dedicará este tiempo a redactar su voluminoso trabajo El desarrollo del capitalismo en Rusia.
En 1903, presentará sus tesis en el Partido Obrero Socialdemocráta de Rusia, que servirán para establecer un primer distanciamiento entre la fracción bolchevique y la menchevique. Posteriormente, durante la revolución de 1905, viajará desde Suiza para intentar extender el fuego revolucionario, y al no conseguirlo, optará por exiliarse en Finlandia, para pasar después una vez más a Suiza.
En el clima de reacción de los años posteriores a la revolución fallida de 1905, empezó a ejercer influencia entre los círculos socialistas rusos y alemanes una nueva filosofía, el empiriocriticismo.
Sus principales representantes fueron Mach y Avenarius. Se trataba de una filosofía pretendidamente marxista, que buscaba abandonar el materialismo inspirándose en la reciente crisis de la física y en filosofías basadas en el método científico, como el positivismo. El enfrentamiento de Lenin a esta filosofía, que calificaba de idealista y de sucesora del berkeleísmo, se concretó en una de sus más importantes obras filosóficas: Materialismo y empiriocriticismo (1908).

Teoría del reflejo
El conocimiento es reflejo de la naturaleza del hombre. Pero no se trata de un reflejo simple e inmediato, sino del proceso de una serie de abstracciones y formulaciones que abarcan de modo relativo y aproximado las leyes de la naturaleza viva y en desarrollo.
La teoría del reflejo no implica que el conocimiento sea posición definitiva y sin movimiento, pero como realista, Lenin afirma que la realidad absoluta existe y aunque nuestro conocimiento siempre sea relativo (por incompleto, perfeccionable e histórico) no debe ser confundido con el convencionalismo ni con el fenomenismo de Kant.
Se puede insistir en que ha habido y hay muchos marxismos. El marxismo de conjunto es blanco de ataques de los intelectuales de la burguesía desde siempre. También, los distintos marxismos, se combaten entre sí.
El marxismo de Lenin y Trotsky está fuertemente cuestionado por una vertiente de marxistas, en el mismo esfuerzo de miles de intelectuales y militantes marxistas por reconstruir el marxismo de conjunto ante su debilitamiento (que pretendía ser liquidación) bajo el fuego cruzado de los intelectuales burgueses. El cuestionamiento al marxismo de Lenin y Trotsky, no es sólo sobre su teoría de la revolución proletaria y del partido revolucionario marxista proletario. También es sobre la teoría marxista en sus fundamentos metodológicos. Dentro de este último terreno, se está avanzando de a pasos cautelosos.
Si en décadas pasadas se opuso el marxismo humanista al marxismo estructuralista, el marxismo dialéctico al marxismo materialista mecanicista, hoy estos cuestionamientos y enfrentamientos vuelven por sus fueros, historiando estas viejas- y actuales- disputas y posicionándose, o concentrándose en algunas categorías que las concentran. Entre estas, la llamada “teoría del reflejo”.
En este cuestionamiento, se construye una nueva tradición. Contra el aplastante peso de la divulgación (vulgarización) teórica del marxismo por parte del stalinismo, como un materialismo mecanicista y vulgar, se rescatan las elaboraciones y los combates teóricos y políticos de una vertiente del marxismo en la que se incluye principalmente a Gramsci, y también a Lukacs, Labriola, y varios otros intelectuales y dirigentes marxistas, que, tomando el nombre utilizado por Gramsci, ubican en una corriente del marxismo que llaman “filosofía de la praxis”.
El objetivo es que, contra la aplastante lápida que impuso el stalinismo, “fundamentado” en su concepción materialista mecanicista del marxismo, de “lo objetivo” para detener, impedir o liquidar directamente la acción revolucionaria, el marxismo se recree como una teoría fundamentada en la acción de un sujeto. En este esfuerzo, se afirma que no se pretende caer en la vulgarización contraria y desconocer (en un acto de pedantería intelectual) la realidad objetiva, recayendo en el subjetivismo idealista. Sin embargo, al atacar la llamada “teoría del reflejo”, creemos, se recae precisamente en esta concepción idealista sujetiva.
Este es el primer punto que se pretende plantear en forma de primeros apuntes en este artículo. El segundo punto, es cuestionar la identificación entre la versión materialista mecanicista del marxismo stalinista, con la llamada “teoría del reflejo” y con Lenin.
Se identifica a Lenin y su llamada teoría del reflejo con el marxismo materialista mecanicista y determinista. Para esto, se toman ciertas afirmaciones suyas, muy polémicas y brutales: “Nuestros machistas, que quisieran ser marxistas, se han confabulado así con singular entusiasmo contra los ‘jeroglíficos’ de Plejanov, es decir, contra la teoría según la cual las sensaciones y las ideas del hombre representan no una copia de las cosas reales y de los procesos naturales, no sus imágenes, sino signos convencionales, símbolos, jeroglíficos, etc. (…) Engels no habla de símbolos, ni de jeroglíficos, sino de copias, de fotografías, de imágenes, de reflejos de las cosas, etc.”
Sin embargo, habría que evitar generalizar y extender esta afirmación, reduciéndola a los objetivos que se planteó Lenin en este libro: mostrar lo reaccionario de Mach, que se trataba de una corriente idealista que pretendía llamarse marxista, y oponer al idealismo el materialismo. “Discípulos de Fuerbach y curtidos en la lucha contra los ‘remendones’, Marx y Engels pusieron naturalmente su atención en la terminación de la filosofía materialista, es decir, en la concepción materialista de la historia y no en la gnoseología materialista.
Por consiguiente, en sus obras sobre el materialismo dialéctico, subrayaron más la ‘dialéctica’ que el ‘materialismo’ y, al tratar del materialismo histórico, más insistieron en el aspecto ‘histórico’ que en el ‘materialista’. Nuestros machistas, deseosos de ser marxistas, han abordado el marxismo en un período de la historia diferente por completo, en el que la filosofía burguesa se ha especializado sobre todo en la gnoseología y, habiéndose asimilado bajo una forma unilateral y deformada ciertas partes constitutivas de la dialéctica (el relativismo, por ejemplo), lleva lo mejor de su atención sobre la defensa o la reconstitución del idealismo en bajo y no del idealismo en alto.
El positivismo en general y la doctrina de Mach en particular, se han preocupado sobre todo de falsificar sutilmente la gnoseología, simulando en ella el materialismo, ocultando su idealismo bajo una terminología presuntamente materialista, y sólo han consagrado muy poca atención a la filosofía de la historia. Nuestros machistas no han comprendido el marxismo por haberlo abordado en cierto modo al revés. Se han asimilado- sería a lo mejor más exacto decir que han aprendido de memoria- la teoría económica e histórica de Marx, sin haber comprendido sus fundamentos, el materialismo filosófico (…) ‘experiencia socialmente organizada’, ‘proceso colectivo del trabajo’…, esas son palabras marxistas, pero no son más que unas palabras disimuladoras de la filosofía idealista para la cual los objetos son complejos de ‘elementos’ de sensaciones, para la cual el universo exterior es una ‘experiencia’ o un ‘empiriosimbolismo’ de la humanidad, y la naturaleza física una ‘derivación’ de lo ‘psíquico’, etc, etc.
Una falsificación cada vez más sutil del marxismo y la simulación cada vez más sutil del marxismo. Por las doctrinas anti materialistas, es todo lo que caracteriza el revisionismo contemporáneo, tanto en economía política, como en las cuestiones de táctica, tanto en filosofía general como en gnoseología y en sociología”.
Y en términos puramente teóricos, limitado al problema fundamental de la filosofía: “ciertamente, la oposición entre la materia y la conciencia no tiene significado absoluto más que dentro de unos límites muy restringidos, únicamente casi en los de la cuestión gnoseológica fundamental: ¿qué es lo primordial y qué es lo secundario? Más allá de estos límites la relatividad de tal oposición no suscita duda alguna”.
Esta es la tarea que se plantea Lenin, el combate al idealismo, al igual que lo hicieron Marx y Engels, quienes, según Lenin, se ocuparon de desarrollar el materialismo sin volver a estudiar las cuestiones ya resueltas y demostrando cómo se aplica ese materialismo a las ciencias sociales.
Sin embargo, esta defensa polémica del materialismo contra el idealismo, no olvidaría ni la dialéctica, repetidas veces desarrollada en este trabajo, ni la acción de un sujeto: “plantear fuera de la práctica la cuestión de la ‘correspondencia entre la verdad objetiva y el pensamiento humano’ es entregarse a la escolástica, dice Marx en su 2ª tesis sobre Feuerbach”.
Sin embargo, Lenin no desarrollaría estas cuestiones en este trabajo. Será recién años después, y en forma de anotaciones y apuntes en un trabajo no destinado a su publicación, donde las desarrollaría, en un momento más alto de su desarrollo teórico. Estos marxistas que pretenden reconstruir un marxismo fundamentado en la acción de un sujeto en oposición a la categoría de reflejo y que critican el materialismo mecanicista de Lenin en “Materialismo y empiriocriticismo”, dan cuenta de este desarrollo del pensamiento teórico de Lenin. Igualmente, seguirán rechazando la categoría de reflejo.
Lenin dirá, comentando la Lógica de Hegel, y esto es del gusto de nuestros críticos: “la conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que lo crea. El concepto (= el hombre), como subjetivo, presupone otra vez el ser- otro que es en sí mismo (=la naturaleza independiente del hombre). Este concepto (=el hombre) es el impulso de realizarse, de darse objetividad en el mundo objetivo a través de sí mismo y de realizarse (cumplirse).
En la idea teórica (en la esfera de la teoría), el concepto subjetivo (¿conocimiento?), como lo universal indeterminado en y para sí, se opone al mundo objetivo, del cual obtiene su contenido determinado y su medio de cumplirse. En la idea práctica (en la esfera de la práctica) este concepto, como lo real (¿lo actuante?), se opone a lo real. La certidumbre de sí que el sujeto tiene en su ser en y para sí, como sujeto determinado, es una certidumbre de su propia realidad y de la irrealidad del mundo. Es decir, que el mundo no satisface al hombre y éste decide cambiarlo por medio de su actividad”. Y reafirma en el mismo sentido: “el resultado de la actividad es la prueba del conocimiento subjetivo y el criterio de la objetividad verdaderamente existente”.
Lenin, en su lectura de Hegel, resalta esencialmente su método dialéctico: “La transición del silogismo de analogía al silogismo de necesidad, del silogismo de inducción al silogismo de analogía, del silogismo de lo universal a lo individual, el silogismo de lo individual a lo universal; la exposición de la conexión y la transición (la conexión es transición): tal es la tarea de Hegel”.
Nuestros críticos de la llamada teoría del reflejo en Lenin pueden quedar contentos. Pero esto no es todo Lenin. La afirmación recién transcripta, la completa de esta manera: “Hegel demostró realmente que las formas y leyes lógicas no son una cáscara vacía, sino el reflejo del mundo objetivo. Dicho en forma correcta, no demostró sino que hizo una brillante conjetura”.
Y afirma más categóricamente: “(…) la identidad de los contrarios: en eso reside la esencia del asunto. Esa elasticidad, subjetivamente aplicada = eclecticismo y sofistería. Si se aplica objetivamente, es decir, si refleja la multilateralidad del proceso material y su unidad, tenemos la dialéctica, el reflejo correcto del eterno desarrollo del mundo”.
Lenin podrá integrar sus anteriores avances teóricos en sentido materialista (tal vez un poco unilateralmente materialista), en el nuevo desarrollo de su pensamiento teórico en un sentido dialéctico, y la categoría del reflejo es despojada de su unilateralización materialista mecanicista (así como de su unilateralización idealista). Así, resaltará el significado y el papel de la Lógica, al menos desde el punto de vista que estamos tratando: “La formación de nociones (abstractas) y las operaciones con ellas incluye ya la idea, la convicción, la conciencia de la necesidad de las leyes en la conexión universal objetiva. Es estúpido distinguir la causalidad de esa conexión.
Es imposible negar la objetividad de las nociones, la objetividad de lo universal en lo particular. Por consiguiente, Hegel es mucho más profundo que Kant y otros en lo referente a la búsqueda del reflejo del movimiento del mundo objetivo en el movimiento de los conceptos. Así como la forma simple del valor, el acto individual de intercambio de una mercancía por otra, incluye ya, en forma no desarrollada, todas las contradicciones principales del capitalismo, así la generalización más simple, la primera y más sencilla formación de conceptos (juicios, silogismos, etc.) denota ya el conocimiento cada vez más profundo del hombre en cuanto a la conexión objetiva del mundo. Aquí es preciso buscar el verdadero sentido, la significación y el papel de la Lógica de Hegel”.
Como vemos, el Lenin de los Cuadernos Filosóficos, que incluso es reivindicado parcialmente por nuestros críticos de la llamada teoría del reflejo en oposición al Lenin de “Materialismo y empiriocriticismo”, incorpora la categoría de reflejo en su estudio de la dialéctica, en la evolución de su pensamiento teórico marxista.
En este punto, se articulan sus estudios con las afirmaciones de Gramsci sobre la filosofía de la praxis desde el punto de vista que estamos tratando. Y también como vimos, la categoría del reflejo se encuentra en la máxima expresión de la dialéctica idealista, Hegel, lejos de un materialismo mecanicista.
Sin embargo, una de las categorías que someten a crítica quienes quieren reconstruir un marxismo de la acción de un sujeto, es la del reflejo, asociándola únicamente a su versión materialista mecanicista del stalinismo, y que utilizando como puente esa categoría asocian el stalinismo al leninismo (a quien de todas maneras citan como autoridad en ciertas materias, no así a Stalin, lo que de todas maneras no cambia el fondo del asunto).

El reinado de este monarca, conocido como el «rey Sol» por la brillantez de su corte, marcó uno de los momentos culminantes de la historia francesa, tanto desde el punto de vista político como cultural. Fue el máximo representante del absolutismo monárquico, que resumió en la frase «el Estado soy yo»
Al iniciarse el siglo XVIII, el sistema político predominante en Europa era el absolutismo monárquico, resultado del fortalecimiento del poder real iniciado desde finales de la Baja Edad Media. Este sistema se sustentaba esencialmente en la nobleza, que continuaba siendo el grupo dominante, propietario de la mayoría de las tierras y detentador de cargos y privilegios. La burguesía, a pesar de su enriquecimiento, carecía de influencia política y permanecía marginada de los círculos de poder. A finales del siglo XVII se produjeron en Holanda y en Inglaterra una serie de transformaciones políticas que comenzaron a limitar el poder de la monarquía y a abrir camino al parlamentarismo.
Richelieu murió en 1642 y Luis XIII en 1643, dejando el trono a su hijo de cinco años, Luis XIV. Luís XIV de Francia, nació en Saint-Germain-en-Laye, el día 5 de Septiembre de 1638, y murió el 1 de Septiembre en el Palacio de Versalles.
Llegó a tener 77 años de edad, y reinó durante 72 años. Fue primogénito y sucesor en el trono de Luís XIII, su madre era Ana de Austria (hija del rey Felipe III de España) y su hermano fue Felipe I Duque de Orleans. Pero lo más importante de todo, sin duda alguna, es que fue el mayor monarca absoluto e ilustrado de todos los tiempos. Los padres de Luís XIV, que llevaban veintitrés años sin conseguir descendencia, así que para ellos fue una bendición el nacimiento de Luís XIV.
Fue bautizado con el nombre de Luis-Dieudonné (Luís cedido por Dios). A la muerte de Luís XIII en 1643, su hijo Luís XIV sube al trono el 14 de Mayo de 1643 con 5 años de edad. Pero la madre de Luís XIV, Ana de Austria, anuló el testamento de Luís XIII y ella se quedó como regente en Francia, poniendo como Primer Ministro al italiano Cardenal Mazarino, el cual era odiado por la mayoría de políticos franceses. Al terminar la Guerra de los Treinta Años, en el año 1648, tuvo lugar en Francia la Fronda (guerra civil francesa). Pero debido al peligro que corría la familia real, Ana huyó de París con Luís XIV y sus cortesanos. La firma de la Paz de Westafalia permitió al ejército francés volver a ayudar a Luis XIV y su corte real.
Tuvo un largo reinado efectivo de más de media centuria (1661-1715), después de una prolongada minoridad bajo la regencia de su madre, la española Ana de Austria (1643-61). La regencia se vio turbada por la sublevación popular que rubricó la oposición de los Parlamentos y de la nobleza contra la centralización ministerial, tratando de oponer a ella una doctrina constitucional de la monarquía que ponía límites al absolutismo real en beneficio de los estamentos privilegiados del reino tenía 10 años cuando comenzó la guerra civil, y 15 cuando concluyó; en su mente quedó un recuerdo negro que determinaría su futuro autoritarismo.
El abandono de la indócil París por su corte reverencia) y suntuosa de Versalles, el gran palacio y parque realizados por Le Vau y Le Nótre y decorado por Lebrun, Coysevox y Girardon; la ofensiva sistemática contra el poder político de la nobleza; la humillación de los Parlamentos, privándolos de la función política de deliberar sobre los edictos del rey; el gusto, en fin, por el poder personal y la obediencia reverencia) de cuantos le rodeaban, nacieron en él como reacción contra la debilidad de la realeza en los días de su minoridad
Su carácter y su sistema. Aunque declarado legalmente mayor de edad a los 13 años (1651), L. no comenzó de hecho su reinado personal hasta los 23 (1661), el mismo día de la muerte de Mazarino (v.), el primer ministro italiano que le educó en los secretos de la política. Desde entonces se ocupó personalmente de los asuntos de Estado, cumpliendo hasta el día de su muerte la palabra dada de «ser él su propio primer ministro». Tuvo colaboradores eficaces, y con facultades de decisión en sus respectivos cometidos, pero contrapesados entre sí y sometidos a la definitiva sanción del rey, único que centralizaba la labor de todos los ministerios.
Luis puso al servicio de esta imponente tarea su enorme capacidad de trabajo, su sólido sentido común la única cualidad imprescindible para un rey, decía y, sobre todo, su inmensa vocación por el oficio de rey, que jamás le abandonó. En Versalles reunió su trabajo y sus placeres, sólo separados por el horario estricto de cada día; con un reloj y un calendario, podía asegurarse lo que hacía en cada instante. Reparte su tiempo con absoluta regularidad entre el trabajo y los placeres, entre los consejos y la caza, el baile y el amor, los amores juveniles (Olimpia Mancini, María Mancini, Luisa de La Valliére) o los de su madurez (Mme. de Montespan, Mme. de Maintenon, esta última convertida en esposa del rey por un matrimonio secreto realizado en el invierno de 1863-64, meses después del fallecimiento de su primera esposa, la española María Teresa de Austria).
Hasta 1678 se limitó a proseguir la línea emprendida por el cardenal Richelieu, en el sentido de asegurar para Francia la frontera noreste.
Actuó, primero, en la llamada guerra de Devolución (1667-1668), por la que Francia obtuvo, en la paz de Aquisgrán (1668), una serie de plazas importantes en la línea fronteriza con los Países Bajos.
Más tarde, la guerra de Holanda dio origen, desde 1673, a la constitución de la Gran Alianza de La Haya, opuesta a la política expansionista de Francia.
La paz de Nimega pone fin a la guerra, y Luis XIV retiene las regiones de Lorena y el Franco Condado. Emprende luego otra serie de guerras en el exterior, que lo enemistan con casi todas las potencias vecinas.
Mientras continuaba el expansionismo francés, otro hecho se dejó sentir sobre el pueblo y el gobierno de Luis XIV: la instalación con su fastuosa corte en el Palacio de Versalles, en 1682.
Con posterioridad, los problemas religiosos con los protestantes se agudizaron, ya que al mismo tiempo que sus ejércitos combatían a los protestantes holandeses, él negaba la libertad religiosa a los hugonotes y reforzaba el control sobre el clero católico. En 1685, decidido a lograr la conversión de los hugonotes, revocó el Edicto de Nantes, y envió a más de 200 mil al exilio, dando paso a la rebelión de los camisards (campesinos protestantes de la región de las Cévennes).
El carácter agresivo del monarca provocó la oposición de muchos, característica que lo lleva a enviar, en 1688, un ejército a Renania (Baviera), con el fin de reclamar el Palatinado para su cuñada, Isabel Carlota de Baviera. Esta guerra con la Liga de Augsburgo (alianza defensiva organizada por el emperador Leopoldo I, con Suecia, España, Baviera, Palatinado y otros Estados germánicos) evidenció las graves deficiencias del ejército de Luis XIV. Es entonces cuando el monarca tiene que ceder a la presión europea, con acciones como la abolición de los cuatro artículos, la renuncia a los Países Bajos y el reconocimiento de Guillermo de Orange como rey de Inglaterra.
Los cuatro artículos aparecen en la Declaratio Cleri Gallicani (Declaración del Clero Francés) aprobada en 1682. En primer término, esta sostenía que los reyes y soberanos no estaban sometidos a ningún poder eclesiástico, por orden de Dios, en las cosas temporales; en segundo lugar, defendía la superioridad del Concilio sobre el papa, restringiendo su autoridad a los cánones eclesiásticos, y quedando sometidas sus decisiones a la aceptación de la Iglesia universal, incluso en cuestiones de fe.
Más tarde, a raíz de una nueva guerra europea, esta vez desatada por el problema sucesorio de la corona hispánica, se acentuó la crisis económica y social en el interior y corazón del reino. Luego, por las paces de Utrecht (1713) y Rastatt (1714) aseguró el trono de España para su nieto Felipe de Anjou, quien reinó con el nombre de Felipe V. Su última empresa militar fue la guerra de Sucesión española.

El Palacio de Versalles
El rey francés Luis XIV construyó el Palacio de Versalles para mantener a sus nobles y a sus funcionarios de gobierno bajo su control. Versalles se convirtió en el símbolo europeo del absolutismo. El palacio está situado a unos 18 kilómetros al suroeste de París. Originalmente se trataba de un pequeño pabellón de caza de la familia real, que Luis XIV transformó en la jaula dorada de sus cortesanos.
Durante los 70 años del reinado de Luis XIV, uno de los reinados más largos de la historia europea, Versalles se convirtió en la sede del gobierno francés. La aristocracia francesa acudía al palacio, donde tomaba parte en las decisiones intrincadas del gobierno, todas ellas diseñadas para resaltar el poder absoluto del rey.
Versalles fue construido en 1624 por el padre de Luis XIV. Cuando Luis consiguió la mayoría de edad en 1661, se dedicó a la construcción de un palacio digno de su poder y de su imagen de Rey Sol. Al igual que sobre el Sol giran todos los planetas, Luis XIV hizo que alrededor de él giraran su corte, los nobles y funcionarios del gobierno francés.
Durante los 60 años siguientes, Luis XIV fue ampliando sucesivamente el palacio original. En 1680 había empleado un total de 36.000 albañiles, que habían añadido nuevas dependencias. Definitivamente, en 1682, la sede del gobierno francés fue trasladada a Versalles.
En Versalles se puede apreciar un gran cuidado en el detalle y el diseño. El palacio está lleno de referencias simbólicas, tanto por dentro como por fuera. Monarcas de toda Europa llegaron hasta aquí para maravillarse ante la belleza del edificio, y luego regresaron a sus países con la idea y la intención de duplicarlo. Una de las salas más famosas de Versalles es el Salón de los Espejos, lleno de cristales, y que se utiliza para las visitas de Estado.
Fuera, tres avenidas convergen en la Plaza de Armas frente al palacio. Andre Le Notre diseñó los grandes jardines de Versalles. Las estatuas alegóricas fueron distribuidas entre la selva de naturaleza y en los jardines. La decoración interior ayudó a establecer la reputación francesa por el buen gusto y la moda.
Realmente la grandeza del Palacio de Versalles fue más la norma que la comodidad. Mientras que la realeza y sus favoritos vivían en la opulencia, los demás miembros de la corte vivían en las habitaciones más pequeñas. En verano hacía mucho calor en palacio, mientras que los inviernos eran muy fríos. El palacio era una ciudad en sí mismo. Intermediarios, funcionarios públicos, empleados domésticos y todos los asistentes reales vivían en el palacio bajo las estrictas normas diarias de Luis XIV.
Luis XIV no construyó Versalles por el hecho de tener una residencia bonita y maravillosa. Su intención era mantener a sus nobles y su corte bajo su poder supremo. En Europa, por aquella época, era común ver cómo los monarcas tenían que luchar contra los traidores que surgían de su propia corte. En Inglaterra, el pueblo había decapitado a su propio rey, Carlos I. Luis quería asegurarse que todas las personas poderosas de Francia se encontraban junto a él. Así creó Versalles y todos los rituales de la corte, para poderlos mantener siempre ocupados. Pero claro, no resultaba nada barato mantener el ritmo de vida del Rey Sol. Se necesitaba mucho dinero para hacer caso de sus caprichos, entre los que se encontraban la ropa y las mujeres.
La corte de Luis XIV no se atrevía a levantarse contra el rey. Esta es una de las razones por las que el absolutismo se mantuvo tan fuerte en Francia. La montablemente, sin embargo, el nieto de Luis XIV, Luis XVI, carecía de la astucia política de su abuelo, y no pudo mantener el trazado y la planificación de Luis XIV, cayendo con la Revolución Francesa.

Tres hombres contribuyeron al triunfo del absolutismo en Francia
El cardenal Richelieu: (1582-1642): primer ministro y principal consejero de Luis XIII (1610-1643), restauró la autoridad del monarca mediante la represión de los hugonotes (protestantes), que se habían sublevado en 1625, y la limitación del poder de la alta nobleza con el nombramiento de gobernadores en las provincias. En política exterior, intentó reforzar el papel de Francia como potencia europea mediante la alianza con los enemigos de la Casa de Habsburgo.
El cardenal Mazarino: (1602-1661): primer ministro durante la minoría de edad de Luis XIV (1643-1715), continuó la línea del cardenal Richelieu. Su política centralizadora originó la sublevación de la Fronda (1648-1652), impulsada por el Parlamento de París y secundada por los nobles con el objetivo de limitar los poderes de la monarquía.
Jean-Baptiste Colbert: (1619-1683): ministro de Hacienda de Luis XIV, se encargó de poner en orden las finanzas reales y de promover el enriquecimiento del Estado. Inspirado por el mercantilismo, impulsó las exportaciones de productos manufacturados franceses como medio para atraer el oro y la plata de otros países. Para ello ordenó construir fábricas y una gran flota mercante y de guerra, e impulsó la fundación de colonias en ultramar.

Absolutismo Monárquico
Doctrina política y forma de gobierno que tiene como principal objetivo el control total del Estado y la ausencia de poderes alternativos al que reclama para sí el derecho ¡limitado a gobernar. Su principal manifestación histórica, el Absolutismo monárquico, se caracterizó por la aspiración del rey a personificar la soberanía. Como consecuencia, el Estado, que ya en el siglo XV había comenzado a dotarse de una organización relativamente moderna, quedaba gobernado de forma centralizada y sin constreñimientos legales, consuetudinarios o feudales.
Todos los reinos europeos, salvo Gran Bretaña y los Países Bajos, sufrieron experiencias absolutistas que evolucionaron en el siglo XVIII hacia formas más ilustradas pero aún despóticas. Contra las instituciones sociales y políticas de ese Ancien Régime, se desencadenaron las subsiguientes revoluciones liberales que introdujeron límites al poder a través de las constituciones.
A diferencia del totalitarismo, el poder no se ejerce en el absolutismo de manera arbitrada o injustificada sino que está fundamentado teóricamente por razones teológicas o racionalistas. La segunda de estas orientaciones es la plasmada en los escritos de Maquiavelo y, sobre todo, en el pensamiento de Hobbes, quien sostenía que los hombres, agresivos y ambiciosos por naturaleza, se encuentran siempre en situación de lucha y de competencia.
Como estas antisociales inclinaciones llevan a la destrucción, los individuos son también capaces de aplicar racionalmente su egoísmo para asegurar la supervivencia y evitar que la vida sea «solitaria, pobre, sucia, brutal y corta». Lo hacen por medio de un pacto ficticio en el que renuncian a tomar la justicia por su mano y acuerdan someterse a un soberano, al que invisten con los máximos poderes, que puede así aplicar las sanciones necesarias para el mantenimiento del orden y la paz.
Por su parte, la concepción teológica del absolutismo supone la procedencia divina de la autoridad civil, por lo que se considera sacrílego cualquier tipo de rebelión en contra de la corona. La única responsabilidad exigible a ésta es la que proviene de Dios y nadie de entre sus súbditos estaría capacitado para someterla a juicio.
Entre los defensores de esta visión divina de las atribuciones reales, tradicionalmente asociada a los monarcas católicos de la Europa del barroco, se encuentran los protestantes Lutero y Calvino, que también propugnaron la obediencia pasiva.
Las teorías medievales del derecho divino suponían el poder dividido, por voluntad de Dios, en dos grandes brazos: espiritual y temporal. La iglesia, y a su cabeza el pontífice de Roma, se reservaba la potestad sobre los asuntos espirituales, mientras que el poder temporal era ejercido por otras instituciones, encabezadas por el rey. Aun cuando los conflictos entre ambas autoridades fueron continuos, a fines de la edad media origen divino del poder real era comúnmente admitido por los tratadistas y el pueblo. Sin embargo, la potestad real estaba limitada por fueros, leyes y privilegios de muy variado signo.
A fines del siglo XVI cobró fuerza el fenómeno nacional, en íntima relación con el cual nació el absolutismo. Con el desarrollo de éste, el rey no sólo tendió a asumir la totalidad del poder temporal, sino que pretendió convertirse en cabeza de una iglesia nacional. Aunque en las monarquías que siguieron fieles a Roma se incrementó la injerencia del soberano en los asuntos eclesiásticos, ésta no llegó a afirmarse por completo. En los países en los que triunfó, la reforma dio pie, sin embargo, a la creación de iglesias nacionales, encabezadas por los monarcas correspondientes. La teoría del origen divino del poder real fue aceptada y apoyada decididamente por Lutero y Calvino, cuyas doctrinas ofrecieron a los gobernantes la oportunidad de sustituir por el suyo propio el poder de la iglesia romana.
Han visto la luz diversas teorías que explican el surgimiento del absolutismo en la Europa renacentista. Parece evidente que los nuevos medios de guerra – armas de fuego y tácticas de ataque y defensa muy elaborada – requerían la constitución de ejércitos profesionales y permanentes, con la consiguiente inversión de unos medios económicos que la nobleza feudal no estaba en condiciones de aportar. El incremento del comercio y las comunicaciones resultó decisivo para la consolidación de grandes estados nacionales como Francia, España e Inglaterra, que desde un primer momento estuvieron estrechamente ligados a las monarquías reinantes. Se produjo así un proceso de anulación de los privilegios locales y regionales, y la transferencia de sus jurisdicciones y poderes a las instituciones encabezadas por el monarca.
Para poner orden en la fragmentada sociedad medieval, los gobernantes de los nuevos estados necesitaban centralizar todos los poderes. Con tal objeto se desarrolló una burocracia.

Causas religiosas del absolutismo:

    • a) El recuerdo de las guerras de religión está todavía vivo. No cabe duda de que en una y otra parte se lanzan violentos ataques contra el absolutismo; pero, en definitiva, el absolutismo sale reforzado de ellos. En los países desgarrados por la guerra la mayoría de la población sólo aspira a la paz, contando con el monarca para garantizarla.
    b) Tanto en Inglaterra como en Francia se manifiesta un sentimiento común de independencia respecto al Papado. Mientras que Inglaterra permanece fiel al anglicanismo, el galicanismo es la doctrina oficial de la Monarquía de los Parlamentos y de los obispos de Francia. La declaración de 1682 significa a este respecto el remate de una larga evolución. El triunfo del galicanismo frente a las teorías ultramontanas libera a la Monarquía de todo sentimiento de obediencia respecto a Roma. Anglicanismo y galicanismo caminan en la dirección del absolutismo.

Causas políticas:

    • a) Los Movimientos revolucionarios contribuyen a reforzar el Poder, a hacer sentir la necesidad de orden y de la paz no sólo en los círculos gobernantes, sino en los medios populares. La dictadura de Cromwell sigue a la revolución de 1649, y el absolutismo de Luis XIV está profundamente marcado por el recuerdo de la Fronda. El tema de la paz civil domina el pensamiento político del siglo XVII, en especial el de Hobbes.
    b) Las guerras, sin embargo, se suceden a lo largo del siglo, exigiendo una concentración y un reforzamiento del Poder. En lo inmediato consolidan el absolutismo, pero a la larga contribuyen a destruirlo. De esta forma el peligro exterior favoreció, sin duda, el absolutismo de Richelieu; pero las guerras de finales de siglo precipitaron el ocaso del absolutismo francés y el nacimiento del liberalismo europeo.

En Francia, desde Luis XI; en Inglaterra, a partir de los dos primeros Tudor, y en la España de Fernando e Isabel, la autoridad del rey no cesa de afirmarse. El impuesto permanente, el ejército permanente y la multiplicación de los funcionarios reales dan forma a un Gobierno central y a una Administración provincial que controlan a las autoridades locales o las substituyen. A estos rasgos corresponden una adhesión o una resignación por parte de los súbditos.
Esta modernización no rebasa ciertos límites; a pesar de sus tendencias autoritarias y centralizadoras, los Gobiernos han de tener en cuenta numerosos particularismos y han de respetar, en la forma y a veces en el fondo, las franquicias de las colectividades urbanas o provinciales.
La corriente favorable al absolutismo monárquico es más fácil de seguir, a pesar de la diversidad de sus aspectos. Se trata, en primer lugar, de la aceptación tradicional y, por así decirlo, natural de la autoridad existente, de la obediencia enseñada desde hace siglos por la Iglesia; numerosos autores laicos y eclesiásticos repiten incansablemente la necesidad de esa aceptación, ocupando este tema un lugar predominante en la literatura política inglesa de la primera mitad del siglo XVI.
Francia gozó después de la guerra de los Cien Años de una mayor estabilidad política. La monarquía tenía un prestigio casi místico, el del rey taumaturgo, ungido de la Sainte Ampoule y que cura las escrófulas. Sobre este fondo de creencias populares, algunos panegiristas bordan, en provecho de grupos sociales más restringidos, variaciones de alcance principalmente literario: simbología de las flores de lis, leyenda troyana destinada a exaltar la línea real y que será más tarde ilustrada laboriosamente por la Franciade de Ronsard.
Cabe considerarlas como una trasposición, en otros registros, del pensamiento de los doctores y licenciados in utroque iure que pulen a placer definiciones y comentarios sobre el poder real, sin gran originalidad por lo demás, ya que todos beben en las mismas fuentes clásicas del derecho romano (cuyas sentencias la Edad Media no ha bía ignorado), incluso cuando concuerdan poco con la realidad política del momento. El rey es emperador en su reino; aunque esta frase también se utiliza en Inglaterra, en Francia, donde la tradición de los legistas posee mucho vigor, se la acompaña con desarrollo de mayor profundidad.

Factores decisivos
Los inicios de la Edad Moderna coinciden con la creciente consolidación de los Estados nacionales. La poliarquía medieval resulta paulatinamente reemplazada por comunidades centralizadas en las que los intereses nacionales prevalecen sobre las particularidades locales.
El Rey ya no es un primus inter pares. Se presenta ahora como cabeza de un estado nacional con límites territoriales cada vez más precisos. Surge la noción jurídica de “frontera”, desaparecen los llamados “espacios vacios” y comienza a desarrollarse una verdadera cartografía terrestre.
Las casas reinantes comienzan a requerir un número creciente de colaboradores que integran las primeras burocracias estatales. En el siglo XV los estados italianos crean, con carácter estable, la diplomacia. A partir del siglo XVI las monarquías europeas establecen embajadas estables que frecuentemente son asignadas a la alta nobleza.
Este proceso de centralización se cumple bajo el signo del absolutismo. El desconocimiento de la autoridad religiosa del sucesor de Pedro, el Romano Pontífice, mueve a reyes y príncipes a asumir atribuciones religiosas. Los límites derivados de la distinción entre lo que es de Dios y lo que pertenece al César comienzan a esfumarse, generando abusos y despotismo. Tales tendencias son manifiestas en la primera etapa del protestantismo. Pero también en monarquías católicas como las de Francia y España aparecen corrientes que llevan en embrión desviaciones cesaro papistas. El Concordato de Bolonia (1516) otorga a los reyes de Francia el derecho de resentación” de obispos y abades. Y en España los Reyes Católicos y luego Carlos V obtienen el reconocimiento del Real Patronato.
El aumento del poder real -observa Vázquez de Prada-, que venía a significar mayor eficacia del Estado, se hizo a costa de la nobleza. Sus miembros, al disminuir sus prerrogativas locales, optaron frecuentemente por incorporarse a los cargos y oficios reales de la Corte. En los cargos administrativos fueron designados a menudo hombres egresados de las universidades que pertenecían a los estratos burgueses. El pueblo llano, por su parte, no opuso dificultades al avance de la autoridad real, y poco a poco los monarcas quedaron como árbitros entre los distintos cuerpos sociales.
Otros factores contribuyen a consolidar el poder absoluto de los reyes: el comercio internacional, la expansión de las monarquías europeas hacia América, África y Asia y las nuevas técnicas de guerra, fundadas en el empleo de la pólvora que torna vulnerables a las hasta entonces inexpugnables castillos de los señores feudales. Pero de mayor importancia son los factores ideológicos: la obediencia pasiva predicada por algunos reformadores, el amoralismo de los discípulos de Maquiavelo y las doctrinas francesas que tienden a afirmar el poder real para superar las divisiones derivadas de las guerras de religión.
Por lo demás, desde los siglos XIV y XV, se incubaba un ruptura de la síntesis elaborada por Alberto Magno, Tomás de Aquino y sus discípulos. Las últimas fases de la filosofía del Medioevo apunta Bidart Campos- habían disociado dos ámbitos que hasta entonces estaban íntimamente vinculados: el de la filosofía y el de la teología, la razón de la fe, la naturaleza y la gracia. En lo específicamente político esa ruptura impulsará a prescindir de los límites éticos que deben observar gobernantes y gobernados, estableciéndose de esta forma las bases de los totalitarismos contemporáneos.

Luis XVI Nieto de Luis XV y último de la dinastía, Luis XVI Augusto nació en Versalles, en París, en 1754.
Su infancia transcurrió entre el boato de la corte y la esmerada educación propia de los miembros de la realeza, especialmente en su caso, como heredero al trono. A muy corta edad se inició en las actividades de equitación y cacería, que a la postre se convertirían en sus más apreciados pasatiempos.
En 1769, Luis XV solicitó formalmente a la archiduquesa María Teresa de Austria, la mano de su hija María Antonieta para el joven Augusto, delfín y futuro rey de Francia, que tenía a la sazón 15 años. Su futura esposa tenía 14. Finalmente se casaron en Versalles el 16 de mayo de 1770.
El primer vástago resultó ser una niña, la princesa María Teresa, que llegó hasta ocho años después del matrimonio, cuando ya habían asumido el trono. Pero mientras eso ocurría, el delfín parecía poco preocupado por los asuntos del reino que heredaría; dedicaba su tiempo a la equitación y la cacería, mientras su esposa empezaba a mostrar los improperios y excentricidades que caracterizaron su conducta desde la infancia. A la muerte de Luis XV en 1774, el delfín asumió el trono con el nombre de Luis XVI. Tenía entonces 20 años y fue acogido con entusiasmo y regocijo como una esperanza para la nación.
A Luis XVI se debió el reconocimiento de independencia para las colonias inglesas en América del Norte, además de que a sus gestiones y la firma del Tratado de Versalles, se debió la devolución de los territorios de Senegal, Tobago y Santa Lucía. Sin embargo, los historiadores aseguran que la gran mayoría de sus aciertos fueron fraguados por sus asesores y consejeros.
Maria Antonieta Reina de Francia. Decimoquinta hija de los emperadores de Austria, Maria Teresa y Francisco I. En 1770 contrajo matrimonio con el delfín de Francia, Luis, que subió al trono en 1774 con el nombre de Luis XVI. No obstante, la nueva soberana de Francia nunca tuvo a su marido en gran estima, y mucho menos estuvo enamorado de él.
Mujer frívola y voluble, de gustos caros y rodeados de una camarilla intrigante, pronto se ganó fama de reaccionaria y despilfarradora. Ejerció una fuerte influencia política sobre su marido y, en consecuencia, sobre todo el país. En 1781 tuvo a su primer hijo varón, y a partir de entonces residió en el palacio independiente de Trianon. Dejó de recibir en audiencia a la nobleza, acentuando la animadversión de las clases altas hacia su persona.
Ignoró la crisis financiera por que atravesaba el país y desautorizó las reformas liberales de Turgot y Necker. No tuvo contemplaciones con las masas hambrientas que se concentraban ante el palacio de Versalles y envió contra ellas a sus tropas. El pueblo siempre pensó que su reina servía a los intereses austriacos.

Para describir a Marx debemos hacer justicia en que a pesar de que se lo relaciona principalmente con la profesión económica, el fue mucho más que un economista, destacándose como sociólogo, filósofo y sobre todo un revolucionario, titulo este último, que nos hace entender el porque de su inclinación a promover los cambios en la sociedad que consideraba necesarios, en vez de contentarse con la interpretación y análisis de la realidad. Para esto planteaba que se debía adelantar una revolución de alcances profundos en las bases del orden instituido en lugar de aisladas demostraciones de inconformismo que a la final no eran de mayor trascendencia.
Su principal obra fue Das Kapital, pero también es muy recordado por The Communist Manifesto que escribió junto con Engels. En su obra es obvio que el principal interés es el de mostrar claramente las llamadas leyes de la dinámica del capitalismo, es decir que planteo un enfoque dinámico del estadio de los cambios dentro de la economía capitalista.
Las anteriores características son ya bastante diferentes de las que los representantes clásicos habían manifestado, pero no son las únicas; de hecho la esencia del pensamiento marxista es una interesante combinación del pensamiento utópico francés, los elementos de la teoría clásica ortodoxa, y la filosofía de la dialéctica de Hegel
Para resumir; Marx siguió los lineamientos básicos de la filosofía hegeliana de la tesis, antítesis y síntesis, para explicar el desenvolvimiento de la historia, que según esta corriente no se comportaba de manera cíclica, sino que se avanzaba en línea recta, con la diferencia que para Marx los cambios se sucedían en la materia y no en el mundo de las ideas, ya que para el era en la materia donde se encontraban las semillas de la discordia en el proceso. Por esto este método se conoce como el Materialismo Dialéctico. Carlos Marx, nació el 5 de mayo de 1818 en Tréveris (ciudad de la Prusia renana). Su padre era un abogado judío convertido al protestantismo en 1824. Su familia era acomodada y culta, aunque no revolucionaria.
Después de cursar en Tréveris los estudios de bachillerato, Marx se matriculó en la Universidad, primero en la de Bonn y luego en la de Berlín, siguiendo la carrera de Derecho, mas estudiando sobre todo Historia y Filosofía. Terminados sus estudios universitarios, en 1841, presentó una tesis sobre la filosofía de Epicuro. Sus ideas eran todavía entonces las de un idealista hegeliano. En Berlín se acercó al círculo de los “hegelianos de izquierda” (Bruno Bauer y otros), que intentaban sacar de la filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias.
Después de cursar sus estudios universitarios, Marx se trasladó a Bonn, con la intención de hacerse profesor. Pero la política reaccionaria de un gobierno – que en 1832 había despojado de la cátedra a Ludwig Feuerbach, negándole nuevamente la entrada en las aulas en 1836, y que en 1841 retiró al joven profesor Bruno Bauer el derecho a enseñar desde la cátedra de Bonn- le obligó a renunciar a la carrera académica.
En esta época, las ideas de los hegelianos de izquierda hacían rápidos progresos en Alemania. Fue Ludwig Feuerbach quien, sobre todo a partir de 1836, se entregó a la crítica de la teología, comenzando a orientarse hacia el materialismo, que en 184I (La esencia del cristianismo) triunfa resueltamente en sus doctrinas; en 1836 ven la luz sus Principios de la filosofía del porvenir. “Hay que haber vivido la influencia liberadora” de estos libros, escribe Engels años más tarde refiriéndose a esas obras de Feuerbach. “Nosotros” (es decir, los hegelianos de izquierda, entre ellos Marx) “nos hicimos al momento feuerbachianos
Por aquel entonces, los burgueses radicales renanos, que tenían ciertos puntos de contacto con los hegelianos de izquierda, fundaron en Colonia un periódico de oposición, la Gaceta del Rín (que comenzó a publicarse el 1º de enero de 1842). Sus principales colaboradores eran Marx y Bruno Bauer; en octubre de 1842, Marx fue nombrado redactor jefe del periódico y se trasladó de Bonn a Colonia. Bajo la dirección de Marx, la tendencia democrática revolucionaria del periódico fue acentuándose, y el gobierno lo sometió primero a una doble y luego a una triple censura, para acabar ordenando su total supresión a partir del 1º de enero de 1843. Marx vióse obligado a abandonar antes de esa fecha su puesto de redactor jefe, pero la separación no logró tampoco salvar el periódico, que dejó de publicarse en marzo de 1843.
Entre los artículos más importantes, publicados por Marx en la Gaceta del Rin, Engels menciona, además de los que citamos más abajo el que se refiere a la situación de los campesinos viticultores del valle del Mosela. Como las actividades periodísticas le habían revelado que no disponía de los necesarios conocimientos de economía política, se aplicó ardorosamente al estudio de esta ciencia.
En 1843, Marx se casó en Kreuznach con Jenny von Westphalen, amiga suya de la infancia, con quien se había prometido ya de estudiante. Pertenecía su mujer a una reaccionaria y aristocrática familia prusiana. Su hermano mayor fue ministro de la Gobernación en Prusia durante una de las épocas más reaccionarias, de 1850 a 1858. En el otoño de 1843, Marx se trasladó a París, con el propósito de editar allí, desde el extranjero, una revista de tipo radical en colaboración con Arnoldo Ruge (1802-1880; hegeliano de izquierda, encarcelado de 1825 a 1830, emigrado después de 1848, y bismarckiano después de 1866-1870). De esta revista, titulada Anales franco-alemanes, sólo llegó a ver la luz el primer cuaderno. La publicación hubo de interrumpirse a consecuencia de las dificultades con que tropezaba su difusión clandestina en Alemania y de las discrepancias de criterio surgidas entre Marx y Ruge. Los artículos de Marx en los Anales nos muestran ya al revolucionario que proclama la “crítica despiadada de todo lo existente”, y, en especial, la crítica de las armas”, apelando a las masas y al proletariado.
En septiembre de 1844 pasó unos días en París Federico Engels, que es a partir de este momento el amigo más íntimo de Marx. Ambos tomaron conjuntamente parte activísima en la vida, febril por aquel entonces, de los grupos revolucionarios de París (especial importancia revestía la doctrina de Proudhon, a la que Marx sometió a una crítica demoledora en su obra Miseria de la Filosofía, publicada en 1847) y, en lucha enérgica contra las diversas doctrinas del socialismo pequeñoburgués, construyeron la teoría y la táctica del socialismo proletario revolucionario o comunismo (marxismo). Véanse las obras de Marx correspondientes a esta época, 1844-1848, más abajo, en la Bibliografía. En 1845, a petición del gobierno prusiano, Marx fue expulsado de París como revolucionario? peligroso, y fijó su residencia en Bruselas.
En la primavera de 1847, Marx y Engels se afiliaron a una sociedad secreta de propaganda, la “Liga de los Comunistas” y tomaron parte destacada en el II Congreso de esta organización (celebrado en Londres, en noviembre de 1847), donde se les confió la redacción del famoso Manifiesto del Partido Comunista, que vio la luz en febrero de 1848. Esta obra expone, con una claridad y una brillantez geniales, la nueva concepción del mundo, el materialismo consecuente aplicado también al campo de la vida social, la dialéctica como la más completa y profunda doctrina del desarrollo, la teoría de la lucha de clases y del papel revolucionario histórico mundial del proletariado como creador de una sociedad nueva, de la sociedad comunista.
Al estallar la revolución de febrero de 1848, Marx fue expulsado de Bélgica y se trasladó nuevamente a París, desde donde, después de la revolución de marzo pasó a Alemania, estableciéndose en Colonia. Del 1 de junio de 1848 al 19 de mayo de 1849 se publicó en esta ciudad la Nueva Gaceta del Rin, que tenía a Marx de redactor jefe. El curso de los acontecimientos revolucionarios de 1848 y 1849 vino a confirmar de un modo brillante la nueva teoría, como habían de confirmarla también en lo sucesivo todos los movimientos proletarios y democráticos de todos los países del mundo. Triunfante la contrarrevolución, Marx hubo de comparecer ante los tribunales y, si bien resultó absuelto (el 9 de febrero de 1849), posteriormente fue expulsado de Alemania (16 de mayo de 1849). Vivió en París durante algún tiempo, pero, expulsado nuevamente de esta capital después de la manifestación de 13 de junio de 1849 fue a instalarse a Londres, donde pasó ya el resto de su vida.
Las condiciones de vida en la emigración eran extraordinariamente penosas, como lo prueba especialmente la correspondencia entre Marx y Engels (editada en 1913). La miseria llegó a pesar de un modo verdaderamente asfixiante sobre Marx y su familia; a no ser por la constante y altruista ayuda económica de Engels, Marx no sólo no habría podido llevar a término
El Capital, sino que habría sucumbido fatalmente bajo el peso de la miseria. Además, las doctrinas y corrientes del socialismo pequeñoburgués y del socialismo no proletario en general, predominantes en aquella época, obligaban a Marx a mantener una lucha incesante y despiadada, y a veces defenderse contra los ataques personales más rabiosos y más absurdos (Herr Vogtg). Apartándose de los círculos de emigrados y concentrando sus fuerzas en el estudio de la economía política, Marx desarrolló su teoría materialista en una serie de trabajos históricos (véase Bibliografía). Sus obras Contribución a la crítica de la economía política (1859) y El Capital (t. I, 1867) significaron una revolución en la ciencia económica (véase más abajo la doctrina de Marx).
La época de intensificación de los movimientos democráticos, a fines de la década del 50 y en la década del 60, llamó de nuevo a Marx al trabajo práctico. El 28 de septiembre de 1864 se fundó en Londres la famosa I Internacional, la “Asociación Internacional de los Trabajadores”, Alma de esta organización era Marx, que fue el autor de su primer Manifiesto y de un gran número de acuerdos, declaraciones y llamamientos. Con sus esfuerzos por unificar el movimiento obrero de los diferentes países y por traer a los cauces de una actuación común las diversas formas del socialismo no proletario, premarxista (Mazzini, Proudhon, Bakunin, el tradeunionismo liberal inglés, las oscilaciones derechistas de Lassalle en Alemania, etc.), Marx, a la par que combatía las teorías de todas estas sectas y escuelitas, fue forjando la táctica común de la lucha proletaria de la clase obrera en los distintos países.
Después de la caída de la Comuna de Paris (1871) – que Marx (en La guerra civil en Francia, 1871) analizó de un modo tan profundo, tan certero y tan brillante, con tan gran espíritu práctico y revolucionario- y al producirse la escisión provocada por los bakuninistas la Internacional no podía subsistir en Europa. Después del Congreso de La Haya (1872), Marx consiguió que el Consejo General de la Internacional se trasladase a Nueva York. La I Internacional había cumplido su misión histórica y cedió el campo a una época de desarrollo incomparablemente más amplio del movimiento obrero en todos los países del mundo, época en que este movimiento había de desplegarse extensivamente, engendrando partidos obreros socialistas de masas dentro de cada Estado nacional.
Su intensa labor en la Internacional y sus estudios teóricos, todavía más intensos, quebrantaron definitivamente la salud de Marx. Este prosiguió su obra de transformación de la economía política y se consagró a terminar El Capital, reuniendo con este fin una infinidad de nuevos documentos y poniéndose a estudiar varios idiomas (entre ellos el ruso), pero la enfermedad le impidió dar cima a El Capital.
Como la mayor parte de los hegelianos de su tiempo, Marx estaba persuadido de que la filosofía de Hegel era la expresión más acabada a la que la filosofía podía llegar. Sin duda, Marx se diferencia de Hegel en muchos aspectos fundamentales, sin embargo, su pensamiento conserva el núcleo básico hegeliano. Cuando Marx habla de ‘realidad’ se refiere siempre al contexto histórico social y al mundo de hombre que, teniendo una estructura dialéctica, se encamina hacia una perfecta realidad consiente.
Hegel creía que las formas sociales y políticas de su época eran adecuadas para el cumplimiento pleno de las exigencias racionales, que mediante un mero desarrollo gradual del sistema político social vigente se llegaría a lrealización de las supremas capacidades del hombre. Pero entonces la dialéctica quedaba detenida y se consagraban los hechos e institucione spolíticas y sociales existentes como si fueran perfectamente adecuadas a la razón. Pero a los ojos de Marx, esto impolicaba una notable ambigüedad: si el proceso dialéctico había lelgado a su momento final, no solo había terminado toda la filosofía sino que también, la monarquía prusiana (conservadora y reaccionaria), el cristianismo oficial (no menos reaccionario) quedaban consagrados. Además, la dialéctica (o el movimiento de la realidad misma) no podía detenerse sin que la realidad misma desapareciera, en consecuencia, la dialéctica debía ser esencialmente abierta y revolucionaria. La interpretación de Marx se sentrará en este segundo sentido, en tanto que desde su perspectiva, las contradicciones están muy lejos de haberse superado.
Hegel había dicho que ‘lo verdadero es el todo’, pero la verdad, los principios de la razón, no parecían coincidir con el orden social y político existente. Entonces, Marx señalará que hay en el mundo humano un elemento irraciona, inadecuado respecto de la Idea, desajustado o carente de armonía en relación a la totalidad que no es otra cosa que una señal que indica que todavía no se ha alcanzado cabalmente la totalidad, aún falta para la plena racionalidad.
La contradicción señalada por Marx en el sistema hegeliano se materializa en la existencia del proletariado. La presencia del proletariado contradice la supuesta realidad de la razón, porque la existenia de una clase social entera representa la negación de la razón: Hegel afirmaba que la propiedad es la manifestación exterior de la persona libre, pero el proletariado es la clase totalmente desposeída, la que carece de toda propiedad (entonces, no es libre ni es persona):
Resulta que el hombre solo se siente obrando libremente en sus funciones animales, en el comer, beber y engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y el atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente sólo como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal Marx
En definitiva, Marx observará que la realidad sociopolítica está colmada de contradicciones que no han sido conciliadas, negando así la misma filosofía. Marx, postula la necesidad de llevar a cabo la coincidencia entre los hechos y la razón, pero ya no en el plano abstacto de los desarrollos teórico sino el plano social y político, ésto es, la praxis sociopolítica, en definitiva, revolucionaria.

El Manifiesto Comunista
El “Manifiesto” fue publicado como programa de la “Liga de los Comunistas”, una asociación de trabajadores, al principio exclusivamente alemana y más tarde internacional, que, dadas las condiciones políticas existentes antes de 1848 en el continente europeo, se veía obligada a permanecer en la clandestinidad. En un Congreso de la Liga, celebrado en Londres en noviembre de 1847, se encomendó a Marx y Engels que preparasen para la publicación un programa detallado del Partido, que fuese a la vez teórico y práctico.
En enero de 1848, el manuscrito, en alemán, fue terminado y, unas semanas antes de la revolución del 24 de febrero en Francia, enviado al editor, a Londres. La traducción francesa apareció en París poco antes de la insurrección de junio de 1848. En 1850 la revista “Red Republican”, editada por George Julian Harney, publicó en Londres la primera traducción inglesa, debida a la pluma de Miss Helen Macfarlane. El “Manifiesto” ha sido impreso también en danés y en polaco.
La derrota de la insurrección de junio de 1848 en París primera gran batalla entre el proletariado y la burguesía relegó de nuevo a segundo plano, por cierto tiempo, las aspiraciones sociales y políticas de la clase obrera europea. Desde entonces la lucha por la supremacía se desarrolla, como había ocurrido antes de la revolución de Febrero, solamente entre diferentes sectores de la clase poseedora; la clase obrera hubo de limitarse a luchar por un escenario político para su actividad y a ocupar la posición de ala extrema izquierda de la clase media radical. Todo movimiento obrero independiente era despiadadamente perseguido, en cuanto daba señales de vida. Así, la policía prusiana localizó al Comité Central de la “Liga de los Comunistas”, que se hallaba a la sazón en Colonia.
Los miembros del Comité fueron detenidos y, después de dieciocho meses de reclusión, juzgados en octubre de 1852. Este célebre “Proceso de los comunistas en Colonia” se prolongó del 4 de octubre al 12 de noviembre; siete de los acusados fueron condenados a penas que oscilaban entre tres y seis años de reclusión en una fortaleza. Inmediatamente después de publicada la sentencia, la Liga fue formalmente disuelta por los miembros testantes. En cuanto al “Manifiesto”, parecía desde entonces condenado al olvido.
Cuando la clase obrera europea hubo reunido las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Pero esta asociación, formada con la finalidad concreta de agrupar en su seno a todo el proletariado militante de Europa y América no pudo proclamar inmediatamente los principios expuestos en el “Manifiesto”. La Internacional estuvo obligada a sustentar un programa bastante amplio para que pudieran aceptarlo las tradeuniones inglesas, los adeptos de Proudhon en Francia, Bélgica, Italia y España y los lassalleanos en Alemania.
Marx, al escribir este programa de manera que pudiese satisfacer a todos estos partidos, confiaba enteramente en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción combinada y de la discusión mutua. Los propios acontecimientos y vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a la gente la insuficiencia de todas sus panaceas favoritas y preparar el camino para una mejor comprensión de las verdaderas condiciones de la emancipación de la clase obrera. Y Marx tenía razón. Los obreros de 1874, en la época de la disolución de la Internacional, ya no eran, ni mucho menos, los mismos de 1864, cuando la Internacional había sido fundada.
El proudhonismo en Francia y el lassalleanismo en Alemania agonizaban, e incluso las conservadoras tradeuniones inglesas, que en su mayoría habían roto todo vínculo con la Internacional mucho antes de la disolución de ésta, se iban acercando poco a poco al momento en que el presidente de su Congreso, el año pasado en Swansea, pudo decir en su nombre: “El socialismo continental ya no nos asusta.”
En efecto, los principios del “Manifiesto” se han difundido ampliamente entre los obreros de todos los países.
Así, pues, el propio “Manifiesto” se situó de nuevo en primer plano. El texto alemán había sido reeditado, desde 1850, varias veces en Suiza, Inglaterra y Norteamérica. En 1872 fue traducido al inglés en Nueva York y publicado en la revista “Woodhull and Claflin’s Weekly” Esta versión inglesa fue traducida al francés y apareció en Le Socialiste de Nueva York.
Desde entonces dos o más traducciones inglesas, más o menos deficientes, aparecieron en Norteamérica, y una de ellas fue reeditada en Inglaterra. La primera traducción rusa, hecha por Bakunin,fue publicada en la imprenta del Kólokol de Herzen en Ginebra, hacía 1863; la segunda, debida a la heroica Vera Zasúlich vio la luz también en Ginebra en 1882. Una nueva edición danesa
Se publicó en “Socialdemokratisk Bibliothek”,en Copenhague, en 1885; apareció una nueva traducción francesa en Le Socialiste de París en 1886 De esta última se preparó y publicó en Madrid, en 1886, una versión española. Esto sin mencionar las reediciones alemanas, que han sido por lo menos doce. Una traducción armenia, que debía haber sido impresa hace unos meses en Constantinopla, no ha visto la luz, según tengo entendido, porque el editor temió sacar un libro con el nombre de Marx y el traductor se negó a hacer pasar el “Manifiesto” por su propia obra.
Tengo noticia de traducciones posteriores en otras lenguas, pero no las he visto. Y así, la historia del “Manifiesto” refleja en medida considerable la historia del movimiento moderno de la clase obrera; actualmente es, sin duda, la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, la plataforma común aceptada por millones de trabajadores, desde Siberia hasta California.
Sin embargo, cuando fue escrito no pudimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847 se llamaban socialistas, por una parte, todos los adeptos de los diferentes sistemas utópicos: los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, reducidos ya a meras sectas y en proceso de extinción paulatina; de otra parte, toda suerte de curanderos sociales que prometían suprimir, con sus diferentes emplastos, las lacras sociales sin dañar al capital ni a la ganancia.
En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases “instruidas”. En cambio, la parte de la clase obrera que había llegado al convencimiento de la insuficiencia de las simples revoluciones políticas y proclamaba la necesidad de una transformación fundamental de toda la sociedad, se llamaba entonces comunista.
Era un comunismo rudimentario y tosco, puramente instintivo; sin embargo, supo percibir lo más importante y se mostró suficientemente fuerte en la clase obrera para producir el comunismo utópico de Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania. Así, el socialismo, en 1847, era un movimiento de la clase burguesa, y el comunismo lo era de la clase obrera. El socialismo era, al menos en el continente, cosa “respetable”; el comunismo, todo lo contrario. Y como nosotros manteníamos desde un principio que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma” [9], para nosotros no podía haber duda alguna sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Más aún, después no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.
Aunque el “Manifiesto” es nuestra obra común, considérome obligado a señalar que la tesis fundamental, el núcleo del mismo, pertenece a Marx. Esta tesis afirma que en cada época histórica el modo predominante de producción económica y de cambio y la organización social que de él se deriva necesariamente, forman la base sobre la cual se levanta, y la única que explica, la historia política e intelectual de dicha época; que, por tanto (después de la disolución de la sociedad gentilicia primitiva con su propiedad comunal de la tierra), toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explotadores y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas; que la historia de esas luchas de clases es una serie de evoluciones, que ha alcanzado en el presente un grado tal de desarrollo en que la clase explotada y oprimida el proletariado no puede ya emanciparse del yugo de la clase explotadora y dominante la burguesía sin emancipar al mismo tiempo, y para siempre, a toda la sociedad de toda explotación, opresión, división en clases y lucha de clases.
A esta idea, llamada, según creo, a ser para la Historia lo que la teoría de Darwin ha sido para la Biología, ya ambos nos habíamos ido acercando poco a poco, varios años antes de 1845. Hasta qué punto yo avancé independientemente en esta dirección, puede verse mejor en mi “Situación de la clase obrera en Inglaterra”[**]. Pero cuando me volví a en contra con Marx en Bruselas, en la primavera de 1845, él ya había elaborado esta tesis y me la expuso en términos casi tan claros como los que he expresado aquí.
Cito las siguientes palabras del prefacio a la edición alemana de 1872, escrito por nosotros conjuntamente:
“Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales expuestos en este Manifiesto siguen siendo hoy, en su conjunto, enteramente acertados. Algunos puntos deberían ser retocados. El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre, y en todas partes, de las circunstancias históricas existentes, y que, por tanto, no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del Capítulo II.
Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero, de la revolución de Febrero, y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos.
La Comuna ha demostrado, sobre todo, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines”. (Véase “The Civil War in France; Adress of the General Council of the International Working-men’s Association”. London, Truelove, 1871, p. 15 donde esta idea está más extensamente desarrollada.) Además, evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta para estos momentos, pues sólo llega a 1847; y al propio tiempo, si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición (Capítulo IV) son exactas todavía en sus trazos generales, han quedado anticuadas en la práctica, ya que la situación política ha cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran.
Sin embargo, el Manifiesto es un documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar.

El capital
Mercancía y Moneda
Pocas obras en la historia de la humanidad han sido motivo de polémica permanente y traducida a tantos idiomas por su impacto en la vida diaria del hombre. Es el Capital una de aquellas obras en las que tal vez, sin proponérselo, Carlos Marx dejó un legado de conocimientos empíricos unos, y científicos otros, que han sido interpretados repetidas veces durante más de un siglo y que hoy, ante el aparente fracaso del capitalismo como sistema económico, incapaz de solucionar los más elementales problemas de la humanidad, pareciera estar de regreso.
Es tal la cantidad de obras impresas del Capital que a partir de 1.946 en el pasado siglo, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú comenzó a registrar las variantes de las distintas ediciones originales de la obra y los trabajos materiales preparatorios, muchos de ellos aún inéditos, que le sirvieron de base con el fin de rescatar lo verdaderamente científico .
Es necesario advertir entonces, que las traducciones e interpretaciones filosóficas de Marx han estado impregnadas de ideologías y de apasionamientos extremos y por lo tanto en no pocos casos, las exageraciones e inexactitudes juegan papel definitivo en las diferentes versiones sobre el mismo tema.
Es claro si, que las teorías expuestas en esta obra, profundizaron y aún mantienen la lucha de clases en torno a los elementos esenciales de la discusión, valga decir, la tierra, el trabajo y el capital. Aunque Carlos Marx fue quien más claramente demostró que el sobre trabajo no pagado del trabajador manual o intelectual constituye la plusvalía o los provechos del capital, sin embargo, ya otros economistas habían indicado vagamente el hecho.
Así por ejemplo, dijo Ricardo: “el valor entero de los artículos del colono y del manufacturero se divide en dos porciones solas; una la constituyen los provechos del capital, mientras que la otra está consagrada en el salario de los obreros”. Si un fabricante da siempre sus mercancías por la misma suma de dinero, por 1.000 libras, por ejemplo, sus provechos dependerán del precio del trabajo necesario para su fabricación. Serán menores entonces, con salarios de 800 libras que con salarios de 600. A medida que los salarios se eleven, por simple lógica, los provechos disminuirán”
Smith también dijo sobre el asunto: “En el estado primitivo que precede a la apropiación de las tierras y a la acumulación de los capitales, el producto entero del trabajo pertenece al obrero. No hay propietario ni dueño con quien deba repartir” (La Riqueza de la Naciones).
Si este estado hubiera continuado, el salario o la recompensa natural del trabajo habría aumentado a medida que sus facultades productivas hubiesen adquirido todos los mejoramientos que engendra hoy la división del trabajo .
Say define al obrero como “el que alquila su capacidad industrial o vende su trabajo y por consiguiente, renuncia a sus provechos industriales por un salario” (Tratado de Economía política) . Por conveniencia metodológica y cronológica de este Seminario, por ahora nos dedicaremos a hablar con la mayor claridad posible de los asuntos tratados en los tres primeros capítulos de la sección primera: la mercancía y la moneda.

Capítulo Primero La Mercancía
Es el objeto que en lugar de ser consumido por el productor, se destina al cambio o a la venta, es la forma elemental de la riqueza de las sociedades en que impera el régimen de producción capitalista. La mercancía es, en primer lugar, un objeto, una cosa que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran. Así pues, el punto de partida de nuestra discusión debe ser el análisis de la mercancía.
Si consideramos dos objetos, por ejemplo una lámpara y una cantidad definida de sal, merced a sus cualidades particulares, cada uno de esos objetos son útiles al hombre que los requiere. Así entonces, para transformarse un objeto en mercancía, debe ser en primer término, una cosa útil que ayude a satisfacer necesidades humanas de cualquier especie. La utilidad de una cosa que depende de sus cualidades naturales y aparece en su uso o consumo, hace de ella un valor de uso. Destinado por quien lo forja a satisfacer las necesidades o las conveniencias de otros individuos, el productor lo entrega a la persona que le es útil, a quien desea usarlo, a cambio de otro objeto y por este acto se trueca en mercancía.
La proporción variable en que las mercancías de especie diferente se cambian entre sí, constituye su valor de cambio. Esto nos lleva a determinar la verdadera substancia del valor. Para comprender mejor este concepto consideremos la relación de cambio entre dos mercancías: una lámpara de porcelana sencilla igual a cincuenta libras de sal. Esto quiere decir que en esos dos objetos distintos, lámpara y sal, hay algo en común. Este algo no puede ser una propiedad natural de las mercancías, ya que no se tienen en cuenta sus cualidades naturales sino en cuanto les dan una utilidad que las convierte en valores de uso.
En su cambio – y esto es lo que caracteriza la relación de cambio- no se tiene en cuenta su utilidad respectiva y sólo se considera si se encuentran respectivamente en cantidad adecuada. Como valores de uso, las mercancías son, ante todo, de cualidad distinta, pero como valores de cambio, sólo pueden ser diferentes en cantidad. Si se prescinde de las propiedades naturales – del valor de uso de las mercancías – sólo les queda una cualidad: la de ser productos del trabajo.
En este sentido, puesto que en una cama, una casa, un bulto de sal, debemos hacer prescindir de la utilidad respectiva de tales objetos, de su forma útil particular, no tenemos para que preocupar del trabajo productivo especial del carpintero, del albañil, del minero, que les han dado esa forma particular. Abstrayendo así de esos trabajos su fisonomía propia, sólo nos queda su carácter común y desde ese momento todos quedan reducidos a un gasto de fuerza humana de trabajo, es decir, a un desgaste del organismo del hombre, si relación con la forma particular en que se ha gastado esa fuerza.
Resultantes de un gasto de fuerza humana en general, muestras del mismo trabajo indistinto, las mercancías revelan solamente que en su producción se ha gastado una fuerza de trabajo. Dicho de otro modo: que en ellas se ha acumulado trabajo. Las mercancías son valores en tanto que son materialización de ese trabajo, sin analizar su forma. Lo que se observa de común en la relación de cambio o en el valor de cambio de las mercancías es su valor, y de eso trataremos a continuación.

MAGNITUD DEL VALOR, TIEMPO DE TRABAJO SOCIALMENTE NECESARIO.
Del análisis anterior podemos ahora decir que la substancia del valor es el trabajo. La medida de la cantidad del valor es la cantidad de trabajo, que a su vez se mide por la duración, o sea por el tiempo del trabajo. El tiempo de trabajo que determina el valor de un producto es el tiempo socialmente necesario para producirlo, o mejor, el tiempo necesario, no en un caso particular, sino considerado como término medio, esto es, el tiempo que exige un trabajo ejecutado conforme el grado medio de habilidad y de intensidad y en las condiciones ordinarias con respecto al medio social convenido.
La magnitud del valor de una mercancía no sufriría alteración si el tiempo necesario para producirla continuara siendo el mismo; pero esta varía cada vez que se modifica la productividad del trabajo, es decir, con cada alteración que se introduce en la actividad de los procedimientos o de las condiciones exteriores en que se manifiesta la fuerza del trabajo. La productividad pues, del trabajo, depende entre otras cosas, de la habilidad media de los trabajadores, de la amplitud y eficacia de los medios de producir y de circunstancias exclusivamente naturales; por ejemplo, la misma cantidad de trabajo está representada en una lámpara de porcelana sencilla si las condiciones han sido favorables y en media lámpara en caso contrario.
Por regla general, si la productividad del trabajo aumenta, disminuyendo el tiempo necesario para la producción de un artículo, el valor de este artículo disminuye y recíprocamente, si la productividad disminuye, el valor aumenta. Más, cualesquiera que sean las variaciones de su productividad, el mismo trabajo crea siempre el mismo valor, funcionando durante igual tiempo, sólo que suministra en un tiempo determinado una cantidad mayor o menor de valores de uso u objetos útiles, según que aumente o disminuya su productividad.

Gregori Efimovich nació en la Siberia Occidental aproximadamente en 1872. Nada se conocería de él a no ser porque creyéndose con poderes especiales logró curar al zarevich Alexis de la hemofilia, cosa que no había logrado ninguno de los médicos llegados al palacio de San Petersburgo. A partir de entonces Rasputín (como sería conocido) se convertiría en el protegido de la emperatriz Alexandra.
Rasputín llegó a tener tanto poder dentro del palacio de los zares que prácticamente no había decisión que no pasase por su juicio. La aristocracia rusa no veía con buenos ojos la presencia de aquel hijo de campesinos analfabetos en asuntos gubernamentales. Sin embargo era tal la capacidad de convicción, y el terror que su firmeza ejercía sobre todo, que nada pudo detener su escalada dentro del poder del gobierno del zar Nicolás II.
Los biógrafos no dejan de pintarlo como un verdadero monstruo diabólico, capaz de ejercer una dictadura feroz, completamente despiadado y concentrado en romper la barrera de cuanto pecado capital hubiera.
Ya sea desde los banquetes espectaculares que terminaban en grandes orgías o desde la toma de decisiones de gobierno, todos sus actos eran revestidos de un halo místico que obturaba cualquier oposición. Su mirada penetrante, su estampa la de guerrero bravo, su rostro anguloso y su barba oscura, hacia imaginar una fuerza extraña detrás de aquel simple hombre.

La familia imperial con Nicolás II.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el zar fue informado de la muerte de los archiduques herederos al imperio austro-húngaro. Al principio el monarca no quiso entrar en guerra, puesto que para él, sería muy difícil y muy duro enfrentarse a sus primos los otros monarcas europeos. Visto que ya nada dejaba entre ver que Rusia entraría en guerra, el zar encabezó el ejército mientras que Rasputín se dedicó a controlar el gobierno, de forma casi absoluta.
La fama contradictoria que creó contra la familia imperial por parte del pueblo ruso, hizo que fuera menospreciado junto a los Romanov. El pueblo se levantó en armas, la pobreza, el descontrol político, la inseguridad en Rusia creó que el pre revolucionario se dispersara y crearan focos de anarquistas.
La corte rusa se escandalizó por su forma de llevar el gobierno, por el poder que había adquirido, por sus hazañas libertinas y otras aventuras. Un día en que se sintió liberado de la ayuda de la virgen, comunicó preocupado a la zarina de aquella sensación. Pronto la zarina le haría ir a la capilla real para ver al Pope y visto que Rasputín, en aquel momento, perdiera la cordura, la monarca y el Pope le echarían seguidamente de palacio. Sintiéndose frustrado y abandonado por su protectora; sermoneado por la iglesia ortodoxa por sus atroces visiones, llamándole “Monje endiablado”, no aceptaría peticiones del pueblo ni de la corte para acudir a sus fiestas ni para servir como sanador. Volvió a centrarse por su gusto por las mujeres y por ello, originó muchos disgustos a la corte rusa.
El conocido príncipe Félix Yusupov preparó la forma para quitárselo de en medio, y acompañado por un grupo de hombres de la corte del zar, preparó un plan. Llamó a Rasputín a visitar el palacio Yusupov y visitase a una sobrina del zar que se encontraba indispuesta. Le condujeron hasta el sótano para cenar junto al príncipe. Le colmaron de ricos manjares y de muchos litros de vino, la gula era su perdición. Parece ser que entre la comida, su anfitrión mandó colocar cianuro, un veneno mortal que acabaría con su vida. Pero Rasputín, cuidadoso y viendo que ningún invitado ni Yusupov probaban nada, tomo la decisión de no tomar él la iniciativa. Visto que parecía ser que no querían probar si él no lo hacía antes, admitió una copa de vino de Krimea y otra de Madeira.
Seguidamente empezó a comer y a beber ante la atenta mirada de los otros invitados y a cantar a causa de la gran cantidad de vino ingerido. Murió poco tiempo después de ingerir el veneno, el 30 de diciembre de 1916.
Otros historiadores aclaran que aún habiendo bebido y comido tanto acompañado por el cianuro, el veneno no le hizo un efecto inmediato, y que pudiendo salir con sus piernas del palacio, corrió hacia un lugar desconocido, siendo disparado por Yusupov y los suyos, hasta que cayó al suelo mojado por la nieve que se iba derritiendo. Una vez muerto, su cuerpo fue tirado al río Neva. Cuando se encontró su cadáver, dicen que le quisieron extraer su corazón y que se sirvieron de su miembro inferior, el cual fue guardado. Dicen en Rusia, que esa parte inferior de él se muestra actualmente en un museo erótico de la ciudad.
Sus últimas predicciones alarmó a la familia imperial, ya que consideraba que veía muy pronto el fin de la familia Romanov y que todos morirían. Parece ser que fue enterrado en una fosa, cerca del palacio de St. Petersburgo con la única compañía de la zarina y un monje. Tras aquello comenzaría la Revolución Rusa, con el descontrol del pueblo ruso.
Una de ellas, aclamó que si él muriese en manos del pueblo, el Zar podría seguir reinando así como sus descendientes. Por otro lado si muriese en manos de nobles rusos, la vida monárquica en el país tenían los días contados. Y así ocurrió. Rusia entró en la Revolución Rusa y Lenin se hizo con el poder, acabando con los Romanov.

Predicciones sobre la revolución rusa y sus consecuencias:

“Siento que debo morir antes del año nuevo. Quiero hacer presente, no obstante, al pueblo ruso, al Padre, a la Madre de Rusia y a los Muchachos, que si yo soy asesinado por comunes asesinos, y especialmente por mis hermanos aldeanos rusos, tú, Zar de Rusia, no tengas miedo, permanece en tu trono, gobierna y no temas por tus Hijos, porque reinarán por otros cien o más años. Pero si soy asesinado por los nobles, sus manos quedarán manchadas por mi sangre y, durante veinticinco años, no podrán sacarse de la piel esta sangre. Ellos deberán abandonar Rusia. Los hermanos matarán a los hermanos; ellos se matarán entre si.
Y durante veinticinco años, no habrá nobles en el País. Zar de la tierra de Rusia, si tú oyes el tañido de las campanas, que te anuncian que Grigorij ha sido asesinado, debes saber esto: Si han sido tus parientes quienes han provocado mi muerte, entonces ninguno de tu familia, o sea ninguno de tus hijos o de tus parientes, quedará vivo durante más de dos años. Ellos serán asesinados por el pueblo ruso… ¡Rogar, rogar, sed fuertes, pensad en vuestra bendita familia!”

Filósofo y economista inglés. Era el hijo mayor de James Mill, quien, con mucho cuidado, aunque no con mucha ternura, asumió la tarea de su formación espiritual y promovió su desarrollo intelectual, extraordinariamente precoz. En su «Autobiografía» (1873) describió la esmerada educación que había recibido de su padre, comenzando a estudiar griego a los tres años y latín a los ocho.
A los 15 años, ya ampliamente instruido en una extensa gama de materias, que incluían economía, historia, filosofía e incluso alguna de las ramás de las ciencias naturales, leyó, por primera vez, a Bentham, quien, junto con su padre, le instruyeron en las ideas utilitaristas. Desde esta primera lectura de Bentham (1812), Stuart Mill se sintió un reformador del mundo. En 1823 ingresó en la Compañía de las Indias Orientales, donde llegaría a ocupar el cargo de jefe de la Oficina para las Eelaciones con los Estados Indios. Activo políticamente en defensa de la causa abolicionista durante la guerra civil estadounidense, desde 1865 y durante tres años ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes, donde sería objeto constante de polémica a causa de su decidido apoyo a las medidas a favor de las clases menos privilegiadas y de la igualdad de derechos para la mujer.
Sus primeros escritos aparecieron publicados en las páginas de los diarios The Traveller y The Morning Chronicle, y se ocuparon fundamentalmente de la defensa de la libre expresión. En 1824, la aparición de The Westminster Review, órgano de transmisión de las ideas filosóficas radicales, proporcionó a Mill un atrio privilegiado desde el que difundir su ideario liberal.
En el campo de la ética, Mill defendió una suerte de matizado utilitarismo en el que pueden entreverse influencias de Bentham y en el que introdujo una constante preocupación por incluir en el concepto habitual de «utilidad» las satisfacciones derivadas del libre ejercicio de la imaginación y la conciencia crítica. Sobre las principales tendencias filosóficas de su tiempo, Mill se manifestó a favor del positivismo comtiano y contrario al intuicionismo de Hamilton.
Estudiamos a, el último gran representante del pensamiento económico clásico; quien se caracterizó al igual que Smith por tener una concepción bastante amplia del mundo. Con esta entrega finalizamos el repaso de la escuela clásica ortodoxa ya que para ese entonces eran demasiado obvias las debilidades de los modelos que fueron propuestos
Su obra principal se tituló “Principles of political economy with some of their applications to social philosophy” (Principios de economía política con algunas de sus aplicaciones a la filosofía social), esto refleja sus inquietudes en el vasto mundo de la filosofía y la sociedad; lo que hacía de él un pensador que buscaba de alguna manera mejorar la situación de los individuos de la sociedad. Su obra, publicada en 1848 daba por sentado que las teorías clásicas completas eran correctas y que no había problemas importantes por resolverse.
Mill concebía a la economía como una ciencia que usaba un método a priori; es decir que luego de indicarnos supuestos se deducen las conclusiones. Este método debe probar su eficacia, sin embargo, no siempre hay concordancia en las palabras de Mill por lo cual se señalan unas causas perturbadoras que no pudieron ser tomadas en cuanta en sus análisis. Pero lejos de considerar esas causas estas fueron utilizadas como una excusa para justificar las divergencias entre el modelo y la realidad.
Respecto a sus contribuciones el mismo señaló que su único y más importante aporte era la diferenciación entre las leyes de la producción y de la distribución; es decir, respecto a las primeras dijo que éstas son de carácter natural en donde la intervención humana no puede cambiar dichas leyes, sobre las leyes de la distribución Mill afirma que son producto de arreglos sociales y en sí, son las instituciones las que las construyen y realizan la distribución. En este punto se diferenciaba de la gran mayoría de pensadores clásicos quienes construyen un sistema que fue utilizado en la política para cerrar los caminos a las masas oprimidas ya que según esta no había forma de mejorar la retribución al trabajador pese a la buena voluntad que se tuviera.
Un elemento de suma importancia en el pensamiento de Mill es su clara tendencia al eclecticismo que a su vez lo hace difícil de clasificar mas no de entender. En cuanto al Laissez Faire Mill se ubica en una posición intermedia que combinaba su convencimiento de la teoría clásica con su interés por el bienestar social; él sabía que en ausencia del intervencionismo del gobierno no necesariamente se daba la máxima libertad y que existían restricciones e injusticias que solo la legislación podía eliminar. Detrás de estos enunciados hay una aceptación de que las relaciones entre la sociedad no son del todo armoniosas.
La propiedad privada para Mill es un derecho que no debe ser considerado como absoluto así que la sociedad puede interponer sus criterios cuando se genere un conflicto con el bien público. Los elementos de la discusión de la propiedad privada, responden al eclecticismo de Mill. Respecto al modelo de política económica Mill acepta algunos elementos de la cátedra socialista pero no todos. Mill inicia por afirmar que al observar la situación del modelo capitalista, prefería un modelo socialista de desarrollo, pero luego se retracta considerando que en comparación al modelo socialista prefiere al capitalista en su esplendor.
Siguiendo con la economía Ricardiana, aceptó la furia del estado estacionario pero su amplitud filosófica lo llevó a que ese lúgubre final se convirtiera bajo sus ojos en un estado deseable en la medida que la sociedad se transformara en una entidad más bondadosa y menos materialista, preocupado por el bienestar social y no económico de los agentes.
Regresemos a las leyes de la distribución; con respecto a esto, Mill señala que aparte de la competencia, las costumbres reflejadas en las instituciones que habían prevalecido a través de la historia eran las responsables de la distribución del ingreso y no solo la primera, como generalmente lo asume la economía clásica.
Su teoría del valor la presentó en función de los costos de producción en la que los costos monetarios representan fundamentalmente a los costos reales de las desutilidades del trabajo y la abstinencia del consumo de los capitalistas.
No buscó la medida invariable como Ricardo, sino que se preocupó al estudio de los precios relativos. Para que un bien tenga valor de intercambio debe ser útil o difícil de obtener y solo en algunos casos muy inusuales el valor de uso determina el valor de intercambio y consideró a esta clase de bienes intrascendentes ya que son muy pocos los que tienen una curva de oferta perfecta e inelástica.
Los bienes de la manufactura tienen una curva perfectamente elástica y concluyó que el costo de producción es lo que determina el precio. Respecto a los productos agrícolas, consideró que el precio depende de los costos de producción prevalecientes en las circunstancias más desfavorables, lo que sí estaba claro para él es que el equilibrio final se logra cuando la cantidad demandada es igual a la cantidad ofrecida pero su terminología obscurece los conceptos de oferta y demanda.
El comercio internacional también fue objeto de su estudio y su principal consideración es la forma en que las ganancias obtenidas del comercio internacional se repartían entre los países. Fue más allá de Ricardo quien solo pudo dar una solución de promedio. John Stuart Mill concluyó que los términos del comercio dependen de la demanda que hay en ambos países por los productos importados, por otra parte introdujo el concepto de los costos de transporte y analizó la influencia de las tarifas impositivas en el comercio.

Nació en Jarnac en 1916, Francia, en una familia católica de clase media. Estudió la carrera de Leyes en la Universidad de París, completando su formación con la diplomatura de Ciencias Políticas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, desarrollada entre 1939 y 1945, fue prisionero por los alemanes (1940); luego se escapó y se unió al régimen colaboracionista de Vichy. Desde 1942 militó en la Resistencia francesa, pero sin adherirse directamente a De Gaulle. Al renunciar éste, Mitterrand entró en la política, resultando elegido diputado por Nièvre en 1946.
Entre 1947 y 1957 ocupó múltiples cargos en las cambiantes combinaciones ministeriales de la Cuarta República: secretario de Estado para los excombatientes, secretario de Estado de Información, subsecretario de la Presidencia, ministro de Colonias, ministro de Estado, ministro delegado en el Consejo de Europa, ministro del Interior y ministro de Justicia.
Sin embargo, al regresar De Gaulle al poder en 1958 provocó su salida del gobierno y el comienzo de una fuerte lucha desde la oposición. En 1971 fue elegido primer secretario del Partido Socialista Francés. Durante todo ese tiempo se presentó como candidato cada vez que se convocaban elecciones, pero tuvo dos derrotas consecutivas.
Régimen de Vichy y Resistencia
En septiembre de 1939, tras la invasión de Polonia por los alemanes, estalla la Segunda Guerra Mundial. A la vez que Mitterrand finaliza sus estudios de Derecho en París, es enviado a la línea Maginot, cerca de Montmédy, con el grado de sargento mayor. En mayo de 1940 es novio de Marie-Louise Terrasse (la futura periodista Catherine Langeais), con la que romperá en enero de 1942.
El 14 de junio de 1940 el sargento Mitterrand es hecho prisionero por el Ejército alemán. Tras 18 meses en los stalags y dos intentos frustrados, se escapa en diciembre y regresa a Francia. En los años siguientes trabaja en la Legión francesa de combatientes y voluntarios de la revolución nacional como contratado, y desde junio en el Comisariado para la reclasificación de prisioneros de guerra, en donde ayudará a los fugitivos a obtener documentación falsa, cargo del que dimitirá al cabo de seis meses. Durante el verano de 1942 participa en reuniones en el castillo de Montmaur en las que se asientan las bases de su red de Resistencia.
El 15 de octubre es recibido por el Mariscal Pétain junto a varios responsables del Comité de ayuda mutua a los prisioneros repatriados del Allier y en la primavera de 1943 es condecorado por el gobierno colaboracionista con la Orden de la Francisca. Poco después, acosado por la Gestapo, el Sicherheitsdienst y la Milicia Francesa pasa a la clandestinidad. Viaja a Londres y Argel, en donde contacta con los generales De Gaulle y Giraud. En febrero de 1944 dirige en Francia el Movimiento Nacional de prisioneros de guerra y deportados, que unifica todas las redes de resistencia de los prisioneros de guerra. Participa en la liberación de París en junio, apoderándose de la sede del Comisariado General para los Prisioneros de guerra. En octubre de 1944 organiza junto a Jacques Foccart la operation Viacarage cuyo objetivo es liberar los campos de prisioneros y de concentraciónMinistro en varias ocasiones (1947-57), en 1970 ingresó en el Partido Socialista y se convirtió poco después (1971) en su secretario general.
Candidato único de la izquierda frente a De Gaulle en 1965 y candidato socialista frente a Giscard d’Estaing en 1974, fue derrotado en ambas ocasiones. Alcanzó finalmente la presidencia Romade la república en 1981, cargo que siguió desempeñando durante el gobierno de derechas de Chirac (1986-88).
En 1981, después de la victoria socialista en las urnas, François Mitterrand sustituyó como presidente de la República a Giscard d’Estaing, y Pierre Mauroy se convirtió en primer ministro. Rechazando muchas de las tácticas políticas de su predecesor, el gobierno de Mitterrand nacionalizó la mayoría de los bancos y de las firmas industriales, elevó los impuestos, amplió los beneficios sociales, incrementó el número de puestos de trabajo públicos, abolió la pena de muerte y acabó con el sistema de prefecturas centralizadas establecido por Napoleón.
En 1982 y 1983, un receso económico y la escasa representación de las empresas de propiedad estatal provocaron que el gobierno impusiera devaluaciones de la moneda y medidas de austeridad. En julio de 1984, Mitterrand reajustó su gobierno; los comunistas, que habían ocupado cuatro carteras en el gabinete anterior, se negaron a participar en el nuevo consejo. Laurent Fabius se convirtió, con 37 años, en el jefe de gobierno más joven de la historia francesa.
En 1988 fue reelegido para la presidencia de la nación. Tras la derrota socialista en las elecciones legislativas de marzo de 1993 se vio obligado a cohabitar con un gobierno conservador presidido por Édouard Balladur. Ocupó la presidencia hasta 1995, año en que fue elegido Jacques Chirac.
El 7 de mayo de 1995 Jacques Chirac resulta vencedor en las elecciones presidenciales frente al socialista Lionel Jospin. François Mitterrand finaliza su segundo mandato.
Muere el 8 de enero de 1996 de cáncer de próstata. Su entierro representó un gran homenaje por parte de los franceses. Fue enterrado en el panteón familiar de Jarnac, Charente.

Nació en Dovia di Predappio el 29 de julio de 1.883 y era hijo de un herrero. Tuvo una formación autodidacta y trabajó como maestro y periodista en el norte de Italia; contrajo matrimonio con Rachele Guidi en 1.910 y de esta unión nacieron cinco hijos. Las autoridades le encarcelaron por su oposición a la guerra entre Italia y Libia (1.911-1.912). Poco después fue nombrado director de Avanti!, el periódico oficial del Partido Socialista (en el que había ingresado en 1.900) en Milán. El ascenso al poder del Fascismo
En el turbulento ambiente del Milán de la posguerra, Mussolini fundó los Fascios Italianos de Combate en marzo de 1919. Este movimiento de carácter nacionalista, antiliberal y antisocialista consiguió el apoyo de amplias capas de la sociedad al defender determinadas exigencias obreras, como la jornada laboral de ocho horas. Tomó su nombre de las fasces, un símbolo de la autoridad en la antigua Roma. Su actividad se extendió por las zonas rurales, donde los miembros de las paramilitares Milicias Voluntarias para la Seguridad Nacional, más conocidos como Camisas negras, conseguían el respaldo de los terratenientes mientras atacaban a las ligas de campesinos y a las asociaciones socialistas. En un alarde de oportunismo, el fascismo abandonó su talante republicano para ganarse la confianza no sólo de los grandes propietarios agrarios e industriales sino también del Ejército y de la propia monarquía.
El 7 de noviembre de 1921 fundó el Partido Nacional Fascista, que supuso de alguna manera la sustitución del programa social como elemento fundamental de su ideario político para poner en el centro de éste la oposición radical al socialismo y al sistema parlamentario. Tras su fracaso electoral de 1919, Mussolini se presentó candidato a las elecciones parlamentarias de 1921 y resultó elegido diputado.
El 29 de octubre de 1922, un día después de que los fascistas realizaran la denominada marcha sobre Roma, el rey Víctor Manuel III encargó a Mussolini la formación de un nuevo gobierno al nombrarle primer ministro (presidente del Consejo de Ministros). En 1925, el Duce (voz italiana que, en español, significa “jefe”, y título adoptado por Mussolini hacia 1924) había transformado el país en un régimen totalitario de partido único basado en el poder del Gran Consejo Fascista (órgano creado en diciembre de 1922 pero institucionalizado seis años más tarde), respaldado por las Milicias Voluntarias para la Seguridad Nacional.
El nuevo entramado político culminó con la definitiva supresión del sistema liberal parlamentario, y la creación en enero de 1939 de la Cámara de los Fascios y de las Corporaciones, con un mero carácter consultivo. Dentro del nuevo Estado corporativo, los empresarios y los trabajadores se organizaban en grupos controlados por el partido que representaban a los distintos sectores de la economía. Se mantuvo el sistema capitalista y se incrementaron los servicios sociales, pero se abolieron los sindicatos independientes y el derecho a la huelga. Uno de los legados perdurables del fascismo fue la creación de un sistema de holdings industriales financiado por el Estado. De otro lado, los Pactos de Letrán, firmados con el Papado en febrero de 1929, terminaron con el conflicto que había enfrentado a la Iglesia y al reino de Italia desde 1870 y supusieron la creación de un nuevo Estado, la Ciudad del Vaticano.
El desarrollo de la Primera Guerra Mundial fue a la vez un efecto y un catalizador de la crisis del capitalismo europeo. La miseria y la destrucción que trajo consigo cristalizaron en la extensión de la convicción de que si el proletariado, la humanidad, querían sobrevivir, el capitalismo debía morir. De este modo, el chovinismo y el patriotismo estrecho que en los inicios de la conflagración permitieron a la burguesía y a los gobiernos reaccionarios hacer olvidar a la gran masa de los explotados las diferencias y el antagonismo de clases que les separaba de ella y embarcarla en la aventura imperialista, se vieron al final de la misma sustituidos por la reanudación y la agudización de la lucha de clases.
El imperio de los zares, eslabón débil de la cadena imperialista, azotado por contradicciones explosivas que la burguesía se mostró incapaz de resolver, fue la primera víctima del cambio de signo de la situación. La desintegración del zarismo, la debilidad de la burguesía, la concentración, combatividad y politización del proletariado, y la insatisfacción e impaciencia del campesinado que constituía el grueso de un ejército desorganizado por las derrotas militares frente a los alemanes, así como la experiencia de la revolución de 1905 y la existencia de un fuerte y experimentado partido revolucionario, el partido bolchevique, hicieron posible el derrocamiento de la autocracia y la instauración de la dictadura del proletariado, esto es, la toma del poder por los soviets.
Sin embargo, el país que mejores condiciones presentaba para la toma del poder por el proletariado, era también el que menos las reunía para su mantenimiento y consolidación. El atraso económico de la joven república soviética, la intensa desorganización y destrucción del aparato productivo que supusieron la guerra
imperialista, la guerra civil y la guerra contra la intervención exterior y la aplastante mayoría del campesinado, unidos al quebrantamiento de la vanguardia revolucionaria y la drástica disminución de la actividad política de las masas producto de los largos años de guerra y privaciones, harían imposible el mantenimiento de la revolución con base únicamente en sus propias fuerzas.
Así lo comprendieron la mayoría de los dirigentes soviéticos en los primeros años de la revolución. Si el internacionalismo proletario y las condiciones concretas de la revolución rusa hicieron que sus esfuerzos y esperanzas se volcasen en un pronto estallido de la revolución en, al menos, algunos países avanzados. Alemania era, lógicamente, el centro de su atención.
El proletariado alemán era, sin duda, el más numeroso y mejor organizado de Europa. El partido socialdemócrata alemán (SPD) había sido durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX el modelo en el que se miraban y al que imitaban todos los socialdemócratas europeos; sus teóricos más destacados habían gozado de una inmensa autoridad entre los marxistas; su ala izquierda, parecía capaz de arrancar a la gran masa de los trabajadores socialdemócratas de la influencia de los dirigentes oportunistas y reformistas.
Pero a pesar de todo ello, el proletariado alemán no sólo fracasó en sus diversas tentativas de hacerse con el poder, sino que pronto perdió su predominio político en favor de la reacción nacional-socialista, fallo que pagó con la destrucción de sus organizaciones y la liquidación de la mayor parte de sus dirigentes, con el sufrimiento del terror político reaccionario, con la disminución de sus salarios reales y la intensificación de su explotación, y con esa horrenda masacre que fue la Segunda Guerra Mundial.
Las causas de este cambio radical en la situación están muy lejos de poder ser simplemente atribuidas a la fatalidad histórica: sus jalones más importantes se encuentran en una serie de errores políticos de los partidos obreros en una época en la que los acontecimientos se desarrollan con extraordinaria rapidez.
Enero de 1919 es la primera derrota seria, aunque no insuperable, de la revolución, alemana. El esfuerzo de los espartakistas y los delegados revolucionarios no logra arrancar a la mayoría obrera, fuera de Berlín y algunos otros reductos, de la influencia de los socialdemócratas mayoritarios, que asumen abiertamente la tarea de proteger el sistema capitalista y su estado, y se constituyen en jueces y verdugos de la revolución en clara connivencia con los sectores más reaccionarios de las clases dominantes alemanas.
En 1921 la situación económica y política parece haberse estabilizado al menos relativamente, en todo el occidente capitalista. El momento de las convulsiones revolucionarias ha pasado y la lucha directa por el poder se aplaza por un período probablemente corto pero, en todo caso, todavía imprevisible. El Congreso de la Internacional Comunista aprueba un repliegue táctico en todos los frentes: en la URSS, la implantación de la Nueva Política Económica; en los países capitalistas, la táctica de Frente Único Obrero, destinada a lograr la unidad de la clase obrera y a desbancar pacientemente la influencia reformista en su seno.
No obstante, esa nueva estabilidad relativa va a durar poco en Alemania. Durante el año 1922 el gobierno alemán es incapaz de satisfacer las reparaciones que le han sido impuestas por el tratado de Versalles, lo que sirve de excusa al gobierno francés para ocupar con sus tropas la zona del Ruhr. Este acontecimiento provoca una crisis inmediata que se manifiesta en una inflación incontrolable que arroja a la miseria y a la desesperación a amplias franjas de las clases medias y de la pequeña burguesía, en un gran aumento del desempleo, en huelgas masivas en el Ruhr y otros centros industriales, en la pérdida general de confianza en el gobierno y en una polarización de las opciones, que se traduce en rápido crecimiento de los nazis y otros movimientos de ultraderecha, por un lado, y de los comunistas por otro. Pero en medio de la crisis, la dirección del KPD vacila y deja escapar la oportunidad de dirigir al proletariado hacia la toma del poder.
En 1924, el gobierno, con la ayuda de los Estados Unidos, es capaz de estabilizar de nuevo la economía y su propia autoridad política. En las elecciones al Reichstag de mayo de 1924, el total de votos obtenidos por socialdemócratas y Comunistas, que en 1919 había llegado hasta el 45%, cae ahora a un 33%. La influencia de los nazis, por otra parte, disminuye aún más drásticamente.1925-1929 es el período de máxima estabilidad de la República de Weimar.
En 1925 gana la presidencia el general monárquico Hindenburg, apoyado por una gran coalición de derechas, frente al candidato del Centro Católico, apoyado por los socialdemócratas, y al candidato comunista. El partido socialdemócrata sigue siendo el más fuerte de Alemania: el gobierno federal está en sus manos durante dos tercios de la duración de la república de Weimar, y en otras ocasiones tolera gobiernos distintos rehusando aprobar votos de desconfianza contra ellos. Desde 1920 hasta 1939 ocupa casi sin interrupción el gobierno de Prusia (que agrupa a casi dos tercios de la población del país, incluido Berlín.) En 1928, tras cuatro años de ausencia, vuelve a ocupar el gobierno federal.
En las elecciones que llevan a los socialdemócratas al gobierno, los comunistas consiguen aproximadamente menos de una tercera parte de los votos que el SPD y los nazis menos de la décima parte. 1928 es también el año en que la Internacional Comunista, ya completamente dominada y depurada por Stalin y sus seguidores, formula la política del «tercer período» (tras un primer período de crisis capitalista y levantamientos revolucionarios –1917-1924–, y un segundo de estabilidad capitalista, 1925-1928), en el que la crisis y las revoluciones están de nuevo a la orden del día. Las soluciones últimas a las que se ve obligada a recurrir la burguesía para salvar la crisis son el fascismo y la socialdemocracia, que no son polos opuestos, sino fundamentalmente «gemelos».
A partir de aquí el enemigo principal es la socialdemocracia, que será calificada de «social-fascista». Según Thaelmann, «la dominación fascista ha sido ya establecida en Alemania por medio del gabinete de coalición de Mueller» (nombre de su presidente, socialdemócrata.) La escisión a fondo en el seno de la clase obrera está ya creada; los obreros comunistas y socialdemócratas se enfrentan entre sí, los sindicatos se escinden, etc.
La influencia del KPD crece en este período, a pesar de sus errores, pero su separación con respecto a la base del partido socialdemócrata es cada vez mayor. A finales de 1930, la Federación de Sindicatos dirigida por los socialdemócratas cuenta con más de cinco millones de afiliados, mientras que la Oposición Revolucionaria Sindical (RGO), dirigida por el KPD, apenas cuenta con 150.000 adherentes. En esta misma época, las Secciones de Asalto del NSDAP cuentan con unos 100.000 miembros. Pronto va a abrirse una nueva crisis.
La Gran Coalición en el gobierno no logra ponerse de acuerdo en cuanto a las medidas económicas a tomar, y el gabinete Mueller dimite en marzo de 1930. Hindenburg nombra canciller a Heinrich Bruening, del Partido del Centro, que forma gobierno con otras fuerzas de la derecha. No logrando obtener la mayoría parlamentaría en el Reichstag, Bruening decide gobernar mediante el decreto de emergencia previsto en la Constitución de Weimar votada por los propios socialdemócratas. En este mismo año, las elecciones reflejan los resultados de la crisis y de la incapacidad de los partidos obreros para solucionarla: el total de votos conseguidos por socialdemócratas y comunistas desciende del 40,4 al 37,6% con relación a 1928, mientras que el obtenido por los nazis aumenta en un 700% con relación al mismo año. No obstante, tomados aisladamente, los votos de los comunistas aumentan en un 40%, lo que sirve a la dirección del KPD para calificar las elecciones de «victoria de los comunistas» y de «principio del fin» para los nazis.El KPD sigue considerando como su objetivo fundamental el combatir al SPD. Así, en 1931 comunistas y nazis votan conjuntamente contra el gobierno socialdemócrata en el referéndum prusiano, que los primeros califican de «rojo» y los segundos de «pardo», aunque la victoria es para los socialdemócratas. Esta política de división no puede por menos que desorientar a la clase obrera en su conjunto y desprestigiar a los comunistas ante los ojos de los trabajadores socialdemócratas.
En 1932 la crisis económica empeora, alcanzándose la cifra de cinco millones deparados, y disminuyendo cada vez más los salarios y los subsidios de paro en términosreales. En marzo son convocadas nuevas elecciones presidenciales, en cuya primera vueltalos votos se reparten de la siguiente forma: 49,6% para Hindenburg, apoyado ahora como
un «mal menor» por los socialdemócratas, 30,1% para Hitler; 13,2% para Thaelmann, y6,8% para Duesterberg, líder de la Stalhelm, organización de ultraderecha. No habiendo obtenido ninguno la mayoría absoluta, se convoca una segunda vuelta en la que Hindenburg obtiene el 53%, Hitler el 36,8% y Thaelmann el 10,2%, con la retirada deD uesterberg.
La fuerza electoral de los nazis se había doblado después de 17 meses. En abril,Bruening, que prefiere que los nazis no lleguen a ser demasiado fuertes, consigue deHindenburg un decreto por el que se prohiben los ejércitos privados de aquéllos, las SA ylas SS. Pero a finales de mayo, y tras una serie de intrigas encabezadas por el general vonSchleicher, Hindenburg exige la dimisión de Bruening y nombra a von Papen, que constituye un gobierno «por encima de los partidos». Schleicher forma parte de este nuevo gabinete, que bajo su inspiración, levanta en junio la prohibición de las bandas armadas nazis y disuelve el Reichstag, convocando nuevas elecciones para el 31 de julio.
En la nueva campaña electoral, von Papen prohíbe toda clase de desfiles y manifestaciones políticas durante las dos semanas que preceden a la votación. A pesar de ello, los nazis organizan una marcha escoltada por unidades de la policía en una zona obrera de Hamburgo que constituye una auténtica provocación a los obreros y termina con19 muertos y 285 heridos.

Ocupación de Italia .y muerte de Musolini
En Abril de 1939 ocupó Albania. En plena guerra, invadió Etiopía, Abisinia y todo el norte de África, luego Albania y Grecia, pero de ahí en adelante Italia fue cediendo los territorios conquistados, a pesar de la ayuda que le brindó Alemania. Ante tal estado de cosas, finalmente fue destituido por el propio rey y posteriormente encarcelado y rescatado por paracaidistas alemanes. De regreso a Italia, estableció la República Fascista en el norte de Italia. El 20 de Abril de 1945, desmanteló sus oficinas de gobierno.
El día 21 Bologna era capturada por los aliados. Los allegados al Duce le pidieron que viajara a España, pero se nego rotundamente. El día 25 salió de Milán en un convoy que se dirigía a los lagos cerca de Como. La columna de vehículos consistía de algunos camiones y blindados alemanes, seguidos por otro vehículo donde viajaba Clara Petacci y su familia. Al llegar a Como, Mussolini le escribió una carta a su esposa Rachele, pidiéndole que viajara a Suiza. Luego siguieron viaje y pararon en Menaggio. Una columna de tropas leales al Duce dirigidas por Pavolini, salieron de Milán para unirse a su líder.
El 27 de Abril, Pavolini se adelantó a sus tropas y alcanzó a Mussolini. Le acompañaba Angela Curti ex-amante de Mussolini. Simultáneamente una unidad antiaérea alemana comandada por el Tte. Fallmeyer llegLlegaron a Masso a las 7AM donde los partisanos habían bloqueado la carretera.
El Tte Fallmeyer se dirigió a negociar con el comandante partisano Pier Luigi Bellini de le Stelle, de la 2da Brigada Garibaldi. Los partisanos accedieron a permitir el paso de los alemanes, pero no de los italianos. Para no ser visto, el Duce se colocó un capote militar y un casco y subió a uno de los camiones con la tropa.
Los pantalones de oficial general con las raya rojas en los costados lo delató y fue detenido. También fueron detenidos Clara Petacci y su hermano Marcello, pero no ella fue reconocida en ese momento. Posteriormente, Clara Petacci dicidió seguir al lado del Duce.
Una vez reportada la captura de Mussolini los partisanos trataron de proteger la vida de los fascistas cambiándolos de lugar constantemente. El Duce fue cubierto de vendas para evitar que fuera reconocido. Obviamente por su fisonomía no era difícil hacerlo. Lo que sucedió después sigue siendo un misterio, pero sí se sabe que Togliatti, Secretario del Partido Comunista y Vice-Premier de Italia ordenó su ejecución. Al Coronel Valerio se le advirtió de la importancia de su misión. Cuando arribaron a Dongo, a las 2PM, hubo un enfrentamiento entre el líder comunista y el jefe guerrillero, a quien se le exigió mostrar la lista de los prisioneros. Manifestó que tenía órdenes de ejecutar a Mussolini, pero el dirigente tomó la lista y eligió 15 nombres para la ejecución.
Menaggio en ruta hacia el Tirol. Mussolini decidió unirse a la columna para escapar de los partisanos y se dirigió al norte. El 28 de Abril, el Coronel Valerio irrumpió en la habitación de Mussolini y Clara Petacci. Valerio le dijo que le iba a rescatar haciéndoles subir a un automóvil. Viajaron kilómetro y medio aproximadamente y pararon cerca de la Villa Belmonte. Se les ordenó bajar del vehículo y pararse delante de una pared. Inmediatamente fueron ametrallados.
Se puso un guardia al lado de los cuerpos y Valerio regresó a Dongo. Seguidamente, reunió a los 15 de la lista, les permitió hablar con un cura y un pelotón de partisanos los ejecutó. Luego buscó a Marcello Petacci y seguidamente fue también ejecutado.
El día 29 de Abril, los cuerpos fueron llevado a la plaza de Loreto en Milan donde los cuerpos de Benito Mussolini, Clara Petacci, Francesco Barracu, Alessandro Pavolini, Fernando Mezzasomma y Paolo Zerbino, fueron colgados boca abajo, en una estación de gasolina, donde sufrieron el escarnio de la población.
Le sobrevivieron su esposa Rachelle , sus hijos Vittorio, Romano y Edda, quien fue esposa del Conde Ciano.

¿Qué es el fascismo?
Al tratar del fascismo, lo primero que se impone es precisar la significación del vocablo. Con frecuencia, es erróneamente considerado como fascista todo gobierno burgués que prescinde, como tal, de las instituciones democráticas y se distingue por su política represiva. Si esta apreciación fuese justa, habría que considerar como fascistas, por ejemplo, al zarismo ruso, la dictadura de Porfirio Díaz en Méjico antes de la guerra, la dictadura de reina en Yugoslavia o la de primo de Rivera, que acaba de hundirse tan poco gloriosamente en España. Es evidente que la aplicación de métodos dictatoriales y represivos no constituye el único rasgo característico del fascismo.
Intentaremos resumir, en una forma concisa, las causas y las peculiaridades de este movimiento.

A nuestro juicio, sus causas fundamentales son las siguientes:

    • 1. el desencanto producido por los resultados de la guerra;
    • 2. la inconsistencia de las relaciones capitalistas y la necesidad de consolidarlas por medios dictatoriales;
    • 3. la amenaza o el fracaso de la revolución proletaria;
    • 4. la existencia de un gran número de elementos sociales “déclassés”;
    • 5. el descontento y la desilusión de la pequeña burguesía

¿Cuáles son los rasgos característicos del movimiento?

    • 6. el propósito decidido de consolidar el predominio del gran capital;
    • el abandono y menosprecio de las instituciones democráticas y su sustitución por métodos netamente dictatoriales;
    • 7. la represión encarnizada contra el proletariado (destrucción de las organizaciones obreras por recursos plebeyos, según la acertada expresión de Trotsky, medidas de extrema violencia, sin detenerse ante la destrucción física, contra los ilitantes obreros, supresión de las mejoras conquistadas para la clase trabajadora, stablecimiento de un régimen de esclavitud en las fabricas, etc.);
    • 8. la utilización, como base del movimiento, de la pequeña burguesía urbana y rural y de los elementos “déclassés” (especialmente de los ex oficiales del Ejército regresados del frente);
    • 9. una política exterior de expansión imperialista

Pactos de Letrán
En nombre de la Muy Santísima Trinidad, Considerando: Que la Santa Sede e Italia han reconocido que convenía eliminar toda causa de discrepancia existente entre ambos y Ilegar a un arreglo definitivo de sus relaciones recíprocas que sea conforme a la justicia y a la dignidad de las dos Altas Partes y que, asegurando a la Santa Sede, de una manera estable, una situación de hecho y de derecho que le garantice la independencia absoluta para el cumplimiento de su alta misión en el mundo, permita a esta misma Santa Sede reconocer resuelta de modo definitivo e irrevocable la “Cuestión Romana”, surgida en 1870 por la anexión de Roma al reino de Italia bajo la casa de Saboya; que es necesario para asegurar a la Santa Sede la independencia absoluta y evidente, garantizarle una soberanía indiscutible, incluso en el terreno internacional, y que, como consecuencia, es manifiesta la necesidad de constituir con modalidades particulares la “Ciudad del Vaticano” reconociéndose a la Santa Sede, sobre este territorio, plena propiedad, poder exclusivo y absoluto y jurisdicción soberana; Su Santidad el Soberano Pontífice Pío XI y Su Majestad Víctor Manuel III, rey de Italia, han resuelto estipular un tratado, nombrando a este efecto dos plenipotenciarios, los cuales han acordado los siguientes artículos:
Artículo 1.° Italia reconoce y reafirma el principio consagrado en el artículo 1° del Estatuto del reino, de fecha de 4 de marzo de 1848, en virtud del cual la religión católica, apostólica y romana es la única religión del Estado. Art. 2.° Italia reconoce la soberanía de la Santa Sede en el campo internacional como un atributo inherente a su naturaleza, de conformidad con su tradición y con las exigencias de su misión en el mundo. Art. 3.º Italia reconoce a la Santa Sede la plena propiedad, el poder exclusivo y absoluto de la jurisdicción soberana sobre el Vaticano, cómo está constituido actualmente, con todas sus dependencias y dotaciones, estableciendo esta suerte de Ciudad del Vaticano para los fines especiales y con las modalidades que contiene el presente tratado (…).Art. 4.º La soberanía y la jurisdicción exclusiva que Italia reconoce a la Santa Sede sobre la Ciudad del Vaticano implica esta consecuencia: que ninguna injerencia por parte del Gobierno italiano podrá manifestarse allí y que no habrá otra autoridad allí que la Santa Sede (…).Art. 8º ltalia considera como sagrada e inviolable la persona del Soberano Pontífice, declara punible el atentado contra ella y la provocación al atentado, bajo amenaza de las mismas penas establecidas para el atentado o provocación al atentado contra el Rey. Las ofensas e injurias cometidas en territorio italiano contra la persona del Soberano Pontífice, en discursos, actos o en escritos serán castigados como las ofensas e injurias contra la persona del Rey (…).Art. 12º Italia reconoce a la Santa Sede el derecho de legación activa y pasiva según las normas del derecho internacional (…).Art. 18º Los tesoros de arte y de ciencia que existen en la Ciudad del Vaticano y en el palacio de Letrán permanecerán visibles a los estudiosos y a los visitantes, reservándose a la Santa Sede, sin embargo, plena libertad de reglamentar la entrada del público. Art. 20º Las mercancías que provengan del exterior y enviadas a la Ciudad del Vaticano se les permitirán siempre pasar por el territorio italiano con plena exención de derecho de aduana y de consumos. Art. 24º La Ciudad del Vaticano será siempre y en todos los casos considerada como un territorio neutral e inviolable. Roma, 11 de febrero de 1929. Pietro, cardenal Gasparri. Benito Mussolini.” Pacto de Letrán. Extractos de la primera parte correspondiente a las cláusulas políticas. 1929Recogido en M. Laran y J. Willequet.

Más político o sociólogo que filósofo, el ilustrado Charles Louis de Secondat es difícilmente encasillable en una disciplina concreta. Nacido en La Bréde, Burdeos, Francia, en 1689, en el seno de una familia acomodada, estudió ciencia e historia en la universidad, ejerciendo poco tiempo después como abogado en el gobierno loca Después de morir su padre en 1713, vivió bajo el cuidado de su tío, el barón de Montesquieu, que muere tres años después, dejando a Charles tanto su fortuna como su oficio de presidente del Parlamento de Burdeos, así como su título de Barón de Montesquieu.
A partir de entonces, viaja por Europa, pero fue sobre todo Londres la ciudad que más simpatías le despertó, debido al tipo de gobierno que había instaurado en Inglaterra. Su interés primordial se centra en la investigación de las formas de gobierno, las leyes y las costumbres de los distintos países de Europa. A los 32 años escribe Cartas persas, obra que le granjeará una gran fama por su crítica a las libertades y privilegios de que gozaban las clases altas, incluido el clero. En 1734 publica Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia, Y en 1748 Montesquieu saldrá a la luz su obra más conocida y que más influencia ejercerá en los siglos siguientes, El espíritu de las leyes, del cual se hicieron más de veinte ediciones en dos años. En 1750 publica Defensa del espíritu de las leyes. Todas estas obras fueron incluidas en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia Católica. Montesquieu muere en 1755.
Montesquieu pertenece al movimiento ilustrado que, tomando sus raíces en la confianza en la razón postulada en el siglo anterior por Descartes, Leibniz o Hobbes, pretende convertirla en el tribunal al que se ha de apelar para el definitivo progreso de la humanidad. En palabras de Kant, la Ilustración significó “la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad”, cuyo lema se explicita en la frase “sapere aude!” (¡atrévete a saber!). La Ilustración, sin embargo, pone ciertos límites a la omnipotencia de la razón de los racionalistas, excluyendo de la filosofía los temas propios de la metafísica y de la teología tradicional. La crítica de la razón sólo puede extenderse hacia aquello que caiga bajo sus límites. Dentro de esta crítica, el pensamiento de Montesquieu contribuyó a desmontar la tradición que justificaba prejuicios, privilegios, injusticias y barbaries
El objetivo del pensamiento político de Montesquieu, expresado en el Espíritu de las leyes, es elaborar una física de las sociedades humanas. Su modelo, tanto en contenido como metodología, está más en la línea de lo experimental que lo especulativo. Adopta el análisis histórico, basado en la comparación; arranca de los hechos, observando sus variaciones para extraer de ellas leyes.
En esta obra se nos ofrece, además de la descripción de las idiosincrasias nacionales, las diversas formas de gobierno y sus fundamentos, así como los condicionantes históricos e, incluso, climáticos de éstos, elaboró un novedoso enfoque de las leyes, los hechos sociales y la política: se desvane la clásica oposición entre las tesis iusnaturalistas y escépticas, que atribuían el fundamento de las leyes a la arbitrariedad de los legisladores: consideraba más bien que las leyes proceden de relaciones necesarias derivadas de la naturaleza de las cosas y las relaciones sociales, de forma que no sólo se opuso a la separación entre ley natural y ley positiva sino que consideraba que son complementarias.
Cada pueblo tiene las formas de gobierno y las leyes que son propias a su idiosincrasia y trayectoria histórica, y no existe un único baremo desde el cual juzgar la bondad o maldad de sus corpus legislativos. A cada forma de gobierno le corresponden determinadas leyes, pero tanto éstas como aquéllas están determinadas por factores objetivos tales como el clima y las peculiaridades geográficas que, según él, intervienen tanto como los condicionantes históricos en la formación de las leyes. No obstante, teniendo en cuenta dichos factores, se puede tomar el conjunto del corpus legislativo y las formas de gobierno como indicadores de los grados de libertad a los que ha llegado un determinado pueblo.
La filosofía política se transmuta en una filosofía moral cuando establece un ideal político que defiende es el de la consecución de la máxima libertad aunada a la necesaria autoridad política; rechaza abiertamente las formas de gobierno despóticas. Pero para garantizarla al máximo, Montesquieu considera que es imprescindible la separación de poderes.
Muy influenciado por Locke, desarrolla la concepción liberalista de éste, y además de considerar la necesidad de separar el poder ejecutivo del poder legislativo, piensa que también es preciso separar el poder judicial. Esta separación de los tres poderes ha sido asumida y aplicada por todos los gobiernos democráticos posteriores.

Capítulo 1. De las leyes en general
Las leyes en su más extenso significado, son las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas; y, en este sentido, todos los seres tienen sus leyes: la divinidad (…) el mundo material (…) las inteligencias superiores al hombre (…) los brutos (…) los hombres (…) Estas reglas son un relación establecida constantemente (…) cada diversidad es uniformidad; cada cambio es constancia. (…)
El hombre como ser físico, lo mismo que los demás cuerpos, está gobernado por leyes invariables. Como ser inteligente, viola sin cesar las leyes que ha establecido Dios, y varía las que ha establecido él mismo; hace falta que se conduzca y, sin embargo, es un ser limitado; está sujeto a la ignorancia y al error, como todas las inteligencias finitas; incluso pierde los débiles conocimientos que posee. Como criatura sensible se encuentra sometido a mil pasiones; semejante ser podía olvidar a Dios en todo instante. Dios se lo recuerda por las leyes de la religión; semejante ser podía olvidarse en todo instante de sí mismo; los filósofos le han recordado por las leyes de la moral: hecho para vivir en sociedad podía olvidar a los demás; los legisladores le han hecho entrar en sus deberes por las leyes políticas y civiles.

Capítulo 2. De las leyes de la naturaleza
Anteriores a todas estas leyes son las leyes de la naturaleza, llamadas así porque derivan únicamente de la constitución de nuestro ser. Para conocerlas bien, hay que considerar a un hombre antes del establecimiento de las sociedades. En semejante estado, las leyes que reciben serán las de la naturaleza.
La ley que imprimiendo en nosotros la idea de un creador nos lleva hacia él es la primera (…) por su importancia (…) pero no por el orden. El hombre en su estado natural tendría la facultad de conocer, pero no conocimientos. Es claro que sus primeras ideas no serían ideas especulativas. Pensaría en la conservación (…) Un hombre así sólo sería consciente, al principio de su debilidad; su timidez sería extremada. (…) En estas condiciones cada uno se sentiría inferior a los demás o, todo lo más, igual, de modo que nadie intentaría atacar a otro. La paz sería, pues, la primera ley natural. (…)
Al sentimiento de su debilidad (…) uniría el sentimiento de sus necesidades, y, así, otra ley natural sería la que le inspirase la búsqueda de alimentos. (…) el temor (…) el placer (…) la atracción (…) (…) el conocimiento (…) constituiría la tercera. (…) Y el deseo de vivir en sociedad es la cuarta ley natural.

Capítulo 3. De las leyes positivas
Tan pronto como los hombres se hallan en sociedad, pierden el sentimiento de su debilidad; cesa la igualdad que existía entre ellos, y comienza el estado de guerra.
Cada sociedad particular llega a sentir su fuerza, lo que produce un estado de guerra de nación a nación. Los particulares, en cada sociedad, comienzan a sentir su fuerza; buscan volver a su favor las principales ventajas de esta sociedad, lo que constituye entre ellos un estado de guerra.
Estas dos clases de estados de guerra establecen las leyes entre los hombres. Considerados habitantes de tan gran planeta, en el que es necesario que haya diversos pueblos, tienen leyes en las relaciones que estos pueblos tienen entre sí; y es el Derecho de gentes. Considerado como viviendo en una sociedad que debe ser mantenida, tiene leyes en las relaciones que tienen los que gobiernan con los gobernados; y es el Derecho político. Las tienen también en las relaciones que todos los ciudadanos tienen entre sí; y es el Derecho civil. (…) Una sociedad no podría subsistir sin un gobierno. La reunión de todas las fuerzas particulares (…) forma lo que se llama un Estado político. (…)
Las fuerzas particulares no pueden reunirse sin que se reunan todas las voluntades. La reunión de estas voluntades (…) es lo que se llama estado civil.
La ley, en general, es la razón humana en cuanto gobierna a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles de cada nación no deben ser más que los casos particulares a los que se aplica la razón humana. Por ello, dichas leyes deben ser adecuadas al pueblo para el que fueron dictadas (…) Deben adaptarse a los caracteres físicos del país, al clima (…) a la calidad del terreno, a su situación, a su tamaño, al género de vida (…) Deben adaptarse al grado de libertad que permita la constitución, a la región (…) inclinaciones (…) riqueza (…) costumbres (…) maneras.

El equilibrio político: división de poderes
En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el (…) de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil.
Por el primero, el príncipe o magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y por el tercero, castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares. Este último se llamará poder judicial; y el otro simplemente poder ejecutivo del Estado.
La libertad política, en un ciudadano, es la tranquilidad de espíritu que proviene de la opinión que cada uno tiene de su seguridad; y para que se goce de ella, es preciso que sea tal el gobierno que ningún ciudadano tenga motivo de temer a otro.
Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona (…) entonces no hay libertad, porque es de temer que (…) hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo.
Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor.
En estado en que un hombre solo o una corporación (…) administrasen los tres poderes (…) todo se perdería enteramente. (…)
El poder judicial no debe confiarse a un senado permanente y sí a personas elegidas entre el pueblo en determinadas épocas del año, de modo prescrito por las leyes, para formar un tribunal que dure solamente el tiempo que requiera la necesidad.
De este modo el poder de juzgar, tan terrible en manos del hombre, no estando sujeto a una clase determinada, ni perteneciente exclusivamente a una profesión se hace, por decirlo así, nulo e invisible. Y como los jueces no están presentes de continuo, lo que se teme es la magistrartura y no se teme a los magistrados.
Y es necesario también que en las grandes acusaciones el criminal, unido con la ley, pueda elegir sus jueces, o cuando menos recusar un número tan grande de ellos que los que resten se consideren elegidos por él.

Heráldica del Apellido Bonaparte
“En realidad, este no es un francés ni un hombre del siglo XVIII: pertenece a otra raza y otro tiempo. Mirándolo se distingue en él lo extranjero; italiano, diríamos: italiano de nacimiento y de sangre.” Lapidario, Hipólito Taine coincide con su coterráneo Louis Medelin, para quien Napoleón “es el descendiente no degenerado de la antigua Roma”.

Napoleón Bonaparte puso fin al proceso revolucionario con un régimen personal que, investido del poder imperial, intentó imponer en toda Europa el dominio francés y las ideas de la Revolución. Su genio militar y la superioridad de su ejército fueron instrumentos de una desmedida ambición que, finalmente, sucumbió ante la reacción combinada de las naciones europeas. Claro que ni siquiera el hecho de entroncarse en una noble familia toscana exime al héroe de su nacionalidad francesa; adoptada de hecho por él mismo –reivindican sus biógrafos-, sería injusto negársela. No queda otro remedio, sin embargo: ya en el siglo XI aparecen vestigios –tal vez los primeros- de Buonapartes viviendo en la península.
Uno de ellos asocia el apellido familiar con la Primera Cruzada; otro siembra con sus descendientes la ciudad de Florencia; un tercero, víctima del mismo principio expansionista, se instala en Treviso. Dos siglos después, un tal Guglielmo Buonaparte, patricio florentino, partidario ardoroso de la fracción gibelina, se enreda en los sangrientos encontronazos con los güelfos invasores.
Eso basta para que lo echen de Florencia. Termina por establecerse en Sarzana, una provincia de la República Genovesa. El leve renombre que alcanzó a cosechar allí fue suficiente para que sus hijos y nietos acopiaran puestos públicos: síndicos, notarios, consejeros políticos y administrativos. El rosario de dómines se interrumpe cuando Francesco cede a sus movedizos antecedentes y zarpa –a mediados del 1500- rumbo a Ajaccio, en la isla de Córcega. Iban a pasar dos siglos antes que los sucediera Carlo, un aventajado estudiante de jurisprudencia de la ciudad toscana de Pisa, que llega a detentar el cargo de asesor en el tribunal de Ajaccio.
Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio (Córcega) y recibió el nombre de Napoleone. Hijo de Carlos Bonaparte, un abogado que luchó por la independencia de Córcega y Letizia Ramolino. Su formación en Brienne y en la Escuela Militar de París estuvo subvencionada por el rey Luis XVI. Fue temiente en un regimiento de artillería y durante la Revolución Francesa fue teniente coronel de la Guardia Nacional corsa (1791); sin embargo, cuando Córcega declaró su independencia en 1793, Bonaparte, decididamente partidario del régimen republicano, huyó a Francia con su familia. Lo nombraron jefe de artillería del ejército encargado de la reconquista de Tolón, una base naval con el apoyo de Gran Bretaña (que junto a Prusia, Austria, Holanda y España, tras la declaración de guerra francesa a ésta última, habían constituido la Primera Coalición contra Francia en 1793).
Expulsó del puerto a las naves británicas y reconquistó finalmente esta posición. Gracias a esta acción, le ascendieron al grado de general de brigada a la edad de 24 años. En 1795 salvó al gobierno revolucionario restableciendo el orden tras una insurrección realista desatada en París. En 1796 contrajo matrimonio civil con Josefina de Beauharnais, viuda de un aristócrata guillotinado durante la Revolución y madre de dos hijos. En 1796 fue comandante del ejército francés en Italia. Venció sucesivamente a cuatro generales austriacos cuyas tropas eran superiores en número y obligó a Austria y sus aliados a firmar la paz.
El Tratado de Campoformio estipulaba que Francia podía conservar los territorios conquistados, en los que Bonaparte fundó, en 1797, la República Cisalpina (Venecia), la República Ligur (Génova) y la República Transalpina (Lombardia). En 1798 dirigió una expedición a Egipto, que se encontraba bajo el dominio turco, para cortar la ruta británica hacia la India. Su flota fue destruida por el almirante británico Horatio Nelson y quedó aislado en el norte de África tras ser derrotado en la batalla del Nilo. En 1799 no logró hacerse con la conquista de Siria, pero venció a los turcos en Abukir. Mientras tanto, Francia hacía frente a una nueva situación internacional: Austria, Rusia, Nápoles y Portugal se habían aliado con Gran Bretaña, configurando la Segunda Coalición.
A su regreso a París se unió a una conspiración contra el gobierno y junto a sus compañeros tomaron el poder durante el golpe de Estado del 9-10 de noviembre de 1799 (18-19 de brumario según el calendario revolucionario) y establecieron un nuevo régimen, el Consulado. Según la constitución del año VIII, Napoleón, que había sido nombrado primer cónsul, disponía de poderes casi dictatoriales. La Constitución del año X, por él dictada en 1802, otorgó carácter vitalicio a su consulado y, finalmente, se proclamó emperador en 1804.
En 1800 cruzó los Alpes venciendo a los austriacos en la batalla de Marengo y en 1801 firmó el Concordato con el papa Pío VII, que apaciguó los ánimos en el interior del país al poner fin al enfrentamiento con la Iglesia católica. Gran Bretaña reanudó la guerra naval con Francia en abril de 1803 y en 1805, Rusia y Austria se unieron a los británicos en la Tercera coalición. Decidió que todos sus ejércitos fuesen contra las fuerzas austro-rusas, a las que derrotó en la batalla de Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. Conquistó el reino de Nápoles en 1806 y nombró rey a su hermano mayor, José; se tituló rey de Italia (1805), desintegró las antiguas Provincias Unidas (hoy Países Bajos), que en 1795 había constituido como República de Batavia, y fundó el reino de Holanda, al frente del cual situó a su hermano Luis, y estableció la Confederación del Rin que quedó bajo su protección. Fue entonces cuando Prusia y Rusia forjaron una nueva alianza y atacaron a la confederación.
Aniquiló al ejército prusiano en Jena y Auerstedt (1806) y al ruso en Friedland. En Tilsit (julio de 1807), estableció un acuerdo con el zar Alejandro I por el que se reducía enormemente el territorio de Prusia y también incorporó nuevos estados al Imperio: el reino de Westfalia, gobernado por su hermano Jerónimo, y el ducado de Varsovia, entre otros. Impuso el Sistema Continental en Europa, que consistía en un bloqueo sobre las mercancías británicas con el propósito de arruinar el poderoso comercio de Gran Bretaña. En 1807 conquistó Portugal y un año después nombró a su hermano José (Pepe Botella) rey de España, tras lograr la abdicación de Fernando VII en Bayona e invadir el país, dejando Nápoles como recompensa para su cuñado, Joachim Murat. La llegada a España de José Bonaparte recrudeció la guerra de Independencia española.
Napoleón pasó algún tiempo en España y consiguió varias victorias, pero la lucha se reanudó tras su partida, prolongándose durante cinco años la guerra entre las tropas francesas y las españolas (apoyadas por Gran Bretaña), jugando un papel fundamental la lucha de guerrillas. En 1809 derrotó a los austriacos en Wagram, convirtió los territorios conquistados en las Provincias Ilirias (en la actualidad parte de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia y Montenegro) y conquistó los Estados Pontificios. Se volvió a casar, en 1810 con María Luisa, archiduquesa de Austria e hija del emperador Francisco I de Austria, perteneciente a la casa de Habsburgo.
El 5 de mayo de 1821, en la Isla de Santa Elena, Napoleón Bonaparte fallece a los cincuenta y un años de edad. Con el paso del tiempo se suman más y más pruebas de que Napoleón fue, efectivamente, asesinado. La primera de ellas, fue la extraída de un mechón de cabellos del emperador, con el que el Laboratorio Forense del FBI en Washington y el Laboratorio de Investigación Nuclear de Londres han confirmado la presencia de restos de arsénico.
Lo normal en la medicina de aquélla época era suministrar una dosis de un gramo, o, como mucho, dos gramos en casos extremos. . La isla de Santa Elena es una isla que vive permanentemente envuelta en la neblina; triste, desolada. Permanentemente vigilado por un oficial inglés, Hudson Lowe, el emperador se sentía aislado, depresivo, y con continuos accesos de cólera.
El ambiente de la isla era tenso; por un lado, el oficial inglés, era implacable y duro; por el otro, su séquito que se había visto abocado a vivir desterrado allí por culpa de su señor. Los informes médicos señalaban el progresivo deterioro de su salud. Empezaron a aquejarle enfermedades como el cólera, o la hepatitis, sin embargo, Napoleón estuvo incluso meses sin médico alguno que lo visitara y lo cuidara. Napoleón Bonaparte murió por sobredosis de fármacos. Ni el arsénico ni un cáncer gástrico habrían causado la muerte del emperador.
Según científicos estadounidenses, falleció por un error de los médicos que lo atendían: le suministraron un compuesto llamado antimonio potásico, que produce una condición cardíaca fatal. Muchísimos años después de su muerte, específicamente en 2001, se reavivaron las dudas respecto de su muerte, y expertos forenses franceses afirmaron – luego de un análisis a cabellos atribuidos a Napoleón – que el emperador había padecido “una gran exposición al arsénico”. Dicha conclusión reavivó la teoría de que el gobernador inglés de Santa Elena, Hudson Lowe, conspiró con el conde francés Charles de Montholon para asesinar al famoso militar.
Pero la polémica continúa, ya que ahora unos científicos del Departamento de Examen Médico de San Francisco (Estados Unidos), sostienen que Napoleón, posiblemente enfermo por el arsénico al inhalar humo de carbón quemado, Esa gran cantidad de arsénico en su cuerpo no indica a ciencia cierta que alguien se lo suministrara sin su consentimiento, pues en aquella época se usaba también, en pequeñas cantidades, como droga que daba una sensación irreal de superioridad y fuerza. En medicina, además, se tomaba arsénico contra los vómitos, contra el estreñimiento y contra la depresión.
No obstante, el propio Napoleón, en ninguno de sus escritos, hizo referencia a que tomara nada, y además, era público su rechazo a las drogas de la época. Incluso en el diario de de Louis de Marchand, su ayudante de cámara, se puedo leer que el 3 de mayo de 1821 se le administraron sin su conocimiento o aprobación diez gramos de colomel.
Lo normal en la medicina de aquélla época era suministrar una dosis de un gramo, o, como mucho, dos gramos en casos extremos. No deja de ser misteriosamente curiosa una petición expresa de Bonaparte en el que le indicaba a su médico que “luego de mi muerte, que presiento no muy lejana, quiero que abra mi cuerpo… Le recomiendo que lo observe todo cuidadosamente durante su examen”.Partiendo, por lo tanto, de la base de que efectivamente Napoleón tenía arsénico en su cuerpo, y de que es improbable que lo tomara por su cuenta, lo que ha disparado el misterio de su muerte, es si detrás de todo, hubo una trama intencionada con el fin de deshacerse de él. Y es que muchos eran los interesados en que Napoleón no se recuperara.
Napoleón pudo morir por el tratamiento de unos médicos, que lo quisieron curar con “demasiado ímpetu”. Un trabajo aparecido en 2002 echó por tierra aquella hipótesis del asesinato y envenenamiento, ya que los restos de arsénico detectados en los cabellos del emperador, decían, eran de origen exógeno. El equipo estadounidense dirigido por el doctor Steven Karch, señala que un grupo de médicos dio a Napoleón dosis regulares de tartrato de potasio antimonio, una sal utilizada para hacerlo vomitar y así aliviar sus dolores de estómago. El arsénico no lo mató, sus doctores lo hicieron.

España y Napoleón
Las derrotas de las tropas del rey José en las campañas iniciales del año 1808, en especial la rendición de Dupont en Bailén, provocaron que Napoleón Bonaparte acudiera a España. Su intención era acabar de forma definitiva con la resistencia de los patriotas y, si era posible, con las fuerzas expedicionarias británicas en la Península Ibérica. Para conseguir estos objetivos, ordenó que 130.000 hombres de refuerzo viajaran desde Alemania a los Pirineos. Previamente, había reafirmado su poder político y militar en el centro de Europa, ante la belicosidad de Austria, mediante la confirmación de su alianza con Rusia.
Para hacer frente a la seria amenaza de uno de los militares más brillantes de la historia y de las fuerzas armadas más poderosas del mundo en los inicios del siglo XIX, la Junta Central que gobernaba España contaba con cuatro ejércitos: Izquierda, Centro, Cataluña y Reserva. Estas unidades militares eran mandadas, respectivamente, por los generales Blake, Castaños, Vives y Palafox. JOSÉ NAPOLEÓN I (1808-1813) y de España. Napoleón Bonaparte, una vez ocupada España en casi todos sus puntos más relevantes (Aragón fue parte importante y, en especial Zaragoza, que soportó los conocidos sitios de 1808 y 1809), organizó un gobierno profrancés, designando para el trono a su hermano mayor José Napoleón, que antes era rey de Nápoles y de Sicilia. Gobernó José Napoleón I en parte del territorio español desde Madrid, con el denominado Estatuto de Bayona (1808), especie de carta otorgada, aunque fue refrendada por la Asamblea española designada al efecto. La presencia de la administración napoleónica prácticamente subordinó el reinado de José a los intereses de Napoleón, quien ocupó y anexionó al Imperio partes del territorio hispano.
Las medidas políticas que dispuso se centraron de un modo destacado en la supresión de la grandeza y de los últimos vestigios de la anterior administración, además de la exclaustración y consiguiente secularización de los frailes. Para premiar y atraer voluntades creó la Orden Real de España, con la que distinguió, entre otros al pintor aragonés Francisco de Goya. La presión de los españoles de las Cortes de Cádiz y sus aliados y la de su propio hermano fueron suficientes como para precipitar su caída, refugiándose en Francia en junio de 1813. Allí obtuvo el título de Lugarteniente General del Imperio. Tras la desaparición de Napoleón, fue a Norteamérica y a Gran Bretaña, para pasar a Italia, donde murió (Florencia, 1844).

La Batalla de Bailén
Las tropas de Castaños anduvieron mucho, muchísimo, de día y de noche. De hecho, todos los pasos previos de la batalla pueden definirse como una absoluta confusión por ambas partes. Los movimientos del ejército español desconcertaron a los franceses. Éstos no saben exactamente dónde está Castaños ni qué se propone, lo cual deja fuera de fuego a los refuerzos pedidos por Dupont, que no saben hacia dónde dirigirse. Por su parte, Castaños sí sabe dónde están los franceses, pero no tiene elementos de juicio para interpretar sus maniobras. Y el otro gran jefe español, Reding, por su parte, hizo lo que mejor le pareció. Dupont, desconcertado, decide retirarse hacia la ciudad de Bailén, pero entonces se topa con algo inesperado: los españoles estaban allí y en ese momento salían de la ciudad. Eran las tropas de Reding y Coupigny. Así se libró la Batalla de Bailén.
Los españoles tuvieron a su favor tres cosas. Una, que las tropas francesas habían quedado reducidas por los movimientos de Dupont. Dos, que combatieron junto a la ciudad, beneficiándose del apoyo logístico de miles de voluntarios. Tres, el calor: así como a Napoleón le derrotó en Rusia el “General Invierno”, aquí se puede decir que le derrotó el “General Verano”, porque mientras la artillería española –que hizo un trabajo extraordinario- disponía de abundante agua para refrigerar sus piezas, bajo una temperatura de más de 40ºC, los cañones franceses se sobrecalentaban hasta quedar inutilizados.
El agua fue, en efecto, una pieza fundamental: para los cañones pero, sobre todo, para los hombres. Junto a los combatientes, yendo y viniendo de la línea de fuego, un ejército de mujeres, ancianos y niños desafía a las balas llevando cántaros de agua. Por eso hay un cántaro en el escudo de Bailén.
Una de esas valientes mujeres inscribió entonces su nombre en la Historia: María Bellido, nacida en Porcuna, de mote la Culiancha, porque tenía unas caderas formidables, y que aquel día dio de beber al mismísimo general Reding. El episodio demuestra de qué pasta estaba hecha aquella mujer. Estaba María Bellido con su cántaro, dando agua a los soldados, cuando vio al general. Corrió con su cántaro hacia Reding. De repente, una bala perdida deshizo el cántaro en los brazos de la mujer. Entonces ella, calmosa, se agachó y recogió el agua que quedaba para ofrecérsela al general.San Martin participó, a las órdenes del mariscal Coupigny, en la decisiva batalla de Bailén, donde el ejército español, mandado por el general Castaños, derroto por primera vez en campo abierto a la tropas francesas dirigidas por Dupont, cambiando el signo de la guerra.
Batalla de Bailén (también conocida como la Batalla de Baylén) se libró durante la Guerra de la Independencia Española y supuso la primera derrota en la historia del potentísimo ejército napoleónico, la Grande Armée. Tuvo lugar el 19 de julio de 1808 junto a la ciudad jienense de Bailén. Enfrentó a un ejército francés de unos 21.000 soldados al mando del general Dupont con otro español ligeramente más numeroso (unos 24.000) a las órdenes del general Castaños. El ejército francés fue derrotado y hecho prisionero, la primera derrota militar de Napoleón. En esta batalla se distinguió el futuro Libertador de Argentina, Chile y Perú, José de San Martín, por entonces ya veterano oficial de carrera del ejército español.

Consecuencias
La derrota de Dupont se concertó en la Capitulaciones de Andujar, firmadas entre Castaños y Dupont el 22 de julio, por las que las fuerzas francesas que combatieron en Bailén quedaban prisioneras de guerra, y las divisiones de Vedel y Dufour se obligaban a dejar las armas en el terreno, debiendo todas las fuerzas de Dupont marchar hacia el sur de Andalucía, donde se las repatriaría hacia Francia. Con esto se evitaba que su rendición se hiciese hacia Madrid, donde podían volver a combatir de nuevo contra los ejércitos españoles que allí se afanaban contra el francés.
Entre los días 22 y 24 de julio se consumó la rendición de las tropas francesas, y el día 28 de julio se presentó oficialmente en Madrid el capitán De Villoutreys con una escolta de caballería española portando una copia de las Capitulaciones de Andújar. Como consecuencia de la derrota de Dupont, el rey José evacuó Madrid el 1 de agosto de 1808, iniciándose la retirada francesa hacia la línea del río Ebro y dando fin a la primera campaña de 1808.

Mapa de las conquistas de Napoleón Bonaparte durante las distintas campañas en Europa Continental.

Resto de Europa - Personajes Famosos

Comparación entre Napoleón Bonaparte y San Martin

Factores ComparativosNapoleónSan Martín
Frente zona de operaciones160 km.800 km.
Ancho de zona montañosa100 km.350 km.
Alturas máximas flanqueada2500 mts.5000 mts.
Recorridos máximos280 km.750 km.
Recorridos mínimos135 km.380 km.
Rodadostodos incluso artilleríano pudo llevan ninguno
Recursos en la zonacentros poblados y valles con
producciones diversas
ausencia de poblaciones
Valles áridos sin producción

La reina Victoria nació el 19 de mayo de 1819, fue hija del duque de Kent, descendiente de la dinastía alemana de los Hannover, y de la Princesa María Luisa de Sajonia-Coburgo. El rígido reinado de Victoria duró 64 años, poniendo al Reino Unido de la Gran Bretaña a la cabeza del mundo. Guillermo IV no tuvo hijos, así que su sobrina Victoria subió al trono en 1837, a la edad de 18 años. La reina Victoria le devolvió el prestigio a la corona y fue el símbolo viviente de los éxitos sociales y económicos obtenidos.
La primera medida que adoptó la jovencita dejó bien en claro que a partir de ese momento, el 20 de junio de 1837 ella ejercería todo el poder que le había sido asignado sin dar explicaciones. Desalojó a su madre y la envió a otro castillo. No quería verla cerca de ella. La presencia de esa mujer despótica y libertina le molestaba y en realidad, hasta ese momento, la madre había demostrado poco interés por Victoria, fruto de un matrimonio tardío con el duque de Kent que había fallecido tempranamente. La niña creció prácticamente sola, sin la presencia de sus padres, rodeada siempre por criados y doncellas en una apartada quinta rural, lo que hizo que Victoria acumulara mucho rencor por ella.
Entre sus logros está el haber potenciado la Monarquía como elemento de cohesión en una sociedad que ya empezaba a sufrir los primeros problemas deriva-dos de la industrialización. Añadió a sus títulos en 1876 el de Emperatriz de la India. A medida que transcurría el reinado fue más popular. No obstante, nunca entendió el avance de la democracia ni el sufragio femenino ni los problemas sociales de la clase obrera. La reina tenía en 1900 una lista civil de 410.661 libras anuales (equivalentes a 10.266.525 pesetas de entonces) más 60.000 libras para su bolsillo particular y otras 131.260 para los sueldos de sus servidores y empleados. El Príncipe de Gales (luego Eduardo VII) gozaba de una renta de 40.000 libras más otras 10.000 para los gastos de su casa. A su muerte, al contrario que en su coronación, la continuidad de la Monarquía británica estaba más que garantizada.
Con todo, las intromisiones de la reina se manifestaron sobre todo en política exterior, en la que acorde con sus lazos familiares, se mostró favorable a prusianos y austríacos y enemiga del zar. Discrepó de la política italiana del gabinete Russell-Palmerston de 1859-1865, y en 1877 llegó a amenazar con la abdicación si el gobierno británico permitía que los rusos se instalaran en los Estrechos.
El reinado de Victoria y Alberto alcanzó su apogeo en 1851, con la inauguración de la gran exposición, la primera de carácter universal. Alberto organizó la muestra de comercio internacional, que se convirtió en un emblema de la era victoriana. La gran exposición, que sirvió de escaparate para la riqueza y el poder de Gran Bretaña, tuvo lugar en el Palacio de cristal, un enorme edificio en forma de invernadero levantado en Hyde Park y construido con elementos prefabricados, muestra impresionante de las capacidades tecnológicas británicas de la época.
La muerte de Alberto, en 1861,sumió a la reina Victoria en una profunda depresión que la mantuvo alejada de los asuntos de gobierno, aunque siguió el desarrollo de la política, manteniendo apartado del poder a su hijo y heredero, el príncipe Eduardo, a quien acusaba de estar en el origen de la muerte de su padre. De su semirretiro la sacó Benjamín Disraeli, quien la coronó emperatriz de las Indias en 1877. Aunque nunca visitó ninguna colonia, Victoria I se constituyó en el más elevado símbolo del imperialismo británico, tanto en la represión de toda expresión de resistencia interna, como en el caso de Irlanda o en política exterior al discrepar de la política favorable a los italiano de sus ministros Russell-Palmerson, cuando ella se mostraba favorable a los prusianos y austriacos o, en 1877, cuando amenazó con abdicar, si el gobierno británico permitía a la rusos instalarse en el Estrecho.
La Reina Victoria I marcó un período que se llamó la época victoriana.

La Era Victoriana
El Reino Unido conoció una época de máximo esplendor durante la segunda mitad del siglo XIX, período que coincide con el dilatado reinado de Victoria I (1837-1901), la llamada “era victoriana”. Gran Bretaña se convirtió en la primera potencia mundial por la prosperidad de su economía y la extensión e importancia de su imperio colonial, que culminó con la proclamación de la reina Victoria como emperatriz de la India (1877).
En Inglaterra, el pacto constitucional traído por la revolución había relegado a un papel puramente subsidiario el carácter o la valía de los reyes como factor histórico. Gran Bretaña acababa de vencer a Francia en la gigantesca confrontación que enmarcó las guerras de la República francesa y de Napoleón.
Era dueña de los mares y, por consiguiente, del comercio, y estaba inmejorablemente preparada para el despegue industrial y técnico, que había emprendido con mucha antelación al continente. Los soberanos ingleses reinaban pero no gobernaban, algo todavía insólito en la época. Pero no por ello puede, y menos en el caso de Victoria, negarse todo peso e influencia histórica a su figura.
La Época victoriana de Gran Bretaña marcó la cúspide de la Revolución industrial británica y el ápice del Imperio Británico. Aunque se usa comúnmente para referirse al periodo del reinado de la reina Victoria, los historiadores aún debaten si el periodo –definido como una variación en las sensibilidades y asuntos políticos que han sido asociados con los victorianos- comienza realmente con la promulgación del Acta de Reforma de 1832. Esta etapa fue precedida por la Regencia y continuada por el Período eduardiano.
La reina Victoria tuvo el reinado más largo en la historia de los monarcas británicos, y los cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos que sucedieron durante su reinado fueron notables. Cuando Victoria ascendió al trono, Inglaterra era esencialmente agraria y rural; a su muerte, el país se encontraba altamente industrializado y estaba conectado por una red de ferrocarril en expansión. Tal transición no fue suave, como tampoco estuvieron libres de incidentes las décadas anteriores. Las primeras décadas del reinado de Victoria fueron testigos de una serie de epidemias (con mayor impacto el tifus y el cólera), fallos en la producción de grano y colapsos económicos. Hubo disturbios por el derecho al voto y la derogación de las Leyes del Maíz, que habían sido creadas para proteger la agricultura inglesa durante las Guerras Napoleónicas al comienzo del siglo XIX. Los descubrimientos de Charles Lyell y Charles Darwin comenzaron a cuestionar siglos de suposiciones sobre el hombre y el mundo, sobre la ciencia y la historia, y, finalmente, sobre la religión y la filosofía. A medida que el país crecía, cada vez más conectado mediante la expansiva red de ferrocarril, las pequeñas comunidades, antes aisladas, quedaron expuestas y economías enteras se trasladaron a las ciudades, ahora más accesibles. El periodo medio victoriano también fue testigo de significativos cambios sociales, como el renacimiento de la doctrina evangélica, al mismo tiempo que una serie de cambios legales en los derechos de la mujer. Aunque carecían del derecho al sufragio durante la Época Victoriana, ganaron el derecho a la propiedad después del matrimonio a través del Acta de Propiedad de las Mujeres Casadas, el derecho a divorciarse y el derecho a pelear por la custodia de sus hijos tras separarse de sus maridos.

Política victoriana
El periodo está a menudo caracterizado por un pacífico largo tiempo de consolidación de la economía, el sistema colonial y la industrialización, perturbado temporalmente por la Guerra de Crimea, aunque Gran Bretaña estuvo en guerra todos y cada uno de los años del periodo. Hacia fin de siglo, las políticas de Nuevo Imperialismo condujeron a un incremento de los conflictos en las colonias y con el tiempo a las Guerras de los Bóer.
En casa, la agenda era cada vez más liberal con ciertos cambios dirigidos a una reforma política y la extensión del derecho al voto. Durante la primera parte del periodo la Cámara de los Comunes estaba dominada por dos partidos, los Whig y los Tory. A partir del final de la década de los 1850 los Whig se convirtieron en los Liberales. Diversos prominentes hombres de Estado dirigieron uno u otro partido, incluyendo a William Lamb, Sir Robert Peel, Edward Smith-Stanley, Henry John Temple, William Ewart Gladstone, Benjamin Disraeli y Robert Gascoyne-Cecil. Los problemas sin solucionar en relación al derecho de autogobierno de Irlanda desempeñaron un papel importante en los últimos años de la era Victoriana, particularmente por la determinación de Gladstone de alcanzar un acuerdo político.
En mayo de 1857, la Rebelión de la India, una revuelta generalizada contra el dominio de la Compañía Británica de las Indias Orientales, fue iniciada por los cipayos, soldados/espías nativos de la India en el ejército de la Compañía. La rebelión, que implicaba no solo a los cipayos sino también a muchos sectores de la población india, quedó resuelta en un año. Como respuesta a la rebelión, la Compañía fue suprimida en agosto de 1858 y la India pasó a mandato directo de la corona británica, comenzando el periodo del Raj Británico.
En enero de 1858, el Primer Ministro Henry John Temple respondió al complot Orsini contra el emperador francés Napoleón III. Las bombas que pretendían matar al emperador habían sido compradas en Birmingham, lo cual generó tumultuosas reacciones que forzaron a Temple a dimitir. En julio de 1866, una multitud enojada en Londres, protestando contra la dimisión de John Russell como Primer Ministro, fue aplastada por la policía en Hyde Park. Altercados como éste convencieron a Derby y Disraeli de la necesidad de mayores reformas parlamentarias. Durante 1875, Gran Bretaña compró las acciones de Egipto en el Canal de Suez, ya que la nación africana se vio forzada a recaudar dinero para liquidar sus deudas. En 1882 Egipto se convirtió en un protectorado de Gran Bretaña tras la ocupación de las tierras adyacentes al Canal de Suez con el fin de asegurar esta ruta vital de comercio y el camino a la India.
En 1884 se fundó en Londres la Sociedad Fabian por un grupo de intelectuales de clase media, incluyendo a Edward Pease, Havelock Ellis y Edith Nesbit, con el fin de promover el socialismo. George Bernard Shaw y H.G. Wells fueron algunos de los “nombres famosos” que se unieron a la sociedad más adelante.
El 13 de noviembre de 1887, decenas de miles de personas, muchas de ellas socialistas o desempleados, tomaron Trafalgar Square para manifestarse en contra del Gobierno. El jefe de la policía metropolitana, Sir Charles Warren, ordenó a los soldados armados y a 2000 policías contestar.
Los disturbios se sucedieron, con el resultado de cientos de personas heridas y dos muertes. Este hecho es conocido como el Domingo Sangriento

El Imperio británico
Durante el reinado de Victoria I, el Imperio británico se convirtió en el mayor de la historia. Abarcaba la quinta parte de la superficie de la Tierra y comprendía una cuarta parte de la población mundial. Inglaterra, favorecida en la carrera imperialista (ver t65) por su superioridad naval, poseía territorios en todos los continentes:

  • Asia: la India adquirió el estatus de imperio en 1877. Afganistán, Birmania (1855) y Malaca aseguraban una posición estratégica en el tráfico comercial. Además, la victoria en la guerra del Opio (1840-1842) permitió a los británicos el acceso a cinco puertos en China.
  • África: el dominio de Egipto (1882) permitió a Inglaterra controlar el canal de Suez. Los ingleses quisieron formar un corredor de posesiones desde Egipto a El Cabo, para lo cual ocuparon Sudán, Rhodesia, Nigeria, Somalia, Kenya, Uganda y, tras la guerra de los bóers (1899-1902) los territorios de Transvaal y Orange.
  • Oceanía: con Australia y Nueva Zelanda.
  • América: Canadá (cedida por Francia en 1763) era la posesión más importante, complementada con Jamaica, las Antillas británicas, Guayana y las islas Malvinas.
  • Además, Inglaterra contaba con una serie de enclaves estratégicos que le aseguraban el control de los mares: Gibraltar, Malta, Chipre, Santa Elena, Mauricio y Ceilán.

Fechas clave de la época victoriana

  • 1830 Comienza el reinado de Guillermo IV y el periodo de reformas liberales.
  • 1832 Reforma electoral: se extiende el sufragio a los nuevos distritos urbanos.
  • 1833 Primera legislación sobre el trabajo de mujeres y niños. Abolición de la esclavitud.
  • 1834 Legislación de protección a los pobres.
  • 1837 Comienza el reinado de Victoria I.
  • 1838 La Carta del Pueblo presenta las reivindicaciones obreras y reclama el sufragio universal (cartismo).
  • 1842 Nace el movimiento de la Joven Irlanda. Fin de la guerra del Opio.
  • 1845 Comienza el periodo de hambre en Irlanda.
  • 1846 Abolición de la legislación proteccionista sobre el trigo.
  • 1847 Jornada laboral de diez horas.
  • 1867 Reforma electoral que concede el voto a los trabajadores especializados.
  • 1871 Legalización de los sindicatos obreros.
  • 1874 Disraeli impulsa la expansión imperialista.
  • 1876 La reina Victoria es proclamada emperatriz de la India.
  • 1882 Ocupación de Egipto.
  • 1884 Tercera reforma electoral.
  • 1891 Cecil Rhodes completa la conquista de Rhodesia.
  • 1901 Muere la reina Victoria y la sucede Eduardo VII.

Se caracteriza por haber utilizado el método deductivo considerando la realidad social. Su postulado fundamental es la defensa de la libertad, que le lleva a unsistema económico capitalista señalado por la no intervención del Estado en la economía, el comercio internacional libre de aduanas y la determinación de precios por relación entre oferta y demanda.
Nació en Londres, en una familia judía de origen holandés. De formación científica deficiente, fue, como su padre, agente de bolsa. La lectura de las obras de Adam Smith le impulsó, desde 1799, a dedicar gran parte de su tiempo al estudio de la economía. Después de haber adquirido una gran fortuna en poco tiempo en la Banca de Londres, se convirtió en terrateniente. En 1819fue elegido miembro del Parlamento por Portarlington; retuvo el cargo hasta su muerte, aunque nunca visitó Irlanda. Su retiro de los negocios le permitió dedicarse a trabajos intelectuales desde muy joven.
Su obra más importante, Principios de economía política y tributación, constituye la exposición más madura y precisa de la economía clásica; en el prefacio afirma que “el principal problema de la economía política es determinarlas leyes que regulan la distribución”. Con ese fin desarrolló una teoría del valor y una teoría de la distribución. Escribió también gran número de ensayos, cartas y notas que contienen aportaciones de importancia.
En 1797, Ricardo leyó “La Riqueza de las naciones” de Adam Smith. Hasta ese momento, el joven y exitoso financista que era Ricardo dividía su tiempo entre los negocios (que le proporcionarían una considerable fortuna) y las ciencias naturales, a las que era aficionado desde niño. A través de la obra de Adam Smith, Ricardo descubrió que la economía también estaba regida por leyes objetivas, como las que gobiernan la química y la física, y comenzó a estudiarlas (y en muchos casos a descubrirlas) de una manera sistemática.
A partir de 1809, David Ricardo se convirtió en colaborador habitual del Morning Chronicle, que expresaba los intereses y puntos de vista de la burguesía industrial británica. Se trataba de un período combativo, que oponía el tradicionalismo e intransigencia puritana imperantes en el país los principios del a ciencia y una actitud pragmática (cuando no indiferente) en materia religiosa.
Las colaboraciones de Ricardo tuvieron una repercusión amplia e inmediata en dos sectores: el científico y el político. En los medios académicos causó admiración el lenguaje preciso y la solidez metodológica de los artículos de Ricardo, deudores sin duda de su frecuentación de las ciencias naturales.
Los políticos, especialmente los que expresaban la creciente influencia de los industriales, no tardaron en advertir que las argumentaciones de Ricardo, deudores sin duda de su frecuentación de las ciencias naturales.
Los políticos, especialmente los que expresaban la creciente influencia de los industriales, no tardaron en advertir que las argumentaciones de Ricardo, su fría disección del os hechos económicos, constituían armas valiosas para el partido progresista. El mismo fenómeno se produjo cuando Ricardo publicó – sobre la base de suscolaboraciones en el “Morning Chronicle” – sus primeros libros importantes, entre los que tiene especial relevancia el titulado El alto precio del lingote, queapareció en 1809.
El prestigio académico y político de que gozaba Ricardo hizo que nadie se extrañara cuando, en 1813, fue elegido miembro del Parlamento, como representante de Portarlington. La defensa del librecambismo que Ricardo realizó en el Parlamento contribuyó de modo decisivo a fijar, de manera perdurable, la posición británica en el comercio mundial. Desde ese momento, Ricardo abandonó – sin pena ni nostalgia – toda actividad empresarial; dejó sus negocios en manos confiables o los vendió; la fortuna que había acumulado le permitía vivir libre de sobresaltos. Así pudo dedicar todas sus energías a la actividad parlamentaria y al estudio científico, que no se limitaba a la economía: desde su primera juventud, Ricardo se había interesado por la geología, la química y las matemáticas.
En lo que toca a la determinación de la renta de la tierra, Ricardo adoptó los puntos de vista de Malthus con quien mantuvo una polémica constante a lo largo de su vida. Afirma que el valor de cambio de un bien (especialmente los agrícolas) estád eterminado por la mayor cantidad de trabajo necesaria para su producción; nimás ni menos que el costo marginal en términos contemporáneos. Así la incorporación de tierras nuevas en las cuales la producción es cada vez más difícil aumenta el valor de cambio de todos los productos agrícolas, favoreciendo a los antiguos productores. De esta manera, la renta de la tierra -más exactamente la renta diferencial – aumenta a medida que se incorporan nuevas tierras a la producción. Y esto ocurre continuamente en razón del incremento de la población y del consiguiente aumento de la demanda de alimentos. Cabe notar que esta apreciación de Ricardo podía haber sido válida un siglo antes, pero ya no en la época que escribía el autor. El progreso había llega do también a la agricultura y la cantidad de trabajo requerida para la producción de un bien también disminuía. Lo que sí es absolutamente cierto es que la productividad del trabajo aumentaba más rápidamente en las manufacturas. Y que la idea de la determinación del valor por el costo marginal tenía un significado cuando se trataba de incorporar tierras relativamente poco aptas.
Ricardo se preocupó sólo en segunda instancia en averiguar las causas del crecimiento o, si se prefiere el origen de “la riqueza de las naciones”. Aunque también se podría decir que sus preocupaciones en torno al crecimiento lo llevaron a interesarse en primer lugar en los factores que explican la distribución de la renta.
Al autor de los “Principios de economía política y tributación” (1817) lo inquietaba especialmente la tendencia de la baja de los beneficios. Tendencia a su entender inevitable en la economía inglesa, pero que podía contrarrestarse con el desarrollo del comercio exterior. No a la manera de Adam Smith, quede estacaba el papel de las exportaciones de manufacturas en la profundización de la división del trabajo. Sí a través de las importaciones de cereales baratos que impedirían que suba el salario normal. Y, por ende, facilitarían el aumento de los beneficios y la acumulación necesaria para el crecimiento. Sitúa como objeto de la economía el estudio y determinación de las leyes que regulan la distribución del producto entre las tres clases sociales: los propietarios de la tierra, del capital y del trabajo

Nacido en Ginebra el 28 de Junio de 1712, Rousseau pertenecía a una familia económicamente modesta y de religión protestante de la que recibió una deficiente educación. Huérfano de madre desde niño, su padre, relojero, aficionado a la música y bailarín, tuvo que huir de Ginebra por una disputa con un militar de buena familia, confiando su hijo al cuidado del pastor Lambercier hasta 1724, fecha en la que Rousseau comienza a trabajar en diferentes oficios.
Siendo ayudante de un grabador, huyó de éste debido a sus violentos modales, dejando Ginebra y vagabundeando por distintas ciudades hasta llegar a Annency, donde fue acogido por Mme. de Warens, una conversa al catolicismo que pretendía que Rousseau abjurase del protestantismo, por lo que le envió a Turín para ser bautizado y convertido. Allí nuestro filósofo se ganó la vida temporalmente contratado por la esposa de un tendero, pasando al servicio de Mme. de Vercellis en 1728 y un año después sirviendo en casa del conde de Gouvon.
Entre 1729 y 1730, Rousseau deambula por numerosas ciudades dedicándose a enseñar música y en 1731 viaja por vez primera a París, donde trabaja como preceptor. A finales de año se traslada a casa de Mme. de Warens en Chámbery, que le consigue un empleo en el catastro de Saboya, residiendo allí durante ocho años, en los que se dedica a estudiar música, filosofía, química, matemáticas y latín.
En 1742 viaja de nuevo a París para presentar una nueva notación musical que la Academia no consideró “ni útil ni original”. Sin embargo, en estas fechas contactó con Diderot y otros ilustrados. En 1743 publica su Disertación sobre la música moderna y al año siguiente conoce a Théresè Levasseur, con la que mantiene relaciones estables de las que tendrá cinco hijos, todos ellos confinados en un orfanato por ¡el padre de la pedagogía!.
Después de redactar numerosos artículos sobre música para la Enciclopedia a petición de D’Alambert, representa en 1745 la ópera Las musas galantes y establece amistad con Grimm y Diderot. Fue precisamente en una visita a éste a la cárcel cuando Rousseau leyó en un periódico que se celebraba un concurso de ensayo de la Academia de Dijon cuyo tema versaba sobre si debían considerarse beneficiosas para la moral humana las artes y las ciencias. Dicho concurso lo ganó Rousseau en 1750 con el ensayo Discurso sobre las ciencias y las artes, texto en el que mantenía una postura pesimista que anticipó muchas de las tesis freudianas de
El malestar de la cultura y en la que se oponía abiertamente al pensamiento de los filósofos ilustrados defendiendo que las artes y las ciencias, fuentes de perversión y esclavitud, contribuían esencialmente a la degeneración y envilecimiento del hombre. Obra de gran polémica en su tiempo, el Discurso arranca de una hipótesis contraria a la mantenida por Hobbes de un estado salvaje de naturaleza en el que el hombre estaba en guerra contra el hombre, siendo cada uno enemigo del otro y viviendo todos en el miedo, la desconfianza y el terror. Rousseau concibe que el estado “natural” del hombre, antes de surgir la vida en sociedad, fuera bueno, feliz y libre.
El “buen salvaje” vivía independiente, guiado por el sano amor a sí mismo. Este estado natural es “un estado que no existe ya, que acaso no ha existido nunca, que probablemente no existirá jamás, y del que es necesario tener conceptos adecuados para juzgar con justicia nuestro estado presente”, es decir, se trata de una hipótesis que permite valorar la realidad actual: el estado social, aquel en el que el hombre se aparta de la naturaleza para vivir en comunidad, guiado por el egoísmo, el ansia de riqueza (propiedad) y la injusticia.
El Discurso causó tantas controversias que Rousseau tuvo que abandonar su puesto y dedicarse a trabajar como copista de música. En 1752 presenta en la corte su ópera El adivino del pueblo y, en 1754 publica una de sus grandes obras: Discurso sobre el origen y el fundamento de la desigualdad entre los hombres, en la que lleva a cabo una dura crítica de las instituciones políticas y sociales como grandes corruptoras de la inocencia y bondad naturales del hombre.
De ella dijo Voltaire que era un libro “contra el género humano”, que cuando se lee “entran ganas de andar a cuatro patas”. Sin embargo, en esta obra y en las siguientes, Rousseau analiza el tránsito del hipotético estado de naturaleza al estado social como una degeneración (no un progreso) producto de las desigualdades sociales que surgen con la propiedad privada, el derecho para protegerla, y la autoridad para que se cumpla ese derecho. Las leyes establecidas en toda sociedad son siempre las leyes que defienden al poderoso, al rico y a su poder frente a los no poseedores de propiedad, a los pobres.
La propiedad privada y el derecho han creado un abismo entre dos “clases” jerárquicamente diferenciadas entre sí: la clase de los propietarios, de los poderosos y de los amos, frente a la clase de los no propietarios, pobres y esclavos. Esta situación no es superable, según Rousseau, pero puede ser mitigada a través de una sana vuelta a la naturaleza y una educación que fomente el individualismo y la independencia del hombre.
Después de publicar esta obra Roussesau volvió a Ginebra y se acogió de nuevo al calvinismo, instalándose en 1756 en la casa de campo de Mme. d’Epinay en Montmorency, junto con Théresè y la madre de ésta. Pero pronto surgen problemas, debido al enamoramiento de Rousseau por la condesa d’Houdetot, que finalmente llevó a las dos mujeres a cortar relaciones con Rousseau, el cual se retiró a casa del mariscal de Luxemburgo en 1757.
Un año después publica su novela epistolar La nueva Eloísa y en 1762 aparecerán dos de sus obras más importantes: El contrato social y Emilio o de la educación. Ambas serán prohibidas inmediatamente por el parlamento de París (después en Ginebra, en Holanda y en Berna), que ordena su detención, por lo que Rousseau se refugia en Neuchâtel, dependiente de Prusia

La filosofía de la educación
La consabida pregunta “¿En qué consiste la originalidad de Rousseau en materia de educación?”, suscita abundantes respuestas que hay que pasar por el tamiz de la crítica. Rousseau, iniciador de una “revolución copernicana”, habría situado al niño en el centro del proceso educativo. A ello ha contribuido en gran medida el Emilio, pero conviene recordar que, tras un largo período de indiferencia, el interés por el niño era propio de la época y hasta tendía a convertirse en una moda: moralistas, administradores y médicos utilizaban toda clase de argumentos para incitar a las madres a preocuparse por su prole, empezando por darle el pecho. Rousseau participa en el desarrollo de este “sentimiento de la infancia”. Pero también reacciona contra la complacencia inconsiderada del adulto hacia quien tendería a convertirse en el centro del mundo: aunque deba rechazarse la imagen del niño como fruto del pecado, tampoco se deben divinizar sus deseos.
La literatura sobre la educación era ya abundante en la época en que Rousseau escribe el Emilio. Son incontables los libros, partes de libros y artículos que se le consagraron. Todo el mundo opinaba sobre el tema: filósofos como Helvétius, quien en su obra Del espíritu, publicada en 1758, afirma que todo depende de la educación en el hombre y en el Estado; sabios y utopistas como el abad de Saint-Pierre, autor de un Proyecto para perfeccionar la educación; hasta los poetas, que ponen en cuartetos las máximas sobre educación .
Por la misma época se publican gran cantidad de manuales para iniciar al niño desde sus primeros años en el método experimental; por ejemplo, en 1732 se inventa el “pupitre tipográfico” cuya finalidad es enseñar a leer a los niños por el medio de letras móviles que ellos mismos colocan en las correspondientes casillas. La Chalotais publica su Ensayo de educación nacional en el que indica que en este terreno se produce en el público europeo una especie de “fermentación”.
Se ha intentado desentrañar lo que Rousseau debe tanto a sus grandes antecesores como a sus brillantes contemporáneos: Montaigne, citado doce veces en el Emilio, Locke, a quien critica poniendo aún más de relieve lo que le debe, Fenelon, Condillac. En esos autores consagrados, al igual que en otros que la historia no ha reconocido, como “el sabio Fleury”, afortunado autor de un Tratado de la elección y el método de los estudios, publicado en 1686 y reeditado en 1753 y 1759, y “el sabio Rollin” y su Tratado de los estudios, es fácil encontrar muchas ideas que se anticipan a las de Rousseau. Pero me parece indiscutible que el autor del Contrato social y del Emilio es todo menos un ecléctico.
En realidad, esos préstamos son refundidos en el crisol de un pensamiento que se presenta como sistemático e innovador: “No escribo sobre las ideas de los demás sino sobre las mías”, dice en el prólogo del Emilio. “No veo igual que los demás; hace tiempo que me lo reprochan”.
El rasgo genial de Rousseau, que consagra la originalidad radical de su talante intelectual, radica en haber pensado la educación como la nueva forma de un mundo que había iniciado un proceso histórico de dislocación. Mientras sus más activos contemporáneos, también tocados por la gracia educativa, se dedican a “fabricar educación”, y las grandes figuras de la inteligencia se esfuerzan en remodelar al hombre mediante la educación haciendo de él un humanista, o un buen cristiano, o un caballero, o un buen ciudadano.
Rousseau deja de lado todas las técnicas y rompe todos los moldes proclamando que el niño no habrá de ser otra cosa que lo que debe ser: “vivir es el oficio que yo quiero enseñarle, al salir de mis manos no será, lo reconozco, ni magistrado, ni soldado, ni sacerdote: antes que nada será hombre”.2
El gran problema radica en que el hombre del humanismo, aquel que vivía en armonía con la naturaleza y con sus semejantes, en el seno de unas instituciones cuya tutela no ponía en tela de juicio, se ha extinguido. Ahora la necesidad se libera de la naturaleza, engendrando en el hombre una pasión por poseer y un sentimiento de ambición que alimenta a su vez la carrera por el poder.
El interés prolifera desbordando los límites de la necesidad natural y contaminando rápidamente todo el tejido social. Las instituciones que tenían tradicionalmente la tarea de contenerlo se presentan ahora como los instrumentos de una vasta manipulación tendiente a asentar el poder de los más fuertes. Ese saber del cual el hombre espera, desde Platón, la salvación es un engaño: las ciencias nacieron del deseo de protegerse, las artes del afán de brillar, la filosofía de la voluntad de dominar. La requisitoria pronunciada en los dos Discursos de 1750 y 1755 echa por tierra desde la raíz toda tentativa tendiente a definir, a priori, una esencia del hombre, dado que, manifiestamente, toda definición se sitúa en el nivel de la representación social y participa en la corrupción por el interés que caracteriza a nuestra sociedades históricas.
Ciertamente, el Contrato social permite soñar con un mundo en el que los conflictos de intereses quedarían apaciguados, en el que la voluntad general sería la expresión adecuada de la voluntad de cada uno. Pero ¿qué otra cosa se puede hacer sino soñar tal cosa en un mundo condenado a la insatisfacción? ¡Ay de quien se atreva a dar a ese sueño una consistencia histórica!
Ese se expondría a ver cómo los intereses, artificialmente contenidos por la instauración autoritaria de una “sociedad de naturaleza” en este mundo civilizado, hacen estallar con violencia aun mayor una estructura que se les ha vuelto completamente extraña. La sociedad va a la deriva: “Nos acercamos al estado de crisis y al siglo de las revoluciones. ¿Quién puede decirnos qué será de nosotros entonces?” Ello no hace sino reforzar la urgencia de la exhortación: “Adaptar la educación del hombre al hombre y no a lo que no es: ¿No veis que tratando de formarle exclusivamente para un estado, le volvéis inútil para todos los demás3?”.
¿Hay pues que dejarse llevar por la corriente y aceptar el hecho consumado de la dislocación social, jugar sin escrúpulos el juego del interés y de la mascarada mundana? Rousseau pudo, en su existencia errante y parasitaria, pasar por un gozador escéptico. Pero eso supone desconocer su voluntad de servir al hombre, su sentimiento –calvinista– del “deber ser” de la Ley, aun vaciada de todo contenido histórico, el papel que él atribuye a la sociedad en el desarrollo de las cualidades que constituyen al hombre; supone también olvidar que Rousseau siempre manifestó una repulsión por la anarquía y un amor casi abusivo por el orden: vestimenta impecable, interior limpio, letra aplicada, herbolarios meticulosamente ordenados… Su pensamiento, sistemático en la forma, busca siempre la unidad.
Así pues, siendo el mundo como es, ¿qué hacer? La respuesta nos la ofrece Rousseau finalmente en esa obra en la que en un principio pensaba reunir algunas reflexiones y que luego iba a adquirir las dimensiones de un “tratado sobre la bondad original del hombre”, titulado Emilio y que él considera como “el mejor de sus escritos, y el más importante”, lo que más merecedor le hace del agradecimiento de los hombres y de Dios: ahora se trata de educar.
La educación será el arca gracias a la cual la humanidad social podrá salvarse del diluvio. Cuando el hombre ya no pueda desarrollar sus potencialidades abandonándose al solo movimiento de la naturaleza, cuando corra el riesgo de vivir otra alienación convirtiéndose en “una unidad fraccionaria que responde al denominador y cuyo valor consiste en su relación con el todo que es el cuerpo social”, resulta que puede llevarse a cabo una forma de acción específica que provoca el encuentro del deseo (natural) y de la ley (establecida) de tal manera que el homo educandus se construya su propia ley, se vuelva, en el sentido etimológico del término, autónomo.
En otras palabras, la idea de educación, lejos de dar lugar a una nueva ideología, no cesa de arraigarse en la condición contradictoria del hombre. La obra de Rousseau y, sobre todo, el Emilio, es efectivamente un punto donde se enfrentan las grandes corrientes y contracorrientes de la época, las mismas que no han cesado de labrar en profundidad el pensamiento occidental desde sus orígenes platónico-cristianos. Necesidad y libertad, corazón y razón, individuo y Estado, conocimiento y experiencia: términos de estas antinomias que se nutren en el Emilio, publicado en 1762. Rousseau sigue siendo un hijo del Siglo de la Luces, pero el racionalismo convive abiertamente en él con su adversario de siempre, ese contra el cual Platón y Descartes habían erigido su sistema de pensamiento: el yo sensible que afirma su propia verdad en la autenticidad de una existencia coherente consigo misma. Así, la educación será para Rousseau el arte de organizar los contrarios en la perspectiva del desarrollo de la libertad autónoma.
Consideremos, por ejemplo, el problema de la libertad y de la autoridad, Rousseau critica de entrada toda forma de educación fundada sobre el principio de autoridad que someta la voluntad del niño a la de su maestro. ¿Hay que dejar pues al niño a su propio albedrío? Ello supondría, siendo el mundo lo que es, un fatal error que comprometería su desarrollo: si el yo sensible quiere acceder a la conciencia autónoma, tiene que chocar con la realidad, y sería pura ilusión recrear alrededor del niño una forma de paraíso, forzosamente artificial, en el que su deseo se realizara plenamente: parecería “seguir a la naturaleza”, pero en realidad, sólo seguiría a la opinión.
Como muestra el desarrollo del héroe epónimo Emilio, hay que conquistar al contrario su libertad y su autonomía personal más allá del encuentro conflictivo con la dura realidad del mundo, con la realidad del otro, con la realidad de la sociedad. Y es entonces cuando el educador recobra un papel decisivo permitiendo la experiencia formadora, acompañando al niño a lo largo de todo su itinerario lleno de pruebas y de escollos, y sobre todo, brindándole un estímulo esencial en el momento en que debe esforzarse por reconstituirse tras la ruptura de su deseo. El arte del pedagogo consistirá en actuar de manera tal que su voluntad no suplante nunca la del niño.
Consideremos ahora el encuentro entre conocimiento y experiencia. Se trata de afrontar también aquí una situación contradictoria. Si bien es cierto que el conocimiento quita a la experiencia espontaneidad e imprevisibilidad, no lo es menos que resulta vital para el hombre comprometido en este mundo de intereses y de cálculos. La enseñanza sigue siendo pues esencial.
Pero la pura y simple transmisión del saber que se necesita para vivir en sociedad puede originar una alienación en el individuo; si la ciencia libera al hombre, puede también encerrarlo en un nuevo tipo de conformismo intelectual. Es necesario pues organizar la transmisión del conocimiento de manera que el propio niño se encargue de esa tarea; en esa etapa donde se impone una pedagogía que no sea un simple proceso de adaptación del “mensaje” a un “receptor”, sino que se base en el sentido mismo del saber con respecto al interés que cada uno tiene al recibirlo.
Así pues, la sociedad necesita ahora crear en su seno un entorno pedagógico que favorezca, por medio de una acción adecuada a los fines perseguidos, el acceso de cada uno a la libertad autónoma. Pensamos en seguida en la escuela, pero el propósito de Rousseau va más allá de los límites de la institución escolar o familiar y, de una manera general, de la institución social, para buscar una forma de acción que permita que el hombre sea liberado a pesar de la mutilación que la sociedad produce en su yo sensible.

Economista y filósofo escocés. Es el fundador de la economía política. Analiza la ley del valor y enuncia la problemática de la división de clases.
Adam Smith considera el capitalismo como el estadio natural de las relaciones sociales. De hecho, fundó el liberalismo económico. En su obra principal ” Investigaciones sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones ” el laissez faire aparece como el motor del progreso económico.
La publicación del libro “Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones” de Adam Smith en 1776, es considerado el origen de la Economía como ciencia.
Los clásicos escribieron en una época en la que la industria estaba conociendo un desarrollo sin precedentes. Su preocupación principal fue el crecimiento económico y temas relacionados como la distribución, el valor, el comercio internacional, etc. Uno de sus objetivos principales fue la denuncia de las ideas mercantilistas restrictivas de la libre competencia que estaban aún muy extendidas en su época. Para Adam Smith, el Estado debía abstenerse de intervenir en la economía ya que si los hombres actuaban libremente en la búsqueda de su propio interés, había una mano invisible que convertía sus esfuerzos en beneficios para todos.
Adam Smith nació en 1723 en Escocia. Su padre, juez y oficial de aduanas, murió al nacer él. Su madre lo educó en Kilcardy. A los catorce años entró en la Universidad de Glasgow, donde tomó contacto con Francis Hutcheson, que también había sido profesor de David Hume. Hutcheson tuvo mucha influencia sobre Smith y le debe en gran parte sus ideas sobre la libertad política.
En 1740, Adam Smith ganó una beca para Oxford, pasando los años siguientes en el Balliol College. Oxford estaba en decadencia y, a pesar de que recibió poca educación formal, hizo un buen uso de su tiempo y leyó mucho.
En 1747 volvió a Kilcardy y, poco después, empezó a dar clases en la Universidad de Edimburgo. Pocos años después fue nombrado catedrático de Lógica de la Universidad de Glasgow, pasando a la Cátedra de Filosofía Moral cuando quedó vacante en 1752.
Sus clases en Glasgow dieron lugar a una de sus principales obras, The Theory of Moral Sentiments, que se publicó en 1759. Este libro tuvo mucho éxito y fue a parar a manos de Charles Townshend, el político, que quedó tan impresionado, que ofreció a Adam Smith el cargo de tutor del joven duque de Buccleuch. Smith aceptó la oferta, dimitió de su cátedra en 1764, iniciando un gran viaje alrededor de Europa con el duque.
En Toulouse desarrolló parte de sus conferencias de Glasgow; este fue el inicio de su obra principal, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Volvió a Gran Bretaña en 1766, retirándose a Kilcardy para revisar y terminar su obra. Se publicó finalmente en 1776, y le valió una gran fama. El libro fue esencialmente, un estudio de la creación de la riqueza.
De por sí no representaba nada nuevo, puesto que el tema ya había preocupado a los mercantilistas y a los fisiócratas, pero, mientras que los primeros creyeron que la riqueza derivaba de una balanza comercial favorable y los segundos de la tierra, Smith sostuvo que la riqueza procedía del trabajo.
Empezó con la celebrada descripción del trabajo que incrementa la riqueza debido a que aumenta la destreza de la fuerza de trabajo, ahorra tiempo, y permite el empleo de ingenios mecánicos. Los límites de la división del trabajo vienen determinados por el tamaño del mercado y del ” stock de capital”.
El problema del crecimiento económico lo desarrolló en su famoso Libro IV, en el cual Smith adelantó la tesis de que la libertad dentro de una sociedad llevaría a la máxima riqueza posible. En muchos sentidos, el argumento se basa en The Theory of Moral Sentiments, debido a que la armonía social que exponía dependía, en muchos sentidos, del delicado equilibrio de los motivos en conflicto del hombre.
La búsqueda para satisfacer el propio interés beneficiaría a toda la sociedad y estará limitado por el propio interés en el prójimo. Los productores intentan obtener el máximo beneficio pero, para lograrlo, deben producir los bienes que desea la comunidad. Además, deben producirlos en las cantidades adecuadas, de lo contrario, un exceso daría lugar a un beneficio y precio bajo, mientras que una oferta demasiado pequeña originaría un aumento del precio y finalmente un aumento de la oferta.
El delicado mecanismo de la ” mano invisible ” entraba en juego también en el mercado de los factores de producción, asegurando la armonía siempre que los factores buscaran las rentas máximas posibles. Se producirían los bienes adecuados a los precios adecuados y el conjunto de la comunidad obtendría la máxima riqueza posible mientras rigiera la libre competencia; sin embargo, si se restringiese la libre competencia, la ” mano invisible ” dejaría de funcionar y la sociedad cargaría con las consecuencias.
El éxito inmediato del libro se debió a su brillante sistematización del pensamiento económico alrededor del concepto central de los mercados, y en la justificación intelectual que proporcionaba a los nuevos industriales que estaban interesados en librar a Gran Bretaña de los controles mercantilistas.
En un corto tiempo, La Riqueza de Las Naciones entró en las estanterías de los políticos y economistas proporcionando el código del comportamiento económico que sirvió a Gran Bretaña durante la mayor parte del siglo siguiente, y cuyas brillantes perspectivas únicamente quedaron paliadas por las predicciones lúgubres del reverendo Thomas Malthus y David Ricardo. Adam Smith ” persuadió a su propia generación y gobernó a la siguiente”.

La Riqueza de las Naciones
En 1737, a la edad de 14 años, habiendo concluido su curso en la escuela local de Kirkcaldy, Smith ingresó en la Universidad de Glasgow, donde fue influido por Francis Hutcheson, el famoso profesor de filosofía moral. Luego de su graduación en 1740, Smith obtuvo una importante beca para Oxford, donde estudió por seis años en Balliol College, con la intención de prepararse para una carrera eclesiástica enEscocia. Sin embargo, el entorno académico en Oxford en esa época era pobre y decepcionante: “… hace mucho tiempo que la mayor parte de los profesores oficiales en Oxford abandonaron las obligaciones de la enseñanza,” y “… será por su propia culpa si en Oxford alguien llega aponer en peligro su salud por exceso de estudio….” Smith dedicó estos años a un programa de lectura intensiva en filosofía y literatura, tanto moderna como clásica. En 1746 decidió renunciar a su beca antes de su expiración, y abandonó Oxford.
A partir de 1787 será rector de la Universidad de Glasgow. Smith aporta grandes novedades teóricas para comprender el mundo de la naciente economía capitalista. Son suyos conceptos como la división del trabajo, del que partirán la especialización y el trabajo en serie, valor de uso y valor de cambio, o la catalogación del trabajo como un valor mercantil. Su análisis del progreso económico muestra una vertiente optimista.
El mayor valor de su obra es el método de análisis propuesto, basado en leyes propuestas a partir de la observación de comportamientos y hechos. Así, demuestra una especial capacidad para desvelar las claves de la economía, si bien su espíritu práctico le hace a veces carecer de rigor científico. Su pensamiento contribuye al abandono de los postulados mercantilistas, partidarios a ultranza del proteccionismo y el comercio como actividad principal, en favor de una economía de corte abierto y liberal. Propone un objeto doble para la economía: crear las condiciones para que la sociedad pueda generar riqueza abundante y proporcionar al Estado ingresos suficientes para prestar una serie de servicios públicos en su obra “la riqueza de las naciones”.
Adam Smith trató de explicar los factores que determinan el progreso económico, y las medidas que podrían tomarse para crear un ambiente favorable para el crecimiento económico sostenido. Más aún, los principales elementos de su teoría aún forman la base para las discusiones más recientes sobre el tema, y sus recomendaciones para la política económica siguen siendo relevantes para nuestra época. Será por tanto oportuno e instructivo aprovechar esta oportunidad para reexaminar en algún detalle su “modelo” de crecimiento económico y la evidencia que lo sustenta.
A su vez, Smith atribuía las diferencias internacionales e inter-temporales en la productividad a diferencias en el grado de “división del trabajo.” Para ilustrar los efectos de una mayor y más fina división del trabajo, Smith recurre al ejemplo de una manufactura “de poca importancia”: la industria de alfileres.
Según Smith, tanto el nivel del ingreso real per cápita como su tasa de crecimiento dependen esencialmente de “la aptitud, destreza y sensatez con que generalmente se ejercita el trabajo”, es decir, de lo que hoy en día llamaríamos la “productividad laboral.”La teoría de Smith fue revolucionaria en su época porque contradecía directamente las doctrinas “mercantilistas” que predominaban entonces.

Otro informe sobre las Riqueza de las Naciones
“Si el capital se distribuyese en partes iguales entre todos los individuos de la sociedad, nadie tendría interés en acumular más capital del que pudiese emplear por sí mismo” E,G. Wakefield, England and América, Londres 1833, (citado por Karl Marx en El Capital, FCE, ed. 1958 pag. 652)

Las teorías económicas clásica y neoclásica erraron completamente al prever que la universalización de los mercados y la internacionalización del capitalismo producirían una convergencia de la riqueza de las naciones. Lo que ocurrió en los últimos 200 años fue exactamente lo contrario: en el inicio del siglo XIX, la diferencia de renta entre los países ricos y pobres, era de 1 a 2; un siglo después, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, era de 1 a 4, y al final del siglo XX era ya de 1 a 7. Pero también erraron las teorías de la dependencia y del subdesarrollo, que en el siglo XX, apostaron a la imposibilidad del desarrollo capitalista, en las ex colonias europeas, o en los países que fueron o son objeto de la dominación imperialista de las grandes potencias.
En este período, hubo industrialización y desarrollo sustentable en varios territorios que fueron verdaderas “perlas” del colonialismo y del imperialismo europeo y norteamericano. Primero, en los años ´70 y ´80, fueron los “tigres” y los “gansos” del sudeste asiático, y después, a partir de los años ´90, fue el crecimiento exponencial de China y la India, que puso cabeza abajo a todas las teorías ortodoxas y heterodoxas del desarrollo económico. Lo que no deja de ser extraño, porque son estos mismos casos de éxito económico que están explicitando, de forma cada vez más nítida, las grandes regularidades y tendencias de largo plazo del desarrollo mundial, que no entran, entre tanto, en la cabeza de la mayoría de los economistas. Así, por ejemplo, de forma sintética y por tópicos:

    • 1) A pesar de la globalización de los mercados y de la internacionalización de los capitales, que se profundizó en la segunda mitad del siglo XX, el sistema económico mundial sigue funcionando en base a “organismos económicos nacionales”, con grados muy diferentes de desarrollo y riqueza.
    • 2) Dentro de este sistema mundial, el liderazgo del desarrollo económico estuvo siempre en manos de un número limitado de economías nacionales que se articulan de forma dinámica y expansiva, con el movimiento imperialista de sus estados nacionales.
    • 3) Estas “organizaciones económicas nacionales” que lideran el desarrollo económico mundial mantienen entre sí fuertes lazos de complementariedad, junto a una competencia intensa y permanente por la primacía económico-financiera, y por la supremacía política regional y mundial.
    4) Por eso mismo, en estas “economías líderes”, la guerra, o mejor dicho, la permanente preparación para la guerra, ocupan un lugar central, por el lado de la demanda efectiva, de la innovación tecnológica y de la acumulación financiera, además, como factor movilizador y como principio organizador de sus principales política nacionales.

El comportamiento de estos “Estados-economías líderes”, al mismo tiempo, no explica la riqueza de países que nunca fueron grandes potencias expansivas y militarizadas. Asimismo, en estos casos, el éxito económico tiene que ver con el “efecto en cadena” de la competencia y del crecimiento de los “Estados-economías” que lideran el desarrollo mundial; y depende de la estrategia de respuesta adoptada por sus gobiernos.
Las “economías líderes” son transnacionales e imperiales por definición y su expansión genera una especie de “rastro” (podría traducir como también como surco, CAS) que se amplía a partir de su propia economía nacional. Cada “Estado-economía imperial” produce su propio “rastro”, y dentro de él, las demás economías nacionales se jerarquizan en tres grandes grupos, según sus estrategias político-económicas.
En un primer grupo, están las economías nacionales que se desenvuelven bajo el efecto protector inmediato del líder. Varios autores ya hablaron del “desarrollo por invitación” o “asociado” para referirse al crecimiento económico de países que tienen acceso privilegiado a los mercados y a los capitales de la potencia dominante.
Como ocurrió con los antiguos dominios ingleses del Canadá, Australia y Nueva Zelanda, después de 1931, y también con Alemania, Japón y Corea tras la Segunda Guerra Mundial, cuando fueron transformados en protectorados militares con amarres preferenciales con la economía norteamericana.
En un segundo grupo, se ubican los países que adoptan estrategias de catch up para alcanzar a las economías líderes. Por razones ofensivas o defensivas, aprovechan los períodos de bonanza internacional para cambiar su posición jerárquica y aumentar su participación en la riqueza mundial, a través de políticas agresivas de crecimiento económico. En estos casos, en general, el fortalecimiento económico antecede al fortalecimiento militar y al aumento del poder internacional del país. Son proyectos que pueden ser bloqueados, como ya ocurrió muchas veces, pero también pueden tener éxito y dar nacimiento a un nuevo “Estado-economía líder”.
Tal como pasó exactamente con los Estados Unidos, Alemania y Japón, en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y está en vías de ocurrir con China, la India y Rusia, en este inicio del siglo XXI. Por último, en un tercer grupo mucho más amplio se localizan casi todas las demás economías nacionales del sistema mundial, que actúan como “periferia económica” del sistema, proveyendo insumos primarios e industriales especializados para las economías que están en los “niveles superiores”. Son economías nacionales que pueden tener fuertes ciclos de crecimiento, y alcanzar altos niveles de renta per cápita, como es el caso de los países nórdicos y de la Argentina. Y pueden industrializarse, como es el caso del Brasil y México, y seguir siendo hasta hoy, economías tan periféricas como las de Venezuela o de Chile, para mantenernos en el ámbito del “rastro” inmediato de los Estados Unidos.
Concluyendo rápidamente: la desigualdad del desarrollo y la riqueza entre las naciones es un elemento esencial del crecimiento de la economía de mercado y del sistema capitalista mundial. Sin embargo, existe la posibilidad selectiva de movilidad nacional dentro de este sistema, dependiendo de la estrategia económica y de poder de cada país.

Por fin, ¿Quién ha sido Iosif Vissarionovich Stalin?, se dice que era un “georgiano de sangre pura”, nacido en Gori, Caucasia, que era ortodoxo y que algún tiempo fue alumno de un seminario, aunque existen varios “documentos”, fotografías y fotocopias, que pueden ser auténticas o falsas, puesto que han aparecido después de la revolución comunista, las informaciones recogidas por oficiales del Servicio Secreto Rumano, en la Caucasia misma, durante la II Guerra Mundial, resuelven por lo menos para nosotros todo el misterio de la vida y carrera de Stalin.
Como religión parece que la familia de Stalin fue ortodoxa, pero como “raza” Stalin no era georgiano puro. Algunos judíos que viven aislados dentro de la sociedad cristiana prefieren muchas veces adoptar formalmente nuestra religión, por motivo de comodidad, para no ser mirados por los cristianos como individuos peligrosos. Pero esto no ha cambiado en nada el carácter de esta gente y cada vez que tienen la posibilidad se vuelven contra su religión adoptiva, de cuya protección no necesitan más, y como buenos judíos, buscan destrozarla. Stalin el dictador rojo fue de origen judío y hay multitud de pruebas.
El nombre real de Stalin fue Iosif David Vissarion Djugashvilli, llamado también Kochba. Los nombres Iosif (José) y Vissarion, o sea el de Stalin y su padre, no son utilizados por la población ortodoxa de Caucasia, y generalmente, al ser bautizados, los ortodoxos no reciben nombres de origen judío como Iosif, Benjamín, Salomón, Daniel, Miriam, etc., sino más bien nombres de origen latino, griego y eslavo, excepto los locales. Por consiguiente el nombre de Stalin indica desde el principio que es de origen judío. TRAIAN ROMANESCU*“La Gran Conspiración Judía
Nació en 1879, político soviético de origen georgiano, moldeó los rasgos que caracterizaron al régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URRS), Estado del que fue su máximo dirigente (1929-1953), y configuró más que ningún otro gobernante la Europa posterior a la II Guerra Mundial.
Iósiv Visariónovich Dzhugachvili (su verdadero nombre y que 1910 adoptó el apodo de Stalin, que en español significa “Acero”) nació el 21 de diciembre de 1879, en Gori (Georgia). Sus padres eran campesinos georgianos y no hablaban ruso, pero Stalin fue obligado a aprenderlo cuando asistió a la escuela religiosa de Gori (1888-1894), centro en el que obtuvo una beca para acudir al seminario ortodoxo de la capital georgiana, Tbilisi.
Mientras estudiaba teología, Stalin leyó, entre otras obras, Das Kapital (El Capital) de Karl Marx y pronto adoptó el marxismo ruso como forma de pensamiento. Fue expulsado del seminario en diciembre de 1899, días antes de cumplir 20 años de edad.
Se afilió al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1899 y actuó como propagandista entre los trabajadores de los ferrocarriles de Tbilisi. La policía le detuvo en 1902. Arrestado en Batum, estuvo más de un año en prisión antes de ser exiliado a Siberia, de donde escapó en 1904. Fue la primera de las ocho detenciones que sufrió bajo el régimen zarista; la última se produjo en 1913 y duró hasta 1917.
A su regreso de Siberia en 1904 Stalin se casó con Yekaterina Svanidze, que murió en 1910. Su segunda esposa, Nadezhda Alliluyeva, con la que había contraído matrimonio en el año 1919, se suicidó en 1932.
Durante los últimos años del régimen zarista (1905-1917) Stalin apoyó siempre a la facción bolchevique del partido, pero su contribución fue más pragmática que teórica. Así, en 1907, ayudó a organizar un atraco a un banco de Tbilisi para “expropiar” sumas de dinero. Lenin le nombró en 1912 miembro del Comité Central del partido. Al año siguiente, editó, por poco tiempo, el recién creado periódico del partido, Pravda (Verdad) y, a petición de Lenin, escribió su primera gran obra, El marxismo y la cuestión nacional. Sin embargo, antes de que se publicara (1914), fue deportado a Siberia.
Tras la revolución de marzo de 1917 (febrero según el calendario juliano), Stalin regresó a San Petersburgo, donde reanudó la publicación de Pravda. Junto a Liev Kámenev, controló las decisiones del partido en la capital antes del regreso de Lenin en abril. Ambos propugnaron una política de moderación y cooperación con el gobierno provisional.
En 1924, Lenin muere, y Stalin apoyado con Zinoviev y Kamenev (compañeros de partido a quienes posteriormente Stalin traicionaría y eliminaría), toma el poder absoluto y clama por la idea del Socialismo en un solo país, teniendo como base principal, que una vez que el comunismo convirtiera a Rusia en una poderosa nación, entonces se extendería su influencia al mundo, pero no antes, mientras que su más peligroso rival Trotski (creador del ejército Rojo), competía por la idea de la Revolución Permanente. Así, Stalin aliado con Zinviev y Kamenev se deshace de Trotski y lo exilia a México en 1929, donde sería asesinado en 1940.
Luego Stalin, se apoyaría en el líder de la derecha comunista Bujarin, para eliminar a Zinviev y Kamenev en 1929, para que luego el mismo Bujarin fuese eliminado a su vez en 1936 acusado de traición, obteniendo el máximo poder como líder de Rusia en una dictadura. El ascenso de Stalin era meteórico y, debido a su experiencia en nacionalismos, es nombrado comisario del pueblo para las nacionalidades. En 1922 llegó a la secretaría general del partido lo que produjo las diferencias con Lenin.
Este hecho provocó que Lenin se plantease la sustitución de Stalin al frente de la secretaría general pero, debida a la muerte de Lenin en 1924, Stalin consiguió ocultar toda prueba de esa intención de sustitución con lo que el control del partido y del país quedaba en sus manos.
Stalin debió hacer frente a las innumerables oposiciones de sus rivales (algunos de ellos eran los siguientes: Trotsky, Zinóviev y Kámenev los cuales se consideraban la oposición de izquierdas). La victoria Stalinista se basó en una inteligente utilización de los sectores del partido y del Estado. La mayor consecuencia de este hecho fue que en 1929 Stalin era reconocido por todos como sucesor de Lenin y único líder de la URSS.
El primer gran problema del mando Stalinista fue hacer frente a una precaria situación agrícola a finales de lo años 20 por lo que atacó con una política que perjudicaba a todos los campesinos propietarios los cuales fueron deportados o asesinados. Decidido a devolver la grandeza a la URSS, Stalin instaló en los años 30 un proceso de industrialización que igualó a la URSS con superpotencias como Gran Bretaña o Estados Unidos.
Con todo el apoyo político Stalin se decantó por una campaña de eliminación de todos sus opositores (como Zinóviev, Kámenev y Bujarin condenados a muerte y ejecutados) lo que produjo numerosos arrestos y envíos de gente a campos de concentración o de trabajos forzados.
Como consecuencia más notable de este régimen de terror podemos citar la desaparición de muchos dirigentes del partido y militares lo que produjo la transformación de la dictadura del proletariado en favor de la dictadura de la burocracia del PCUS (partido comunista de la Unión Soviética).
Debido al miedo instalado en la URSS y pese al acuerdo entre Alemania y la URSS en 1939, los ejércitos alemanes deciden invadir la URSS en junio de 1941 durante la II guerra mundial. Stalin en persona dirigió el ejército Rojo (ejército soviético) en la guerra contra Alemania y, tras la batalla de Stalingrado, la URSS consiguió la victoria y Stalin el reconocimiento mundial como uno de los líderes de mayor repercusión.
Una vez finalizada la guerra, Stalin instaló el régimen comunista en todos los países conquistados por la URSS y en los cuales se pasó a unas democracias populares hecho que fomentó el levantamiento y el estallido de la guerra fría. Cabe destacar que en 1953 Stalin mandó detener a innumerables doctores de Moscú acusados de crímenes médicos y atentar contra el propio estado. Todo apuntaba a una nueva matanza y persecución colectiva que sólo se puedo evitar gracias a la muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953 en Moscú.
Como consecuencia de dicho régimen y de sus atrocidades perpetuadas en la URSS Stalin pasó de ser un héroe del socialismo a estar considerado uno de los mayores dictadores del siglo XX junto con Hitler, Mussolini y Franco. Tres años después de su muerte se comenzó el denominado proceso de desestabilización.
Al igual que Hitler, Stalin aprovechó su posición de poder para saldar viejas cuentas personales y a través de la policía secreta mandó asesinar a todos aquellos individuos que alguna vez lo perjudicaron. Como Stalin era un ser cínico gozaba haciendo sufrir a sus víctimas de las más variadas formas. Su técnica predilecta era secuestrar o asesinar a los familiares de su víctima de turno logrando que los condenados se arrastraran a sus pies suplicando clemencia por sus seres queridos. Muchos funcionarios e incluso generales del ejército debieron rebajarse para obtener el perdón del dictador.
Los más afortundaos, después de pasar las peores humillaciones eran perdonados, los demás eran ejecutados o confinados a Siberia.
Stalin demostró a lo largo de su vida un absoluto desinterés por sus seres queridos.A sus hijos no les hizo faltar nada material pero los ignoraba y no los quería ver.A su anciana madre, que murió cuando Stalin tenía ya más de 60 años, la debe haber visto un par de veces en veinte años. Y si hubo una madre que dió todo por criar a su hijo esa persona fue la madre de Stalin. Pero a Stalin no le interesaban los afectos terrenales sino el poder decidir el destino de las personas. Claro que también daba el ejemplo desde sus costumbres de vida de estilo espartano, su desapego por lo material, sus ropas sencillas y una valentía personal encomiable. Cuando los alemanes estaban a las muertas de Moscú, Stalin no abandonó la capital y permaneció hasta las últimas consecuencias.
Cuando su hijo cayó en manos de los alemanes él se negó a negociarlo por la vida de un general alemán. Fue tan cínico como austero, tan criminal como honesto, tan déspota como trabajador (prácticamente vivía en el Kremlin).Su aspecto personal no era el mejor, con la cara marcada por la viruela, un brazo en junto y los dedos de los pies unidos. Carecía del carisma de un Mussolini o de un Hitler pero su pueblo lo quería porque simbolizaba el orden y la disciplina.
Gracias a él un país medieval y agrícola se transformó en la segunda potencia industrial del mundo casi a la par de los Estados Unidos. Al término de la guerra, en Yalta se mostró habilísimo y aprovechándose de un Churchill cansado y de un Roosvelt moribundo se quedó con la mejor porción de la torta.
Toda Europa Oriental estaba bajo su influencia y en su país adquirió la estatura de prócer en vida.
Murió en febrero de 1953 a los 74 años de edad, probablemente envenenado.

León Trotsky (León Davidovich Bronstein, nacido en Ucrania, 1879) fue junto a Lenin, uno de los máximos dirigentes de la revolución proletaria más importante del siglo XX hasta nuestros días: la Revolución rusa de octubre de 1917.
Su rápido aprendizaje de los fundamentos del marxismo, su visión internacionalista y su papel dirigente en los inicios de la revolución rusa en 1905, como Presidente del soviet de Petrogrado lo convirtieron, ya en su juventud, en uno de los más importantes teóricos del siglo XX, especialmente con relación a la teoría de la revolución en la época imperialista: su teoría de la revolución permanente.
Se destacó como revolucionario en todas las tareas que asumió en la Rusia de los soviets: como militar, construyendo el Ejército Rojo que derrotó a los 14 ejércitos imperialistas que intentaron impedir la consolidación del estado obrero revolucionario. Pero también realizó importantes aportes en el terreno político y diplomático así como en el campo económico. Como periodista e historiador, fue reconocido -incluso por sus enemigos- como uno de los más grandes escritores políticos del siglo. También se destacaron sus aportes en el terreno del arte y la cultura.
Sin embargo, como él reconociera pocos años antes de su asesinato a manos de un agente stalinista en agosto de 1940, su tarea más indispensable fue la construcción primero de la Oposición de Izquierda Internacional y luego, y particularmente, de la IV Internacional. Durante estos años, coincidentes con su forzado exilio, Trotsky analizó y teorizó sobre los más importantes fenómenos de la época: las relaciones interimperialistas, su relación con la economía y la lucha de clases, el surgimiento del fascismo, la política stalinista de los “frentes populares”, los regímenes bonapartistas “sui generis” en las semi colonias latinoamericanas así como las tendencias profundas hacia la revolución y contrarrevolución en la URSS, entre otros.
La Oposición de Izquierda y la IV Internacional fueron las organizaciones que construyó, junto a una importante camada de dirigentes bolcheviques, para combatir desde sus comienzos a la burocratización y degeneración del estado obrero soviético (la que Lenin sólo había visto en sus inicios antes de su muerte) y dotar a las nuevas generaciones de una herramienta para triunfar sobre el capitalismo y sus agentes contrarrevolucionarios

Trotsky y el Leninismo
San Petersburgo, 22 de enero de 1905. Una multitud silenciosa, encabezada por un pope ortodoxo, se acerca al Palacio de Invierno del zar. Pretenden entregarle un pliego de peticiones y reivindicaciones cuya aplicación haga más llevadera su desdichada existencia. No les atiende su padrecito autócrata, sino una línea de fusileros; no reciben promesas, sino balazos. Mueren más de 1.000 personas y unas 5.000 resultan heridas. Es domingo.
El Domingo sangriento fue la chispa que encendió la Primera Revolución rusa. Su prólogo estuvo repleto de episodios miserables protagonizados por campesinos sometidos y arruinados por pagar el rescate de su servidumbre, abolida a la medida de sus señores en 1861, y obreros con salarios de hambre y jornadas de más de 12 horas diarias –pero que empezaban ya a aprender a manejar el arma de la huelga. A esto se unió la desastrosa guerra con Japón, iniciada en agosto de 1904, que todavía endureció más las condiciones de vida del pueblo ruso, y el deseo, por parte de algunos sectores de la burguesía, de una reforma del régimen autocrático y semi feudal en la dirección de una mayor apertura hacia el desarrollo capitalista.
La revolución iniciada en 1905 fue un movimiento ascendente que comenzó con huelgas económicas crecientes que se fueron transformando o entrelazando con huelgas políticas, que fueron elevando su magnitud hasta alcanzar la huelga general política –con la que aparecieron los Soviets–, en el mes de octubre, y que culminó con la fracasada insurrección armada en Moscú, en diciembre. A esto se sumaron las revueltas campesinas, que se iniciaron a partir del otoño y que continuaron creciendo a lo largo de 1906, cuando la revolución en las ciudades iba ya remitiendo. Desde el verano de este año, con el movimiento en franco repliegue, las fuerzas revolucionarias fueron encauzando su actividad a través de la Duma de Estado que Nicolás II se había visto obligado a convocar entre el canto de sirenas de las promesas constitucionales. Hasta que, en junio de 1907, el Primer Ministro, Stolipin, disolvió la II Duma, cerrando, así, en falso, el ciclo revolucionario.
La revolución de 1905-1907 movilizó a millones de obreros y campesinos y se caracterizó por que fue la clase obrera quien jugó el papel preponderante y hegemónico. El proletariado ruso actuó como vanguardia de un proceso en el que las reivindicaciones pasaron en seguida a adoptar contenidos políticos democráticos. Por el contrario, la burguesía ejerció un rol secundario, fue a remolque de los acontecimientos y, más bien, buscó la conciliación con la autocracia a través del seudoparlamento en forma de Duma de Estado. De hecho, la revolución sirvió para la consagración política de la burguesía liberal, que sólo en 1905 pudo constituir un partido al estilo de los de la burguesía occidental (el Partido Demócrata Constitucionalista, coloquialmente conocido como kadete ).
El posicionamiento de los partidos y de las clases en la Rusia revolucionaria siguió, en líneas generales, el guión fundamental que ya escribieran los marxistas en el Congreso de fundación de su partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), en 1898[1], y el análisis realizado en 1906 por el dirigente socialista alemán K. Kautsky en relación con el carácter social de la próxima revolución rusa, en general, y con el papel que en ella jugaría la burguesía liberal, en particular[2]. Desde estos presupuestos teóricos, y desde su confirmación por la experiencia práctica de la revolución, la socialdemocracia rusa pudo concretar sus diferentes concepciones tácticas. Ciertamente, una cosa eran las tareas de la revolución, y otra muy distinta sus fuerzas motrices y qué clase social debía dirigirla. Esta cuestión ahondaría aún más las diferencias políticas de las dos corrientes principales del socialismo ruso –el bolchevismo y el menchevismo– que ya se había separado en el II Congreso del partido, celebrado en 1903.
Para los mencheviques, la naturaleza democrático-burguesa de las tareas de la revolución rusa indicaban la necesidad de que fuera la burguesía quien se pusiera a la cabeza del proceso, a la vez que el proletariado se reservaba las funciones de oposición extrema, aguardando su turno para ejercer el papel revolucionario que le ha encomendado la historia, mientras el capitalismo va creando las condiciones para la implementación de su lucha de clase en pos del socialismo. Para los bolcheviques, en cambio, de la naturaleza social de la revolución no se debía deducir necesariamente la naturaleza social de su sujeto dirigente. Para Lenin y sus seguidores, la burguesía se encontraba incapacitada para conducir de manera consecuente y hasta el final la revolución burguesa en Rusia: el temor de la débil burguesía a verse sobrepasada por el proletariado y las masas populares en el proceso, la retraían de su teórico papel dirigente. Como decía el jefe de los bolcheviques:
“[Cuando el proletariado ha empezado a] tener conciencia de constituir una clase aparte y a unirse en una organización de clase, independiente, [cuando el proletariado, en tales condiciones], utiliza cada paso de la libertad para reforzar su organización de clase contra la burguesía. De ahí deriva inevitablemente la aspiración de la burguesía a suavizar las aristas de la revolución, a no permitir que sea llevada a su fin, a no dar al proletariado la posibilidad de realizar su lucha de clase con toda libertad (…). Por eso, en el mejor de los casos, en las épocas de mayor ascenso de la revolución, la burguesía constituye (…) un elemento que vacila entre la revolución y la reacción. De manera que la burguesía no puede ser el dirigente de nuestra revolución.”[3] Además, la revolución rusa presentaba una peculiaridad especial:
“(…) la agudeza del problema agrario, mucho más exacerbado en Rusia de lo que fuera en cualquier otro país en condiciones similares. La llamada reforma campesina de 1861 se llevó a cabo de modo tan inconsecuente y antidemocrático que las bases fundamentales de la dominación de los terratenientes bajo el régimen de servidumbre no fueron conmovidas. Por eso, el problema agrario, o sea, la lucha de los campesinos contra los terratenientes por la tierra, resultó ser una de las piedras de toque de la actual revolución. Esta lucha por la tierra forzosamente impulsa a enormes masas campesinas a la revolución democrática, pues sólo la democracia puede darles la tierra, al darles predominio en el Estado. La condición para la victoria del campesinado es el aniquilamiento total de la propiedad de los terratenientes.
De esta correlación de fuerzas sociales surge la inevitable conclusión de que la burguesía no puede ser el motor principal ni el dirigente de la revolución. Sólo el proletariado está en condiciones de llevarla hasta el fin, es decir, hasta la victoria completa. Pero esta victoria puede lograrse únicamente a condición de que el proletariado consiga llevar tras de sí a gran parte del campesinado. La victoria de la actual revolución es posible en Rusia sólo como dictadura democrática revolucionaria del proletariado y el campesinado.”[4]
Siguiendo estos lineamientos tácticos, la percepción de las clases y de los partidos desde el punto de vista de la línea divisoria entre la revolución y la contrarrevolución variaba grandemente para cada una de las corrientes del socialismo ruso. Para los mencheviques, partidarios de una revolución burguesa clásica , el principal cometido del partido proletario consistía en apoyar al partido kadete , mientras establecían la línea que separaba la revolución de la contrarrevolución entre éste y los octubristas[5]. Por el contrario, para los bolcheviques, el papel dirigente del proletariado y las tareas de la revolución exigían que la socialdemocracia se atrajese a la pequeña burguesía democrática.
La línea divisoria, entonces, habría que situarla entre la democracia revolucionaria y los Kadetes. Cuando el desarrollo de la revolución, que implicaba una polarización constante de las fuerzas políticas, llevó al liberalismo constitucionalista a formar Gobierno, integrando el denominado gabinete responsable , al precio de su renuncia a cuestionar la propiedad terrateniente y al de su alejamiento de la consigna de Asamblea Constituyente –para ir reconociendo, poco a poco, la legitimidad de la Duma del zar–, el menchevismo se vio arrastrado hacia el campo contrarrevolucionario bajo la consigna de “gobierno apoyado en la Duma ”, y, una vez que ésta fue disuelta, con la idea de que fuese la Duma , y no un Gobierno Provisional Revolucionario –como defendían los bolcheviques–, quien convocase la Asamblea Constituyente ; todo lo cual significaba renunciar a la revolución democrática a cambio de un compromiso reformista con la autocracia. Por su parte, mientras los mencheviques se alejaban de la vía revolucionaria y del marxismo, los bolcheviques vieron cubiertas sus expectativas en el deslindamiento político entre las clases provocado por la marcha de los sucesos revolucionarios, cuando en la I Duma zarista se fue configurando el denominado “Grupo del Trabajo” –los llamados trudoviques –, como expresión de la democracia campesina revolucionaria y de la separación de ésta de la burguesía liberal.
A partir de aquí, se abría la posibilidad práctica de realizar en el plano político la alianza de las clases revolucionarias que el plan bolchevique había puesto en la base de la revolución rusa. El golpe de Estado de Stolipin terminó con esta esperanza; pero, para 1907, los bolcheviques habían visto confirmada su línea táctica con el respaldo de los acontecimientos más importantes de la revolución, tanto en su fase ascendente, hasta la insurrección de diciembre, como en su fase de repliegue.
La experiencia de 1905-07 no sólo había ratificado la posibilidad de que el proletariado se pudiera poner a la cabeza de la revolución democrático-burguesa en Rusia, sino también permitió corroborar la naturaleza de clase del futuro poder revolucionario según la fórmula bolchevique que Lenin hizo famosa en su libro dedicado a debatir estas cuestiones, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática :
“El proletariado debe llevar a su término la revolución democrática, atrayéndose las masas campesinas, para aplastar por la fuerza la resistencia de la autocracia y paralizar la inestabilidad de la burguesía. El proletariado debe llevar a cabo la revolución socialista, atrayéndose la masa de elementos semiproletarios de la población, para romper por la fuerza la resistencia de la burguesía y paralizar la inestabilidad de los campesinos y de la pequeña burguesía.”[6]

NOTAS
[1]En el Manifiesto de Minsk , en plena época de colaboración entre marxistas legales y marxistas revolucionarios, el propio P. Struve leyó ante el Congreso de fundación del POSDR el reconocimiento explícito, por parte de una de las corrientes del pensamiento liberal ruso, de la incapacidad de la burguesía para encabezar y consumar la revolución burguesa ( Cfr ., CARR, E. H.: La Revolución Bolchevique (1917-1923). Ed. Alianza. Madrid, 1972; tomo 1, pp. 25 y 29). Trotsky también compartía la común perspectiva revolucionaria del marxismo ruso en estos momentos incipientes: “Rusia avanzaba hacia la revolución burguesa. En las filas de la socialdemocracia (…) nadie dudaba que la revolución que se acercaba era precisamente burguesa ” (TROTSKY, L.: La revolución permanente . Ed. Fontamara. Barcelona, 1979; p. 46).
[2]Cfr ., LENIN, V. I.: Obras completas [en adelante, O.C .]. Moscú, 1983. 5ª edición; tomo 14, pp.183-193.
[3]LENIN: O.C ., t. 15, pp. 350 y 351.
[4]Ibídem.
[5]Así se denominaba coloquialmente a los seguidores de la Unión del 17 de octubre, el partido de los terratenientes y los industriales, ala derecha de los kadetes , que, tras el segundo manifiesto del zar, emitido en octubre de 1905 y en el que prometía “libertades civiles” y una “Duma legislativa”, había considerado suficientes esas concesiones de la autocracia y se había escindido de la vía liberal-constitucionalista representada por sus colegas demoliberales.
[6]LENIN: O.C ., t. 11, p. 95.

François-Marie Arouet, que se dio a sí mismo el seudónimo de Voltaire, es quizás uno de los intelectuales franceses más polifacéticos e importantes del Siglo de las Luces. Nació en París el 21 de Noviembre de 1694, hijo del notario François Arouet y de una madre prácticamente desconocida que falleció cuando Voltaire cumplía los siete años de edad. Estudió en el colegio jesuita Louis-le-Grand cuando se cumplían los últimos años del reinado de Luis XIV. De su formación religiosa guardará Voltaire un penoso recuerdo que se plasmará en una actitud irreverente, rebelde y burlona frente la Iglesia, sus instituciones y dogmas.
En 1713 obtiene el cargo de secretario de la embajada francesa en La Haya, trabajo del que es expulsado debido a ciertas relaciones amorosas. Apasionado ya desde entonces por la literatura, frecuenta los lugares donde se reúnen los intelectuales y artistas más destacados y, cuando muere en 1715 Luis XIV y toma la regencia el Duque de Orleáns, Voltaire escribirá una sátira contra él que le llevará preso a la Bastilla durante un año, tiempo que dedica a estudiarEn 1718 Voltaire conoce su primer éxito con la tragedia Edipo y con una epopeya, La Henriade, dedicada al tolerante rey Enrique IV, que se estrena en 1723.
Sin embargo, no cesan los problemas; una disputa con el noble De Rohan le lleva de nuevo a la Bastilla y después al destierro, motivo que provoca su retiro a Londres durante dos años, lugar en el que contactará con la elite literaria, científica e intelectual. Cuando regresa a Francia en 1728, Voltaire difundirá las progresistas ideas políticas inglesas y el pensamiento del científico Isaac Newton y del filósofo John Locke

Scroll al inicio