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Grecia - Personajes Famosos

Grecia - Personajes Famosos

Es considerado “el padre de la Historia”. Su afán por conocer tierras y gentes le llevó a viajar por numerosos países: Egipto, Persia, Libia, la Magna Grecia, la Hélade.
Durante dos años vivió en Atenas invitado por Pericles, estableciendo amistad con Sófocles. Su obra maestra es la “Historia” dividida en nueve libros dedicados a las musas, donde narra la historia de Persia y las Guerras Médicas.
La obra está basada en la recopilación de tradiciones orales y escritas y en la versión directa de los hechos, interesándose por la observación de aspectos curiosos de hombres y pueblos.

MAS SOBRE SU VIDA.
Herodóto nació hacia el 485 a.C.en la costa de Asia Menor, en la ciudad de Halicarnaso. Era hijo de una familia aristocrática, probablemente de origen indígena, como nos hace suponer el nombre de su padre, Lixes, de resonancias carias. Halicarnaso era una ciudad fundada por los colonos dorios de Trecén, un auténtico crisol de culturas, lenguas y etnias que influyó en el joven Herodoto, despertando el interés por la diversidad cultural que más adelante se plasmaría en sus estudios historiográficos.
En el 499 estalla una revuelta jonia contra el tirano local, Lígdanis, en la que participa el futuro historiador, así como el poeta Paniasis, de quien se sabe que escribió una obra llamada Heracles y que fue una persona cercana a Heródoto, probablemente era tío suyo. Al ser sofocada la insurrección, Paniasis fue ejecutado y su sobrino tuvo que huír a Samos.
Sabemos poco de su estancia allí, pero no debió ser demasiado prolongada ya que pronto comenzó a realizar largos viajes, que le proporcionarían los datos necesarios para la ulterior elaboración de sus Historias.
Demostró un especial interés por las costumbres de los lugares a los que se trasladaba, su religión, su geografía y arquitectura. Regresó a su patria en el 454, fecha en la que el tirano fue expulsado. Halicarnaso –hoy Bodrum (Turquía suroccidental)-, que dominaba las recortadas costas de la satrapía de Caria. El valor de esta fusíon fue de enorme importancia, ya que es en Halicarnaso donde hay que buscar uno de los ejemplos privilegiados para comprender plenamente todos los significados –políticos y religiosos a la vez- que asumieron las grandes capitales dinásticas del período helenístico, desde Alejandría a Antioquía Magna, hasta Ilegar a ámbitos geográficamente alejados, como por ejemplo la Roma de la época de Augusto
En Halicarnaso nacieron, además de Heródoto, el poeta Heráclito, íntimo amigo de Calímaco, y el historiador y retórico Dionisio.
Sabemos que llegó muy lejos hacia el norte, llegando a la región de Escitia, cerca de la actual Rusia, y al sur, visitando Siria, Babilonia y Palestina. Permaneció al menos cuatro meses en Egipto, remontó el Nilo hasta Tebas y vió las pirámides, recogiendo información sobre el lugar y sus habitantes. También llegó a la Cirenaica, la Magna Grecia y Sicilia, siempre tomando buena nota de cuanto veía y de lo que le contaban las personas que encontraba en sus travesías.
Cabe suponer que estuvo en diversos puntos del Egeo, pues en su obra demuestra poseer un conocimiento directo de los pueblos helenos.
Se ha aventurado que el motivo de estos viajes, además de la investigación erudita, podría tener algo que ver con intereses comerciales, aunque no está demasiado claro, pues Heródoto no da muchos datos sobre su vida personal en sus escritos y las anécdotas de su vida que nos cuentan autores posteriores no resultan demasiado fiables. Sabemos que vivió durante algún tiempo en Atenas, que junto con Esparta era una de las principales potencias griegas.
Todos estos viajes fueron posibles gracias a una distensión en las guerras que enfrentaron a griegos y persas, las llamadas Guerras Médicas, que coinciden con la vida de nuestro autor y fueron el tema principal de su obra. Siendo ya un hombre maduro, aproximadamente con cuarenta años.
Heródoto participó en la fundación de la colonia ateniense de Turios, antes Síbaris, en el sur de Italia. Se trataba de una iniciativa de Pericles para extender la cultura ática por la Magna Grecia, y el historiador recibió la ciudadanía, asentándose allí para completar su obra. Algunas fuentes aseguran que la tumba del historiador se encuentra en aquella ciudad.
Las Historias, en las que se condensan la amplia experiencia viajera del autor junto con el relato del enfrentamiento contra los medas, fueron publicadas en los primeros años de la Guerra del Peloponeso, aunque era ya conocida anteriormente en Atenas.

ESTILO DE SU OBRA.
Este autor fue denominado por Cicerón “el padre de la historiografía”, aludiendo a su carácter pionero en esta disciplina. Su concepción de la historia es una investigación general del pasado por medio de las costumbres de los pueblos, con un tratamiento detallado de lo anecdótico, en cierto sentido similar en su método al reportaje periodístico moderno.
Heródoto transcribe testimonios diversos de origen oral, como las tradiciones, sobre los que emite juicios de valor. A veces el propio autor duda de la veracidad de algunos testimonios, aunque no por ello deja de registrarlos, ya que considera que una de las funciones principales de su trabajo es la conservación de datos que pudieran resultar de utilidad a las generaciones futuras. El otro propósito de la historiografía para Heródoto es la exaltación de los grandes hechos, en la que podemos advertir la influencia de Homero.
Leónidas y Temístocles, como figuras capitales de su época, se asimilan a la personalidad heroica de Áyax o Ulises en la epopeya antigua, contribuyendo así a dar un tono más elevado a los sucesos del presente. De ahí el uso frecuente de discursos épicos pronunciados por estos reyes y generales. Las fuentes que emplea Heródoto, recogidas en el transcurso de sus largos viajes, se las proporcionan informadores cuya credibilidad se deriva de su posición en la sociedad a la que pertenecen, preferentemente sacerdotes y aristócratas.
Las influencias del autor son variadas. En primer lugar, la tradición historiográfica que le sirve de punto inicial es la de los geógrafos antiguos, cuyo mayor exponente es Hecateo de Mileto con su obra Genealogías. Hecateo no se limita a trazar mapas costeros para la navegación, sino que se comporta como el explorador de una expedición científica, tomando nota de las costumbres, flora, fauna y rasgos etnográficos de los grupos humanos, de modo que a la vez que geógrafo es etnólogo, antropólogo y biólogo. A este modelo se suma el influjo de la tragedia, que determina el comportamiento de los personajes históricos y el desarrollo de la trama en numerosos episodios de las Historias.
Heródoto conoció personalmente a Sófocles y a Esquilo, por lo que es de suponer que admirase el género dramático en la misma medida que sus contemporáneos. Ello se refleja además en el empleo de determinados artificios propios de la tragedia, como la intervención del oráculo y en la interpretación religiosa de lo histórico.
El origen de los acontecimientos es doble, divino y humano, siendo el hombre en este último caso responsable de sus propios actos, igual que en el argumento trágico. La obra de Esquilo Los Persas condicionó en gran medida la presentación que hace Heródoto de las Guerras Médicas, en la que el castigo divino por pecados cometidos en la esfera mortal es lo que desencadena la masacre.
Este historiador presta especial atención a los mitos y usos religiosos de cada pueblo, encontrando en ellos una explicación del carácter de cada cultura, estudia la historia persa no menos que la de los helenos, centrándose en cuatro reyes persas: Ciro, Cambises, Darío y Jerjes.
Un rasgo que resulta paradójico en nuestro escritor es que, a pesar de ser el narrador de la historia ática, la lengua que emplea es el jonio, con numerosas fórmulas que nos recuerdan a Homero. Sin embargo, el público al que va dirigida la obra no se limita a los habitantes de Atenas, sino que se busca un destinatario panhelénico, de modo que cualquier griego pueda sentirse identificado con alguna de las costumbres que aparecen en las Historias.
A menudo la crónica ofrece un aspecto inacabado, su autor promete contar episodios que luego olvida, provocando lagunas internas, ocultas bajo la elaborada estructura del texto. Un relato está anidado dentro de otro y así sucesivamente, formando una estructura de cajas chinas. Esto se combina con la composición en anillo, en la que una misma frase da comienzo y cierre al mismo episodio, como hacían los cantores homéricos. La anécdota aparece al final de cada capítulo importante para mantener la atención del lector.
En la redacción, de estilo predominantemente descriptivo, encontramos coordinación y yuxtaposición de oraciones (parataxis), a veces en exceso complejas. Finalmente, Heródoto presenta una visión unificada de la historia, en el que el comportamiento de sus protagonistas viene dado por las circunstancias y decisiones personales, pero también está marcada por el peso de la tradición, los comportamientos que a través del tiempo han cristalizado, dando forma al carácter nacional de los pueblos.

SUS VIAJES.
Las famosas Historiae Su relato de las guerras Médicas le proporcionó gran fama. Hacia el año 444 intervino en la fundación de la colonia ateniense de Thurii en Italia, donde probablemente escribió sus Historiae.
La obra en sí, una de las primeras historias escritas a tan gran escala, fue también la primera obra importante que se escribió en prosa griega. Su propósito era “impedir que los grandes y maravillosos hechos de griegos y bárbaros pierdan su tinte de gloria, y recordar cuáles fueron los escenarios de su pugna”.
Más de la mitad de la obra se refiere a los antecedentes de la guerra, y el resto a la propia contienda. Por toda ella se muestran digresiones históricas, etnográficas y geográficas, acompañadas de las críticas y de los comentarios del autor. Aunque fue criticado por incluir con excesos de credulidad cuanto le relataban, los estudiosos modernos refrendan incluso partes impregnadas de aparente fantasía.
Recorrió Egipto en cuatro meses. Viajó por todo el país desde la desembocadura del Nilo hasta el actual Assuán. Vió poco del antiguo esplendor. Tropas mercenarias persas de Artajerjes ocupaban el antiguo imperio faraónico. Intentó descifrar los jeroglíficos sin lograrlo. Estudió a los etruscos en Italia. Visitó repetidamente Cirene, la colonia griega en Africa, fundada por sus compatriotas de Halicarnaso. Trató de recoger en Cartago cualquier información sobre sus extendidas colonias. Hacia el año 450 a. J.C. empezó a socavar el bello ensueño etnológico heleno. A través de sus ojos, La humanidad clásica descubrió por vez primera a los pueblos exóticos.
[…] La tierra era un disco rodeado por el océano, cubierto por la bóveda celeste y al que el mundo subterráneo servía de soporte. El ombligo de la tierra era Babilonia, o Memfis, o Atenas, según el observador fuera un babilonio, un egipcio o un griego. Los habitantes de la tierra se dividían en hombres, bárbaros y monstruos. Hombres eran los griegos (o los egipcios, o los babilonios), en cambio eran bárbaros los demás pueblos y, finalmente, monstruos, medio bestias, los exóticos salvajes. Todo parecía estar en perfecto orden sobre el disco terrestre y todo tenía un sitio fijo alrededor de su ombligo.[…]
La tierra murmuraba, no era, a juicio del bárbaro, del semiasiático, un disco, sino una bola -sí, exactamente una gran bola que flotaba por el cosmos. Y -¡Por Hades!- sobre esa curiosa bola vivían, además de los helenos, una serie de otros pueblos cultos, vivían bajo leyes justas y de un modo feliz, decente y nada bárbaro.
El hombre de Halicarnaso decía que había visto a esa gente con sus propios ojos: en Italia y en Egipto, en Mesopotamia y junto al mar Negro. Estas afirmaciones eran exactamente una provocación; todos los capitanes helenos, todos los comerciantes de lana y vendedores de ánforas, que habían estado alguna vez en tierras bárbaras, decían exactamente lo contrario, hablaban de costumbres salvajes, excesos vergonzosos de sus habitantes, daban fe de hombres medio bestias de atezada piel, de monstruos y sátiros velludos que tenían un solo ojo. ¿Acaso los persas, los enemigos tradicionales, no eran unos bárbaros? ¿No habían atacado con fuerza salvaje Jonia, Tesalia, e incluso Atica?
¿Y los etruscos y cartagineses no eran acaso piratas de la más vil estirpe que aparecían con sus naves de presa en todos los lugares donde los colonizadores helenos fijaban sus residencias dispuestos a extender la cultura? Y, finalmente, los egipcios -claro que Atenas había firmado un tratado para defenderse de los persas-, esos hijos del infierno.
Pero ¿tenían espíritu y dignidad humana aquellos poseedores de esclavos medio negros y adoradores de animales? ¿Podía compararse Egipto con la Hélade? ¿No era una desfachatez rayana en la locura establecer paralelos entre las buenas costumbres griegas y los malos usos de aquellos extranjeros salvajes? Así por ejemplo -continuó-, se dice en Egipto que el continente libio está rodeado por el océano y que se le puede dar la vuelta en barco.
La gente se echó a reír, se divirtió con esta graciosa fábula. Cualquiera de los presentes, por poca geografía que supiera, sabía, naturalmente, que Libia (hoy la llamamos Africa) se unía en el sur con Asia y que el mar de Eritrea, es decir el océano Indico, era un mar interior. Se dice que los egipcios incluso han logrado demostrar su teoría y que han dado la vuelta a Libia en barco. Al regresar contaron que durante el viaje habían visto el sol de mediodía en el norte…

Es el autor que hablo de las musas: después de Homero, es el más antiguo de los poetas helenos, y durante buena parte del siglo XIX la crítica llegó a dudar de su existencia real, aunque ésta parece fuera de toda duda en la actualidad. La familia de Hesíodo estableció su residencia en Beocia, procedente de Cumas (Eolia), lugar de origen de su padre.
Poco se sabe de su vida; parece que fue fundamental en ella la enemistad con su hermano Perses a causa de la herencia paterna, y este tema abordó en su obra Los trabajos y los días. Muerto su padre, Hesíodo se estableció en Naupaktos, donde pasó su juventud al cuidado de un rebaño de ovejas y llevando la vida plácida y sencilla de los campesinos griegos. Los actuales especialistas sitúan como contemporáneo de Homero a Hesíodo, mas su poesía, muy alejada del estilo épico y grandioso de la de aquél, está destinada a instruir más que a exaltar. Se sabe también que en Calcis (Eubea) participó en un concurso de aedos y obtuvo la victoria.
Murió al parecer en Ascra y sus cenizas se conservaron en Orcómono, donde se le rindieron honores como a un fundador de la ciudad. Aunque la mayoría de los datos que aluden a su biografía parecen bastante fantásticos, los especialistas parecen coincidir en la autoría de Hesiodo en dos obras fundamentales de la poesía didáctica griega, de la que se considera el padre: “Los trabajos y los días” y la “Teogonía”.
En la segunda nos realiza una genealogía de los dioses olímpicos mientras que en la primera hace un canto al trabajo agrícola. La competencia con Homero será uno de los elementos fundamentales de la obra de Hesiodo. La mayoría de los datos que nos han llegado sobre la vida de Hesíodo nos los proporciona él mismo en los prolegómenos de sus obras, la Teogonía y Los trabajos y los días. Nos cuenta que nació en Ascra, un pueblecito en la región de Beocia, y que su padre era un comerciante natural de Cima, en Eolia (Asia Menor).
Este origen asiático del poeta se pone de relieve en algunos aspectos de su creación literaria, como veremos en el siguiente apartado. Los griegos consideraban a Hesíodo como el organizador de su mitología, sus obras principales se copiaron en la Edad Media. Hoy se vuelve a Hesíodo para contrastar la mitología griega con la de algunos pueblos orientales. Nos han llegado tres obras atribuidas a Hesíodo: La Teogonía, Los Trabajos y Días, y El Escudo de Heracles.
En los tres poemas, Hesíodo hace uso del estilo y la métrica de Homero, pero su temática es muy diferente.
Hesíodo se nos presenta también como un campesino, un pastor de cabras que apacentaba su rebaño en las proximidades del monte Helicón( por eso es la mencion constante a la naturaleza que nos hace en sus obras) cuando se le aparecieron las musas para incitarlo a dedicarse a la poesía.
La figura literaria del poeta como mero cauce por el que fluye la inspiración divina se convertiría para los escritores posteriores en un tópico frecuente, indicador del origen sobrenatural de la poesía. En los Erga habla de su hermano Perses, con quien lo enemistaba una disputa por la herencia paterna.
Perses gana el juicio, según el autor injustamente, debido a que fue favorecido por los “reyes devoradores de regalos”, como los llama Hesíodo.
Sabemos también que al menos en una ocasión, viajó a la isla de Eubea para asistir al certamen que se convocó con motivo de los juegos funerarios por el rey Anfidamante, donde tuvo ocasión de competir con el propio Homero y según cuenta el relato, consiguió derrotarle.

La revolución cultural y artística que vivió Atenas en tiempos de Pericles tiene en Fidias a uno de sus máximos artífices. Se inició artísticamente en el mundo de la pintura junto a su hermano Paneno, pero pronto se decantará por la escultura de la mano de su maestro Ageladas de Argos. Fue nombrado por Pericles director de las obras del Partenón. Para este templo ateniense realizó las esculturas de las metopas, frontones y frisos entre los años 448 y 432 a. C., en los que se representan temas heroicos y mitológicos. Para la Acrópolis, esculpió una estatua de Athena Lemnia realizada en bronce, que se levantó entre los Propileos y el Erecteion de la que nos han quedado algunos fragmentos copiados (la cabeza en el Museo Cívico de Bolonia y el torso en el Skulpturensammlung de Dresde). De mayor tamaño es la escultura de Athena Parthenos que realiza en oro y marfil destinada al culto. Tras ser acusado de robar el oro empleado de los fondos del estado, abandona Atenas instalándose en Olimpia, donde realiza otra colosal escultura esta vez con la imagen de Zeus, entronizado y sosteniendo en una mano la Victoria y en la otra un cetro con águila. Esta la conocemos a través de numerosas reproducciones en monedas y gemas.
La procesión de las Panateneas es, por una parte, una imagen narrativa que describe un acontecimiento real con personajes reales y una disposición similar a la de la procesión cívica; pero por otra, la obra no es la simple ilustración de un acontecimiento cívico.
Observando el conjunto, vemos que los escultores adoptaron una composición bien sencilla: la sucesión y redundancia linealmente entendidas, recurriendo a la superposición de figuras o motivos cuando temáticamente era necesario (se acentúa en el caso de los jinetes, que se ofrecen como grupo). Esta composición introduce un ritmo, una cadencia en todo el friso que no se apoya en el entrelazamiento sucesivo, sino en el puro sucederse.
La verticalidad de las figuras recuerda las imágenes de las estelas funerarias. Y con estos procedimientos, los escultores sólo cuentan con un elemento para introducir variantes en el ritmo: el espacio, que no pretende simular un espacio real, sino que se limita a ser el plano sobre el que destacan las figuras. Con este tratamiento del espacio se consigue intensificar el efecto visual de algunas imágenes al concentrar en ellas la mirada del observador o al separarlas de otras, e invalidar lo que de anecdótico pudiera haber en el tema.
La intervención de Fidias en esta obra no está suficientemente aclarada. Fidias (Atenas, 490-431 ane) es el máximo exponente de la escultura ática del siglo V ane, el ápice del clasicismo griego y la representación más pura de sus características. Sus personajes se inscriben en un mundo de belleza serena, de euritmia compositiva, de majestad en la expresión y el gesto, de grandiosidad llena de olímpica calma, de perfección técnica y de equilibrio entre naturalismo e idealismo.
Nadie como él supo crear un mundo de seres plásticamente más perfectos, ni de equilibrio expresivo más absoluto. Sus personajes son los verdaderos prototipos que sólo raras veces, y de manera imperfecta, se reflejan en los mortales. Por ello su arte se compara, a menudo, con el sistema de las ideas de Platón.

Fidias y el Partenón
Este templo es dedicado a Atenea, patrona protectora del Ática, destruido por los persas en los años 480 y 479 a.C. En la época de Cimón (465 a.C.) ya se había emprendido la reconstrucción del gran templo de Atenea Pártenos, pero no se pudo más que levantar los cimientos y en algunas columnas los primeros tambores Acrópolis, comenzaron una nueva planificación del templo en el año 448 ó 447 a.C. cuyas obras se prolongaron hasta el 432 a.C., no pudiendo aprovechar de las primitivas construcciones más que los cimientos y el basamento primitivo.
El Partenón es el más perfecto templo griego, modelo de edificio religioso. La planta del Partenón se ajusta con escasas variaciones a la concepción primitiva de los templo griegos anteriores al siglo VI a.C., se mantiene la estructura rectangular dividida en tres espacios (pronaos, naos o cella y opistodomos) a los que se añade, y es uno de los aspectos de su originalidad, un nuevo recinto, el Partenón o Salas de las vestales formada por cuatro columnas jónicas; es un templo anfipróstilo y exástilo en ambos pórticos, el anterior o pronaos y el posterior o opistodomos, de estilo dórico, aunque éste se ha fundido con otros elementos jónicos especialmente visibles en el interior, en las columnas y friso de la cella, en la que dos filas de columnas superpuestas creaban una galería sobre las estrechas naves laterales para dar mayor anchura y altura a la nave central y resaltar la grandiosidad de la imagen de oro y marfil de Palas Atenea.
En lo que se refiere a la columnata de su peristilo, el templo es períptero y octástilo, tiene la clásica proporción de 8 columnas por frente y 17 en los laterales.
Respecto de las innovaciones introducidas en el Partenón con referencia a los templos anteriores presenta algunas novedades, además de la inclusión de la sala cuadrada donde estaban las doncellas vírgenes de la diosa, el Partenón que ha dado nombre a todo el edificio, hay que resaltar el hecho de que la cella esté dividida en tres naves separadas por una doble fila de columnas superpuestas en dos pisos, formando una galería circundante en cuyo centro se colocaba la gran imagen de oro y marfil (criselefantina) de la diosa Atenea
La Acrópolis de Atenas se construye con las dimensiones necesarias para acoger mármoles y frisos del Partenón que se encuentran en el Museo Británico y en otras colecciones foráneas.
El edificio “plantea el problema (de las devoluciones) en las dimensiones correctas”, declaró e el presidente del Organismo para la Construcción del Nuevo Museo de la Acrópoli.
Dimitris Pandermalís Esta particularidad hace que sea el único museo en el mundo que abarcará la unificación de piezas importantes de un sitio arqueológico esparcidas por diversos museos o en el extranjero, explicó el arqueólogo. “No es un asunto de exigencias nacionalistas.
El museo muestra los fragmentos que están separados y que deben de unirse. El Partenón es un monumento de la herencia cultural universal”, añadió.El proyecto se inició hace treinta años como una necesidad de construir un museo más grande al existente para albergar todas las piezas de los monumentos de la Acrópolis.
El proyecto incluye la recuperación del 60 por ciento de los frisos del templo del Partenón que se encuentran en el Museo Británico de Londres después de haber sido extraídos por el diplomático Lord Elgin (1766-1841) con el visto bueno del antiguo Imperio Otomano hace dos siglos. “Se trata de un museo urbano y el más avanzado concepto de un parque arqueológico, como un árbol que surge de la tierra”, declaró el jefe del proyecto, que cuesta 130 millones de euros y que se espera abrirá al público en 2008. El museo ha desembocado en un proyecto de tales dimensiones que une a dioses mitológicos, héroes y mortales a los pies de la colina sagrada de la Acrópolis, a 2.500 años de la construcción del temploAsí lo ha concebido el arqueólogo Pandermalís, que después de cinco años de perseverancia, ve cada día desde la ventana de su despacho, en el edificio Weiler en Makroyani, erguirse el edificio de toneladas de cristal y acero, mármol y cemento, de 14.000 metros cuadrados.
El arquitecto suizo Bernard Tschumi y el griego Mijail Fotiadis, que ganaron el concurso para la construcción del nuevo museo, han podido conjugar diversas etapas del pasado de la Acrópolis y sus entornos, que abarcan desde la época clásica de Péricles hasta el siglo XII d.C. en una extensión de 2.500 metros cuadrados
Y esto debido a que durante las largas excavaciones se encontraron con ruinas enteras escondidas durante siglos debajo de la Atenas contemporánea. “En algunos casos fue necesario cambiar los parámetros de un estudio para mover las bases del edificio a otro lugar para no causar daño a las reliquias”, asegura Pandermalís.

La situación de la mujer de familia acomodada en la Atenas del siglo V no parece demasiado halagüeña. Las esposas de los ciudadanos, por ejemplo, no tienen ningún derecho político ni jurídico, encontrándose a este respecto al mismo nivel que los esclavos.
Su vida transcurre recluida en el gineceo, las habitaciones de la casa reservadas a las mujeres, de las que, siendo jóvenes, apenas salen, excepto para asistir a alguna fiesta religiosa o a las clases de canto y baile -las que estén destinadas a participar en los coros religiosos-, debiendo permanecer lejos de toda mirada masculina, incluso de los miembros de su propia familia. No así en Esparta, donde a este respecto las costumbres son más tolerantes, realizando los ejercicios físicos junto con los jóvenes fuera de sus casas en lugares públicos.
Las jóvenes atenienses, por el contrario, reciben una enseñanza fundamentalmente centrada en la preparación para las ocupaciones domésticas: aprendizaje de cocina, elaboración de tejidos, organización de la economía doméstica y, algunas, rudimentos de lectura, cálculo y música, todo ello a cargo de algún familiar femenino, o alguna criada o esclava. Su vida está fundamentalmente orientada, pues, hacia el matrimonio, que tenía lugar, por lo general, en torno a los catorce o quince años, y que en la época es el resultado de un trato entre familias, en el que tampoco intervienen. En los últimos años del siglo V, en la época de la guerra del Peloponeso, la situación de las mujeres atenienses parece mejorar un poco en cuanto a su libertad de movimientos, como se refleja en algunas obras de Aristófanes, como Lisístrata o la Asamblea de mujeres.
En esta época, y en la inmediatamente posterior a principios del siglo IV, vivieron en Atenas algunas mujeres que, atenienses o no, destacaron por su inteligencia y cultura, al tiempo que rechazaban su reclusión en el gineceo y buscaban un trato de tú a tú con los hombres, llegando a ser reconocidas y admiradas por muchos de ellos.
Es el caso de Aspasia de Mileto, con la que se emparejó Pericles, participante habitual en las reuniones filosóficas y políticas que éste celebraba con sus amigos, entre los que se contaba Anaxágoras, por ejemplo, y admirada por Sócrates, que le tenía un gran respeto según el decir de Jenofonte (“Económico”) y Platón (“Menexeno”). También, si tomamos en consideración el testimonio de Diógenes Laercio, hubo mujeres en la Academia de Platón, Lastenia de Mantinea y Axiotea Flisiaca, entre otras, lo que no es de extrañar si tenemos en cuenta las consideraciones de Platón sobre la mujer en la República.
Aspasia de Mileto fue una mujer griega que vivió en el siglo V, y que estuvo unida a Pericles desde aproximadamente el año 445 hasta la muerte de este en 429. Fue maestra de retórica y tuvo una gran influencia en la vida cultural y política de Atenas. Fue una mujer muy hermosa e inteligente, tuvo un gran poder y despertó la admiración y el respeto de filósofos, artistas e ilustres demócratas, así como la hostilidad de los sectores más reaccionarios de la sociedad ateniense.
La vida de Aspasia de Mileto viene envuelta en un halo de misterio. Se desconocen tanto la fecha de su nacimiento como la de su muerte, y solo se tienen noticias fiables de su vida en el periodo comprendido entre su unión con Pericles y la muerte de Lisicles, su segundo marido, en 427. De esto se deduce que su vida pública mantuvo interés solo mientras duró su convivencia con estos dos hombres poderosos. Poco sabemos de su vida anterior a su unión con Pericles, y menos aun de lo que fue de ella tras la muerte de su segundo marido.

Historiador, militar y filósofo griego, sus trabajos contribuyen en gran medida al conocimiento de los avatares de Grecia y Persia durante siglo IV a.C.
Nacido en Atenas, hijo de un caballero ateniense, fue discípulo de Sócrates. En el 401 a.C. se alistó en un ejército de mercenarios griegos al servicio de Ciro el Joven, príncipe de Persia, y tomó parte en la campaña contra el hermano de éste, el rey Artajerjes II.
Tras la muerte de Ciro, en la batalla de Cunaxa, los oficiales al mando de los mercenarios griegos fueron asesinados a traición por el sátrapa persa Tisafernes. Jenofonte, que estaba entre los nuevos oficiales elegidos para mandar el ejército griego, un total de 10.000 hombres sin dirigentes en el centro del hostil Imperio persa, asumió la dirección de la retirada y puso a sus hombres a salvo en la antigua colonia griega de Trebisonda (en turco Trabzon, actualmente en Turquía), en el mar Negro, tras una marcha de 2.414 km que duró cinco meses.
Su triunfal supervivencia se ha atribuido principalmente al ingenio, previsión y tacto de Jenofonte. En su libro más celebre, la Anábasis, narra la retirada a través de un país desconocido, luchando en medio de los obstáculos desalentadores del terreno y del tiempo contra enemigos salvajes y la falta de provisiones.
Desde Trebisonda, Jenofonte y los ‘diez mil’ (como eran conocidos estos mercenarios griegos) se dirigieron a Bizancio (actual Estambul, en Turquía). Poco después de su llegada, entraron al servicio de los sátrapas persas de Asia Menor. El rescate que consiguió por un rico prisionero persa en esta campaña le permitió vivir cómodamente el resto de su vida. En el 394 a.C. regresó a Grecia, como miembro de la corte del rey de Esparta Agesilao II. Con él participó en la batalla de Coronea, en la que los espartanos derrotaron a los atenienses y a sus aliados tebanos.
Los atenienses se vengaron de Jenofonte condenándole al destierro como traidor. El gobierno espartano le regaló una finca en Escilo, junto a Olimpia, donde vivió durante veinticuatro años. Cuando el poder militar de Esparta se hundió en Leuctra, en el 371 a.C., fue expulsado de Escilo. Atenas derogó el bando de exilio contra su persona, pero en lugar de regresar a Atenas, al parecer pasó el resto de su vida en Corinto.
Además de la Anábasis, sus escritos más importantes son: Las Helénicas, una continuación de la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides que cubre el periodo del 411 al 363 a.C.; Ciropedia, una biografía idealizada de Ciro II el Grande, y Acontecimientos memorables, recuerdos de Sócrates y conversaciones socráticas.
También escribió un elogio de Agesilao, un grupo de tratados políticos y económicos, una serie de ensayos sobre equitación, caza y guerra de caballería, y varios diálogos socráticos.
Como militar, orador, filósofo, ensayista e historiador, fue el prototipo del erudito ateniense. Sin embargo, encontró más agradable la forma de vida austera espartana que el espíritu democrático de su Atenas natal. Las fuertes tendencias proespartanas y la exageración de los hechos rebajan el valor de sus obras históricas. Sus escritos socráticos revelan una mentalidad que no llegó a comprender totalmente la filosofía de su maestro, y sus propias ideas en general son moralistas y vulgares. La sinceridad y el sentido común son sus mejores características. Su estilo es simple, elegante y sencillo y se le considera un maestro de la exposición clara.
Su obra Anábasis, es uno de los primeros libros que suelen leer los estudiantes de la lengua griega.

La Apología de Jenofonte se puede dividir en tres partes:

  • La primera parte (1-9) viene a ser como una introducción a las palabras de Sócrates ante el tribunal. En ella, Jenofonte se propone explicar los motivos de su actitud altiva (megalegoría). Para ello, introduce un relator en la persona de Hermógenes. A través suya nos enteramos que Sócrates se niega a defenderse porque su vida entera ha sido una apología y porque su genio divino (daimon) se opone a que prepare su defensa. Además, Sócrates afirma que es un buen momento para morir.
  • La segunda parte (10-23) constituye la parte central de la Apología y en ella Sócrates realiza su discurso ante el jurado. Primeramente recuerda la doble acusación realizada en contra suya: Asebeia (impiedad) y Corrupción de la juventud. Sus afirmaciones relativas a las advertencias de la voz divina provocan las protestas y el malestar del tribunal. A tales protestas, Sócrates contesta que según el Oráculo de Delfos, él es el hombre más sabio y más justo de Atenas. Las protestas se agudizan aún más, siendo declarado culpable. Al mismo tiempo, se niega a proponer una pena alternativa a la muerte asi como a evadirse cuando sus amigos se lo piden. Sócrates no está dispuesto a escapar a la muerte Hecha pública la condena, Sócrates toma de nuevo la palabra para señalar que no tiene conciencia de haber cometido ninguna de las faltas de las que se le acusa. Profetiza que la vergüenza será para quienes le han condenado injustamente. El futuro, señala, del mismo modo que a Palamedes, le hará justicia.
  • En la tercera parte (27-34), Sócrates abandona el tribunal con una mirada y una actitud muy serena, en concordancia con las palabras que acababa de pronunciar. Ante la aflicción de sus amigos, les recuerda la oportunidad de su muerte. Anécdota relativa a Apolodoro y severa advertencia de Sócrates respecto de Anito, con la predicción sobre el sombrio futuro de su hijo. La Apología finaliza con algunas observaciones de Jenofonte y un epílogo.

El joven Demóstenes soñaba con ser un gran orador, sin embargo este propósito parecía una locura desde todo punto de vista. Su trabajo era humilde, y de extenuantes horas a la intemperie. No tenía el dinero para pagar a sus maestros, ni ningún tipo de conocimientos. Además tenía otra gran limitación: Era tartamudo.
Demóstenes sabía que la persistencia y la tenacidad hacen milagros y, cultivando estas virtudes, pudo asistir a los discursos de los oradores y filósofos más prominentes de la época. Hasta tuvo la oportunidad de ver al mismísimo Platón exponer sus teorías.
Ansioso por empezar, no perdió tiempo en preparar su primer discurso. Su entusiasmo duro poco: La presentación fue un desastre. Fue un gran fracaso. A la tercera frase fue interrumpido por los gritos de protesta de la audiencia: – ¿Para qué nos repite diez veces la misma frase? -dijo un hombre seguido de las carcajadas del público.
– ¡Hable más alto! -exclamó otro-. No se escucha, ¡ponga el aire en sus pulmones y no en su cerebro!
Las burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, quien se retiró entre los abucheos sin siquiera terminar su discurso .Cualquier otra persona hubiera olvidado sus sueños para siempre. Fueron muchos los que le aconsejaron –y muchos otros los que lo humillaron- para que desistiera de tan absurdo propósito.
En vez de sentirse desanimado, Demóstenes tomaba esas afirmaciones como un desafió, como un juego que él quería ganar. Usaba la frustración para agrandarse, para llenarse de fuerza, para mirar más lejos. Sabía que los premios de la vida eran para quienes tenían la paciencia y persistencia de saber crecer.- Tengo que trabajar en mi estilo.- se decía a sí mismo. Así fue que se embarcó en la aventura de hacer todo lo necesario para superar las adversas circunstancias que lo rodeaban. Se afeitó la cabeza, para así resistir la tentación de salir a las calles. De este modo, día a día, se aislaba hasta el amanecer practicando.
En los atardeceres corría por las playas, gritándole al sol con todas sus fuerzas, para así ejercitar sus pulmones.
Más entrada la noche, se llenaba la boca con piedras y se ponía un cuchillo afilado entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudear. Al regresar a la casa se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar su postura y sus gestos.
Así pasaron meses y años, antes de que de que reapareciera de nuevo ante la asamblea defendiendo con éxito a un fabricante de lámparas, a quien sus ingratos hijos le querían arrebatar su patrimonio.
En esta ocasión la seguridad, la elocuencia y la sabiduría de Demóstenes fue ovacionada por el público hasta el cansancio. Demóstenes fue posteriormente elegido como embajador de la ciudad.Su persistencia convirtió las piedras del camino en las rocas sobre las cuales levantó sus sueños.
En 358 a. J. C. comenzó en realidad la guerra contra Atenas, que duró veinte años, con algunas pausas de tregua. A estas guerras se las denomina también “sagradas”, porque el pretexto para las mismas fue el deseo de varios países de controlar los cuantiosos tesoros del templo de Apolo en Delfos y de dirigir la Anficcionía, guardadora también de considerable cantidad de dinero.

Las Filípicas De Demóstenes
La Primera guerra estalló cuando los focenses se apoderaron de unas tierras pertenecientes al templo de Delfos y fueron acusados por los tebanos del sacrilegio. La Anficcionía condenó a los transgresores a pagar una fuerte multa, pero éstos no sólo no lo hicieron, sino que violaron el recinto sagrado y se apoderaron del tesoro. Filipo se presentó entonces ante los griegos como vengador del dios; pero Demóstenes consiguió convencer a los atenienses de los proyectos de Filipo que denunció en su discurso “primera filípica” (351 a. J.C
Demóstenes contaba entonces treinta y tres años, y Plutarco explica curiosos detalles sobre su infancia y juventud. Era hijo de un armero que murió cuando el futuro gran orador era niño; los tutores malversaron la herencia, y cuando llegó a edad apta, Demóstenes les puso un pleito para que se la devolvieran; pero tenía escasa voz y era además tartamudo, lo que resultaba imperdonable para el pueblo ateniense, que estimaba, como ya se ha dicho, la oratoria como una de las básicas condiciones de la educación.
Las consecuencias de la “Primera filípica” fueron inmediatas y los atenienses acudieron a cubrir el paso de las Termópilas, donde fue detenido Filipo en su avance. Para completar su dominio del mar Egeo marchó entonces Filipo contra Olinto, la última ciudad de la Calcídica que le quedaba por dominar. Olinto pidió ayuda a Atenas, y Demóstenes pronunció con tal motivo sus famosas “Olintianas”; “Nos dormimos, atenienses- decía en una de ellas-; os digo que estáis durmiendo”. Pero Filipo se apoderó de Olinto y del Quersoneso, asumió la presidencia de la Anficcionía de Delos y vio, en consecuencia, acrecentado su poder.

Teano nació en Crotona, fue discípula de Pitágoras y se casó con él. Enseñó en la escuela pitagórica. Se conservan fragmentos de cartas y escritos que prueban que fue una mujer que escribió mucho, pero solo se conservan fragmentos, como el de la obra Sobre la Piedad, donde reflexiona sobre el número de acuerdo con la concepción de la escuela pitagórica. Se le atribuyen otros tratados sobre los poliedros regulares y sobre la teoría de la proporción, en particular sobre la proporción áurea.
Después de la rebelión contra el gobierno de Crotona, a la muerte de Pitágoras, Teano pasó a dirigir la comunidad, con la escuela destruida y sus miembros exiliados y dispersos, sin embargo con la ayuda de dos de sus hijas difundió los conocimientos matemáticos y filosóficos por Grecia y por Egipto.
Según los historiadores Teano escribió mucho. Se le atribuye haber escrito tratados de Matemáticas, Física y Medicina, y también sobre la proporción áurea. Se conservan fragmentos de cartas. La mayor parte de los textos que nos han llegado de mujeres de esta época, quizás por ser los que resultaban más interesantes a los religiosos que los han conservado, hablan de problemas morales o prácticos. A Teano se le atribuye un tratado Sobre la Piedad del que se conserva un fragmento con una disquisición sobre el número. Veamos un fragmento de una reflexión:
“He oído decir que los griegos pensaban que Pitágoras había dicho que todo había sido engendrado por el Número. Pero esta afirmación nos perturba: ¿cómo nos podemos imaginar cosas que no existen y que pueden engendrar? Él dijo no que todas las cosas nacían del número, sino que todo estaba formado de acuerdo con el Número, ya que en el número reside el orden esencial, y las mismas cosas pueden ser nombradas primeras, segundas, y así sucesivamente, sólo cuando participan de este orden” (Solsona, 1997:20)

Mujer denostada donde las haya, no ha tenido la oportunidad de dejar constancia de su pensamiento, toda vez que los textos conservados están yermos de palabras que hubieran sido pronunciadas por Jantipa.
Su carácter irritable por el que eternamente ha sido conocida se justifica por la difícil y asimétrica relación sentimental con Sócrates, a través de la que asoma una mujer envuelta en un halo de humanidad y sinceridad que despierta simpatías.
Jantipa no se ajusta al papel de mujer sumisa que sería de esperar en una época de hombres tan guerreros como es la Grecia clásica. Siempre aparece airada y con un cierto aire de rebeldía crónico. Cosa que si analizamos fríamente no es de extrañar, ya que Sócrates que no era precisamente un marido ejemplar, que pasaba prácticamente la vida en los espacios públicos donde tenía sus seguidores. Jantipa, hubo de trabajar como lavandera para mantener la familia.
Llevaba virilmente el mismo vestido tanto en invierno como en verano, y persistió en su costumbre de caminar con los pies desnudos durante una campaña invernal.
Cuenta Diógenes Laercio que, durante una discusión, Jantipa perdió los estribos y le arrojó un cubo lleno de agua, ante lo cual Sócrates sólo dijo: “Sabía que el trueno de Jantipa se transformaría en lluvia”
Aunque, si nos fijamos, la actitud de Sócrates pasa siempre por defender a su esposa, es quizás por eso que la pitonisa del oráculo de Apolo en Delfos lo considerara el más sabio entre los hombres.

Diotima de Mantinea, una mujer griega de cuya existencia real hay dudas más que razonables, supuesta sacerdotisa y maestra del filósofo ateniense Sócrates, quien en el Banquete de Platón reproduce su doctrina del amor.
Su existencia real es discutida, algunos profesores estiman que es un personaje ficticio introducido por Platón por motivos literarios: Sócrates por cortesía ante Agatón finge haber sido refutado por los mismos errores por una sapientísima mujer de Mantinea. Otros consideran que esta mujer existió realmente.
En mi opinión, dada la costumbre de Platón de nombrar a personas reales en sus obras creo que existió, ahora bien, pero como personaje de menor entidad, tal vez sacerdotisa de algún templo, utilizada aquí por Platón en el sentido indicado anteriormente.

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