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Sucesos Argentinos
1852 - 1880

Argentina - Sucesos Argentinos - 1852 - 1880 - Buenos Aires

Provincia de Buenos Aires

La Batalla de Caseros también conocida como batalla de Monte Caseros, combate librado en Caseros (actual estación de El Palomar, Argentina) el 3 de febrero de 1852 y que significó la derrota de Juan Manuel de Rosas, después de un extenso periodo de gobierno e influencia nacional, a manos del denominado Ejército Grande, a cuyo mando se encontraba Justo José de Urquiza.
El prestigio de Urquiza núcleo a su alrededor a todos los enemigos de Rosas. En mayo de 1851 se reunieron en Montevideo representantes de Brasil, Entre Ríos y la Banda Oriental, y constituyeron una alianza destinada a destituir a Rosas. Brasil tenía interés en lograr la libre navegación del Paraná para llegar al estado de Matto Grosso y, además, temía por la expansión de Buenos Aires y la Banda Oriental sobre el estado de Río Grande del Sur, donde era frecuente las incursiones de cuatreros.
Al entrar en Buenos Aires, Urquiza tenía un ejército de casi 30.000 entrerrianos, correntinos, brasileños, uruguayos y porteños. Lo acompañaban Mitre, Virasoro, Lamadrid y Ferré, entre otros.
El ejército de Rosas estaba al mando del general Pacheco, pero ante su renuncia, el mismo gobernador se puso al frente. El 3 de febrero de 1852, ambos ejércitos chocaron en las cercanías de Caseros. Ante el triunfo aliado, Rosas se dirigió a Buenos Aires, donde presentó su renuncia. Buscó refugio con Gore, el encargado de negocios inglés, quien lo embarcó esa noche junto a sus hijos en una fragata que lo condujo a Inglaterra. Establecido cerca de Southampton, Rosas falleció en 1877.
Urquiza firmó tratados con Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, que aseguraban la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay; así quedó suprimida una de las causas de la intervención conjunta.
En 1851, el general y gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, había declarado la guerra a Brasil. Esto propició acciones en su contra, que llevaron a la firma de un tratado el 21 de noviembre de 1851 entre los gobiernos de Entre Ríos, Corrientes, Uruguay y el Imperio de Brasil. Por este tratado, el general Justo José de Urquiza se comprometía a pasar a Paraná para combatir a Rosas.
Se constituyó entonces el denominado Ejército Grande, integrado por entrerrianos, correntinos, brasileños, uruguayos y por algunos habitantes de la provincia de Buenos Aires.
El día 3 de febrero de 1852, el Ejército Grande de Urquiza atravesó el Arroyo Morón y se situó frente a las tropas de Rosas, que se hallaban a la altura de Caseros. Ante la derrota, Rosas se marchó con sus familiares a Gran Bretaña

Consecuencias de la batalla de Caseros
Pronto Urquiza comprendió que la victoria obtenida sobre Rosas en Caseros tendría un gusto amargo. Con buen tacto político y seguramente para evitar reacciones populares contra su persona, decidió nombrar como gobernador provisorio al rosista Vicente López y Planes. Pero los emigrados unitarios, una vez vueltos a Buenos Aires, no tardarían en hacer sentir su influencia.
Para Brasil la batalla de Caseros implicó un resonante triunfo de su política de debilitar la presencia rosista en la cuenca del Plata. Lograba la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay, factor que daba salida a la economía del Mato Grosso. Estos beneficios se sumaron a los que ya había obtenido sobre el Estado Oriental, gracias a los acuerdos firmados en octubre de 1851 con el oriental Andrés Lamas.
Para Inglaterra y Francia la caída de Rosas ofrecía la tantas veces frustrada oportunidad de negociar la libre navegación de los ríos interiores. En abril de 1852 ambos países europeos mandaron con este objeto a sus enviados especiales, como también lo hizo el gobierno norteamericano. Finalmente, el 10 de julio de 1852 Urquiza firmó tratados con Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, que establecían el libre tránsito de los ríos Paraná y Uruguay.
Por otra parte, las consecuencias políticas y económicas de la Guerra Grande en la Banda Oriental -que se inició con el comienzo de la lucha de Rivera contra Oribe en 1839, se agravó con el sitio de Montevideo por parte de las fuerzas de Oribe-Rosas establecido en febrero de 1843, y terminó con la capitulación de Oribe pactada con Urquiza el 8 de octubre de 1851- fueron marcadamente negativas para la economía, la sociedad y el gobierno uruguayos.
Tanto los “blancos” como los “colorados” estaban desilusionados de la intervención extranjera. Los partidarios de Oribe lo estaban por la vulnerabilidad que demostró Rosas ante el levantamiento de Urquiza.
Los seguidores de Rivera por la falta de vocación demostrada por los ingleses y franceses para destruir el régimen de Rosas. Ambos partidos estaban también molestos por la descarada explotación a que sus respectivos aliados “externos” sometieron al Uruguay. La matanza indiscriminada de animales, el asalto de rebaños, el consumo de ganado por parte de las tropas que atravesaban la campaña oriental arruinó la actividad ganadera y saladeril. Además, el gobierno uruguayo se había endeudado con los prestamistas locales y extranjeros. Por último, se registró una notable reducción de la población oriental: de 140.000 habitantes en 1840 a 132.000 en 1852; por su parte, la población de Montevideo disminuyó de 40.000 habitantes a 34.000 (1).
No obstante las ventajas territoriales obtenidas por el Brasil en la República del Uruguay, la diplomacia brasileña enfrentaba un obstáculo serio con este país. El tratado del Pantanoso firmado entre Oribe y Urquiza el 8 de octubre de 1851 estableció el principio de “ni vencedores ni vencidos”, lo que dejaba a los “blancos” en pleno ejercicio de sus derechos cívicos y con claras posibilidades de llegar al gobierno, ya que eran mayoría en la república oriental.
Nuevamente Urquiza había obrado unilateralmente, pero esta vez perjudicaba no a los intereses de Rosas sino a los del Brasil. El Imperio no toleraría a los blancos que habían seguido a Oribe, aliado del tan detestado Rosas. Preocupado por el seguro triunfo de los blancos, el senador y jefe del partido saquarema Honorio Hermete Carneiro Leao se entrevistó con Urquiza días después de Caseros para conversar sobre este tema. Urquiza le contestó que el Brasil debía dejar en paz a los orientales.
El 1º de marzo de 1852 se dio el triunfo en Uruguay de Juan Francisco Giró, del partido blanco. Disgustadas por el resultado, las autoridades brasileñas exigieron el cumplimiento de los tratados Lamas a través de Carneiro Leao.
El presidente Giró rechazó la exigencia brasileña, confiando en el apoyo de Urquiza y alegando que la Confederación Argentina, en su carácter de firmante de la Convención de Paz de 1828, era parte interesada en la cuestión. Pero a pesar de las expectativas de Giró, Urquiza, que era deudor del Brasil y que a partir del Protocolo de Palermo del 6 de abril de 1852 ya era el encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, decidió convalidar la posición del Imperio.
Además, el 28 de agosto Urquiza decretó la libre navegación de los ríos (2) y se dispuso a reconocer la independencia paraguaya, enviando a Santiago Derqui para negociar con el presidente paraguayo Carlos Antonio López (3). Ambas medidas eran viejas aspiraciones brasileñas.
Finalmente, el triunfo de Urquiza trajo una consecuencia no buscada: la rebelión de la provincia de Buenos Aires contra su autoridad a través de la revolución del 11 de septiembre de 1852, y su erección en Estado separado. Este acontecimiento abría una nueva etapa de guerras civiles entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina que recién se cerraría en 1861.

Notas
Cifras citadas en Leslie Bethell (comp.), Historia de América Latina, Volumen 6, América Latina independiente, 1820-1870, Barcelona, Crítica, 1991, cap. 8, p. 302.
La decisión de Urquiza de otorgar la libertad de navegación de los ríos y de abolir las tasas interprovinciales tomó fuerza legal con la sanción de los artículos 12 y 26 de la Constitución de 1853.
En julio de 1852 el nuevo gobierno de la Confederación Argentina reconoció oficialmente la independencia del Paraguay, extendiendo a los habitantes de aquel país el mismo derecho de libre navegación del que disfrutaban los ciudadanos de las provincias del Litoral (Tratado de Límites, Amistad, Comercio y Navegación, Asunción, 17 de julio de 1852, ANA-SH, 298, Nº 17, cf. Thomas Lyle Whigham, The Politics of River Commerce in the Upper Plata, 1780-1865, Stanford University, Ph.D. dissertation, 1986, p. 116).
A pesar del nuevo orden de cosas, la contradicción de intereses entre Buenos Aires y los estados platenses del norte constituía un obstáculo estructural que fue parte de la vida económica del Alto Plata, más allá de la sanción de medidas legales a favor del libre comercio y la libre navegación de los ríos.

Es una pregunta que he oído muchas veces; antes que nada debe decirse que Rosas no era antibritánico sino argentino, que no es lo mismo: luchó contra los ingleses cuando se metieron con nosotros, y los respetó cuando nos respetaron. No tenía motivo de inquina contra ellos después que reconocieron la victoria argentina en el tratado Southern-Arana de 1849.
Con los ingleses se entendió bien; con quienes nunca pudo entenderse fue con los anglófilos. A los ingleses les pasó lo mismo. Quisieron vencer a Rosas y este contestó a la agresión con el gesto heroico de la Vuelta de Obligado. Pero estar en guerra contra extranjeros no significa odiarlos: los ingleses eran patriotas que combatían por el engrandecimiento de su patria, y Rosas era un patriota que luchaba en defensa de la suya. Los ingleses, como los franceses, admiraron el gesto de Rosas: ellos hubieran hecho lo mismo de haber nacido argentinos. Lord Howden llegado a Buenos Aires por 1847 para hacer la paz, fue apasionado admirador de Rosas. Lo cual no quiere decir que dejara de ser muy inglés y tratase de sacar las ventajas posibles para su patria.
Para el buen inglés no había cotejo posible entre Rosas y los unitarios. Aquél era un enemigo de frente, que los había vencido en buena lid, y digno de todo respeto; en cambio éstos eran agentes sin patria que necesitaba como auxiliares en la guerra, pero a los cuales despreciaba. Los pagaba, y nada más.
Esta posición de los imperios con sus servidores nativos, no la pudo entender Florencio Varela cuando fue a Londres en 1848 a gestionar a Lord Aberdeen la intervención permanente británica en el Plata, el apoderamiento por Inglaterra de los ríos argentinos, y el mayor fraccionamiento administrativo de lo que quedara de la República Argentina. Fue don Florencio a Londres muy convencido de que los ingleses lo recibirían con los brazos abiertos por estas ofertas, pero Aberdeen lo echó poco menos que a empujones del despacho: le dijo claramente que Inglaterra no necesitaba el consejo de nativos para dirigir su política de expansión en América, y sabía perfectamente lo que debería tomar y cuándo podía tomarlo; que Varela se limitara a recibir el dinero inglés para su campaña en el “Comercio del Plata” en contra de la Argentina, sin considerarse autorizado por ello a alternar con quienes le pagaban.
Otra cosa les ocurre a los imperialistas con los nacionalistas. Los combaten con todas las armas posibles; pero íntimamente los respetan y admiran. Es comprensible que así sea.
Tampoco un nacionalista odia a un imperialista: luchará contra él hasta dar o quitar la vida en defensa de la patria chica, pero no tiene motivos personales para malquerer a quien sirve con toda buena fe el mayor engrandamiento de la suya. Ambos – imperialistas y nacionalistas – podrán ser enemigos en el campo de batalla o en la contienda política, pero se comprenden, pues a los dos los mueve la pasión del patriotismo. Este de su patria chica. Aquél de la grande. No se puede odiar aquello que se comprende. En cambio al cipayo que vende su patria, no lo comprenden ni unos ni otros. Los imperialistas lo emplean a su servicio, pero lo desprecian.
Un auténtico nacionalista no es un anti: su verdadera posición es afirmativa y no negativa. En cambio un cipayo puede ser un anti: empieza, por ser antipatriota, y sigue por oponerse a todo imperialismo que no sea el de sus preferencias.
En tiempos de Rosas había unitarios antibritánicos por profranceses, o antifrariceses por proingleses. Como hoy encontramos antisoviéticos, antiyanquis o antibritánicos, por ser defensores de otro imperialismo foráneo. Un verdadero argentino no entiende esas oposiciones: combatirá con uñas y dientes al imperialismo que quiera mandar en nuestra tierra, exclusivamente por ese hecho y sin llevar la lucha más allá.
Así lo hizo Rosas. Luchó contra los invasores europeos en Obligado y en cien combates y luchó contra sus auxiliares nativos. Venció a aquéllos, y les tendió la mano de igual a igual una vez que se comprometieron (en los tratados en 1849 y 1850) a reconocer la plena soberanía argentina. Perdonó a éstos en sus leyes de amnistía por deber de humanidad, pero no les tendió la mano de igual a igual: fueron siempre los “salvajes” sin patria que ayudaron al extranjero.
Por eso Rosas vivió sus últimos años en Inglaterra. Lo rodeaban gentes que sabían lo que era el sentimiento de patria y admiraban al Jefe de aquella pequeña nación americana que los venciera en desigual guerra. Por otra parte, Rosas no eligió el lugar de su exilio: el “Conflict” que lo llevó a Europa lo dejó en el puerto de Southampton, y allí se quedó los veinticinco años que le restaban de vida. Da la impresión de que, no siendo su patria, todo otro lugar era indiferente a ese gran criollo que fue Juan Manuel de Rosas.

En la reunión de gobiernos en Palermo se había decidido convocar a la Comisión representativa creada por el Pacto Federal, pero Pujol, Ministro de Gobierno de Corrientes, convenció a Urquiza de la conveniencia de reunir a los gobiernos de provincia. Para ello se envió en misión a Bernardo de Irigoyen, quien debía explicarles los alcances de la nueva política y comprometerlos a participar del encuentro en San Nicolás de los Arroyos con el objetivo de fijar las bases para un futuro Congreso Constituyente.
Los infrascriptos, Gobernadores y Capitanes Generales de las Provincias de la Confederación Argentina, reunidos en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos por invitación especial del Excmo. Señor Encargado de las Relaciones Exteriores de la República, Brigadier General D. Justo José Urquiza, a saber el mismo Exmo. Señor General Urquiza como Gobernador de la Provincia de Entre-Ríos, y representando la de Catamarca, por Ley especial de esta Provincia el Exmo. Señor Dr. D. Vicente López, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires; el Excmo. Señor General D. Benjamín Virasoro, Gobernador de la Provincia de Corrientes; el Exmo. Señor General D. Pablo Lucero, Gobernador de la Provincia de San Luis; el Exmo. Señor General D. Nazario Benavides, Gobernador de la Provincia de San Juan; el Exmo.
Señor General D. Celedonio Gutiérrez, Gobernador de la Provincia de Tucumán; el Exmo. Señor D. Pedro Pascual Segura, Gobernador de la Provincia de Mendoza; el Exmo. Señor D. Manuel Taboada, gobernador de la Provincia de Santiago del Estero, el Exmo. Señor D. Manuel Vicente Bustos, Gobernador de la Provincia de La Rioja; el Exmo. Señor D. Domingo Crespo, Gobernador de la Provincia de Santa- Fé. Teniendo por objeto acercar el día de la reunión de un Congreso General que, con arreglo a los tratados existentes, y al voto unánime de todos los Pueblos de la República ha de sancionar la constitución política que regularice las relaciones que deben existir entre todos los pueblos argentinos, como pertenecientes a una misma familia; que establezca y defina los altos poderes nacionales y afiance el orden y prosperidad interior; y la respetabilidad exterior de la Nación.
Siendo necesario allanar previamente las dificultades que puedan ofrecerse en la práctica, para la reunión del Congreso, proveer a los medios más eficaces de mantener la tranquilidad interior, la seguridad de la República y la representación de la Soberanía durante el periodo constituyente.
Teniendo presente las necesidades y los votos de los Pueblos que nos han confiado su dirección, e invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y de toda justicia. Hemos concordado y adoptado las resoluciones siguientes:

1ª. Siendo una Ley fundamental de la República, el Tratado celebrado en 4 de Enero de 1831, entre las Provincias de Buenos Aires, Santa-Fé y Entre-Ríos por haberse adherido a él, todas las demás Provincias de la Confederación, será religiosamente observado en todas sus cláusulas, y para mayor firmeza y garantía queda facultado el Exmo. Señor Encargado de las Relaciones Exteriores, para ponerlo en ejecución en todo el territorio de la República.

2ª.
Se declara que, estando en la actualidad todas las Provincias de la República, en plena libertad y tranquilidad, ha llegado el caso previsto en el artículo 16 del precitado Tratado, de arreglar por medio de un Congreso General Federativo, la administración general del País, bajo el sistema federal; su comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución de las rentas generales, el pago de la deuda de la República, consultando del mejor modo posible la seguridad y engrandecimiento de la República, su crédito interior y exterior, y la soberanía, libertad e independencia de cada una de las Provincias.

3ª.
Estando previstos en el artículo 9 del Tratado referido, los arbitrios que deben mejorar la condición del comercio interior y reciproco de las diversas provincias argentinas; y habiéndose notado por una larga experiencia los funestos efectos que produce el sistema restrictivo seguido en alguna de ellas, queda establecido: que los artículos de producción o fabricación nacional o extranjera, así como los penados de toda especie que pasen por el territorio de una Provincia a otra, serán libres de los derechos llamados de tránsito, siéndolo también los carruajes, buques o bestias en que se transporten: y que ningún otro derecho podrá imponérseles en adelante, cualquiera que sea su denominación, por el hecho de transitar el territorio.

4ª.

Queda establecido que el Congreso General Constituyente, se instalará en todo el mes de Agosto próximo venidero; y para que esto pueda realizarse, se mandará hacer desde luego en las respectivas Provincias, elección de los Diputados que han de formarlo, siguiéndose en cada una de ellas las reglas establecidas por la Ley de elecciones, para los Diputados de las Legislaturas Provinciales.

5ª.
Siendo todas las provincias iguales en derechos, como miembros de la Nación, queda establecido que el Congreso Constituyente se formará con dos Diputados por cada Provincia.

6ª.

El Congreso sancionará la Constitución Nacional, a mayoría de sufragios; y como para lograr este objeto seria un embarazo insuperable, que los Diputados trajeran instrucciones especiales, que restringieran sus poderes, queda convenido, que la elección se hará sin condición ni restricción alguna; fiando a la conciencia, al saber y el patriotismo de los Diputados, el sancionar con su voto lo que creyesen más justo y conveniente, sujetándose a lo que la mayoría resuelva, sin protestas ni reclamos.

7ª.
Es necesario que los Diputados estén penetrados de sentimientos puramente nacionales, para que las preocupaciones de localidad no embaracen la grande obra que se emprende: que estén persuadidos que el bien de los Pueblos no se ha de conseguir por exigencias encontradas y parciales, sino por la consolidación de un régimen nacional, regular y justo: que estimen la calidad de ciudadanos argentinos, antes que la de provincianos. Y para que esto se consiga, los infrascriptos usarán de todos sus medios para infundir y recomendar estos principios y emplearán toda su influencia legítima, a fin de que los ciudadanos elijan a los hombres de más probidad y de un patriotismo más puro e inteligente.

8ª.
Una vez elegidos los Diputados e incorporados al Congreso, no podrán ser juzgados por sus opiniones, ni acusados por ningún motivo, ni autoridad alguna; hasta que no esté sancionada la Constitución. Sus personas serán sagradas e inviolables, durante este periodo. Pero cualquiera de las Provincias podrá retirar sus Diputados cuando lo creyese oportuno; debiendo en este caso sustituirlos inmediatamente.

9ª.
Queda a cargo del Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación el proveer a los gastos de viático y dieta de los Diputados.

10ª.
El Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación instalará y abrirá las Sesiones del Congreso, por si o por un delegado, en caso de imposibilidad; proveer a la seguridad y libertad de sus discusiones; librará los fondos que sean necesarios para la organización de las oficinas de su despacho, y tomará todas aquellas medidas que creyere oportunas para asegurar el respeto de la corporación y sus miembros.

11ª.
La convocación del Congreso se hará para la Cuidad de Santa Fe, hasta que reunido e instalado, él mismo determine el lugar de su residencia.

12ª.
Sancionada la Constitución y las Leyes orgánicas que sean necesarias para ponerla en práctica, será comunicada por el Presidente del Congreso, al Encargado de las Relaciones Exteriores, y éste la promulgará inmediatamente como ley fundamental de la Nación haciéndola cumplir y observar. En seguida será nombrado el primer Presidente Constitucional de la República, y el Congreso Constituyente cerrara sus sesiones, dejando a cargo del Ejecutivo poner en ejercicio las Leyes orgánicas que hubiere sancionado.

13ª.
Siendo necesario dar al orden interior de la República, a su paz y respetabilidad exterior, todas la garantías posibles, mientras se discute y sanciona la Constitución Nacional, los infrascriptos emplearán por si cuantos medios estén en la esfera de sus atribuciones, para mantener en sus respectivas Provincias la paz pública, y la concordia entre los ciudadanos de todos los partidos, previniendo o sofocando todo elemento de desorden o discordia; y propendiendo a los olvidos de los errores pasados y estrechamiento de la amistad de los Pueblos Argentinos.

14ª.
Si, lo que Dios no permita, la paz interior de la República fuese perturbada por hostilidades abiertas entre una ú otra Provincia, o por sublevaciones dentro de la misma Provincia, queda autorizado el Encargado de las Relaciones Exteriores para emplear todas las medidas que su prudencia y acendrado patriotismo le sugieran, para restablecer la paz, sosteniendo las autoridades, legalmente constituidas, para lo cual, los demás Gobernadores, prestarán su cooperación y ayuda en conformidad al Tratado de 4 de enero de 1831.

15ª.
Siendo de la atribución del Encargado de las Relaciones Exteriores representar la Soberanía y conservar la indivisibilidad nacional, mantener la paz interior, asegurar las fronteras durante el período Constituyente, y defender la República de cualquiera pretensión extranjera, y velar sobre el exacto cumplimiento del presente Acuerdo, es una consecuencia de estas obligaciones, el que sea investido de las facultades y medios adecuados para cumplirlas.
En su virtud, queda acordado, que el Excmo. Señor General D. Justo José Urquiza, en el carácter de General en Jefe de los Ejércitos de la Confederación, tenga el mando efectivo de todas las fuerzas militares que actualmente tenga en pie cada Provincia, las cuales serán consideradas desde ahora como partes integrantes del Ejército Nacional. El General en Jefe destinará estas fuerzas del modo que lo crea conveniente al servicio nacional, y si para llenar sus objetos creyere necesario aumentarlas, podrá hacerlo pidiendo contingentes a cualquiera de las provincias, así como podrá también disminuirlas si las juzgare excesivas en su número ú organización.

16ª.
Será de las atribuciones del Encargado de las Relaciones Exteriores, reglamentar la navegación de los ríos interiores de la República, de modo que se conserven los intereses y seguridad del territorio y de las rentas fiscales, y lo será igualmente la Administración General de Correos, la creación y mejora de los caminos públicos, y de postas de bueyes para el transporte de mercaderías.

7ª.
Conviniendo para la mayor respetabilidad y acierto de los actos del Encargado de las Relaciones Exteriores en la dirección de los negocios nacionales durante el período Constituyente, el que haya establecido cerca de su persona un Consejo de Estado, con el cual pueda consultar los casos que le parezcan graves: quedando facultado el mismo Exmo. Señor para constituirlo nombrando a los ciudadanos argentinos que por su saber y prudencia, puedan desempeñar dignamente este elevado cargo, sin limitación de número.

18ª.
Atendidas las importantes atribuciones que por este Convenio recibe el Excmo. Señor Encargado de las Relaciones Exteriores, se resuelve: que su título sea de Director Provisorio de la Confederación Argentina.
19ª.
Para sufragar a los gastos que demanda la administración de los negocios nacionales declarados en este acuerdo, las Provincias concurrirán proporcionalmente con el producto de sus Aduanas exteriores, hasta la instalación de las autoridades constitucionales, a quienes exclusivamente competirá el establecimiento permanente de los impuestos nacionales.
Del presente Acuerdo se sacarán quince ejemplares de un tenor destinados: uno al Gobierno de cada Provincia y otro al Ministerio de Relaciones Exteriores. Dado en San Nicolás de los Arroyos, a treinta y un días del mes de Mayo de mil ochocientos cincuenta y dos. Justo José Urquiza, por la Provincia de Entre Ríos, y en representación de la de Catamarca; Vicente López; Benjamín Virasoro; Pablo Lucero; Nazario Benavides; Celedonio Gutiérrez; Pedro P. Segura; Manuel Taboada; Manuel Vicente Bustos; Domingo Crespo.
Artículo adicional al Acuerdo celebrado entre los Exmos. Gobernadores de las Provincias Argentinas, reunidas en San Nicolás de los Arroyos.
Los Gobiernos y Provincias que no hayan concurrido al Acuerdo celebrado en esta fecha, o que no hayan sido representados en él, serán invitados a adherir por el Director Provisorio de la Confederación Argentina, haciéndoles a éste respecto las exigencias a que dan derecho el interés y los pactos nacionales.
Dado en San Nicolás de los Arroyos, a treinta y un días del mes de Mayo del año mil ochocientos cincuenta y dos. Justo José Urquiza, por la Provincia de Entre Ríos, y en representación de la de Catamarca; Vicente López; Benjamín Virasoro; Pablo Lucero; Nazario Benavides; Celedonio Gutiérrez; Pedro P. Segura; Manuel Taboada; Manuel Vicente Bustos; Domingo Crespo.

En virtud de las autonomías provinciales era indispensable que las legislaturas aprobasen y ratificaran lo acordado por sus gobernadores en San Nicolás. Así fue como Vicente López, gobernador de Buenos Aires, una vez firmado el Acuerdo, el 31 de Mayo de 1852, lo sometió a la consideración de la legislatura porteña. En las conocidas “jornadas de junio” la mayor parte de los legisladores se pronunciaron en contra del Acuerdo.
En ellas tuvieron destacada actuación Dalmacio Vélez Sárfierld y un joven legislador llamado Bartolomé Mitre, quienes votaron por su rechazo, por considerar que se otorgaban demasiadas atribuciones a Urquiza, recordando cuánto se había tenido que luchar contra Rosas por su concentración de facultades.
El partido de la Libertad que Bartolomé Mitre se esforzaba en definir a partir de junio de 1852 presentaba rasgos comunes con las experiencias en la misma dirección del resto de países hispanoamericanos iniciadas durante la década de 1840. Uno de dichos elementos comunes era el énfasis en el partido, antes que en el Estado o en el jefe, como depositario de la lealtad política de una colectividad.
Otro era el esfuerzo por buscar un pasado para ese partido: tanto el liberalismo de México como el de Nueva Granada y Chile se piensan a sí mismos como renaciendo, como retoños de la breve experiencia liberal de la década de 1820, más postulada que real -por ejemplo el liberalismo chileno era en rigor el resultado de disensiones dentro del partido conservador.
En el caso de Buenos Aires, esa “invención” de una historia para el partido liberal que nacía, tenía una función primordial: otorgar a la ciudad y a la provincia un paso menos objetable que el cuarto de siglo de identificación con la experiencia rosista. Desde el primer momento, Mitre procuró canalizar estas necesidades porteñas (un pasado para su partido, un pasado libre de manchas para su provincia).
En este contexto y en la necesidad de encontrar una figura clave en el pasado bonaerense, el retorno a Buenos Aires de los restos de Bernardino Rivadavia -vapuleado por la generación de 1837 y reivindicado a partir de este momento como el padre de la provincia y precursor de la unión nacional- implicaba que Buenos Aires se reconciliaba con su pasado.
Al resucitar la figura de Rivadavia, se operaba en el partido liberal porteño una identificación entre la tradición unitaria y la causa de la libertad sostenida por la provincia a partir de junio de 1852. De esta identificación surgía una común percepción, por la cual Buenos Aires y sus conductores se veían a sí mismos como escuela y guía política de la nación entera.
El corolario de este auto percepción fue la firme identificación del partido de la Libertad con la causa del progreso, contra la “barbarie” expresada en los caudillos provinciales y en otras fuerzas políticas a las que el partido de la Libertad percibía como reflejos de una realidad caduca. Dicotomía claramente expresada por Domingo Faustino Sarmiento en su Facundo o Civilización y Barbarie (5). Por otra parte, esta proyección nacional que Mitre diseñaba para su partido marcaría la diferencia con el autonomismo de Alsina.
La secesión de Buenos Aires y su auto percepción como conductora del resto de la Confederación acentuó los sentimientos anti porteños existentes en el pasado tanto en el federalismo del Litoral como en el del Interior, sentimientos adormecidos a medias bajo la sordina de una hegemonía de Buenos Aires impuesta por Rosas bajo signo federal.
Esto provocó una verdadera conmoción política que llevó a que López presentara su renuncia junto con la de sus ministros ante la Legislatura. Ésta la aceptó inmediatamente y designó en su reemplazo al presidente de la asamblea, Guillermo Pinto. Urquiza intervino con rapidez y firmeza declarando disolución de la Legislatura y reinstaló a López en su cargo.
Este volvió a renunciar en julio de ese mismo año, y ante tal situación Urquiza asumió personalmente el cargo de gobernador.
Antes de partir hacia Santa Fe, el 8 de septiembre, para iniciar las sesiones del Congreso, el general entrerriano decretó una amnistía política, dejando al mando de la provincia al general José Manuel Galán. Solo tres días de ausencia fueron suficientes: el 11 de septiembre, el grupo liberal, encabezado por Mitre, Alsina, Pinto y Pirán, promovían una revolución que depuso a Galán e iniciaba el definitivo movimiento hacia la separación de la Confederación Argentina.
Esta revolución resultó de suma importancia ya que durante casi once años la provincia de Buenos Aires se constituyó como un verdadero estado soberano, contando con una Constitución propia, dictada en 1854, emitió su moneda y se relacionaba como tal con las naciones del mundo.
Esta situación se mantuvo hasta 1861, cuando la victoria de Mitre sobre Urquiza en la batalla de Pavón, permitió a los liberales porteños plasmar definitivamente su ansiado proyecto, abriéndose una nueva era en la historia nacional

Las instrucciones del gobierno de Buenos Aires a sus comisionados contenían cláusulas que el presidente Urquiza no podía aceptar. Pero las tensiones entre ambos estados se allanaron con la renuncia del gobernador de Buenos Aires, Valentín Alsina. Su hijo Adolfo, publicó un artículo declarando que el gobernador porteño había renunciado porque “dos comisiones legislativas se lo exigieron”.
En la Legislatura provincial se había declarado que Valentín Alsina “era en ese momento inútil para la paz como para la guerra” (1). Con la renuncia de Alsina y su reemplazo por el hasta entonces presidente del Senado porteño, Felipe Llavallol, se allanaron todos los obstáculos para la unión de Buenos Aires al resto de la Confederación.
La misma se concretó con la firma del Convenio de Unión en San José de Flores el 10 de noviembre de 1859, ratificado por ambas partes al día siguiente.
Convenio de Unión fue firmado en nombre del presidente de la Confederación Argentina por Tomás Guido, Juan Esteban Pedernera y Daniel Aráoz. Por parte del gobierno de Buenos Aires los firmantes fueron el doctor Carlos Tejedor y Juan Bautista Peña. Dicho convenio establecía lo siguiente:

I: Buenos Aires se declara parte integrante de la Confederación Argentina, y verificará su incorporación por la aceptación y jura solemne de la Constitución Nacional.
2° Dentro de veinte días de haberse firmado el presente Convenio, se convocará una Convención Provincial que examinará la Constitución de Mayo de 1853, vigente en las demás Provincias Argentinas.
3° La elección de los miembros que formarán la Convención se hará libremente por el Pueblo, y con sujeción a las leyes que rigen actualmente en Buenos Aires.
4° Si la Convención Provincial, aceptase la Constitución sancionada en Mayo de 1853, y vigente en las demás Provincias Argentinas, sin hallar nada que observar a ella, la jurará Buenos Aires solemnemente en el día y en la forma que esa Convención Provincial designare.
5° En el caso que la Convención Provincial, manifieste que tiene que hacer reformas en la Constitución mencionada, esas reformas serán comunicadas al Gobierno Nacional para que, presentadas al Congreso Federal legislativo, decida en convocación de una Convención ad-hoc que las tome en consideración y a la cual la Provincia de Buenos Aires se obliga a enviar a sus Diputados con arreglo a su población, debiendo acatar lo que esta Convención así integrada decida definitivamente salvándose la integridad del territorio de Buenos Aires que no podrá ser dividido, sin el consentimiento de su legislatura.
6° Interín llega la mencionada época, Buenos Aires, no mantendrá relaciones diplomáticas de ninguna clase.
7° Todas las propiedades de la Provincia que le dan sus leyes particulares como sus establecimientos públicos de cualquier clase y género que sean, seguirán correspondiendo a la Provincia de Buenos Aires, y serán gobernados y legislados por la autoridad de la Provincia.
8° Se exceptúa del artículo anterior la Aduana que, como por la Constitución federal corresponden las aduanas exteriores a la Nación, queda convenido en razón de ser casi en su totalidad las que forman las rentas de Buenos Aires, que la Nación garante a la Provincia de Buenos Aires su presupuesto de 1859 hasta cinco años después de su incorporación, para cubrir sus gastos inclusive su deuda interior y exterior.
9° Las leyes actuales de Aduanas de Buenos Aires sobre el comercio exterior seguirán rigiendo hasta que el Congreso Nacional, revisando las tarifas de Aduana de la Confederación y Buenos Aires, establezca la que ha de regir para todas las Aduanas exteriores.
10° Quedando establecido por el presente pacto, un perpetuo olvido de todas las causas que han producido nuestra desgraciada desunión, ningún ciudadano argentino será molestado por hechos u opiniones políticas durante la separación temporal de Buenos Aires, ni confiscados sus bienes por las mismas causas conforme a las Constituciones de ambas partes.
11° Después de ratificado este Convenio, el Ejército de la Confederación, evacuará el territorio de Buenos Aires, dentro de quince días, y ambas partes contratantes reducirán sus armamentos al estado de paz.
12° Habiéndose hecho ya en las Provincias Confederadas la elección de Presidente, la Provincia de Buenos Aires puede proceder inmediatamente al nombramiento de electores para que verifiquen la elección de Presidente, hasta el 1° de Enero próximo, debiendo ser enviadas las actas electorales antes de vencido el tiempo señalado para el escrutinio general, si la Provincia de Buenos Aires hubiese aceptado sin reservas la Constitución Nacional.
13° Todos los Generales, jefes y oficiales del Ejército de Buenos Aires dados de baja desde 1852, y que estuviesen actualmente al servicio de la Confederación, serán restablecidos en su antiguedad, rango y goce de sus sueldos, pudiendo residir en la Provincia o en la Confederación, según les conviniere. PACTO DE SAN JOSÉ DE FLORES Citerea – 2
14° La República del Paraguay, cuya garantía ha sido solicitada tanto por el Exmo. Señor Presidente de la Confederación Argentina, cuanto por el Exmo. Gobierno de Buenos Aires, garante el cumplimiento de lo estipulado en este Convenio.
15° El presente Convenio será sometido al Exmo. Señor Presidente de la República del Paraguay, para la ratificación del artículo precedente en el termino de cuarenta días, o antes si fuera posible.
16° El presente Convenio será ratificado por el Exmo. Señor Presidente de la Confederación y por el Exmo. Gobierno de Buenos Aires, dentro del término de cuarenta y ocho horas o antes si fuera posible.
En fe de lo cual el Ministro Mediador y los Comisionados del Exmo. Señor Presidente de la Confederación y del Exmo. Gobierno de Buenos Aires lo han firmado y sellado con sus sellos respectivos. Fecho en San José de Flores a los diez días del mes de Noviembre del año 1859. Francisco S. López – Tomás Guido – Carlos Tejedor – Juan E. Pedernera – Juan Bautista Peña – Daniel Aráoz. En Historia de la Nación Argentina, T. VIII, P. 351

Antecedentes
Con el objetivo de afianzar el poder del Estado y la centralización de su autoridad, el gobierno necesitaba integrar el territorio nacional. Para ello, se propuso expulsar a los habitantes originarios que ocupaban grandes extensiones de tierra, las que, incorporadas a la producción, significarían recursos esenciales para la consolidación del Estado Nacional.
Hacia 1780, el gobierno de Sarmiento (1868/1874) firmó un tratado con los caciques Cafulcurá y Catriel, pero la paz duraría apenas un año. Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (1874/1880), su Ministro de Guerra, Adolfo Alsina, propuso cavar una zanja que uniera una red de fortines para detener los malones y un plan para avanzar paulatinamente hasta el rio Negro. en palabras de Alsina, el plan era “contra el desierto para poblarlo y no contra los indios para destruirlos”.
El plan no contemplaba la situación de los indígenas ni respetaba sus intereses, motivo por el cual volvieron a sublevarse hacia 1875.La Pampa y la Patagonia constituyeron una amplia región de los pueblos originarios, que nunca pudo ser conquistada por los europeos, y que desde el siglo XVII se fue unificando bajo la cultura mapuche. Recién a fines del siglo XIX, Argentina y Chile, lograron ocupar la región mediante la guerra contra los indígenas.
A la llegada de los europeos, el sur del continente americano, la Pampa y la Patagonia, estaba poblado por los pampas, los tehuelches (patagones) en la Patagonia oriental y los mapuches en la Patagonia occidental; Tierra del Fuego estaba habitado por una rama de los tehuelches, los selknams (onas), los yámana y los kawéskar.
Con el desembarco de los conquistadores realistas en las riberas del Río de la Plata y la fundación de la ciudad de Buenos Aires durante el siglo XVI, se produjeron las primeras confrontaciones entre los españoles y el pueblo originario que habitaba la región pampeana, los pampas (het ó querandíes), llamados luego ranqueles, una vez integrados a la cultura mapuche en el siglo XVIII.
A partir del siglo XVII una pequeña cantidad de bovinos abandonados por los españoles en las pampas, se multiplicaron naturalmente hasta conformar enormes manadas de bovinos salvajes. Tanto los pampas y mapuches, ocupantes de esos territorios, como los españoles y gauchos libres, se dedicaron a la caza de esos animales, lo que llevó a enfrentamientos entre unos y otros.
Los españoles construyeron entonces una línea de fortines cercana a Buenos Aires y Córdoba, para ocupar zonas exclusivas de caza, llamadas vaquerías. Los pampas consideraron que los europeos habían usurpado invadiendo sus territorios, y durante siglos atacaron sus posiciones mediante un sistema de ataques en masa, denominados malones, utilizando diestramente el caballo, largas lanzas y boleadoras.
Simultáneamente desde la Capitanía de Chile se procedía a un ataque sistemático sobre los mapuches, conocidos también como araucanos, que se conoció como la Guerra de Arauco.
Entre los siglos XVII y XVIII los mapuches impusieron su cultura a la mayor parte de los pueblos indígenas que habitaban la pampa y la Patagonia.
Desde fines del siglo XVIII, los españoles comenzaron lentamente a avanzar sobre territorio ranquel. El río Salado (Buenos Aires), que divide al centro la pampa occidental, se convirtió entonces en el límite entre ambas civilizaciones. Algunos indígenas solían trabajar en las estancias españolas, mestizándose con europeos, negros y otros indígenas. El origen social de los gauchos está relacionado con este proceso de mestizaje.
Tras la independencia en 1816 Argentina mostró una abierta intención de ocupar las tierras de los ranqueles y mapuches
Las ofensivas coordinadas por Martín Rodríguez en 1823 y Juan Manuel de Rosas en 1833, desde la provincia de Buenos Aires, y de otros ejércitos argentinos desde la región del Cuyo, tuvieron como objetivo conquistar nuevos territorios en poder de ranqueles y mapuches, causando grandes bajas a estos últimos.
Para la segunda mitad del siglo XIX, tanto Argentina como Chile se dispusieron a conquistar completamente los territorios habitados por los mapuches.

Rosas y la Campaña al desierto

Una de las prácticas mas invariables observadas por el Dictador de Buenos Aires, que forma á la vez una parte esencial y un rasgo caracteristico de su sistema, es el hacerse discernir un título que no merece ó atribuir un mérito cualquiera, que no ha contraído, y mandar en seguida, que se repita por todos, y en todas ocasiones, hasta que, á fuerza de repetirse, se convierte, no solo en dicho, sino en creencia popular.
Así se hizo llamar primero Restaurador de las Leyes, despues Heroe del Desierto, mas tarde Grande Americano; asi se atribuyó la pacificacion del pais en Octubre de 1820, cuando ninguna parte notable tuvo en ese suceso: y asi [para llegar de una vez á nuestro objeto] hace pregonar que su campaña al desierto exterminó á los indios, que ha asegurado, contra sus incursiones, las fortunas de la campaña de Buenos Aires, y extendido las fronteras de la Provincia. —En estos últimos tiempos especialmente, en que el poder de la verdad, ha triunfado de los embustes que su prensa propaga, se ha empeñado él en revestirse de ese mérito, y en repetir, mas que nunca, que á su gobierno vijilante y fuerte se debe la seguridad de la campaña, y la extension de sus fronteras.
Nada es, sin embargo, más opuesto á la verdad. Sucede precisamente lo contrario. Desde que Rosas se apoderó del Gobierno, y durante su dictadura, muchas estancias valiosisimas se han despoblado, muchos cientos de miles de ganados han pasado á poder de los indios salvajes, y las fronteras de la provincia de Buenos Aires se han retirado como cuarenta leguas más adentro, dejando todo ese inmenso territorio en el dominio indisputado y tranquilo de las tribus del desierto. Esta es la verdad.
Cuando Rosas se hizo discernir la dictadura, la linea de frontera de la provincia de Buenos Aires, se extendia del modo siguiente.—
Al N. O. —hasta la guardia de Melincué, á 75 leguas de Buenos Aires.
Al Oeste, hasta el fuerte de la Federación, á mas de 60 leguas.
Al S. O., hasta el fuerte 25 de Mayo á 60 leguas, y fuerte de la Laguna Blanca, á 70 leguas de la Capital.
Al Sur, hasta Tapalquen, 65 leguas, y al fuerte de la Independencia [Tandil] distante 75.
Se extendia, pues, á un radio de 70 leguas de la capital, una línea de fuertes guarnecidos, y en buen estado de defensa.
Pero las estancias —las conquistas pacíficas de los criadores de ganados— se extendian á no pocas leguas mas allá; porque las guarniciones de los Fuertes tenian en respeto á los salvajes del desierto.
Eso era cuando Rosas entró al mando. Veámos lo que es ahora.
Volviendo de su campaña al desierto, puso todavia en la Federacion la chusma de indios que condujo, y á que llamaba amigos. Los salvajes trajeron naturalmente allí los hábitos depredadores de la Pampa, y asolaron amistosamente aquella comarca. Melincué fué primero abandonado: siguió la Guardia de Mercedes, 10 leguas mas adentro; se conservó algun tiempo la de Rojas, otras 10 leguas mas hácia Buenos Aires: pero luego se dejó tambien en poder de los salvajes, que habían arrasado, hasta no dejar vestigio, las de Melincué y Mercedes.
Abandonó luego el 25 de Mayo, y puso su guardia en la Barrancosa, muchas leguas más adentro; al mando del célebre Ramirez, de sobre-nombre Macana. Los indios le atacaron varias veces, le vencieron, le debilitaron; y la Barrancosa se abandonó, retirándose la guardia fronteriza, al Fortín de Areco, 40 leguas más adentro de Melincué.
En igual proporción se fueron sucesivamente abandonando las guardias del 25 de Mayo, Laguna Blanca, Tapalquen. Esta última era el asiento del poder de Rosas en la campaña del Sur. Allí tuvo mucho tiempo al coronel D. Ramón Maza [á quien mató junto con su padre el Presidente de la Sala] y al teniente coronel Granada, con unos 900 hombres de caballería. Retiró de allí esa fuerza, para matar Unitarios, y abandonó á los indios todo el terreno comprendido entre aquellas guardias y el Rio Salado: —es decir una zona de 35 á 40 leguas de ancho.
Todas las estancias —riquísimas muchas de ellas— que se hallaban en esa vasta extensión de territorio, quedaron completamente despobladas. Las de Beaus, Lezica, Quiroga, Iramain, y todas las que ocupaban las inmediaciones de la Laguna del Bragado; las de los Balcarce y otros muchos, en Tapalquen; todas las del Arroyo de las Flores; y, en una pajabra, cuantas existían, por aquella parte, hasta la márjen derecha del Salado, han desaparecido durante el dominio de Rosas, y los salvajes de la Pampa dominan ese terreno, ocupado ántes por pingües establecimientos.
La linea de guardias, que hoy forma la frontera, está reducida á lo que era al empezar el siglo; —Fortin de Areco, Guardia de Lujan y el Monte; el primero, que es el mas remoto, á menos de 35 leguas de Buenos Aires; y el último no dista 30.
Todo el resto de la provincia está en poder de los indios, cuyas incursiones, durante el Gobierno de Rosas, han avanzado á puntos, pocos años antes tan seguros como la misma capital. —En Rojas estuvieron diez dias seguidos, en 1839 sin que nadie los molestase: hoy llegan hasta las inmediaciones de Areco y Lujan; y en 1840, ó 41 vinieron hasta la estancia de D. N. Benitez, más adentro de la guardia del Pergamino; y solo á 10 leguas de la margen del Paraná.
Cuando Rosas subió al mando, el camino carretero, que conduce de Buenos Aires á las provincias interiores, estaba protegido por las guardias de Melincué, Mercedes, y la Esquina. Hoy no existen las dos primeras: ha sido preciso abandonar el antiguo camino, é ir á buscar la protección de la barrera del Carcarañal.
Esos son los hechos: esa la seguridad que Rosas ha procurado á las propiedades rurales, y esa la extensión que ha dado á las fronteras.
Recomendamos á los lectores extranjeros, que deseen comprender bien este articulo, que consulten, al leerle, alguna buena carta de Buenos Aires. —La del Sr. W. Parish es excelente. Octubre 10 de 1845.

Argentina - Sucesos Argentinos - 1852 - 1880 - Buenos Aires

Línea de Fortines

En el año 1869, cumpliendo órdenes del presidente Domingo Faustino Sarmiento, el Ministro de Guerra y Marina Cnel. Martín de Gainza, ordena practicar la corrección de la línea de fronteras, para lo que encomendó la misión de construir los fortines al Cnel. Ingeniero Don Juan T. Czetz (militar de origen húngaro, artífice de la línea de fortines de la Frontera Oeste).
Las distancias entre uno y otro era de dos leguas, ubicándolos sobre médanos y próximos a las aguadas. Dentro del Partido se encontraban los siguientes fortines: Fortín Rifles, Fortín Aliados, Fuerte General Paz, Fortín Luna, Fortín Barrera, Fortín Urbero, Fortín Séptimo, Fortín La Larga, Fortín Algarrobos, Fortín Comisario, Fortín Guevara o Bagual (límite con Lincoln y 9 de Julio).
Todos pertenecen a la 2da. Avanzada de los fortines. Estos eran construcciones rudimentarias que buscaban erigirse en lugares altos, contando en las cercanías con aguadas o a la vera de algún río. Estaban rodeados por un ancho foso, protegido por una empalizada y el clásico mangrullo.
El Fuerte era más sólido y de mayores dimensiones, tenía más efectivos y por lo general era asiento de Comandancia de Frontera. El Fortín podía tener características similares al fuerte o bien era un simple rancho de adobe con una empalizada precaria y un improvisado mangrullo. Muchas veces estaba su conformación supeditada a los medios y recursos naturales con que contara el Comandante.
En su conjunto era un verdadero escudo protector pugnado abrirse paso en la inmensidad del desierto donde a su amparo crecían los nacientes pueblos acosados por las amenazas de los malones.
Hasta avanzada la segunda mitad del siglo XIX el territorio del partido de Lincoln formó parte de esa inmensa y casi desconocida llanura que, desde el Río V en el Sur de Córdoba y desde el curso superior del Salado en el Noroeste de la provincia de Buenos Aires, se extendía sin solución de continuidad hacia el Sudoeste, hasta alcanzar las márgenes del Río Colorado.
Vasto territorio habitualmente denominado “el desierto”, jalonado por médanos y bañado por numerosas lagunas, principalmente en su región Nororiental; con extensos montes de caldén en su centro y algunas sierras pampeanas de escasa altura en su parte occidental, hallábase íntegramente dominado por los indios, que asentaban en él, en lugares recónditos, sus tolderías y, utilizando rastrilladas o senderos sólo por ellos conocidos, lo recorrían en sus invasiones sobre los campos y poblaciones de la frontera.
Al crearse en 1865 el partido de Lincoln ocupó, justamente el extremo Nororiental de ese extenso territorio, es decir, la región situada inmediatamente al exterior del Río Salado, que enmarcaban por el Norte las grandes lagunas de Gómez, Mar Chiquita y del Chañar. Mapas o cartas de la primera mitad del siglo XIX, registran esa región y sus accidentes topográficos más importantes tales como médanos, cañadones y lagunas, y aún las rastrilladas que la atravesaban.
Ya en la década de 1870 los primeros expedientes de mensura revelan la existencia y situación de parajes tales como el Cañadón de Ballanca y la Pampa de Ballanca o Bayauca, lugar de aguadas al que convergían rastrilladas del desierto y en cuyas proximidades se levanta actualmente el pueblo de ese nombre; de Ancaló, nombre araucano que significaría “médano bien afirmado”, paradero indígena en el que en 1869 habría de levantarse el Fuerte “General Lavalle” y delinearse más tarde el pueblo de General Pinto; de Vacaloncó o Cabeza de Vaca, lugar situado al Sudoeste de la laguna del Chañar, que fue utilizado por los indios en sus incursiones sobre la Frontera Norte y donde ya en 1845 existía un fortín; del “Médano de Acha”, al Sudoeste de la laguna del Chañar, a corta distancia del actual pueblo de Vedia y de la laguna y médano de Mula Colorada o Coló-Mulá, al Sur de la laguna Mar Chiquita, parajes estos dos últimos en los que en 1864 habrían de erigirse sendos fortines: de “Chiquiló” o “Chiquilofó”, al oeste de la laguna de Gómez, donde también en 1864 se establecería un fortín; de la laguna del Renegado, al Noroeste del actual ejido de Lincoln y de la laguna del Gaucho un su ángulo occidental; del Médano del Mate, Cañada de Arín y Laguna del Tigre, en el borde Sudoeste del mismo ejido; de los Médanos de Hulliló, y de Rellisó, lugares donde en 1869 el Coronel de Ingenieros Juan F. Czetz erigió el Fuerte de “El Triunfo” y el Fortín “Vigilancia”, respectivamente, junto con los fortines “Central”, “Rivadavia” y “Belgrano”.
El Triunfo fue uno de los fuertes más importantes, debido a su ubicación estratégica, por ser el punto de apoyo de los fortines que lo rodeaban, y además, por la numerosa tropa con que contaba, siendo quizá el que más batallas librara contra los indios en el partido de Lincoln. Sus primeros comandantes fueron el Capitán Sanabria, el Coronel Grenada Roca y otros, también solía concurrir con cierta frecuencia el Coronel Martiniano Charras, quien luego fundara General Pinto.

Calfucurá

Calfucurá -Piedra Azul, en castellano- fue el último Señor de las Pampas que negoció con gobernantes y combatió contra el ejército criollo, hasta que en su vejez fue vencido por tropas del presidente Domingo Faustino Sarmiento en la batalla de San Carlos, actualmente el partido bonaerense de Bolívar. Su muerte no fue heroica, ni siquiera en un “entrevero combate).
Calfucurá, el soberano absoluto de su pueblo durante unos 40 años, murió de pena, rodeado por la “chusma” (mujeres), pocos años después de que reconociera que, al caer sus lanzas, estaba todo perdido para los suyos.
Una de las consecuencias de la derrota fue que su tumba fuera profanada por soldados de la denominada “Campaña del Desierto” contra el indio, que encabezó Julio Argentino Roca desde 1879, y que sus huesos terminaran en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata. A más de 120 años, el Estado argentino decidió por ley que “deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo reclamen, los restos mortales de aborígenes que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas”.
Ante el cambio de visión de la historia y cuando ahora los otrora “salvajes” se convirtieron en “nuestros paisanos los indios” -como los denominó el general José de San Martín y luego en su libro el antropólogo Carlos Martínez Sarasola-, Calfucurá y otros aborígenes del siglo XIX volverán a recibir sus legítimos honores religiosos.
Hasta ahora el reclamo de restitución de restos por parte de la comunidad aborigen tuvo éxito con los caciques Inacayal (mapuche) y Paghitruz Gnor (ranquel), rebautizado Mariano Rosas por Juan Manuel de Rosas.
Junto a los restos de Calfucurá fueron solicitados por sus descendientes los cráneos del cacique mapuche Cherenal, los del “machi” (hechicero) Indio Brujo y los de un legendario y bravío capitanejo llamado Ghipitruz, todos en poder del mencionado museo.
Más allá del respeto por todos los caciques que surcaron estas tierras, los descendientes de los “antiguos” sienten por Calfucurá una admiración especial por haber sido el último gran emperador de la extensa Pampa, desde Mendoza hasta Buenos Aires.
La historia de poderío de este araucano llegado de Chile puede comenzar a contarse a partir de 1929, cuando Rosas asumieron el gobierno de la provincia de Buenos Aires y dijo que negociaría con los indios pacíficos y enfrentaría a los insumisos. El entonces líder de los rebeldes era el cacique pampa Toriano, secundado por Calfucurá y su hijo Namuncurá (padre de Ceferino, “el santito de las pampas”), finalmente vencido por tropas de Rosas y de sus amigos indios borogas.
Tras el fusilamiento de Toriano en Tandil, los borogas comenzaron a perseguir y matar a los vencidos y cometieron varias masacres, hasta que tres años después Calfucurá los emboscó, mató a unos mil guerreros y se llevó cautivas a todas sus mujeres.
La venganza de Calfucurá provocó un incesante avance de tropas de Rosas, que mataron uno a uno los caciques que encontraban y ese fue el momento en que “Piedra Azul” tomó el mando de todas las tribus conformando la Confederación Araucana, tras matar al cacique chileno Railef.
El cuartel central del nuevo caudillo pampa fueron las tolderías de Salinas Grandes, donde, en forma inteligente, formó espías y perfeccionó su lenguaje castellano para comenzar a negociar de palabra y por escrito con Rosas (y después de la caída del Restaurador de las Leyes en la batalla de Caseros, con otros gobernantes).
Al descubrir que los nuevos gobernadores no tenían la mano dura de Rosas, pero persistían en usurpar las tierras pampas, Calfucurá lanzó una nueva campaña de grandes malones, saqueando estancias y pueblos enteros.
Mientras tanto, recibía los diarios de Buenos Aires y Paraná y se enteraba que, aprovechando la desunión nacional, podía negociar con el caudillo entrerriano Justo José Urquiza.
Tras sellar la paz con Urquiza, desconoció todo poder bonaerense y sus “conas” (guerreros) llegaron con sus “chuzas” (lanzas) hasta pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires y hasta vencieron en la batalla de Sierra Chica (Olavarría) a Batolomé Mitre. Luego de Mitre fue el turno del general Hornos, quien enfrentó al poderoso ejército de Calfucurá en Tapalqué y también resultó vencido, por lo que los porteños, con la indiada a sus puertas, comenzaron a padecer el terror de ser invadidos en la propia gran ciudad. Cuando su poderío parecía no tener límites, Calfucurá intentó una decisiva hazaña y le declaró formalmente la guerra al presidente Sarmiento. Fue su último gran error: resultó impensadamente vencido en la batalla de San Carlos y nunca más volvió a guerrear.
Recluído en Salinas Grandes, Calfucurá pasó en adelante sus días inmerso en la tristeza hasta que el 4 de junio de 1873 dejó el legado de “no abandonar Carhué al huinca”, porque ese era el paso obligado hacia el centro de la Confederación, y murió.
Calfucurá fue sepultado con los honores de un gran cacique y en su tumba fueron colocados sus ponchos, sus armas, su platería y unas 20 botellas de anís y ginebra, las que fueron bebidas por sus saqueadores años después, sin que les importara el valor sagrado de esas ofrendas. El teniente Levalle fue el encargado de recolectar los huesos y las pertenencias de quien había sido el temerario dueño y señor de las pampas, las que finalmente recalaron a fines del 1800 en el museo platense.
El éxito de la Campaña del Desierto terminó dándole la razón a Calfucurá como gran estratega de la guerra contra el “huinca”: tras su muerte, Roca ordenó a su ejército ingresar por Carhué, arrasar Salinas Grandes y terminar con Choele Choel, el lugar secreto por el que la Confederación traficaba ganado a Chile

La campaña de Alsina

En 1875, Adolfo Alsina, ministro de Guerra bajo el presidente Nicolás Avellaneda, se presentó al gobierno con un plan que más tarde describió como apuntar a poblar el desierto y no a destruir. Entonces se firmó un tratado de paz con el cacique Juan José Catriel, sólo para ser roto corto tiempo después cuando atacó junto al cacique Namuncurá, Tres Arroyos, Tandil, Azul (Buenos Aires) y otros pueblos y granjas en un ataque incluso más sangriento que el de 1872.
Alsina respondió al atacar a los originarios, forzándolos a retroceder y a dejar los fortines en su camino hacia el sur para proteger los territorios conquistados; y, para evitar el transporte del ganado robado construyó la llamada Zanja de Alsina, que sirvió como límite para los territorios sin conquistar.
Los originarios continuaron sus ataques al recolectar vacas de las chacras en la provincia de Buenos Aires y el sur de la provincia de Mendoza, pero la hallaron difícil para escapar con los animales que hacían su marcha lenta y tuvieron que enfrentar a las unidades de patrullaje que los seguirían.
Muchos originarios que no sólo sufrieron de hambre sino que también la venganza del hombre blanco, decidieron unirse a las granjas-estancias para trabajar para ellos a cambio de comida y refugio, pero los otros se resistieron.
Después de que Alsina muriera en 1877, Julio Argentino Roca fue nombrado nuevo Ministro de Guerra y prosiguió su trabajo. Durante el siglo XVIII, los araucanos- ya consolidado el proceso de araucanización se concentraron en fuertes cacicazgos. Entre la Cordillera de los Andes, el río Diamante por el norte, el Limay por el sur, y el Salado por el este se situaron los pehuelches, comandados por jefes como Reuque Curá y Feliciano Purrán.
Desde el Salado hacia el este, ocupando el sur de San Luis, Córdoba y parte de Santa Fe, este de La Pampa y oeste de Buenos Aires, con centro en la denominada región del Monte, se esparcieron los ranqueles, cuyos caciques más importantes fueron Llanquetruz, Painé y Mariano Rosas.
Al sur de la Región del Monte, en las Salinas Grandes, y ocupando gran parte de la Pampa húmeda entre las actuales provincias de Buenos Aires y La Pampa, se hallaba la dinastía de los Curá – los salineros- , con renombrados caciques cuya sola pronunciación transmitía una mezcla de respeto y terror, ellos fueron Calfucurá y su hijo Namuncurá. Al este de los ranqueles y al noreste de los salineros, el la zona de Trenque Lauquen, se encontraban los indios liderados por Pincén. En los campos de Tandil se asentaban las aguerridas huestes de Catriel y Coliqueo. Finalmente, entre el Neuquen y Río Negro, en la Región de las Manzanas, se asentaba otro grupo de araucanos dentro de los cuales se hallaban guénaquen y tehuelches araucanizado; su cacique más importante fue Shaihueque.

Shaihueque

Cacique Valentín Shaihueque, último señor de la región de “Las Manzanas” y tan vinculado a la gesta de Francisco P. Moreno. No hay coincidencia entre los autores que han tratado la etimología (de este nombre. “Saiweke” lo escribe Lehmann Nitsche, “Chaihueque”, Félix San Martín quien lo traduce como padre o dueño de ovejas; “Sayewecke”, Tomás Harrington quien lo interpreta como “lanar florecido” y finalmente para Gregorio Alvarez tiene los siguientes significados, “Jabalí nuevo o Joven”, “grito del carnero de la tierra” y “nuevo jefe de los flecheros”.
Para conocer detalles de su fisonomía, carácter y modo de vida de este famoso cacique contamos, afortunadamente, con el testimonio de quienes lo trataron, entre los que se cuentan distinguidos viajeros que se alojaron en su toldería, George Chaworth Musters en 1870, el Sargento Mayor Mariano Bejarano en 1872 y Francisco P. Moreno en 1876 y 1880.
En los siguientes términos describe Musters a este jefe indio, ‘hijo de chocorí, famoso cacique de la época de Rosas: “Este cacique tenía plena conciencia de su alta posición y de su poder, su cara redonda y jovial, cuya tez, más oscura que la de sus súbditos, había heredado a su madre Tehuelche, mostraba una astucia disimulada, y su risa frecuente era algo sardónica. Tenía cabeza regiamente fuerte….” ).
Vestía bien. Poncho de tela azul, sombrero mitrista, bombacha y botas de cuero. Su toldería en el ángulo que forman el río Caleufú (“otro río” o “el río”) y el Yala-leú-cura (hacen ruido las piedras”) que desaguan casi juntos en el Collón Cura (“Máscara de piedra”) en un precioso valle. asemejaba una estancia fronteriza.
Cuatro grandes toldos, en la época de Muster, diez en la de Moreno, para el cacique y su familia, los corrales para la numerosa hacienda de yeguarizos, vacunos y sobre todo lanares, los indios visitantes acampados al aire lire, formaban un conjunto animado y pintoresco.
El toldo donde vivía Shaihueque con sus mujeres y numerosos hijos, llamó la atención por lo cómodo y espacioso. Podía albergar comodamente a cuarenta hombres. Construido con la misma técnica que los toldos transportables, éste era fijo por los palos mucho más sólidos empleados y totalmente cerrado, salvo en un ángulo donde una piel hacia las veces de puerta. A lo largo del frente una enramada hacia de corredor. En el interior las camas se alzaban sobre tarimas de madera, cubiertas de mantas y quillangos y tres fogones daban calor y ofíciaban de cocinas en los banquetes.
Shaihueque era querido y respetado por sus súbditos;. Era rico en ganados y en adornos de plata, ponchos, mantas, etc., que guardaba en un toldo especial, especie de tesorería, pero también sabía ser generoso con sus vasallos en obsequios y sobre todo el agua ardiente, que sabía dosificar como buen anfitrión.
Imbuido de su elevada posición se consideraba superior a los demás caciques y jefe principal de la Patagonia. Ejercía su autoridad a lo largo de la cordillera austral desde el sud de Mendoza, hasta la vertiente austral del Nabuel Hualpi y pretendía también extenderla sobre el territorio tehuelche de la Patagonía Septentrional hasta el mar.
“Me decía un día”, cuenta Moreno, “que él no era Gobernador porque a este le nombraban los cristianos, ni General, porque tal nombramiento emanaba del Gobierno. Su tutilo era “Gobierno de las manzanas” porque era así como se titulaban sus antepasados, de quienes él había heredado su cacicazgo. Su padre le había encomendado al morir que jamás peleara contra los cristianos, porque las ropas en que lo envolvieron cuando nació eran cristianas y añadiendo que si no fuera por los cristianos andarían como antes. . .” .
Shaihueque hizo honor a este mandato y no organizó malones contra los cristianos. Musters fue testigo del parlamento del Limay, en 1870 cuando el Señor de las Manzanas rechazó Ia invitación de Calfucurá al saqueo de los establecimientos de Patagones.
Más aún. Shaihueque se sintió argentino, en épocas en que era cortejado desde Chile. Refiere Bejarano que estando con él llegó de Osorno un emisario del Coronel Serrano, del ejército chileno, conduciendo dos banderas chilenas y que Shaihueque las devolvió diciendo que era argentino.
Por estas razones y por la nobleza de su carácter, Estanislao Seballos aconsejaba tratarlo en forma distinta a los demás caciques. Proponía convertirlo en aliado garantizándole la posesión de las tierras que ocupaba, suministrándole útiles de labranza y centralizando la responsabilidad del mando de los indios andinos en sus manos .
Al iniciarse la ocupación de la línea militar del río Negro, Shaihueque solicitó en julio de 1879, mantenerse en paz y en consecuencia Julio A. Roca lo nombró Gobernador de las Manzanas por ser “el único cacique que he creído merezca ser considerado por su conducta siempre fiel y la buena comportación de su tribu que no ha figurado en malones. . . “.
Posteriormente las indiadas del flamante gobernador no mantuvieron lo pactado, e infiltrándose en la línea militar, hicieron malones y sorpresas a troperos que conducían ganados o subsistencias, por lo cual fue necesario someterlo por la fuerza.
La campaña la comandó el General Conrado E. Villegas y se la conoce como Expedición al lago Nahuel Huapi (marzo-junio 1881). En el territorio de Shaihueque operaron prin-
cipalmente la 1a. y 2a. Brigada a las órdenes del Coronel Rufino Ortega y del Coronel Lorenzo Winter, respectivamente.
Sobre el Caleufú operó la 2a. Brigada pero cuando llegaron las tropas, Shaihueque, prevenido, ya había huído hacia la cordillera “a uñas de buen caballo” como dijo el Gral. Villegas. El cansancio de las cabalgaduras de los soldados impidieron darle alcance, pero perdió todos sus papeles y prendas más preciosas y abandonó 843 vacunos, 600 yeguarizos y 4.000 lanares.
En lo que fuera otrora sede del “Gobierno de las Manzanas”, abandonada por sus primitivos ocupantes, acampaba ahora el regimiento 7 de caballería, a las órdenes del Teniente Coronel Luis Tejedor.
Shaihueque se refugió en los territorios al S. del Limay. Pero las tropas del ejército no daban tregua a la índiada. La campaña se reanuda en noviembre de 1882. La comanda también el Gral. Villegas, quien cambia el género de guerra. Ya no operarán pesadas columnas, sino pequeñas o fuertes partidas, muy ágiles, que cubrirán todo el territorio hasta lograr el total sometimiento del enemigo o en su defecto la emigración allende los Andes o su exterminio.
El fin del Gobierno de las Manzanas era cuestión de tiempo. Sus lanzas estaban reducidas a unas 600 ó 700. Contra los últimos caciques rebeldes, Shaihueque e Inacayal libró el Teniente Coronel Nicolás H. Palacios el combate de Apulé el 27 de febrero de 1883 que finalizó con ]a dispersión de la indiada y la pérdida para estos de 80 indios. “Al Sur del Limay, y en lo que propiamente puede llamarse Patagonia, queda Shaihueque, pero huyendo pobre, miserabIe y sin prestigio”. Estas palabras del Gral. Villega, nos revelan la triste situación del otrora indiscutido cacique de los Andes, Patagónicos. El estado de postración de la caballada y la ignorancia de su paradero, salvó el cacique en esta oportunidad.
Recién a fines de 1884 y viéndose cercado por el N.S. y E. por las tropas inicia negociaciones de paz. El cercol o completó el Teniente Coronel Vicente Laciar al comenzar la edificación de un fortín en Corral Charmata, paso del río Chubut y el desplazamiento hacia el S. del Sargento Mayor Miguel E. Vidal.
Al principio, Shaiheque, a un llamado del Teniente Coronel Roque Peiteado, jefe de la línea del Limay, había accedido a someterse pero poniendo como condición se le dejara asentado con su gente en los campos del S. del lago Nahel Huapi. Esta primera negociación terminó sin resultado positivo, porque se le contestó que la presentacíón debía ser sin condiciones.
A los doce días de haberse puesto en marcha, Vidal dió con los rastros de Shaihueque, al que alcanzó e hizo comparecer intimada su presentación, le contestó que no podia porque había dado su palabra de presentarse al Gral. Winter,Jefe de la división, en el Lago Nahuel Huapi hacia donde se dirigía.
La tribu Shaihueque,siguió el destino de otras tribus sometidas. Fue establecida en la proximidad de un acantonamienito militar, a la espera de la resolución del gobierno sobre su destino.
En estos momentos de infortunio fue un consuelo para el cacique encontrarse con su anitiguo amigo Moreno, Tapayo cormo le decían los indios, en 1885, en el Retiro, donde estaba custodiado por las tropas del ejército. Moreno condolido por la triste situación de los indígenas y en agradecimiento a la actitud digna que Shaihueque había tenido para con él durante sus viajes al Nahuel Huapi (ver MORENO) hizo gestiones y obtuvo del gobierno para la tribu, las tierras que fueron de Foyel e Inacayal. En Tecka, lo visitó Moreno en 1896 y allí el 8 de septiembre de 1903 se extinguió la vida del otrora poderoso cacique andino.
Cerca de Trenque Lauquen, de América, de Puán, cabe hallar, muy a las cansadas, curiosos rastros en la tierra, que seguramente se encuentran también en otros puntos de la campaña bonaerense. Son como cicatrices sobre el manto verde: una especie de grietas, a veces cañadas, junto a montículos, obviamente erigidos por el hombre. Son los restos de lo que se conoció como Zanja de Alsina, o Zanja Nacional, humildísima réplica criolla de la Gran Muralla China, con la que un día se quiso frenar los ataques del indio.
Algún camino subsidiario acaso aún ostente un cartel indicador y en la nomenclatura ferroviaria existe una estación denominada La Zanja, pero, en general, el recuerdo de esa extraña obra se ha perdido y ni siquiera es usual que los lugareños inmediatos hayan escuchado mencionarla. Muy poco sabe la gente común sobre tal ocurrencia, entre otras cosas porque tuvo aplicación muy limitada y fugaz.
Los malones arreciaron a comienzos de los años 70 del siglo XIX y en 1872 se efectuó la incursión más grande de todas. Ese año, Calfucurá, al frente de seis mil “indios de lanza” avanzó sobre los pueblos de General Alvear, 25 de Mayo y Nueve de Julio. Murieron más de 300 cristianos y se arrearon unas 200.000 cabezas de ganado. Aunque, en rigor, la pérdida de vidas humanas producida en el asalto a los caseríos era cruento resultado de una eficaz maniobra de distracción que obligaba a los soldados a atender la defensa de puntos fijos, en tanto los campos eran vaciados de animales: el horror del malón y su rosario de víctimas y cautivas era, en el fondo, mera escenografía del robo de animales que “el salvaje” luego vendía.
Había antecedentes de obras similares. Así, al norte de Santa Fe hubo, en cierta época y con igual intención, una “zanja de López”. Adolfo Alsina, ministro de Guerra de Avellaneda, tomó de ahí la idea de su famosa zanja, ancha de tres metros y con dos de profundidad, medio metro en la estrechez de la base y bordeada por un terraplén de un metro de alto por unos cuatro de ancho. Se planeó guarnecer con ella todo el gran arco desde Bahía Blanca hasta Río Cuarto, pero sólo llegó a ser abierta en unos 400 y pico de kilómetros, desde Nueva Roma, sobre el Chasicó Chico, hasta Italó, en el extremo nordeste de la actual provincia de La Pampa. Esta era una de las comandancias de la frontera, junto con Trenque Lauquen, Guaminí, Carhué, Puán y Bahía Blanca.
Se extendió hasta varias de ellas el telégrafo y fue desparramado, bajo su dependencia, un centenar de fortines con no más de unos diez hombres apostados en cada uno, acantonamientos circulares con su respectivo mangrullo o “vichadero”. El francés Alfredo Ebelot dirigió la obra, en buena medida hecha por sufridos milicos.
Tanto y tan mal se ha hablado de esa zanja que es forzosa alguna explicación. Obviamente no podía pretender evitar el paso de los indios, pero apuntaba a demorar el del ganado y a dar, por lo tanto, tiempo a las partidas para hacerse presentes y recuperar los animales. De hecho, hubo después incursiones minúsculas.
La zanja se construyó entre 1876 y 1877 y hacia esa época los malones terminaban, en parte debido a esa obra aparatosa y también por la aparición del Remington de retrocarga, que ponía a las indiadas en franca inferioridad combativa. Pero hay de por medio un hecho más importante: era claro que tender esa línea protectora equivalía a renunciar -así fuera de modo transitorio- a seguir el avance en territorio indio.
Sabido es que el general Roca se oponía de plano a ese parecer y que no bien la muerte de Alsina lo convirtió en nuevo ministro de Guerra, volcó toda su influencia en favor de una gran batida para expulsar a los aborígenes hasta más allá del río Negro.
La discrepancia en realidad se refería al destino de las tierras por conquistar, de las que podría hacerse una repartija apresurada, o bien de manera ordenada, a medida que se incorporasen nuevos pobladores.
La cuestión había sido el gran tema soterrado de la Convención Constituyente porteña que funcionó entre 1870 y 1873 y quedó irresuelta; es evidente que Alsina amparaba un criterio que no fue el que prevaleció.

Campaña de Roca

El 16 de abril de 1879, el general Julio Argentino Roca iniciaba la Campaña del Desierto. Se trataba de una campaña militar y no de una expedición, porque para cumplir con las metas propuestas era necesario combatir a las diferentes tribus aborígenes instaladas a no más de 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
Ganar la tierra al salvaje fue la consigna del virrey Cevallos, de Martín Rodríguez y de Juan Manuel de Rosas, tal vez el estratega más inteligente en estos menesteres. Desde antes de Caseros, los caciques participaban de las internas políticas del poder a cambio de beneficios palpables. Los acuerdos se alternaban con períodos de guerra.
Los indios derrotaron a Mitre en Sierra Chica y fueron vencidos en la famosa batalla de San Carlos. Para mediados de los años sesenta, sus malones eran temibles. Los arreos de ganado llegaron a superar las 300.000 cabezas. El arreo incluía mujeres, niños y personal de servicio. A las mujeres las sometían sexualmente, a los negros los quemaban “para que los blancos no hicieran pólvora con sus cuerpos”. En Guaminí existía un mercado de cautivas que se vendían al mejor postor. El negocio contaba con la complicidad de mercaderes italianos, españoles y criollos.
Hacia 1879, el gobierno nacional disponía de amplios recursos materiales para afrontar sin demasiados riesgos esta tarea.
El éxito del emprendimiento siempre estuvo fuera de discusión. Y en 1880 podía concretarse aquello que, debido a la guerra con el Paraguay y la sucesión de luchas civiles, no había podido hacerse antes.
A partir de la presidencia de Avellaneda, el objetivo de ampliar la frontera se transformó en una prioridad. El ministro de Guerra, Adolfo Alsina, programó la famosa zanja que habría de extenderse por más de trescientos kilómetros. Su consigna intentaba diferenciar el objetivo de poblar el territorio de la tarea de liquidar a los indios. Sus declaraciones son sugestivas: “El plan del Poder Ejecutivo es contra el desierto para poblarlo y no contra los indios para destruirlos”.
Alsina murió en 1877 y Julio Roca se hizo cargo de la cartera de Guerra. Roca había criticado la estrategia defensiva de Alsina. Sus declaraciones son muy claras: “El mejor sistema para combatir a los indios -ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del Río Negro- es el de la guerra ofensiva”.
Si el objetivo de Alsina era el de proteger los intereses de los ganaderos de la provincia de Buenos Aires, el de Roca era nacional, mucho más extendido, más sistemático. También, mucho más eficaz. Estanislao Zeballos -santafesino, para más datos- fue quien le dio soporte intelectual a la campaña, y el que más insistió en advertir que, si esta tarea no se hacía a tiempo, la llevarían a cabo los chilenos o los ingleses, con la previsible recompensa en tierras.
En abril de 1879, Chile le declaró la guerra al Perú. Esta consideración fue tenida muy en cuenta por el gobierno nacional a la hora de iniciar la ofensiva. Los indios no eran ni chilenos ni argentinos, pero era un secreto a voces que se las ingeniaban para negociar con el gobierno chileno. Allí encontraban refugio y mercado para la venta del botín de sus malones.
En términos económicos, a la campaña del desierto hay que pensarla como la estrategia de las clases propietarias para fortalecer su condición dominante. Si el modelo de acumulación económica era primario-exportador, el principal insumo lo constituían las tierras. A diferencia de los Estados Unidos, esta tarea no fue realizada por granjeros, sino por el Ejército. A diferencia del país del norte, los beneficiarios de estas millones de hectáreas no serían los granjeros, mucho menos los milicos, sino los especuladores y los terratenientes.
Las cifras son elocuentes: cuatrocientas personas se apropiaron de ocho millones y medio de hectáreas. Lo que ya para esa época se conoce como la oligarquía terrateniente termina de consolidarse con la Campaña del Desierto. Los enunciados acerca de la colonización y el reparto de tierras fueron palabras que se llevó el viento, o los especuladores, para ser más precisos.
Es verdad que en el camino se consolidaba la Nación y que el crecimiento de la frontera permitía un desarrollo económico formidable. La constitución de una Nación incluye un modo de producción y un régimen de propiedad. Estas tareas no suelen ser ni agradables ni simpáticas, pero son necesarias. Y alguien las tiene que hacer.
La iniciativa que Roca dirigió militarmente fue avalada por el conjunto de la clase dirigente de la época.
En un primer momento, los diarios La Nación y La Prensa hicieron algunas objeciones formales. En realidad, estaban más preocupados por el poder que Roca iba a ganar en la empresa que por la salud de los indios. Cuando la recompensa en tierras se hizo extensiva a los suscriptores de esos diarios, las críticas desaparecieron.
La Conquista del Desierto se realizó de acuerdo con los procedimientos legales. El Congreso dictó una ley habilitando el emprendimiento y otorgando los fondos económicos. Algunos historiadores consideran que en 1879 el poder de los caciques estaba en decadencia y, más que de una campaña militar, habría que hablar de un paseo. Exageran, pero no mucho.
La campaña de Roca se inició en abril de 1879 y concluyó en mayo de ese mismo año. Es decir, duró algo más de un mes. Roca hizo el recorrido en carroza. El 24 de mayo llegó a Choele Choel y entregó el mando de su columna al general Conrado Villegas. “He descubierto que en el desierto no hay indios”, diría Roca con su habitual causticidad. Implacable, Sarmiento le respondería: “Roca nos ha enseñado dos cosas: que en el desierto no hay indios y que en la Argentina no hay ciudadanos”. En 1885, sería más preciso: “Fue un paseo en carroza a través de la pampa cuando no había en ella un indio… todo fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal en cuya operación la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro”.
En la expedición participan alrededor de seis mil soldados organizados en cinco divisiones. También participan periodistas, sacerdotes y científicos. La campaña como tal no duraría más de dos meses. Y el saldo muestra cinco caciques prisioneros, alrededor de 1.300 indios muertos y más de doce mil cautivos.
A partir de 1881 hubo otras campañas que se extendieron hasta 1885. A los indios se los derrotó en toda la línea. Sus caciques fueron tomados prisioneros o muertos, sus guerreros cayeron en combate y sus hijos y mujeres se redujeron a una condición servil.
En ningún momento el Ejército estuvo en peligro. Los grandes generales de la campaña fueron el telégrafo, el tren y el remington. Frente a estos auxilios los indios no tenían ninguna chance.
El Estado nacional terminó de constituirse en la llamada Campaña del Desierto. Los antecedentes de su itinerario tampoco fueron amables. El aniquilamiento de las montoneras y la federalización de la ciudad de Buenos Aires fueron los hitos de un recorrido que concluyó alrededor de 1880, cuando el Estado perfeccionó lo que se conoce como el monopolio legítimo de la violencia, el principal atributo de la estatidad.
El trato a los prisioneros no difirió del que le dieron en su momento al gauchaje montonero. La suerte de las mujeres y los niños fue miserable. Las más afortunadas pudieron trabajar de sirvientas en Buenos Aires, pero a la mayoría les aguardó un destino mucho más humillante.
En París, Lucio V. Mansilla recordaba con un leve sentido de culpa las amargas y sabias profecías del cacique Mariano Rosas: “Hermano… cuando los cristianos han podido nos han muerto. Y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos finos, a tomar mate, a comer azúcar, a beber vino, a usar bota fuerte, pero no nos han enseñado a trabajar ni nos han hecho conocer a su Dios… Y, entonces, hermano… ¿qué servicios les debemos?”.

Mapa de las Campañas al desierto en Argentina

Argentina - Sucesos Argentinos - 1852 - 1880 - Buenos Aires

 

Un Hito en la Campaña al Desierto “Batalla de San Carlos, el comienzo del fin Por Sebastián Miranda Licenciado en Historia”.

El 8 de marzo de 1872 las fuerzas del Ejército Argentino dirigidas por el General Rivas y el Coronel Boerr derrotaron a más de 3. 500 indígenas mandados por el cacique chileno Juan Calfucurá marcando así el inicio del fin de un reinado de terror que por más de 20 años asoló las poblaciones de la campaña argentina.


Introducción

Desde la llegada de los españoles al actual territorio argentino las diversas tribus indígenas que lo habitaban ejercieron una fuerte resistencia al avance del hombre blanco, lo que motivó que continuamente se produjeran enfrentamientos entre las partes en conflicto. Producida la Revolución de Mayo, los primeros gobiernos patrios debieron realizar negociaciones con los naturales con el fin de evitar que éstos llevaran a cabo ataques contra las poblaciones de la frontera, a pesar de ello y aprovechando que las fuerzas militares debían ser empleadas en las guerras por la independencia, voroganos, ranqueles, pampas y araucanos continuamente asolaban las estancias y poblaciones del sur de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, San Luis y Mendoza.
Con el fin de terminar con las depredaciones el gobernador bonaerense Martín Rodríguez efectuó dos campañas en 1823 y 1824 que no dieron los resultados esperados debido a la falta de tácticas adecuadas; mejor suerte tuvieron las realizadas por el coronel Rauch en 1826 y 1827 que junto con los tratados de paz firmados por el entonces coronel Juan Manuel de Rosas lograron mantener la frontera en relativa paz. En esos momentos el interés por lograr este propósito era mayor que nunca debido al peligro que se corría por estar desarrollándose la guerra contra el Brasil, no debe olvidarse que uno de los propósitos de la desastrosa incursión imperial a Carmen de Patagones había tenido como principal objetivo el establecimiento de una alianza con las tribus locales para abrir un segundo frente de batalla a nuestro país.
En 1833, Juan Manuel de Rosas realizó la primera gran campaña para pacificar la frontera, logrando mediante una combinación de tratados de paz y acciones militares neutralizar a los salvajes y mantenerlos en relativa inacción hasta 1852. La frontera avanzó hasta el río Colorado. Con su caída el 3 de febrero del citado año, los indígenas reiniciaron los ataques asolando la campaña y dando inicio a una etapa durante la cual las fuerzas nacionales sufrieron continuas derrotas y la frontera fue devastada.
A las malas tácticas y a la falta de medios se sumaron los continuos problemas internos y externos, las luchas entre liberales y federales, la guerra con el Paraguay y las tensiones con Chile y Brasil, que hábilmente fueron explotados por los indígenas en su favor. Esto fue posible por la presencia de un cacique chileno que fue capaz de utilizar todas estas circunstancias en su propio beneficio: Juan Calfucurá.

Calfucurá y la confederación de tribus


En 1835, una caravana de unos 200 indios araucanos llegados de Chile se presentó a comerciar, como era habitual al menos una vez al año, con la tribu vorogana de Salinas Grandes (actual provincia de La Pampa).
En el momento en que debían iniciarse los festejos por la reunión, los araucanos atacaron a sus parientes y en medio de un infernal griterío degollaron a los caciques Rondeau, Melin, Venancio, Alun, Callvuquirque y a muchos capitanejos y ancianos. Por primera vez se escuchó en las pampas el nombre del cacique Juan Calfucurá que comandaba a los chilenos. Inmediatamente procedió a ejecutar a otros caciques de tribus vecinas y a buscar la alianza con las mismas una vez “decapitadas”.
Fue así como atrajo a voroganos, pampas, ranqueles y araucanos y en pocos años formó una enorme confederación con la que dominó rápidamente el sur de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba San Luis, Mendoza, y las actuales provincias de La Pampa, Neuquén y Río Negro teniendo como centro Salinas Grandes. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas firmó una serie de pactos por los cuales, a cambio de vacas, yeguas, bebidas, azúcar, yerba y tabaco, se abstenía de atacar la frontera, con lo cual la misma pudo mantenerse en relativa seguridad, pero aunque los malones disminuyeron no cesaron completamente.
Derrocado Rosas el 3 de febrero de 1852, Calfucurá (calfú azul, curá piedra) dio una muestra de la nueva etapa que comenzaba en la trágica historia de la lucha contra el indio al atacar al día siguiente Bahía Blanca con 5.000 guerreros. La línea de frontera retrocedió hasta la existente en 1826 y todo lo ganado en la campaña de 1833 se perdió.
El 13 de febrero de 1855 arrasó el poblado de Azul con una fuerza de 5.000 lanceros asesinando a 300 personas, cautivando 150 familias y robando 60.000 cabezas de ganado pero esto sólo era el principio. En septiembre del mismo año el comandante Nicolás Otamendi murió junto a 125 de sus hombres en un combate contra los indígenas en la estancia de San Antonio de Iraola.
Ocho días después Yanquetruz, subordinado del cacique chileno, al frente de 3.000 guerreros asoló Tandil. Mientras tanto, Calfucurá saqueó la población de Puntas de Arroyo Tapalqué. Ante tanta destrucción, Mitre organizó un ejército al que llamó “Ejército de Operaciones del Sur” que constaba de unos 3.000 hombres y 12 piezas de artillería poniendo al frente al General Manuel Hornos.
El 29 de octubre las fuerzas nacionales fueron atraídas por Calfucurá hacia una zona llana y fangosa llamada San Jacinto ubicada entre las sierras de ese nombre y el Arroyo Tapalqué donde la caballería argentina casi no podía moverse.
Las fuerzas de Hornos fueron atacadas desde todas direcciones y sufrieron una terrible derrota quedando muertos sobre el campo de batalla 18 jefes y oficiales y 250 soldados, además 280 resultaron heridos y se perdieron numerosas armas, pertrechos y municiones. Aprovechando la victoria, los naturales continuaron los malones sobre las ahora indefensas poblaciones de Cabo Corrientes, Azul, Tandil, Cruz de Guerra, Junín, Melincué, Olavarría, Alvear, Bragado y Bahía Blanca. El ganado robado era en parte utilizado por los indios para propio consumo pero en su gran mayoría se llevaba a Chile donde era vendido a los estancieros locales que luego a su vez lo comercializaban en Europa.
A pesar del desastre, los coroneles Conesa, Granada y Paunero lograron infligir algunas derrotas a los indígenas. La separación de Buenos Aires de la Confederación Argentina y más tarde las guerras civiles y con el Paraguay aumentaron la vulnerabilidad de la frontera.
Esto obligó al gobierno argentino a celebrar humillantes tratados de paz por los cuales a cambio de alimentos, mantas, ganado y vicios (yerba, tabaco, alcohol) Calfucurá no atacaría la frontera, aunque los malones continuaron.
El 5 de marzo de 1872, rompiendo el tratado de paz firmado con el gobierno del entonces presidente D. F. Sarmiento, el cacique chileno al frente de 3.500 guerreros cayó sobre los partidos de Alvear, 25 de Mayo y 9 de Julio asesinando a 300 pobladores, cautivando a 500 y robando 200.000 cabezas de ganado.
Para que el lector tenga una idea de la magnitud de las fuerzas empleadas en estas invasiones debe tener en cuenta, usándolo como punto de comparación, que el Ejército de los Andes apenas superó los 5.000 efectivos. Cuando el grueso de los salvajes se retiraban con el botín fueron interceptados por las tropas de Rivas y Boerr en las proximidades del fortín de San Carlos (actual Bolívar), generándose la batalla que nos ocupa tratar.

Las fuerzas opuestas
a) El Ejército Argentino
La composición de las fuerzas nacionales que intervinieron en San Carlos presenta varias particularidades. En primer lugar la misma era bastante heterogénea, estando formadas por regulares, guardias nacionales, vecinos e indios amigos, curiosamente estos últimos integraron el grueso de las mismas. La razón para esta diversidad estuvo dada por el hecho de que la invasión no era esperada y Rivas debió echar mano rápidamente de cuanto efectivo tenía disponible para impedir que los naturales se retiraran impunemente tras los saqueos.
Tras la apresurada convocatoria que motivó que varios de los contingentes pudieran concentrarse, como veremos más adelante, gracias a repetidas marchas forzadas, la fuerza nacional quedó conformada de la siguiente manera:

  • Batallón de Infantería de Línea Nº 5, con 95 hombres y una pieza de artillería al mando del Teniente Coronel Nicolás Levalle.
  • Batallón de Infantería de Línea Nº 2 con 170 hombres con el Sargento Mayor Pablo Asies al frente.
  • Regimiento Nº 5 de Caballería de Línea con 50 hombres a cargo del Mayor Echichury y Plaza.
  • Regimiento Nº 9 de Caballería de Línea con 50 hombres al mando del Teniente Coronel Pedro Palavecino.
  • Guardias Nacionales de 9 de Julio bajo el comando del Capitán Núñez con 150 hombres.
  • Guardias Nacionales de Costa Sud dirigidos por el Teniente Coronel Francisco Leyría con 170 hombres, 800 guerreros de la Tribu aliada del Cacique General Cipriano Catriel con 800 guerreros.
  • Tribu amiga del Cacique General Coliqueo con 140 guerreros.
  • A estos efectivos hay que sumar los del servicio sanitario de las fronteras oeste y sur dirigidos por los cirujanos Juan M. Franceschi y Eduardo Herter, respectivamente.
  • En total 1.525 hombres aproximadamente: 165 infantes de línea, 100 hombres de caballería, 320 Guardias Nacionales y 940 indios aliados.

En cuanto al equipamiento de los mismos era variado. La Infantería llevaba las carabinas Merrol a fulminante y Rayada a fulminante, sable bayoneta y machetes. La Caballería estaba provista con carabinas rayada y lisa a fulminante, sables y lanzas. Los indios amigos portaban lanzas, cuchillos, boleadoras y algunas carabinas.
Tanto la Infantería como la Caballería llevaban chaquetas de brin, pantalones del mismo material y kepís. El primer arma calzaba botas o pantorrilleras de cuero con botín y la segunda botas. La vestimenta de los Guardias Nacionales era provista por los medios de cada uno de sus integrantes por lo que era muy heterogénea. Los indios amigos tenían un vestuario rudimentario que variaba según las posibilidades y posición social del propietario del mismo. La calidad de las caballadas a disposición de las fuerzas nacionales era en general buena, pero la agotadora marcha hasta San Carlos hizo que los animales se fatigaran excesivamente teniendo este hecho especial influencia para el desarrollo de las operaciones finales de la batalla.

b) Ejército de Calfucurá

En total, el cacique chileno logró concentrar en San Carlos alrededor de 3.500 guerreros bajo su mando supremo. En el momento de la batalla los dividió en cuatro grupos, tres de ellos con 1.000 hombres cada uno al frente de los Caciques Renquecurá, Catricurá y Manuel Namuncurá y el cuarto con 500 con Mariano Rosas que actuó como reserva. Todos montaban a caballo siendo la calidad del mismo excelente, como era común entre los indios.
El armamento era bastante rudimentario, la lanza era el arma más usual, hecha en general con caña tacuara elegida por su flexibilidad, la punta de las mismas podía ser de piedra o metal. Otras armas de uso generalizado eran las boleadoras, utilizadas para enredar las patas del caballo del rival o para golpear al oponente con ellas en el combate cuerpo a cuerpo. También se utilizaban cuchillos de diversos materiales.
La vestimenta dependía de las posibilidades del usuario aunque en general era pobre, andando semidesnudos cubriéndose con algunas pieles y una vincha para sujetarse la larga cabellera.
Sobre el lomo de los caballos se ponía una manta o jerga para protegerlo. Como puede verse el equipamiento de los indígenas era sumamente liviano lo que les daba una gran agilidad sobre todo para escapar ya que en general evitaban el combate salvo que consideraran que eran superiores al enemigo.

La aproximación a San Carlos

Calfucurá concentró sus fuerzas en Salinas Grandes y se movió hacia 9 de Julio, recorriendo aproximadamente unos 300 kilómetros en 5 días, pasando el día 5 de marzo la línea defensiva por la zona ubicada entre los fortines Quemhuimn y San Carlos. Enseguida saqueó los partidos de 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio, tras lo cual retrocedió hacia el lugar por donde había penetrado la línea defensiva llevando consigo el botín consistente en ganado, cautivos y todo tipo de objetos producto del robo.
El 5 de marzo a las 2 p.m. en 9 de Julio camino hacia Buenos Aires, el jefe de la frontera Oeste, Coronel Juan C. Boerr fue informado por el Capitán de Guardias Nacionales Núñez de la invasión de Calfucurá. Inmediatamente ordenó al citado Capitán la movilización de sus fuerzas, también giró órdenes para que el Cacique General Coliqueo ubicado en 9 de Julio se le incorporara por el lado de Quemhuimn y para que el Teniente Coronel Nicolás Levalle que estaba en el fuerte General Paz hiciera lo mismo. A la vez se pidió apoyo los jefes de la fronteras Norte de Buenos Aires y Sur de Santa Fe, Coronel Francisco Borges, y Sur, Costa Sur y Bahía Blanca General Ignacio Rivas.
A las 2.30 p.m. de ese día, el Cnl. Boerr inició la marcha hacia la laguna del Curá con unos 100 Guardias Nacionales pero al enterarse de que los indios del cacique Raninqueo se habían plegado a los rebeldes modificó la dirección y se dirigió al fuerte General Paz buscando la incorporación de Levalle y Coliqueo. Allí llegó a las diez de la noche recibiendo la noticia de que los salvajes se encontraban en la laguna Verde en número aproximado a los 3.000.
Al no llegar los refuerzos de la División Norte y ante el peligro de que los indios escaparan, el Cnel. Boerr decidió marchar hacia San Carlos con los Guardias Nacionales y los hombres de Coliqueo, ya incorporado, para cortar la retirada a Calfucurá. Partió el 6 de marzo a las 9 p.m. Al día siguiente, a las 9 a.m. llegó a San Carlos donde se le unió el Teniente Coronel Levalle con las fuerzas que había podido reunir procedentes de los fortines de la frontera Oeste.
Durante el trayecto hacia el punto de reunión, Boerr debió enfrentar la dura resistencia ejercida por las avanzadas de Calfucurá. Mientras tanto el General Ignacio Rivas avanzaba a marcha forzada desde Azul para incorporársele con 390 soldados y 800 indios del Cacique Catriel. Rivas había partido desde Azul el 6 de marzo a las 2 a.m., llegando a San Carlos tras una marcha agotadora el día 8 a la madrugada, inmediatamente asumió el comando de las fuerzas nacionales. El Coronel Francisco Borges a la vez movilizó a sus hombres pero éstos llegarían recién a la tarde del día 8, cuando la batalla había concluido.
El 8 de marzo a las 7 de mañana Rivas fue informado por el Sargento Mayor Santos Plaza, jefe de la descubierta, que la indiada de Calfucurá se movía. El comandante dispuso inmediatamente la partida de sus efectivos para interceptar a los salvajes. Las fuerzas nacionales quedaron organizadas en tres columnas de la siguiente manera: a la derecha el Cacique General Cipriano Catriel con 800 guerreros, en el centro el Mayor Asies con el Batallón Nº 2 de Infantería de Línea de 170 hombres junto con 50 del Regimiento Nº 9 de Caballería al mando del Teniente Coronel Palavecino. Finalmente el ala izquierda quedó conformada por el Batallón Nº 5 de Infantería de Línea al mando del Teniente Coronel Levalle con 100 plazas, 140 lanceros del Cacique General Coliqueo, 80 Guardias Nacionales de 9 de Julio y 70 vecinos protegidos por 50 hombres del Regimiento Nº 5 de Caballería de Línea, toda el ala era dirigida por el Coronel Boerr.
La retaguardia fue cubierta por el teniente Coronel Leyría con 140 Guardias Nacionales y 40 indios amigos. Ante la proximidad del enemigo Rivas ordenó al Teniente Coronel Palavecino del Regimiento de Caballería Nº 9 que con sus tropas y 200 guerreros se constituyera en vanguardia de la división (ver gráfico fase I). Ante la inminente batalla, las fuerzas marchaban listas para enfrentarse a la indiada de Calfucurá en cuanto ésta se presentara, medida que resultó de lo más acertada.

La batalla

Palavecino que marchaba con la vanguardia a 3 kilómetros del cuerpo principal informó que los indígenas se aproximaban con fuerzas considerables por lo que Rivas ordenó al Coronel Ocampo que dirigía la columna del centro ubicarse con sus hombres a la izquierda de los de Palavecino. Entre tanto el Coronel Boerr ocupó la extrema izquierda y los guerreros de Catriel la derecha (ver gráfico fase II).
Calfucurá organizó su ejército en cuatro grupos: el Cacique Renquecurá con 1.000 guerreros formó el ala izquierda, Catricurá con otros tantos se ubicó en el centro (indios de Salinas y Pincén), Manuel Namuncurá con 1.000 más formó la derecha (araucanos) y finalmente Mariano Rosas con 500 ranquelinos quedó como reserva.
Calfucurá arengó a sus tropas e hizo desmontar a parte de sus hombres con el fin de utilizar las mejores caballadas para atacar al ejército nacional por los flancos. A continuación el ala derecha y el centro del chileno cargaron contra las fuerzas argentinas que respondieron echando pie a tierra y disparando sus armas contra la indiada que a pesar de las bajas se aproximó produciéndose un durísimo combate cuerpo a cuerpo.
La falta de entusiasmo de las cargas de la indiada del Cacique General Coliqueo en el ala izquierda de Boerr permitieron que el enemigo les arrebatara la caballada, ante lo crítico de la situación Rivas ordenó a la reserva del Teniente Coronel Leyría reforzar dicha ala (ver gráfico fase III).
En la derecha nacional Catriel hizo desmontar a la mitad de sus hombres, su indiada realizó las cargas sin decisión, fingiéndose vencidas. El valiente Cipriano solicitó a Rivas su escolta personal para colocarse a retaguardia de su propia indiada y fusilar a los que intentasen desertar con lo que permitió mantener firme este sector. Poniéndose él mismo al frente de sus hombres realizó una impetuosa carga contra la indiada de Renquecurá logrando rechazarla.
A media hora de comenzado el combate el resultado del mismo era dudoso, las fuerzas de Calfucurá cargaban continuamente sobre los flancos nacionales siendo rechazados en todas las oportunidades; a medida que el tiempo pasaba los salvajes iban internando el ganado robado en el desierto por lo que Rivas decidió definir la batalla. A tal fin ordenó a Ocampo, Boerr, Coliqueo y Leyría que rompieran el cerco cargando contra el enemigo.
El Batallón Nº 2 de Infantería de Línea abrió un intenso fuego contra la derecha enemiga a la vez que las fuerzas de Leyría, Coliqueo y Catriel dirigidas personalmente por el General Rivas realizaban una impresionante serie de cargas que rompieron las líneas enemigas comenzando el desbande de las fuerzas de Calfucurá.
También Boerr con sus tropas reorganizadas se les unió contribuyendo con eficacia a la derrota de los salvajes. Rota la línea de batalla enemiga y desmoralizados los indios, Rivas comenzó la persecución que se extendió por unas 14 leguas completando de esta manera la completa dispersión del enemigo. La misma no pudo prolongarse más debido al cansancio de la propia caballada, el polvo, la falta de agua y el calor del día.

Las consecuencias de la batalla

Al culminar la batalla quedaron sobre el campo 200 guerreros de Calfucurá muertos y numerosos heridos. Las fuerzas nacionales tuvieron 35 muertos y 20 heridos. El cacique chileno que por más de 20 años había asolado impunemente la campaña argentina había sido escarmentado y se retiraba a Salinas Grandes a curarse las heridas.
La rapidez con la que reaccionaron Boerr y Rivas ante la invasión para cortar la retirada de los salvajes, la velocidad con que se efectuaron las marchas forzadas, el valor de las fuerzas nacionales e indios amigos y el coraje y acertadas tácticas de Rivas en el momento clave del combate permitieron la victoria que marcó el inicio del fin de la confederación de tribus creada por Calfucurá.
El 4 de junio del año siguiente éste murió con casi 100 años de edad en Salinas Grandes, su testamento decía: “No entregar Carhué al huinca”, lo que señalaba que aún quedaba una dura lucha por delante. Tras su muerte comenzó la disgregación de su confederación, el reinado de terror del cacique araucano tocaba sus horas finales y las campañas de Alsina y Roca terminarían para siempre con el peligro del malón afirmando la soberanía argentina en las tierras del sur.

Bibliografía

Ramírez Juárez, Evaristo. Teniente Coronel: La Estupenda Conquista, segunda edición, Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
Piccinali, Héctor Juan. Coronel: Vida del Teniente General Nicolás Levalle, Buenos Aires, Círculo Militar, 1982. Biblioteca del Oficial, vol 708.
Prado, Manuel. Comandante: La Guerra al Malón, Buenos Aires, Xanadu, 1976.
Serres Güiraldes, Alfredo, M: La Estrategia del General Roca, Buenos Aires, Pleamar, 1979.
Walther, Juan Carlos: La Conquista del Desierto, cuarta edición, Buenos Aires, EUDEBA, 1980.
Zeballos, Estanislao. S: Callvucurá. Relmú. Painé, Buenos Aires, El Elefante Blanco, 1989.
Zeballos, Estanislao. S: La Conquista de las 15.000 leguas, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
Zeballos, Estanislao. S: Viaje al País de los Araucanos, Buenos Aires, Solar, 1994.

Fundación de Bolívar
El Fortín San Carlos
El centro de la provincia de Buenos Aires estaba habitado por aborígenes. En 1850 se instaló el “Fortín San Carlos”, el primero de una línea de avanzada sobre los nativos.
El Fortín San Carlos junto a la Laguna Pichi Carhué alzó su mangrullo en la inmensidad de la pampa salvaje, anticipando sueños fundadores.
Un día caluroso y pesado, el 8 de marzo de 1872, se libró la batalla de San Carlos, una de las más importantes y encarnizadas, no sólo de la Conquista del Desierto, sino de la historia argentina. Calfucurá perdió esta vital batalla y su llama vital se extinguió el 3 de julio de 1873 en Chilihué.
Desde ese momento, el fortín fue un punto de paso hacia la frontera que cada vez se internaba más empujando al indio.
Con el adelanto de la línea de fortines quedó entre los pueblos de Guaminí y 25 de Mayo, Olavarría y 9 de Julio, un gigantesco rombo de 270 kilómetros de largo por 170 de ancho, de tierras vacías.
En base a ello, se decidió fundar un pueblo aproximadamente en el centro del rombo, eligiéndose como punto poblador la ubicación del Fortín San Carlos.
La Legislatura de la provincia de Buenos Aires, recibió un proyecto que decía “El P.E. tiene el honor de acompañar el plano y estudios practicados para la fundación de un nuevo pueblo denominado San Carlos, en el antiguo fuerte del mismo nombre (partido de 25 de Mayo) y la creación de un nuevo partido con los límites que señalan y bajo el nombre de Bolívar…”
La ley fué aprobada en noviembre del mismo año y, el 17 de ese mes, el Gobernador Carlos Casares promulgó el decreto estableciendo que se declaraba “cabeza del Partido de Bolívar, al pueblo de San Carlos, el que se ubicará en el fortín del mismo nombre.” y se encargó al agrimensor Rafael Hernandez para que pro cediera a la ubicación del Pueblo y su delineación.
El Juez de Paz de 25 de Mayo y varios vecinos de ésta ciudad formaron la comisión fundadora y dispusieron los medios para realizar todas las tareas necesarias para establecer el nuevo pueblo.
La caravana fundadora dió comienzo a su marcha el 30 de enero de 1878,saliendo de la ciudad de 25 de Mayo.
20 soldados al mando del comisario Pedro Duval, un farmacéutico, un dibujante, tres empleados ayudantes de Rafael Hernández y una veintena de vecinos, se constituirían en los primeros pobladores de Bolívar.
El 10 de febrero de 1878 la caravana arribó al lugar previsto en el decreto Provincial (cercano al paraje conocido como “los cuatro vientos”) para realizar la fundación pero, una vez allí se encontró con que las tierras eran de propiedad de particulares y en consecuencia, la caravana debió avanzar unos quince kilómetros más hacia el sur hasta arribar al actual emplazamiento de nuestra ciudad.
San Carlos, estaba ubicado en lo que había sido el eje de las rastrilladas a las Salinas Grandes y paso obligado de las expediciones a Salinas de 1741 , 1745, 1752, 1753, 1760, 1768, 1772, 1777,17 84, 1793, 1796, 1804 y 1810. En esas expediciones, milicianos, pardos y Morenos, Blandengues, gauchos, indios amigos fueron recorriendo lo que hoy son las calles de San Carlos de Bolivar, tomando entrada por la prolongación Saenz Peña y siguiendo su camino hacia la cabeza del Buey entre las calles Saenz Peña y Larrea hasta empalmar con el camino de tierra a Ybarra… porque los memoriosos recordarán, que hasta allí llegaban las lagunas o su valle de inundación. Algo que se conocía mas tarde como el barrio de “las llamas”…era el borde de la rastrillada.
Esas calles fueron cruzadas por don Francisco Balcarce, jefe de Blandengues y padre de nuestros héroes de la Independencia, quien enfermara en Cabeza de Buey y falleciera en las cercanías de Del Valle, en 1793 y por su hijo Antonio González Balcarce, luego triunfador de Suipacha y consuegro de San Martín. Esas calles fueron recorridas también por el Blandengue José Rondeau, quien fuera luego director Supremo del Río de la Plata, por el Coronel Pedro Andrés García ¡y por tantos más…!
¿Por qué este punto pasó a ser parada obligada de las expediciones, encuentro de tribus, mercado de indios y blancos, encuentros armados entre indios y blancos o entre blancos y blancos?
Lo explicaba el Coronel Pedro Andrés García en su diario de la expedición de 1810.Después de haber oído misa, nos pusimos en marcha, y a las l 1 y media paramos enfrente de unas lagunas de poca profundidad, que se hallan al nordeste del camino. Son 5, casi encadenadas, y al sud sudoeste; a distancia de éstas, como 3500 varas, hay otras 7 lagunas, todas de agua dulce, de bastante magnitud, y el terreno de andado en este día tiene varias lomas de diversa elevación; por entre las primeras y segundas pasa el camino. A las primeras lagunas se les denominó las Cinco Hermanas, y a las segundas, las Siete Damas; parecen todas, según la planicie en que se hallan, no ser de aguas permanentes.
Los terrenos siguen areniscos y de mucho pasto, y a pequeñas distancias de este punto, hay varias tolderías de indios al este y oeste; pues de uno y otro rumbo se acercaban partidas de indios a hacer sus permutas. Se observó a las 11, y a las 3 de la tarde seguimos la marcha para la Cabeza del Buey,… En este punto encontramos una laguna no distante del camino, a quien se le dio el nombre del Pasaje; dista como media legua de la Cabeza del Buey; es agua permanente, y su fondo piedra berroqueña, sus bordes de tosca; agua dulce, clara y la mejor que se ha bebido en el camino
Por esta razón, por el agua dulce, En el marco de la guerra mantenida entre unitarios y federales, el 30 de septiembre de 1840, nuestro partido fue testigo de un ardoroso combate entre tropas federales, apoyadas por los indios amigos Caniullán y Guayquil, comandadas por el Sargento Mayor De La Plaza, contra una columna de unitarios comandada por el coronel Vicente Valdés y el comandante Villalba, que se encontraron ” en rumbo a la Cabeza del Buey, afuera y al norte…” .De resultas del encuentro murieron 90 soldados unitarios y resultaron heridos solo dos soldados federales… el lugar aproximado del combate estuvo en las lagunas “las acollaradas” (hoy parque Municipal “Las acollaradas”)
La importancia del cruce de rastrilladas y la gran cantidad de lagunas de agua dulce necesarias para el blanco pero también para el indio, sobre todo la hacienda robada en los malones, hizo que al extenderse la frontera, se construyeron tres fortines en el actual partido de Bolivar: “Hombres sin miedo” en 1864, ubicado en las cercanías del actual acceso a la localidad de Del Valle (Pdo de 25 de Mayo) “Quenehuin” en noviembre de 1869, ubicado en las cercanías del actual acceso a la localidad de Villa Sanz, y el fortín “San Carlos”, en noviembre de 1869, en las cercanías del paraje denominado “los cuatro vientos”.
Por ser cruce de rastrilladas, con agua dulce los hombres blancos se reúnen en San Carlos, para cortar un malón de Calfucurá que, necesariamente debía pasar por San Carlos.
Por esta razón, el 8 de marzo de 1872 en los campos de San Carlos, cerca del fortín del mismo nombre se enfrentaron las tropas nacionales comandadas por Nicolás Ocampo, Ignacio Rivas, Juan Carlos Boerr, Francisco Leyría y el apoyo de 1000 lanceros encabezados por Catriel y Coliqueo contra las tropas indígenas ( 3500 hombres) encabezadas por Calfucurá, Reuquecurá, Catricurá, Namuncurá y Epuñer Rosas causando la derrota de Calfucurá…
Por esta razón, luego del inconveniente de la titularidad de las tierras, Rafael Hernandez estuvo varios días inspeccionando los suelos más aptos para la instalación hasta que, el 2 de marzo de 1878, luego de consultar con los vecinos Davel y Duval , dijo: “no vacilo en afirmar que el único punto aparente, es el que he elegido. El terreno tiene su mayor altura en el pueblo, aunque no en la plaza (es cierto ya que el lugar más alto del pueblo se encuentra a la altura de la estación del ferrocarril) y será siempre muy fácil mantener las calles en buen estado. Conviene, desde luego, que las casas se hagan con conocimiento de los niveles. Por eso en San Carlos…
El partido de Bolívar es uno de los más importantes dentro de la pcia de Buenos Aires, ubicado en el sector Noroeste de la parte central de la misma, dentro del área conocida como Región Pampeana, potencialmente una de las más productivas del mundo. Abarca un área de 502.700 Hectáreas (5.027 Km.2), lo cual representa el 1,6% de la superficie de la Provincia. También lo conforman parte de la Región de las Encadenadas del Oeste y parte de la Región Salado-Vallimanca.
Se encuentra localizada entre los 35º 50’ y 36º 40’ Latitud Sur y 60º 30’ y 61º 40’ Longitud Oeste. Respecto a la Ciudad de San Carlos de Bolívar, desde Capital Federal son 347 Km. totales saliendo por el Acceso Oeste, hasta Luján luego ruta Nac. 5 hasta 9 de Julio, y de ahí por ruta Prov. 65. La otra opción es de 358 Km. totales por autopista Richeri hasta Ezeiza y ahí tomando por la ruta Nac. 205.

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